Ética Nombre: Kevin Jaramillo Grupo: 2 John Stuart Mill Nace en Londres, (1806 - Aviñón, Francia, 1873). Economista, lógico y filósofo británico. Hijo del también economista James Mill, fue educado de forma exclusiva por su progenitor según los estrictos principios del Emilio de Rousseau. Dotado de una inteligencia extraordinaria, a los diez años estaba versado en griego y latín y poseía un exhaustivo conocimiento de los clásicos. A los trece años su padre le introdujo en los principios de la lógica y de la economía política, centrándose en este ámbito en la obra de Adam Smith y David Ricardo. En 1823 ingresó en la Compañía de las Indias Orientales, donde llegaría a ocupar el cargo de jefe de la Oficina para las Relaciones con los Estados Indios. Activo políticamente en defensa de la causa abolicionista durante la guerra civil estadounidense, desde 1865 y durante tres años ocupó un escaño en la Cámara de los Comunes, donde sería objeto constante de polémica a causa de su decidido apoyo a las medidas a favor de las clases menos privilegiadas y de la igualdad de derechos para la mujer. Sus primeros escritos aparecieron publicados en las páginas de los diarios The Traveller y The Morning Chronicle, y se ocuparon fundamentalmente de la defensa de la libre expresión. En 1824, la aparición de The Westminster Review, órgano de transmisión de las ideas filosóficas radicales, proporcionó a Mill un atrio privilegiado desde el que difundir su ideario liberal. En el campo de la ética, John Stuart Mill defendió una suerte de matizado utilitarismo en el que pueden entreverse influencias de Bentham y en el que introdujo una constante preocupación por incluir en el concepto habitual de “utilidad” las satisfacciones derivadas del libre ejercicio de la imaginación y la conciencia crítica. Sobre las principales tendencias filosóficas de su tiempo, Mill se manifestó a favor del positivismo de Auguste Comte y contrario al intuicionismo de Hamilton. Políticamente mostró siempre un gran entusiasmo por la democracia como forma de gobierno, atemperado por el pesimismo sobre la incidencia real en el bienestar social de su práctica. Sus trabajos sobre lógica y metodología de las ciencias revistieron gran importancia en su tiempo, fundamentalmente mediante su búsqueda constante de un principio válido para la inferencia de leyes generales; tras los pasos de Hume, Mill definió la causalidad como un proceso empírico falsable que denominó “inducción por enumeración”. En su papel como economista, John Stuart Mill fue considerado históricamente como un representante tardío de la escuela clásica inglesa; algunos autores posteriores, como Marx, discutieron dicha filiación y destacaron su alejamiento de la noción del valor- trabajo. Su obra principal en el campo de la economía política apareció en 1848 bajo el título de Principles of Political Economy (Principios de economía política), en los que cabe distinguir tres partes diferenciadas. En la primera, Mill elaboró un completo análisis del proceso de formación de los salarios que entendió determinado por la interacción entre la oferta de trabajo y de la demanda de este en forma de fondo de salarios. Consideró el beneficio como renta del capital y lo hizo dependiente del nivel general de precios. En su teoría del intercambio introdujo la utilidad como factor determinante del valor de cambio de un bien, a la par con su costo de producción. En la segunda parte se ocupó de cuestiones de estática y dinámica y expuso su idea de una evolución hacia el estancamiento de la totalidad del sistema capitalista a causa de una tendencia irreversible a la reducción de los beneficios, concepto que sería recuperado por Marx. La tercera parte es la que mejor refleja su talante reformista y trata de las medidas necesarias para favorecer una más justa distribución de la renta, entre las que Mill propuso la limitación de la herencia, la cooperación obrera e interterritorial y la promoción de la pequeña propiedad campesina. En El Utilitarismo , Stuart Mill comienza por responder a dos formas erradas de concebir el utilitarismo; la primera ve la utilidad como opuesta al placer, y Mill argumenta que desde Epicuro hasta Bentham la utilidad, se ha entendido como no opuesta al placer sino que lo útil significa agradable y placentero, entre otras cosas; y ante aquellos que afirman que, suponer que la vida no tiene un fin más elevado que el placer es defender una filosofía del cerdo, responde argumentando que los que presentan a la naturaleza humana bajo el aspecto degradante no son los utilitaristas sino sus acusadores, puesto que la acusación implica creer que los humanos no son capaces de otros placeres diferentes de los de un cerdo; y esto no es así. Los utilitaristas han sido también considerados hedonistas por el hecho de identificar el placer con el bien, pero hay que resaltar que ellos no subordinan ese placer al individuo sino a la sociedad, ya que, en su óptica el bien moral es provocar la mayor cantidad de placer para el mayor número de personas. Para Mill los placeres pueden jerarquizarse en superiores, relacionados con las características intelectuales y espirituales; e inferiores, relacionados con las características sensuales y físicas. El hombre es capaz de placeres más elevados, y en este punto plantea que el desarrollo y ejercicio de las facultades superiores son prerrequisito para experimentar placeres superiores, siendo desarrolladas estas facultades a través del ejercicio de la virtud. Cuando el hombre es capaz de experimentar placeres superiores ya no se conforma con saciar su lado animal. Frente al hecho de que a veces que a veces, incluso aquel que ha desarrollado sus facultades superiores, opta por placeres inferiores; Mill responde que esta conducta se debe a una debilidad de carácter, puesto que deciden por el bien más próximo, enterados de que les generará menos placer. La jerarquización de los placeres solo puede ser realizada por los jueces competentes. En determinada situación, un juez competente es aquel que, habiendo experimentado dos placeres, está capacitado para hacer un balance entre ambos y determinar cuál de ellos es el más valioso. Es importante remarcar que una persona al llevar a cabo un cálculo de los placeres debe de tener en cuenta a los demás como parte de su mundo. Mill coloca a la libertad como un condicionante de la felicidad, puesto que cree que el valor de la vida está en haberla elegido; sin embargo, plantea que se puede ejercer cierto poder en una persona en contra de su voluntad, si es que con esto se puede evitar que perjudique a otras personas. La felicidad dibujada por Stuart Mill no es sinónimo de placer; es un conjunto complejo de elementos entre los cuáles la virtud es muy importante, la libertad, el autorrespeto, la autonomía personal son algunos ingredientes más; Mill plantea que estos ingredientes no se derivan de la felicidad, sino que son la felicidad. La adquisición de la virtud, además, exige una búsqueda desinteresada de la misma, y una asociación con el placer que la convierta en el medio más eficaz para alcanzar la felicidad.