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Greg Egan
Allenby continúo.
—Adelante —dije.
Le mire fijamente.
—No.
—La tecnología existe para dar a casi todo el mundo una vida
normal, por muy enfermo que esté, por muy viejo que sea, por
muy malherido que se encuentre. Pero todo eso cuesta dinero.
Los recursos son limitados. Incluso si los médicos y los técnicos
se vieran obligados a prestar sus servicios a quienquiera que los
solicitara. Y, como he dicho, existen leyes contra la esclavitud...
pues bien, alguien de alguna forma, todavía tendría que quedarse
fuera. El gobierno actual ve el mercado como el mejor medio para
determinar quién es quien se queda fuera.
—Exactamente.
Por un momento no podía pensar en nada más que decir. Sabía
que me estaban estafando, pero parecía que me había quedado
sin formas de demostrar el hecho.
¡Por supuesto!
De hecho, los sueños que más odiaba eran aquellos en los que
aparecía portando a un niño. Me despertaba con una mano en el
vientre, contemplando extasiada el milagro de la nueva vida
creciendo dentro de mí... hasta que volvía en mi misma y salía de
la cama enfadada. Empezaba la mañana con un humor de perros,
rechinando los dientes mientras meaba, golpeando los platos en
la mesa del desayuno, insultando a gritos a nadie en particular
mientras me vestía. Suerte que vivía sola.
De modo que ¿Qué razón tenía yo para temer que mis propias
transgresiones menores —y totalmente desinteresadas—
pudieran hacerme algún daño?
Su piel era suave y estaba sin curtir, y sin las marcas de una
década de rasurar pelo facial. Podría haber pasado por un joven
de diecisiete años, pero no sentía escrúpulos por eso. Cualquier
hombre de mediana edad que fuera lo suficientemente rico y
vanidoso podía tener el mismo aspecto.
Pero se equivocarían.
Todo lo especial que alguna vez sentí por Cris ahora me resulta
transparente. Todavía siento una autentica amistad por él, todavía
le deseo, pero solía haber algo más. Si no lo hubiera habido dudo
mucho que ahora estuviera vivo.
FIN