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El nacionalismo como la forma histórica de colonialidad cultural.

Además de lo que es en sí, el nacionalismo se entiende dentro de la categoría de sistema cultural


adaptado a los sistemas políticos y económicos que coexisten con este, o bien, desde una lectura
inversa, como sistema cultural al cual se adaptan los otros sistemas. En todo caso tales sistemas
(y principalmente el político para efectos de este ensayo) se relacionan codependientemente
como se puede evidenciar en la historia de Europa; el sistema feudal con la identidad religiosa
y de escritura que posteriormente muta en el sistema capitalista y en el sistema de estado
moderno a partir de la idea de nación.

Sin embargo los sistemas culturales (y políticos) no se limitan a aquellos de origen europeo
sino que coexisten y coexistieron diversos sistemas culturales en una gran cantidad de
escenarios en los que en algunos casos se impone un sistema cultural por la fuerza sobre otro
haciendo que el anterior pierda fuerza, se fusione o desaparezca por completo.

Como es históricamente evidente, los casos más relevantes de imposición de un sistema


cultural, por su alcance mundial, se dieron a partir de la instauración del sistema europeo de
estado-nación en gran parte del mundo a partir de la colonización política, económica y
particularmente cultural, a esto último y a sus vestigios se le llama colonialidad, que en estos
casos se da por la imposición de la idea de nación por sobre otros imaginarios correspondientes
a los distintos sistemas culturales ya existentes. En este sentido cabe preguntarse ¿Cómo se
entiende la colonialidad en la expansión del nacionalismo a partir de la idea de sistemas
culturales?, para responder tal cuestionamiento primero se explicará el nacionalismo como
sistema cultural que determinó el sistema político de estados, se esbozará el proceso de
expansión del sistema de nación y se señalarán ciertas paradojas sociales y ontológicas del
nacionalismo en relación con las comunidades colonizadas y sus propios sistemas culturales.

El nacionalismo como sistema cultural

Para entender porque se puede considerar el nacionalismo un sistema cultural y no un sistema


de otra naturaleza o como un fenómeno aislado a pesar de que en un primer plano se lo pueda
ver como de naturaleza política, hay que entender aquellos rasgos distintivos que establecen
una gran diferencia con otras formas de sistemas.

La primera diferencia es la permanencia de la idea de nación trascendiendo distintos sistemas


políticos y económicos tanto occidentales como de las múltiples culturas y pueblos que se han
visto encarados con la concepción cultural moderna.

Podemos observar, por ejemplo, como muy a pesar de la idea marxista de internacionalismo
obrero las lógicas nacionales se impusieron e hicieron mucho más importantes en los distintos
procesos revolucionarios del mundo, y aún en los estados que se dicen marxistas impera un
fuerte componente nacional, incluso se ha visto como el nacionalismo se muestra como una
causa para el desarrollo de las revoluciones, como se puede evidenciar en los movimientos
foquistas y marxistas latinoamericanos en los cuales se crean varios “ejércitos de liberación
nacional” que tratan de reivindicar no solo al obrero como sujeto revolucionario, sino a aquellos
que se entienden (o que tales movimientos entendieron) como parte de una nación ya existente,
sino que también a otros colectivos sociales, principalmente el campesino y el indígena.
También es evidente que a pesar del sistema económico capitalista mundializado cada vez más
con su ideal individualista metodológico del homo economicus sigue existiendo en gran parte
de la población un sentimiento colectivo de pertenencia a las naciones, aquí, el nacionalismo
como sistema se hace paradógico, pues nubla el ideal de racionalidad individual lo que por sí
solo puede constituir un limitante a las actividades de mercado.

De lo anterior se deriva el segundo punto que es el hecho de que el nacionalismo más que un
sistema político pensado y ordenado es más bien un fenómeno que se va dando progresivamente
en la historia para reconfigurar el pensamiento que pasó de religioso a secular en torno al
sistema de estado. Esto significa que no es un orden racional y lógico sino que más bien tiene
bastantes elementos comunes con las religiones.

La anterior idea se entiende desde ciertas paradojas encontradas internamente en algunos puntos
que definen al nacionalismo, según Anderson (1993):

1) La modernidad objetiva de las naciones a la vista del historiador frente a su


antigüedad subjetiva a la vista de los nacionalistas. 2) La universalidad formal de la
nacionalidad como un concepto sociocultural -en el mundo moderno todos tienen y
deben "tener" una nacionalidad, así como tienen un sexo-, frente a la particularidad
irremediable de sus manifestaciones concretas, de modo que, por definición, la
nacionalidad "griega" es suí géneris. 3) El poder político de los nacionalismos, frente a
su pobreza y aun incoherencia filosófica. (Anderson, 1993: 22)

El punto 1 señala una característica importante del nacionalismo en cuanto a la temporalidad:


la nación se ve como algo continuo, proyectado casi indefinidamente en el pasado y en el futuro,
el punto 2 señala un efecto de expansión universal de la idea de nación, es decir, la idea de
nación además de espacialmente extendida globalmente tiene un gran arraigo cultural en
muchas personas y colectivos a pesar de sus características propias, que ahora se ven como
formadoras de una nación a la que, políticamente, le sería deseable su correspondiente estado y
el tercer punto resalta el carácter no racional de este sistema cultural empero de su gran
importancia legitimante del sistema político. Los 2 primeros elementos serán ahondados en el
siguiente punto desde un punto de vista más histórico.

El origen y la expansión del sistema de nación.

A partir del proceso filosófico de ilustración en Europa se secularizan casi todos los aspectos
de la vida pública y privada de las personas que antes encontraban en la religión el alivio
generado por la idea de trascendencia y de temporalidad: la idea del paraíso cristiano. Pero no
solo se ve perturbado por el cambio en la cosmovisión general el aspecto de la temporalidad
sino una gran cantidad de aspectos y de elementos que legitimaban el régimen feudal y los
consecuentes modos de vida con sus jerarquizaciones y signos de lo sagrado, por ejemplo, en
el plano de los íconos; cuando alguien era ordenado caballero en la época medieval este
adoptaba un emblema propio, en cambio en el estado moderno la idea de nación hace que los
que participan en un ejército (ahora regular) lleven y aprendan los símbolos que representan a
la nación, como creando el deber de llevar un escudo y de aprenderse un himno.
Lo anterior origina el cambio del origen de la comunidad imaginada, que antes encontraba sus
rasgos comunes en la religiosidad y, más específicamente, en sus expresiones escritas por textos
sagrados, en el caso de Europa, la identidad de la lengua civilizada: el latín, esto se puede
evidenciar en el hecho de que la aprehensión directa o, comúnmente, indirecta de esta lengua
causaba la salida a la condición de barbarie.

Este anterior sistema se rompe por varias razones; la primera es que poco a poco se empiezan
a identificar ciertas identidades locales que engendran una versión anterior de nación por lo
cual poseían ya cierta identidad construida sobre su propia cultura y, sobre todo, su propia
lengua vernácula, lo que lleva a la segunda razón que es la progresiva obsolescencia del latín
tanto como idioma que conecta lo sagrado con lo profano como el hecho de ser el idioma
predilecto para la escritura académica, para el siglo XVII ya se escribía muy a menudo en lengua
vernácula.

La ruptura del sistema cultural religioso y de escritura conlleva a su remplazo por la identidad
nacional, que ahora es la que completa el vacío dejado por la idea de trascendencia a la vida
eterna con la idea del sostenimiento inmemorable e indefinido de la nación:

“La idea de un organismo sociológico que se mueve periódicamente a través del tiempo
homogéneo, vacío, es un ejemplo preciso de la idea de la nación, que se concibe también
como una comunidad sólida que avanza sostenidamente de un lado a otro de la historia”
(Anderson, 1993: 48)

Después y durante del proceso de consolidación de estos imaginarios en Europa se da el


fenómeno de la mundialización de esta idea, o más bien, política y administrativamente se dio
el proceso de colonización, que fue muy diferente en los distintos tiempos y lugares en los que
se dio, pero que conllevó la imposición de este sistema cultural, en principio mientras se
encontraba en su propia transición. En América Latina fueron los indígenas de una infinidad de
grupos y etnias quienes se vieron sometidos a la imposición cultural europea ibérica a partir del
proceso de conquista y de colonización, donde finalmente se consolidan los imaginarios
europeos a partir la alteridad de los mismos, con la característica especial de una perdida casi
total de gran parte de las culturas existentes a partir de una imposición violenta:

En América Latina, la represión cultural y la colonización del imaginario, fueron


acompañadas de un masivo y gigantesco exterminio de los indígenas, principalmente
por su uso como mano de obra desechable, además de la violencia de la conquista y de
las enfermedades. La escala de ese exterminio (si se considera que entre el área azteca-
maya-caribe y el área tawantinsuyana fueron exterminados alrededor de 35 millones de
habitantes, en un periodo menor de 50 años) fue tan vasta que implicó no solamente una
gran catástrofe demográfica, sino la destrucción de la sociedad y de la cultura. (Quijano,
1992: 13)

Esta imposición violenta sumada al largo proceso histórico crea un nuevo imaginario en las
etnias ahora fragmentadas y mezcladas social y genéticamente con las españolas de inferioridad
a partir de una imagen mistificada que glorifica el ideal cambiante de europeo antes fuertemente
católico y posteriormente moderno pero siempre hombre y blanco y pone esta imagen como
ideal que termina creando la idea de que adaptarse a este es un requerimiento para el ascenso
social hacia una posición de privilegio que antes no existía de esta manera.

Paradojas sociales y ontológicas en el proceso de colonización.

De la mano con lo anteriormente dicho surgen ciertas paradojas entre los imaginarios de
múltiples pueblos indígenas, su cosmovisión y construcción del sujeto a partir de

“una sistemática represión no sólo de especificas creencias, ideas, imágenes, símbolos


o conocimientos que no sirvieran para la dominación colonial global. La represión
recayó, ante todo, sobre los modos de conocer, de producir conocimiento, de producir
perspectivas, imágenes y sistemas de imágenes, símbolos, modos de significación; sobre
los recursos, patrones e instrumentos de expresión formalizada y objetivada, intelectual
o visual.” (Quijano, 1992: 11)

Lo anterior en el proceso de identidad nacional presenta un problema y es el hecho de que el


indígena no tenía tal idea de identidad a partir de la definición de un territorio limitado y mucho
menos la idea de cohesión cultural a partir del lenguaje (por ejemplo, hubo una gran cantidad
de pueblos chibchas en el norte de Suramérica que tenían muy poco en común entre sí y que
solo se relacionaban esporádicamente), todo esto creado a partir de una diferencia ontológica
evidente en la gran distancia que hay entre la idea monoteísta de continuidad en el paraíso que
después creo los imaginarios nacionales como alternativa secular y la gran cantidad de
pensamientos religiosos indígenas que más bien estaban ligados al panteísmo o a una forma
panteísta-politeísta de creencia que no buscaba, como si lo hacían los anteriores sistemas
mencionados europeos, la continuidad, sino que más bien existía una continuidad per se con la
tierra o el universo (physis).

Conclusión

Hay ciertos elementos como la antigüedad subjetiva, la universalidad imaginada y la


importancia política a pesar de una incoherencia filosófica de la idea de nación que señalan que
el nacionalismo es más que un sistema político un sistema cultural que se crea a partir de la
ruptura con la idea de una comunidad imaginada religiosa que usa el latín como lengua divina
e intelectual. Esta idea por ciertos procesos históricos se expande y se impone sobre las lógicas
de otras etnias y otros sistemas culturales a partir de, especialmente en el caso latinoamericano,
una imposición violenta que al consolidar la primacía de lo europeo crea un nuevo imaginario
colonial de dominación y causa la erradicación completa de varias culturas, pueblos y etnias.

Bibliografía

- Anderson, Benedict (1993). Capítulos 1, 2, 3. Comunidades imaginadas. Reflexiones


sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica,
pp. 11-101.
- Quijano, Aníbal (1992). Colonialidad y Modernidad/Racionalidad. En: Bonilla
Heraclio (compilador), Los Conquistados. 1492 y la población indígena de las
américas. Bogotá: Tercer mundo editores.
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