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http://www.escolme.edu.co/almacenamiento/oei/tecnicos/historia_geografia/contenido_u1.

pdf

http://contenidosparaaprender.mineducacion.gov.co/G_8/L/SM/SM_L_G08_U04_L03.pdf
http://eduplan.educando.edu.do/uploads/documentos/propuesta/_1_/1444407178.pdf

http://www.biblioteca.org.ar/libros/156074.pdf

Junto a ese mundo descubierto por Colón, también estaba el mundo del
pensamiento, de la cultura, del genio español que creaba un nuevo tipo de cultura y
llegaba a su máximo esplendor literario con diversas manifestaciones en lírica,
novela, teatro, historia y filosofía. Tras el descubrimiento, vinieron los grandes
navegantes, los conquistadores y los misioneros. Entre ellos los había eruditos,
humanistas, científicos, filólogos y etnólogos pero también, los había de baja
condición.

La conquista española y portuguesa al ser una empresa de alcances heroicos,


inspiró como consecuencia, una literatura igualmente heroica. De la misma manera,
la historia del descubrimiento y conquista fue plasmada por escrito por los
partícipes en los hechos narrados o en otros casos, por los mismos protagonistas;
todo esto contribuyó a dotar a la historia de América, de un realismo y un colorido
propios que hacen de los cronistas de Indias uno de los momentos más
interesantes de nuestra historia y en general de nuestra cultura.

La "intención literaria" del cronista nace de la expresión del asombro y de la


curiosidad: lo real maravilloso, la exuberancia y la magnificencia de América se
arraigan con sorpresa e ingenua admiración y a la vez de codicia en el espíritu de
los cronistas y lo plasman por escrito en cartas, en relaciones o en crónicas. Los
conquistadores-escritores por ser hombres de acción, no eran en sentido estricto,
contemplativos ni creadores de belleza literaria, lo que les interesaba
primordialmente era al hombre que debían o querían evangelizar y civilizar;
proteger, explotar o esclavizar. Ese carácter aventurero es lo que originaba y los
hacía "inesperados escritores", incluso a insignificantes soldados casi analfabetos
que relataban pormenorizadamente hechos, acontecimientos, adornándolos de
incidentes como en el género narrativo. Existían otras personas con intereses muy
diferentes a la aventura, como eran los integrantes de las comunidades religiosas y
los humanistas, que en su mayoría tenían un elevado bagaje de cultura, de
erudición y de estilo.

En efecto, las crónicas en primera instancia obedecen o están motivadas por ese
impulso del hombre a relatar y conservar los propios hechos junto a la noticia de lo
visto y lo oído y a investigar, completar y dar a conocer la historia de las culturas
aborígenes, máxime cuando el interés del conquistador o del misionero estaba
centrado en las maravillas y bienes (materiales o espirituales respectivamente) que
le podía proporcionar el Nuevo (¿Viejo?) Mundo. El contraste físico y social entre los
dos modos de vida: del europeo y del indígena y las dramáticas aventuras de
conquista, impresionaron la sensibilidad del conquistador, motivándolo a narrar el
maravilloso espectáculo que se ofrecía a su experiencia.

La segunda instancia que interviene en la motivación de la crónica, comprende


dos tipos de tensión: a) la problemática política, económica, social y religiosa
originada por las tensiones manifestadas entre indígenas y conquistadores, entre
conquistadores y las instituciones europeas de Estado e Iglesia y b)la problemática
de las relaciones entre indígenas y misioneros, entre conquistadores y misioneros y
entre estos dos últimos con las instituciones europeas.
Las comunidades religiosas, en especial la de los Padres Dominicos, fueron las que
más defendieron al indígena en su proceso evangelizador no solamente ante el
conquistador sino ante la corte española[1].

Es precisamente junto al aparato jurídico-económico de la península ibérica en el


contexto de la primera mitad del siglo XVI, cuando determinadas manifestaciones
culturales comienzan a desarrollarse, donde se destacan por un lado, la generación
de escritores españoles como son los cronistas y humanistas que vivían en
diferentes localidades del nuevo mundo; por ejemplo, Juan de Castellanos que
vivió entre nosotros y redactó sus Elegías de varones ilustres de Indias. Por
otro lado, están los escritores criollos que viajan a España atraídos quizás por el
boato de la metrópoli, por circunstancias diversas o por razones particulares; es el
caso de Juan Rodríguez Freyle cuando expresa: "Yo en mi mocedad, pasé de
este reino a los de Castilla, adonde estuve seis años... ...con deseo de seguir en
ella el principio de mis nominativos". En efecto, los cronistas al ver con alborozo
sorpresivo los nuevos aspectos que a su vista se ofrecían, tienen que convertirse en
geógrafos, historiadores y etnógrafos.

Según Moreno-Durán, el incipiente desarrollo de una literatura en sentido estricto,


obedeció entre muchas otras razones a dos circunstancias: a) a las disposiciones
legales de Carlos V que prohibía la redacción, publicación y circulación de obras de
imaginación pura. El Consejo de Indias quedó encargado de censurar toda obra que
llegara a sus manos[2] b) a la precaria (y casi inexistente) actividad editorial en
América[3]. Otro hecho de mencionar, es la prohibición de la imprenta
según Camilo Torres. Sin embargo, hubo violaciones a estas disposiciones
legales pero en círculos muy minoritarios sin mayor trascendencia, dejando espacio
propicio para que se cumpliera lo reglamentado por la corona española:

No obstante estas aisladas violaciones, las disposiciones de la censura


cumplieron su cometido en su mayor parte y el aislamiento cultural que sufrió
América en estos primeros años fue casi total, al extremo de que el ejercicio
literario por excelencia lo constituyó la crónica, este sobrio “genero (...) que,
aparte los desvaríos de ciertos frailes, dejó testimonio fidedignos y
objetivos[4].
Con todo, la crónica colonial es una fuente básica no solamente para la investigación
histórica y filosófica, sino también literaria. Es una base documental de una gran
cantidad de riqueza informativa. No se debe ver meramente como un relato
descriptivo porque en sí misma posee toda una intención histórica que refleja
concepciones, valoraciones y explicaciones, tratando de captar la realidad a la que
se enfrentaba. Tal como ya hemos afirmado, los conquistadores, soldados y
misioneros, se preocuparon por comunicar a la posteridad o a las autoridades
españolas los más importantes acontecimientos de las luchas de conquista. Jorge
Orlando Melo, afirma al respecto:

Tal vez la misma falta de rigurosa preparación científica y de cristalización de


una forma aceptada de escribir historia (y literatura) les permitió interesarse
por las costumbres de las sociedades indígenas, la vida cotidiana de las
poblaciones coloniales, los actos administrativos vinculados a la vida
económica y social, el desarrollo de las primeras instituciones culturales,
etc.[5]

La clasificación de las crónicas se puede establecer en: diarios de navegación y


cartas de relación escritos por los mismos descubridores, por ejemplo Cristóbal
Colón y Américo Vespucio; narraciones de los cronistas oficiales, cargo creado
por la corona española en 1571, como es el caso de Fray Antonio de
Guevara (1526) y Gonzalo Fernández de Oviedo[6], con Historias de la
evangelización del Nuevo Mundo. Por ejemplo, Fray Bartolomé de Las Casas;
las crónicas compuestas por indios o mestizos, está el caso del renombrado Inca
Garcilaso de la Vega; y por último, las historias particulares no ya de los
indígenas en general, sino de territorios determinados, como por ejemplo el
del Nuevo Reino de Granada.

La crónica específica sobre el Nuevo Reino de Granada tiene su origen y pleno


desarrollo durante los siglos XVI y XVII. Los cronistas se presentan como los
auxiliares de los historiadores con unos fines muy bien definidos; la investigación,
en el sentido de contar hechos históricos. Este tipo de crónicas presenta dos
etapas: La primera de ellas se caracteriza por el vivo deseo de los cronistas,
participantes o no en los hechos de la época, de sacar del olvido en que caían los
sucesos del Nuevo Mundo y así dejar memoria de ellos a la posteridad. Las crónicas
más importantes que corresponden a esta etapa son: Juan de
Castellanos, Elegías de varones ilustres de Indias, (Bogotá, 1955); Fray
Pedro de Aguado, Recopilación historial, (Bogotá, 1956, 1957); Fray Pedro
Simón, Noticias historiales de las conquistas de tierra firme, (Bogotá, 1882,
1892; 1953).

La segunda etapa de las crónicas presenta un cambio notorio en cuanto que:

Lo que ahora comienza a entregarse a la percepción son los episodios de una


cotidianidad de grávidas conmociones; la época de las “Grandes hazañas” y
de los candentes problemas del asentamiento habían transcurrido y la crónica
entonces empieza a nutrirse del recuerdo glorioso de aquel pasado (...), y de
aquello que de alguna manera se presenta ahora como la historicidad: los
habituales sucesos administrativos de gobernantes civiles y religiosos (...), y
los curiosos episodios del anecdotario provincial y conventual[7].

El ejemplo más importante de esta etapa son las crónicas escritas por Lucas
Fernández de Piedrahita, Historia general de las conquistas del Nuevo
Reino de Granada, (Bogotá, 1881; Bogotá, 1942); Juan Flórez de
Ocariz, Genealogías del Nuevo Reino de Granada, (Bogotá, 1943), Fray
Alonso de Zamora, Historia de la Provincia de San Antonino del Nuevo
Reino de Granada, (Bogotá, 1945); Juan Rodríguez Freyle, El
Carnero, (Bogotá, s.f.).

Ahora bien, la crónica no es un relato neutro; en sí misma es un ordenamiento de


los hechos en un "discurso" cuyo texto contiene ideas y concepciones mediante las
cuales los cronistas observan, captan, ordenan y describen literariamente o no, los
sucesos y concepciones que de alguna manera cumplen una función en el contexto
de la problemática de su época.

artolomé de Las Casas no es el malo de la película, aunque tampoco es


el bueno. Para defender una causa justa se valió de datos falsos o poco
precisos, que más tarde empleó la propaganda extranjera con el
propósito de levantar la Leyenda Negra contra España. En verdad,
algunos conquistadores aprovecharon las encomiendas para abusar de
los indígenas en contra de las recomendaciones de la Corona
española, pero las cifras fueron exageradas adrede para que la voz de
los críticos fuera escuchada. ¿20 millones de muertos causados por la
violencia y abusos de los conquistadores? Los extranjeros dieron por
buena esa cifra hasta que los propios enciclopedistas franceses
cuestionaron su verosimilitud. El daño, no obstante, ya estaba hecho.
Nacido en Sevilla a finales del siglo XV, Fray Bartolomé de Las
Casas era hijo de uno de los hombres que acompañó a Cristóbal
Colónen uno de sus viajes y, él mismo, viajó en 1502 al Nuevo Mundo.
Durante esta primera estancia en América, el sevillano se convirtió en
encomendero, que era una forma de esclavitud encubierta.
Encomiendas, una esclavitud silenciosa
Esta institución sirvió para canalizar la ambición de los
conquistadores de un sistema feudal en América, ante la incapacidad
de las fuerzas reales de hacer valer su autoridad. Como explica el libro
«La empresa de América: los hombres que conquistaron
imperios y gestaron naciones» (EDAF), el proceso consistía en
«encomendar» a un grupo de indígenas a un conquistador, un
encomendero, como si se tratara de un vasallaje pero sin cesión de
tierras.
Todo indígena varón entre los 18 y 50 años de edad era considerado
tributario, lo que significaba que estaba obligado a pagar un tributo al
Rey en su condición de «vasallo libre» de la Corona castellana o, en su
defecto, al encomendero que ejercía este derecho en nombre del
Monarca. Las encomiendas, no en vano, eran una cesión de los Reyes
Católicos a cambio de que los conquistadores corrieran con los gastos
de la evangelización, pues debían pagar, entre otros costes, el
hospedaje del cura doctrinero.
En 1510, Bartomomé de Las Casas se ordenó como sacerdote y en los
años siguientes ejerció como capellán castrense. ¿Cuándo se encendió
en su ánimo esa preocupación por los indígenas? Tradicionalmente se
emplaza sus preocupaciones a la matanza de indios en Caonao y la
tortura del cacique Hatuey, en Cuba. Sin embargo, no sería hasta
1523 cuando ingresó en la Orden Dominicana y empezó su campaña
en defensa de la población indígena y en contra de las encomiendas.
Su texto clave fue «La Brevísima relación», dedicada al Príncipe
Felipe con la intención de que el futuro Rey de España conociera las
injusticias que cometían los españoles en América.
Guillermo de Orange ataca a España
El libro iba dedicado al Príncipe Felipe, pero quien más rédito le
sacó a largo plazo fue Guillermo de Orange, el hombre que
encabezaba en los Países Bajos la rebelión contra el Imperio español.
Orange buscaba la forma de debilitar a España a través de la
propaganda y se valió de las exageradas cifras del dominico para
criticar la conquista de América y pintar a los españoles como
esclavistas crueles. Coincidiendo con las negociaciones entre el nuevo
gobernador de los Países Bajos, Alejandro Farnesio, y los líderes de las
provincias de Flandes más católicas para volver a obedecer al Rey
español, lo que vendría a llamarse la Unión de Arras, apareció
en Amberes la primera edición francesa de la Brevísima.
El protestante flamenco que tradujo el texto le dio un título largo pero
muy intencionado: «Tyrannies et cruautés des Espagnols perpétrées
ès Indes occidentales, qu'on dit le Nouveau Monde, brièvement
décrites par l'évêque don frère Barthélemy de Las Casas ou Casaus, de
l'ordre de saint Dominique, traduites par Jacques de Migrode pour
servir d'exemple et d'avertissement XVII provinces du pays». La
estrategia de Orange pasaba por advertir a los católicos de que
entenderse con los españoles era hacerlo con opresores de naciones,
como así lo habían demostrado en las Indias, que no tardarían en
hacer lo mismo en los Países Bajos.

Las traducciones de la Brevísima se multiplicaron en Europa y


alcanzaron un número superior a las 62 ediciones. Y por si quedaba
alguna duda en el título sobre la maldad de los hispánicos, el
traductor sustituyó todas las menciones a los cristianos por la palabra
españoles, lo cual tergiversa completamente el texto original del fraile.
Como apunta el hispanista Josep Pérez en su libro «La leyenda
negra» (Gadir), la intención de Bartolomé de Las Casas era «mostrar
la contradicción entre el fin, la evangelización de los indios, y los
medios utilizados: la guerra, la esclavitud, el trabajo forzoso, los malos
tratos; porque así no se comportaban los cristianos sino los
mahometanos. El que fueran españoles era secundario». Es decir, que
la crítica no estaba enfocada contra los españoles, sino contra los
malos cristianos.
Pero más allá de este uso propagandístico, el trabajo de Las Casas
buscaba acabar con los abusos y se engloba dentro de la mala fama
que arrastraban los conquistadores, incluso a ojos de la Corona. La
orden de los dominicos, la mayoría de teólogos y los profesores más
eminentes, entre ellos Francisco de Vitoria, cargaban sin descanso
contra la actuación de algunos conquistadores, a los que retrataban
como gente violenta, grosera y carente de perspectiva. El fraile
español fue muy influyente en la corte castellana y consiguió
materializar sus protestas en 1542, con las Nuevas Leyes para el
Tratamiento y Preservación de los Indios, que acabaron de
golpe con la indefinición legal reinante en América.
Estas leyes consideraban a los reinos de Indias en los mismos
términos que a otros tantos dentro del Imperio español –como podía
ser Aragón, Navarra, Sicilia, etc– y clasificaba definitivamente a los
indios como súbditos de pleno derecho de la Corona, lo que impedía
que fueran esclavizados bajo ningún supuesto. Concretamente,el
artículo 35 prohibía directamente las encomiendas y el artículo 31
ordenaba que los indios sometidos a encomiendas. Pero, ya se sabe,
del trecho al hecho hay mucho trecho.
Los franceses del siglo XVIII cuestionan las cifras
Otras muchas leyes para atajar los abusos se sucedieron desde Madrid
–al igual que las revueltas por parte de los encomendadores– y
causaron la indignación de un Rey, Felipe II, acostumbrado a que
sus órdenes se cumplieran al milímetro, pero que veía en la
distancia con América una barrera insalvable: «Yo he sido informado
que los delitos que los españoles cometen contra los indios no se
castigan con el rigor que se hacen los de unos españoles contra otros
(...) os mando por ello que de aquí en adelante castiguéis con mayor
rigor a los españoles que injuriaren, ofendieren o maltrataren a los
indios, que si los mismos delitos se cometieses contra los españoles».
Las buenas intenciones de Las Casas y su éxito político solaparon algo
evidente: sus cifras no se sostenían, y así lo denunciaron un puñado
de autores españoles con escasa repercusión. En el extranjero la
Leyenda Negra dio por ciertas las palabras del fraile y hasta el siglo
XVIII no se empezaron a poner en cuestión. En «El Ensayo sobre
las costumbres» (1756), Voltaire reconoció que Las Casas exageró
de forma premeditada el número de muertos e idealizó a los indios
para llamar la atención sobre lo que consideraba una injusticia.
«Sabido es que la voluntad de Isabel, de Fernando, del cardenal
Cisneros, de Carlos V, fue constantemente la de tratar con
consideración a los indios», expuso en 1777 el escritor francés Jean-
François Marmontel en una obra, «Les Incas», que por lo demás
está llena de reproches hacia la actitud de los conquistadores. Así y
todo, la Revolución francesa y la emancipación de las colonias en
América elevaron a de Las Casas a la categoría de benefactor de la
Humanidad e hicieron olvidar otra vez los trabajos de Voltaire.
Asimismo, la emancipación de las colonias disparó la publicación de
ejemplares de «la Brevísima».
En su libro «Imperiofobia y Leyenda Negra» (Siruela), Elvira Roca
Barea cuestiona directamente que de Las Casas conociera lo
suficiente América para escribir algo así, pues ni se preocupó por
conocer a los indios ni su idioma. «Su estancia más duradera fue
cuando le nombraron obispo de Chiapas (1544-1550), pero sólo estuvo
allí unos meses y en ese tiempo, como cuentan sus
contemporáneos». La mayor parte de su vida restante la pasó
en la Corte defendiendo sus textos.
En este sentido, María Elvira Roca Barea sostiene que «su mera
lectura es suficiente para desacreditar [la Brevísima relación] como
documento fidedigno y no hace falta desarrollar ningún tipo de
razonamiento. Produce estupor y lástima a partes iguales. Nadie con
un poco de serenidad intelectual o sentido común defiende una causa,
por noble que sea, como lo hizo el dominico».

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