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SESIÓN 1: INTRODUCCIÓN A LOS PARTIDOS POLÍTICOS

Montero, Jose y Gunther, Richard. (2007). “Introducción” y “La reconceptualización de los


partidos” en: Montero, Ramón; et al. Partidos políticos: viejos conceptos y nuevos retos. Editorial
Trotta. Páginas 15-46.
Capítulo 1

INTRODUCCIÓN:
LOS ESTUDIOS SOBRE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

J o s é R a m ó n M o n t e r o y R i c h a r d G u nt h er

Es probable que muchas personas interesadas por la política en general


alberguen sentimientos encontrados ante la aparición de un libro como
éste, dedicado a los partidos políticos. Si fueran además expertos en te­
mas políticos, dirían que la bibliografía existente sobre partidos es ya
suficiente, por lo que poco más podría aprenderse de un estudio adicional
cuando se llevan decenas de años realizando investigaciones académicas
sobre ellos. Es posible, de otra parte, que muchos ciudadanos tampoco
consideren necesarios nuevos trabajos sobre los partidos, dado que a su
juicio estarían convirtiéndose en actores crecientemente irrelevantes, co­
sechando fracasos en sus respuestas a los problemas políticos y siendo
reemplazados con mayor eficacia por movimientos sociales organizados
informalmente, por el contacto directo entre los políticos y los electores
a través de los medios de comunicación o de Internet, o por el recurso a
los mecanismos de la democracia directa. Para ellos, los partidos estarían
inmersos en un proceso inexorable de declive. Finalmente, otras personas,
especialistas también en cuestiones de teoría democrática, podrían con­
cluir que no se ha avanzado mucho en la tarea de desarrollar una teoría
rigurosa y convincente sobre los partidos, y que cualquier esfuerzo que
siga alguna de las vías existentes está condenado al fracaso. Una afirma­
ción de este tipo resultará especialmente atrayente para los investigadores
que hayan adoptado aproximaciones analíticas que concedan poco valor
al estudio de organizaciones complejas o de las instituciones políticas y
que estimen que el estudio de los partidos es irrelevante para el desarrollo
de una teoría política de alcance universal.
En contra de estas afirmaciones, los autores de este libro creemos
que una nueva mirada a los partidos políticos resulta más pertinente que
nunca. Hay varias razones para ello. Para empezar, argumentaremos que
los partidos están afrontando, a principios del nuevo siglo, una serie de
problemas y dificultades que no han sido previstos ni adecuadamente tra­

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JOSÉ R A M ÓN M O N T E R O Y R I C H A R D G U N T H E R

tados por la literatura sobre los partidos. En buena medida, esta literatura
aborda todavía un tipo de partidos que está más cerca de los que emergie­
ron a finales del siglo XI X o a principios del X X que de los que existen en
la actualidad. Dadas las enormes transformaciones sociales e innovaciones
tecnológicas ocurridas en las últimas décadas, los partidos están ahora
funcionando en sistemas políticos muy distintos de los del pasado siglo,
y muchos de aquéllos han logrado adaptarse a las nuevas condiciones de
la competición política. Aunque reconozcamos la debilidad de los esfuer­
zos teóricos sobre los partidos políticos, estamos convencidos de que su
extraordinaria importancia en todos los sistemas democráticos, en com­
binación con las dificultades surgidas tras los cambios sociales, políticos,
económicos y tecnológicos de las últimas décadas, ha planteado nuevas
cuestiones sobre los partidos que exigen un tratamiento analítico y em­
pírico más adecuado del que han recibido hasta ahora. De ahí que en las
páginas siguientes intentemos desarrollar algunas propuestas teóricas, de
las denominadas de rango medio , a partir de una revisión de las concepcio­
nes tradicionales de los partidos, sus estructuras organizativas y sus prin­
cipales funciones políticas. Realizaremos también una evaluación crítica
de las tipologías y de los modelos partidistas habituales, especialmente en
lo que hace a su capacidad para incorporar los desarrollos recientes y los
nuevos problemas que están afectando a los partidos desde hace al menos
dos décadas. Tanto los capítulos teóricos como los empíricos contenidos
en este libro abordarán ambos objetivos. En este capítulo introductorio
queremos discutir las afirmaciones críticas con las que se abría. Y lo ce­
rraremos con un breve sumario de las contribuciones que cada uno de los
capítulos hace a la literatura sobre los partidos políticos. Nos centraremos
fundamentalmente en los conceptos básicos que han guiado las investi­
gaciones empíricas sobre los partidos, sus estructuras organizativas y sus
problemáticas y cambiantes relaciones con los ciudadanos en los sistemas
políticos democráticos.

LA CRECIENTE BIBLIOGRAFÍA SOBRE LOS PARTIDOS

Debemos comenzar concediendo al primer grupo hipotético de escépti­


cos que no existe ciertamente una escasez de libros y artículos sobre los
partidos. Como han señalado Str 0 m y Müller (1999: 5 ), «la bibliografía
académica que examina los partidos políticos es enorme». De hecho,
los partidos fueron de los primeros objetos de análisis presentes en el
mismo nacimiento de la Ciencia Política moderna, como ejemplifican los
trabajos clásicos de Ostrogorski (1964 [1902]), Michels (1962 [1911]) y
Weber (1968 [1922]). En los siguientes años se publicaron varios libros
extremadamente importantes (como, por ejemplo, los de Merriam 1922,
Schattschneider 1942, Key 1949), pero fue realmente en los años cincuen­
ta, sesenta y setenta cuando los estudios sobre los partidos se convirtieron

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I N T R O D U C C I Ó N : LOS E S T U D I O S S OB RE LOS P A R T I D O S P O L Í T I C O S

en un auténtico subcampo de la Ciencia Política. Trabajos como los de


Duverger (1954), Ranney (1954), Neumann (1956), Eldersveld (1964),
Sorauf (1964), LaPalombara y Weiner (1966, que incluía la contribución
seminal de Kirchheimer), Epstein (1967), Lipset y Rokkan (1967) y Sar-
tori (1976) establecieron las bases conceptuales y empíricas de inconta­
bles estudios de política comparada. En términos del número absoluto
de publicaciones, el crecimiento de este subcampo ha sido espectacular.
Desde 1945 se han publicado aproximadamente 11.500 libros, artículos y
monografías sobre los partidos y los sistemas de partidos sólo en Europa
occidental (Bartolini, Caramani y Hug 1998)1. ¿No es suficiente?
Nosotros creemos que no. En sentido opuesto a la afirmación de que
«la edad de oro de la bibliografía sobre partidos puede ya haber pasado»
(Caramani y Hug 1998: 520), estamos convencidos de que es más impor­
tante que nunca estudiar los partidos y los papeles que desempeñan en
las democracias modernas. Para empezar, los partidos han estado siempre
entre el puñado de instituciones cuyas actividades son absolutamente
esenciales para el funcionamiento apropiado de la democracia represen­
tativa. Dada la centralidad y la misión fundamental de los partidos, no es
sorprendente que los analistas de la democracia hayan reconocido, desde
los mismos comienzos de la Ciencia Política moderna, la importancia de
supervisar constantemente su evolución y sus rendimientos. Bryce (1921:
119), por ejemplo, ha argumentado que «los partidos son inevitables: no
ha existido ningún país libre sin ellos; y nadie ha mostrado cómo podría
funcionar el gobierno representativo sin ellos». A comienzos de la década
de los cuarenta, Schattschneider (1942: 1) resumió sucintamente su im­
portancia al afirmar que «la democracia moderna es impensable salvo en
términos de los partidos políticos». Algunas décadas más tarde, otros auto­
res emplearon palabras similares para ilustrar el papel central desempeña­
do por los partidos. Como los ha descrito Stokes (1999: 245), los partidos
son «endémicos a la democracia, una parte inevitable de la democracia».
En Estados Unidos, los expertos han juzgado tradicionalmente que «los
partidos se encuentran en el corazón de la política americana» (Aldrich
1995: 3). Sin quedarse atrás, los especialistas en Europa occidental han
sostenido que «las democracias europeas no son sólo democracias parla­
mentarias, sino también democracias de partidos» (Müller 2000a: 309).
Lógicamente, los restantes capítulos de este libro reconocen también la
importancia de los partidos y contienen discusiones esclarecedoras sobre
los papeles desempeñados por ellos en numerosas dimensiones de la vida
política democrática.

1. De estas publicaciones, alrededor de la mitad ha aparecido en revistas, una cuarta parte


en libros, y las demás en volúmenes editados; véase Caramani y Hug (1998: 512); para dos bases
de datos diferentes y más limitadas, véanse Norris (1997) y Karvonen y Ryssevik (2001). Esos
trabajos han aparecido en un buen número de países, entre los que España es uno de los que registra
un menor número de publicaciones sobre partidos políticos.

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Después de varios años en los que el interés académico por los parti­
dos parecía haber decaído, ha habido recientemente una notable revita-
lización de este subcampo de estudio. La aparición en 1995 de la revista
Party Politics — dedicada explícitamente al examen sistemático de los
partidos y de los sistemas de partidos desde una variedad de perspecti­
vas— ha estado acompañada por una expansión sustancial de estudios
comparativos sobre los partidos, culminada hace poco por la aparición
de un Handbook o f Party Politics (Katz y Crotty 2 0 0 6 )2. En conjunto,
este nuevo despertar del interés por los partidos ha sido tan considerable
como para convertir el declive temporal de este subcampo de estudio tras
su «edad de oro» en una curiosa anomalía3. Como ha señalado Peter M air
(1597: vii), «hace poco más de una década, los estudiosos de los partidos
políticos eran acusados frecuentemente de estar dedicados a una rama de
la disciplina un tanto pasada de moda; hoy éste es un campo prometedor
que rebosa salud». Como este libro atestigua, también nosotros creemos
que las teorías sobre los partidos y sus actividades en distintos sistemas
políticos deben continuar ocupando un lugar prominente en la agenda' de
investigación de la Ciencia Política.

EL DECLIVE DE LOS PARTIDOS

Paradójicamente, la revitalización del interés académico por los partidos


ha coincidido con frecuentes afirmaciones de que los partidos han entra­
do en un proceso irreversible de declive. Si la hipótesis del «declive de
los partidos» se confirmase en la mayoría de los sistemas democráticos
contemporáneos, podríamos ciertamente concluir que la aparición de
nuevos estudios sobre los partidos sería irrelevante. Pero sostenemos que
justamente lo contrario es cierto. Más que asumir que un presunto declive
de los partidos debe implicar una reducción de la literatura científica sobre
ellos, pensamos que la aparición de nuevos desafíos exige una reevalua­
ción tanto de los partidos como de algunos aspectos de la bibliografía
tradicional que se ha ocupado de su estudio. Como demuestran muchos

2. Entre los muchos libros que han aparecido recientemente en este ámbito están los de
Katz y Mair (1994); Kalyvas (1996); Scarrow (1996a); Ware (1996); Mair (1997); Boix (1998a);
Müller y Stram (1999a, 1999c); Mair, Müller y Plasser (1999, 2004); Dalton y Wattenberg
(2000a); Diamandouros y Gunther (2001); Karvonen y Kuhnle (2001); Diamond y Gunther
(2001); Luther y Müller-Rommel (2002a); Webb, Farrell y Hollyday (2002); van Biezen (2003a)
y Caramani (2004). Además, Wolinetz (1998a, 1998b) ha editado dos volúmenes muy útiles que
incluyen destacados artículos de revistas sobre partidos y sistemas de. partidos publicados desde
los años sesenta.
3. Además, a lo largo de las dos últimas décadas, el estudio de los partidos ha emergido
como un campo claramente identificable dentro de la Ciencia Política. Como consecuencia, se
han incluido capítulos dedicados específicamente a los partidos en obras que pretenden dar una
visión de conjunto sistemática de esta disciplina; véanse Epstein (1975, 1983); Crotty (1991) y
Janda (1993). Y el ya citado H an dbook editado por Katz y Crotty (2006) ratifica esta tendencia.

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capítulos incluidos en los libros sobre partidos publicados durante los


últimos diez años, estas venerables organizaciones han sido forzadas a
enfrentarse a una considerable variedad de nuevos problemas4. Pero no
está del todo claro el grado en que los partidos hayan fracasado al res­
ponder a esos desafíos y, por lo tanto, se haya iniciado un declive de su
importancia como actores institucionalizados de la política democrática.
Como han señalado Stram y Svásand (1997b: 4), «los tratados catastrofis-
tas sobre los partidos se han convertido en una industria creciente durante
las pasadas dos décadas, pero esta visión sombría de los partidos contem­
poráneos está lejos de ser autoevidente». En consecuencia, las preguntas
de investigación que surgen de estas dudas se refieren a la medida en que
los partidos han declinado verdaderamente como organizaciones, como
objetos de la lealtad de los ciudadanos, como movilizadores de votos y
como actores claves en la política democrática. Todas ellas son preguntas
empíricas cuyas repuestas no deben darse por supuestas o sobre las que
no cabe generalizar excesivamente.
Una segunda línea de investigación está centrada en los desafíos a que
se enfrentan los partidos contemporáneos, así como en sus reacciones ante
ellos. Algunos tienen su origen en cambios sociales recientes. En muchos
países, los niveles de afiliación a los partidos y a sus organizaciones afines
han caído significativamente, cuestionando así la viabilidad de las estruc­
turas institucionales basadas en la participación de los ciudadanos que
tuvieron su origen en etapas históricas anteriores. Las tendencias hacia
la secularización han debilitado el peso de los partidos confesionales, al
mismo tiempo que el crecimiento de la riqueza y la expansión de las clases
medias han reducido la base electoral potencial de los partidos ligados a la
clase obrera. La mayor participación de las mujeres en la fuerza de trabajo
ha situado nuevas demandas en las agendas políticas de los partidos y ha
creado un nuevo electorado en busca de representación. Las migraciones
internacionales masivas han llevado a muchos individuos a países que en
algunos casos han experimentado reacciones xenófobas que a su vez han
alimentado el crecimiento de nuevos tipos de partidos conservadores.
Otros desafíos a los partidos han aparecido como consecuencia de los
mayores recursos que poseen los ciudadanos. Gracias a su mayor educa­
ción y a la ausencia de privaciones económicas, han tendido a adoptar
valores posmaterialistas que han entrado en conflicto con las ideologías
tradicionales de muchos partidos y han provocado el incremento de ex­
pectativas de participación que ocasionalmente resultan mejor canalizadas
por los nuevos movimientos sociales, los grupos de interés centrados en
una única cuestión y las protestas políticas. Más y mejor informados,

4. Cf., por ejemplo, además de los capítulos de Mariano Torcal, José Ramón Montero,
Richard Gunther y Juan J . Linz incluidos en este libro, los de Stram y Svâsand 1997a; Dalton y
Wattenberg 2000a; Diamond y Gunther 2001; Luther y Mülier-Rommel (2002a); 'Webb, Farrell
y Holliday (2002); Cain, Dalton y Scarrow (2003) y Katz y Crotty (2006).

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los ciudadanos son también capaces de incrementar sus capacidades de


p articipación, de utilizar en mayor medida medios no politizados de infor­
mación independientes ÿ de desarrollar sus propias orientaciones actitudi-
nales hacia la política y los partidos al margen de la guía de asociaciones
secundarias o de «líderes de opinión». Algunas de estas tendencias han
debilitado los vínculos estructurales y psicológicos entre los partidos y los
ciudadanos, como se evidencia en los menores niveles de identificación
partidista y en el incremento de los sentimientos de insatisfacción, de
cinismo e incluso de alienación política.
Otros retos tienen sus orígenes en desarrollos tecnológicos. Los me­
dios de comunicación de masas han abierto nuevas vías para el contacto
directo entre los ciudadanos y sus líderes políticos, lo que supone que
estos últimos ya no precisan de los cauces partidistas tradicionales. La
rápida extensión del acceso a Internet ha creado redes masivas y com­
plejas de comunicaciones horizontales directas entre los ciudadanos y ha
establecido, al mismo tiempo, bases potenciales para la segmentación de
los mensajes que envían los políticos a sectores específicos y especializados
de la sociedad. El lado negativo de estos avances en las comunicaciones
es el enorme coste del establecimiento de tales redes, de los consultores
encargados de la elaboración de mensajes y de imágenes atractivas de los
políticos y, en algunos países (especialmente en Estados Unidos), de la
adquisición de espacios en la radio o en la televisión para la emisión de
publicidad política o electoral. Los espectaculares incrementos en el coste
de las campañas han obligado a los partidos a buscar grandes volúmenes
de ingresos procedentes de fuentes públicas y privadas, lo que en ocasio­
nes ha supuesto la adopción de prácticas corruptas de diverso tipo (o la
sospecha de su existencia). Por último, los procesos de descentralización
de la autoridad gubernamental hacia los niveles locales y regionales de
gobierno han generado en varios países nuevos desafíos asociados a una
competición electoral multinivel entre los ámbitos subnacionales y el na­
cional5.
Los efectos acumulados de estos retos han dado lugar en algunas
democracias occidentales a una literatura caracterizada por análisis un
tanto fatalistas de los síntomas organizativos, electorales, culturales e
institucionales del declive de los partidos (por ejemplo, Berger 1979;
O ffe 19 8 4 ; Lawson y Merkl 1988a). Para algunos investigadores, estos
desafíos son tan serios como para amenazar la propia supervivencia de los
partidos. Según han afirmado Lawson y Merkl (1988b: 3), «pudiera ser
que el partido como institución estuviera desapareciendo gradualmente,
siendo reemplazado paulatinamente por nuevas estructuras políticas más

5. Puede encontrarse una exploración sistemática de estos temas en Stram y Svásand


(1997b). A pesar de que ese libro se concentra en el caso de Noruega, sus resultados tienen impli­
caciones más amplias para los sistemas democráticos occidentales; cf. también Dalton y Wattenberg
(2000b), Bartolini y Mair (2001), Webb (2002) y Luther y Müller-Rommel (2002b).

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I N T R O D U C C I Ó N : LOS ESTU DIOS SOBRE LOS PA RTI DO S PO LÍT IC O S

adecuadas a las realidades económ icas y tecnológicas de la política del


siglo XXI».
Los partidos en las nuevas democracias han tenido que enfrentarse
a un conjunto adicional de desafíos. Con la «tercera ola» de democrati­
zación, han nacido o han sido restablecidas instituciones partidistas en
docenas de sistemas políticos en los que o bien faltaba una tradición de
estabilidad democrática o nunca habían experimentado gobiernos verda­
deramente democráticos. En esos casos, los partidos no sólo han tenido
que realizar las funciones típicas que les corresponden en las democracias
consolidadas (como el reclutamiento de candidatos, la movilización del
apoyo electoral, la estructuración de las agendas políticas y la formación
de gobiernos), sino que también han sido actores clave en el estableci­
miento y consolidación de los nuevos regímenes democráticos. Además,
ellos mismos han tenido que institucionalizarse como organizaciones par­
tidistas viables6.
Estos desafíos han sido a menudo bastante severos y han forzado a los
partidos a realizar considerables esfuerzos para adaptarse a las cambiantes
condiciones de la competición política. También han afectado a las demo­
cracias occidentales al facilitar la aparición de nuevos tipos de partidos
asociados a los nuevos movimientos sociales. Pero en ningún caso han
llevado a la desaparición de los partidos o a su reemplazo por otros tipos
de organizaciones (como los grupos de interés o los movimientos sociales)
o prácticas institucionalizadas (como las de la democracia directa). De
ahí que deba revisarse una buena parte de la literatura de tono alarmista
respecto al declive de los partidos. Como ha señalado Tarrow (1990: 253),
los estudios sobre la relación entre los partidos y los nuevos movimientos
sociales adolecen tanto de una sobreestimación de la distancia entre estos
dos conjuntos de actores, como de una infraestimación de la capacidad de
los partidos para adaptarse a las demandas de la «nueva política». Aldrich
(1995 : cap. 8) es incluso más radical en su reevaluación de esta literatura,
sugiriendo que los estudios relativos a «las tres Des» (decaimiento, declive
y descomposición de los partidos) deben reemplazarse por «las tres Erres»
(reaparición, revitalización y resurgimiento de los partidos), a la luz de
los profundos cambios en las funciones y objetivos de los partidos esta­
dounidenses contemporáneos7. En un grado aún mayor, los partidos
europeos occidentales han sido capaces de superar con éxito esos retos a

6. Estos argumentos se desarrollan más extensamente en varios libros recientes que tratan
sobre los partidos en las nuevas democracias del sur de Europa (Pridham y Lewis 1996; Morlino
1998; Ignazi e Ysmal 1998; Diamandouros y Gunther 2001; van Biezen 2003a), América Latina
(Mainwaring y Scully 1995; Cavarozzi y Abal Medina 2002; Alcántara 2004), Europa central y de 1
Este (White, Batt y Lewis 1993; Evans y Whitefield 1996; Hofferbert 1998; Hermet, Hottinger y
Seiler 1998; Kitschelt y otros 1999; Moser 2001 y Rose y Munro 2003), África (Mozaffar 2006)
y el este de Asia (Stockton 2001).
7. Para revisiones similares de los argumentos sobre el declive de los partidos realizados
por Broder (1972), Crotty (1984) y Wattenberg (1990), veánse Schlesinger (1991) y Coleman
(1996).

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J OSÉ R A M Ó N M O N T E R O Y R I C H A R D G U N T H E R

través de procesos de adaptación a lo largo de las tres pasadas décadas8.


De hecho, Kuechler y Dalton (1990: 298) han afirmado que el principal
(y desde luego inintencionado) impacto del surgimiento de los nuevos
movimientos sociales ha consistido en forzar a los partidos a adaptarse
e iniciar procesos evolutivos de cambio que además han contribuido a
garantizar la estabilidad a largo plazo del sistema político. Si ha sido así,
la literatura sobre el declive de los partidos debería reformularse sustan­
cialmente. Debería, en primer lugar, abandonar el carácter determinista
de su valoración del impacto negativo de una amplia variedad de factores
causales sobre los partidos. Y debería también, en segundo lugar, reco­
nocer la contribución de las elites partidistas a la adopción de estrategias
para responder a los desafíos externos y para mantener con éxito organi­
zaciones razonablemente cohesivas y electoralmente competitivas (véase
Rose y Mackie 1988). Hasta la fecha, la principal consecuencia ha sido
que, pese a experimentar periodos de desalineamiento electoral durante
las tres décadas pasadas, la mayoría de los indicadores disponibles sugiere
que «los partidos están vivos y activos en el proceso de gobierno» (como
los describen Dalton y Wattenberg 2000b : 273). Y en contra de las pre­
dicciones del declive de los partidos desde los años ochenta, siguen siendo
los actores más importantes en los sistemas democráticos. En palabras de
M air (1997: 90):

[...] los partidos continúan im portando. Los partidos continúan sobre­


viviendo. Los viejos partidos que existían bastante antes de que Rokkan
elaborara su argum entación sobre el congelamiento existen todavía hoy
y, a pesar de los desafíos procedentes de nuevos partidos y de nuevos m o­
vimientos sociales, la mayoría de ellos todavía permanece en posiciones
poderosas y dominantes [...]. De acuerdo con Rokkan, las alternativas
partidistas de los años sesenta eran más antiguas que la m ayoría de sus
electorados nacionales. Treinta años después, estos mismos partidos toda­
vía continúan dominando la política de masas [...]. En nuestros días, en
resumen, son incluso más antiguos.

LAS TEORÍAS SOBRE LOS PARTIDOS

Una tercera posible fuente de escepticismo respecto a la aparición de un


nuevo libro sobre partidos podría radicar en la decepción que produce el
subdesarrollo de las teorías sobre ellos y en las dudas de si podrá alguna
vez construirse un cuerpo convincente de teorías de rango medio que
sirvan para orientar la investigación futura de un modo consistente. Pese

8. Para evaluaciones críticas de la bibliografía sobre el declive de los partidos, véanse Stram
y Svásand (1997a); Reiter (1989); Beyme (1993a: cap. 2); Schmitt y Holmberg (1995); Mair
(1997: caps. 2 y 4 ,2 0 0 6 ); Dalton y Wattenberg (2000b); y el número especial de European Journal
o f Political Research (vol. 29 [3], 1996) editado por T. Poguntke y S. E. Scarrow y dedicado a «The
politics of anti-party sentiment».

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I N T R O D U C C I Ó N : LO S E S T U D I O S S OB RE LOS P A R T I D O S P O L I T I C O S

a reconocer la debilidad general de la teoría en este subcampo, creemos


que algunas de estas críticas son excesivas. Desde sus mismos inicios, la
literatura sobre partidos ha buscado elevarse por encima del nivel de la
mera descripción (Daalder 1983). A lo largo del pasado medio siglo, mu­
chos investigadores han intentado generar proposiciones teóricas sobre el
comportamiento de los partidos, han propuesto diversas tipologías para
dar sentido a la extraordinaria variedad de partidos existentes y han tra­
tado de establecer conceptos que puedan servir como piedras angulares de
propuestas teóricas de alcance medio. Como han documentado Caramani
y Hug (1998: 507), alrededor de una tercera parte de las publicaciones
relacionadas con los partidos europeos son de naturaleza teórica o ana­
lítica9. Dados el prominente papel desempeñado por los partidos en la
política democrática, el continuo impacto sobre esta bibliografía de las
contribuciones clásicas que citábamos antes y la considerable cantidad de
publicaciones que han aparecido en décadas recientes, cabría esperar que
hubiera habido cierta convergencia académica alrededor de un marco
teórico sistemático. Pero no ha sido así. Una parte sustantiva de la teo­
rización sobre los partidos ha sido poco convincente, tan inconsistente
como para no haber servido de base a la comprobación sistemática de
hipótesis o la construcción acumulativa de teoría, o tan dividida entre
tradiciones de investigación divergentes como para haber impedido la
elaboración teórica.
Esta debilidad teórica fue inicialmente señalada por Duverger (1954:
xiii). En los primeros párrafos de su clásico libro hacía un llamamiento
a romper el círculo vicioso que afligía a la literatura sobre partidos: por
un lado, una teoría general de los partidos debe estar basada en estudios
empíricos; por otro, los estudios empíricos deben estar guiados por hi­
pótesis derivadas de algún cuerpo de teoría, o al menos de un conjunto
de proposiciones teóricas comúnmente aceptado. En realidad, ninguna de
estas condiciones se cumplió, en detrimento del desarrollo de este campo
de investigación. Una generación después, Sartori (1976: x) comenzaba
su libro con una crítica al desequilibrio resultante de la continua debilidad
de la teoría sobre los partidos y de la abundancia de materiales empíricos
que no eran fácilmente comparables o acumulativos. Y en la actualidad
parece persistir una insatisfacción ampliamente extendida al respecto: los
estudios sobre los partidos han realizado pocos progresos en el desarrollo
de una teoría construida sobre análisis empíricos comparados, hipótesis
susceptibles de ser sometidas a comprobación y explicaciones válidas de
fenómenos centrales (Wolinetz 1998c: xi y xxi; Crotty 1991).

9. Otra tercera parte de esta literatura se ha dedicado al estudio de la organización de los


partidos, a su participación en el proceso electoral o a sus bases de apoyo electoral. El tercio
restante ha consistido en estudios de la ideología de los partidos, la formulación de políticas,
y sus papeles en el parlamento y en el gobierno; cf. Bartolini, Caramani y Hug (1998). Tres
evaluaciones recientes de los estudios sobre los partidos son las de van Biezen (2003 b), Hopkin
(2004) y Wolinetz (2006a).

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J OS É R A M Ó N M O N T E R O Y R I C H A R D G U N T H E R

A lo largo de las últimas décadas, ha habido algunos intentos relevan­


tes de construir teorías basándose en aproximaciones que a veces eran
complementarias y a veces rivales e incluso incompatibles. Estas diversas
aproximaciones han sido categorizadas por muchos autores como históri­
ca, estructural, de comportamiento, ideológica y funcional-sistémica (por
ejemplo, Lawson 1976: cap. 1; Ware 1996: cap. 6). Otras revisiones más
centradas en los sistemas de partidos que en los partidos perse las han cla­
sificado como genética, morfológica, competitiva e institucional (Bartolini
198 6 ; Epstein 1975). Es evidente, a partir de esta breve enumeración, que
tales esfuerzos han sido numerosos y diversos.
Entre estos intentos de construcción teórica, uno de los más signifi­
cativos tuvo lugar en medio de la gran expansión de los estudios sobre
partidos ocurrida en los años sesenta. Dado que en aquel momento el
estructural-funcionalismo era el paradigma más sugestivo en la política
comparada, no es sorprendente que muchos estudios bebieran de sus
principales premisas. Esta aproximación tuvo un impacto sustancial sobre
el estudio de los partidos, en parte porque surgió en un periodo crucial
para la institucionalización definitiva de los partidos en las democracias
occidentales y coincidió con la aparición de muchos nuevos partidos en
las efímeras democracias nacidas tras la descolonización en Africa y Asia
(Kies 1966). Bajo estas circunstancias, caracterizadas por la proliferación
de tipos muy divergentes de instituciones políticas en sociedades que se
encontraban en fases de desarrollo socioeconómico muy diferentes, la
adopción de un marco estructural-funcionalista común suponía una pro­
metedora herramienta para el estudio científico comparado de la política.
Según sus cultivadores, la teorización sobre los partidos (y otros importan­
tes fenómenos políticos) podría avanzar mediante la identificación de los
atributos y las funciones comunes desempeñados por los partidos en todos
los sistemas políticos independientemente de su diversidad institucional,
social y cultural. Para facilitar la comparación, o al menos para intentar
discernir temas comunes entre trayectorias ampliamente divergentes de
desarrollo, se afirmaba que los partidos serían los principales realizadores
de las funciones de agregación y articulación de intereses y, en menor me­
dida, de las de socialización, reclutamiento y comunicación políticas. Este
fundamento común podría servir como base para la elaboración de con­
ceptos, razonamientos deductivos y ambiciosas proposiciones teóricas10.
Por distintas razones, esta aproximación teórica se agotó. Su desapari­
ción puede ser atribuida en parte a la desconcertante y anticumulativa (y,
por lo tanto, no científica) capacidad de aparición de nuevas tendencias,
que han llevado a una sucesión de cambios de enfoques en la Ciencia Polí­
tica. Pero su extinción fue también consecuencia de los defectos inherentes

10. Entre las muchas contribuciones clásicas de este género, véanse Almond (1960); Almond
y Powell (1966: cap. 5); Holt (1967) y varios de los capítulos incluidos en LaPalombara y Weiner
(1966).

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INTRO DU C CI ÓN -, LOS E S T U D IO S SOBRE LOS PARTIDOS PO LÍT IC O S

a esa aproximación, sobre todo su carácter estático, su etnocentrismo y


la propensión de muchos de sus seguidores a subrayar el equilibrio, la
estabilidad y la funcionalidad de las instituciones por encima del con­
flicto y del cambio. Pudieron así formularse críticas más radicales por su
naturaleza tautológica, por su confusión sobre dimensiones conceptuales
básicas y por la frecuente debilidad del vínculo que se establecía entre las
proposiciones centrales de la teoría y el análisis empírico que realizaba;
esta última deficiencia era un resultado lógico de la falta de operacionali-
zación de conceptos y de la ausencia de hipótesis contrastables'1. Sea como
fuese, ese intento por establecer un marco universalista para el análisis
de la política en general, y de los partidos en particular, desapareció a
mediados de los años setenta.
Un segundo esfuerzo significativo por desarrollar una teoría univer­
salista de los partidos es la aparición, a lo largo de la pasada década, de
diversos estudios que los analizan desde la perspectiva de la elección ra­
cional. Siguiendo el clásico libro de Anthony Downs (1957), las diferentes
corrientes de la escuela de la elección racional han intentado formular
conjuntos compatibles de hipótesis altamente estilizadas y fundadas en
un grupo común de supuestos sobre los individuos, sus preferencias y sus
objetivos. En Estados Unidos, esta perspectiva ha transformado desde
mediados de los sesenta el estudio de los partidos americanos. Con ante­
rioridad, como ha señalado Aldrich (1995: cap. 1), los partidos america­
nos eran vistos como coaliciones entre diferentes grupos cuyos intereses
se agregaban alrededor de un programa atractivo para la mayoría de los
votantes, y que trataban de hacer avanzar esos intereses a través de su
presencia en el gobierno (Key 1964; Sorauf 1964). Un segundo foco de
atención anterior de la bibliografía sobre los partidos americanos adoptó
un tono más normativo al proponer la necesidad de que los partidos se
responsabilizaran mediante la oferta a los votantes de compromisos po­
líticos que realizarían cuando llegaran al gobierno o que servirían como
programas alternativos cuando estuvieran en la oposición (Ranney 1975;
Epstein 1968). El desarrollo a partir de los años setenta de diversas pro­
puestas derivadas de los trabájos de Schumpeter (1942) y Downs (1957)
sirvió de base para una nueva fase en el estudio de los partidos americanos,
dominada crecientemente por la perspectiva de la elección racional.
Esta tercera fase, basada en una analogía entre el funcionamiento de
los mercados económicos y el llamado mercado político, ha reducido los
partidos a grupos de políticos que compiten por las instituciones. Aunque
los modelos que se concentran en la competición electoral han facilitado
un crecimiento extraordinario de los estudios realizados por distintas
escuelas de la elección racional, tienen algunos problemas cuando tratan

11. Véanse Meehan (1967: cap. 3) y Flanagan y Fogelman (1967) para dos evaluaciones
críticas, y Lowi (1963), Scarrow (1967) y King (1969) para críticas específicas de los estudios
funcionalistas sobre los partidos políticos.

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J OSÉ R AM ÓN M O N T E R O Y R I C H A R D G U N T H E R

de generar una teoría de los partidos más allá del modelo extremadamente
formalizado del sistema bipartidista americano. Desde luego, la definición
de partido de Downs (1957: 25) presenta claras ventajas frente a la aproxi­
mación funcionalista al caracterizar a los partidos como orientados por
objetivos, a los políticos como actores racionales y a sus objetivos como
ordenados de acuerdo a preferencias que pueden conseguirse a través del
acceso a puestos gubernamentales. Pero esta aproximación es también
problemática en la medida en que su análisis está basado en una serie de
supuestos altamente simplificadores cuya correspondencia con la realidad
es cuestionable. Uno de éstos concibe al partido como un actor unitario
o como un «equipo» unificado. Como explicaba Downs (1 9 5 7 : 25-26),
«por equipo quiero decir una coalición cuyos miembros están de acuerdo
sobre todos sus objetivos y no sólo sobre parte de ellos. Por lo tanto,
cada miembro del equipo tiene exactamente los mismos objetivos que
cualquier otro [...]. En efecto, esta definición trata cada partido como si
fuera una única persona». También son problemáticos los supuestos sobre
las motivaciones de los políticos. Como de nuevo describe Downs (1957:
28 ), «asumimos que [los políticos] [...] actúan únicamente para conseguir
el ingreso, el prestigio y el poder que procede de estar en el gobierno
[...]. Su único objetivo es cosechar per se las recompensas del gobierno.
Consideran las políticas puramente como medios para la consecución de
sus propósitos privados, que pueden lograr únicamente siendo elegidos».
En consecuencia, «los partidos formulan políticas para ganar elecciones,
más que ganan elecciones para formular políticas». Esta caracterización
extremadamente reduccionista ignora la complejidad organizativa de los
partidos (Schlesinger 1984 y 1991), las interacciones entre los miembros
del partido, la obvia existencia de diferentes preferencias intra-partidistas
acerca de las políticas y sus a veces conflictivas posiciones sobre objetivos
y preferencias12. También concentra su atención exclusivamente sobre
la competición electoral entre partidos, que describe como competición
entre candidatos13. Los partidos han desaparecido virtualmente como ac­
tores significativos en los análisis de la escuela de la elección racional14. De

12. Por ejemplo, Gunther (1989) descubrió, a través de una extensa serie de entrevistas con
líderes de partidos españoles, que muy a menudo su comportamiento no estaba guiado por cálculos
de ventajas electorales en el corto plazo. En cambio, a veces formulaban sus estrategias y orienta­
ban su comportamiento intentando conseguir otros dos objetivos — consolidar completamente el
nuevo régimen democrático en España y establecer organizaciones partidistas duraderas— que en
numerosas ocasiones resultaron ser incompatibles con la maximización del voto en el corto plazo.
13. El proceso electoral suele entenderse como un modelo de competición basado en la per­
cepción del votante de las posiciones de los candidatos sobre cuestiones políticas (issues), estando
la decisión de voto fundamentada en la proximidad percibida entre esas posiciones sobre dichas
cuestiones; un partido, por lo tanto, sería poco más que la agregación por parte de sus candidatos
de posiciones sobre ciertas cuestiones en una elección dada (cf., por ejemplo, Davis, Hinich y
Ordeshook 1970-. 426 y 445). Para un análisis posterior de estos temas que utiliza concepciones
formalizadas de los partidos, véase Hinich y Munger (1997).
14. En el libro de texto de Shepsle y Bonchek (1997), por ejemplo, los partidos están notable­
mente ausentes de las explicaciones de las interacciones entre los actores, procesos e instituciones

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I N T R O D U C C I Ó N : LOS E S T U D I O S SOBRE LOS P A R T I D O S P O L Í T I C O S

hecho, la mayoría de los análisis de este tipo han llegado incluso a evitar
hacer referencias explícitas a los «partidos», subsumiendo el concepto
de partido bajo la rúbrica de los «candidatos». Y, cuando aparecen, esas
referencias están sujetas frecuentemente a simplificaciones adicionales que
contradicen la realidad y dan lugar a hipótesis de dudosa validez15. Como
afirma Roemer (2001: 1-2), el modelo downsiano, y muchos de aquellos
que lo han adoptado, incurre en un grave error cuando simplifica estas
dinámicas hasta el punto de eliminar la política de la competición política.
Como resultado de estos presupuestos básicos, la contribución de
la literatura de la elección racional al desarrollo de la teoría sobre los
partidos ha sido notablemente débil (con las excepciones señaladas más
abajo). Las críticas a las aplicaciones de la elección racional a la Ciencia
Política (como la efectuada por Green y Shapiro 1994) son particularmen­
te pertinentes en el estudio de los partidos: la pretensión universalista de
los axiomas y supuestos de esta aproximación ha ignorado inapropiada
y arbitrariamente la gran variación de tipos de partidos existente; la se­
lección de sus hipótesis, guiadas por cuestiones metodológicas antes que
por los problemas que tratan de explicarse, ha restringido enormemente
su aplicabilidad e incluso su relevancia para muchas facetas del compor­
tamiento de los partidos; y su capacidad explicativa de las interacciones
de los partidos con los votantes, o con otros partidos, es también débil.
Por lo tanto, la misma consistencia y simplicidad de las ideas que sostie­
nen esta aproximación, que a priori podrían resultar beneficiosas para
promover la contrastación de hipótesis y la construcción de una teoría
potencialmente acumulativa, son también fuentes de debilidad cuando se
aplican al estudio de los partidos, sobre todo debido a su incapacidad para
capturar la complejidad, multidimensionalidad y naturaleza interactiva de
los objetivos que persiguen los partidos y sus líderes, las estrategias que
despliegan y los comportamientos que adoptan en el mundo político.
Como se ha señalado, el análisis de la competición partidista es un buen
ejemplo de ello. Bartolini (2002) ha analizado cuidadosamente los pro­
blemas asociados a la unidimensionalidad y ambigüedad del concepto de
competición, tomado inicialmente de la economía y aplicado, a menudo
acríticamente, al campo político. Según demuestra, muchos de los supues­
tos simplificadores presentes en esa aproximación no concuerdan bien con
importantes aspectos de la competición real en el ámbito de la política. En
consecuencia, la construcción teórica sobre los partidos ha sido socavada
por la pobre correspondencia entre una realidad empírica frecuentemente
compleja, desordenada y multidimensional, por un lado, y un intento de

políticas. Los partidos sólo aparecen en el penúltimo capítulo sobre «Gobierno de gabinete y
democracia parlamentaria [en Europa occidental]».
15. Por ejemplo, Brenan y Lomasky (1993: 121) asumen como una de las premisas sobre
las que basan su investigación «la existencia de un sistema bipartidista en muchas democracias
occidentales».

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JOSÉ R A M Ó N M O N T E R O Y R I C H A R D G U N T H E R

formación de teoría «elegante» pero a menudo simplista e irreal, por otro.


Dadas estas incompatibilidades entre modelos excesivamente simples y
una realidad altamente Compleja, surgen dudas incluso sobre la medida en
que resulten finalmente contraproducentes estos esfuerzos por establecer
un único marco común para la deducción de hipótesis y la construcción
de una teoría acumulativa de la política.
En los últimos años, algunos investigadores han empleado versiones
«blandas» de la teoría de la elección racional en sus estudios sobre los
partidos. Estos autores reconocen que, en los modelos sobre la compe­
tición electoral, la reducción de los «partidos» a candidatos individuales
ha debilitado el análisis empírico de las organizaciones partidistas. Como
señala Stram (1990b: 5 6 5 ), «los modelos de elección racional sobre los
partidos [...] no han conseguido generar una teoría simple y coherente del
comportamiento competitivo de los partidos o producir resultados robus­
tos que puedan aplicarse bajo una variedad de condiciones ambientales».
En cambio, esos estudios de «elección racional blanda» han relajado en
sus análisis empíricos muchos de los supuestos centrales de las visiones
más rígidas de este enfoque; sus representaciones de la racionalidad de los
actores políticos son mucho más plausibles (aun siendo todavía bastante
estilizadas); han ensanchado el rango de los objetivos perseguidos por los
políticos; han incluido consideraciones de los límites existentes para el
comportamiento de los partidos en distintos contextos y han prestado más
atención a los datos empíricos en el desarrollo de las proposiciones teóri­
cas sobre los partidos16. Estos estudios se han basado en análisis empíricos
sistemáticos y han pretendido mejorar la elaboración de teorías teniendo
en cuenta la complejidad organizativa de los partidos, la diferenciación de
sus objetivos y la interacción entre las demandas de los votantes y la na­
turaleza de las ofertas presentadas por los partidos. De este modo, tratan
a los partidos como variables endógenas cuyas características organizati­
vas, ideológicas e institucionales están condicionadas por las estrategias
perseguidas por los líderes (actuando como actores racionales) y por los
diversos contextos de los sistemas políticos dentro de los que actúan. Esos
estudios han realizado avances significativos en el establecimiento de un
marco común para la teorización sobre el comportamiento de los partidos,
las preferencias de sus líderes y las condiciones que afectan a la formación
de gobiernos en sistemas políticos con diversas estructuras institucionales.
En nuestra opinión, tienen una mayor probabilidad de hacer contribu­
ciones relevantes a la elaboración de teorías sobre los partidos que la
aplicación de modelos económicos simplistas al estudio de organizaciones
partidistas complejas y de sus interrelaciones con diferentes conjuntos de
actores en la sociedad y en el gobierno. Sin embargo, persisten todavía

16. Véanse, por ejemplo, Strom (1990a: cap. 2); Budge y Keman (1990); Aldrich (1995);
Laver y Shepsle (1996) y Müller y Strem (1999a, 1999c); y para estudios de caso de dos familias
de partidos específicas, Koelbe (1991) y Kalyvas (1996).

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I N T R O D U C C I Ó N : LOS E S T U D I O S S O B R E LOS P A R T I D O S P O L Í T I C O S

algunos problemas, especialmente en relación con la capacidad de este


enfoque para integrar supuestos sobre el comportamiento de los líderes
de diferentes tipos de partidos dentro de sistemas políticos similares, o de
partidos con características organizativas comunes en sistemas diferentes.
En su capítulo en este libro, Steven S. Wolinetz ha tratado de conectar los
esquemas clasificatorios basados en los diferentes objetivos perseguidos
por las elites de los partidos con criterios operativos mejor dotados para
la generación de hipótesis contrastables y la construcción de teorías sobre
los partidos.
Una tercera tradición intelectual pretende generar aportaciones teó­
ricas empleando una aproximación inductiva al estudio de los partidos.
Más clásica y mejor conocida por su larga tradición, esta línea ha elabo­
rado un gran número de modelos y tipologías de partidos. Aunque se ha
aprendido mucho acerca de la estructura, las estrategias y el comporta­
miento de los partidos a partir de las hipótesis de rango medio, tampoco
este intento ha cumplido, con alguna excepción, sus expectativas sobre
el desarrollo de una teoría sobre los partidos. Distintas razones han in­
tervenido en este resultado. En primer lugar, la mayoría de las tipologías
de partidos estaba exclusivamente basada en las experiencias históricas
de un número notablemente escaso de democracias europeas durante las
primeras seis décadas del siglo XX. Esta conceptualización, generalmente
estática, ha tenido una aplicabilidad limitada a partidos de otros países
(incluso con democracias estables como Estados Unidos), ha sido incapaz
de dar cuenta de los retos a los que se enfrentan los partidos y ha resul­
tado crecientemente irrelevante para los estudios de un gran número
de partidos surgidos a raíz de la «tercera ola» de democratización. Ni
los esquemas de categorización clásicos (por ejemplo, Duverger 1954;
Neumann 1956) ni los más contemporáneos (por ejemplo, Kirchheimer
1966; Panebianco 1988; Katz y Mair 19 9 5 ; Krouwel 2006) han logrado
capturar todo el rango de variación del extremadamente amplio número
de partidos actuales, especialmente a la vista del escaso número de tipos
de partidos elaborados en cada una de esas contribuciones. La principal
excepción es la de Gunther y Diamond (2001, 2003), que discuten 15
diferentes tipos de partidos en distintas regiones del mundo a lo largo del
último siglo y medio.
Este enfoque tampoco ha permitido la construcción acumulativa de
teoría ni un mínimo consenso sobre una categorización de los partidos
de acuerdo a conjuntos de' criterios consistentes. En realidad, las diversas
tipologías han diferido sustancialmente respecto a la naturaleza de los
criterios usados para distinguir los distintos tipos de partidos. Algunas de
estas categorizaciones (por ejemplo, Neumann 1956; Kitschelt 1989b;
Katz y Mair 1995) se basan en criterios funcionales, diferenciando los
partidos sobre la base de una raison d ’être organizativa o de algún objetivo
específico que persiguen. Otras son organizativas (Duverger 1954; Pane­
bianco 1988; lütschelt 1994, 200 6 ), distinguiendo entre los partidos que

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J OS É R A M Ó N M O N T E R O Y R I C H A R D G U N T H E R

tienen estructuras organizativas débiles y los que han desarrollado gran­


des infraestructuras y complejas redes de relaciones de colaboración con
otras organizaciones secundarias. Otras aun (por ejemplo, Michels 1962
[1911]; Eldersveld 1964) han adoptado criterios sociológicos, basando
su trabajo explícita o implícitamente en la noción de que los partidos son
productos de (y deben representar los intereses de) varios grupos socia­
les. Finalmente, algunos trabajos, pioneros en su tiempo, han mezclado
indiscriminadamente esos tres conjuntos de criterios. Este es el caso de
Kirchheimer (1966), que plantea cuatro modelos de partido: partidos bur­
gueses de representación individual, partidos clasistas de masas, partidos
confesionales y partidos catch-all.
A pesar de que son útiles para la identificación de características dis­
tintivas de los partidos, estas tipologías carecen por sí mismas de capa­
cidad explicativa. Su mayor utilidad, como señaló Rokkan (1967: 174),
radica en el empleo de criterios multidimensionales para capturar con­
figuraciones complejas de rasgos, incluyendo elementos que pueden ser
significativos en un contexto político particular, pero al mismo tiempo
permitiendo el análisis comparado en relación a varias dimensiones. Sin
embargo, cuando estas tipologías se aplican incorrectamente pueden in­
ducir a los investigadores a caer en una trampa metodológica basada en
el supuesto implícito de que un tipo de partido específico se convertirá en
dominante y caracterizará una fase completa en un proceso de evolución
histórica a largo plazo, que a su vez será seguido por su desplazamiento
como el partido prototípico por un tipo diferente en un periodo poste­
rio r17. Además, una utilización inapropiada y superficial de los modelos de
partidos puede debilitar los estudios empíricos y la elaboración de teorías,
llevando a simplificaciones groseras de las características de los partidos,
a supuestos injustificados de similitud (cuando no de uniformidad) entre
partidos que de hecho son diferentes y a la aplicación inapropiada de
etiquetas (como la de catch-all) a partidos cuyas características organi­
zativas, ideológicas o estratégicas difieren significativamente del modelo
original. En resumen, los investigadores pueden sentirse obligados a forzar
la cuadratura del círculo porque las opciones disponibles son insuficientes
en número y variedad para capturar la naturaleza esencial de muchos
partidos del mundo real. Y ello, a su vez, lleva a descuidar las diferencias
potencialmente significativas que existen entre los partidos o las tensio­
nes y tendencias evolutivas dentro de los propios partidos, pese a que en
realidad puedan tener una relevancia teórica considerable.

17. Como ha observado Bartolini (1986: 259), en ninguna fase histórica ha existido una
homogeneización de los partidos. Al contrario, varios tipos diferentes de partidos han coexistido
a lo largo de toda la historia de la competición multipartidista democrática, de tal forma que
partidos preexistentes han coincidido con los nuevos tipos emergentes. Esto ha continuado hasta
nuestros días: incluso aunque ha habido una tendencia general hacia partidos organizativamente
débiles, en la mayoría de los sistemas democráticos coexisten tipos de partidos muy diferentes.

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I N T R O D U C C I Ó N : LOS E S T U D I O S S O B R E LOS P A R T I D O S P O L I T I C O S

¿HACIA DÓNDE VAMOS DESDE AQUÍ?

El estudio de los partidos no debe ser fundamentalmente diferente del


de otros subcampos de la Ciencia Política. Debe aspirar a reemplazar
los círculos viciosos antes mencionados por un círculo virtuoso en el
que proposiciones teóricas ayuden a estimular y estructurar la investiga­
ción empírica. A su vez, sobre la base de los resultados de la investigación
empírica se validarían, rechazarían o modificarían las proposiciones teó­
ricas. En consecuencia, los cánones científicos básicos tienen reservado
un importante papel tanto a los procesos analíticos inductivos como a
los deductivos. La inducción es la más apropiada para la generación de
proposiciones teóricas que concuerden con la realidad que pretenden
explicar. La deducción es necesaria para derivar, a partir de proposiciones
teóricas, hipótesis contrastables que puedan ser confirmadas o rechazadas
a partir de la evidencia empírica. Hasta la fecha, este diálogo entre las
fases inductiva y deductiva de las elaboraciones ha sido inadecuado en el
estudio de los partidos.
Hemos revisado dos intentos predominantemente deductivos para
establecer una teoría general de los partidos (o incluso de la política en
su sentido más amplio): uno de ellos, el estructural-funcionalismo, fue
importado desde los campos de la Antropología y de la Sociología; el
otro, el análisis de la elección racional, desde la Economía. Desde nuestro
punto de vista, ninguno de ellos ha conseguido su objetivo de establecer
un marco analítico común, o al menos reforzado un cierto consenso en­
tre los investigadores de la disciplina que sirva de base aceptable para la
investigación y la formación de teorías18. Como paradigma de la Ciencia
Política, el estatus del estructural-funcionalismo duró menos de una dé­
cada antes de que fuera virtualmente abandonado como marco analítico.
Las aproximaciones fundadas en la elección racional han sido mucho más
persistentes: en el estudio de los partidos, han sido empleadas por una
minoría de investigadores durante más de cuatro décadas. Pero hasta el
momento las versiones más rígidas y ortodoxas de la elección racional no
han conseguido aproximarse al estatus de paradigma en este subcampo, ni
tampoco han sido capaces de convencer a una mayoría de los académicos
que trabajan en esta área de que proporciona un enfoque válido o útil
para enmarcar los estudios teóricos y empíricos del comportamiento de
los partidos. Desde luego, muchos resultados valiosos se han derivado de
las aplicaciones «blandas» de este enfoque, que comprueba rigurosamen­
te hipótesis generadas a partir de los supuestos de la elección racional
empleando datos empíricos. A la vista de los avances realizados por los

18. Esta situación contrasta con la de la Física, donde, como es notorio, ha existido durante
décadas un amplio consenso respecto a qué tipos de fenómenos pueden ser explicados adecuada­
mente por las hipótesis derivadas del paradigma newtoniano, qué fenómenos incluyen procesos
dinámicos que pueden ser explicados mejor por la física relativista, cuáles requieren análisis
enraizados en los preceptos de la física cuántica, etcétera.

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JOSÉ RAMÓN M O N T E RO Y R I C H A R D G U N T H E R

estudiosos que utilizan este último planteamiento, es improbable que haya


muchos investigadores que acudan a las versiones más ortodoxas, abruma­
doramente deductivas y no empíricas de la teoría de la elección racional.
Por las razones expuestas antes (y discutidas con mayor extensión por
Bartolini [2002]), caben dudas sobre la validez de la analogía entre los
simples modelos económicos de individuos maximizadores de beneficios,
por un lado, y las complejas y multidimensionales organizaciones que
persiguen una amplia variedad de objetivos dentro de contextos suma­
mente diferenciados, por otro. A juzgar por los resultados obtenidos, es
posible también albergar dudas sobre la formulación de una única teoría
de los partidos y más aún si se trata de una única teoría de la política.
Como muchos otros investigadores, somos escépticos respecto a la posible
construcción de una teoría general que explique, a través de una serie de
proposiciones interrelacionadas, fenómenos tan diversos como los que
van desde los rasgos organizativos de los partidos hasta el impacto de sus
actividades en las vidas de los ciudadanos.
Esto no supone afirmar que los estudios empíricos predominante­
mente inductivos que dominan la bibliografía sobre los partidos hayan
culminado en el desarrollo de un cuerpo satisfactorio de teorías de al­
cance medio. Aunque muchas de ellas contienen aportaciones intere­
santes y realizan contribuciones empíricas significativas, este subcampo
muestra todavía una considerable confusión, derivada de conceptos,
términos y tipologías que son innecesariamente redundantes, resultan
escasamente comparables o simplemente no son acumulativos. Y aunque
este «florecimiento» pueda ser una estrategia adecuada para fomentar la
proliferación de desarrollos novedosos en un subcampo reciente, llega­
dos a un cierto punto es deseable eliminar las malas hierbas del jardín
y concentrarse en el cultivo de brotes más fructíferos. Es posible, en
consecuencia, que el subcampo de los partidos se beneficie de la adop­
ción de estrategias analíticas basadas en un terreno intermedio entre los
enfoques guiados por una metodología deductiva, escasamente empírica
y a veces excesivamente simplificadora, por un lado, y los estudios guia­
dos empíricamente que en ocasiones lian culminado en una cacofonía
de conceptos, tipologías y modelos, a veces compatibles, pero redun­
dantes, y a veces incompatibles y no acumulativos, por otro. Como ha
propuesto Janda (1 9 9 3 : 184), «nuestro desafío es asimilar, desarrollar y
extender la teoría existente más que esperar que descienda de las alturas
una teoría general»19.
¿Qué tipo de pasos podrían seguirse para reforzar las teorías de rango
medio y las hipótesis susceptibles de contrastación empírica relacionadas
con los partidos? Una aproximación (como la propuesta por von Beyme
[1985] y Wolinetz [1998c]) consistiría en desarrollar teorías parciales

19. Véase también Janda (1980), donde el autor contribuye a ¡a teorización comparativa
contrastando empíricamente los conceptos que propuso originalmente Duverger (1954).

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I N T R O D U C C I Ó N : L O S E S T U D I O S S O B R E L OS P A R T I D O S P O L Í T I C O S

que traten aspectos específicos de los partidos, pero que vayan más allá
de meras descripciones esquemáticas o de simples generalizaciones empí­
ricas. Esta aproximación ha sido eficazmente utilizada en subcampos de
la Ciencia Política relacionados con el que tratamos en este capítulo. En
el del comportamiento electoral, por ejemplo, este tipo de perspectiva
queda ejemplificado por la teoría de los cleavages sociales, en la que un
conjunto de hipótesis explicativas (basadas en la existencia de un grupo
común de supuestos y conceptos, el recurso a un vocabulario común y la
utilización de metodologías empíricas generalmente compatibles) han po­
dido comprobarse sistemáticamente a lo largo de más de cuatro décadas.
Este cuerpo teórico no sólo ha sido capaz de alcanzar un amplio consenso
alrededor de sus resultados empíricos, sino que también ha generado
innovaciones teóricas notables y ha sido muy sensible a los cambios en la
fuerza del anclaje del voto basado en cleavages sociales durante las pasa­
das décadas20. Una segunda aproximación trataría de disminuir aún más
las barreras entre los enfoques predominantemente deductivos y los más
tradicionales enfoques inductivos. En este sentido, Barnes (1997: 135) ha
propuesto el desarrollo de teorías generales a través de la integración de
las que él denomina «islas de teoría inductiva» y los principales logros de la
elección racional. En muchos aspectos, la distancia entre los dos enfoques
no es tan grande, como atestigua el reciente florecimiento de estudios de
«elección racional blanda ». Desde el campo de la elección racional, Schle-
singer (1984: 118) ha sostenido que las críticas a la ausencia de un marco
teórico sobre los partidos son simplemente una exageración, dado que
existe un cuerpo común que cimenta la mayoría de las monografías sobre
partidos, aunque pueda ser necesario pulirlo, sistematizarlo y contrastarlo
empíricamente. De modo similar, Müller y Strem (1999b: 307) han defen­
dido posiciones de compromiso entre las tradiciones de investigación ca­
racterizadas por la elaboración de modelos formales y las aproximaciones
más empíricas e inductivas. Aunque este enfoque supondría un abandono
de las pretensiones universalistas basadas en los estrictos supuestos de la
racionalidad, que a veces imposibilitan su comprobación empírica, podría
también impulsar los estudios sobre los partidos, de otro modo ateóricos
y descriptivos, tratando de alcanzar objetivos teóricos solventes en base a
la construcción de hipótesis y de su contrastación empírica.
Una tercera aproximación consistiría en mantener una posición bási­
camente inductiva/empírica, pero facilitando la generación y comproba­
ción de hipótesis mediante la consolidación de la miríada de tipologías
existentes: podría así adoptarse una terminología común para describir los
modelos de partidos fundamentalmente equivalentes que en la actualidad
se agrupan bajo diferentes nombres. Esto, a su vez, requeriría la estan-

20. Véanse, por ejemplo, Lipset (1960, 1981); Lipset y Rokkan (1967a); Rose (1974b);
Bartolini y Mair (1990); Franklin, Mackie, Valen y otros (1992); Evans (1999); Bartolini (2000);
Karvonen y Kuhnle (2001); Gunther y Montero (2001) y Thomassen (2005).

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JOSÉ R AM Ó N M O N T E R O Y R I C H A R D G U N T H E R

darízación de los criterios'con los que se categorizan los partidos y, si es


preciso, la elaboración de modelos adicionales que capturen la esencia de
los partidos que han emergido en algunas de las nuevas democracias de la
«tercera ola», más allá de las regiones ampliamente estudiadas de Europa
occidental y de América del Norte, o en las democracias establecidas
con posterioridad a la formulación de las tipologías tradicionales21. Los
beneficios de esta orientación pueden observarse en otros dos subcampos
también próximos como los de las dinámicas de los sistemas de partidos22
y los efectos de los sistemas electorales23: el desarrollo de ambos se ha visto
facilitado por un conjunto común de conceptos, definiciones y fórmulas
para calcular sus principales indicadores operativos. Un acuerdo general
sobre el significado y la operacionalización de estos conceptos ha hecho
posible comparar consistente y precisamente los sistemas de partidos de­
mocráticos entre sí, además de observar su evolución a lo largo de varias
décadas. Esta estandarización de conceptos, términos e indicadores ope­
rativos no ha tenido lugar todavía en el estudio de los partidos.
Otra aproximación, más modesta pero a nuestro juicio también nece­
saria, consiste en reexaminar críticamente las viejas tipologías, los concep­
tos y los supuestos que los sostienen. Este es el planteamiento adoptado
en muchos de los capítulos de este libro.

EL CONTENIDO DE ESTE LIBRO

Com o ya se ha dicho, el principal objetivo de este libro radica en el


desarrollo de una más rigurosa fundamentación teórica de los partidos
mediante la revisión de los conceptos y modelos que han alimentado este
sübcampo de la Ciencia Política a lo largo de las cinco últimas décadas.
El libro está dividido en tres partes. Los dos primeros capítulos están
dedicados a la re-conceptualización de los aspectos más básicos de los
partidos políticos. Los dos siguientes discuten los modelos de partido a
través de distintos criterios organizativos. Los siguientes tres capítulos
examinan empíricamente algunos problemas relevantes de la estabilidad
de los partidos, de su capacidad representativa o de las actitudes de los
ciudadanos hacia ellos a través de casos de partidos españoles o del sur

21. Véase Gunther y Diamond (2001) para un esfuerzo de este tipo.


22. Entre muchos de los análisis de los sistemas de partidos realizados a lo largo de las cinco
últimas décadas están los de Duverger (1954); Lipset y Rokkan (1967a); Sartori (1976); Merkl
(1980); Daalder y Mair (1983); von Beyme (1985); Wolinetz (1988); Ware (1996); Mair (1997);
Pennings y Lañe (1998); Broughton y Donovan (1999); Karvonen y Kuhnle (2001); Bardi (2002)
y Wolinetz (2006b).
23. Una cierta línea continuada de desarrollo de teoría e indicadores operativos en este sub-
campo puede trazarse desde Duverger (1954) a Rae (1971); Nohlen (1984); Grofman y Lijphart
(1986); Taagepera y Shugart (1989); Lijphart (1994); Cox (1997); Penadés (2 0 0 0 ,2 0 0 6 ); Shugart
y Wattenberg (2001); Colomer (2004); Norris (2004); Gallagher y Mitchell (2005), y Montero y
Lago (2005).

34
I N T R O D U C C I Ó N : LOS E S T U D I O S S O B R E LOS P A R T I DO S P O L Í T I C O S

de Europa. Finalmente, el capítulo que cierra el libro desgrana algunos de


los problemas y paradojas a los que se enfrentan los partidos en las
democracias contemporáneas. Desde diferentes perspectivas conceptuales
y teóricas, los autores de estos ocho capítulos pretenden así mejorar el
conocimiento acumulado sobre los partidos políticos, formular hipótesis
contrastables que puedan servir como cimientos para la construcción de
teorías de rango medio y elaborar proposiciones teóricas con un mayor
poder explicativo.

Una nueva conceptualización de los partidos

En la primera parte del libro, Hans Daalder analiza sistemáticamente en


el capítulo 2 los trabajos que desde comienzos del siglo X X han abordado
la supuesta «crisis de los partidos» o, com o fue también conocido a partir
de la década de los setenta, el «declive de los partidos». Daalder critica
los pseudoconceptos normativos o ideológicos empleados implícita o
explícitamente en dicha literatura, con una frecuencia extraordinaria,
en las evaluaciones negativas de la situación de los partidos en Europa
occidental. Como sostiene, el término «crisis de los partidos» se ha uti­
lizado habitualmente como un simple eufemismo para el rechazo de los
partidos en general o de alguno de ellos en particular. Así ha ocurrido
sobre todo en la primera de las cuatro variaciones de esta literatura,
que Daalder denomina como «negación del partido». Poco después de
la aparición de los partidos de masas, los trabajos de Ostrogorski (1964
[1902]) y Michels (1 9 6 2 [1911]) denunciaron la subordinación del in­
dividuo a la organización, y la de esta última a los líderes del partido.
Existían dos tipos de argumentos bajo aquella rúbrica común: uno de
ellos fue articulado por quienes sentían nostalgia de un orden político
tradicional y supuestamente arm ónico, y el otro fue mantenido por
liberales e individualistas que concebían el partido como una organi­
zación tiránica y antidemocrática. El establecimiento subsiguiente del
Estado de Partidos o Parteienstaat (analizado en mayor profundidad por
Hans-Jürgen Puhle en su capítulo en este libro) confirió legitimidad a los
partidos, pero no impidió un segundo tipo de críticas, centradas ahora
en ciertos tipos de partidos o de sistemas de partidos. Entre los auto­
res europeos, las críticas se dirigieron fundamentalmente a los partidos
catch-all, mientras que en Estados Unidos se descalificaba a los partidos
por su falta de «responsabilidad»: en 19 5 0 , la American Political Science
Association aprobó una resolución en favor de un sistema bipartidista
«más responsable» (APSA 1950). Un tercer tipo de descalificaciones estu­
vo localizado en los sistemas multipartidistas, y procedía de una simplista
caracterización del sistema bipartidista británico. A pesar de que sólo
una minoría de democracias cuenta con los elementos propios de un
sistema bipartidista, han sido muchos los autores que lo han convertido
en una especie de modelo «natural», sobre todo entre quienes prefieren

O C
JOSÉ RAMÓN M O N T E R O Y R I C H A R D G U N T H E R

un sistema electoral mayoritario o analizan la com petición partidista


desde la perspectiva de la elección racional. El cuarto grupo de críticas
proviene de quienes afirman la «redundancia» de los partidos, por haber
cumplido ya su función básica de movilización de los electorados o por
haber degenerado en simples maquinarias electorales. Desde su punto
de vista, es probable que los partidos desaparezcan o que cuando menos,
acrecienten su declive tras la emergencia de los nuevos movimientos
sociales y la adquisición de nuevos recursos personales por parte de los
ciudadanos.
Para Daalder, esta serie de críticas sucesivas en la literatura politoló-
gica sobre los partidos se encuentra vinculada a un determinado partido,
país o época histórica. Daalder advierte a quienes vayan a dedicarse a
la revisión de conceptos que deberían ser muy cuidadosos para evitar
estos sesgos normativos, y que deberían dotar de especificidad a los cri­
terios que sustentan sus formulaciones. Un análisis más riguroso de los
conceptos básicos puede desbancar las «generalizaciones» fáciles o los
saberes convencionales que circulan habitualmente dentro de numerosos
círculos académicos, o en general entre los ciudadanos, y puede a su vez
proporcionar nociones más apropiadas y facilitar la creación de teorías
más rigurosas sobre los partidos.
Si Daalder reexamina críticamente los pseudoconceptos que han apa­
recido en la literatura sobre la crisis de los partidos desde comienzos del
siglo X X , en el capítulo 3 Hans-Jürgen Puhle centra su análisis en la «crisis»
del partido catch-all desde la década de los setenta. Discute allí en detalle
la reestructuración experimentada por los partidos catch-all occidentales
com o respuesta a los nuevos retos que han derivado de las transforma­
ciones sociales y de los cambios en los Partienstaat donde operan. En su
análisis de la evolución del partido catch-all, Puhle ofrece una valiosa
combinación de elementos teóricos y empíricos, de tipologías y de con­
ceptos. De modo similar a los argumentos sostenidos por Katz y Mair en
el capítulo correspondiente, Puhle distingue tres olas en la consolidación
de los partidos, que culminaron en cuatro tipos de partidos a lo largo del
siglo pasado en Europa. También como Katz y Mair, Puhle subraya el
carácter tentativo de la delimitación de estas fases históricas: los modelos
de partido son «tipos ideales» que no se ajustan plenamente a los partidos
políticos del mundo real. En cambio, la mayoría de los partidos contiene
una combinación de rasgos de tipos distintos, bien que unos u otros estén
por lo general suficientemente delimitados como para permitir al analista
caracterizar a los partidos de manera precisa en una tipología. Si las fases
históricas que Puhle identifica son más ilustrativas que definitivas, y si la
mayoría de los partidos en el mundo real se aproxima sólo ligeramente a
los criterios definitorios de los tipos ideales de partidos contenidos en la
mayor parte de las tipologías, resulta inapropiado establecer el predomi­
nio de un tipo de partido en cualquiera de las fases históricas. Los tipos de
partidos, sostiene Puhle, superan normalmente los límites de los periodos

36
I N T R O D U C C I Ó N : LOS E S T U D I O S S O B R E LOS P A R T I D O S P O L I T I C O S

históricos, y las interacciones simultáneas entre los partidos de diferentes


tipos contribuyen a dotar de mayor rigor al análisis de la evolución de
los partidos.
Sin olvidar estas especificidades, Puhle formula tres cuestiones rele­
vantes. La primera recuerda que el partido catch-all, tal y como lo definió
Kirchheimer (1966), fue una derivación del partido de integración de ma­
sas descrito por Neumann (1956). En consecuencia, este concepto incluía
algunos criterios específicos que convierten en inadecuadas muchas de las
aplicaciones erróneas de este término: es mucho más sencillo utilizar una
categoría residual para describir la panoplia completa de partidos surgida
desde el apogeo del partido de masas. En segundo lugar, Puhle afirma
que el modelo catch-all predomina aún en la mayoría de los principales
partidos europeos. Pero, en tercer lugar, la tendencia generalizada desde
comienzos de los años ochenta apunta, según este autor, a menores grados
de centralización y de penetración social de los partidos. Los partidos
democristianos, socialdemócratas y conservadores de Europa occidental
se han adaptado a los retos de las pasadas dos décadas mediante su re­
equilibrio (más que su desaparición o declive) en base a un nuevo tipo de
partido que él denomina catch-all plus. Esta nueva clase de partido cuenta
con una organización más reducida y desestructurada, y es más flexible
en sus esfuerzos por mantenerse electoralmente competitiva. Los aspectos
negativos de estas características, sin embargo, radican en los criterios
«corto-placistas» y ad hoc de sus apelaciones programáticas y electorales,
además de en su escasa capacidad para la integración social y la mediación
política. En conjunto, este desarrollo sugiere no tanto el «declive» de los
partidos ante los nuevos desafíos como su adaptación y continuidad, bien
que con diferentes estrategias y formas organizativas.

La revisión de las organizaciones partidistas


y de los modelos de partidos

La segunda parte de este libro revisa distintas facetas de la organización


de partido. Como cabe imaginar, la literatura al respecto es considera­
ble. Muchos de los trabajos clásicos sobre los partidos — como los de
Michels (1962 [1911]), Duverger (1954), Neumann (1956), Eldersveld
(1964) y Kirchheimer (1966)— abordan con amplitud las tipologías de
las organizaciones partidistas y los problemas asociados con los distintos
tipos de partidos. Después, las preocupaciones sobre la organización de
los partidos disminuyeron drásticamente. Muchos estudios posteriores
estuvieron centrados en las relaciones de los partidos con los ciudadanos
(sobre todo en el análisis del comportamiento electoral), en su presencia
en las instituciones gubernamentales o en su intervención en las políticas
públicas. La escasa curiosidad por los partidos como organizaciones resul­
ta especialmente llamativa en el caso de los estudios de elección racional,
cuya noción de partido como un actor unitario ignora explícitamente su
JOSÉ RAMÓN M O N T E R O Y R IC H A RD G U N T H ER

complejidad organizativa. Aunque existan excepciones24, estamos lejos de


alcanzar los objetivos de la agenda investigadora propuesta hace tiempo
por Mair (1997: 41-44) para superar las clasificaciones simplistas de la
organización de partido, para desarrollar indicadores empíricos referidos
a la vida interna de los partidos, para vigilar las relaciones entre el cam­
bio organizativo y la volatilidad electoral y para comprobar las hipótesis
que aspiren a explicar tanto la diversidad como el cambio interno de los
partidos. Los dos capítulos incluidos en esta parte del libro discuten al­
gunas de esas cuestiones y contribuyen positivamente a sustentar nuevos
esfuerzos teóricos.
En el capítulo 4, Richard S. Katz y Peter Mair examinan las interac­
ciones entre los modelos de organización de partido y los cambios en el
equilibrio de poder interno a lo largo del siglo X X . En concreto, presentan
cuatro modelos distintos de organización de partido (el partido cadre o
de elites, el partido de masas, el partido catch-all y el partido cartel) con
las tres «caras» de los partidos: the party on theground o el partido como
organización, o como bases de afiliados; the party in the central office o el
partido desde el punto de vista de su propia organización; y the party in
public office o el partido en las instituciones públicas o desde la perspec­
tiva de los cargos públicos. Los autores sostienen que las estrategias de las
elites de los partidos, en combinación con los procesos institucionales de
la competición partidista en las democracias avanzadas, han provocado el
ascenso del «partido como cargos públicos» y una desmedida subordina­
ción de sus otras dos caras25. En relación con la línea argumentai de Puhle,
Katz y Mair nos alertan de las interpretaciones que conectan con no poca
simplicidad los modelos de partido y sus trayectorias evolutivas: su natu­
raleza primaria no se encuentra determinada por una situación histórica
específica, de modo que varios tipos pueden coexistir simultáneamente en
los sistemas de partido democráticos. En su lugar, a lo largo de la historia
pueden surgir «invenciones» organizativas que proporcionan a las elites
partidistas recursos adicionales para el repertorio disponible de formas
institucionales susceptibles de ser utilizadas. La inercia, los desarrollos
contradictorios y distintos tipos de factores pueden también determinar
el resto de aspectos destacables del tipo de partido en un determinado
momento. Asimismo, Katz y Mair aducen que cada uno de esos modelos
partidistas es compatible con cualquiera de los diferentes papeles que des­

24. Entre ellas destacan Mayhew (1986), Schlesinger (1991) y Aldrich (1995) en Estados
Unidos; Panebianco (1988), Katz (1990), Katz y Mair (1992a, 1994), Kitschelt (1994), Scarrow
(1996a, 2000), Mair (1997), Scarrow, Webb y Farrell (2000), Harmel (2002), Heidar (2006), Webb
y Koldny (2006) y Allern y Pedersen (2007) en Europa occidental, y Lewis (1996) en Europa del
Este y central.
25. Véanse también Thies (2000), Kopeckÿ (1995) y van Biezen (2003a) para conclusiones
diferentes acerca de las democracias más recientes. Para análisis actualizados de los afiliados como
la dimensión más visible de la cara del partido de los afiliados, véanse Scarrow (2000), Mair y van
Biezen (2001) y Heidar (2006). Para los partidos españoles, Méndez, Morales y Ramiro (2004).

38
I N T R O D U C C I Ó N : LOS E S T U D I O S S O B R E LOS P A R T I D O S P O L I T I C O S

empeñan los partidos. El partido catch-all, por ejemplo, se ajusta mejor al


papel de partido como organización; el partido de elites, al partido en los
cargos públicos en los regímenes liberales; y el partido de masas, al nexo
entre el partido como conjunto de afiliados y el partido en la organización
central. No obstante, desde los años sesenta, cuando cristalizó el modelo
de partido catch-all, se han producido cambios importantes, particular­
mente con respecto a la posición privilegiada del partido en los cargos
públicos. Estas condiciones se han asociado a la emergencia del partido
cartel (Katz y M air 1995, 1996), del partido electoral-profesional (Pane-
bianco 1988) y del partido cadre moderno (Koole 1994, 1996). Entre los
factores que han posibilitado estos avances se encuentran la financiación
pública de los partidos y de las campañas electorales (que son distribuidas
fundamentalmente por las elites del partido, quienes también controlan el
acceso a los cargos públicos), así como el creciente recurso a los miembros
de los partidos por quienes ostentan cargos públicos, la personalización
y centralización de las campañas electorales y la creciente importancia
de los profesionales expertos en coordinación de campañas y medios de
comunicación de masas (Müller 2000a: 317-319). En cambio, la posición
privilegiada de las elites partidistas, la «cartelización» de los partidos y las
prácticas de patronazgo o corrupción han contribuido a la deslegitimación
de los partidos, al aumento de los sentimientos antipartidistas entre los
ciudadanos y a una insatisfacción generalizada con su actuación26. Como
veremos más adelante, el capítulo de Torcal, Montero y Gunther explora
estos temas con mayor detenimiento.
En el capítulo 5, Steven B. Wolinetz se acerca al tema de la organi­
zación partidista desde una perspectiva complementaria: si Katz y Mair
reexaminan la organización de los partidos a partir de las interacciones
entre los modelos de partidos y sus distintas «caras», Wolinetz utiliza la or­
ganización del partido como base para criticar la validez de las tipologías
existentes y para proponer un nuevo esquema clasificatorio. Las causas
del descontento con las tipologías actuales no son pocas: entre ellas des­
tacan la incapacidad del número extraordinariamente escaso de modelos
de partidos para capturar la esencia de la ingente variedad de partidos
existentes a fecha de hoy, el hecho de que estos modelos están en muchas
ocasiones orientados a la descripción de los partidos según su apariencia
hace más o menos cien años y un alcance en realidad restringido a los
partidos del occidente europeo. El resultado global es que esos modelos
han sido en gran medida incapaces de asimilar las variaciones percepti­
bles entre los numerosos partidos que han surgido desde el comienzo de
la «tercera ola» democratizadora de los años setenta. Además, los sesgos
homogeneizadores implícitos en la naturaleza estática de las relativamente
escasas nuevas categorías empleadas para clasificar a los partidos tienden

26. Cf. también Kitschelt (2000), que ofrece una interpretación distinta de este fenómeno,
y Hopkin (2006).

^9
JOSÉ R AMÓN M O N T E R O y RICHARD GUNTHER

a fomentar la presunción..de «convergencia» entre ellos, obviando dife­


rencias fundamentales en sus objetivos prioritarios, en sus estrategias a la
hora de alcanzarlos y en sus respuestas a las limitaciones u oportunidades
que irrumpen en los contextos en los que operan.
Wolinetz afirma también que estas limitaciones son particularmente
destacadas incluso cuando se aplican a los partidos franceses, holandeses,
canadienses y estadounidenses, y mucho más en lo que toca a los partidos
de las nuevas democracias, cuyos tipos de partidos cuentan con formu­
laciones más recientes (como las de Ware 1987a; Koole 1994; Grabow
2 0 0 1 y van Biezen 2003a). Los criterios que plantea Kirchheimer (1966)
al definir los partidos catch-all, por ejemplo, no sirven para diferenciar
entre los partidos estadounidenses y los canadienses, a pesar de sus mu­
chas divergencias. La contribución de Panebianco (1988) remedia algunos
de estos inconvenientes, aunque se debilita considerablemente por sus
propuestas sobre las tendencias homogeneizadoras de los partidos occi­
dentales: Panebianco cree que su partido electoral-profesional es un tipo
cuyos rasgos serán adoptados por todos los partidos, sin tener en cuenta
sus orígenes distintivos o sus aspectos organizativos básicos. Finalmente,
el partido cartel de Katz y Mair (1995) resulta útil a la hora de identifi­
car algunas de las características de los partidos surgidos en las últimas
dos décadas, aunque no está claro si se trata de un modelo de un tipo de
partido diferenciado o una descripción de interacciones dinámicas entre
partidos en un sistema de partidos específico (Koole 1996; Katz y Mair
1996). Dadas las limitaciones de estos esquemas clasificatorios, Wolinetz
propone que nos centremos en las distinciones entre partidos orientados
fundamentalmente a la consecución de políticas (policy-seeking parties),
de votos (vote-seeking parties) y de cargos (seat-seeking parties). En su
opinión, ello permitirá plantear temas decisivos para conocer las estrate­
gias y las organizaciones de los partidos. Wolinetz propone además una
nueva operacionalización de esos indicadores (cf. también Müller y Str0m
1999a y 1999b; Stazun y Müller 1999). Se supone que el desarrollo de
este enfoque facilitará la formulación y la comprobación de hipótesis
relativas al comportamiento de los partidos, la comparación de partidos
de diferentes países (sobre todo la referida a cómo los partidos han re­
accionado ante las amenazas de las últimas dos décadas) y, en general, el
fortalecimiento de las proposiciones teóricas potencialmente acumulativas
sobre los partidos.

Modelos organizativos, representación política


y actitudes antipartidistas: tres análisis empíricos

Enlazando con la anterior, la tercera parte del libro está dedicada al aná­
lisis empírico de tres cuestiones tan relevantes de la vida partidista como
la institucionalización de los partidos sobre la base de un cierto modelo
organizativo en el caso del principal partido de la transición española, las

40
I N T R O D U C C I Ó N : LOS E S T U D I O S S O B R E LOS P A R T I D O S P O L Í T I C O S

concepciones y elementos de la representación política según los partidos


españoles durante las tres últimas décadas y las actitudes hacia los parti­
dos en el sur de Europa. En el capítulo 6, Richard Gunther y Jonathan
Hopkin examinan el impacto de distintos modelos organizativos sobre el
rendimiento de los partidos mediante el estudio de la Unión de Centro
Democrático (UCD), el partido que protagonizó la transición democrática
española y que desapareció en 1 9 8 3 17. Para ellos, el hundimiento de UCD
es atribuible a su falta de institucionalización como partido. Aunque la
invocación de este concepto como explicación de la caída del partido
podría parecer tautológica, Gunther y Hopkin diseccionan el concepto de
institucionalización en sus elementos claves y documentan la importancia
capital adquirida por uno de ellos. La institucionalización de UCD no fue
deficiente con respecto a su amplio desarrollo organizativo o a su pene­
tración en todos los niveles de las instituciones gubernamentales. Por el
contrario, su institucionalización fracasó en lo relativo a las interacciones
entre los líderes más destacados del partido en Madrid, muchos de los
cuales entendieron el partido en términos puramente utilitaristas, como
un vehículo con el que alcanzar sus objetivos a corto plazo, mientras
fallaban a la hora de «infundirle valor» (utilizando la definición clásica
de institucionalización de Selznick [1957]) o de crear un sentimiento de
lealtad abstracta hacia el partido. Esta falta de institucionalización se ma­
nifestó igualmente en sus irreconciliables diferencias de opinión en torno
al modelo de partido que debería guiar su desarrollo organizativo, sus
estrategias electorales y, sobre todo, sus normas de gobierno interno.
El fundador del partido y presidente del Gobierno, Adolfo Suárez,
favorecía la implantación de un modelo catch-all clásico bajo un fuerte
liderazgo presidencial. Pero los barones del partido tenían en mente unos
modelos bien distintos. Muchos de ellos favorecieron implícitamente el
desarrollo del partido a través de sus distintas facciones, que gobernarían
sobre la base de las decisiones colectivas de sus líderes y que asignarían de
forma proporcional tanto los cargos del partido como los del gobierno,
siguiendo un procedimiento cuasi-consociacional (véase Hunneus 1985).
Otros líderes demandaron que el partido estableciera unos lazos institu­
cionales fuertes con grupos sociales específicos (como la Iglesia y el gran
capital) y defendiera enérgicamente sus intereses, reduciendo virtualmente
al partido al estatus de una holding company. Las diferencias de los distin­
tos aspectos sobre estos modelos de partido se hicieron patentes en varias
de las actuaciones de UCD en el Gobierno, lo que condujo a una serie
interminable de enfrentamientos públicos, de defecciones de líderes desta-

27. Este análisis de la desaparición de UCD es el resultado de dos proyectos de investigación


diferentes (uno llevado a cabo por Gunther entre 1979 y 1984 [cf. Gunther 1986b; Gunther,
Sani y Shabad 1986], y el otro por Hopkin en 1992-1993 [cf. Hopkin 1999 y 2000], basado en
numerosas horas de entrevistas con los líderes centristas del antiguo partido. A pesar de realizarse
de modo independiente, los autores de ambas investigaciones alcanzaron un notable consenso en
sus interpretaciones sobre el espectacular desplome del que fuera el partido español en el gobierno.
JOSÉ R A M ÓN M O N T E R O Y R I C H A R D G U N T H E R

cados y en última instancia de escisiones que terminaron por desacreditar


al partido. Aunque las tensiones y los conflictos son habituales en todos los
partidos cuando se producen diferencias de opinión sobre el reparto de
cargos, la formulación de la política gubernamental o la adopción de una
estrategia electoral, la falta de compromiso con el partido en abstracto,
sumada al desacuerdo generalizado sobre las normas de comportamiento
y los procesos de toma de decisión interna — todos ellos, aspectos de la
institucionalización— , impidieron que UCD resolviera con éxito esos
conflictos. Como consecuencia, UCD desapareció abruptamente tras la
derrota electoral más abultada en la historia europea occidental.
En el capítulo 7, Tània Verge se propone recortar la distancia exis­
tente entre las teorías de la democracia y de la representación política y
la investigación empírica sobre los partidos políticos. La importancia de
este enfoque reside en que cualquier discusión relevante sobre la erosión
del apoyo popular y el creciente descontento con los partidos políticos
requiere que los estudios empíricos tengan como punto de referencia las
teorías de la democracia, así como que los postulados normativos sean
evaluados en relación con los análisis empíricos (van Biezen y Katz 2005 :
5). De forma novedosa, la autora analiza, en un primer momento, los
elementos que caracterizan a cada uno de los tres partidos políticos espa­
ñoles de ámbito nacional (el Partido Socialista Obrero Español [PSOE],
el Partido Popular [PP] e Izquierda Unida [IU]) en una determinada con­
cepción de la representación política. Sus dimensiones más significativas
serían las de la receptividad, la rendición de cuentas y la inclusividad
(entendida como la representación de los grupos sociales y, en particular,
de las mujeres). Verge trata así de proporcionar respuestas a preguntas
tan relevantes como el grado de independencia que deberían tener los
representantes en la elaboración de las políticas públicas, la información
a partir de la cual se fijan las propuestas del programa electoral o el papel
desempeñado por ciudadanos y organizaciones sociales a la hora de comu­
nicar sus preferencias a los partidos. De modo similar, la autora pretende
conocer cómo realizan los partidos el control sobre la actuación de los
cargos públicos, los tipos de controles ex ante y ex post a los que someten
a sus grupos institucionales y las medidas de acción y/o discriminación
positiva adoptadas para fomentar una mayor presencia de las mujeres en
sus cargos públicos y orgánicos. El estudio de la representación política
adopta así un enfoque multidimensional que permite combinar diversas
tradiciones de investigación (competición electoral, organización parti­
dista y formulación e implementacíón de políticas públicas), facilitando
la acumulación de conocimiento y superando uno de los déficits más
importantes en esta disciplina. La evidencia empírica permite comprobar
que los partidos difieren en sus concepciones sobre la representación. El
PSOE e ÍU valoran las dimensiones de la inclusividad y de la receptividad
en mayor medida que el PP, una receptividad que entienden debe basarse
de manera sustancial en la participación ciudadana; en cambio, para

42
I N T R O D U C C I Ó N : L OS E S T U D I O S S O B R E L OS P A R T I D O S P O L Í T I C O S

el PP la dimensión más importante es la rendición de cuentas. Además,


los cambios introducidos por los partidos en sus discursos y estructuras
organizativas en las últimas tres décadas son coherentes con las distintas
concepciones de la democracia que cada uno de ellos mantiene.
Por otro lado, el análisis de la representación política en los partidos
políticos españoles permite también plantear algunas cuestiones básicas
sobre el estadio actual del desarrollo organizativo de los partidos, ponien­
do a prueba algunas de las hipótesis del modelo cartel de partido como
el creciente distanciamiento de la sociedad, la colusión programática o la
falta intencional de competición, que en muy pocas ocasiones han sido
analizadas empíricamente (Detterbeck 2 0 0 5 ; Yishai 2 0 0 1 ; Young 1998).
Verge demuestra que, en el caso español, pese a la alta dependencia de
los partidos de la financiación pública, no se observa una cartelización ni
de los partidos ni del sistema de partidos, sino que los patrones de con­
flicto que guían la competencia política siguen dominados por el modelo
catch-all de partido. Así, la penetración del Estado es compatible con la
aproximación a la sociedad. No se ha producido una colusión en las polí­
ticas presentadas por los partidos, y la competición ideológica y política, a
veces notablemente polarizada, ha sido una constante desde los primeros
años de democracia.
En el capítulo 8, Mariano Torcal, José Ramón Montero y Richard
Gunther analizan la naturaleza, la evolución y las consecuencias de las
actitudes antipartidistas de los ciudadanos, empleando para ello los datos
provenientes de una serie de encuestas efectuadas en España y (en menor
medida) en otros países del sur de Europa a lo largo de las tres últimas
décadas. Torcal, M ontero y Gunther evalúan uno de los aspectos menos
controvertidos de la literatura sobre el «declive de los partidos», esto es, el
amplio y creciente número de ciudadanos que mantienen unas marcadas
actitudes negativas, si no cínicas, hacia los partidos en las democracias
occidentales (cf., por ejemplo Poguntke y Scarrow 1996a). Pero lo hacen
de manera mucho más matizada que la habitualmente empleada en esta
literatura, que se caracteriza, además, por la utilización de argumentos no
poco retóricos sobre la «crisis de los partidos», cuando no sobre la propia
«crisis de la democracia». Los análisis efectuados con algunos indicadores
empíricos incluidos en las encuestas para conocer las actitudes públicas
hacia los partidos revelan que estas orientaciones son básicamente de
dos tipos. El primero sería el del antipartidismo reactivo, una posición
crítica que adoptan los ciudadanos como respuesta a su descontento o
frustración con las actuaciones de las elites del partido y de sus organiza­
ciones. En cierto modo, podría resultar simplemente de la incapacidad de
los partidos para satisfacer las expectativas irrealizables de los votantes.
Pero podría también deberse a los fallos en las actividades de los partidos,
en particular a su desacierto en el manejo de la economía o a la ruptura
de sus propias promesas electorales. A buen seguro, el antipartidismo
reactivo emerge también como consecuencia de los escándalos de co­
JOSÉ R AM Ó N M O N T E R O Y R I C H A R D G U N T H E R

rrupción. En cualquier caso, los niveles agregados de dichas actitudes


deberían fluctuar en el tiempo, de acuerdo con las subidas y bajadas en
los grados de satisfacción con la actuación de los partidos y, sobre todo,
con la del partido (o los partidos) en el gobierno. Los autores sostienen
que, de hecho, la evolución de aquellas actitudes se adecúa a esta predic­
ción. Por el contrario, el segundo tipo de sentimiento antipartidista, el
antipartidismo cultural, es más estable. Según los autores, este conjunto
de creencias radica en los valores centrales y en las tradiciones históricas
de cada cultura política, y es hasta cierto punto independiente de los
cambios a corto plazo en las condiciones políticas de un país. En conse­
cuencia, dichas actitudes pueden adquirirse en una etapa específica del
proceso socializador del individuo y permanecer por lo general estables
a lo largo de la vida del ciudadano.
Torcal, Montero y Gunther sostienen también que una parte de la
literatura sobre actitudes antipartidistas ha realizado conclusiones dudosas
e inconsistentes como resultado de la desatención analítica a las diferen­
cias entre los dos tipos de actitudes antes mencionados. Para los autores,
el antipartidismo reactivo y el cultural muestran evidentes diferencias en
sus correlaciones con actitudes y comportamientos. Los ciudadanos con
actitudes antipartidistas culturales suelen carecer de identificación con los
partidos, rehuyen la implicación con asociaciones secundarias, propenden
a votar a partidos antisistema y se abstienen de participar tanto mediante
las formas convencionales como mediante las más novedosas de protesta
política. En cambio, el antipartidismo reactivo forma parte de un ámbito
actitudinal conceptual y empíricamente distinto al síndrome de desafec­
ción política: sus actitudes son en gran parte función de la satisfacción
de los ciudadanos con la actuación del gobierno de turno, que a su vez
está fuertemente condicionada por sus propias preferencias partidistas.
De ahí que no resulte sorprendente que en España y Grecia (aunque no
en Portugal e Italia) la principal consecuencia de las actitudes antiparti­
distas reactivas consista en votar contra el partido en el gobierno. Torcal,
M ontero y Gunther concluyen su análisis empírico recomendando una
mayor cautela a la hora de extrapolar las implicaciones sistémicas de los
sentimientos antipartidistas que la manifestada hasta el momento por la
literatura sobre el «declive de los partidos». El antipartidismo reactivo
no supone una amenaza relevante para la estabilidad democrática. En la
medida en que esos sentimientos crezcan periódicamente, suelen culminar
con una respuesta masiva que es perfectamente compatible con la teoría
democrática: disminuye el apoyo al partido en el poder (pero no el apoyo
a la democracia). Sin embargo, las implicaciones del antipartidismo cultu­
ral son más perniciosas para la calidad de la democracia, puesto que están
asociadas a la marginación de un sector de la sociedad de la participación
activa en la vida política.

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I N T R O D U C C I Ó N : LOS E S T U D I O S S O B R E LOS P A R T I D O S P O L Í T I C O S

A M ODO DE CONCLUSIÓN

En el último capítulo de este libro, Juan Linz retoma las cuestiones de los
papeles de los partidos en los sistemas democráticos y de los sentimientos
antipartidistas desde una perspectiva distinta. Apoyando sus hipótesis en
los datos de encuestas realizadas en España y en América Latina, sugiere
que el incremento de las actitudes negativas hacia los partidos políticos
podría responder en menor medida a los propios comportamientos de
los partidos que a las contradicciones prevalecientes en los sistemas de
creencias de los ciudadanos, a expectativas irrealizables sobre el grado
en que los partidos son capaces de alcanzar sus objetivos políticos o al
número creciente de funciones que deben desempeñar los partidos en
las democracias contemporáneas (cf. también Linz 1992, 2000). Linz
apunta, por ejemplo, que la gente tiende a valorar muy positivamente
a las figuras no partidistas que representan la unidad nacional. En parte
porque se encuentran «por encima de los políticos» y no azuzan a unos
segmentos de la sociedad contra otros, los jefes de Estado en los sistemas
parlamentarios son muy valorados, mientras que los partidos, que dividen
a los ciudadanos y compiten entre sí para lograr cargos públicos, obtienen
constantemente puntuaciones más bajas. El irresoluble problema al que
los partidos se enfrentan es que se supone que su función básica en los
sistemas democráticos consiste en representar los intereses de uno u otro
segmento de la sociedad y en tratar de imponer esos intereses a través de
la victoria en la competición electoral. En la mayor parte de los países,
amplias mayorías de ciudadanos reconocen que «sin partidos no puede
haber democracia»; pero esas mismas personas critican a menudo a los
partidos por su comportamiento divisorio. Otra inconsistencia llamativa
es que en los sistemas democráticos la mayoría de los ciudadanos quiere
que los partidos representen «sus intereses»; pero al mismo tiempo critica
a los partidos en abstracto por representar «intereses específicos».
Este planteamiento aparentemente tan contradictorio suele estar en­
raizado en un par de simples enunciados. Cuando afectan al propio grupo
del individuo, son tratados como «nuestros intereses» o los «intereses de
la gente como yo»; pero cuando esta misma clase de cuestiones implica
los intereses de otros, son tratados peyorativamente como «intereses es­
peciales». De modo similar, muchos se quejan de que «todos los partidos
son iguales», pero están decididos a castigar a los partidos por crear «con­
flictos que no existen». Estos ejemplos suponen sólo una pequeña parte
del provocador ensayo de Linz, que concluye oportunamente este libro
mediante su análisis de las muchas inconsistencias e incompatibilidades
de las críticas de los ciudadanos hacia los partidos políticos. Los partidos,
así, pueden verse como paralizados entre dos fuegos. Los ciudadanos re­
conocen que los sistemas democráticos exigen a los partidos cumplir cier­
tos papeles, pero después los critican por realizarlos y colisionar con un
conjunto de valores diferente e incompatible. El resultado ha consistido

A C
JOSÉ R AMÓN M O N T E R O Y R I C H A R D G U N T H E R

en la generalización de las actitudes antipartidistas, y tanto en las nuevas


democracias como en las más consolidadas. ¿Qué implicaciones tiene
todo ello para el futuro de la democracia? Al margen de la tramitación
esporádica de reformas populistas (como las de la aplicación obligatoria de
los límites a la reelección de los políticos en muchos Estados americanos
en los años ochenta y noventa, o las numerosas propueátás de reforma que
Linz trata en su capítulo), que pueden afectar al rendimiento de los parti­
dos, las consecuencias de dichas actitudes han sido relativamente benignas
hasta la fecha. En contra de lo ocurrido durante las primeras décadas del
siglo XX, las actitudes antipartidistas no han conducido al apoyo a partidos
o movimientos antisistema, ni han producido un debilitamiento del apoyo
a la democracia per se. Parece, pues, que la evidencia empírica aportada
por los dos últimos capítulos reduce considerablemente los inquietantes
efectos a largo plazo de las afirmaciones, tantas veces exageradas y caren­
tes de fundamento, sobre el «declive de los partidos».

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