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La r a c i o n a l i d a d
EN LAS CIENCIAS SOCIALES
Un d e s a fío p e d a g ó g ic o ,
c ie n t íf ic o y p o lític o
I . L a RACIO NAL!D AD
II. E l r e a lis m o d e l o s m o d e lo s
II. La im p o r t a n c ia de la TER
Una de las razones esenciales del atractivo de la TER
es realmente que suministra explicaciones autosu-
ficientes —que no desembocan sobre cuestiones adicio
nales—, como lo ilustran los ejemplos siguientes.
1. Ejemplos de aplicación de la TER. - Tocqueville
(2004 (18561) utiliza la TER en una época en que
todavía no está identificada cuando explica una
diferencia entre Francia e Inglaterra a fines del siglo
xviii que había impactado a los observadores. Los
fisiócratas ven en la agricultura la fuente del
enriquecimiento de las naciones. Son entonces muy
influyentes en Francia. Sin embargo, la agricultura
francesa se moderniza lentamente en comparación
con la agricultura inglesa. Esta diferencia es un
efecto del fuerte ausentismo de los propietarios te
rratenientes franceses, el cual a su vez resulta de la
centralización administrativa francesa, explica To
cqueville. Ella hace que los cargos reales sean más
numerosos en Francia que en Inglaterra y que confie
ran poder, influencia y prestigio a sus titulares, porque
los erigen en instrumentos de un Estado omnipotente.
En Inglaterra, por contraste, un gentleman-fantier
emprendedor que por su dinamismo logró atraerse el
reconocimiento de la población puede aspirar a funcio
nes locales. Y si ambiciona ser elegido en Westminster.
no debe decepcionar a sus mandantes. Por lo tanto, está
mucho menos incitado a instalarse en la capital y a
desinteresarse de sus tierras de lo que está su homólogo
francés.
Los propietarios terratenientes franceses c ingleses
forzosamente idealizados considerados en este análisis
se encuentran en una situación que los invita a decidir
con total autonomía acerca de lo que consideran de su
interés y a razonar en términos de relación costos-
beneficios (RCB). Las informaciones necesarias a la
toma de decisión les son fácilmente accesibles. Ellos
conocen los costos y los beneficios de las opciones que se
ofrecen a ellos. Por eso Tocqueville les presta ins
tintivamente una racionalidad de tipo utilitarista y
desarrolla aquí un modelo que descansa en los postulados
P1 a P6 de la TER.
En la misma línea, Root (1994) se pregunta por qué,
en el siglo xvm, la política económica favorece de manera
constante a los productores de granos en Inglaterra y a
los consumidores de granos en Francia. Su explicación
hace de esta diferencia otro efecto de la centralización
francesa. Los consumidores parisinos ven claramente
que al manifestarse en las calles de la capital pueden
ejercer una presión eficaz sobre el poder y obtener
precios favorables a sus intereses. Una manifestación
bajo las ventanas de Westminster, en cambio, no habría
tenido casi posibilidades de éxito, ya que los diputados
de la Cámara se los Comunes son propietarios terrate
nientes, preocupados por no decepcionar a sus electo
res de provincia, los que en su mayoría pertenecen a las
mismas categorías sociales que ellos mismos en virtud
del carácter censitario del sufragio. Por eso las jorna
das de acción son frecuentes en París, pero raras en
Londres; por eso es difícil traducir en inglés la palabra
jornadas, en el sentido revolucionario del término; por
eso también la política económica inglesa favorece a los
productores, allí donde la política francesa favorece a
los consumidores de granos.
También aquí, la axiomática de la TER es pertinente,
debido a que abarca las condiciones de información
completa y de autonomía decisional en las que se
mueven los individuos: en consecuencia, nada se opone
a que ellos se determinen sobre la base de una RCB.
La TER aparece en estos dos ejemplos como de una
eficacia perfecta: las teorías de Tocqueville y de Root
explican datos comparativos enigmáticos sin movilizar
otra cosa que proposiciones psicológicas y proposiciones
empíricas inatacables.
2. La ley de hierro de la oligarquía. La TER puede
inscribir logros espectaculares entre sus trofeos de
caza. Así, ella permite explicar la ley de hierro de la
oligarquía de R. Michels, según la cual un partido o un
sindicato, así fuera profundam ente democrático,
siempre tiene tendencia a comportarse de manera
oligárquica.
Esta ley se explica por el modelo de inspiración TER
propuesto por Olson (1965): cuando un pequeño grupo
organizado trata de imponer sus intereses a un gran
grupo no organizado, tiene posibilidades de encontrar
poca resistencia, porque los miembros del gran grupo
tienden a comportarse como pasajero:s clandestinos, es
decir, a contar con los otros para ejercer presiones que
apunten a oponerse al pequeño grupo. En otros términos,
cada uno espera poder sacar provecho de una resi stencia
colectiva que desea fervientemente sin por ello estar
dispuesto a asumir su costo, porque sabe que, aunque
no participe, logrará sus beneficios. De donde resulta
que una acción colectiva del grupo grande contra el
pequeño tiene muchas posibilidades de no producirse.
Este mecanismo explica que el aparato de un partido
o de un sindicato tenga el poder de imponer a sus
simpatizantes una política contraria a sus deseos, pero
también que un gobierno pueda conceder más atención
a las exigencias de las corporaciones y generalmente dé
los grupos de influencia que a las expectativas del
público. O incluso que los movimientos callejeros estén
más desarrollados en las democracias donde el poder
ejecutivo no está lo suficientemente equilibrado por un
poder legislativo respetado por la opinión, ya que las
corporaciones y los grupos de influencia pueden
entonces tomárselas con unblanco identificable y visible
sin temer la oposición de la opinión. Por esta razón es
imposible traducir literalmente en inglés o en alemán
la expresión corriente en francés de pouuoir de la rué
[poder de la calle].
El efecto Olson explica también la persistencia de los
fenómenos ideológicos en las sociedades democráticas.
¿Por qué durante tanto tiempo se pudo imponer en las
escuelas francesas la gramática estructural, el método
de lectura global o una pedagogía de inspiración
rousseaniana, cuando muy pronto se había podido
observar que esas medidas eran contraproductivas?
¿Por qué se pudo imponer una historia tan mítica de la
Revolución de 1789, como lo mostró F. Furet? ¿Por qué
durante tanto tiempo se divinizó en Francia el Estado
y se demonizó la empresa? Todas estas ideas fueron
lanzadas por redes de connivencia y de afinidad. Sólo
una fracción del público adhiere a ellas. Pero en virtud
del efecto Olson, el público en su conjunto no tiene la
voluntad de oponerse a ellas. Por eso se ve aparecer el
fenómeno llamado del pensamiento único, de lo
políticamente correcto, hasta del terrorismo intelectual,
sobre todo en las naciones de tradición centralizadora.
En suma, innumerables fenómenos relativos a los
movimientos sociales, a la criminalidad, a la opinión
pública, al poder político, ala ideología y prácticamente
a todos los temas que tienen que ver con las ciencias
sociales fueron explicados a partir de la TER. Una
enseñanza seria de las ciencias sociales no puede ignorar
sus aportes.
III. L a TER: ¿ u n a t e o r í a g e n e r a l ?
Sin embargo, por muy eficaz que sea la TER, se puede
redactar una lista imponente de los fenómenos sociales
ante los cuales se da de cabeza.
1. La paradoja del voto. A este respecto, dicha
paradoja representa un caso canónico, porque
testimonia las aporías a las cuales la TER (P ía P6) y,
más en general, los modelos consecuencialistas (P1 a
P4) conducen acerca de ciertos temas. Si se toma en
serio el consecuencialismo, nos dice esta paradoja, no se
comprende por qué la gente vota: puesto que mi voto no
tiene más que una probabilidad prácticamente nula de
influir en el resultado de una consulta popular, ¿poi
qué voy a votar, en vez de dedicarme a actividades más
interesantes? Sin embargo, la gente vota. La paradoja
del voto terminó por adquirir la categoría de un escollo
para la TER; poroso dio n acimiento a una literatura
voluminosa.
Algunos propusieron una solución que evoca la
apuesta de Pascal: aunque mi voto tenga muy pocas
probabilidades de ser decisivo, lo lamentaría tanto si
resultara serlo que voto por precaución, con tanta
mayor facilidad cuanto que los costos del voto son bajos.
Por consiguiente, el voto debería ser analizado como un
seguro poco oneroso contraído por el sujeto para cubrir
riesgos improbables, pero que tienen un alcance
considerable.
Efectivamente, en la vida corriente existen riesgos
cuya naturaleza es tal que incitan al individuo a una
respuesta de tipo apuesta de Pascal. Como los incendios
son escasos, el costo para el individuo del seguro contra
incendios es bajo, pero lo que está enjuego es importante.
Realmente tenemos aquí una estructura de tipo apuesta
de Pascal: costo bajo del seguro, pesar intenso si no se
tomó el seguro y el accidente ocurre. Por eso el seguro
contra incendios generalmente no es obligatorio.
Pero en el caso del voto, el riesgo de verse expuesto a
lamentaciones es inexistente, ya que la probabilidad
para que un voto cualquiera sea decisivo es
prácticamente nula. Sin embargo, cantidad de electores
votan, incluso en las elecciones donde lo que está en
juego parece poco.
Otros trataron de resolver la paradoja del voto
introduciendo la idea de que la abstención perjudica la
reputación social del individuo. Suponiendo que el
costo de la abstención es superior al del voto, esta
hipótesis permite explicar que los electores votan
permaneciendo en el marco de la TER. Pero no explica
por qué el público considera la abstención con mala
cara.
Otros parten del postulado de que el elector vota
porque votar tiene para él un interés no instrumental
sino expresivo. Algunos antropólogos, preocupados
por la explicación de los rituales mágicos, del mismo
modo propusieron explicarlos suponiendo que en lavS
socie-dades tradicionales tienen un valor, no instru
mental, sino expresivo. La explicación tropieza en los
dos casos con la objeción de que es vigorosamente
rechazada por los mismos individuos. Hay que expli
car entonces las razones de ser de esta falsa concien
cia. Pareto (1968 [1916J) ya había reconocido la impor
tancia de los comportamientos expresivos cuando evo
caba la necesidad de manifestar sus sentimientos por
actos exteriores. Pero no es posible contentarse con
declarar sin más preámbulos que un comportamiento
es de carácter expresivo cuando los individuos involu
crados se niegan a considerarlo como tal.
2. Otras paradojas. De hecho, son partes enteras de
la realidad social las que no se ve claramente cómo
podría explicarlas la TER.
La corrupción y el tráfico de influencias casi no
perjudican al público, mientras sean moderados, como
en las sociedades de la Europa Occidental o la América
del Norte. Ya que los efectos de estos delitos sobre un
ciudadano cualquiera son objetivamente desdeñables y
subjetivamente inexistentes, es difícil sostener que su
reacción negativa para con la corrupción le sería inspi
rada por las consecuencias que esos comportamientos
acarrearían para él. Sin embargo, corrupción y tráfico
de influencias son considerados graves por el público.
Además, son tanto más intensamente rechazados cuan
to no más sino menos desarrollados son estos fenóme
nos, mientras que la TER predeciría una correlación de
signo opuesto.
El famoso.juego del ultimátum hace aparecer otra
paradoja. Un experimentador propone a dos sujetos
repartirse una suma de $100 . El sujeto A debe hacer
una propuesta sobre la manera en que deben repartirse
los $100 entre él mismo y B. B, por su lado, solamente
tiene la capacidad de aprobar o de rechazar la propues
ta de A. Si la aprueba, el reparto se hace según la pro
puesta de A. Si la rechaza, los $100 se quedan en el
bolsillo del experimentador. Si la TER se aplicara a
este caso se debería observar por parte de A propuestas
de reparto como $70 para mí (A), $30 paraB. En efecto,
en este caso B tendría interés en aceptar la propuesta
de A, aunque lo peijudique. Ahora bien, la mayoría de
los sujetos se niegan a aprovecharse del poder de
decisión que la experiencia les confiere y proponen un
reparto equitativo.
Los partidarios de la TER imaginaron soluciones
poco convincentes de este otro tipo de paradoja. Según
Harsanyi (1977), el sujeto se dice que al optar por un
reparto equitativo está tomando un seguro sobre el
porvenir para el caso en que los roles de A y de B se
invirtieran. Pero si uno se atiene rigurosamente a la
axiomática de la TER, no se ve por qué haría este
cálculo en una partida a un tiro contra un adversario a
quien no volverá a ver.
Algunos economistas eminentes reconocieron que
era abusivo adjudicar a la TER un alcance general.
Así, encuestas llevadas a cabo en Suiza y en Alema
nia revelan que los ciudadanos aceptan con más
frecuencia el disgusto de la presencia de desechos
nucleares en el territorio de su comuna cuando no se
les propone una indemnización que cuando sí se las
proponen (Frey, 1997): un resultado que la TER no
puede explicar.
M uchos otros fenóm enos m ás escapan a la
jurisdicción de la TER. Por esta razón son tratados
como paradojas. Pero esta calificación es producto de
los partidarios de la TER, ya. que las susodichas
paradojas no son tales sino a la manera de ver de quien
adjudica una validez general a la TER. Son tan nume
rosas que más bien invitan a renunciar a ver en la TER
una teoría general.
IV. R a z o n e s d e l o s f r a c a s o s d e la T E R
No es difícil determinar las razones de los fracasos de
la TER, porque los fenómenos sociales ante los cuales
resulta impotente comparten rasgos comunes. Más
precisamente, pueden identificarse tres clases de
fenómenos que escapan a su jurisdicción.
La primera incluye los fenómenos caracterizados
por el hecho de que el comportamiento de los individuos
se apoya en creencias representacionales no triviales.
Todo comportamiento pone en juego creencias (llamo
aquí creencia a la adhesión a toda proposición de forma
yo creo que X, cualquiera que sea la naturaleza de X).
Miro a derecha e izquierda antes de atravesar la calle,
para maximizar mis posibilidades de supervivencia,
así como lo quiere la TER. Este comportamiento está
dictado por la creencia de que, si no tomo estas
precauciones, correría un serio riesgo. Pero la creencia
de m arras no merece que uno le preste mucha atención.
La explicación de las creencias que funda otros compor
tamientos —por ejemplo las prácticas rituales—, por el
contrario, representa un momento central del análisis.
Ahora bien, la TER no tiene nada que decirnos sobre las
creencias.
Sin duda, puede postularse que las creencias resultan
de la adhesión a una teoría y que la adhesión a una
teoría es un acto de carácter racional. Pero la racio
nalidad es aquí cognitiva y no instrumental. Un indi
viduo suscribe a una teoría porque la ctce verdadera.
Algunos trataron de reducir la racionalidad cognitiva
a la racionalidad instrum ental. Así, G. Radnitzky
11987) propone reducir la adhesión a las teorías cien
tíficas a una relación costos-beneficios. El hombre de
ciencia deja de creer en una teoría, explica, a partir del
momento en que las objeciones que se le oponen le hacen
demasiado costosa su defensa. En efecto, es difícil
explicar por qué la quilla de los barcos desaparece en el
horizonte antes que el mástil, por qué la luna adopta
una forma de creciente o por qué el navegante que
mantiene su rumbo vuelve a su punto de partida si se
admite que la tierra es plana. Pero ¿que se gana en
reemplazar la palabra difícil por la palabra costoso? Es
más costoso defender una teoría porque eso es más
difícil. Entonces hay que explicar por qué ocurre esto,
y uno se ve llevado de la racionalidad instrumental a la
racionalidad cognitiva.
Cuando un fenómeno social pone en juego creencias
no comunes, la TER se contenta generalmente con
declarar que el sujeto opera en el interior de marcos
mentales (frames). Así, una de las soluciones a la
paradoja del voto conjetura que el elector que no ve que
su voto no sirve para nada operaría en el interior de un
marco mental que le liaría creer lo contrario: tendría
una estimación errónea de su influencia sobre el
resultado del escrutinio. Lévy-Bruhl (1960 [1922])
explica del mismo modo las creencias mágicas por la
hipótesis de que los primitivos obedecerían a reglas de
inferencia diferentes de las nuestras. Tales explica
ciones son tautológicas y ad hoc. Además, salen del
marco de la TER, puesto que suponen que el indivi
duo obedece a fuerzas y no solamente a razones. Como
la naturaleza de estas fuerzas es misteriosa, se pier
de la principal ventaja de la TER, a saber, su capa
cidad de principio de proponer explicaciones auto-
suficientes.
La TER es impotente ante una segunda clase de
fenómenos: aquel los que se caracterizan por el hecho de
que el comportamiento de los individuos se apoya en
creencias prescriptivas no consecuencialistas.
Tratándose de las creencias prescriptivas, la TER
está a sus anchas m ientras sean de carácter conse-
cuencialista. Así, no le cuesta nada explicar que la
mayoría de la gente cree que los semáforos son algo
bueno: sin ellos, la circulación sería aun peor; pese a
los contratiem pos que me imponen, los acepto,
porque conllevan consecuencias que yo considero
positivas.
Pero la TER no dice nada acerca de las creencias
normativas que no se explican en el modo conse-cuen-
cialista. El sujeto del juego del ultimátum actúa en
contra de su interés. El Michael Kohlhaas de Kleist
entra a sangre y fuego y acepta pruebas dolorosas para
hacer reconocer su derecho. El elector vota, aunque su
voto no tenga influencia en el resultado del escrutinio.
El ciudadano reprueba de m anera vehemente la
corrupción. Pero no le afecta personalmente. El plagia
rio provoca un sentimiento de reprobación, aunque no
perjudique a nadie y contribuya a la notoriedad del
plagiado. El impostor es señalado con el dedo, aunque
su accionar no implique ningún inconveniente para
nadie, salvo para sí mismo. No se ve de qué manera una
teoría incapaz de producir una explicación aceptable
de hechos sociales tan familiares podría ser considera
da como general.
Por último, la TER es impotente ante una tercera
clase de fenómenos: aquellos que ponen en juego
comportamientos individuales de los que es contrario
al buen sentido suponer que puedan ser dictados por
una actitud egoísta.
Todo espectador de Antígona conden-a a Creonte y
aprueba a Antígona. La TER no puede explicar ésta
reacción universal por una razón sencilla, a saber, que
el espectador no está de ninguna manesa involucrado
en sus intereses por el tema tratado. Por lo tanto, no se
puede explicar su reacción por las consecuencias
eventuales que podría acarrear, puesto que esas
consecuencias son inexistentes. El espectador no está
de ningún modo involucrado por el destino de Tebas.
Pertenece al pasado y ya nadie tiene influencia sobre él.
En este caso, los postulados del consecuencialismo y
del egoísmo resultan ipso fado descalificados.
Las ciencias sociales frecuentemente se las ven con
figuras de este tipo. Corrientemente uno se ve llamado
a evaluar estados de cosas que no nos atañen direc
tamente. Se puede tener una opinión formada sobre la
pena de muerte sin sentirse personalmente involucra
do por ese castigo. ¿Cómo una axiomática que suponga
egoísta al individuo podría dar cuenta de su reacción
en situaciones donde sus intereses no están en juego ni
tienen ninguna posibilidad de-estarlo jamás?
De estas observaciones resulta que la. TER no tiene
gran cosa que decirnos sobre los sentimientos morales
ni, generalmente, sobre los fenómenos de opinión.
En resumen, la TER está por principio desarmada
ante los fenómenos que ponen en juego creencias
representacionales no triviales, creencias prescripti-
vas de carácter no consecuencialista o creencias que
excluyen por la fuerza de las cosas toda consideración
de carácter egoísta. Por esas razones, los postulados P4
a P6, por los cuales la TER se distingue del IM en el
sentido amplio (postulados P ía P3), tienen por efecto
hacerle imposible la explicación de una multitud de
fenómenos.
Con justa razón, la TER acepta el postulado indi
vidualista P l, el postulado de la comprensión P2 y el
postulado de la racionalidad P3. Pero se equivoca de
medio a medio cuando pretende conceder una catego
ría general a los postulados P4 del consecuencialis
mo, P5 del egoísmo y P6 de la relación costos-benefi
cios, porque no son pertinentes sino en casos particu
lares.
Se puede salvar la generalidad de la TER, por lo
menos en apariencia, si se plantea que el sujeto social
obedece siempre en última instancia a intereses
egoístas. Pero ¿con qué derecho afirmar que quien ex
presa su opinión sobre temas que no lo conciernen
personalmente no buscaría otra cosa que darse el gusto
o limpiarse la conciencia? Esto puede ocurrir, pero
entonces hay que mostrarlo.
Los partidarios de la TER raramente se preocupan
de hacerlo, porque se consideran legitimados en su pro
ceder ante todo por la tradición positivista en su ver
sión hard, según la cual los hechos de conciencia y en
particular las razones que motivan la acción indivi
dual deben ser apartados del análisis científico so
pretexto de que son inobservables. Si esto fuera cierto,
las investigaciones de la policía o de la justicia estarían
descalificadas de antemano y la vida social sería un
tejido de ilusiones. A la influencia del positivismo se
añadió la del marxismo, que promovió la noción de falsa
conciencia al rango de una trivialidad, y después la del
psicoanálisis. Estos movimientos de pensamiento au
torizan a afirmar que lo que el sujeto cree pensar no es
lo que él piensa realmente.
Capítulo III
LA TEORÍA
DE LA RACIONALIDAD ORDINARIA
(TRO)
I. D k f im c j o n d e y a TRO
Sea X un objetivo, un valor, una representación, una
preferencia, una creencia o una opinión. Se dirá que X
se explica por la racionalidad ordinaria (RO) si X es a
los ojos del individuo que adhiere a X la consecuencia
de un sistema de razones S todos cuyos elementos son
aceptables para él y si al alcance de su vista no existe
un sistema de razones S’ preferible que lo llevaría a
suscribir a X’ más que a X. En este caso, se dirá que S
es la causa de la adhesión del individuo a X.
Las creencias científicas suministran una aplicación
inmediata de la RO. Se acepta la hipótesis de Torriceli
según la cual el mercurio sube en el barómetro bajo el
efecto del peso de la atmósfera. La teoría aristotélica,
según la cual se elevaría porque la naturaleza tendría
horror al vacío, es más débil porque no puede explicar
la variación de la altura del mercurio con la altitud y
porque introduce una noción antropomórfica. Berthelot
(2006) recuerda con justa razón que la hipótesis de
Torricelli está lejos de haberse impuesto de inmediato.
Pero también muestra que se puede desconocer el papel
desempeñado por la racionalidad en la instalación de
las ideas científicas sobre el mediano y el largo plazo.
En todo caso, el fenómeno colectivo del consenso que
terminó por establecerse en favor de lateoría deTorriceli
tiene razonen como causas. Esta explicación está
desprovista de cajas negras: es autosuíiciente. Y es
autosuficiente porque es racional. Este ejemplo ilustra
por lo tanto la fórmula ya citada do 1V1. Hollis según la
cual “la acción racional tiene de notable que ella es su
propia explicación”. Por último, la racionalidad puesta
en obra en este ejemplo no es la racionalidad instru
mental, sino la racionalidad cogni/iva.
Tratándose de la TRO, ella postula que la racionalidad
que es responsable de la instalación de las creencias
científicas lo es también déla instalación délas creencias
positivas y normativas, ya sean individuales o co
lectivas.
Por supuesto, nada implica que sea posible asociar a
toda creencia un conjunto de proposiciones que
satisfagan las dos condiciones de la racionalidad
ordinaria (RO), a saber, que todas las proposiciones
incluidas en S sean aceptables y compatibles y que
ningún conjunto S’ de proposiciones sea preferible a S.
S’ sería preferible a S si ciertos elementos de S’ fueran
preferibles a ciertos elementos de S, sin que ningún ele
mento de S’ sea menos aceptable. Por lo tanto, sólo en
casos particulares se puede zanjar sin ambigüedad
entre S y S\ La definición de la RO describe en otros
términos una situación ideal. Ella constituye el punto
de referencia a partir del cual el individuo aprecia la
solidez de sus creencias: él percibe sus creencias como
más o menos fuertes según el grado en el cual se acercan
o se alejan de esa situación ideal.
En efecto, concretamente es corriente que no se esté
en condiciones de afirmar si hay que preferir S’ a S.
Pero toda creencia a la que adhiere el sujeto trae
aparejado en su ánimo el sentimiento difuso de que no
percibe las razones que lo llevarían a creer otra cosa. Y
la duda lleva a buscar un sistema de razones que
permitirían resolverlo.
1. Variantes deí modelo. Esto equivale a decir que el
pensamiento ordinario sólo aplica de manera aproxi-
rnativa el modelo deñnido por la RO, donde un conjun
to de razones compatibles se impone con respecto a
sus competidores. Este conjunto puede estar despro
visto de validez, como en el caso en que se introduce
una misma palabra en las dos premisas de un silogis
mo formalmente impecable, pero en sentidos diferen
tes. Aquí, el individuo se convence sobre la base de
razones de validez dudosa, pero no lo ve.
Sin embargo, ¿hay que seguir a Pareto cuando
pretende que razones defectuosas por principio no
pueden ser la causa de una creencia? A su juicio, tales
razones no harían sino recubrir la creencia del sujeto
de un barniz lógico, residiendo las causas reales de su
convicción en motivaciones inconscientes. Así, es una
pasión, la de la hostilidad respecto de la propiedad, la que
engendraría los razonamientos que apuntan a mostrar
que la propiedad es una institución injustificable (Pa
reto, 1968 [1916], § 1546): “Se vive bien cuando se vive
según la Naturaleza; la Naturaleza no admite la pro
piedad; por lo tanto se vive bien cuando no hay propie
dad. í£n la primera proposición, del agregado confuso
de sentimientos designado por el término Naturaleza
surgen los sentimientos que separan lo que es conforme
a nuestras tendencias (lo que nos es natural), de lo que
hacemos únicamente por coerción (lo que nos es ajeno,
displacentero, hostil), y el sentimiento aprueba la pro
posición Se vive bien cuando se vive según la Naturale
za. En la segunda proposición surgen los sentimientos
que separan el hecho del hombre (lo que es artificial), de
lo que existe independientemente de la acción del
hombre (lo que es natural); y también aquí, el que se
deja guiar por el sentimiento admite que la propiedad
no es obra de la Naturaleza, que la Naturaleza no la
admite. Luego, de estas dos proposiciones resulta lógi
camente que se vive bien cuando se vive sin ia propie
dad; y si esta proposición es también admitida por el
sentimiento del que entiende el razonamiento, estima a
éste perfecto desde todos los puntos de vista.”
La dificultad es que Pareto propone aquí explicar la
creencia que él imputa a su sujeto ficticio, no por la
argumentación brillante y aparente que le adjudica,
sino por sentimientos inconscientes cuya existencia
considera inevitable postular porque rechaza por prin
cipio la idea de que una argumentación aparente pueda
ser la causa real de una convicción. Pero a diferencia de
las pasiones en el sentido de Hume, las fuerzas psíqui
cas que Pareto ve aquí en obra son de índole oculta. La
envidia y los celos ciertamente pueden desempeñar un
papel en el aborrecimiento de la propiedad, pero no se
ve que basten para explicar la condena con que la afecta
Proudhon, sin duda el autor encarado por Pareto en el
pasaje citado.
Es trivial que un razonamiento inválido no sea per
cibido como tal por el creyente. Pero nada obliga a
suponer, como lo hace Pareto, que las razones que se da
no sean la causa de su convicción. El zorro que ve las
uvas demasiado verdes no obedece a motivaciones in
conscientes que estarían recubiertas de un barniz lógi
co. Lo vemos en el hecho de que La Fontaine escribe
espontáneamente (dejando de lado las coerciones de la
versificación): “Están demasiado verdes, dijo” y no “se
dijo”. El zorro simplemente actúa de mala fe. Tal vez
porque desea salvar el honor ante un testigo sarcástico.
En suma, es arbitrario suponer que las razones que
se da un individuo no sean la causa de su convicción a
partir del momento en que un razonam iento es
imperfecto desde el punto de vista lógico. Es más
simple y más plausible reconocer que, la manera de la
racionalidad instrumental, la racionalidad cognitiva
es ilimitada en lo ideal, pero limitada en la práctica.
En efecto, es posible alejarse de la situación ideal que
define la RO de muchas maneras. Es posible no tener
acceso a la información pertinente, carecer de compe
tencia cognitiva, obedecer a motivaciones que condu
cen a filtrar las razones que se consideran, como por
ejemplo lo hace normalmente cualquier abogado. Es
posible convencerse de que X es bueno o de que Y as
verdadero porque se desconoce la existencia de razones
contrapuestas a aquellas sobre las cuales uno se funda.
Estos desaciertos son tan corrientes en la vida cientí
fica como en la vida ordinaria. Todos los estudios sobre
las controversias científicas muestran que aquellos
que creen en una tesis se esfuerzan por minimizar los
argumentos de sus oponentes, hasta por procurar que
no puedan exponerlos.
2. Enunciados fácticos y principios. Las propo
siciones que pertenecen a un conjunto S y que fundan
una creencia en el espíritu de un individuo normal
mente dependen de varias categorías. Algunas de estas
proposiciones son de carácter fáctico, otras son princi
pios. Ahora bien, las proposiciones fácticas pueden ser
confrontadas con el mundo real. En cambio, los princi
pios, por esencia, no pueden ser demostrados.
No hay ciencia sin principios, afirma justamente
Max Weber. Algunos de estos principios son muy
generales, como el que dice que se prefieren las
explicaciones de los fenómenos naturales por causas
eficientes más bien que finales: un principio que no se
ha vuelto evidente sino con la modernidad. El principio
según el cual los fenómenos de evolución biológica
deben explicarse por el esquema neodarwiniano muta
ción-selección tiende también a ser ampliamente acep
tado. La racionalidad de esta aceptación es fácil de
identificar: descansa en el metaprincipio según el cual
un principio P es preferible a un principió P’ si las teo
rías inspiradas por P son más satisfactorias que las
teorías inspiradas por P\ Ella explica que el danvi-
nismo so haya impuesto irreversiblemente contra el
creacionismo a despecho de todos los combates de
retaguardia. Pero como el universo de las teorías
inspiradas por un principio es indefinido y abierto,
jam ás puede considerarse que se ha demostrado un
principio.
II. E f e c t o s d e c o n t e x t o
Y (’KEE X C 1AS COI .ECTI VAS
III. - L a r a c i o n a l id a d di-: l a s c r e e n c i a s r e l i o i o s a s
s e g ú n D u r k h e im
I. L a r a c i o n a l id a d a x i o l ó g i c a
La debilidad de los argum entos que pretenden
demostrar la a-racionalidad de las creencias norma
tivas y generalmente axiológicas invita a interpretar la
racionalidad axiológica como una declinación de la
racionalidad cognitiva.
En efecto, la primera parte puede definirse de la
siguiente manera. Digamos un sistema de argumentos
Q que contienen por lo menos una proposición normativa
o evaluativa y que derivan en la norma o en el juicio de
valor N, siendo todos los componentes de Q aceptables
y compatibles. La racionalidad axiológica dice que se
acepta N si no está disponible ningún sistema de
argumentos Q’ preferible a Q y que conduzca a preferir
N’ a N. A lo cual hay que añadir que, en el caso de la
racionalidad axiológica como en el de la racionalidad
cognitiva, no percibimos razones como tales a menos
que tengamos la impresión de que tienen vneaeion de
ser compartidas.
Pista definición de la racionalidad axiologica es ideal.
Como las creencias representacionales, las creencias
axiológieas pueden ser indefinibles: cuando es
prácticamente imposible zanjar entre dos sistemas de
argumentos Q y Q\ Las razones que fundan una creencia
también pueden ser sesgadas bajo la acción de diversos
mecanismos. Pero la adhesión a una creencia siempre
es el efecto de razones. Y, como en el caso de las
creencias representacionales, Ja fuerza de tal de sus
creencias se mide en el espíritu del individuo por su
desvío respecto de la situación ideal.
Los teóricos contemporáneos de la ética tienen
tendencia a concentrarse en los dilemas morales. El
filósofo norteamericano Michael Sandel se ha convertido
en una estrella en Harvard haciendo de su curso sobre
la justicia un espectáculo donde somete a su auditorio
a una serie de dilemas bioéticos, del tipo: ¿Es legítimo
comerciar con su esperma.? ¿Es legítimo para una
madre portadora no querer entregar a los padres
biológicos el niño que ella gestó? El público es entonces
invitado a dar su opinión alzando la mano, cuidándose
el propio Sandel de dar la suya. Tales dilemas existen.
Pero darles una importancia exclusiva tiende a suscitar
el escepticismo. Es un poco como si se enseñara la
metodología de las ciencias no evocando más que
problemas científicos no resueltos. Sin desconocer la
existencia de dilemas axiológicos, ni que la duda es la
mejor respuesta a innumerables cuestiones, Kant,
Smith, Durkheim o Weber, de manera más constructiva,
trataron de explorar el fenómeno de la convicción moral.
1. El fundamento de las certidum bres axiológi-
cas. La intuición contenida en la racionalidad axioló-
gica de Weber se afincó en mentalidades anteriores a la
suya, como la de Adam Smith. A menudo se imagina
uno que el autor de La riqueza de las naciones suscribe
ciegamente a la versión utilitaria de la racionalidad
(postulados P1 a P6 en los términos del capítulo II). El
ejemplo que sigue muestra que en La riqueza de las
naciones solicita discretamente una noción desarrolla
da en su Teoría de los sentimientos morales, la del es
pectador imparcial. El espectador imparcial es el indi
viduo que estaría por hipótesis en situación de poner
entre paréntesis sus pasiones y sus intereses y apelar
solamente a su buen sentido: un individuo que obedece
en otros términos a la racionalidad ordinaria.
Este ejemplo reviste un alcance particular, porque
bosqueja una superación de la teoría práctica de
Kant. Smith m uestra aquí, en efecto, que, a diferencia
de la razón práctica, la racionalidad axiológica
ordinaria, lejos de tener que atenerse a preceptos
generales, puede explicar el detalle de los juicios
normativos y generalmente apreciativos emitidos en
contextos diversos y dar cuenta de ese modo de la
variabilidad de las creencias axiológicas en el tiempo
y en el espacio.
A. Smith í 1976 [1793 J, cap. X) se pregunta por qué los
ingleses de su tiempoconsideran como legítimo que los
mineros sean mejor pagados que los soldados. ¿Cómo
explicar esta creencia colectiva? Esta es su respuesta:
como la mayoría de los ingleses no son ni mineros ni
soldados y por consiguiente no están directamente
implicados por la cuestión, se hallan en la posición del
espectador imparcial. Por lo tanto, su sentimiento esta
fundado en un sistema de razones de buen sentido que
tienden a ser compartidas.
Este sistem a es el siguiente: el salario es la
remuneración de un servicio realizado. A servicio
equivalente, los salarios deben ser equivalentes. En el
valor de un servicio entran diversos elementos: sobre
todo la duración de! aprendizaje quo implica y los
riesgos a los que expone al que lo realiza. En el caso del
minero y el soldado, las duraciones de! aprendizaje son
comparables y, en ambos casos, el individuo arriesga su
vida. Pero las actividades antedichas se distinguen por
otros rasgos. El soldado garantiza la existencia de la
nación; el minero ejerce una actividad orientada hacia
la producción de bienes materiales menos funda
mentales que la independencia nacional. Además, la
muerte del minero forma parte de los riesgos del
oficio: es un accidente. El soldado, por su parte, se
expone a la muerte para la salvación de la patria: su
muerte es un sacrificio, ya sea su alistamiento volun
tario o no. En consecuencia, está habilitado a recibir
el respeto, La gloria y los símbolos de reconocimiento
que se deben a quien pone su vida en juego para la
colectividad.
De estos argumentos y del principio de igualdad
entre contribuciones y retribuciones resulta que, al no
poder recibir esas marcas simbólicas de reconocimiento
3' al realizar un trabajo igualmente penoso y arriesgado,
el minero debe recibir en otra moneda las recompensas
que no puede recibir en gloria. Por eso debe ser mejor
pagado que el soldado.
Este análisis muestra que el consenso sobre la
proposición de que los mineros deben ser mejor pagados
que los soldados es la consecuencia de datos de hecho 3'
de principios fácilmente aceptables. Es también bajo el
efecto de razones por lo que el ejecutor público, explica
Adam Smith, debe recibir un buen salario: su cali
ficación es mínima, pero ejerce “el más repug)iatite de
todos los oficios”.
También M. Walzer (1997) se interroga sobre
sentimientos morales de los que puede presumirse que
son compartidos y, también él, propone una explicación
judicataria, para emplear el término con el cual Mon
taigne designaba las explicaciones fundadas en razo
nes que teman vocación de ser compartidas.
Por qué, se pregunta Walzer, el público considera la
conscripción como aceptable tratándose délos militares,
pero no de los mineros. Una vez más, la respuesta es que
la actividad del soldado es más central que las acti
vidades de índole económica. Si se aplicara la cons
cripción a tal actividad económica particular, uno se
vería en su derecho de aplicarla a todas: lo cual
equivaldría, extremando las cosas, a justificar el
trabajo forzado.
También se explica por razones fuertes, se puede
añadir en el mismo espíritu, el hecho de que se acepte
fácilmente que los conscriptos puedan ser afectados a
tareas de policía urbana si ellos se ofrecen como
candidatos o que el ejército esté encargado de recoger la
basura cuando se prolonga una huelga de los basureros,
acarreando riesgos para la salud pública. Pero no se
admitiría que la policía urbana o la recolección de la
basura sean actividades normalmente garantizadas
por la conscripción.
Estas evidencias morales están fundadas en razones.
Ellas se presentan como los corolarios de principios
que el espectador imparcial fácilmente puede considerar
como aceptables.
2. El juego del ultimátum revisitado. Los senti
mientos morales y general mente axiológicos descansan
en razones, pero pueden ser afectados por parámetros
contextúales. Así, en el juego del ultimátum evocado en
el capítulo II, la proposición 50/50 se revela más fre
cuente en las sociedades donde la cooperación entre
vecinos es una práctica comente que en las sociedades
donde prevalece la competencia entre vecinos. Tales
resultados no son incompatibles con una interpreta
ción racional de las creencias morales. Sólo í'evelan que
un sistema de razones puede ser más o menos fácilmen
te evocado en un contexto que en otro. Cuando se
propone el juego a melanesios au y gnau de Papuasia,
Nueva Guinea, es frecuente que A proponga conceder a
B más del 50 rA de la suma enjuego y que sin embargo
B rehúse. Porque en su sociedad el don es un signo de
superioridad y la aceptación del don un signo de infe
rioridad. En cambio, entre los horticultores tnachi-
guenga de América del Sur, las ofertas de A a B son
generalmente bajas y aceptadas por B. Ocurre que en
su sociedad la cooperación, el intercambio y el reparto
están estrictamente limitadas al grupo familiar (Gin-
tis et al., 2003).
En resumen, la variación contextual de las creencias
morales no implica ningún relativismo (Boudon, 2008).
Montaigne no puede ser movilizado para justificar el
relativismo, porque las creencias morales no pueden
ser asimiladas a costumbres. Hume tampoco, porque
están fundadas en razones que el espectador imparcial
aprobaría.
De m anera general, la ficción del espectador
imparcial es indispensable para el análisis de muchas
cuestiones mayores de las ciencias sociales: sobre todo
aquellas de las relaciones entre igualdad y equidad,
razones de ser de los fenómenos de consenso o de los
fenómenos de evolución de las ideas y de las
instituciones sobre el mediano y el largo plazo.
II. I g u a l d a d y eq u id ad
III. - E l consenso:
1'KODUCTODE LARACIONALIDADORDINARIA
La racionalidad ordinaria permite también comprender
por qué ciertas instituciones, ciertas medidas y ciertos
estados de cosas engendran un consenso, a menudo
después de largas discusiones, hasta de largos
combates.
1. El ejemplo del impuesto sobre el ingreso. Las
sociedades democráticas debatieron largo tiempo en el
pasado sobre la pertinencia del impuesto sobre el
ingreso. Se ha discutido su principio. Cuando se lo
aceptó, primero se decidió que fuera proporcional. En
la actualidad se estableció un consenso general sobre la
idea de que el impuesto sobre el ingreso es algo bueno,
y que debe ser moderadamente progresivo. Si terminó
por establecerse un consenso sobre este punto es porque
se discierne en el fundamento de esta convicción
colectiva un sistema de razones que aprobaría el
espectador imparcial.
Las sociedades modernas están compuestas a
grandes rasgos, como ya lo h ab ía señalado
Tocqueville, de tres clases sociales. Éstas mantienen
entre ellas relaciones de cooperación y de conflicto a
la vez. Se trata de: los ricos, que disponen de un
excedente significativo eventualmente convertible
en poder político o social; la clase media, que no
dispone m ás que de un excedente lim itado,
insuficiente para ser convertido en poder; los pobres
(Ringen, 2007).
La cohesión social y la paz social por el lado de los
efectos esperados y el respeto a la dignidad de todos por
el lado de los principios implican que los pobres sean
subvencionados. ¿Por quién? En primer lugar por la
clase media, en virtud de su importancia numérica.
Pero la clase media no aceptaría asum ir su parte si
los ricos no consintieran en participar por su lado en
la solidaridad en un nivel más elevado. De estas
razones resulta que el impuesto debe ser progresivo.
Por otro lado, debe ser moderadamente progresivo.
De otro modo, otro principio fundamental, el princi
pio de eficacia, sería violado. En efecto, la clase rica
tendría la posibilidad, en el caso en que el impuesto
le pareciera demasiado pesado, de expatriar sus
haberes: un efecto negativo desde el punto de vista de
la colectividad.
Sin duda, algunos ciudadanos se oponen a este
consenso y algunos economistas recomiendan volver
a un impuesto proporcional (fíat lax), y otros, poco
numerosos, lisa y llanamente proponen derogar el
impuesto sobre el ingreso. Pero lo que ocurre es que
se atienen a consideraciones de carácter instrumental
e ignoran la dimensión axiológica de la cuestión: se
ocupan de los efectos y desconocen los principios.
Este análisis en términos de razones explica otros
datos, por ejemplo que las diferencias tratándose del
peso y de la progresividad del impuesto sobre el
ingreso entre las sociedades escandinavas y las
sociedades de la Europa continental tienden a
reducirse bajo el efecto del principio de eficacia.
i V. - L a r a c io n a l iz a c ió n nt: l a s id e a s m o r a l e s ,
POLÍTICAS Y -J URÍDIGAS
V. AvATARES DE LA RACIONALIDAD
Por supuesto, estos procesos pueden ser más o menos
alentados o contrariados. No implican por lo tanto
ningún determinismo histórico. Además, si la racio
nalidad ordinaria es una característica del ser huma
no, las ideas dominantes sobre la racionalidad, por lo
que a ellas respecta, están sujetas a variaciones en el
tiempo y en el espacio. Pero esos avatares pueden
llegar hasta a marcar la historia, como lo m uestra la
del siglo xx.
La filosofía griega y luego el cristianismo instalaron
la idea de que sólo razones de validez universal podían
fundar lo justo y lo verdadero. Esta idea atraviesa toda
la historia del Occidente. Es común a Aristóteles,
Platón, Erasmo, Descartes, Montaigne, Kant, Voltaire,
Goethe y muchos otros.
Sin duda, la idea de que una racionalidad separada
de todo contexto es un engaño había estado presente en
ciertos medios intelectuales occidentales desde fines
del siglo xvin: desde Herder (Z. Sternhell, Les Anti-
Lumiéres : du xviii' siécle á la guerre froide). Pero son
los conflictos entre Estados-nación y los conflictos
políticos y sociales que socavan a Europa a partir de
m e d ia d o s del siglo xix los que la hicieron bajar a la calle.
Ellos hicieron que tendieran a ser juzgadas verdaderas
o atinadas teorías útiles en el sentido en que servían a
los intereses de un Estado-nación, de una clase social o
de un grupo étnico (Benda, 1977 [1927]). Cantidad, de
historiadores y de filósofos abandonan entonces el ideal
universalista de la racionalidad que había sido el de
todos los intelectuales y que es resumido por la Logique
de Port-Royal: “De cualquier país que usted sea, no
debe creer más que lo que estaría dispuesto a creer si
fuera de otro país.”
El influyente historiador alemán Treitschke se jacta
entonces de ignorar “esa objetividad anémica que es lo
contrario del sentido histórico”. Georges Sorel, el teórico
de la violencia política, y Houston Stewart Chamberlain,
el teórico del racismo, tienen en común querer que lo
justo y lo verdadero se determinen por su ulüidad en
favor de tal causa política, ya se trate de mostrar la
superioridad de tal Estado-nación o de militar en favor
de tal clase social o de tal grupo étnico. El inmenso éxito
de Mai’Xy de Nietzsche radica en gran parte en que su
pensamiento —más allá del abismo que los separa—
autoriza una inversión radical de los valores de lo justo
y de lo verdadero en provecho de lo útil. Para Nietzsche,
“la falsedad de un juicio no es una objeción contra ese
juicio”, una regla inédita que en su opinión define una
“nueva lengua” (Más allá del bien y de mal ). En efecto,
no sólo un juicio falso puede ser útil, sino que las
categorías de lo verdadero y lo falso serían productos
de la ilusión. Para Marx, son los intereses del
proletariado los que determinan lo justo y lo verdadero.
Esta inversión estaba llamada a producir efectos que
no fueron ni previstos ni deseados por sus promotores
y a culminar en la instalación provisoria en el siglo xx
de las doctrinas racistas, del marxismo reputado
científico o de la supuesta lógica dialéctica (Bell, 1997
[1988]).
Ciertamente, algunos pensadores de todas las épocas
insistieron en el hecho de que la acción política debe
tener en cuenta lo útil más que lo justo y lo verdadero.
Pero ni los sofistas griegos ni Maquiavelo, ni los
utilitaristas ni los mismos pragmatistas pretendie
ron que lo útil constituyera la medida de lo justo y de
lo verdadero. Con los epígonos de Marx y de Nietzs-
che, lo justo y lo verdadero, por el contrario, son
tratados como máscaras de lo útil. En cuanto a aque
llos que creen poder distinguir lo justo y lo verdadero
de lo útil, son presentados como víctimas de la ilusión,
de la ingenuidad o de la falsa conciencia.
Esta inversión de los valores dejó huellas profundas
en la historia de las ideas. Por cierto, las cir-cuns-
tancias que habían favorecido la exacerbación de las
pasiones nacionales y de las pasiones de clase han
desaparecido. Pero la idea de Ja índole ilusoria de la
noción de objetividad tratándose del conocimiento de
los fenómenos morales, políticos y sociales reapare
ció en los últimos decenios del siglo xx en favor de la
ascensión del relativismo provocado sobre todo por el
fin de las ideologías, la descolonización y luego la
globalización. Se ha sostenido que había que renun
ciar a la noción de objetividad tratándose incluso de
las ciencias de la naturaleza. Se instaló entonces el
adagio del todo es bueno (anything goes). Este im
pregnó y sigue impregnando fuertemente el pensa
miento moral, social y político. Contra el principio
de la Werlfreiheit, las ciencias sociales a menudo
adoptaron una postura compasiva. Así, la criminolo
gía de los últimos decenios del siglo xx admitió co
rrientem ente que la explicación verdadera del cri
men es aquella que es útil a\ delincuente.
Porque las ideas tienen su ritmo propio: sobreviven
fácilmente a las circunstancias que las vieron nacer a
partir del momento en que son reajustadas a las nuevas
circunstancias. Los nietzscheanos y los marxistas del
siglo xx tienen otras expresiones que los del siglo xix.
Pero comparten la tesis relativista según la cual las
categorías de \a objetividad y de la universalidad
encubrirían ilusiones.
Hoy misino, los construetivistas visten con nuevas
ropas al rey desnudo del relativismo: la ciencia no tiene
motivos para presentarse como objetiva puesto que in
terpreta lo real a partir de instrumentos forjados de
punta a punta. No hay hechos, solamente interpre
taciones, afirman, tomando a Nietzsche al pie de la
letra. Las verdades producidas por la ciencia son cons
trucciones que no se pueden considerar como más
objetivas que los mitos de las tribus amazónicas.
En todos los tiempos, la mayoría do los grandes
nombres del pensamiento escaparon al relativismo.
Nunca abandonaron el ideal universalista de la
racionalidad y siempre rechazaron la disolución dé lo
justo y lo verdadero en lo útil. Los sociólogos clásicos, en
cuya primera fila están Durkheim y Wcber, se sitúan
sin ambigüedad a este respecto en la continuidad del
período filosófico clásico. Ellos comparten la idea de
que las ciencias sociales y políticas deben darse por
horizonte la racionalidad no contcxtual: su función
consiste en elim inar las explicaciones ego- o
sociocéntricas de la racionalidad contextual. Weber
decía que una teoría válida es la que un chino puede
comprender y aceptar, esto es, que trasciende la
diversidad cultural: una rehabilitación del adagio de
la Logique de Porí-Royal.
¿Quién podría dudar, pensando en la amplitud de
los efectos históricos y en los efectos corrosivos ejercidos
sobre la democracia por esos avatares déla racional idad,
que realmente se trate de una noción cardinal para el
pensamiento moral, político y social?
Capítulo VI
VENTAJAS DE LA TEORÍA
DE LA RACIONALIDAD ORDINARIA
I. - ¿Qué ES EKL’LICAR?
La noción de ciencia, abarca actividades diversas:
toda disciplina científica describe, clasifica y expli
ca. Pero su objetivo último siempre es explicar. Pue
de definirse la actividad de explicación de la siguien
te manera. Supongamos un fenómeno cualquiera que
suscite un sentimiento de sorpresa: la altura del
mercurio en el barómetro varía con la altitud; ese
individuo cambia súbitamente de comportamiento;
los miembros de tal grupo creen en los milagros;
determinado grupo está convencido de la eficacia de
los rituales de lluvia.
Encontramos estos fenómenos más arriba. En todos
los casos, su explicación consistió en establecer las
causas. El sistema de las causas siempre adoptó la
forma de una lista de proposiciones compatibles entre
109
sí y talos que cada una podía ser fácilmente aceptada,
ya sea que registrara un dato fáctico probado, ya que
despertara un sentimiento compartido de verosimilitud.
Estas consideraciones conducen a definir la expli
cación de un fenómeno como la operación que apunta a
convertirlo en la consecuencia de un sistema de propo
siciones compatibles entre sí y aceptables. Esta defini
ción se aplica a las ciencias sociales como a las ciencias
de la naturaleza. La explicación así definida disipa el
misterio del fenómeno bajo examen, puesto que lo con
vierte en la consecuencia de un conjunto de proposicio
nes desprovistas de misterio.
Dos conclusiones resultan de estas observaciones.
Siendo idénticas las definiciones de la explicación y de
la racionalidad ordinaria (RO), de esto se infiere ante
todo que conocimiento ordinario y conocimiento cien
tífico difieren en grado, pero no en naturaleza, como lo
quiere Einstein cuando asegura que el conocimiento
científico no es otra cosa que la prolongación del sentido
común.
En segundo lugar, sólo se puede estar de acuerdo con el
filósofo norteamericano R. Rorty cuando declara que el
conocimiento no es un espejo de la naturaleza. En
efecto, explicar un fenómeno no es fotografiarlo, sino
asociarle un conjunto de proposiciones. Ahora bien,
estas proposiciones siempre están inspiradas por un
punto de vista. Así, Durkheim rechaza que el ser
humano pueda estar duraderamente sometido a la
ilusión. Pero de esto no resulta que el conocimiento no
pueda ser objetivo. La teoría de las creencias en la
eficacia de los rituales de lluvia propuesta por
Durkheim es objetivamente preferible a las de
Wittgenstein o de Lévy-Bruhl en el sentido en que pro
pone una explicación que deriva de sistemas de propo
siciones más aceptables.
II. P u n t o s di-.: v is t a , p r o g k a m a -s ,
MARCOS, PRESUPUESTOS
IM
Individualismo metodológico; los fenómenos sociales
son los efectos de acciones individuales. En el sentido
amplio, los fenómenos sociales son los efectos de acciones
individuales inspiradas por razones.
RCB
Relación costos-beneficios; el individuo escoge la línea
de acción que maxi miz a la diferencia en tre los
beneficios y los costos.
TER
Teoría de la elección racional; el individuo escoge los
medios que mejor convienen a sus fines.
TRL
Teoría de la racionalidad limitada; el individuo escoge
los medios que mejor convienen a sus fines teniendo en
cuenta la información limitada y las capacidades
limitadas de tratamiento de que dispone.
TRO
Teoría de la racionalidad ordinaria; el individuo
suscribe a una creencia o decide acerca de una acción
sobx’e la base de razones.
BIBLIOGRAFÍA
Introducción.....................................................................7
I - R azón y r a c i o n a l i d a d ............................................................................... 1 5
I. La racionalidad.......................................................17
II. El realismo de los modelos..................................27
III. Dos cuestiones......................................................33
II - L a t e o r ía d e la e l e c c ió n r a c io n a l (TER)............... 3 7
I. El individualismo metodológico (IM )................ 38
II. La importancia de la T E R ..................................42
III. La TER: ¿una teoría general? ..........................46
IV. Razones de los fracasos de la T E R .................. 50
III - La teoría
d e la r a c io n a l id a d o r d in a r ia (TRO).............................. 55
I. Definición de la TR O .............................................58
II. Efectos de contexto
y creencias colectivas............................................63
IIÍ. La tesis central de la TR O ................................65
IV - La r a c io n a l id a d o r d in a r ia
d e las r e p r e s e n t a c io n e s .................................................................... . 67
I. ¿Un abismo entre pensamiento científico
y pensamiento ordinario?....................................67
141
II. Las creencias religiosas:
productos de la racionalidad ordinaria........69
III. La racionalidad de las creencias religiosas
según Durkheim ................................................ 71
IV. Los objetivos personales:
productos de la racionalidad ordinaria........ 82
V - La RACIONALIDAD ORDINARIA
DE LAS CREENCIAS NORMATIVAS ..............................................•....85
I. La racionalidad axiológica.................................86
II. Igualdad y equidad............................................ 91
III. El consenso: producto de la
racionalidad ordinaria......................................96
IV. La racionalización de las ideas morales,
políticas y jurídicas........................................... 98
V. Avatares de la racionalidad..........................104
VI - Ventajas de la teoría
DE LA RACIONALIDAD ORDINARIA ...................................... 109
I. - ¿Qué es explicar?...........................................109
II. Puntos de vista, programas,
marcos, presupuestos.....................................111
III. Los méritos de la TRO ..................................117
Conclusión...................................................... ..........127
Siglas.......................................................................... 133
Bibliografía................................................................135
Ésta edición de 1.500 ejemplares
se terminó de imprimir en junio de 2010
en IMPRESIONES SUD AMERICA
Andrés Ferreyra 3767/69, Buenos Aires