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Winnipeg, Universidad de Manitoba

El mundo de la prostitución en La hija de Celestina: el castigo del desorden


Ketty Zafra

Proponemos hacer una lectura de La hija de Celestina (1616) teniendo en cuenta el discurso
general que sobre la prostitución estaba teniendo lugar contemporáneamente y que terminó con
la condena en 1623 de Felipe IV del comercio sexual hasta entonces legal. Pensamos que esta
incursión prostibularia de Salas Barbadillo contribuye a ilustrar, como lo estaban haciendo los
manuales de moralistas que condenaban la prostitución, el estado de desorden que provoca en la
sociedad este comercio a la vez que las consecuencias de esa clase de vida. Por lo tanto, la
lección que se persigue en ambos tipos de textos - la instrucción1 y reforma del hombre
(Hanrahan 66, Cruz 150) - se lleva a cabo de una manera bastante similar. En el caso de La hija
de Celestina, la lección queda aprendida explicitamente por los hombres, quienes han de notar
los males que sobrevienen de tal conducta. Este aspecto es ya subrayado desde la Aprovación al
libro por el doctor Gregorio Juan Palacios: “No hay en ella cosa contra nuestra sancta Fé
Católica: antes bien… enseña quanto se han de guardar los hombres de una ruyn muger.” De la
misma forma se pronuncia Francisco de Lugo y Dávila al lector en la ampliación de La hija de
Celestina dos años más tarde, con el título de La ingeniosa Elena (1614):

para conseguir Alonso de Salas el fin que con tales obras se pretende, te muestra en la
astucia y hermosura de Elena y trato de su compañía lo que executa la malicia deste
tiempo y el fin que tiene la gente desalmada. (21; lo subrayado es mío)

La acción de la novela comienza “in medias res” en la ciudad de Toledo, donde se están
preparando “las bodas de un caballero forastero y de una señora, deuda de todos” (25). En este
estado de fiesta, propicio para las confusiones y mascaradas, Elena conoce a Antonio de
Valladolid, sirviente del viejo y rico don Rodrigo de Villafañe, tío del novio. Antonio, halagado
por la atención que le presta la bella Elena, le cuenta todos los pormenores de tío y sobrino, por
lo que Elena:

entendió que el desposado era un hombre muy rendido a las flaquezas de la carne y tan
corrompido en este vicio que no solamente procuraba la gracia y buen acogimiento de las

1
damas con regalos y cortesías, sino que a más de una doncella había forzado, travesuras
que costaban al viejo mucha cantidad de hacienda. (28; lo subrayado es mío)

Sin embargo, el narrador perdona fácilmente estas travesuras, como se califican los abusos de
don Sancho, así como el posterior seguimiento y acoso de Elena. Por extraño que nos pueda
resultar, el narrador parece entender que Sancho caiga irremediablemente enamorado, en el
mismo día de su boda, de una mujer como Elena. Lo interesante de esta perspectiva, y aquí
reside la inocencia de Sancho a los ojos del narrador, es que durante la vida de Elena, éste nunca
llega a saber que ella es prostituta. Al contrario, según se nos narra, Sancho la considera una
mujer de posición, casada y asentada en Madrid.2 Es verdad que el comportamiento de este
personaje en sus encuentros y desencuentros con Elena es ridiculizado. Pero con todo, y a pesar
de sus escapadas - “a más de una doncella había forzado” (28) - no es castigado como la pícara,
sino ridiculizado. La humillación de Sancho consiste en saber, a la muerte por ajusticiamiento de
Elena, que ha sido engañado por una ramera. Esta revelación parece ser necesaria para que el
aprendizaje sea posible. En este momento Sancho “admirado de tantos engaños… propuso de allí
adelante vivir honesto casado” (142). A este arrepentimiento se suma para más efectismo la
conversión del sirviente Antonio, víctima de la seducción de la prostituta, el que: “tomó el hábito
de una religión, que las más de la veces del mal fin de un malo, se sigue la enmienda de infinitos
vicios” (142). De esta forma, el castigo de Elena y de sus secuaces - Sara/María, Montúfar, la
Méndez y Perico el Zurdo - y la reforma y arrepentimiento de Sancho y Antonio de Valladolid,
sirven a Salas Barbadillo como telón de fondo en que insertar y plasmar dentro de la ficción
literaria la ideología moral que se desprende de los libros de conducta y disposiciones legales
vigentes en la época.

Salas retoma el mensaje de este tipo de libros y avisa al lector de lo mismo que ya había hecho
Juan de la Cerda en el manual de conducta Vida política de todos los estados de mujeres:
“cuanto es mayor la apariencia del bien, tanto mayor es el engaño y la traición encubierta: la cual
conviene descubrir” (521). En la narración de Salas la condena de la pícara no es simplemente
legal, aunque la mano judicial sube a Elena al cadalso y le da garrote para después encubarla,3
sino también social y moral. Social, porque vuelve a poner orden en la estructura por la que se
rige la sociedad, y desenmascara a la que pretendía usurpar y mezclarse, aunque sólo fuera
durante el momento del engaño y de la farsa, con un nivel al que no pertenece. Moral, porque
ejemplifica los abusos y engaños que se decriben en los libros de conducta. En Vida política
después de dar ejemplos de los engaños de las malas mujeres, se anuncia al lector este mensaje:
“puedes conjeturar en que vendrá a parar lo que te queda, sino tomas nuevo acuerdo y atajas este
incendio, que abrasa tu hacienda, tu cuerpo, y tu alma” (569). Con el mismo tono de sermón
típico de los tratados morales, el narrador de La hija de Celestina insta al que busca los placeres
en los brazos de la prostituta a que cambie de vida:

Hombre miserable… ¿Sabes por tu vida, adónde vas? (Pues, espérate un poco, oye, que
no seré largo.) ¿A quemar tu hacienda, a echar por el suelo tu reputación, a volver las
buenas voluntades de tus deudos y amigos, espadas que deseen bañarse en tu sangre? (71)

2
Este discurso en forma de instrucción al hombre y de castigo a la mujer libre es, como
comprobamos, el que será retomado por Salas en forma de ficción narrativa. Sin embargo, no por
ofrecer una lección deja de ser un libro de entretenimiento, y por lo tanto se apela a los encantos
de la pícara y los encuentros amorosos de ésta.

Pero además, el mundo de la prostitución descrito por Salas Barbadillo en La hija de Celestina es
bastante educativo, en el sentido que informa de todos los estados en que se ejerce la prostitución
clandestina en este momento histórico. En primer lugar, sabemos la edad a la que Elena
comienza su vida pública:

Yo era mozuela de doce a trece, y tan bien vista de la corte que arrastraba príncipes que,
golosos de robarme la primera flor, me prestaban coches, dábanme aposentos en la
comedia…y las tardes de julio y agosto, meriendas al río de Manzanares. (47)

Si seguimos los preceptos de la Lozana, con respecto a la vida en activo de una prostituta, la
pícara cumple con todos los requisitos:

Capitán. Señora Lozana, ¿Cuántos años puede ser una mujer puta?
Lozana. Dende doce años hasta cuarenta. (167)

De esta forma Elena, bien instruida desde el principio por su madre,4 sigue las reglas a modo de
libro de texto y en la cumbre de su hermosura, antes de que se resolviese a “abrir tienda” (47), se
plantea examinar la clientela. Pasan la rigurosa prueba un eclesiástico, un señor de título y un
genovés, quienes se convierten en los elegidos para comenzar el trato en Madrid. Sin embargo,
este negocio se acaba pronto y termina con un desplazamiento de madre e hija a Sevilla, por
miedo a que la justicia se lance contra ellas, después que el genovés muriera en la cárcel,
desplumado y preso por deudas. Durante el transcurso del viaje a Sevilla, la madre muere a
manos de unos ladrones y Elena, ahora en solitario, vuelve a Madrid. Al faltar la madre, Elena se
busca al rufián Montúfar al que hace partícipe de su negocio:

me aficioné a tus buenas partes, siendo el primer hombre que ha merecido mi voluntad y
con quien hago lo que los caudalosos ríos con el mar que todas las aguas que han
recogido, así de otros ríos menores como de varios arroyos y fuentes, se las ofrecen
juntas, dándote lo que a tantos he quitado. (47)

Como rufián, Montúfar tiene que cumplir y proteger a su “banco;” sin embargo, Elena va
dándose cuenta de que es cobarde y que no le sirve como protector, para lo cual decide apartarse
de él con el consejo de la Méndez, que lo califica de “pícaro, hombre de ruines entrañas y de
bajo ánimo... que se ocupa estafando mujeres” (79). De esta forma, aprovechando que Montúfar
cae enfermo, preso de calenturas, la Méndez y Elena se deciden a abandonarlo, no sin soltarle
este irónico sermón:

3
Pues cosa cierta es que ha de ver vuestra merced muy premiado en la otra vida el cuidado
que siempre ha tenido de que las mujeres que ha tratado no sean vagabundas, puniéndolas
a oficio y haciéndolas trabajadoras que no solamente comían de la labor de sus manos
sino de la de todo el cuerpo. (82)

Sin embargo, la separación no es tan fácil y, después de la venganza que unos días más tarde
toma de ellas, dejándolas atadas a unos árboles en mitad de los montes, Montúfar vuelve a buscar
a su “verdadero caudal” (92) y se reanuda su relación mercantil. En esta segunda reunión
comprobamos cómo se cumple otra de las etapas de la vida de una típica prostituta protegida por
un rufián. Esta vida está llena de movimiento - recordemos que en su compañía recorre Toledo,
Burgos, Sevilla y Madrid - de mascaradas, engaños y de peleas. Por fin los dos llegan a la corte,
cumbre de todo recorrido picaresco, casados a montar tienda. Esta nueva asociación les permite
llevar a cabo el negocio carnal de forma menos peligrosa, aprovechando la licencia que el
matrimonio les concede. Ya situados en la corte, Montúfar empieza su nuevo oficio y “volvió
con más danzantes a casa que día de Corpus Chisti” (138). No obstante, Elena comienza a
mostrar preferencia por otro rufián y después de una paliza decide deshacerse de Montúfar, esta
vez para siempre. Pero viéndose engañado, reacciona y arremete contra ella, hasta que sale de su
escondite Perico el Zurdo, nuevo amante de Elena, que propina una estocada en el corazón, causa
ésta que lleva a los dos al patíbulo.

Hasta aquí hemos podido comprobar las diferentes formas por las que discurre el negocio carnal.
Según Salas, todas éstas son clandestinas. Por lo tanto, pensamos que la narración de Salas saca a
la luz muchos de los espacios de la clandestinidad, para poner de manifiesto la desorganización
imperante en torno al supuesto orden y control de la prostitución. Es ilustrativo en este respecto
que uno de los argumentos aducido por los regidores, en su petición a la Corona para la
implantación de las mancebías en el siglo XV, es el peligro que supone para el orden público y la
seguridad ciudadana las frecuentes riñas y homicidios suscitados por las peleas entre rufianes y
prostitutas (Lacarra 271). Sin embargo, dos siglos más tarde, y a pesar de la instauración de las
mancebías y del supuesto control que éstas traerían a la población, el orden no se produce.
Prueba de este fenómeno es la reiteración de los delitos de prostitutas y rufianes, sobre todo en el
lugar de trabajo, a pesar de lo que las leyes predican. De igual forma, las riñas constantes, las
palizas y el homicidio que el texto reproduce demuestran dentro de la narración que el
pretendido orden público no es posible. Por lo tanto, el espacio de la ficción le permite a Salas –
además del uso de convenciones literarias, cómicas y paródicas, dentro de la tradición - analizar
y comentar este tipo de situaciones sociales literariamente.

Al mismo tiempo, el mensaje de Salas incluye unos avisos bastante precisos sobre los peligros
que este comercio ocasiona a aquellos que en principio quiere proteger. Recordemos que uno de
los argumentos aducidos para la legalización de la prostitución era la protección de las doncellas;
sin embargo, esto no se produce en la narración, ya que don Sancho “a más de una doncella
había forzado” (28). Es más, debido a su insaciable apetito está a punto de poner en peligro la
institución recién estrenada del matrimonio. Así se lo recuerda el narrador en una especie de
sermón muy a tono con los manuales de conducta y los libros de confesión:
4
Hombre miserable… ¿qué buscas si tienes dentro de tus puertas debajo de tus llaves para
el alma entretenimiento para el cuerpo deleite, seguridad para la honra, acrecentamiento
para la hacienda y al fin quien te dé herederos. (71)

Además, en este sermón el narrador compara a la mujer honrada con un caballo mal montado,
que corre el peligro de desbocarse5 si no está bien dirigido. Por tanto, el hombre tiene la
responsabilidad de dirigir a la mujer honrada para que ésta lo siga siendo:

La mujer honesta, la de más buen ejemplo, si la ponen ocasiones apretadas… corre


desenfrenada y no para hasta dar con el marido y su honra por uno y otro despeñadero sin
dejar barranco adonde a él y a ella no los arrastre. Verdades he dicho… a quien bien le
pareciere, cárgase dellas. (71)

De esta forma, además de la instrucción que el hombre debe poseer para descubrir los males
encubiertos que la mujer libre presenta, el discurso de Salas muestra las claves necesarias para
distinguir entre la mujer honrada y la libre. Salas subraya esta polaridad desde el principio de la
narración y frente a las mujeres que se mueven en el espacio interior, se contrasta el otro tipo de
mujer que se mueve en el espacio exterior: “Por las calles y plazas públicas también andaban
muchas de menor calidad en la sangre a cuyo olor iban mozuelos verdes y antojadizos… uno
destos se le arrimó a nuestra Elena” (26). Salas también subraya este contraste entre el
comportamiento de las mujeres libres y las mujeres honradas en lo relativo al discurso. Ya hemos
señalado que a la mujer habladora se la relaciona con la promiscuidad y el libertinaje.6 Peter
Stallybras en una elocuente cita subraya los mecanismos de control que distinguen entre los
diversos tipos de mujer en este momento histórico:

The surveillance of women concentrated upon three specific areas: the mouth, chastity,
the threshold of the house. These three areas were frequently collapsed into each other.
The connection between speaking and wantonness was common to legal discourse and
conduct books.7 (126)

Elena, como ejemplo de la mujer libre, se mostrará elocuente. Somos testigos de su elocuencia
en los halagos que le presta al mozo Antonio, en el engaño al viejo don Rodrigo, o en cómo sale
del aprieto de verse cogida camino a Madrid por don Sancho. Frente a esta elocuencia de la
pícara, Salas antepone el silencio de la esposa de don Sancho, de quien no se conoce ni el
nombre propio, ya que antes de que se case se refiere a ella como: “una señora” (25) y después,
como su mujer o su honesta esposa. Anne Cruz subraya este aspecto en relación a la locuacidad
de Lozana frente a las matronas silenciosas con las que se cruzan la andaluza y Rampín en La
Lozana andaluza:

Unlike the rest of the characters who populate the novel, the noblewomen never interact
with Lozana… Treated with uncommon respect by the author, they signify his concern

5
with mantaining order among the different social classes, and exemplify besides his own
beliefs as to how matrons should behave. (147)

Ésta es también la aproximación de Salas con respecto al personaje de la esposa de don Sancho,
al que contrapone a todo lo que simboliza Elena.

Por lo tanto, creemos que la importancia del proxenetismo y de la prostitución clandestina en la


obra de Salas no es casual, sino que responde a un tema de actualidad que tanto legisladores
como moralistas e intelectuales del momento estaban evaluando. En efecto, consideramos que
nuestro análisis del texto de Salas Barbadillo a la luz de las vicisitudes del complejo mundo de la
prostitución puede ofrecer una nueva perspectiva para entender cómo este ambiente de control y
descontrol sexual crea un espacio para la reflexión, el escrutinio y la crítica por parte de los
creadores literarios. Como hemos comprobado en La hija de Celestina no sólo se pasa revista a
los cauces por donde se escapa la prostitución sino que Salas analiza cómo y qué es lo que esta
escapada pone en peligro. En efecto, Salas reflexiona sobre cómo la prostitución ilegal conduce
al robo, al engaño – poniendo en peligro instituciones como el matrimonio – e incluso al
asesinato. De la misma forma, es evidente que estas escapadas a la vez que muestran de forma
expositiva el desorden que la prostitución conlleva, también proveen material narrativo suficiente
con el que deleitar al lector. No obstante, el mensaje principal que se desprende del análisis de
Salas pone de manifiesto que la sexualidad de la mujer “is a social factor to be repressed,
bartered, and controlled by the male structures of power” (Cruz 158). La vida picaresca de Elena
atenta contra el orden social – no se atiene a las normas de la mancebía, asume el papel de mujer
honrada, de devota, provoca desorden en la institución del matrimonio y no duda en matar
cuando encuentra un reemplazo que la satisface más – y es por esta razón natural que la más libre
de las pícaras reciba el mayor de los castigos. Por lo tanto, en aras del bien común Elena muere a
garrote y encubada, el orden público queda asegurado y los peligros de la mujer libre claramente
expuestos.

6
Bibliografía

Cerda, Juan de la. Vida política de todos los estados de mujeres: en el cual se dan muy
provechosos y cristianos documentos y avisos, para criarse y confesarse devidamente las
mujeres en sus estados. Alcalá de Henares, 1599. R 4067, BNM.
Cruz, Anne J. Discourses of Poverty: Social Reform and the Picaresque Novel in Early
Modern Spain. Toronto: U of Toronto P, 1999.
Delicado, Francisco. La lozana andaluza. Ed. Bruno Damiani. Madrid: Castalia, 1969.
Diccionario de la lengua española. Real Academia Española. Madrid: Espasa Calpe, 1992.
Hanrahan, Thomas. La mujer en la novela picaresca. Vol. 1 y 2. Madrid: Porrúa Turanzas,
1967.
Hsu, Carmen. Courtesans in the Literature of Spanish Golden Age. Kassel: Reichenberger,
2002.
Lacarra, María Eugenia. “El fenómeno de la prostitución y sus conexiones con La
Celestina.” Historias y ficciones: Coloquio sobre la literatura del siglo XV. Valencia: U de
Valencia. 267-78.
León, Luis de . La perfecta casada. Ed. Mercedes Etreros. Madrid: Taurus, 1987.
Salas de Barbadillo, Alonso Gerónimo. La hija de Celestina. Ed. José Fradejas Lebrero.
Madrid: Instituto de Estudios Madrileños, 1983.
Stallybrass, Peter. “Patriarchal Territories: The Body Enclosed.” Rewriting the
Renaissance: The Discourses of Sexual Difference in Early Modern Europe. Ed. Margaret
W. Ferguson, Maureen Quilligan, and Nancy J. Vickers. Chicago: U of Chicago P, 1986.
123-42.
Temprano, Emilio. Vidas poco ejemplares: viaje al mundo de las rameras, los rufianes y
las celestinas (siglos XVI-XVIII). Madrid: Ediciones del Prado, 1995.
Zafra, Enriqueta. “El papel de la prostitución en la picaresca femenina.” Tesis doctoral U of
Toronto, 2004.

Notas
1 Como hemos comprobado, las leyes obligan a estas mujeres que lleven señales distintivas
en la ropa que las diferencien de las mujeres honradas, con el doble objeto de que los
hombres las identifiquen y sepan con quien tratan, y también las distingan de las mujeres
honestas a quienes deben respetar. El texto literario sigue un semejante patrón instructivo,
mostrando al hombre los peligros que la mujer no identificada puede presentar.
2 Sin embargo, cabe pensar que por la reacción de don Sancho, es muy probable que “con
el airecillo de las esperanzas que se había levantado en el pensamiento” (75), contara con
que el matrimonio de la pícara era la tapadera de un negocio, el de los maridos consetidos,
que tan rentable y notorio llegara a ser en este momento histórico. Con lo cual, la presunta
“inocencia” que el narrador le otorga al joven no resulta tan convincente. Del mismo modo
piensa Carmen Hsu en su análisis de este episodio: “As it turns out, with a future agenda of
courting her in Madrid, the lascivious nobleman is more than willing to let the pícara go
free” (196).
3 Según el Diccionario de Autoridades: “Meter por castigo y disposición de las leyes a
algún reo en una cuba, como al parricida a quien encerraban en ella con una mona, un gallo,
un perro, y una víbora, y le arroban al mar.” La definición se repite prácticamente en el

7
RAE: “Meter a los reos de ciertos delitos, como el parricidio, en una cuba con un gallo, una
mona, un perro y una víbora, y arrojarlos al agua; castigo que se usó en otro tiempo.” Existe
una ilustración bastante interesante de este proceso recogida por Temprano en Vidas poco
ejemplares (127).
4 La madre, Sara/María/Celestina, esclava morisca, lavandera, prostituta y alcahueta de su
hija al final de su vida, enseña todo lo que sabe a Elena.
5 Una comparación parecida es hecha por Fray Luis de León:
Y como los caballos desbocados cuando toman el freno, cuanto más corren tanto van más
desapoderados; y como la piedra que cae de lo alto, que cuanto más desciende, tanto más se
apresura, así la sed déstas crece en ellas con el beber, y un gran desatino y exceso que
hacen le es principio de otro mayor. (96)
6 Véase el apartado “La desenvuelta y libre Dorotea” en el capítulo III, así como la
introducción a ese capítulo de mi tesis aún sin publicar El papel de la prostitución en la
picaresca femenina, Universidad de Toronto 2004. Además, recuérdese el consejo de Fray
Luis de León en La perfecta casada: “Porque, así como la naturaleza… hizo a las mujeres
para que encerradas guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca” (154).
7 Ejemplos claros se dan en manuales como La perfecta casada:
Visitando las calles corrompen los corazones ajenos y enmollecen las almas de los que las
veen… Y si es de lo propio de la mala mujer el vaguear por las calles… bien se sigue que
ha de ser propiedad de la buena el salir pocas veces en público. (159)
El mensaje se repite en en Vida política: “Enséñela que en todo momento sea callada, y
que hable muy poco, y esto cuando fuere preguntada… No la consientan pasarse a la
ventana a mirar, o a parlar en la calle con mancebos” (10).

Text - Copyright © 2004 Ketty Zafra

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