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La metafísica, o Filosofía Primera, es una filosofía teórica que aborda todo tipo de objetos,
por lo que no debe confundirse con ninguna otra, ya que estas se ocupan de un campo de
objetos determinado, mientras que la metafísica se ocupa de un objeto, el ser, que está
presente, que se refiere a todo tipo de objetos. De esto sale una consecuencia muy concreta:
su objeto es todo; en Aristóteles es el ser en cuanto ser (o el ente en cuanto ente) y todos los
objetos son, por lo que hay una universalización del campo. La metafísica, durante mucho
tiempo, ha seguido el esquema de este planteamiento, esta estructura general, pero con el
paso del tiempo esto se ha ido diversificando al tratar objetos cada vez más concretos y
distintos.
Una vez dada la respuesta a la pregunta de qué es la metafísica nos surge la pregunta de
cómo conocemos el objeto de la metafísica. ¿Cómo se puede conocer el ser, la realidad o la
substancia? En primer lugar hay que aclarar que la metafísica es un tipo de conocimiento, por
lo tanto, es posible el conocimiento de los principios fundamentales.
El problema del conocimiento filosófico en general y del metafísico en particular es el
objeto de la metafísica. Se trata de un objeto de estudio que no remite al mundo físico de lo
empírico. De hecho, ya el término “metafísica” -más allá de la física-
El problema del conocimiento metafísico en particular y del filosófico en general es que el
objeto de la metafísica, dependiendo de cómo se llame, es un tipo de concepto que no es algo
empírico, de ahí que el conocimiento no sea empírico. De hecho, ya la palabra metafísica
(“más allá de la física”) nos indica que esta disciplina no se limita a la experiencia sensible, ni
las afirmaciones metafísicas se pueden verificar solamente con la experiencia sensorial, es
decir, con el “testimonio de los sentidos” como diría Descartes.
Esto ha dado lugar a que desde tiempo muy remoto parte de la metafísica haya consistido
en explicar cómo se conocen sus objetos.
La metafísica, desde los tiempos antiguos, ha sido sometida a continuas críticas, revisiones
y ataques: los ataques de los sofistas al conocimiento filosófico retrospectivamente se pueden
entender como ataques a una manera determinada de concebir la filosofía. En esta misma
línea habría que citar a los escépticos. Por eso, Aristóteles en sus “Metafísica”
contraargumenta en relación con los sofistas y con los escépticos. Los escépticos no atacaban a
la filosofía sino al conocimiento en general.
En segundo lugar, en determinados momentos de la Edad Media, donde ya si que se
conocía la Metafísica con su nombre y su referencia aristotélica, también hubo ataques en
determinados contextos y por determinadas razones, siendo la más importante la de la fe:
algunos pensadores medievales entendían que el intento humano de averiguar el ser de las
cosas era un intento que sobrepasaba las capacidades humanas puesto que esas capacidades
humanas vienen de Dios y se encuentran limitadas y, por lo tanto, los límites del conocimiento
humano no son límites a los que la filosofía pueda responder sino que tienen que ser
conocidos desde la fe. Una de los temas más importantes de la Edad Media es el de la
distinción entre razón y fe. Hay filósofos medievales que creen en la razón y en la fe, como
Duns Scoto y Tomás de Aquino.
El renacimiento es una época muy revuelta, muy confusa, porque se produce el cambio de
la visión del mundo y de sus grandes descubrimientos. En este momento, la metafísica cambia
en su fisonomía y en su estudio a través de Descartes, momento en el que la metafísica y la
filosofía se comienza a hacer de otra manera. En este momento, todo lo que ataca a Descartes
ataca, en muchos casos, a la metafísica (sobre todo si los ataques provienen de los filósofos
empiristas ingleses). La herencia del empirismo inglés la tenemos que buscar en el positivismo
francés del siglo XIX y los primeros planteamientos neopositivistas y analíticos del siglo XX.
Estos ataques a la metafísica, en lo que tienen de argumentos filosóficos, son ataques a la
posibilidad de un conocimiento que esté más allá de la experiencia sensible y que tenga un
tipo de comprobación distinto del que se puede tener a través de la experiencia humana.
Sin embargo, a pesar de esos ataques la metafísica se ha continuado desarrollándose y,
además, los mismos filósofos que cuestionaron la posibilidad del conocimiento metafísico han
reconocido, a la vez, la necesidad metafísica del ser humano. Kant reconoce que la existencia
de la metafísica siempre se va a mantener porque la razón humana se inquieta por una serie
de cuestiones que no puede evitar (las cuestiones metafísicas). A esas cuestiones hay que
darles cabida dentro de las preguntas filosóficas. Esto lo afirma Kant en más de una ocasión:
en el prólogo de la Crítica de la razón pura y en Prolegómenos a toda la metafísica futura.
FALTA 4 DE OCTUBRE!!!
Parménides es el primer filósofo que se plantea la pregunta por el Ser. Platón menciona a
Parménides en sus obras; y dice que para los eléatas hay un solo ser y un solo ente, es decir, lo
indetifican.
El argumento central del poema es que se pueden tomar dos caminos: el ser es y no es
posible que no sea; el no ser no es y no es posible que sea.
Presenta al Ser como posición: el ser es. Cuando hablamos y pensamos algo afirmamos el
ser de ello. Es una afirmación general pero completa. La nada no es, es un camino impensable.
Es lo mismo pensar y ser, pensar y ser pensado.
Comentario Simplicio: lo que puede pensarse es lo mismo que aquello por lo cual existe el
pensamiento.
Toda proposición se puede transformar en una atributiva. El camino del ser es el camino de
la verdad. Al decir de algo que es, afirmamos la verdad de esa cosa. Ser significa ser verdadero,
pero no sólo desde el punto de vista lingüístico; sino que el ser depende del ser: el camino de
la verdad es el ser. El no ser no se puede enunciar, no tiene un referente real. El ser es; todo
pensar y decir incluye el ser: y pensar es lo verdadero. No cabe la pluralidad debido a la
identificación entre el ser y el ente. Si el ente fuse múltiple, cada uno sería diferente, no igual
(introduce la negación).
Consecuencias:
Imposibilidad del error.
Imposibilidad de la pluralidad de seres: el ser es uno y único.
Inmovilidad. Ingenerable e indestructible (no fue ni será).
Identidad: lo mismo descansa en sí mismo y así permanece en su posición. No carece de
nada, es completo (por eso tiene una gran importancia para los griegos).
En el poema de Parménides, cuando la diosa termina de hablar del ser, se acaba el discurso
acerca de la verdad y empieza el de la opinión, las apariencias (el no ser es una apariencia).
PLATÓN:
Platón establece una serie de distinciones que no se reducen a las parmenídeas entre el ser
y el no-ser, sino que difiere entre lo sensible y lo no sensible, entre lo sensible y lo que es;
entre el ser y lo que parece ser, la apariencia. En El Sofista podemos encontrar parte de la
metafísica platónica, que no se separa de la de Parménides por completo. Parménides no dice
si el ser puede o no ser conocido por el hombre, en cambio Platón le da mucha importancia al
conocimiento, como puede verse en La República.
Platón plantea que la vida y el alma son cosas que tienen movimiento. El alma puede
conocer las cosas, tanto como actividad como padecimiento. Entonces se pregunta si, al tener
movimiento, la vida o el alma pertenecen al ser. Para él no se puede responder con
rotundidad, ya que se encuentran en niveles distintos; el conocimiento es acción, el
pensamiento es movimiento. Resulta que el movimiento es necesario para la vida y el
pensamiento.
En el diálogo El Sofista, hay una consideración sobre los sofistas, que trabajaban con un
método diferente al platónico para hacer filosofía o desarrollar argumentos, ya que ellos
habían inventado la refutación, un método distinto al que utilizaban los pensadores de la
época: la retórica como conjunto de argumentos con recursos a la inteligencia y al
sentimiento, como monólogo en el que no participa el público. La refutación implica una
alternancia de argumentos, es un diálogo. Al sofista sólo le interesaba la discusión en sí, no su
objeto ni la verdad.
Platón, sin embargo, se pregunta qué es de verdad un sofista, y entre las afirmaciones que
hace nos interesa una: el sofista es un productor de apariencias. Con esto se toma en serio la
posibilidad de hablar de las apariencias, de hablar sobre lo que no es, ya que al mantener un
discurso sobre el no-ser se plantea el ser del no-ser, se dice el ser de lo que no es, haciendo un
discurso de la mentira. Así intentará explicar cómo todo esto es posible y plausible,
comenzando con el afirmar que el distinguir una cosa de otra no carece de salida, y el oponer
una parte de A de otra tampoco carece de sentido; puede decirse que una cosa no es X o es
distinta de X, con lo que se contradice el discurso de Parménides en el que la distinción no
tiene cabida en la indivisibilidad del ser. De esta manera Platón llegará a la conclusión de que
se puede decir que el no-ser es y que el ser no es. Para ello debe haber una idea que abarque
el no-ser, por lo que Platón distingue el lenguaje del pensamiento: no es lo mismo decir algo
que decir el ser, aparece la categoría de algo, más amplia que la del ser. El ser ya no está en
todas las cosas, lo cual es interesante para la filosofía griega posterior (los estoicos dirán que
hay cosas que no son ser, como el tiempo). Así es posible pensar algo que no es el ser, esto no
significa que no pensemos nada, sino que al pensar algo, todo lo que es algo, es algo
determinado para Platón. De este modo, distingue tres posibilidades del discurso y el pensar
lógico: la posibilidad de decir lo que es, decir algo acerca de lo que es, y la posibilidad del
mentir. Así es necesaria una reedificación de todo el discurso del ser de Parménides y de la
verdad.
En El Crátilo se pregunta si en el nombre de tal cosa está tal cosa, se pregunta por la
relación entre el nombre y su referente. En el lenguaje hay nombres y verbos. Las piezas del
lenguaje construidas a partir de verbos no son ni verdaderas ni falsas y las construidas con
nombres tampoco, ya que para afirmar cosas hay que combinar ambos aspectos. El logos
tiene, por tanto, una estructura dual que no dice algo, sino algo sobre algo. Una proposición
verdadera es aquella que dice acerca de algo lo que es, y una falsa es la que dice sobre algo lo
que no es. Entonces en todas las proposiciones falsas se introduce el no-ser en el ser.
Así el ser ya no es exclusivo, como había pensado Parménides, sino que a su lado hay
movimiento, lo cual implica alteridad, que no debe significar necesariamente falsedad: se
puede decir de una cosa algo distinto de ella (el teclado es negro, la puerta marrón), lo cual va
más allá del discurso verdadero para Parménides, en el que sólo se puede decir que X es X (el
teclado es teclado), sólo puede haber proposiciones de identidad. La alteridad ya no es una
mentira o un no-ser, es una verdad en otro nivel del ser. Ahora bien, esta alteridad también
puede ser falsa.
Entonces, todo logos no dice el ser, pero el logos que no dice el ser puede ser verdadero, y
si dice algo de x, y pertenece a ello, estoy diciendo algo verdadero, sin introducir
contradicciones en el discurso. Es decir, la filosofía, aunque admite el ser, puede entender el
ser de una manera distinta al ser absoluto idéntico a sí mismo. La filosofía puede tener un
discurso distinto al de la identidad.
Hay por lo menos dos conceptos a tener en cuanta: el ser y lo otro, que se encuentra
dentro del ser mismo.
Platón no habla de cosas físicas, sino de conceptos, por lo tanto lo otro es un concepto
aplicable, busca algo a mayores del ser y a su mismo nivel. Desde luego hay una prioridad del
ser a nivel de concepto, pero si relacionamos unas ideas con otras es necesario admitir lo otro
también como concepto y no sólo como algo perteneciente al mundo físico. Por lo tanto lo
otro es una relación entre ideas.
Para compaginar todo esto se apoya en la idea de participación: todo lo existente participa
en el ser y en lo otro del ser. Pero al preguntarnos por el mundo de la physis, lo que hay en el
fondo de todo puede ser o bien quietud (Parménides) o bien movimiento (Heráclito); la
respuesta de Platón es que existen ambas, pero que no se mezclan entre sí, no hay
participación de ninguna de ambas (lo mutable siempre será mutable). Así Platón distingue
cinco géneros del ser: el ser (como género central), la identidad y la alteridad, y el de la
movilidad y la inmovilidad. Entre los tres primeros hay participación, pero entre los dos últimos
no.
Inmovilidad Identidad
Ser
Movilidad Alteridad
Es por esto que la filosofía, la ciencia del ser, consiste en una serie de combinaciones de
estos géneros para hablar de lo que hay; es decir, la filosofía ha de ser dialéctica, un discurso
lógico sobre el ser que admita la identidad y la alteridad al mismo tiempo. Y es un discurso
lógico donde esta palabra significa proveniente del logos, es lenguaje proposicional, es lo que
se refiere al ser, ya que el logos tiene la actividad primordial de acercarse al ser.
Aristóteles intenta investigar cuáles y cuántas son las substancias y también se pregunta por
cuál es la substancia en general. Antes de hablar de esto hay que hacer tres apuntes sobre la
interpretación de la substancia de Aristóteles a lo largo de la Historia. La primera
interpretación, la medieval, es de tipo lógico, las categorías establecen una jerarquía dentro de
la substancia distinta a la de la metafísica, por lo que los filósofos medievales dejan que prime
el “organum”, que prime el concepto con respecto a la forma. Esto es diferente a la metafísica
ya que la substancia suprema parece ser el compuesto, cuando en realidad Aristóteles tomó
una postura bien distinta. La segunda interpretación fue un intento de enfatizar en máximo
grado las distancias entre Platón y Aristóteles. Finalmente nos encontramos con un
planteamiento que introduce una perspectiva histórico-genética, que busca la justificación de
los cambios teóricos en Aristóteles a raíz de una evolución de su pensamiento. Aquí los autores
establecen que substancia es una fiel traducción de Ouxía, teniendo en cuenta que el griego es
una lengua bastante sintética, ya que ambos términos cubren un mismo campo semántico,
entendiendo por substancia el quid último de las cosas.
Planteado así, antes de resolver cuántas y cuáles son las substancias, Aristóteles pretende
entender qué es la substancia general, viéndose obligado a hablar de lo admitido por todos: la
substancia sensible. Con esto consigue recopilar cinco rasgos definitorios para la substancia:
- La substancia es aquello que no se predice de otras cosas, pero de la cual todo se
predica (es decir, no es un predicado, es una realidad).
- La substancia es algo determinado (en sus caracteres definitorios).
- La substancia es lo que está separado (lo que puede subsistir por sí mismo).
- La substancia es unidad (no es un agregado de partes, n se puede dividir sin que pierda
su esencia).
- La substancia es acto (es actualidad).
Además la substancia tiene tres términos con los que Aristóteles la define: Compuesto,
Materia y Forma.
Así tenemos los cinco rasgos definitorios, que nos sirven como parámetros, y también los
tres términos para analizar las substancias y sus rasgos (qué es más substancia, la materia, la
forma o el compuesto de ambas). En realidad Aristóteles se pregunta por cuál es la jerarquía
ontológica que se establece entre los tres términos, cuál es más ser (encontramos aquí una
equivalencia entre ontología y ouxiología).
Cada término cumple distintos rasgos: la materia cumple sólo el primero, por lo que
Aristóteles postula que es substancia en sentido débil. Sin embargo, en un sentido diferente
cumple otros dos rasgos. Es por esto que encontramos la ambigüedad entre los textos de
lógica y los de metafísica. Hay que tener en cuenta que al compuesto, lo que le otorga el
carácter de unidad intrínseca y de actualidad es la formalidad. Al ser materia y forma puede ir
más allá de la materia, se convierte en algo determinado, actual y unitario (gracias a la acción
de la forma sobre la materia). Así destaca su abierta propensión hacia la forma.
Por tanto, la substancia suprema que es más ser se divide en dos puntos de vista. Con
respecto a nosotros parece que el compuesto, desde un punto de vista empírico, es más
substancia; pero si fuera así, todo lo que es debería de ser como el compuesto, y todo lo
inmaterial no tendría cabida. Por esto mismo desde el punto de vista ontológico, Aristóteles
apuesta por la forma, principio causal y fundamento del compuesto.
-Potencia y acto.
Potencia tiene dos significados distintos, Aristóteles la define en el Libro XIX de manera
activa y pasiva, como capacidad de paso de un ente a otro. Es el principio de movimiento que
se encuentra en otra cosa o en la cosa misma en cuanto otra. Principio y virtud del cual una
cosa es movida o modificada por otra o por sí misma en cuanto otra. Lo esencial es que esta
herramienta teórica le permite justificar el cambio sin pasar por el no-ser.
El tránsito entre el estado de potencia y el de acto se explica a partir de la confrontación
con los “mejorantes”. Una cosa existe en potencia si el paso al acto no entraña imposibilidad.
Cuando Aristóteles define potencia utiliza campos semánticos de posibilidad, con lo que no la
define por completo.
En cuanto al acto, lo define por analogía (el acto está a la potencia como el que duerme
está al despierto que podría dormir) y por ejemplo. Para pasar de potencia a acto el impulso
del deseo hacia la acción se pone en marcha, llevando a cabo una acción que mezcla el nous
con el deseo. Cuando se trata del pensamiento para pasar al acto es necesario el deseo. Pero
en el caso de que algo tenga en sí el principio del cambio, se trata de que no exista en el
exterior nada que imposibilite el cambio.
Entre potencia y acto existe prioridad según concepto, el tiempo y como substancia misma,
donde el acto corresponde a la forma. En cuanto al concepto, el acto define la potencia, y en
cuanto al tiempo, la potencia requiere de una causa en acto que la esté originando. Lo que hay
que tener en cuenta es que el acto es el modo de ser de lo incorruptible.
Con esto se establecen tres tipos de substancia: la incorruptible, la ---- y la sensible pero
eterna. Aquí no se da movimiento de tipo alternativo, se da solo traslación. A partir de esta
visión de las substancias demuestra la necesidad de una substancia suprasensible que es
motor inmóvil. Esto lo justifica por la existencia de cosas incorruptibles, como las formas, y
también por el análisis del concepto de tiempo, que es eterno, la medida del movimiento que
a fortiori será eterno también.
Un movimiento eterno necesita por tanto de una causa eterna que debe ser siempre acto
puro y debe ser inmóvil porque el movimiento debe tener el regreso ad infinitum entre lo
causado y la causa.
Desde el punto de vista positivo, la idea de substancia como sustrato pasa por una
evolución desde Aristóteles a Descartes con un punto intermedio en Boecio, que introduce el
principio de causalidad en la relación entre substancia y accidente. Es decir, si antes la
substancia no dependía del accidente, pero sí a la inversa, para Boecio la substancia es causa
de los accidentes. Esto acarrea toda una serie de consecuencias. Así para Descartes la
substancia es sin causa, pero por otro lado es causa; no tiene causa de sí misa fuera de sí,
aunque no postula que la substancia sea causa sui, ya que esta es una expresión muy
vinculante al abrir el horizonte y utilizar la autosuficiencia, la autosubsistencia y la
autocausalidad para definir la substancia.
A partir de esta aproximación cabe preguntarse por los tipos de substancia en Descartes.
Distingue entre la infinita y la finita. La definición anterior más bien se refiere a la substancia
infinita y los atributos, que como modos de existencia de la substancia son doblemente
dependientes de ambas substancias. Si la substancia desde Aristóteles es per sé, para sí, a
partir de Boecio y Descartes es a sé, a partir de sí misma. La dependencia, por tanto, se vuelve
autocausalidad, así las substancias creadas tienen una autocausalidad de tipo parcial.
En Descartes teníamos una doble definición de substancia, una positiva y otra negativa, que
transformaba el para sí en un en sí, una causa de sí misma. Aunque no llega a hablar de causa
cui, aunque sí lo hace Spinoza. Para él la substancia es aquella cosa cuya esencia implica
necesariamente su existencia. Ya no basta con una definición que excluya la causa externa,
sino que es necesario que la substancia se afirme absolutamente como potencia absoluta.
Propone, por tanto, una definición de substancia como aquello que se afirma absolutamente y
de manera necesaria.
En Leibniz, como en Aristóteles, hay una pluralidad de substancias, y esta se define como
aquello que es predicado y no se predica de otra cosa. Sin embargo, en Leibniz sí se pueden
deducir los predicados de la substancia, al contrario que pasaba con los accidentes
aristotélicos. Llega a la pluralidad porque para él existe un pensador y un pensado, el cógito
debe ser determinado, un pensamiento de algo. Así esto nos lleva a una pluralidad de
substancias que, unida al principio de identidad, nos lleva a una pluralidad de substancias
individuales, que son en realidad simples. Un sujeto individual es aquello que es indivisible y
no puede ser descompuesto en el espacio y en el tiempo. Estamos así delante de un atomismo
metafísico basado en la forma substancial.
Este atomismo desembocará en la idea de mónada en sus obras más maduras.
La substancia se conoce por un lado de manera a priori a partir del conocimiento que Dios
tiene de los sujetos, y por otro lado a posteriori, a partir de un despliegue extensional de los
predicados de una substancia. Así la substancia se define como aquello que permanece frente
al despliegue de los predicados, que van tornándose inherentes al sujeto. Leibniz considera
que el mundo es, simplemente, algo inherente al pensamiento de Dios.
Aristóteles y Kant son los dos principales filósofos que han acuñado teorías sobre las
categorías y, con ellas, han influido a toda la filosofía posterior a ellos.
El significado de las categorías no es único. El significado clásico, sobre todo el aristotélico,
es un significado doble, es decir, ontológico-metafísico y lógico-predicativo. Con arreglo a este
doble significado, las categorías dan una función diferente a las cuestiones que se refieren
según aquello que categorizan, a su función o al número de las mismas, que puede ser abierto
e indeterminado o cerrado y determinado.
La palabra categoría es una palabra griega que proviene de un verbo griego que significa
“revelar”, “descubrir” y “dar a conocer” siendo en esta última acepción en la que se encuentra
el significado lógico de las categorías: “decir algo acerca de algo”. Otro significado de esta
palabra es el que se refiere a su mismo verbo, es decir, a “categorizar” que significa, entre
otras cosas, “organizar” u “ordenar”. Así, con las categorías lo que hacemos es ordenar algo
que no tiene una respuesta única, es decir, según se entienda una categoría se refiere a una
cosa u otra.
La primera teoría categorial que se conoce, a saber, la aristotélica, es aquella que se refiere
al ser. El término griego de “categorías” se refiere a formas de conocer algo acerca del ser, o
dicho de otro modo, son un atributo de las cosas objetivas en un sentido ontológico pero si
decimos que, además, son modos de decir algo de las cosas nos encontramos ante un sentido
lógico-predicativo.
En la metafísica clásica se trata el doble aspecto de las categorías mientras que en algunos
ejemplos de metafísica contemporánea únicamente se concibe como categorial el aspecto
relativo a la esfera lógica-predicativa.
Estos dos modos, presentes en la metafísica clásica, se refieren al “modo de ser de las
cosas” (nivel ontológico-metafísico) y al “decir algo de las cosas” (modo lógico-predicativo).
Así, mediante las categorías ordenamos la realidad y, por ello, una función de las categorías es
la de permitir la comprensión racional de cómo es el mundo mediante el establecimiento de
géneros del ser. Las categorías reconducen la pluralidad de las cosas a una serie de grupos
unitarios con los que trabaja.
Lo interesante de Aristóteles es que una tesis muy conocida de él es aquella de que “el ser
se dice de muchas maneras” y también que hay muchos modos de ser. Entiende a las
categorías como modos del ser y que, en la distinción de estos modos, se sigue la distinción de
las categorías.
Para Aristóteles, entonces, una de las tareas de la filosofía primera es la de distinguir entre
los modos de ser. Esto se realiza, dice Aristóteles, respondiendo de un modo congruente a las
preguntas que nos plantea el ser de las cosas. Esto quiere decir que Aristóteles se plantea el
discurso filosófico sobre las categorías de dos maneras:
a. Como un discurso afirmativo
b. Como un discurso interrogativo.
Este discurso interrogativo tiene mucha importancia y, además, en él presenta una manera
muy cercana de hacer metafísica. En este discurso, el filósofo se pregunta por las cosas y
objetos, además de por sus propiedades, dimensiones o relaciones con otras cosas
Brentano se opuso a la idea de de Maier de que las categorías son divisiones del ser. Este
supuesto se apoyaría en la teoría de que el ser puede dividirse, cosa que para Aristóteles sería
impensable. Él no divide al ser en categorías, el ser en cuanto ser está más allá de las
categorías, es común a todas ellas; no se identifica con ninguna categoría, se dice de muchas
maneras, pero estas no agotan lo que una cosa es, ni la suprimen. Claro que la categoría de
substancia parece más relevante que las demás, en el sentido de que es la que nos dice lo que
es una cosa en concreto. La substancia tiene una cierta prerrogativa con respecto al resto
desde el punto de vista del conocimiento, de la entidad y del tiempo.
Desde el punto de vista del conocimiento, conocemos una cosa cuando conocemos lo que
es. Desde el punto de vista lógico, cualquier substancia tiene una existencia independiente de
otras. Desde el punto de vista del tiempo, para que algo sea blanco primero ha de existir ese
algo. Por todo esto no hay que olvidarse de que para Aristóteles el qué es algo tiene como
respuesta adecuada “esto es x”. El significado de la palabra substancia es aquello que existe
individualmente y lo que se diga de ello, los nombres comunes se predican de aquello que
verdaderamente existe, de las substancias individuales; en tanto que los nombres propios
designan a grupos, se refieren a lo que Aristóteles llama substancia secundaria.
La substancia por decirnos que algo es lo que nos permite conocerlo, nos permite pensarlo,
y que su existencia es necesaria para decir de ello cierta cualidad.
Lo cierto es que las categorías no son iguales entre sí. Las de cantidad cualidad y relación
son intrínsecas a las cosas, es decir, lo que es algo es una substancia que tiene, está dotada,
cuantitativamente de algo, tiene alguna cualidad, y siempre estará en determinadas
relaciones, implícitas o explícitas, con ciertas cosas. Las demás categorías, sin embargo, son
extrínsecas a las cosas; el espacio, el tiempo la posición… son aleatorias, no son propias del
sujeto.
Sobre este trasfondo Kant escribe en la analítica trascendental de la Crítica para la razón
pura sus ideas sobre las categorías. Nombra a Aristóteles de igual manera que los medievales,
y aborda las categorías. Para él son “conceptos puros del entendimiento que se refieren a priori
a los objetos de la intuición en general como funciones lógicas”. Un panorama completamente
distinto que el aristotélico. Nos encontramos con un planteamiento metafísico que no se
refiere al ser de algo, sino a fenómenos, a objetos de la intuición, del entendimiento. Tenemos,
por tanto, un planteamiento epistemológico.
Con el límite que Kant pone con la cosa en sí, no podemos conocer las cosas en sí mismas,
sino según nos permiten nuestras facultades, las cosas las conocemos para nosotros. Nuestro
modo de conocimiento ya impone formas a aquello que conocemos, así el resultado es la cosa
tal como es adaptada a nuestras capacidades de conocimiento, no la cosa como es en sí
misma; es este objeto para nosotros lo que Kant llama objetos de la intuición. Con esto da el
llamado giro copernicano: antes el conocimiento se regía por los objetos, pero a partir de
entonces se regirá por el sujeto. En este sentido las categorías deben ser entendidas de
manera epistemológica. Si con Aristóteles la cualidad se refiere a la cosa, al ser de la cosa, en
Kant nos encontramos con que las categorías son conceptos del entendimiento humano y ya
no tienen esa perspectiva objetiva que aparecía en Aristóteles.
Para Kant estos conceptos del entendimiento se refieren a los objetos ejerciendo una
función lógica y de manera apriorística. La función lógica del entendimiento por antonomasia
es el enjuiciar. Así su análisis parte de la función lógica del juicio, a partir de la cual establece
las categorías. Los conceptos puros (no obtenidos por la experiencia) son manejados por el
entendimiento para juzgar de manera predicativa (S es P). Kant considera que el
entendimiento es una facultad que utiliza conceptos para hacer juicios; cuando usa conceptos
empíricos, no utiliza categorías, porque los conceptos empíricos se forman a partir de la
experiencia, pero el entendimiento también necesita para formar juicios conceptos puros que
no provengan de la experiencia, y estos son las categorías. Por ello Kant primero establece las
maneras que tiene el entendimiento para juzgar.
Las categorías se refieren a los fenómenos. Aquí las categorías sirven para ordenar y
estructurar fenómenos. En Kant la experiencia depende de las categorías. Aunque el contenido
del juicio sea empírico maneja alguna función lógica puta, que no es otra que categorial.
Entonces, ¿cuántas formas de juicio son posibles? Para Kant hay cuatro formas fundamentales
de juicio: la cantidad, la cualidad, la relación y la modalidad. Las tres primeras nos recuerdan a
Aristóteles, pero aplicadas a las formas del juicio y de lo que nos hablan. La última, sin
embargo, es un añadido. Cada una de estas formas básicas pueden dar lugar a tres clases de
juicios diferentes.
El uso lógico del entendimiento. Kant explica qué actos realiza el entendimiento: los juicios,
ya que el entendimiento es la capacidad de juzgar en medida teórica. Los juicios, olvidando el
contenido, en cuanto a su forma, pueden reducirse a cuatro títulos, cada uno de los cuales
incluye tres momentos, dando lugar así a doce tipos distintos de juicios:
- Cantidad: universales, particulares o singulares.
- Cualidad: afirmativos, negativos o infinitos.
- Relación: categóricos, hipotéticos o disyuntivos.
- Modalidad: problemáticos, asertóricos o apodícticos.
Los juicios de cantidad son juicios cuantitativos, que pueden referirse a toda la extensión de
individuos a los que se refiere el sujeto. Son universales si toman al sujeto en toda su
extensión, particulares si se refieren a unos cuantos individuos de ese grupo, y singulares si se
refieren a un único individuo de un grupo o clase.
Los juicios de cualidad afirman algo de algo (afirmativos), niegan algo de algo (negativos) o
dicen que algo no es tal cosa (infinitos). Este último es la transformación de un juicio negativo
en un juicio que afirma negativamente algo (el alma no es mortal, el alma es no mortal).
Los juicios de relación engloban todas las relaciones que pueden pensarse. Estos juicios son
relaciones del predicado con el sujeto, del fundamento con la consecuencia, o bien del
conocimiento dividido o de los miembros de la división entre sí. En los juicios categóricos
tenemos el predicado y el sujeto, en los hipotéticos, al relacionar el fundamento con la
consecuencia tenemos dos juicios dentro de uno sólo: si p entonces q, existe p y existe q y, por
otra parte, p y q están relacionados. “Si existe una justicia perfecta se castigará al malvado”.
En los disyuntivos, tenemos varios juicios relacionados entre sí, en una relación de oposición.
Los juicios de modalidad, según se piensa su contenido, nos encontramos con que no
añaden nada al contenido ni a su cualidad ni a su cantidad ni a su relación interna. Podemos
afirmar o negar algo como una opción, como algo meramente posible (juicios problemáticos) o
de manera rotunda (asertóricos), o de manera rotunda y necesaria (apodícticos). Por ejemplo
“posiblemente existe una justicia perfecta”, “existe una justicia perfecta”, “necesariamente A
es idéntico a A”.
A partir de este planteamiento Kant dice que los conceptos puros del entendimiento están
en estrecha correspondencia con estos tipos de juicios. En cada uno de estos tipos de juicio
utilizamos un determinado concepto puro del entendimiento, una categoría. Esto es así
porque a cada tipo de juicio, según su forma intelectual le corresponde el uso de una
determinada categoría para poder conocer, intelectualmente, lo diverso de la sensibilidad, es
decir, los fenómenos, el resultado de la intuición empírica. Así como el espacio y el tiempo son
formas a priori de la sensibilidad que sintetizan las impresiones recibidas por la intuición
empírica, sobre ese resultado sólo podemos pensar, conceptualizar, de doce maneras
diferentes.
Kant no sólo establece las categorías como los conceptos del entendimiento que se
corresponden con sus funciones lógicas, sino que además desarrolla una justificación de por
qué tienen que ser estas teóricas. Y a esta justificación la denomina deducción trascendental.
Trascendental ya que es aquello que hace posible el conocimiento como posibilidad de lo a
priori. Así estas categorías no son arbitrarias, por lo que lleva a cabo una justificación a priori,
no empírica.
Como la función que cumplen las categorías es la de unificar en un juicio un contenido de
conocimiento, debemos preguntarnos qué hace posible esa unificación, la cual no se
encuentra en las propias categorías, sino en algo que estas presuponen: el yo trascendental. La
capacidad de que el entendimiento haga algo se encuentra en la unidad trascendental de la
autoconciencia, que Kant llama también unidad trascendental de la apercepción. Esta unidad
es el presupuesto para cualquier actividad de la conciencia y también para el uso de las
categorías, del que está encargado el entendimiento, que no haría uso de las categorías si no
le fuera posible hacerlo.
¿Cómo se aplican las categorías a los fenómenos? No se aplican directamente, sino a través
de los principios del entendimiento y de la imaginación. Para aplicar categorías a fenómenos
necesitamos, primero, del esquematismo de la imaginación y, segundo, de los principios del
entendimiento. Pero estos dos intermediarios son muy distintos: el esquema de la imaginación
se utiliza para aplicar conceptos empíricos (silla), y para aplicar los conceptos puros se necesita
de los principios del entendimiento, que son de tres clases: axiomas de la intuición,
anticipaciones de la percepción y las analogías de la experiencia.
Resulta que Kant considera a las categorías de manera distinta: los grupos de categorías de
cantidad y cualidad son las categorías matemáticas que se pueden aplicar a los fenómenos
gracias a los axiomas de la intuición y a las anticipaciones de la percepción. Las otras categorías
necesitan de las analogías de la experiencia, la permanencia la sucesión y la simultaneidad, que
no son más que los principios de del entendimiento que nos permiten someter los fenómenos
a reglas mediante las cuales podemos afirmar que hay reglas de permanencia (categoría de la
substancia) para establecer relaciones entre A y B, siendo A el fundamento y B la consecuencia
(categoría de causalidad).
Las analogías de la experiencia hacen posible la aplicación de las tres categorías de relación
al mundo físico, a la naturaleza, a los fenómenos. Es por estas analogías que podemos
trascender el contenido de la experiencia, construyendo juicios sintéticos a priori. Por esto es
necesaria la justificación de las categorías, porque independientemente de que todos los
hombres conocemos, al filósofo le interesa dar una explicación justificativa del conocimiento.
Independientemente de los hechos, se trata de ver su pretensión de validez.
Kant recibe dos herencias filosóficas distintas en lo que se refiere a la metafísica. Una de
ellas es la del empirismo británico, a través de sus principales representantes, los cuales, con
distinto alcance, someten a un análisis distintos conceptos metafísicos. La otra es una
concepción germánica de la metafísica cuyo máximo representante es C. Wolff, quien dividía la
filosofía en tres partes, muy ceñidas al pensamiento lógico. Sin embargo, Kant no es un
detractor de la metafísica, ni un seguidor de Wolff; más bien analiza cómo podría ser una
metafísica que tuviera algo parecido a las ciencias de su época (afirma que la metafísica,
siendo algo tan importante, aún no ha llegado a ser una ciencia).
Dicho esto, para Kant todo tipo de filosofía que no se apoya en la experiencia posible, no
puede constituir conocimiento. La experiencia posible no es una experiencia concreta, sino el
conjunto de condiciones bajo las que podemos tener experiencia de un objeto. Justamente
una de las maneras que tiene de entender el contenido de la metafísica es que se ocupa de
objetos que no se dan en la experiencia; los objetos por antonomasia de la metafísica son Dios,
la libertad y la inmortalidad, objetos trascendentales que están más allá de la experiencia.
Expresan lo suprasensible de tres maneras distintas: Dios la expresa sobre nosotros (por
encima de nosotros), el alma -la libertad- lo expresa en nosotros, y la inmortalidad después de
nosotros.
Así, el problema de la metafísica es que se ocupa de cosas que trascienden todo tipo de
experiencia. Entonces, como la experiencia posible es condición necesaria para el
conocimiento, de los objetos de la metafísica no hay conocimiento teórico, pero Kant sí afirma
que hay otro tipo de conocimiento: el práctico.
Además de esto, Kant considera que la metafísica tiene mucha importancia ya que el ser
humano tiene una predisposición natural hacia la metafísica, a preguntarse por Dios, el alma
humana y por qué hay detrás de la muerte. Y en este sentido es en el que Kant afirma que el
hombre no puede dejar de tratar de dar respuestas a estas preguntas. En este sentido la
metafísica es una ciencia sobre los límites de la razón humana; por esto, en la Crítica de la
razón pura trata de exponer los límites de la razón el hombre.
De este modo la metafísica aspira a ser ciencia, pero no ha llegado a serlo del todo: ¿Cómo
es posible que en la razón humana surjan preguntas de este tipo? En definitiva, la razón tiene
que enfrentarse con fines esenciales, y tiene que trabajar incesantemente para encontrarlos.
Con esto Kant nos da una definición de metafísica muy breve: la metafísica es la ciencia que
consiste en avanzar mediante la razón del conocimiento de lo sensible al conocimiento de lo
suprasensible. Entiende por sensible aquello cuya representación es considerada en relación
con los sentidos y también con el entendimiento (aplicando sus categorías). La metafísica
avanza del campo de los fenómenos y las categorías aplicados a ellos a un ámbito en el que no
tenemos fenómenos. (Esto se encuentra en la dialéctica trascendental del método).
Kant entiende que no podemos conocer los objetos de la experiencia, ni tampoco las
categorías kantianas son aplicables a ninguno de ellos, por esto no forma parte de lo sensible,
sino de lo suprasensible. Kant plantea que la razón pura teórica no puede llegar a conocer
estos objetos de la metafísica, pero esto no quiere decir que la razón no tenga interés por
estos objetos; la razón tiene un interés práctico. Kant limitó lo cognoscible para dejar sitio a
una fe racional, al resultado del ejercicio de la razón guiada por su interés práctico. Por esto a
los objetos de la metafísica los llama ideas, de lo que se sigue que la metafísica representa el
paso del conocimiento de lo sensible al de lo suprasensible, lo que pasa es que este paso no es
gradual, ya que supone cambiar el tipo de conocimiento. Y en este conocimiento práctico de lo
suprasensible nos encontramos con tres ideas, entendida esta palabra de manera muy distinta
a la de los empiristas, sino como concepto puro de razón para el cual no hay ningún referente
en el mundo. Por lo tanto, ¿hay algo más dentro de la metafísica que no sea esto? Sí, pero no
será más que un medio para llegar a estas tres ideas fundamentales (KRV B395). Y en este
sentido es en el que Kant viene a decirnos que la metafísica es posible como ciencia bajo la
condición de que no se pretenda hacer de ella una rama del conocimiento teórico. Por esto
considera que su filosofía tiene, entre otros fines, el de construir una metafísica.
Así un filósofo como Kant, que está a la base del idealismo, no es un filósofo que
simplemente rechace la metafísica, sino que pone unas condiciones para el conocimiento que,
al no cumplirse, ve la necesidad de plantearse las materias de manera distinta. Por una parte la
metafísica debe sr un sistema, un todo completo, pero debemos buscarlo dentro del campo de
la filosofía práctica, ya que de esas tres ideas de la razón (Dios, el alma y la inmortalidad) se
deriva el problema de la libertad; sino es posible afirmarla, el sentido de la filosofía, tanto
práctica como teórica, carece de base. Entonces Kant cambia, sustituye, el tema del alma por
el de la libertad en la segunda edición de la Crítica de la razón pura. Entonces, de los tres
objetos metafísicos, el segundo es el que hace posible el desarrollo de un conocimiento
práctico de lo suprasensible, en el sentido de que, para Kant, la libertad es la condición
necesaria para que el hombre pueda ser un sujeto moral. Ahora bien, la libertad es un
postulado que permite desarrollar el conocimiento práctico de las tres idas de la razón, ya que
sin ello la metafísica no puede librarse de las condiciones del conocimiento que él mismo
plantea.
Esto quiere decir que la libertad existe, pero que no puede ser demostrada, ya que es algo
nouménico, no sensible. Así lo interesante de la libertad es que ella construye su propio
mundo de leyes, que no son leyes físicas o del entendimiento, sino que son leyes morales, que
hacen del sujeto humano un sujeto libre. Ya que a partir de esta se afirma que la libertad es lo
suprasensible que está dado en el sujeto, y a partir de esto, podemos admitir sin contradicción
la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, aunque no pueden ser demostrados.
Crítica a la metafísica.
Hegel también hace una crítica a una cierta metafísica, a la metafísica ingenua, que da por
supuesto que la realidad se conoce filosóficamente. Critica a la metafísica desde Descartes a
Wolff, ya que es una metafísica sin sentido crítico que cree conocer la verdad de las cosas. Esta
es una metafísica realista que se queda en el nivel de la representación y no va más allá. Su
afán por alcanzar la verdad se desarrolla de una manera accidental, que no llega a explicar sus
argumentos suficientemente, y por esto adolece de tres problemas: su manera de enjuiciar los
contenidos filosóficos, su manera de tratar los objetos de la metafísica y que es una metafísica
dogmática.
Para Hegel el desarrollo de los argumentos filosóficos a través de juicios predicativos (A es
B, A es ¬B) es un desarrollo lógicamente insuficiente; ya Kant tocó este tema de soslayo
cuando propuso la teoría del juicio predicativo a priori. Por otro lado, el trato de los objetos de
la metafísica es insuficiente, ya que esta metafísica ingenua los trata desde el punto de vista de
la representación, no desde uno auténticamente conceptual.
Crítica al empirismo.
La crítica a la metafísica empirista no es unitaria, sino que tiene dos aspectos. Hegel
considera que después de la metafísica ingenua, marcadamente racionalista, tenía que venir
una filosofía afincada en la experiencia, que se dedicase a su revalorización. Para Hegel es
preciso hacer metafísica contando con la experiencia, pero considera que la experiencia del
mundo sensible, siendo algo necesario, no puede ser la única base de la filosofía, ya que no
nos permite desarrollar un discurso filosófico de carácter propiamente ontológico ni de
carácter universal.
La importancia de la experiencia tal como fue desarrollada por el empirismo es que por una
parte acentúa el realismo de la filosofía y el valor de la libertad de pensamiento, y por otra la
insuficiencia del empirismo se encuentra en que, al considerar la experiencia sensible como
única base del pensamiento, niega el valor a todos los objetos que no se muestran a ella. Y en
la medida en que Kant comparte con el empirismo la negación de conocimientos que no se
muestran inmediatamente a la experiencia sensorial, adolece de una falta de objetividad al
abordar la metafísica. La experiencia es importante para hacer filosofía, pero no como base
única, ya que de ese modo no se acerca a un conocimiento que dé validez universal.
Crítica a Kant.
En relación con el lugar de la experiencia en la metafísica, Hegel tiene hacia Kant
divergencias muy importantes, que se refieren, sobre todo, a tres aspectos: Kant pone límites
a la razón, desarrolla un pensamiento formal y adolece de un exceso de preocupación por el
tema de la moral, ahogando otros planteamientos más enriquecedores.
La primera divergencia parte de la manera de entender los límites de la razón, sobre todo el
límite de que la razón para Kant no conoce, no es una facultad de conocer; para Hegel la
filosofía es conocimiento racional. Así todo el conocimiento kantiano se articula en la base de
la sensibilidad y el entendimiento, mientras que para Hegel no se puede conocer
filosóficamente sin la razón (con esto vuelve la mirada a los clásicos).
La segunda parte de la crítica se da, precisamente, por esta negación que Kant afirma con
respecto a la capacidad de la razón para la filosofía, es por lo que la filosofía kantiana
desemboca en un formalismo. Es decir, Kant, a pesar de su afán por estar siempre anclado en
la experiencia sensorial no logra dar objetividad a sus contenidos filosóficos. Siendo esto así, el
tema del moralismo tiene que ver, entre otras cosas, con la forma en que plantea el posible
conocimiento de los objetos de la metafísica. A diferencia de esto, para Hegel es posible el
conocimiento teórico de dichos objetos, y además es ineludible que ese conocimiento sea
racional.
Entonces, para Hegel, en primer lugar, el tema de Dios es un tema completamente
filosófico y, por ello, también completamente metafísico. Sostiene que la idea de Dios, como
ideal práctico de la razón, es insuficiente, ya que no puede ser solamente eso, sino que es un
objeto de la filosofía, un objeto de conocimiento teórico. Lo que pasa es que no podemos
entender a Dios o al alma como una cosa, como lo entendería la metafísica ingenua. Es decir,
Hegel postula la necesidad de pensar en el mundo de otra manera, como objeto primero de
toda filosofía. Así Dios ya no es lo suprasensible sino un concepto infinito de la metafísica.
Es decir, los objetos de la metafísica no pueden ser conocidos por el entendimiento, ya que
no es el entendimiento, sino la razón, la instancia y el horizonte desde el que se hace posible el
conocimiento de los objetos metafísicos. Además amplia el concepto de experiencia kantiano,
ya que para él no es importante sólo la experiencia sensorial, sino también todo aquello que
puede presentarse ante la conciencia.
La palabra positivismo, en la filosofía de finales del siglo XIX, se entendía de una manera
difusa y amplia, como una posición que defendía el conocimiento científico en un sentido
romántico.
El término positivismo fue acuñado por A. Comte en su obra Curso de filosofía positiva,
para quien positivismo era entender que la ciencia era la panacea de todo el conocimiento, y
por ello la filosofía debía rendirse al predominio de la ciencia, olvidarse de la metafísica y
buscar en su lugar una especie de religión romántica creada por el propio Comte, una religión
civil.
Las obras de Comte no tuvieron gran peso en su época, pero sí que perduró la palabra
positivismo, evolucionando a ser una posición cultural que se ocupaba de la ciencia, dejando
de lado cualquier pensamiento filosófico propiamente dicho. Al desarrollo de esta palabra se le
unieron las nuevas concepciones del hombre: la teoría evolucionista de C. Darwin.
El desarrollo que comienza a tener la filosofía a principios del siglo XX comenzó en las islas
británicas, cuyo representante más importante en el comienzo es B. Russell, quien, dentro del
pensamiento inglés de la época rompe con la tradición del siglo XIX, una tradición idealista,
dándole mayor importancia a la lógica.
A pesar de su larga vida filosófica y de sus múltiples planteamientos, se le debe, a través de
Principia mathematica, la introducción de la matemática y la lógica como instrumentos de
todo tipo de saber. Debido a su gran fama y autoridad filosófica Wittgenstein se acercó a
Russell al confeccionar su Tractatus, con el que no critica la metafísica, sino que la cambia casi
radicalmente.
En la segunda década del siglo XX, el Tractatus fue, más allá del contenido en sí mismo, un
descubrimiento, al lado del cual la filosofía de Russell se reduce a mera filosofía académica. En
esta obra la filosofía debe aclarar sus proposiciones empíricas teniendo en cuenta que, según
Wittgenstein, hay una correspondencia entre las proposiciones y los hechos, y que a partir de
este planteamiento, tan radical e incluso sin salida, la función de la filosofía es terapéutica, es
una terapia contra ciertos males filosóficos; es decir, contra todas las corrientes que se
opusieran a este nuevo planteamiento.
Wittgenstein no se preocupa de analizar ningún pensamiento metafísico. La filosofía sólo
debe esclarecer el significado de las proposiciones empíricas, ya que de ese significado
depende que la filosofía hable del mundo, de la realidad. Si a esto se une la idea de la función
terapéutica, esto representa un complemento al planteamiento de Russell sobre la
importancia de la lógica y, entonces todo aquello que no fuera o bien lógica o bien una
aclaración de proposiciones sintéticas, tendría que ser revisado.
Así en 1925 se fundó un grupo de filosofía que se autodenominó neopositivista llamado
Círculo de Viena. Dentro de este grupo, quien desarrolla una concepción neopositivista de
forma más sistemática de la metafísica fue R. Carnap.
Carnap, en primer lugar, escribió un gran tratado: La construcción lógica del mundo, una
obra fruto de una posición empirista. A partir de ella va cambiando de posición,
radicalizándose poco a poco, no ya manteniendo un empirismo lógico, sino desarrollando el
fisicalismo, una posición que encontraremos en artículos como El lenguaje fisicalista como
lenguaje universal de la ciencia, donde defiende que el lenguaje de la ciencia, y por tanto
también el de la filosofía, debe emplear únicamente términos físicos. Esta obra de Carnap hace
un análisis físico de cierto artículo de Heidegger (¿Qué es metafísica?), donde plantea una
concepción de la metafísica que pone de primer plano la cuestión del significado de las
proposiciones en filosofía.
La tesis general de Carnap es que las únicas proposiciones válidas para toda ciencia son
aquellas que utilizan términos del mundo físico. Para Carnap, Heidegger desarrolla una serie
de proposiciones que se apoyan en el concepto de ser y en el de nada, los cuales Carnap
entiende que no se pueden obtener del mundo físico. No sólo estos dos conceptos, sino cuales
quiera otros conceptos metafísicos han de obtener su validez a partir de algún método de
verificación. Con lo cual tenemos que, independientemente de los detalles, el análisis de
Carnap sobre la filosofía se refiere a que tiene una concepción del método científico muy
determinada.
Lo que Wittgenstein había escrito ya sobre la filosofía como terapia, se concreta en Carnap
al aplicar la filosofía al análisis del significado: aplica proposiciones de segundo orden sobre un
lenguaje que ya se conoce. El instrumento de este análisis consiste en trasladar el contenido
de los problemas filosóficos y metafísicos a un lenguaje físico, desarrollando una teoría formal
del lenguaje.
Para Carnap, la filosofía tiene que utilizar dos tipos de oraciones: o bien oraciones que se
refieren a la forma del lenguaje (oraciones sintácticas), o bien aquellas que se refieren al
mundo empíricamente y que por ello contienen hechos del mundo (oraciones de hecho).
Todas las demás proposiciones son sólo oraciones aparentes, pseudo-oraciones, que tienen un
contenido pero que no se corresponde con hechos verificables del mundo. El criterio de
Carnap es que la filosofía tiene que moverse dentro del mundo de las oraciones sintácticas y
las empíricas.
A finales de los años 30 se vio que esta posición conducía a un suicidio intelectual y que era
necesario redirigir el análisis filosófico. Se comprobó que el análisis del lenguaje era
manifiestamente reduccionista, que no estaba libre de supuestos y que, por ello, la filosofía
tenía que recuperar un significado del empirismo que hiciera referencia a contenidos de la
experiencia.
La importancia del método de la filosofía y la metafísica, al fijarlas dentro del marco de la
filosofía del lenguaje, que entiende que sólo las palabras que refieren al mundo empírico
tienen significado y que cualquier otra palabra con significado debe ser parte de la lógica,
queda reducido al análisis de ese lenguaje físico con términos físicos. Así este movimiento sería
la supresión de la metafísica y su método por metalenguaje, que sólo habla del lenguaje. Por
eso se calificó este planteamiento filosófico como suicidio intelectual, y se vio la importancia
de hacer el análisis lógico no al propio lenguaje, sino a su contenido.
Por metafísica descriptiva se entiende un análisis lingüístico que traza un marco conceptual
que hace referencia sobre todo a lo particular y que, en esa descripción, el esqueleto, la base
fundamental, son los referentes de las palabras, y no ninguna regla lógica.
Hay aquí una gran atención a los particulares, que se asemejan bastante a la noción
aristotélica de substancia primera, lo que existe. En el caso de Strawson prima lo particular sin
tener en cuenta el nivel universal, siendo las categorías principales las de existencia, identidad
y persona (cuerpo particular donde no sólo se encuentran la existencia y la identidad, sino que
además sólo es aplicable a determinados particulares). Siendo esto así Strawson plantea una
nueva metafísica ligada a lo particular que puede coexistir con otros tipos de metafísica del
pasado que no se quedan en lo particular (metafísica especulativa).
En lo referente a la referencia del lenguaje a cuestiones filosóficas, Strawson vuelve al
realismo, que defiende que incluso en términos del lenguaje y del análisis, los referentes de
ambos los trascienden y aquello que trasciende a ambos es el objeto de la metafísica.
Este planteamiento ha producido una revisión de todo el tema de las categorías, y se sigue
tratando de dar nuevas visiones de las nuevas categorías, o de aquellas cuyo contenido no se
considera patrimonio de determinadas filosofías, como son las categorías de causa y efecto,
particular y universal, realidad y apariencia.
Las palabras de la filosofía tienen múltiples usos y esta multiplicidad de significado está en
función del contexto lingüístico y del referencial. Con arreglo a esto la metafísica descriptiva
pretende ampliar el significado de las categorías, que ya no tengan uno único.