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Puertas abiertas
No tengo que decir que cada uno de los temas grandes de Colombia pasa por la Constitución
y que nuestra revista le dará un amplio espacio a los serios balances o debates que el país
necesita después de estos 20 años.
Los fundadores, analistas y lectores tendremos por supuesto mucha tela que cortar, pero por
hoy arriesgo una primera y muy breve mirada de conjunto: creo que la fuerza -y la debilidad-
de la Constitución de 1991 han consistido en encarnar el proyecto de media Colombia -la
Colombia que llamaré "de adelante"- en contravía de la otra media, que llamaré "la Colombia
de atrás".
Las pruebas del descuido son patentes. En esas votaciones, que Usted y yo creeríamos las
más importantes de la historia, la abstención fue de un 70% -en efecto la más alta de la
historia. Casi todos los votos fueron "de opinión" o sea, en esencia, del país de adelante. Y los
70 delegatarios elegidos se repartieron exactamente así:
30 de los partidos Liberal y Conservador, casi todos ellos sueltos y alejados de la clase
política;
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30 de "movimientos" que tenían una marcada carga ideológica, que no venían del
centro (como centrista era y seguiría siendo la política en Colombia) y que tal vez por
eso no perdurarían: el Movimiento de Salvación Nacional, MSN, con 11 delegados,
desde la derecha, y la Alianza Democrática-M19, con 19 delegados de izquierda, y
10 de minorías diversas (indígenas, evangélicos, Unión Patriótica y sin partido)
Una composición radicalmente distinta de la que entonces tenía y de la que seguiría teniendo
el Congreso. Una Constitución escrita entonces por el pedazo moderno o postmoderno de
Colombia, el que se mueve por ideas, o por ideologías, o por identidades -pero no por
clientelismo.
Una Constitución "para ángeles" como tal vez habría dicho Víctor Hugo, o una, digo yo, del
superego, que no refleja y no ha logrado amoldar ni amoldarse a la Colombia profunda y pre-
moderna.
El gran acierto
No extraña pues que el punto fuerte de la nueva Carta fuera la apuesta por la modernidad y
aún por la postmodernidad, la idea clara de un Estado laico y pluralista donde cabemos todos
y donde cada uno de nosotros tiene derechos exigibles. Es aquí - y sobre todo a través de la
tutela- donde la Constitución más ha cambiado el rostro de Colombia y dónde más nos ha
acercado al país que soñamos.
Pero también es donde menos se parece a una Constitución y se parece más a un programa
político, donde lo deseable pesa más que lo factible y donde, por lo tanto, es más duro el
contraste del "país formal" con el país real de exclusión, opresión, intolerancia, violencia,
racismo y pobreza que millones y millones de colombianos siguen habitando.
Más aún, en materia económica predominó la línea que suele llamarse "neoliberal", porque el
Consenso de Washington estaba en su furor y el gobierno Gaviria aquí se jugó a fondo. De
suerte que por un lado se crearon derechos muy costosos -como decir la salud universal- pero
por otro lado se afirmó que el mercado debería funcionar con poco Estado y sin tocar la
distribución de la riqueza.
Desde entonces -y cada día más- hemos vivido entre juristas que con razón decimos que
derechos son derechos, y economistas que con razón decimos que el Estado no tiene manera
de pagarlos.
Sin aumentar en serio la productividad y sin subir de veras la carga tributaria -dos cosas que
la Constitución no hizo- era y es imposible satisfacer los derechos de todo el mundo; y
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el engañoso mecanismo de ajuste han sido las tutelas, que garantizan el derecho universal...
de las pocas personas a quienes un juez se las concede.
Separación de poderes
Pero el papel principal de una Constitución es organizar el ejercicio del poder político, y aquí
la de 1991 fue una apuesta inequívoca por la separación o dispersión de poderes. Esta es la
clave de la democracia, porque en los últimos dos o tres mil años hemos aprendido que, por
buenos que parezcan al principio, los reyes, dictadores o caudillos que concentran el poder
acaban mal.
Algunas de estas cosas han funcionado más que otras, y el panorama general ha sido el de
un Estado en dispareja construcción, con luces y con sombras, con rifirrafes diarios y con
choques de trenes muy ruidosos.
El gran vacío
Y acá llegamos al punto neurálgico: lo principal de la organización del poder es la manera de
acceder al poder. Es en el régimen de elecciones y partidos donde una Constitución deja su
verdadera marca, porque de esto depende la continuación o discontinuación del proyecto que
encarne.
La paradoja capital fue esta: que los constituyentes fueron elegidos por un conjunto muy
diverso y disperso de movimientos y grupos sociales y políticos; de aquí salieron su aliento
refrescante y sus apuestas por un país moderno; pero de aquí también surgió el obstáculo que
habría de impedir su necesaria apuesta por los partidos fuertes y modernos.
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Para bien y para mal, cada Constitución es hija de quienes la redactan.
Lo que el país de adelante necesitaba eran partidos modernos pero fuertes, no el reguero de
vanidosos, aventureros o delincuentes hechos y derechos que desde entonces han poblado el
escenario. Este fue en mi opinión el desacierto mayor de la Asamblea: no entender que el
descuido de los políticos había sido apenas momentáneo, que por detrás y alrededor de ellos
estaban todos los poderes fácticos, y que regresarían con más voracidad y nuevas mañas.
El contragolpe
Tanto así que en las elecciones de Congreso en octubre del mismo 1991 barrieron los
caciques, y que la primera reforma de la Constitución fue para revivir los "auxilios
parlamentarios", como por esos tiempos se llamaba el clientelismo.
Desde entonces se le han hecho nada menos que 29 reformas a la Carta -y casi todas a la
carta de la clase política y demás poderes fácticos.
Sin espacio para entrar en los matices, diría yo que en estos veinte años los presidentes y el
Congreso han estado dedicados a resistir o desmontar la Constitución de 1991. Los ocho
años de Uribe fueron tan intensos que no exagero al decir que el uribismo es el partido de la
anti-constitución. Es el partido mayoritario porque tiene de su lado al país pre-moderno, a los
poderes fácticos y a la clase política.
La Constitución de 1991 fue el gol más grande que el país de adelante le haya marcado al de
atrás en más de un siglo. Hay un partido de la Constitución que sigue haciendo goles o
cuando menos tiros al arco. Pero sus delanteros no deberían ser los jueces sino los
ciudadanos organizados en partidos políticos modernos.
*Director y editor general de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí.
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