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EL TERRORISMO Y EL CONFLICTO ARMADO1

Juan Manuel López Caballero

Es usual que un gobierno tienda a tildar de terroristas a quienes buscan subvertir al Estado, y los
subversivos a sindicar de ‘Terrorismo de Estado’ la reacción de éste. Por lo evidente que es el propósito de
manipular con la ambigüedad del término ‘terrorismo’, y de usarlo para objetivos políticos, es que los
códigos universales lo han excluido.

Ni toda subversión es terrorismo, ni en el caso de que se usen métodos terroristas deja de ser subversión.
El ataque a un cuartel militar es un acto de guerra y el rematar a los soldados heridos es un crimen de
guerra; pero ni el uno ni el otro son en sí necesariamente actos de terrorismo.

Al igual que el carácter terrorista es en esos casos complemento o agravante, otro tanto sucede con los
conflictos armados: ni quien participa en ellos es necesariamente terrorista, ni por tener propósitos
terroristas un conflicto armado deja de serlo.

El conflicto armado es una situación de hecho y ‘el cuándo se da’, lo establece el DIH como parte del Jus
Cogens (o sea de las leyes de la humanidad); esa situación vive hoy Colombia.

El presidente Uribe ha logrado vender un falso dilema con el planteamiento ‘terrorismo’ o ‘conflicto
armado’, presentándolos como si fueran excluyentes o como si uno subsumiera el otro.

La confusión o manipulación se extiende a otros conceptos al afirmar que dentro del DIH se excluiría los
canjes, cuando en la reunión preparatoria a los Convenios de Ginebra se estableció la obligación de
orientar los esfuerzos a obtener: “... b) un trato humano para todos los detenidos políticos, su canje y,
dentro de lo posible, su liberación; c) el respeto de la vida y la libertad de los no combatientes;...”2; o
cuando dice que no puede haber prisioneros civiles cuando el 3 Convenio de Ginebra es para las personas
civiles en tiempos de guerra y su artículo 37 se titula “personas detenidas”; o cuando, so pretexto que la
obligación implícita en el DIH es la liberación de todos los rehenes, niega la posibilidad de aliviar la
suerte de algunos.

Como señalara alguno de los familiares de los retenidos por la guerrilla, ellos son ahora víctimas de la
posición del Gobierno que niega el derecho de aliviar su situación al desobedecer los preceptos
humanitarios.

Además de incumplir la obligación de buscar acuerdos humanitarios, al ‘desaparecer’ el conflicto armado


en alguna forma le permite ignorar a quienes no son víctimas del ‘terrorismo’ pero sí del conflicto armado:
los miembros de la guerrilla muertos, heridos o mutilados, y sus allegados; las familias de las víctimas de
‘desaparición forzada’ (1.800 en 2003 y una cifra superior en el 2004 según ASFADDES –asociación de
familiares de los desaparecidos-); los desplazados como consecuencia del enfrentamiento que son
indiferentes a cual de las partes sea la responsable (con un crecimiento de 38% este año, según CODHES).
Incluso los parientes de los soldados que llevan años retenidos desde cuando fueron tomados prisioneros
en combate.

1
Periódico El Heraldo. Barranquilla, marzo 4 de 2005.
2
Compilación de jurisprudencia y doctrina. Derechos Humanos, Derecho Internacional Humanitario y Derecho Penal
Internacional, Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas, Bogotá, junio 2001; pag.27
Nos encontramos entonces en el círculo vicioso y perverso de que por engañar con el término virtual o
mediático de ‘terrorismo’ se ‘desvisibilizan’ las víctimas causadas por el real conflicto armado, y en
consecuencia, con el falso argumento de que el terrorismo es lo que se ataca, se justifica prolongar y
multiplicar ese conflicto y en consecuencia las víctimas que él produce.

La terminología jurídica, y con más razón la penal, exige precisión en el lenguaje. No es lo mismo la
noción de uso diario que se refiere a la visión que tiene quien utiliza el término, que la tipificación de la
conducta que se establece en el código.

El presidente al utilizar el término ‘terroristas’ vaciándolo de todo contenido jurídico (ni siquiera lo
relaciona con el propósito de producir terror) y al omitir cualquier marco de referencia para precisar de
que habla (puesto que no reconoce, ni menciona, ni explica su ausencia de los códigos humanitarios o su
tipificación en nuestro ámbito al usarlo) lo que hace simplemente es volverlo sinónimo de ‘los malos’
sustituyendo una palabra por la otra.

Esto corresponde a una visión –pero también a una estrategia-, que divide el mundo entre los ‘buenos’ y
los ‘malos’; según la cual la función de los primeros es erradicar a los segundos; según la cual para eso se
tiene la fuerza y el poder, y es mediante ellos que puede lograrlo; según la cual el fin justifica los medios,
y por lo tanto códigos, principios, y en general las instituciones Políticas, de Derecho, o Humanitarias
cuando son obstáculo para ese propósito deben ser desatendidas y/o reformadas; y obviamente, según la
cual uno es el representante de los ‘buenos’ y quien tiene esa ‘misión’ en la vida.

Es una visión compartida a muchos niveles, y con diferentes expresiones según quien la aplique: para
unos justifica los negocios de droga y las motosierras; para otros el acudir a la peor politiquería para la
compra de votos y de consciencias, y la negación de la jerarquía de la Constitución y del Jus Cogens como
marcos consensuales de obligatorio cumplimiento; y para otros el derecho a adelantar ‘guerras
preventivas’ y crear reductos donde no rige ningún Derecho ni ninguna Justicia, como es la base de
Guantánamo. En alguna forma es lo que se llama el aire de los tiempos, y evidentemente hay quienes
cabalgan sobre esa ola.

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