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Los jóvenes bajo la mirada de Monseñor Romero

Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo,
sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y
angustias de los discípulos de Cristo (GS 1). La Iglesia, Cuerpo de Cristo en la historia, asume
esté imperativo y debe transformarlo en acciones concretas para introducirse en el dinamismo
de las realidades temporales de los hombres y mujeres, sobre todo de aquellos que son el
presente y el futuro de la iglesia, los jóvenes.
1. La Iglesia y los jóvenes
«En medio del mundo, y no obstante los peligros, las vicisitudes, la psicosis, los
miedos, hay esperanza, hay alegría», (Mons. Romero Homilía 24/12/1979, Tomo VI) y esto
gracias a la fe en el Señor, por eso, la Iglesia proclama con alegría y valentía el Evangelio de
Jesucristo, para dar una palabra que ilumine y oriente a todos aquellos que con esperanza
cristiana luchan por mejorar esté mundo, «y no es simplemente un fingir como una valentía
sin razón y sin sentido, sino que hay la profundidad de una realidad que anida en el corazón
de la Iglesia y que debe de ser el motor poderoso de la vida de todo cristiano.» (ibíd.) Es
Jesús, la clave del destino de la humanidad, el portador de sentido para quienes lo han perdido
todo, y hoy más que nunca, para aquellos que con gran desilusión en sus primeros años de
vida van quedando sin esperanza.
Los jóvenes son para la Iglesia horizonte de nueva humanidad, y sufre junto con ellos,
al ver que son «víctimas del empobrecimiento y de la marginación social, de la falta de
empleo, de una educación que no responde a las exigencias de sus vidas, del narcotráfico, de
las pandillas, la prostitución, del alcoholismo, de abusos sexuales, muchos viven
adormecidos por la propaganda de los medios de comunicación social y alienados por
imposiciones culturales» (Santo Domingo 12). La Iglesia por medio de sus pastores y de
tantos hombres y mujeres laicos ha querido recuperar esté gran potencial, muchas veces
olvidado, de las y los jóvenes que viven junto a nosotros como ejemplos eximios de fortaleza
y creatividad para transformar nuestra realidad. Monseñor Oscar Arnulfo Romero, con el
testimonio de su vida y de su respuesta generosa a la llamada de Dios, es un punto de
referencia seguro, al cual podemos acudir, para intentar dar una palabra ante la odisea que
vive la juventud hoy en día en nuestro país.
Desde sus primeros años de vida en Ciudad Barrios, ya luego como sacerdote, y en
todo su caminar por esta vida, manifestó en su disciplina, su cercanía a los débiles, su
disponibilidad y en su entrega oblativa a los demás, la felicidad que encontró en seguir a
Jesús, «cuanto más feliz sea alguien, más fácilmente se puede desprender de sí mismo»
(Pagola, J., es bueno creer en Jesús) y uno de los retos más grandes que tienen los jóvenes
hoy en día es justamente eso, encontrarle sentido a lo que hacen y ser verdaderamente felices.
2. Los desafíos de la juventud
¿Qué hacer ante tantos males, en medio de tanta violencia, la muerte y el imperio del
infierno que parece imponerse de tal forma, que hace que cada día parezca más lejano el
porvenir?, y aunque la esperanza es algo constitutivo en el ser humano, hay momentos que
puede perderse.
Mons. Romero decía: «El país está pariendo una nueva edad y, por eso, hay dolor y
angustia, hay sangre y sufrimiento.» (Mons. Romero 24/12/1979) no podemos dejarnos
sucumbir ante los males, aunque parezca que todo está perdido, sin posibilidades de estudiar,
sufrir la delincuencia y la violencia, el abandono, «el joven campesino, el obrero, el que no
tiene trabajo, el que sufre la enfermedad. No todo es alegría: hay mucho sufrimiento, hay
muchos hogares destrozados, hay mucho dolor, hay mucha pobreza.» (ibíd.) Sin embargo,
nunca tener miedo, confiar en Dios, confiar en que «pasaran estos sufrimientos» (ibíd.) Al
final «la alegría que nos quedará será que, en esta hora de parto, fuimos cristianos, vivimos
aferrados a la fe en Cristo, no nos dejó sucumbir el pesimismo» (ibíd.)
En la mente de los jóvenes han de nacer y tomar forma, propuestas de soluciones a
estas realidades, no caer en la indiferencia y el egoísmo, ya que, cuando no se tiene esperanza
en un futuro mejor para todos, cada uno busca resolver sus problemas, y se olvida de los
demás. Vivimos un periodo de inseguridad y temor por nuestra vida, vemos como las clases
privilegiadas contratan guardias de seguridad; en las residencias de alto nivel se instalan
sistemas de protección, pero, nadie quiere pensar responsablemente en los que sufren miseria
y malestar, en los que no tienen el mínimo para subsistir.
En medio de esta sociedad necesitada de esperanza, los cristianos hemos de «dar
razón de nuestra esperanza» (1Pe 3,15), los jóvenes han de explotar todos sus potenciales
respecto a estos desafíos, nunca estancarse, la muerte no tiene la última palabra. El hambre,
las guerras, los genocidios, no constituyen el horizonte último de la historia. El SIDA, el
cáncer, las armas, no terminan con el hombre. Dios no está dispuesto a que el verdugo triunfe
sobre sus víctimas. Dios resucitó al crucificado, el mal no triunfa sobre el bien.
3. Formar el ideal sublime de amar
Decía Mons. Romero: «Formemos en el corazón del niño y del joven el ideal sublime de
amar, de prepararse para servir, de darse a los demás» (Mons. Romero 15/01/1978), es el
mejor itinerario para cualquier cristiano.
«La vida adquiere su verdadero contenido desde el amor y hacia el amor. Cada vez
que vivimos una experiencia, realizamos una actividad, nos encontramos con una persona,
sufrimos un conflicto, nos comprometemos en una causa, la fuerza vital que ponemos en
marcha está bien orientada, si está impulsada por el amor y se dirige hacia el amor.» (Pagola.,
Op. Cit.) Si no educamos para el amor, «educaríamos para el egoísmo, y queremos salir de
los egoísmos, que son las causas precisamente del gran malestar de nuestras sociedades».
(Mons. Romero 15/01/1978) he allí la gran tarea de los padres de familia, la escuela, y toda
la sociedad, «la Iglesia tiene que proponer una educación que haga de los hombres sujetos de
su propio desarrollo, protagonistas de la historia. No masa pasiva, conformista, sino hombres
que sepan lucir su inteligencia, su creatividad, su voluntad para el servicio común de la patria.
Nadie vive solo, como caracol, sino que debe vivir abierto para los demás: sentido
comunitario.» (Ibíd.)
Debe quedar claro que, solo si amamos al otro, podemos curar sus heridas. «Un ser
humano puede convertirse en médico de otro si se deja guiar por el amor. Sólo las palabras
que proceden del corazón, que están llenas de amor, tienen una eficacia sanadora sobre las
personas. Todo lo demás es únicamente un deseo de notoriedad, un ruido vacío. El amor da
a nuestra vida el sabor de Jesucristo.» (Amselm Grün, El Himno al amor de San Pablo).
El amor no transforma únicamente el propio corazón, sino también la convivencia
entre las personas. Es como la levadura que actúa en la sociedad, como una luz que ilumina
la oscuridad de este mundo. «Quien tiene un corazón grande puede también amar a las
personas que no le resultan simpáticas a primera vista.» (Ibíd.) El amor no abandona a nadie,
es una fuerza vital que todos tenemos, y hacemos activa cada vez que nos donamos a los
demás. La persona que ama, cree que incluso en la persona que daña a otra, que está llena de
malicia y dureza, habita el deseo de amor, el deseo de ser bondadosa. Y si el amor persevera
en esta fe y en esta esperanza, puede hacer que surja el bien en el otro. Ningún joven puede
considerarse malo, excluido, o despreciado por su condición social o por errores del pasado,
todos y cada uno tiene un lugar en el gran corazón de Dios, y como tal, en la Iglesia.
Ese es el llamado que haría hoy en día Mons. Romero a aquellos que han perdido la
fe y la esperanza en que venga un mundo mejor y más humano, no nos dejemos robar las
utopías, ni la confianza en Dios, esta esperanza se vive prácticamente descubriendo que no
hay ninguna situación, por muy difícil que sea, que no esté abierta al amor de Dios. No hay
sufrimiento, problema, crisis, ni siquiera pecado, que no pueda convertirse en posibilidad de
crecimiento y renovación.
En Monseñor Romero, más que sus palabras, a los jóvenes les seguiría atrayendo de
él su vida, su compromiso, su ser distinto al sistema establecido, su corazón siempre
dispuesto a escucharles y les diría nuevamente: «Jóvenes, en ustedes la Iglesia se renueva,
en ustedes el Espíritu de Dios es como agua fecunda para la humanidad…que ustedes sean
ese reverdecer» de la nueva humanidad (13/04/1978).
+ Walter Antonio Membreño Castillo

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