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1
El artículo original puede consultarse en Internet Archive, en la dirección web:
https://web.archive.org/web/20051123072949/http://www.cambiocultural.com.ar/
publicaciones/putnam.htm
2
Jorge, José Eduardo (2007): “Capital Social y Democracia: la Teoría de Robert
Putnam”, Documento de Cátedra, Seminario de Cultura Política, Facultad de
Periodismo y Comunicación Social, Universidad Nacional de La Plata, La Plata. Este
material didáctico incluye las traducciones del capítulo 6 de Making Democracy
Work (pp. 162-185) y de fragmentos del libro de Putnam Bowling Alone (2000).
Estas traducciones son solo para uso interno de la cátedra y aquí no es posible
reproducirlas.
cuestionaban la efectividad de las instituciones públicas.
Posteriormente profundizó el análisis en un libro con el mismo nombre
(2000). Allí señalaba como una de las causas más importantes del
fenómeno al proceso de recambio generacional: los baby boomers y la
Generación X estaban menos comprometidos que sus mayores en la vida
comunitaria. Sus trabajos le valieron ser invitado por Bill Clinton y Tony
Blair a exponer sus ideas en Camp David y Downing Street.
La "comunidad cívica"
La evidencia favorece a la segunda hipótesis: el desigual desempeño de los
gobiernos se explicaba por la diferente calidad de la "comunidad
cívica" de las regiones. Al detenerse brevemente en los aspectos teóricos
y filosóficos del concepto, Putnam nos recuerda que ya en la Florencia del
siglo XVI Maquiavelo y sus contemporáneos habían llegado a la conclusión
de que el éxito de las instituciones libres dependía de la "virtud cívica" de
los ciudadanos. Esta escuela "republicana" fue luego eclipsada por
Hobbes, Locke y otros que pusieron el acento no en la "comunidad", sino en
el individualismo y los derechos individuales. La constitución
norteamericana, con sus controles y balances, intentaba asegurar la
democracia contra los ciudadanos "no virtuosos". Pero en años más
recientes la filosofía política norteamericana reabrió el debate entre el
individualismo liberal clásico y la tradición comunitaria, sostenida por los
neo-republicanos.
El objetivo de Putnam es encontrar evidencia empírica para iluminar
un debate que hasta ese momento se desarrollaba en un terreno filosófico.
Desde un punto de vista práctico, la "comunidad cívica" comprende,
según él, cuatro aspectos esenciales:
Hace mil años, las dos regiones hallaron soluciones muy distintas a la
situación de anarquía y violencia que caracterizaba a la época. En el Sur, el
reino de los Normandos se convertía en el Estado más rico y organizado
de Europa, pero con una estructura social y política autocrática, con fuertes
elementos feudales, burocráticos y absolutistas. El paso de los siglos reforzó
una estructura social polarizada de latifundios y campesinos empobrecidos.
Algunas de las reflexiones sobre la situación argentina que nos sugirió este
trabajo de Putnam se encuentran en nuestro ensayo Las raíces culturales de
los problemas argentinos (Cambio Cultural, Buenos Aires, Enero de 2002).
Pensábamos entonces que en la Argentina estaban surgiendo y
extendiéndose nuevas actitudes de compromiso y participación
cívicas, que se reflejaban, por ejemplo, en el crecimiento del voluntariado.
La verdadera explosión de participación con que respondió la sociedad al
derrumbe del país, el fenómeno de las Asambleas Vecinales (que ha
generado también alguna controversia), le otorgan al marco teórico
desarrollado en Making Democracy Work un valor aún mayor para contribuir
a la comprensión de lo que ya se considera la crisis más profunda de
nuestra historia.
¿Es posible que ese círculo vicioso haya comenzado a romperse? A juzgar
por los actuales niveles de confianza social, parece que no. Si nos atenemos
a las actitudes de participación, la respuesta es sí. La variable
interviniente es posiblemente el recambio generacional. El problema
reside en que, como dice un paper reciente, "comprender la importancia del
capital social nos dice muy poco sobre cómo incrementarlo. Se necesita más
investigación acerca de qué intervenciones pueden construir confianza
generalizada y fuertes normas cívicas" (6).
REFERENCIAS
(1) Son antecedentes del desarrollo del concepto los trabajos de Jane
Jacobs, Pierre Bourdieu y James Coleman, entre otros.
(6) Stephen Knack, Social capital and the quality of government: evidence
from the US States, The World Bank.
ANEXO
Capital Social y Democracia:
la Teoría de Robert Putnam
El enfoque de Putnam difiere en particular del utilizado por la escuela neo-
institucionalista, que analiza las instituciones valiéndose de las teorías de
los juegos y de la elección racional. Las distintas variantes del neo-
institucionalismo coinciden en dos puntos:
Aún así, la causa principal del cambio fue, de acuerdo con el trabajo de
Putnam, la “socialización institucional”, es decir, la conversión individual de
los dirigentes regionales, desde actitudes cercanas al dogmatismo
ideológico hacia otras más prácticas y consensuales. Estos “efectos
institucionales” fueron más notorios en los primeros años que siguieron a la
reforma, cuando los dirigentes trabaron conocimiento mutuo y comenzaron
a compartir los problemas. Los legisladores de la época fundacional que
llegaron al tercer periodo legislativo -alrededor de un tercio del grupo
original- habían estado originalmente entre los más dogmáticos y
extremistas, pero ahora se encontraban entre los más moderados y
tolerantes.
El índice así construido arrojó una alta consistencia entre los distintos
indicadores. Las regiones con estabilidad de gabinetes, que aprobaban el
presupuesto oportunamente, gastaban los fondos según lo planificado e
innovaban en materia de legislación, eran también las que proveían
guarderías y consultorios familiares, desarrollaban una buena planificación
urbana, daban préstamos a los agricultores y respondían las cartas con
prontitud.
3
Afirma Tocqueville: “En los pueblos democráticos, la ciencia de la asociación es la fundamental; el
progreso de todas las demás depende del suyo”. En Alexis de Tocqueville: La democracia en América,
Madrid, SARPE, 1984 (Orig.: 1835), Tomo II, pág. 97. Y también: “No hay país donde las asociaciones
sean más necesarias para impedir el despotismo de los partidos o la arbitrariedad del príncipe, que
aquel cuyo estado social es democrático. En las naciones aristocráticas, los cuerpos sociales secundarios
forman asociaciones naturales que frenan los abusos del poder. En los países donde no existen tales
asociaciones, si los particulares no pueden crear artificial y momentáneamente algo semejante no veo
ningún otro dique que oponer a la tiranía, y un gran pueblo puede ser oprimido impunemente por un
puñado de facciones o por un hombre”. Tomo I, pág. 196.
cada una de las regiones italianas se aproxima a esa representación y qué
relaciones se observan con la calidad de la acción de gobierno.
Los cuatro indicadores del índice mostraban una alta correlación entre sí. En
otras palabras, las regiones con una elevada participación en referéndums y
una baja utilización del voto de preferencia, eran también las que poseían
una densa red de asociaciones cívicas y un alto nivel de lectura de
periódicos.
Por otro lado, en las regiones cívicas la política no está menos sujeta a la
controversia y el conflicto, pero los dirigentes están más dispuestos a
resolver sus conflictos. Sólo un 19% de los consejeros de las regiones más
cívicas acordaron con la frase “asumir compromisos con los opositores
políticos es peligroso”, frente al doble de las regiones menos cívicas.
La evidencia de las regiones italianas parece coherente con esta visión. Las
regiones menos cívicas estaban más sujetas a la plaga de la corrupción
política. Eran el hogar de la Mafia y sus variantes regionales. Los
ciudadanos de las regiones cívicas mostraban más confianza social y en la
adhesión a la ley por parte de los demás ciudadanos. En las regiones menos
cívicas, los ciudadanos no sólo manifestaban menos confianza, sino que
insistían mucho más en que las autoridades deberían imponer la ley y el
orden en la comunidad.
El estudio de Putnam sugiere otra cosa. Las áreas menos cívicas de Italia
eran precisamente las aldeas sureñas tradicionales. El ethos cívico de la
comunidad tradicional no debe ser idealizado. Emilia-Romaña, la región más
cívica, se hallaba entre las más modernas y tecnológicamente avanzadas
del mundo. Es, al mismo tiempo, el ámbito de una concentración inusual de
redes entrecruzadas de solidaridad social y de una población animada por
un inusual espíritu público. La mayoría de las regiones cívicas de Italia -
donde los ciudadanos se sienten con el poder de involucrarse en la
deliberación colectiva sobre las decisiones públicas, y donde esas decisiones
se traducen más plenamente en políticas públicas efectivas- incluyen
algunas de las ciudades más modernas de la península. La modernización
no es necesariamente un síntoma de desaparición de la comunidad cívica.
* * *
Los ciudadanos de las regiones con mayor cultura cívica "esperan un mejor
gobierno y (en parte gracias a su propio esfuerzo) lo obtienen. Demandan
más servicios públicos efectivos y están preparados para actuar
colectivamente para lograr sus objetivos compartidos. Sus contrapartes en
las regiones menos cívicas asumen más comúnmente el rol de suplicantes
alienados y cínicos".
Las raíces de la comunidad cívica
Las profundas diferencias en las características del tejido social del Norte y
el Sur de Italia, que tanta influencia ejercen aún hoy en su desarrollo
político y económico, tienen sus orígenes, según Putnam, muy lejos en la
historia. Los distintos modelos sociales pueden ser trazados durante un
milenio, desde la Italia medieval hasta el presente.
Desde la caída de Roma y hasta mediados del siglo XIX, Italia fue un
conglomerado de pequeñas ciudades-estado y dominios semi coloniales de
imperios extranjeros. Cuando los Estados europeos se modernizaban, la
fragmentación condenaba a Italia al atraso económico y la marginalidad
política.
Pero esto no había sido siempre así. En el medioevo, Italia había creado
estructuras políticas más avanzadas que las de cualquier otro lugar de la
cristiandad. Se trataba de dos regímenes políticos completamente distintos,
ambos innovadores y destinados a tener consecuencias sociales,
económicas y políticas a muy largo plazo. Los dos aparecieron alrededor del
año 1100 en distintas partes de la península.
Con los siglos, la aguda jerarquía social sería crecientemente dominada por
una aristocracia terrateniente dotada de poderes feudales, mientras masas
de campesinos se debatían en el límite de la supervivencia. Entre estos dos
extremos, había sólo una pequeña clase de administradores y profesionales.
Esta estructura jerárquica permanecería casi sin cambios en los siguientes
siete siglos, a pesar de que el Sur sería objeto en ese periodo de una
intensa competencia entre potencias externas, especialmente España y
Francia.
Mientras tanto, en las ciudades del Norte y el Centro de Italia, emergía una
forma de auto gobierno que no tenía precedentes. Entre los siglos XII y XVI,
este “republicanismo comunal” fue un rasgo que distinguió a Italia de otras
regiones de Europa. Como el régimen autocrático de Federico, este nuevo
régimen republicano fue una respuesta a la violencia y la anarquía
endémicas de la Europa medieval. La solución inventada en el Norte, sin
embargo, fue muy diferente, pues se basaba menos en la jerarquía vertical
y más en la colaboración horizontal.
Más allá de los gremios, eran también dominantes en los asuntos locales
otras organizaciones locales, como las “vicinanze” -asociaciones de vecinos-
, las “populus” -organizaciones parroquiales que administraban los bienes
de la iglesia local y elegían a sus curas-, confraternidades -sociedades
religiosas de asistencia mutua-, partidos político-religiosos unidos por
juramentos solemnes, y las “consorterie” -o “sociedades de la torre”-,
constituidas para proveer seguridad mutua.
Así, a comienzos del siglo XIV, Italia había producido, no uno, sino dos
modelos innovadores de gobierno, con sus rasgos sociales y culturales
asociados: la celebrada autocracia feudal de los normandos en el Sur y las
fértiles repúblicas comunales en el Norte. Tanto la monarquía como las
repúblicas habían superado en la vida política, económica y social, los
dilemas de acción colectiva que aún frenaban el progreso del resto de
Europa. Pero los sistemas inventados en el Norte y el Sur eran muy
distintos en su estructura y consecuencias. En el Norte, los lazos feudales
de dependencia personal se debilitaron; en el Sur, se fortalecieron. En el
Norte, las personas eran ciudadanos; en el Sur, súbditos. En el Norte, la
autoridad legítima era sólo delegada por la comunidad a los funcionarios
públicos, responsables ante ella; en el Sur, era monopolizada por el rey,
responsable sólo ante Dios. En el Norte, mientras los sentimientos religiosos
seguían siendo profundos, la Iglesia era sólo una institución entre otras; en
el Sur, la Iglesia era poderosa y rica propietaria del orden feudal. En el
Norte, las lealtades sociales, políticas y aún religiosas eran horizontales; en
el Sur, verticales. Eran rasgos distintivos del Norte la colaboración, la
asistencia mutua, la obligación cívica e incluso la confianza -no universal,
pero sí más allá de los límites del parentesco-; la principal virtud del Sur, en
cambio, era la imposición de la jerarquía y el orden sobre una anarquía
latente.
En los primeros años del siglo XVII, justo cuando aparecían los primeros
destellos de recuperación económica, nuevas olas epidémicas barrieron
Italia. En 1630 y otra vez en 1656, pereció, debido a la plaga, la mitad de la
población de las ciudades del Norte y el Centro. Éstas ya no eran
republicanas; algunas, ni siquiera independientes. El colapso del
republicanismo comunal condujo a una suerte de “re-feudalización” de
Italia. La innovación mercantil y financiera fue reemplazada por el interés
por la posesión de tierras y el parasitismo. Los conflictos locales, las luchas
de facción y las conspiraciones significaron la disolución del tejido social, en
el momento en que otros Estados de Europa avanzaban hacia la unidad
nacional. En toda Italia, tanto en el Norte como en el Sur, la política
autocrática se encarnaba ahora en redes de patrones y clientes. Pero en el
Norte, entre los herederos de la tradición comunal, los patrones, aunque
autocráticos, todavía aceptaban responsabilidades cívicas. La pequeña
nobleza local subsidiaba la vida cívica con hospitales y caminos, coros y
bandas, oficinas municipales y salarios de los empleados públicos. La ética
de la responsabilidad mutua persistía, por ejemplo, en la “aiutarella”, la
práctica tradicional de intercambiar trabajo agrícola entre vecinos. La
herencia del republicanismo comunal fue transmitida en una ética de
implicación cívica, responsabilidad social y asistencia mutua entre iguales.
Hacia el siglo XVIII, el Reino de Nápoles, con sus dos secciones, una en
Sicilia y otra en la península, era el Estado más grande de Italia con sus
cinco millones de habitantes y también el peor administrado. En el Norte, el
poder de la aristocracia, desafiado durante largo tiempo, ya había
empezado a erosionarse. En el Sur, el poder de los barones seguía intacto.
Desde 1504 hasta 1860, toda la Italia al sur de los Estados Papales fue
gobernada por los Habsburgos y los Borbones, quienes promovieron
sistemáticamente la desconfianza y el conflicto entre los súbditos y
destruyeron los lazos horizontales de solidaridad, para mantener la primacía
de las relaciones verticales de dependencia y explotación.
El siglo XIX fue una época de inusual fermento asociativo en toda Europa
Occidental. Al principio, inspirados por la doctrina de laissez faire, los
gobiernos liberales de Francia, Italia y demás abolieron los gremios,
disolvieron los establecimientos religiosos y desalentaron el surgimiento de
“combinaciones” sociales y económicas similares. Pronto, sin embargo, las
primeras sacudidas de la revolución industrial hicieron urgente la creación
de nuevas formas de organización social y solidaridad económica.
Comenzaron a surgir nuevas asociaciones en reemplazo de las que habían
decaído o habían sido destruidas a comienzos del siglo.
El clientelismo en el Sur
En contraste, en las áreas de Italia sujetas durante largo tiempo al gobierno
autocrático, la unificación del país hizo poco para inculcar hábitos cívicos. La
ausencia de un sentido de comunidad resultaba del hábito de
insubordinación aprendido durante siglos de despotismo. Incluso los nobles
pensaban que estaba bien engañar al gobierno. En lugar de reconocer que
se debía pagar los impuestos, la actitud era que si un grupo de personas
había descubierto la forma de evadir, los demás harían bien en cuidar sus
propios intereses. Cada provincia, cada clase, cada industria, buscaba sacar
réditos a expensas de la comunidad. La agricultura del Sur se caracterizaba
por el latifundio, donde trabajaban campesinos pobres. Las relaciones
verticales entre patrones y clientes eran más importantes que la solidaridad
horizontal. Los campesinos se hallaban más en guerra entre sí que con
otros sectores de la sociedad rural. Tales actitudes sólo pueden ser
entendidas en una sociedad dominada por la desconfianza. Un proverbio
calabrés decía que “quien actúa con honestidad, tendrá un final miserable”;
otro: “Maldito es el que confía en otro”; “Cuando veas que la casa de tu
vecino se incendia, lleva agua a la tuya”. La combinación de pobreza y
desconfianza mutua fomentaba lo que Banfield llamaba “familismo amoral”.
Mientras los campesinos de Emilia-Romaña formaban cooperativas de
trabajo, los del Sur luchaban entre sí para obtener uno.
E F
Desempeño Institucional
1980s
Las teorías que dan mayor importancia causal a la economía, implican que
las flechas causales B y D deberían tener mucha fuerza. Es decir, el
desarrollo socioeconómico de una región hacia el 1900 debería predecir en
gran medida el civismo y el desarrollo socioeconómico de esa misma región
en los años 70. El civismo en el año 1900 puede tener alguna influencia,
pero menor.
Por un lado, las tradiciones cívicas medidas entre 1860 y 1920 resultaron
ser un poderoso predictor del civismo en los años 70. A la vez, cuando se
comparan las regiones con el mismo nivel de civismo en los 1900s, sus
diferencias de desarrollo socioeconómico en los 1900s no permiten predecir
sus diferencias de civismo en los años 70. En otras palabras, la flecha A
tiene mucha fuerza y la flecha B es inexistente.
4
La teoría de juegos recurre a modelos matemáticos para analizar el comportamiento, las estrategias y
las decisiones de agentes que interactúan dentro de un marco formalizado de incentivos. Se aplica en
particular en economía y ciencia política.
desviarse de ellas. Aunque en todas las comunidades hay tanto redes
horizontales como verticales, cuanto más densas sean las primeras (por
ejemplo, las asociaciones vecinales, los clubes deportivos, etc.), más
probable será que las personas cooperen para resolver sus problemas
comunes. Las experiencias asociativas del pasado funcionarán como modelo
cultural para afrontar las situaciones del presente. Las redes verticales,
como las que se establecen entre patrones y clientes, sostiene Putnam, no
pueden desarrollar la confianza ni la cooperación, pues el flujo de
información y las obligaciones son asimétricos.
El informe Better Together, una iniciativa del Saguaro Seminar que dicta
Putnam en la Universidad de Harvard, enumera actividades que la gente
común puede realizar para construir capital social.
De las relaciones con las personas más próximas a nosotros nace una
confianza "densa", que brinda al individuo apoyo social y psicológico en su
vida diaria. Pero este "superadhesivo social", como lo llama Putnam, puede
tener, en ciertos casos, un costado negativo: si es demasiado intenso, los
grupos se vuelven cerrados; sus miembros confían entre sí, pero desconfían
del resto de los miembros de la comunidad que no pertenecen a su grupo;
el mundo termina dividido entre "nosotros" y "ellos"; en el balance, la
capacidad de cooperación de la sociedad queda resentida.
Bibliografía
Putnam, Robert D. (2007): “E Pluribus Unum: Diversity and Community in
the Twenty-first Century. The 2006 Johan Skytte Prize Lectura”,
Scandinavian Political Studies, Vol. 30, N° 2, pp. 137 – 174.