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Cuando se tiene la certeza del nuevo ser en camino, la madre atraviesa por una gran cantidad de
emociones, algunas de ellas placenteras y otras quizás no tanto. Sin lugar a dudas, una de esas
emociones es el miedo, asociado mayormente a lo que le puede deparar el porvenir, tanto a ella
como a su hijo, y que suele quedarse de manera muy definitiva en la vida de la mamá. Cuando
finalmente aparece el amor, el cual se experimenta con mayor intensidad en ese primer contacto
entre la madre y el hijo, ella descubre que lo ama con un lugar del corazón que no se sabe que
existe hasta ese momento. Cada hijo activará una parte diferente en el corazón porque el vínculo
con la madre, incluso si son adoptivos, es único e irrepetible entre los dos.
A partir de allí, sin importar si la madre es novata o si ya tiene experiencia, invaden su mente una
gran cantidad de dudas que la llevan a cuestionarse constantemente si será capaz de hacerlo bien
o no. El primer acto de amor lo constituye el apego, necesidad psicológica que implica ser
atendido en los requerimientos para vivir y ser cuidado con gentileza. Es importante no confundir
este apego con una especie de simbiosis sobreprotectora en donde la madre puede terminar
siendo afectivamente dependiente de su hijo y generar importantes daños al desarrollo emocional
del pequeño.
A media que el niño se va desarrollando, la madre va entendiendo que el amor abarca más que los
cuidados propios del apego. Será importante enseñar límites; no a la imaginación ni al desarrollo,
sino aquellos que le permitan aprender a vivir en sociedad.