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La llegada de un hijo es diferente en cada caso.

Hay personas para quienes ocurre en un momento


inesperado o inoportuno y por ello la madre puede experimentar este momento con gran dolor.
También hay para quienes se convierte en una angustia por las circunstancia vitales en las que se
encuentra y esto a veces le impide a la madre experimentar la tranquilidad necesaria a lo largo de
la gestación. Para algunas representa un inmenso logro debido a que lo han intentado muchas
veces y serán abundantes los cuidados y el amor. Hay madres que lo reciben como una bendición
desde el mismo momento que conocen la maravillosa noticia.

Cuando se tiene la certeza del nuevo ser en camino, la madre atraviesa por una gran cantidad de
emociones, algunas de ellas placenteras y otras quizás no tanto. Sin lugar a dudas, una de esas
emociones es el miedo, asociado mayormente a lo que le puede deparar el porvenir, tanto a ella
como a su hijo, y que suele quedarse de manera muy definitiva en la vida de la mamá. Cuando
finalmente aparece el amor, el cual se experimenta con mayor intensidad en ese primer contacto
entre la madre y el hijo, ella descubre que lo ama con un lugar del corazón que no se sabe que
existe hasta ese momento. Cada hijo activará una parte diferente en el corazón porque el vínculo
con la madre, incluso si son adoptivos, es único e irrepetible entre los dos.

A partir de allí, sin importar si la madre es novata o si ya tiene experiencia, invaden su mente una
gran cantidad de dudas que la llevan a cuestionarse constantemente si será capaz de hacerlo bien
o no. El primer acto de amor lo constituye el apego, necesidad psicológica que implica ser
atendido en los requerimientos para vivir y ser cuidado con gentileza. Es importante no confundir
este apego con una especie de simbiosis sobreprotectora en donde la madre puede terminar
siendo afectivamente dependiente de su hijo y generar importantes daños al desarrollo emocional
del pequeño.

A media que el niño se va desarrollando, la madre va entendiendo que el amor abarca más que los
cuidados propios del apego. Será importante enseñar límites; no a la imaginación ni al desarrollo,
sino aquellos que le permitan aprender a vivir en sociedad.

AMAR A UN HIJO ES:

Enseñarlo a posponer la gratificación y no ceder en todos sus caprichos, especialmente en esos


momentos en donde lo sano y adecuado está por encima de lo querido. Amar a un hijo implica
ofrecerle espacios de recreación al aire libre en compañía de sus iguales, aún cuando sea más
sencillo quedarse en casa a descansar de las largas jornadas de trabajo o de los quehaceres del
hogar. Amar a un hijo implica estar ahora más atentos a la contaminación de la tierra, a las guerras
y a las muchas cosas locas que pasan en la humanidad. Amar a un hijo es ese impulso de querer
evitar su sufrimiento y también es esa respiración profunda cuando se entiende que es algo que
debe aprender a manejar. Amar a un hijo implica poner un freno al deseo de complacerlos en todo
solo por la dicha de ver su cara de felicidad. Amar a un hijo es posponer la tecnología para que su
cerebro pueda desarrollarse adecuadamente, aunque implique alejarse de lo que hace la mayoría.
Amar a un hijo también es alejarlo de las redes sociales y el internet hasta que pueda usarlas con
responsabilidad. Amar a un hijo es enseñarlo a ser justo y no vengativo, y esto implica aprender a
perder y a ganar. Amar a un hijo es defenderlo y también enseñarlo a asumir con responsabilidad
sus errores y las consecuencias que éstos puedan acarrear. Amar a un hijo es aprender a
diferenciar cuándo necesita ayuda para hacer las cosas y cuándo ha llegado el momento de
animarlo a hacerlas por sí mismo. Amar a un hijo es formarlo para que pueda salir adelante con tu
respaldo pero sin necesitarte para poder avanzar. Amar a un hijo implica que no te abandones
como persona para que él también te aprenda a valorar. Amar a un hijo es mostrarle que el amor
tiene dos vías, para que aprenda a recibir pero también aprenda a dar. Amar a un hijo son días con
muchas ganas de reír y también días con muchas ganas de llorar. Amar a un hijo son noches de
insomnio bien sea por una enfermedad o porque se ha ido a pasear. Amar a un hijo te hace más
solidaria frente al dolor de otra mamá. Amar a un hijo es algo que no puede hacerse con locura,
requiere de sensatez y sensibilidad. Amar a un hijo es una tarea de todos los días y llena de
eventos de la cotidianidad. Amar a un hijo es extrañarlo a morir cada día, si es que físicamente ya
no está. Amar a un hijo es que sonrías este día y celebres el regalo que recibirás de ese quien te ha
regalado la experiencia de ser mamá.

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