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¿A quién quiero engañar?

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Dani Umpi
¿A quién quiero engañar?
Dani Umpi

Criatura editora, primera edición, Montevideo, 2013.


120 páginas: 13,5 × 21 cm.

ISBN 978-9974-8419-0-1 Narrativa

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin


la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones
establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra
por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el trata-
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© Dani Umpi, 2013.

© Verbum - libros SRL, 2013.


Bacacay 1318 bis, Montevideo

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Diseño: Juan Odriozola


Ilustración de cubierta: Catalina Schliebener
Detalle de la serie Máquina blanda (2011).
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Corrección: Rosanna Peveroni

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Edición Amparada al Decreto 218/96
Los baches

Yo estaba terriblemente enamorada pero siempre había


un pero. Cada vez le encontraba más rarezas a sus encantos
y, gotita a gotita, se iba derramando el vaso. No terminaba
de darme cuenta, de tragar; estaba enamorada, ciega, no
veía bien. Veía el vaso medio lleno. Me encanta eso del vaso.
Siempre me gustó la metáfora esa porque es tal cual.
Él tenía actitudes raras, sí, pero ¿quién no las tiene? La
gente linda también tiene cosas raras. Cuanto más lo cono-
cía, más misterios surgían de la nada. Baches que se abrían
en cualquier momento. Estuvimos ocho años de novios. Un
abismo. Ahora no lo puedo creer. Por suerte estoy lejos y re
en otra.
Comencé a sentir eso de los baches cuando me llevó por
primera vez a la casa de su abuela. Me pidió que reconocie-
ra los objetos de valor porque yo, supuestamente, era muy
criteriosa. Vi algunas cosas interesantes y con una impor-
tancia relativa pero eran feas. Tenían pésimo gusto. Todos.
Toda su familia. No había nada de diseño. Un dinero muy
desaprovechado. ¡Qué tristeza!
Fui pieza por pieza dándole mi opinión, tasando mue-
bles, alfombras, tapices, lámparas, candelabros de plata,
vajilla, cuadros, relojes… Tenían muchos relojes. No eran
antigüedades por las que la gente enloqueciera. No se lo
quise decir porque desconocía sus intenciones y estaba te-
rriblemente enamorada. No quería herirlo. Mientras hacía

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mi tarea, él me miraba con cierto amor y las manos en los Él dijo «esos campos son una porquería» y me contó que su
bolsillos. Se ve que eso le gustaba. Eso de que yo supiera el mamá le había preguntado, hacía poco, si yo tenía propie-
valor de las cosas o pudiera, al menos, dar un rango. dades. Le respondió que yo solo tenía el apartamento que
En un momento tuve que hacer una llamada por telé- me había dejado mi papá, dato que no recuerdo haberle
fono de apuro y me encerré en el escritorio. Entonces vi al dado. Quedé medio rara y me vestí rapidito. Ahí vino el
lado del fax una escritura recién salida de la máquina. Era primer bache grande, digamos. Me preparé un té que, pro-
una declaratoria de heredero donde aparecían las pertenen- bablemente, estaba vencido.
cias. La sucesión de la abuela. Por eso yo estaba en esa casa Pasó el tiempo —no mucho— y una mañana, temprano,
tratando de adivinar cuánto valía un candelabro. Lo que sin dormir, tuve que ir al aeropuerto de Ezeiza a recibirlo
él no sabía es que también tengo un ojo muy rápido para a él y su familia. Quería consolarlo apenas pisara la tierra
leer escrituras porque desde los diecisiete trabajé un buen porque se le había muerto el papá, pobre. Le pedí a una
tiempo en la escribanía de un amigo de mi padre. Hacíamos amiga que me hiciera el aguante y me acompañara a reci-
títulos de propiedades y me pasaban textos para que llenara birlo pero… fijate qué fuerte era todo que me olvidé qué fin
un libro muy bonito que tenía que ser manuscrito. Siempre llevó, dónde quedó mi amiga. Desde que lo vi llegar con su
tuve linda letra. Se me entendía lo más bien. Escribía, por madre y sus hermanas me olvidé completamente de ella, se
ejemplo, datos de la gente y sus propiedades, generalmente me fue de la memoria. Cómo son las cosas, ¿no?
campos y apartamentos. Sin querer me volví muy ducha en Estaban de viaje por Marruecos en temporada alta. Él,
ese imaginario. Ahí me enteré de que él me ocultaba infor- la madre y las dos hermanas. Al verme me dio un beso bas-
mación, porque desde que lo conocí me decía que solo tenía tante bobón y fuimos como grupo comando hacia la calle
un campito y no le alcanzaba para nada. Me informaba sin Santa Fe, sin llorar ni nada. No me trajo ni un souvenir.
que se lo preguntara. A mí ni me iba ni me venía porque Estaban muy en la de ellos. Querían hacer toma de posesión
estaba enamorada. En la declaratoria de herederos del fax de la vivienda del padre antes de que lo hiciera la usurpado-
decía que tenía tres campos más y varios apartamentos con ra, Martha, la última novia del viejo. También fue la última
sus montos correspondientes. También soy rápida para sa- que lo vio con vida. Estaban en Claromecó, una playa cerca
car cuentas. La herencia ascendía a una cifra millonaria, de Bahía Blanca, extremadamente ventosa y llena de agua-
colosal, escrita en un par de renglones y leída en menos de vivas. Es un pueblo muy chiquito donde va la gente del sur
treinta segundos. Tuve una sensación fea, un bachecito. Me de la provincia a veranear. El tipo estaba ahí, con Martha,
vino un sopor y una sed. Dije «mmm». En ese momento cuando se murió y desde entonces de ella no se supo más
desconfié, no entendí por qué él siempre andaba vestido feo, nada pero, seguro, tenía una llave.
así nomás. El apartamento quedaba en Santa Fe y Callao. No tenía
Después de coger en la cama de su abuela muerta, lo in- portero. Entramos con la llave de mi novio porque, cuan-
terpelé confesándole que había visto por casualidad el fax. do el papá se iba a alguno de sus campos, ese era nuestro

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bulo. La madre ni se extrañó con eso de que todos tuvieran bastante harta con el temita y no estaba tan enamorada que
llaves menos ella. Estaban separados pero no divorciados. digamos. Él y todos me tenían harta. Las hermanas, no tan-
Una situación muy delicada. La mujer ya no tenía acceso y to. Más la madre, que me odiaba, pero en aquel momento
volvía a entrar después de cinco años a lo que había sido dependía de mí, de mi memoria visual. Asumía que íbamos
su hogar, el apartamento que ella misma había elegido, ilu- a ese apartamento a coger y lo conocíamos bien. Me hacía
sionada como una boluda. Dijo «¡qué fuerte!» y se abanicó preguntas como «¿segura de que en el escritorio no falta
con una revista. nada?». A mí me parecía que no, que no faltaba nada, hasta
Mi novio, su madre y sus hermanas vivían cerca, en San- que fue al bargueño y gritó «¡mi colección de discos de Leo-
ta Fe y Araoz, Santa Fe y Pueyrredón, una cuadra de esas, nardo Favio!». Quedó como loca, completamente sacada,
no me acuerdo bien. Eran vecinos. Vivían en el apartamen- con los ojos dados vuelta. Abría cajones como una desqui-
to de la abuela de mi novio, el de los candelabros, el feo. ciada. El cerrajero no podía creerlo. Nos miraba de reojo y
Este también era feo, pero otra onda. Tenía un diseño años se fue sin agradecer la propina. La tranquilizaron un poco y
ochenta. Como que en los ochenta hicieron la gran inver- susurró «¡qué sucio que tiene todo esta chirusa!». Yo, no sé
sión y después, nunca más. Fórmica, cuarto con modulares, por qué, pensé que hablaba de mí.
escritorio, cama y ropero... El concepto modular: cubos y Me acuerdo de que cada vez que íbamos al campo ella
fórmica. Mucho naranja. Los azulejos de la cocina con di- estaba escuchando a Leonardo Favio. Tenía varios CD pero
bujos de limones. El de la abuela era de los años cincuen- nunca les di importancia. No me daba cuenta de que Favio
ta. Cincuenta afrancesado, lleno de Lladró, candelabros… era tan significativo para la familia. No distinguía sus can-
bueno, eso ya lo conté. El punto es que era todo feo y yo no ciones. Llegábamos a la hacienda y nos preparaba habita-
me había dado cuenta hasta ese momento. Eran muy feos. ciones separadas, incluso sabiendo que al otro día íbamos
Eran de familia extremadamente religiosa, católica, pero ni a amanecer juntos. En un momento llegué a rezar el rosario
siquiera del Opus. Muy mediocre. Lo primero que hicieron con toda su familia. La verdad es que yo también estaba
fue llamar a un cerrajero para cambiar la cerradura. medio loca, ¿no? Es que en ese momento sí, estaba más ena-
Ninguna lágrima caía y yo me quería ir urgentemente. morada y no me importaban tanto los detalles hasta que,
No me dejaban. Me asustaba la codicia. Comenzaron a lógicamente, a las horas me entraba una desesperación ho-
darme miedo. Mi función era rara. Nuevamente me pidió rrible. Una sensación espantosa de encierro en un lugar tan
que reconociera los objetos, que viera si faltaba algo que abierto como es toda esa zona de Trenque Lauquen. Tren-
Martha pudiera haberse llevado. Yo tenía una visión más que Lauquen es una depresión. Los campos y los pueblos
selectiva que la de él, tenía memoria visual. Nos fijábamos de por ahí me dejan mal, muy para abajo; no son para mí.
si estaban todos los cuadros, las esculturas, las armas, los Todo achaparrado. Nada más arriba del metro y medio del
bonos, los títulos de propiedad, los «papeles». A cada rato piso. Se suicida mucha gente. Todo alambrado y con perros
decía «los papeles», «los papeles». La verdad, ya me tenía salvajes. No sé. No me va.

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Tenían un perro pila que me emitía una vibra fea. Yo Un día, desde el baño escuché que le dijo a la madre «si no
quería desaparecer, necesitaba aire. Quería caminar y como querés a mi novia me vas a perder a mí» y eso me gustó un
para el campo no podía ir porque estaban los perros, aga- poquito bastante. Demoré en salir. Ella trató de remontar y
rraba para la ruta. Un día, en eso, viene él en una de las esmerarse. No demasiado. En lugar de ensalada de papas
camionetas y grita «¡subite ya!» porque un capataz le dijo me hervía verduras pero solo a mí, marcando. Al resto: papa
que yo andaba en la ruta, como las putas. Muy fuerte. Y eso y mayonesa.
que yo me la pasaba en la casa del capataz porque tenían Lo conocí en la parroquia del barrio, en un grupo de
tele y calefacción. Veía la novela con su familia, que siempre scouts. Yo era la líder y cuando empezamos a salir aban-
estaban escondidos, perseguidos, tratando de que los hijos doné esa actividad. Él siguió millones de años como boy
y los conejos no entraran a la casa de la patrona. Porque la scout pero nunca llegó a mi puesto. El grupo era jodido.
que mandaba era la madre de mi novio. Del padre se habían Comenzamos a salir en secreto. Nadie podía enterarse y no
olvidado. me importaba. Él era lindo, estaba fuerte, metro ochenta
Ella todo el tiempo me preguntaba si me gustaba Tren- y cinco, cuerpo de Adonis deportista, de esos que te das
que Lauquen. Decía cosas como «el campo es muy noble». cuenta de que van a durar en el tiempo. Lo único feo que
Yo le aclaraba que iba al campo porque a su hijo le gustaba, tenía eran las uñas de los dedos gordos de los pies. Como
que viviría ahí solo si él quería. La mujer quedaba muda y podridas. Malformadas. Hongos secos. Esa fue la primera
cocinaba comida extraña. Por ejemplo, de almuerzo, cho- cosa desagradable de él que vi pero no fue un bache. Igual
rizo al horno con ensalada de papa y huevo. O torta de eran bastante inmundas.
panqueque con mayonesa, jamón y aceitunas. La torre de No hubo velorio, se lo llevaron Martha y su mejor ami-
fiambre siempre me pareció desagradable. Lo feo y berreta go en una de esas ambulancias negras. Los otros, la familia,
en gente de mucha plata queda muy freak. Era muy descui- estaban en Marruecos y no conseguían pasajes para regre-
dada o lo hacía a propósito, bien pensado. No me quería. sar por lo de la temporada alta. No se iban a poner a gastar
Cuando yo llegaba a la casa, ella y las hijas se encerraban en los asientos de primera clase.
en sus piezas o en la biblioteca. Apenas yo ponía un pie, Después del episodio del grupo comando en el aparta-
desaparecían. Le preguntaba a él «¿nadie me va a saludar?» mento, él me pidió que lo acompañara al cementerio de
y él aclaraba «son muy locas, dejalas». Entonces, nos ponía- Chacarita. A esa altura no me quedaba mucho amor que di-
mos a coger en una habitación con olor a humedad y unos gamos, pero igual fui porque, dentro de todo, soy buena. El
cuadros con gallinas. cajón estaba en un nicho comunitario de esos re años seten-
El campo era horrible y la casa también. Tenían un si- ta, con chapitas con los nombres… de esos que te dan una
llón de madera. No había sofás. Los jardines pelados, sin planilla y hay que buscar onda Batalla Naval, ¿no? Esos.
flores. No se podía hacer nada fuera del dormitorio porque Demoramos en encontrarlo. Otra sensación fea. Cuando
él pensaba que los peones nos espiaban desde los arbustos. al fin dimos con el cadáver yo me alejé porque ya era un

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garrón, sobre todo porque él no podía llorar y se sentía ho- gustó para nada porque la asocié con su incapacidad de llo-
rrible. Lo dejé solo y me fumé un pucho afuera, mirando rar. Yo sentía que estaba llorando. Muy fea la sensación, por
los autos de la calle. Bache total. La debacle. Primero pensé eso fue que, mentalmente, dije «basta». Él ni se dio cuenta.
una frase: «No es lo mismo un muerto que un cadáver». Después se quiso bañar, nadar, pero a mí me impresionó
Después pensé que me hubiera gustado conocer a Martha tanta aguaviva. Me quedé en el auto y abrí la guantera por
aunque dijeran que era una «aguafiestas» porque el viejo la chusmear, por hacer algo, total. Entonces ahí descubrí un
había conocido en un bar. montón de CD truchos de Leonardo Favio, de esos que no
No quedó todo ahí. Al otro día tuve que acompañarlo valen nada, con la tapa mal impresa, comprados en la calle,
hasta Claromecó. Fuimos en micro porque teníamos que berretas, en sobres de nailon.
traer el auto que su padre había dejado. Era un Falcon azul, Puse uno de los CD y sonaba bien. Veía a mi ex novio
bastante entero, que se quedó él porque conserva todos los bañarse en la orillita. No se metía del todo. Era un niño
autos de la familia. No los vende. Los guarda en un galpón muy miedoso. Me imaginé al gordito súper feliz con Martha
del campo. Por entonces tenía una colección de cinco autos en Claromecó, besándose, esquivando las aguavivas, emo-
a los que les pasaba plumero. No me dejaba comer galletitas cionándose con la voz de Favio. El amor. Juntos hasta el
adentro, onda taxista. Yo lo jorobaba, lo llamaba Meteoro. final. También pensé en Martha sola en su casa mirando la
Me parecía un apodo bastante cariñoso y estaba bastante colección de discos, triste, desolada, terriblemente enamora-
enamorada, aunque a esa altura él ya, bueno… medio que da, ciega en un bache profundísimo. En la madre de mi ex
ya era, ¿no? En el viaje no hablamos mucho. novio no pensé.
Llegamos a un hotelito de esos con habitaciones chiqui-
titas, re noventa. Había que encontrarse con los restos del
muerto. Nos dieron una caja con los objetos. Ropa, pasta
dental, zapatos, afeitadora. La ropa no estaba sucia. Todo
bastante limpito. Muchas camisas re lindas de James Smart,
con charreteras y bolsillos lindos. No sé qué fin llevaron. No
me imagino quién de la familia podrá usar ese talle. En fin.
Camisas en perchas. Me llamó la atención un ventilador. El
padre era un gordito chupandín y viajaba con su ventilador.
Un show. Nos llevamos todo en el Falcon. Tenía nafta.
Él manejaba bien. Fuimos a la playa de Claromecó. Era
lindo el paisaje porque había médanos, pero había mucho
viento. Diez veces peor que el de Villa Gesell. Hubo una pe-
queña pasión de último momento, onda liberación. No me

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El recuerdo del futuro sabía. No me importaba la respuesta. Era algo para hacer
mientras esperaba el momento, la posición en la que me
treparía a su boca y, ¡zas!, el beso. No se me ocurría ninguna
trampa para hacerlo más rápido.
Siempre me pareció un chico hermoso y lo comentaba
con mis amigos. Ellos preguntaban: «¿en serio?».
Yo ya conocía cada cosa que me contaba. Hacía como
La canilla del agua caliente estaba mal puesta. Instintiva- que eran novedades curiosas. Me comí algunas anécdotas
mente la abrías y te topabas con la jabonera estrangulándo- que podría haber acotado porque prefería que hablara él,
te los dedos. No podía ser. Imposible encontrarle un respon- mirarle los dedos, reconocerlos. Era la primera vez que en-
sable al error. Ya venía con el apartamento recién alquilado. traba en su apartamento y él me pareció más bajito de lo
El baño impecable, hecho a nuevo, modernizado y con la que imaginaba. Me pareció serio. Tenía ese corte de pelo
trampa. Uno se daba cuenta del error sanitario y giraba con con un triangulito en la nunca, que me deja re loco. Se daba
cuidado, pero con las manos húmedas, enjabonadas, te ol- vuelta y le miraba el triangulito. Me moría por morderle el
vidabas, querías cerrar la canilla y, ¡zas!, te apretabas los triangulito.
dedos con la jabonera de loza. Él iba y venía, hablaba de cantantes y cambios de terapia
Él me previno cuando escuchó mi grito: «Tené cuidado psicoanalítica, cosas de trabajo, el nuevo apartamento y via-
con la canilla del agua caliente que te podés apretar los de- jes. No podía cambiarle la conversación porque no discre-
dos». Salí del baño como si nada, simulando precaución y paba en nada y cada oración que decía me parecía correcta.
tranquilidad, con la mano roja latiendo. El dolor me atur- Eso: desde que lo conocí sentí que él siempre hacía lo co-
dió la preocupación y los nervios. Fue un sedante ardiente rrecto y lo hacía bien, que era inteligente, preciso, cauteloso,
que me bajó las revoluciones. Desde que entré en el apar- exacto, y por eso me gustaba, entre otras cosas. Sentía una
tamento y lo vi a él recién bañado solamente pensaba en mezcla de admiración y ganas de garchármelo mucho, mu-
la oportunidad de besarlo. No se me iba de la cabeza y lo cho. Suponía que era así de verlo en fotos, en videos y en el
tenía ahí. Cada palabra que decía, cada té que me ofrecía, escenario, porque era actor. Medio famoso. Hay que tener
cada cercanía no parecía ser la indicada. Pero yo sabía, yo cuidado con los actores pero, bueno... Me gustaba cómo se
sabía que en algún instante le iba a dar un beso. El cuerpo se movía, la seriedad de sus charlas, la precisión de sus mo-
me acomodaba para eso, me apoyaba en la pared como un vimientos, la cara, una publicidad que había hecho de un
borracho, quedaba nervioso y no podía sostener la mirada agua mineral. Todo lo que hacía me gustaba y una parte
en sus ojos, me mordía todo. Él sí, me hablaba con los pár- de mí podía leerle el pensamiento. Entonces, que esto y que
pados fijos, tranquilos y hospitalarios. Anfitrión. La ropa lo otro, medio que me hice invitar a su casa, visitarlo para
oliendo a lavadero. Le preguntaba cosas de su vida que ya conocerlo, pasarnos música, tomar té. Cualquiera.

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Llegué sin muchas expectativas hasta que sentí la voz en ese rincón y admitiría que siempre precisó una pero le
de mi psicópata interior que me decía «tenés que besarlo», daba fiaca comprarla. Después cogeríamos mucho, porque
«tenés que besarlo ahora», «ahora no, esperá un poco», si hay algo en lo que siempre pienso cada vez que lo veo, es
«ahora tampoco, más tarde», «ese triangulito, ¡por Dios!», en cogerlo. Cogerlo, besarlo y morderlo. Me imagino cosas
cosas así, y él no se daba cuenta porque estaba en plan es- muy concretas e inusuales en mi rutina sexual. Mirarlo me
pontaneidad, se acariciaba los brazos, abría la ventana para despierta un rol súper activo, y eso que él tiene pinta de
fumar y veíamos el barrio desde arriba. Tenía un desodo- dominar cada situación en la que se encuentra, y, de hecho,
rante suavecito, muy rico, de mujer. Había estado lloviendo. cuando estoy a su lado me siento un perrito al que pasean,
Se respiraba precioso, todo ayudaba. Mis pensamientos me al que alimentan con té. No puedo proponer conversacio-
enloquecían hasta que se me trancaron los dedos entre la ca- nes, solo digo sí o no, encojo los hombros, me río como un
nilla y la jabonera. Grité y se me fue la expectativa del beso. boludo y me apoyo en las paredes perdiendo el equilibrio.
Con el accidente doméstico sentí un déjà vu invertido. No Me dejo llevar. En mi cabeza no, nada que ver, me lo ima-
sé si existe el concepto pero era eso. No era una situación ya gino en su cama, boca abajo y yo atrás, cogiéndolo mucho,
vivida que reaparecía sino algo que me iba a pasar siempre o, mucho, con una pija enorme, me siento enorme y recontra
al menos, bastante seguido. Mientras me secaba con papel hi- garchador. Él grita como loco, yo lo agarro fuerte, se la hun-
giénico los dedos sangrados, miré el baño y me resultó fami- do bien, la dejo ahí, quieta en la próstata, y con la boca voy
liar. Era un recuerdo del futuro que confirmó al segundo una hasta ese punto de su nuca, al triangulito. Se lo muerdo.
nueva intuición. Él iba a ser mi novio y yo lo visitaría muy Entonces él acaba y yo, ¡zaz!, se la saco de una.
seguido. Durante meses tendría ese conflicto con la canilla, Pregunta si quiero más té pero es demasiado. Propongo
me apretaría los dedos cientos de veces, desde ese momento café y prepararlo yo mismo. Abro el placard de la cocina y
en más, tendría cuidado ante cada canilla que tocara. saco dos tazas rojas de Nescafé. Él me observa sorprendi-
Me ofreció un té aún más rico y presté atención a los do y pregunta cómo sabía yo que guardaba ahí las tazas.
estantes de la cocina, dónde guardaba el azúcar y dónde «No sé. Simplemente lo sé». Nos reímos. Vamos a su dor-
pondría el edulcorante que suelo usar. No tenía cesta de mitorio y me ofrezco a guardar su ropa recién llegada del
basura. Guardaba los restos en una bolsa de súper atada al lavadero. Encima del montón está la remera que usaba una
picaporte de la puerta del balcón. Miré un rincón vacío y vez que fui a bailar y yo tenía novio y él estaba con un chi-
me lo imaginé con una de esas latas de aluminio que venden co alto que no paraba de besarlo. Una remera amarilla que
en la esquina de casa. No son latas que me gusten pero esta- tiene muchas veces escrita la palabra love. En un momento
ba seguro de que él elegiría algo así, que cuando llegara una nos sacaron una foto y yo lo abracé muy fuerte. La remera
noche a visitarlo, después del trabajo, la traería envuelta en era muy suave y su piel quería conmigo. Me di cuenta al
papel de regalo diciendo «mirá, mi amor, lo que te traje». toque. No le comento el recuerdo para que no piense que
Entonces él abriría el obsequio, colocaría la lata de basura soy un psicópata. Abro las puertas de su placard, los ca-

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jones y nuevamente me pregunta cómo sé en qué sitio va Mutílidos
cada cosa.
—Es como un recuerdo del futuro. Siento que conozco
este apartamento perfectamente. Aquí están las fotocopias
de la obra de teatro que estás preparando y bajo la cama
están tus pantuflas azules.
—¿Del futuro?
—¿Son azules o no son azules? Mi familia explotó cuando mi abuela comenzó a salir
—Sí, son azules, pero no voy a vivir más tiempo en este con Leo. Ya los átomos estaban alterados pero faltaba un
apartamento. No tendré mucho futuro acá. Quiero mudar- factor externo y ese señor aún no sabe dónde cayó.
me lo antes posible. No me gusta. Hay un fantasma. Desde el notición la dinámica familiar nos drogó por
—¿Cómo estás tan seguro de que es un fantasma? Pue- completo. Quedamos sincronizados en una histeria adoles-
den ser duendes. En mi apartamento hay duendes. Por ejem- cente, de secundario, con chismes que aún van y vienen, gri-
plo, se me pierde el celular, al rato se me pierde la lapicera tos por cualquier cosa, desorden y abandono. Unos locos.
que estoy usando, o un paquete de galletitas, o el cepillo de Exceptuando a mi hermana Iri, que se ríe del alboroto y
dientes. Después voy a la cocina y está todo eso junto arriba tuitea las frases más incoherentes de nuestra madre para
de la mesa. El celular, la lapicera, el paquete de galletitas y el volverse la próxima celebrity de internet a costa de la igno-
cepillo de dientes. Todo junto. Son duendes. rancia del clan, nadie me acompañó en la cordura. El nido
—¿No te da miedo? no tiene paz y nos la pasamos dando vueltas con el temita
—No. de la abuela y su novio, llegando a niveles celestiales. Difícil
—Yo… —empezó a decir. dar marcha atrás en estos vuelos, volver a los domingos con
—¿Qué? almuerzos de tres platos, reposar, ser normal. Nunca más.
—Estoy saliendo con alguien. Mi madre es la peor. Encuentra en cualquier cosa motivo
—Me imaginaba. para el pamento y el veneno. Mi padre no existe. Leo es ma-
En la esquina hay un quiosco que me ilumina mientras canudo. Un poco callado. Eso ya genera desconfianza y mi
espero que pase un taxi. Es de noche y está abierto. Compro madre observa. Lo observa como diez veces por segundo.
unas obleas de vainilla y las devoro hasta que viene un taxi Demora en atacar. Nos manda mensajes de texto en cadena,
pero no lo tomo. Por un segundo pienso en volver a tocar su incluso frente a los ojos del anciano. Suenan nuestros celu-
timbre, en volver a verlo. Por un segundo pienso que él bajará lares al unísono, con el mismo ringtone. Los mensajes nos
a buscarme. Mi dedo se recompone como un cyborg y pierdo roen los nervios. Leemos los celulares y respondemos por
varios taxis. Los dejo seguir. Yo sé. Yo sé que él va a bajar. Yo telepatía, atravesando las paredes con la euforia. Nuestra
sé. Cuando baje, ahí, sí, ¡zas!, le voy a dar un beso. abuela nos dejó locos. No podremos adaptarnos jamás a la

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nueva vida. Por suerte los viejitos no se enteran de nada. Es- El que no me parece tan normal es su nieto. Mejor dicho,
tán en un limbo de mate cocido, disfrutando el tardío apa- no me parece normal la relación que estamos teniendo. Yo no
reamiento en sus danzas aladas con besitos en las mejillas y me siento normal. Me incomoda. Me incomodó cuando me
paseos por el parque lleno de caca de perros. topé con él en la mesa del comedor. La cena llegó el último
Me gusta que Leo sea un hombre callado, que se acaricie fin de año. Sin liberar las tensiones del enjambre, la flamante
los labios antes de hablar. Me gusta su mirada en mi casa, parejita había salido victoriosa de la velada mientras explo-
sobre todo al recordar a mi abuelo, que se le reventaron las taban los fuegos artificiales del barrio. Estaban felices con
cuerdas vocales mirando fútbol y falleció a los dos meses. el nuevo año y el nuevo ensamble familiar. Sus dos familias
Iri arenga, la muy hija de puta. Le busca la vuelta a la reunidas, brindando con champagne caro. No sé qué pensaba
provocación. Leo tiene una marca de anillo evidente en un la familia de Leo, pero la nuestra tenía los cables cruzados.
dedo. Mi madre especula un lazo matrimonial no muy leja- Eléctricos. Chocamos las copas y me di cuenta en ese instante
no pero no se anima a preguntárselo. Va acumulando sospe- de que yo ya había caído en la locura. No culpé a mi abuela
chas hasta que salta, nos manda un mensaje de texto desde ni a esa gente nueva que tendríamos que ver a cada rato de
la cocina. Iri responde: «tal vez sea masón o umbandista y ahí en más. Caí solito. Me cayeron las fichas. La locura.
esconde el anillo cuando viene». Mi madre no llega a gritar Es que yo había salido con ese pibe, con el nieto de Leo,
y se va volando a hablar con el cura de la parroquia. Un hacía tiempo, años. Obvio que no sabía que era nieto de
imbécil peor que todos nosotros juntos. Leo. Se dio por casualidad en un sauna. No recuerdo si es-
El párroco no tardó un día en visitarnos y ponerse tuvo bien o mal nuestra primera vez. Debió de haber estado
del lado de la demencia de casa, de nuestro nuevo orden. bien porque después la seguimos en su casa. Igual, en aque-
Atraíamos a las moscas. Estaba todo podrido. Se atrevió lla época, yo me enganchaba con cualquier tipo. Estuvimos
a llamar «loca» a mi abuela, así como así, sentado en el un par de veces más y me cortó, me pidió «que me retirara».
sillón contra la estufa. Yo lo escuché, lo dijo muy segu- No llamó más. Ni me quemé.
ro de sí mismo, comodísimo, tirando una piña al fuego, Ya nos conocíamos desde antes del sauna, de la época
de piernas cruzadas como una maricona. «Está loca». Mi de Belleza y Felicidad, pero no sabía su nombre. Era de esa
madre le ofreció comida y repitió la frase. La estaba espe- vuelta, amigo de no sé quién, de Gaby, de Gary. Tampoco
rando. Venía de un profesional religioso, de un experto. sabía qué hacía ni que era gay. Nada de su vida. Solo lo
Era la opinión perfecta. Fue dicha de golpe, de una, sin tenía visto. Era lindo. Me parecía lindo. Siempre fue lindo,
considerar opciones como «es la edad» o «es normal». Es pero gente linda hay en todas partes y a cada rato.
normal que una abuela decida tener un novio. Un novio de En el sauna lo descubrí tanteando lo oscuro. Destino
su edad, serio, compañero, que tome mate, le dé besitos y total. Apareció y saltó esa cosa que salta, que hace que tu
salgan a pasear. ¿Qué tiene de malo? Es normal. Para ellos, cuerpo se ponga en eje y enderece los hombros. Sentía mis
no. Obvio. dedos como aguijones, veía en lo negro, poderoso, animal.

22 ¿A quién quiero engañar? Dani Umpi 23


Me encanta que me dé eso y siempre lo aprovecho porque Irina no paraba de tuitearle. Le ofrecí un helado a Luis y nos
no me doy cuenta de qué tipo de pibe me lo despierta. Es fuimos a charlar al patio. Nos acordamos de toda la época
un misterio que tengo en los huesos y él logró desatarlo solo de Belleza y Felicidad. Él estaba más metido que yo y sabía
dejándose tocar. Pura sombra y tersura de jabón líquido. Pa- en qué andan los que le nombraba. Yo les había perdido el
samos a más luz y mayor privacidad. Mientras hacía todo lo rastro porque pegué un laburo re groso, pero él los tenía
que tenía que hacer, yo pensaba «lo conozco de algún lado», bien calados. Todos estaban súper bien, mejor que yo y que
«lo conozco de algún lado». No lo sacaba. Lógicamente, él. A él también le habría ido bien si no fuera por mi culpa.
nunca lo había visto así antes, tan cerca y tan adentro, en Ahí paré la oreja y fijé la vista en la nada. Quedé en silen-
bolas. Hasta que él me llamó por mi nombre y no quise cio esperando la explicación pero no la largaba. ¡Por favor!
admitir que no lo reconocí. Se me bajó todo y seguí en plan ¿Sería algo que yo tendría que saber? Me sentí muy boludo
mimoseo. Los aguijones se escondieron. y estaba nervioso. ¿Qué me quería decir? ¡Que lo dijera! Fui
Cuando lo vi vestido, lo saqué. «Ah, este es de la vuelta por más helado. No podía creer que este pibe me largara esa.
de Belleza y Felicidad». Caminamos despacio hasta su casa Por suerte llegó el cura a saludarnos y morfar algo; al menos
y me las ingenié para dirigirme a él evitando ponerle un una distracción. El showcito de mi madre ya había terminado.
nombre. Estaba seguro de que me saldría cualquier cosa. Estaba seria, esperando dormirse. Me puse a hablar sobre los
Compramos condones. Al llegar vi unos recibos de Telefó- pedófilos eclesiastas. El cura se defendió bien y me ayudó a
nica en la mesa y leí «Leo», entonces lo llamé así pero me zafar, a espantar unos minutos. Mientras escuchaba los argu-
corrigió. «Leo es mi abuelo, yo me llamo Luis». Ah. mentos cristianos con seriedad, traté de recordar mi parte en
Le miro los ojos al pasarle la ensalada de repollo y remola- la desgraciada vida de Luis. Luis paseaba por el jardín, entre
cha. Estoy seguro de que se acuerda de ese momento. Baja la las plantas oscuras, como una bestia enjaulada, enlutada.
vista, se sirve y le pasa la fuente a Iri. Iri se la pasa a mi madre Cuando fui por primera vez a la casa de Luis me llamó la
y, sin ningún disimulo, escribe un mensaje de texto que me atención lo espaciosa que era. Nosotros también vivíamos
llega al instante. «Ya te vi, putazo, te estás trillando al nieto con nuestros abuelos pero no teníamos tanta guita ni tanto
de Leo. Sos lo peor. Te amo». Luis nos sacó al toque y se hizo aire. Mi familia es más de acumular. Tenemos un cuartito
el boludo, perdido en la ensalada, ubicándonos mentalmente del fondo que rebosa de basura sentimental. Había que su-
en el peor casillero de sus categorizaciones sociales. Luego de bir dos escaleras para llegar a su dormitorio y, una vez aden-
brindar y ver los fuegos artificiales, Luis subió el volumen del tro, se cerraba la puerta y estabas en otro planeta. Tenía
televisor cuando apareció un videoclip de Adele. Iri miró el un baño y una kitchenette-escritorio con su computadora
techo, hizo una mueca de arcada y agarró el celular. La detuve moderna para aquel momento. Envidié mucho que tuviera
con un «basta». No paramos de reír por quince minutos. un apartamentito para él en esa casa, un hábitat tan com-
Mi madre, hiperborracha, proyectaba a lo bobo. Lar- pleto y suyo. Muy linda casa. Ni se me ocurrió invitarlo a la
gaba disparates y mi abuela se avergonzaba con disimulo. mía. Solo pensar que Iri estaría escuchando contra la pared

24 ¿A quién quiero engañar? Dani Umpi 25


nuestros gemidos desde el dormitorio de al lado me dejaba Apenas lograba recordar el momento. «Les dicen matavacas.
sin ganas, me acomplejaba aún más. Me costó mucho conseguir aquellas avispas. Las tenía en una
La última vez que fui a verlo llovía mucho y no cogimos. caja en el lugar más calentito de mi casa y las mataste a to-
Él quedó raro de golpe y me pidió que me retirara. Una des- das. Por tu culpa perdí la beca Kuitca». Los ronquidos de mi
pedida formal sin beso. Me pareció bien. No me sentí mal madre se hacían escuchar. Tal vez eran los de Iri. Mi abuela
porque no tenía ganas de quedarme. Había un aire cortado. y Leo se daban besos. Yo, mudo. ¿La beca Kuitca? Un loco.
Los zapatos y las medias mojadas me desconcentraban. Te- Él era artista, se entiende. Su obra hablaba del dimor-
nía cosas que hacer. fismo sexual. Es muy difícil diferenciar los machos de las
Lo que había borrado de mi mente fue una de esas tor- hembras de aquella especie de avispas. El proyecto artístico
pezas que me mando sin que me manden hacerlas. Entré al era complejo e incluía panales de vidrio, registros en video,
baño de su dormitorio-apartamentito y encontré unas hor- fotografías y la publicación de un libro. Un bodrio. Nada
migas en el piso. Unas hormigas feas, peludas. Me dieron de eso pudo hacerse sin las avispas que maté dos días antes
impresión y las maté con la mano. Matarlas no me dio asco. de la fecha límite de inscripción a la beca. Se lo arruiné. Era
Lo hago todo el tiempo. Incluso puedo matar una cucara- su última oportunidad. Al próximo llamado ya se habría
cha con la mano, sin guantes ni nada. Después me lavo y ya pasado de edad. Terminó el porro él solo y se metió entre los
está. Incluso pensé que matándolas le había hecho un bien rosales de mi abuela. Cuando terminé de entender su histo-
a Luis. Nada que ver. ria me metí yo también y lo busqué entre las espinas. Estaba
Cuando despedimos al cura y su panza llena, volví al lleno de aguijones y me besaba mordiendo. Acabamos súper
jardín oscuro. Luis seguía ahí, dando vueltas, armó un po- rápido como esos bichos a los que les basta rozarse para
rro y comenzó a hablarme de las hormigas como quien no engendrar. Su baba tenía gusto a sangre. No quedaba luna
quiere la cosa. Habló de las hormigas del jardín y desplegó y cada tanto subía alguna cañita voladora a explotar sobre
un conocimiento muy específico. Señalaba la oscuridad y se nosotros, pretenciosa.
movía. Efectivamente, podía distinguir las hormigas en la No lo toqué nunca más. No lo quiero tocar ni con un
noche. Era la antesala para hablar de las hormigas que yo palo. Lo veo cada tanto cuando viene a buscar a Leo. Mi
había matado en su baño hacía tantos años. Quería sacar el madre ni le habla. Iri continúa con su teoría de que quiero
temita y lo hizo con una astucia casi macabra. levantármelo. Ayer tuiteó: «los nietos maricones seguirán el
En realidad las hormigas de su baño no eran hormigas. ejemplo de sus abuelos». Apenas lo leí le envié un mensaje
Parecían hormigas pero eran avispas hembras sin alas. Ahí de texto que decía: «borrá eso ya mismo, hija de puta, o no
me callé por completo y lo escuché como a un serial killer. te vuelvo a hablar jamás en mi vida». Ella lo borró de una.
No quise más porro. Me lo explicó en pocas oraciones y ter- Mi madre preguntó: «¿Les pasa algo?».
minó la ponencia preguntando: «¿Cómo pudiste matarlas
sin que ellas te mataran a vos?». Por supuesto, no respondí.

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Dominar la situación edificio de enfrente iluminando su piel a través del vidrio
sucio. Las manchas de mugre le dibujan pecas pero es solo
un efecto óptico, porque él es puro blanco como la nieve
que nunca vi en mi vida. Bariloche.
Entonces prepara un globo aún más grande que estalla
con vigor pero con un verde menos intenso que los anterio-
res, con un verde idéntico al color de sus ojos. Los ojos y el
Porque el chicle de menta, artificioso, elástico, intenso y globo del mismo color. La piel y el pelo también. Me marea.
barato, explota mejor en su boca que en la de cualquier otra Los ojos, verdes, esmeraldas que me miran sin parpadear,
persona. Entonces, al verlo inflarse tan rápido, me dan ga- me ven tambalear ante tanta belleza y siguen verdes, soste-
nas de tener un chicle como el suyo, una boca como la suya niéndome la pupila, ida y vuelta. Pero yo bajo mis párpados
en mí y para mí. Todo él para mí. Debe de ser un truco, algo porque estoy colorada. Voy a su boca también colorada, sus
pensado, aprendido. Por algo es modelo. labios cerrando, abriendo. La lengua dando vueltas. Me lee
Miro su boca y pienso en su espalda, en sus piernas y la mente y prepara un tercer globo solo para impresionar-
el resto del cuerpo. Lo pienso por partes, un pensamiento me, para dejar claro que domina la situación y el tiempo.
tras el otro, una seguidilla. Todas las partes que he visto o El tiempo es suyo y lo usa, me prueba hasta gastarme. A
imaginado de él. La espalda, las piernas... lo pienso rápido, ver, a ver. Aquí va otro globo. ¿Te gusta? Se ríe y yo, roja,
como mordiendo una fruta. Con dos segundos me es sufi- deseando estar más bronceada. Me pregunta si no voy a
ciente para imaginarme su cuerpo desnudo, descolorido. La acompañarlo, sin rodeos, y yo le respondo, como una tonta,
misma palidez de la piel en el pelo, el mismo tono, un color que no sé, sin darme cuenta de que no me ha dicho a dónde
casi blanco, aunque no siempre. Por momentos la piel se quiere ir, llevarme. Es que me distrae este encuentro, su piel
vuelve roja, con la rabia o la vergüenza, entonces se puede tan fantasmal, transparente, sus globos y sus movimientos
ver donde comienza el pelo, diferenciar. ¿Cómo puede ser precisos, la lengua humedeciendo los labios buscando restos
que alguien tan pálido me guste? de chicle. Aparte, hace frío, se entiende.
Pienso que su piel podría abrirse, romperse, y me gus- Pienso que tal vez sus movimientos estén pensados de
taría hacerle tantas cosas. Un muñequito. No resistiría, antemano y eso me entusiasma aún más. Veo más cosas.
no permanecería firme, blanca, explotaría como un globo, Su remera azul de cuello maltratado y su cuello sin afeitar,
como un chicle, si yo llegara a abrazarlo con la fuerza que con pelos del mismo color de la piel, tímidos. Ojalá no sea
quisiera. Su boca hace explotar el globo de chicle con una lampiño, aunque no me importaría. Todo en él desafía. ¿Iré
seguridad y una convicción que me acelera la sangre, me o no iré? Claro que iré. Él ya lo sabe, pero me pregunta una
da calor, y él se da cuenta de que algo me pasa porque él vez más y como no respondo agrega «vamos». Me abre la
está delante de mí, con el rostro brillando por las luces del puerta y espera a que termine de enroscarme la bufanda

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kilométrica mientras entra el frío de la calle a medianoche. que haya visto todas sus carpetas de fotos en el Facebook,
Cuando me la saco en su casa sigo sintiendo el frío pero las de sus vacaciones en sunga, siempre a la sombra, y la
hago como que estoy tibia y termino la copa de vino de un de las producciones de moda que hizo en una temporadita
trago. La dejo por ahí. laboral en Chile, aunque esté regalada y él piense que para
Parece ser que desde hace algunos meses hay una nueva algo vine y se sienta con la libertad de proponerme lo que
función en el Facebook que te permite saber quiénes entran se le antoje, me doy cuenta de que controlo la situación y le
en tu perfil y cuántas veces. Con un par de clics se puede for- respondo que no. No tengo ganas de chupártela, por ahora.
mar un ránking de las personas que más te visitan y curio- El modelo albino no sabe cómo continuar; ni se mueve, ni
sean tu vida. Es un servicio muy útil y bochornoso. Yo estoy insiste. La pija no se le baja, queda así como estaba, espe-
en el primer lugar desde hace varias semanas. Soy la perso- rando.
na que más ha recorrido su perfil. Todos mis movimientos —Perdoname, nena, fui muy rápido.
están contabilizados, vueltos unos y ceros. La primera en —No, nada que ver. Todo bien. Solo me agarraste por
trescientos cuarenta y ocho. La que no se ha movido del sorpresa. No me la esperaba tan rápido. No te quemes. Es-
primer puesto desde que él comenzó a usar esa aplicación, perá un poco. Tomemos unos vinitos. Solo te pido que no
por eso quería conocerme, invitarme a salir. La confesión me digas «nena». No me gusta.
me deja muy nerviosa y no paro de reírme por un rato. Me —¿Estás un poco nerviosa?
sirvo una copa de vino y casi vuelco todo, qué torpe, quién —No, no. Me agarraste por sorpresa, eso, ya te dije. ¿No
sabe qué hora será, si hay taxis. Mi casa está lejos. Tanteo se te baja? O sea… mientras hablamos, digo, ¿te queda así,
mi celular en el bolsillo del jean. parada?
La vida de un modelo no es tan agitada. Al menos no lo —Sí. ¿Te molesta?
es la de uno que recién comienza y es tan raro como él. Lo —No, no, para nada. Me parece raro pero es porque yo
contratan solo por ser albino, por ser una especie de freak no tengo una y tampoco soy tan experta en esos asuntos.
ondero, sensual y sin barriga. Me muestra los abdominales —¿Querés que me vista?
y no tarda en quitarse toda la ropa. La tira al suelo. Sube —No, todo bien.
el volumen de la música. Baja las persianas, hace una pose. —¿Querés irte?
Va muy rápido y aún no he decidido cómo responder. Me —No. ¿Querés que me vaya?
pregunta si quiero chupársela. Me la enseña, dura. Trago el —No, todo bien, nena.
resto del vino y lo miro de abajo a arriba. Aunque yo esté —Cuando me invitaste a salir, a tomar algo, pensé que
sentada, vestida, hundida en su puf de cuero artificial sucio era una broma, una cachada, pensé que alguien había en-
y tenga su pija a la altura de mi boca, aunque esté en su trado en tu cuenta de Facebook y estaba divirtiéndose, que
apartamento escondido en un barrio que no conozco, con no eras vos el que me invitaba a tomar algo. Una vez, en un
un chico que no conozco, medio borracha y sin cenar, aun- cíber, me senté al lado de dos chicos que estaban chateando

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con una chica, haciéndose pasar por el novio. Parece que experiencia sexual con alguien que veremos a cada rato, en
el novio había estado en la computadora antes que ellos todas partes, con amigos en común que sabrán de esta no-
y se había marchado sin desloguearse del MSN, entonces che que aún no ha acabado ni comenzado, de lo anterior, de
los pelotudos esos se hacían pasar por el novio y le hacían cómo llegamos aquí, a su apartamento, quién sabe dónde,
decir cualquier cosa. Se reían. Pobre chiquilina. Yo quería de que me mandó un mensaje de Facebook porque yo era
denunciarlos o algo pero no me animé. ¿Qué se hace en la demente que entraba todo el tiempo a su perfil a ver sus
esos casos? Ni idea. Por suerte se dieron cuenta de que yo fotos. Sí, todos lo sabrán y me da rabia estar pensando en
me había dado cuenta y dejaron de chatear, se quedaron otra gente a la que seguramente tampoco yo le importe tan-
serios y se pusieron a mirar videos de tutoriales. Quedó por to. Él no sé qué piensa. Probablemente sea algo de esto, algo
esa. Desde entonces, cuando suceden cosas como lo de tu parecido. No sé si comentárselo. Pregunta si quiero vino.
invitación, raras, pienso que puede ser que alguien que no —¿Más vino? Sí, ¿cómo no? Otra copita.
es el dueño de la cuenta la esté usando. Entonces me ima- Hago un esfuerzo ridículo para salir del puf, levantar-
gino quién puede ser esa persona. En tu caso se me ocurrió me, arreglarme la ropa, ir hasta la botella. Suspiro. Co-
que podría ser mi amiga Carito, que es muy bromista y te mienza a sonar una canción conocida. La música está en
conoce porque es maquilladora, te maquilló un montón de random. Me acerco con dos copas llenas y me doy cuenta
veces. ¿La sacás? La morochita. Yo siempre le pregunto por de que su pija sigue dura. Se me ocurre que, tal vez, se
vos. Ella fue la que me dijo tu nombre y que ya no seguías tomó algo, un Viagra, algún asunto de esos. No sé si se
con tu novia, que habías vuelto de Chile y te había ido re puede combinar Viagra con alcohol, supongo que no pero
bien. Igual, en seguida me di cuenta de que no pudo haber me da vergüenza preguntarlo. De última, él ya debería sa-
sido ella porque tampoco es de hacer ese tipo de bromas y berlo, es responsable. No quiero preocuparme. No tengo
nunca va a cíbers y… perdón, estoy diciendo cualquier cosa. por qué manejar ese tipo de información. Decido sentar-
Se da cuenta de que está demasiado cerca y se aleja, se me en sus rodillas. Sé que es una actitud muy de trola de
sienta en un sillón, a mi costado. Los dos miramos la pa- cuarta pero no quiero volver al puf y solo existe su sillón.
red sin hablar, cortamos el aire, pensamos cómo solucionar Me hago la minita, me arreglo el pelo, quedo en soutien.
el imprevisto, cómo no caer en una anécdota patética para Nunca pensé estar en esta situación, en su falda, dándole
contar a nuestros amigos el fin de semana siguiente, cómo vino en la boca como a un bebito. La blancura absorbe el
salvar la situación, dar manotazos. Pensamos cuál ha sido color, los labios se le manchan de uvas. Le pregunto por
nuestro error, las cuestiones del tiempo, los códigos, las ex- su piel y se la acaricio. Me pregunta qué era lo que me
pectativas, las experiencias y lo difícil que es ser espontáneo gustaba mirar en sus fotos y se lo cuento, parte por parte,
a nuestra edad, en esta ciudad, en este círculo chiquito de acariciándolo. La nuca, las orejas, las axilas, la espalda,
personas, tan apretado y corto, donde todos son de la vuelta la vez que se le bajaba el short luego de un chapuzón en
y nos vemos una y otra vez, y lo feo que sería tener una mala Florianópolis, que se le adhería la tela blanca a las nalgas,

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y la boca, sobre todo la boca, su boca que me gusta tan- sus madres haciendo castillos de arena, llenando baldecitos
to, la boca que masticaba aquel chicle verde haciéndome de plástico con agua sucia. Caracolitos.
desear tanto, su boca en primer plano, que no puedo pa- Bajo una sombrilla está el modelo albino con su novia,
rar de mirar y de besar, riquísima, acolchonada. Me excito la que había dejado durante su viaje a Chile, la que aparecía
hablándole, nombrando su cuerpo, señalando, quiero ha- en sus fotos de Florianópolis tomando agua de coco y ha-
cerlo ahí mismo y lo hacemos. Se lo hago. No se la chupo ciendo lo que un turista se supone que debe hacer. La chica
en ningún momento. Siento que yo me lo estoy cogiendo, de pelo castaño, común y corriente, con bolso de flecos. Le
que él está ahí, con su pija dura, sin moverse, sentado en embadurna protector solar, capa sobre capa. Le arregla el
el sillón, dejándose coger. Yo subo y bajo, beso lo que me sombrerito y los lentes negros con gestos de mamá experta
gusta de él, lo que deseaba hacer cuando miraba sus fotos, en cuidados infantiles, en castillitos de arena. Algo de eso
lo que intuía y fantaseaba. Propone otra postura, ir a la me dice que son felices, que tienen para rato, que tienen
cama, tranquilidad, otra copita de vino, pero yo no quiero. una vida juntos de ahí en más. Es una imagen que centellea
Quiero que no joda, que se quede así como está y que no fuerte para la gente incrédula como yo, entonces fumo con
hable, que no me toque las tetas, que me deje dominar más fuerza y pienso que tal vez debería estar masticando un
la situación, desesperarme, morderle la pielcita paliducha, chicle, que me haría menos daño. Recuerdo su chicle y ya
clavarle las uñas en la espalda mientras me la meto más y no me resulta algo erótico. Eso es un matiz que mi cabeza
más adentro y quiero gritar y grito y no puedo acariciarlo, borró, algo difuso.
solo agarrarle los pelos de la cabeza, cincharlos, hacerle Cuando se va el sol y el viento vuela más rápido, la pare-
daño, me enloquece, jadeo y en una, no sé por qué, no me jita cierra su sombrilla, guarda lonetas y mugre en el bolso
contengo y le doy una cachetada. de flecos y se vuelve a su chalet alquilado. Él sabe que yo soy
—¡Estás re loca, nena! yo, que este es mi trabajo y que la vista del restaurante es
Me visto, me voy y no lo veo por unos meses, hasta que inigualable, pero se las ingenian para no comer aquí. Siguen
llega el verano. Hace calor y en mis ratos libres, cuando no de largo, a veces de la mano. Yo termino mi cigarrillo, tiro
hay clientes en el restaurante, me voy a la ventana a fumar lo que queda y los veo alejarse hasta donde venden baurú.
un cigarro y tirar el humo para afuera. Trabajar tanto en Sirvo cervezas, paso trapos húmedos sobre las mesas;
temporada alta me tranquiliza, me genera un efecto contra- pasan los días y ya no me resulta raro verlos cada tarde en el
rio al esperable, a lo que se dice por ahí. mismo lugar de la arena. ¿Será idea de él o de ella estar ahí?
Frente al restaurante está el océano, los turistas que van ¿Vendrán el año que viene y los que le sigan? ¿Traerán a sus
y vienen como tortugas, con todo el tiempo del mundo, cre- hijitos? ¿Cómo será la piel de esos niños? Salgo a bailar y
yendo que ese tiempo no acaba. Por eso dan tan buenas pro- no me lo cruzo. No es que me huya, que no quiera verme.
pinas. Doy pitadas ruidosas, suspiros de humo que retum- Podría entrar a su Facebook si quisiera pero lo pienso dos,
ban en el viento salado. Ronquidos. Miro a los niños con o tres, o cuatro, o cinco veces antes de hacerlo. Y no, mejor

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no. Porque él está en otra, en esas vidas que siempre odié. Comunitarios
Él está con su sombrilla y su mujer. Porque a ella no le dice
«nena». Yo lo sé. Me doy cuenta. Lo percibo aunque no
entre en su Facebook, aunque ya no lo vea en publicidades
ni me lo cruce cuando voy a bailar. Yo sé perfectamente qué
tipo de vida lleva y sé que no es mejor que la mía. Ya no es
más modelo. No importa lo que sea. Es otro chicle que da
vueltas y se decolora, que pierde el sabor. Es el encanto del Viene cualquier mina diciendo que es productora y hay
protector solar abrigándote. que hacerle caso. ¿Por qué? Hay que ser objetivos. Si ya te-
Desde que me fui de su casa avergonzada por mi ataque nemos un trabajo hecho no hay por qué tirarlo por la venta-
de lujuria, una parte de mí soñó estar con él. Fue algo incons- na como si no valiera. Al fin y al cabo, teníamos tres años de
ciente, algo… no sé, no voy a psicólogos ni tengo muchos radio comunitaria. ¿No valían? ¿No habíamos aprendido
amigos íntimos, no me doy cuenta, pero es una cosa… No alguna que otra cosita? Pero, claro, como ella apareció con
es que estuviera enamorada de él. Es algo parecido. Ahora aquellas gráficas y el pelito corto de color infantil, quedaron
ya está, no tengo que tratar de identificar qué era lo que yo encantados. Fui el único que se le plantó. Dije: «mirá, flaca,
sentía. Ya está. Él está en otra cosa. Yo estoy en otra cosa. Ya no sé si estuvimos bien o mal pero en estos años hicimos tal
pasó el tiempo. ¿Qué? ¿Voy a invitarlo a salir y contarle que y tal y tal cosa». El resto de mis compañeros, como si nada,
estuve algo así como enamorada de él? Ya me dijo una vez como si no hubiesen sido los protagonistas. Ni bola. Me
que estaba loca. No necesito que me lo diga de nuevo. Lo calenté. Hablé a las paredes mugrientas llenas de fotocopias
que necesito es volver a sentir ese encanto, esa fascinación promocionando toques de esas bandas que espero no volver
que sentí cuando me invitó a salir, cuando masticaba su chi- a entrevistar jamás en mi vida. No se daban cuenta de nada.
cle tan astutamente, cuando me mostraba su boca gordita y Tomaban mate y me miraban como a los locos de la calle.
me ponía colorada. Porque no he visto a nadie masticar tan Aparte, como ella trabaja en Mac, nunca se sabe lo que está
rico, nadie que me dijera «vamos» y yo me dejara llevar a haciendo hasta que termina y, bueno, no se puede cambiar
cualquier parte sin decir jamás mi nombre real. ni opinar. Y así entró.
Pintamos el patio, los muros con colores que ella eli-
gió. Quedaron lindos. Eso no lo voy a criticar. Después
rehabilitaron unos macetones que habían dejado olvida-
dos los del programa de la mañana, los que se fueron a la
radio del Estado. Ahí como que me embolé, pero tampoco
les iba a hacer un escándalo por unas albahacas y unos
zapallos de mierda. Plantaron romero. Se murió en segui-

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da. Quedó hermoso. Hicieron un mandala y no sé qué. tonante después del detonante. O sea, primero ocurre una
Cosas de ella. pavada y discutimos. En seguida ella hace una lectura que
Mientras pintábamos, trataba de sacarle la ficha a la nada que ver y ya discutimos por eso otro. La discusión
mina y medio que flasheé. La conozco muy poco y no sé de original queda olvidada, irresuelta, porque hay que discutir
qué lado tomarla. No es fácil. Es un ser especial. Trabajó sobre la nueva discusión que ella armó. Es de locos.
dos años de contadora hasta darse cuenta de que los nú- Cuando entra a llamarme «flaco» yo ya sé que me va a
meros no eran lo suyo. Todo un dato. En el Chaco decidió cortar el rostro, que va a anularme con cuatro frases con-
que quería estar con niños pero eso fue hace poco. No sabe chudas, en lo posible, dichas delante de todos y si son minas,
si ser maestra o adoptar. Así que, de momento, no estudia mejor. Porque ella quiere ensayar, ensayar, ensayar, y no es
nada hasta que comience el próximo año y pueda anotarse que sea malo ensayar. No, no es. Me parece genial que se
en Magisterio. Mientras, rompe las pelotas en la radio o haga eso del teatro. Es un buen aporte, constructivo, muy
ayuda, no me doy cuenta. lúdico. El asunto es que cambia de idea a cada rato. Dice
El grupo está cegado. Sin dudas nos agarró en un mo- una cosa y después, otra. Y ningún otro le dice algo. Soy el
mento de cansancio y congestión. Hay que reconocer que único que se lo señala, generalmente de buena manera. En
la radio no puede tirar mucho tiempo más. Un cuarto año, un momento me encargué de la colocación pero ya no doy
máximo. Josecito se va a España. Carlos y Lola tienen un más. Ahora pongo el cuerpo y hago lo que ella diga, como
crío con broncoespasmos. El resto va y viene, depende del todos. Pero me doy cuenta de que, si seguimos así, no nos
ánimo y los exámenes. El único que está al firme soy yo. va a dar el tiempo; vamos a terminar aún más desgastados
Desde atender el teléfono hasta comprar los bidones de y al grupo se le van a evaporar las pocas ganas que quedan.
agua. Y no lo estoy echando en cara. Es que la radio es Es como si lo hiciera a propósito. No quiero hablar de más.
un proyecto precioso. Tuvimos logros valiosos, se armó un Y ahora, para colmo, trajo a sus amigos, que son ado-
lindo grupo humano. Pero está un poco enclenque la cosa rables, pero, bueno. Carlos, Lucho, Juan, el otro Juan y la
y esta mina… no sé. Por momentos parece un cable a tierra chica esta, Miró. Me cuesta creer que se llame así. Lo que
y en otros… le aflora un aura jodida. Cuando se rompió la tienen de bueno es que son de teatro y se precisa gente de
antena en la tormenta no sabía ni de qué le hablaba. «Flaca, teatro para el festival.
¡tenemos una radio! ¿Cómo no vas a saber de qué antena Lo del festival es una buena idea para revivir la radio.
hablo?». Tiene una pequeña distorsión de la realidad. Como No entiendo cómo no se nos ocurrió antes. Teníamos to-
que no puede engancharse del lado positivo y eso es lo que dos los elementos cerca, dimos muchas manos a bandas y
ella constela. artistas a los que, si no fuese por nosotros, no irían ni dos
Por momentos pienso que es un problema que tengo en personas a verlos. Hay que decirlo. Todos muy buena onda.
mi cabeza, mío, pero la pelea siempre es de dos. No estoy En seguida dijeron que sí, que se sumaban al festival. Inclu-
discutiendo solo y ella es muy del argumento. Es un de- so tuvimos que echarnos para atrás con un par porque, con

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tanto artista, quedaba interminable. Un rapero se molestó vo. Cables, lámparas, todo. Las guirnaldas quedaron ahí,
pero no pasó a mayores. De hecho fue él el que se encargó quemadas y tiradas, porque justo, cuando fueron a la fe-
de pedir los permisos y las habilitaciones. Porque todo muy rretería, vieron unas luces de navidad. Compraron un mon-
lindo, ja, ja, ja, pero hay que hacer esas cosas también y yo tón. Quedó lindo, es cierto, y si ella pagaba, ¿quién le iba a
no estoy para todo. decir algo? Pero la radio tenía otra onda. No sé explicarlo.
Y ahí tuvimos el encontronazo. Porque no fueron mu- Tampoco pude pensarlo demasiado porque cuando la esce-
chos a preparar la escenografía. Estábamos ella, sus amigos nografía estuvo lista pregunté en qué momento de la pro-
y yo. Del resto de la radio, ninguno más. Entonces nos pu- gramación iba a aparecer yo con lo del porro.
simos a hacer los banderines y hablar con el iluminador. Al Ella hizo como si no estuviera al tanto. Lo del porro fue
principio yo estaba callado y ella entró a opinar. Primero lo primero que decidimos. Entre banda y banda yo iba a
dijo que no estaba bueno que yo pusiera un banderín de salir al escenario disfrazado de porro para leer unas procla-
un color, después otro de otro y repitiera la secuencia, que mas. Todo bien con los cosos estos de teatro y sus improvi-
quedaba muy duro. Una sensación antipática. Me mostró saciones, pero la idea original era la idea original. Lo dije y
lo que estaban haciendo ellos y la verdad es que tampoco fue como si hubiese tirado la bomba atómica en un jardín
era mejor idea, pero… son esas cosas de ego porque vio que de infantes. Se puso como loca y sus amigos se miraron de
yo era amable y que, aunque nunca me hubiese puesto en reojo. El iluminador también porque, claro, como le com-
mi vida a cortar papeles y pegarlos en una piola, bueno, me pró a nuevo la mitad de los equipos, ya lo tenía de su lado.
largué a hacerlo con la mejor buena onda. Pero se ve que Yo, firme.
le molestó. Entonces dejé todo como estaba y preparé unos —Lo que te digo, flaca, es que habíamos quedado en que
mates con cáscara de naranja. yo iba a salir vestido de porro entre banda y banda.
De lejos vi que esas guirnaldas con banderines de colores —Pero… pero eso no puede ser.
quedaban para el orto y ni hablé. Por suerte el iluminador —¿Cómo que no puede ser? Eso ya está decidido. Fue
saltó con que se iban a quemar con los focos y, mejor, así lo primero que decidimos con el grupo cuando pensamos
tenía problemas con otro. Y ahí ya vi que ella comenzó a el festival.
discutir con el iluminador. Un tipo que hace años que está —¡Pero eso ya lo hace Peter Capusotto en la tele!
en el tema. Y, bueno, dicho y hecho. Prendieron las luces y —¿Y qué tiene que ver?
voló todo. Los amigos no abrieron la boca. Porque ella es —¿Cómo? Obvio que tiene que ver. No entendés nada,
así, tiene un algo que va para delante pero al mismo tiempo flaco.
lo arruina todo. No puede delegar. Viene de una vida de —Acá la que no entiende nada sos vos, flaca.
autogestión. —Hablame bien, flaco. Lo que te estoy diciendo es que
Entonces salió con la carta que mata y soluciona todo, no podemos hacer algo que ya hace Peter Capusotto y que
salió con la plata. Fue, dio un tarjetazo y compró todo nue- todo el mundo conoce.

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—¿Por qué? ¿Qué? ¿Va a venir Peter Capusotto al festi- menos volumen porque tenían que dormir y si seguíamos
val y nos va a hacer un juicio o algo de eso? así, iban a hacer la denuncia correspondiente.
—Nada que ver, flaco. No entendés nada.
Incomodidad total. Alguien se fue al baño. Creo que
Miró.
—¿Verdad, chicos, que queda mal hacer lo mismo que
hace Peter Capusotto en la tele?
Los amigos le dieron la razón sin emitir palabras.
—¿A usted qué le parece? —le preguntó al sonidista.
—No… no… no… no miro a Peter Capusotto. El que
sabe es mi hijo, que le gusta mucho.
Pobre tipo. Como que le tenía miedo a la mina. Me dio
mucha rabia y le hablé fuerte. Reconozco.
—Mirá, flaca, no sé qué es lo que a vos y esos pelos locos
que tenés les interesa, ni por qué estás haciendo esto, ni por
qué metiste tus narices en la radio. Lo importante del festi-
val es el tema del porro y ya habíamos decidido que yo iba
a hacer de porro y si no, que venga Peter Capusotto y me lo
meto en el orto.
—Mirá que Peter Capusotto es amigo mío.
—Mejor. Así te meto a vos también y se ponen a fumar
porro los dos adentro de mi orto.
Bueno, ahí se me fue la mano. Reconozco.
Cuando volvió Miró del baño no entendía lo que pa-
saba porque cada uno estaba en lo suyo, re tentado. El
sonidista envolvía la guirnalda sana. Los otros, no sé. Yo
miraba a la flaca a los ojos, bien derechito. Éramos re-
lámpagos de fuego dibujados. Por suerte comenzaron a
llegar las primeras bandas. Repartieron unas facturas de
queso y qué sé yo. A todos les pareció excelente la idea de
las lucecitas de navidad. El sonido estaba muy bien, tanto
que a los cinco minutos ya cayeron tres vecinas a pedir

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Tío Paco que pasaba música Andy Spark y nos señalaba mientras ba-
lanceábamos las cabezas adormecidas. Hacía mucho frío.
A Alfi y Jack El DJ ordenó el beso y antes de dárnoslo ya sabíamos que
sería el comienzo de un pacto o, posiblemente, una relación.
Nadie nos miraba. Sonaba una canción de la banda sono-
ra de Party Monster y si ese no era el momento no sabría
cuál sería. Yo amaba esa película. A John no le gustaba, le
Cuando íbamos a bailar nuestros clientes iban a sus parecía muy superficial. Él odiaba a Chloë Sevigny con el
oficinas. Nos los imaginábamos así, oficinistas. A John le máximo de su fuerza y por mil motivos atendibles. Yo, no.
gustaba llamarlos «clientes» y por supuesto que él no se lla- Ella me parecía re linda, re tierna, que salía re bien vestida
maba «John». Ese era su nombre «laboral». Cada vez que en las fotos. Esas cosas no se las podía decir a John porque
podía, me aclaraba que se trataba de un trabajo. Yo toma- lo encontraba súper frívolo. Cuando necesitaba insultarme
ba el asunto igual que él, como un trabajo. Él desconfiaba, tomaba esa palabra y me parecía tierno de su parte porque
temía que, de repente, el trabajo se convirtiera en un juego hay parejas que cuando se pelean dicen disparates irrepa-
para mí. No era que no confiara sino que ya iban como seis rables. Muy feo. Que te insulten diciéndote «frívolo», de
o siete meses del trabajo y en tanto tiempo las seguridades última, nada, bastante bien. John es un tierno. Callado, eso
comienzan a dislocarse. Se enredaba. Yo siempre la tuve sú- sí. Le queda bien. Yo, no tanto. Siempre estuve más para la
per clara. Dormía tranquilo con la luz del sol entrando por pavada, hablar mucho, decir a cada rato la palabra «súper»
la ventana. La gata se nos fue y no me importó. y, sobre todo, bailar. Alexander, Party Monster, Chloë Sevig-
Primero bailábamos en Alexander, tomábamos algo que ny, todo eso. Cuando él quiso tener la gata, a mí como que
no nos dejara ni muy locos ni muy arriba, armábamos la me dio igual.
pista y, cuando estaba calentita, teníamos que irnos a emitir. Tardó en decirme que me encontraba frívolo porque al
Ni tomábamos taxi. Íbamos a la vuelta, no más, al edificio principio yo no me soltaba y, si lo hacía, era sobre temas
de 18 de Julio y Andes. abstractos que estaban en mi mente. Repetía charlas que
No hay nada mejor que coger con tu novio, que te pa- le había escuchado a mi madre cuando era chico. Hablá-
guen y ese sea tu trabajo. Varias parejas se formaron allí y bamos del macrocosmos en el microcosmos. A John eso
de ese modo, pero con John veníamos de otro lado, de otro le excitaba. Nos conocimos en la biblioteca de la Golden
palo. Tampoco nos habíamos conocido en Alexander. Éra- Dawn a la que comenzamos a ir más o menos por la mis-
mos habitués de ese boliche y nos teníamos de vista, alguna ma época. No sabíamos que existía algo así en Montevideo
que otra cola al baño, algún que otro caño en el estaciona- y el descubrimiento nos dejó eufóricos, abiertos a que nos
miento y amigos en común. Nos conocíamos de antes, pero llevara cualquier cosa. Nos trataban súper bien. Nos invi-
fue en Alexander que nos dimos el primer beso una noche taban a seminarios. Yo no iba porque solo me interesaban

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la biblioteca y los símbolos para hacer remeras. Tenía ese Yo tenía una cabeza más empresarial, digamos. Era el
plan microempresarial, el de hacer remeras y venderlas. No que realmente veía a los clientes como clientes. John lo de-
más que eso. Nunca fui iniciado y creo que John tampoco, cía como para convencerse porque le daban lástima. Es que
aunque algunas noches dejó de acompañarme a Alexander John es muy sensible. Se da cuenta si un gato tiene parásitos
porque tenía que ir «al monte». Me quedaba medio tris- solo con mirarle las lagañas. A veces tapaba la pantalla para
te con aquella gata mañera, hasta que nos encontrábamos no ver al cliente porque si eran muy ancianos se ponía súper
para emitir en la habitación de 18 de Julio y Andes. Sin él mal. Le daban pena. Con un buzo lograba que solo apare-
me aburro facilísimo. No sé buscar videos en internet. cieran las frases tipeadas en la parte inferior de la pantalla,
En Alexander, sin John, me quedaba triste. Nos sentába- los signos de exclamación, las órdenes. A mí me daba igual,
mos con Andy Duff en las escaleras a tomar whiskola y no se me paraba todo lo más bien, pero John se distraía en sus
podía conectar con nadie más. No podía contar que esta- pensamientos, fantaseaba con la vida de aquellos europeos
ba yendo a la Golden Dawn, que quería hacer mi pymes de de nicks impronunciables, buscaba en Wikipedia las ciuda-
remeras, que estaba curtiendo con John ni que nos habían des desde las que se conectaban. John es muy fantasioso.
ofrecido trabajar haciendo webcams sexuales en el edificio Por ejemplo, ve una mujer en el ómnibus y se imagina qué
frente al Salvo. Tampoco interesaban tanto mis confesiones, cocinará para la cena. A mí eso me gusta si no se repite muy
pero John se hubiera puesto como loco si alguien se llega- seguido. Porque también tiene eso de que va en el ómnibus
ba a enterar de cualquiera de esos puntos, sobre todo lo de diciéndote todo lo que se imagina y uno a veces quiere, no
las webcams. Temía que nos viera algún familiar, alguien de sé, escuchar música.
Alexander o alguien del monte. Los videos solo se veían en Un día intenté hablar del tema, quise sugerirle que no se
Europa, supuestamente. Yo pensaba diferente. Pensaba que le fuera la mente y que pensara en un signo de pesos, como
teníamos que filmar un DVD de nosotros cogiendo en Punta me enseñó un stripper, pero apenas hablé, se entró a reír.
del Este a pleno sol, en un lugar súper conocido, venderlo, No sé por qué a veces se me reía. No se burlaba. Era como
que se volviera viral, ampliar las limitaciones geográficas, que cuando las señoras acarician a los gatos. Esa risita de cariño
nuestras sesiones de webcam se pudieran ver en Uruguay y pero risa al final de cuentas. Apenas lo conocí, se rio en mi
convertirnos en celebridades del porno de la Nueva Era, sa- cara sobre mi teoría de que las empresas más lucrativas del
lir en Zona urbana, cosas así. Algo nuevo, impactante, que mundo son las que venden agua embotellada y hay que lle-
rompiera todo y dejara a la gente súper loca. Eso a John le gar a eso. Se rio y nos enamoramos un poquito más porque
parecía frívolo. A mí me parecía terrible negocio pero, bueno, yo no había hecho ningún esfuerzo para dejarlo contento.
no todo el mundo piensa igual, lamentablemente. Le parecí tierno y él me pareció más tierno, aún más que
Andy Duff comenzó a sospechar que andábamos en algo cuando se le ocurrió que nos cambiásemos los nombres. Es
raro. Claro que Andy Duff es así. Sospecha y después se tan pero tan tierno, que siento que se va a quebrar en cual-
olvida. quier momento. Por eso dejo que sea más activo. Hicimos

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mucha guita. Mucha. Cogíamos re bien. Usábamos re po- Algunas noches, además de los fangotes de euros, nos de-
quito gel. jaba unas propinas que nos hacían sentir que teníamos el
Teníamos una clientela estable, variopinta. Llegamos mejor trabajo del planeta. Entonces como que ya no fuimos
a rankear altísimo en la página y cuando algún cliente de más a Alexander, Andy Duff me borró del Facebook y nos
tarjeta fucsia nos ofrecía un privado saltábamos de alegría pasábamos el día entero durmiendo, a veces, ahí mismo, en
en la cama porque era carísimo. No nos pedían nada raro, el cubículo, en bolas o con los suspensores puestos. Vivía-
solo nos querían para ellos un buen rato. Ahí entraban a mos para eso y, unos días después, vivíamos para él, para el
indicar. En un momento apareció un tal Paco y le dimos tío Paco. Eso sí que ni se nos ocurría contarlo, porque era
un trato especial porque escribía en español. Ya nos tenían demasiado cualquiera. Simultáneamente, cada vez teníamos
harto los alemanes tipeando en inglés. El First Certificate no menos personas a nuestro alrededor para contárselo. Ni un
nos daba para tanto. Terminábamos metiéndonos cualquier gato. A las vecinas prostitutas no les iba a sorprender.
cosa. El Paco ese era simpaticón, nos hablaba de música y Una noche no sé qué pasó que entró la policía al edificio
un día hasta nos mostró su casa. John estaba copado pero y se armó un griterío que no entendimos nada. Por suerte
a mí como que no me gustó el giro; prefería lo sexual, que fue al prostíbulo de abajo, que ocupaba como tres aparta-
me insultara, incluso. Después escribió su mail en un papel mentos. A nuestro piso ni subieron porque también vivían
y lo mostró rapidito. Eso era algo muy frecuente. El asunto familias, re macanudas, que nos prestaban yerba. Una vez
es que esos sitios te cobran un porcentaje pero si vas a Sky- cuidamos un bebito, así, de onda.
pe, por ejemplo, hacés un trato y el cliente te deriva guita Así pasamos como un mes y cada vez nos metíamos me-
directamente a tu cuenta bancaria. Terminás ganando más nos en la página. Los brasileros entraron a copar los primeros
y el tipo gasta menos. Un negoción si los de la página no te lugares, los nuevos preferidos. La dueña del cubículo y los
pescan y si hacés la vista gorda a las patologías mentales de del sitio comenzaron a sospechar. No lo decían directamente,
la gente. Porque si hay algo que sobra en el mundo es gente pero sabíamos cuando se hacían pasar por clientes falsos y
loca. Nosotros lo sabíamos bien porque vivíamos de eso. era desagradable. Yo temí que nos echaran y a esa altura el
De repente nos pidió que lo llamásemos «tío». Bueno. proyecto de las remeras con símbolos herméticos era una re-
Daba indicaciones. «Pónganse así. Hacele esto. Hagan lo verenda pavada frente al negoción. Nos habíamos comprado
otro». Todo en español de España, se entiende. No nos dos pasajes a Nueva York para ir a fin de año, por ejem-
incomodaba pero una cosa es decir «yes, sir» y otra «sí, plo. Súper. Súper Party Monster. Justo en esos días ocurrió
tío». Como que la cabeza se nos bamboleaba un toque. La lo peor. Tímidamente, pero con esa precisión de cuchillo que
idea del cliente oficinista salió volando. Igual re encarába- tiene el destino, fue saliendo el tema del ocultismo.
mos porque, cuando queríamos ver, ya íbamos como media No sé bien cómo pasó porque fue algo que se le escapó
hora. El tipo no se tocaba, simplemente miraba y nosotros a John en un momento en el que se mezclaban los temas.
quedábamos un poco robotitos. Como que dejé de gemir. De los besitos pasábamos a los consoladores y del clima de

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Montevideo a la cotización del euro. Todo junto, revuelto. que, mientras ellos estaban en la de ellos, Alpha et Omega,
Paco llegó a hablar de la enfermedad de la madre y nos la yo entré a engancharme con Mercado Libre. Empecé com-
mostró tirada en una cama colgando de un suero en una prando unas botas preciosas y un afiche enorme de Party
pieza llena de ropa sucia. Súper desagradable. Pensamos en Monster. Ya no era un trabajo lo de la webcam y las cogi-
una cosa así, onda Niña Medeiros. Obvio que a esa altura das aeróbicas. John estaba copado con el español y habían
ya ni cogíamos. Nos sentábamos cruzaditos de piernas fren- intercambiado celulares. Yo andaba en cualquiera, frívolo,
te al monitor y el cronómetro pasaba la hora y media como y, claro, nos echaron.
si nada. Tomábamos mate y hablábamos de cualquier cosa. El viejo aeropuerto de Montevideo estaba en sus últimos
Y el tío Paco nos pagaba. Una cosa llevó a la otra y qué te días. Parecía que iba a nevar pero no se largaba. Hubiese
cuento que del gnosticismo cristiano pasamos a los rosacru- sido un evento histórico. Estábamos sentados en un banco
ces y… en realidad el que se colgó a hablar fue John. Incluso del estacionamiento viendo amanecer y aterrizar un par de
confesó cosas de las que yo no estaba enterado como, por aviones. Las narices rojas y la garganta bien caliente con la
ejemplo, que podía hablar con los gatos. Plan místico. Pare- grapamiel. Hablamos de nosotros, de un lorito que una vez
ce ser que hizo un viaje astral y se le reveló un chacra que no compramos y también se nos escapó, por suerte, porque a
podía cerrar. Algo así. En un momento escuché la palabra mí los pájaros me desagradan. Debíamos mudarnos. Eso se-
«ipsisimus» y me desconecté por completo. Iba al baño a ría después del viaje a Nueva York y faltaba mucho para fin
cada rato. Me entraba una picazón. de año. John volvió a llamarme por mi nombre y se abrigó
John y el Paco ese entraron dale que dale con las luces en mi bolsillo. Siempre fue un tierno. Los ojitos se le cerra-
internas. Pasaban horas, y lo raro era que a John se le em- ban antes de que mis labios le dieran un beso. Me recosté
pezaba a parar la pija. No es que tenga algo contra la gente en su pecho y le canté la canción de Party Monster, la que
mayor, pero el tío Paco no tenía demasiado atractivo o, al es recitada, como un poema, la que dice «Money, success,
menos, no para mí. Llegamos a un túnel en el que una no- fame, glamour». A John no le molestó y me acarició el pelo
che ni me aparecí por la cabina y me la pasé en Alexander con la mano que le quedaba afuera. Dimos por descartada
bailando re divertido con Andy Duff. Al otro día me volvió la idea del DVD porno en Punta del Este y ya no le pareció
a agregar al Facebook. Me presentaron a un pibe argentino tan malo mi proyecto de remeras, siempre y cuando no fue-
así, todo marcado, pero no hubo onda. Es que yo seguía ra ofensivo con la Golden Dawn.
enamorado de John y John también estaba enamorado de Las puertas automáticas de la sala de arribos se abrieron
mí, pero no quería entrar en esa, en el intercambio místico y el tío Paco salió caminando despacito, arrastrando una
con el tío Paco. Tampoco mi madre me había explicado tan- valija pequeña envuelta en papel film verde. Movía la cabe-
tas cosas de niño. za para todos lados y así estuvo unos minutos hasta sentarse
John no me hacía problema con la plata, iba toda a pa- en un banco junto a la parada de taxis. Cada tanto miraba
rar a los mismos platos y los mismos electrodomésticos por- la hora y el estacionamiento oscuro. Era evidente que no

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nos veía. Estábamos sentados enfrente, justo enfrente, en la Tipo de persona
oscuridad. No atravesaríamos la calle para recibirlo. John
tenía razón. El tío Paco nos daba mucha pena, mucha más
de lo que su dinero nos dio de alegrías. Estaba ahí, frente
a nosotros, en carne y hueso, en el peor microcosmos, des-
pués de haber enterrado a su madre en España. Se lo veía
tan angelical, tan puro y quebradizo, tan Chloë Sevigny, de
porcelana, que lo mejor era volver a nuestra casa y dejarlo La performance arranca con que quiero ir al baño y
a la deriva. Así lo hicimos. Volvimos en un ómnibus inter- entro a un ropero. Entonces lo veo recostado en un piano
departamental sin hablarnos, con el celular de John que no cerrado y ya, desde ahí, algo horrible invade mi campo mag-
paraba de sonar y nuestras manos apretaditas como rocas nético. Me marchita.
de plomo. Él estaba molesto porque yo no lo conocía. Era verdad.
No lo conocía. Juro que no sabía quién era, que nunca an-
tes me lo había cruzado y jamás había leído su blog. Él no
podía creerlo. No me creía. Luego de su monólogo de diez
minutos y algo, interrumpí argumentando que quería ir al
baño. Improvisé una mueca simpática. Fue peor. Cortó la
música y el aire se fue lejos. Se remangó la campera de jean,
mostró las calaveritas recién tatuadas en las venas y casi
acertó una escupida en mi cara. Me dejó hecho una mosca.
Entonces verifiqué lo del tipo de persona.
Hay un tipo de persona que no me cae y él es de esos. No
era la primera vez que me sucedía lo de la percepción. Ape-
nas lo vi abrir la boca, me di cuenta de que era de ese tipo,
de ese aliento y ese cuerpo complicado. Sin embargo, no le
di la espalda, dejé que me hablara, porque me eduqué en un
colegio jesuita y hay que tratar a todo el mundo bien. Existe
el presentimiento. El asunto es cómo utilizarlo, y mientras
uno trata de buscarle la vuelta, te agarran desprevenido
como en un accidente de autos. Me crié en el campo, por
eso sé esas cosas y cuándo va a venir lluvia. Igual, salgo sin
paraguas. Ya tuve tres accidentes. En el último me quebré

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la muñeca derecha. Igual, soy zurdo. Y todo esto lo cuento Tardé en confiar en mi percepción y en darme cuenta de
para que se entienda que mi karma es tener que improvisar que el pibe estaba sacado, que tenía un blog, que una vez
a cada segundo. había escrito no sé qué sobre mí, que yo le había respondido
La música tan tosca me hacía tragar las palabras. No haciéndome pasar por otro y no sé qué más. Un disparate
voy a decir que él estaba momificado de merca, pero mor- total. Increíble. Nunca en mi vida leí blogs. Acontecimientos
disqueaba firme como un hueso y la gente se daba cuenta. que no recuerdo y que, en caso de haber ocurrido, fueron
Me daba vergüenza que hablara tan cerca de mi cuerpo hace casi una década de olvido. Esa gente que se cree no sé
en un espacio tan pequeño. Era una fiesta doméstica, en el qué. Bueno. Gente resentida. Otra edad. Autoexiliados que
apartamento de unos conocidos en común, no tan amigos. regresan y piensan que las cosas están como en el dos mil y
Tenían una barra de Campari, bombones mezclados con que uno tiene dieciocho años.
chocolate y mozos, pero no dejaba de ser un evento re- Me saturó inmediatamente pero no pude ponerle freno,
ducido a escala hogar, aunque el sonido y las luces fueran disparar. Había algo que me hacía hacer el ridículo ante
japonesísimos. Estaba divertido, supuestamente. Me ima- mí mismo, una formalidad idiota; mi formación católica,
ginaba a los vecinos acunando pesadillas. Me imaginaba probablemente. No podía dejarlo hablando a las paredes,
que los que nos veían se pensaban que éramos una pareja no sé por qué. Mi karma. Aunque me dijera aquellas cosas
discutiendo. No había gente de mi círculo; todos grandes, espantosas sobre mi persona, yo lo seguía escuchando. Tal
del palo de la publicidad o del Ministerio de Cultura nue- vez era producto de mi imaginación o de mezclar alcohol
vo. Daba esa sensación. con Citalopram. Necesité salir al balcón a respirar un poco
Él no me hablaba bien. Lo hacía en un tono confianzu- de humedad. El idiota me acompañó y fue aún más espanto-
do, liceal, sin insultar pero tirando lo peor, que yo era lo so, porque llovía y seguía mandándose cualquiera conmigo.
peor, que no me soportaba desde un año lejano y bla bla Estábamos en una burbuja. Nadie parecía notarnos. Dijo
bla. Los insultos propiamente dichos vinieron después. No que lo que yo hacía era una porquería y ni se molestó en
entiendo por qué se molestaba en confesarme esas cosas referirse a algo en concreto o a un área de mi espacio vital.
ni por qué yo trataba de escucharlo entre la música y la Sus insultos eran amplios, indefinidos, vuelteros, muy de
gente borracha. Estaban todos borrachos. La situación era merca, pero no voy a decir que él estaba drogado porque…
antinatural, pero las fiestas son siempre antinaturales. Si él ¡ni lo conozco! Tal vez sea así siempre. No sé. No sé pelear.
tanto me odiaba y yo quería irme lejos, ¿por qué seguía- No sé hablar cordialmente, pedir permiso, abofetear, nada.
mos ahí, dale que dale, uno diciendo que no soportaba al No sabía cómo sacármelo de encima, invitarlo a retirarse.
otro y el otro escuchándolo como quien oye llover? Es que Le hablé a una chica que fumaba un armado pero entró al
al principio pensé que me hablaba en una buena, que la living-pista de baile y me dejó con el loco aquel y unos he-
charla iba a tomar otro rumbo. La verdad es que me dejé lechos que se iluminaban de a flashazos verdes. Después, un
estar porque no había otra cosa para hacer. Karma total. mozo sirvió mousse y no quise.

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Entonces di media vuelta y encontré el baño. Me encerré. minimizarlo para no manejar la posibilidad de que estaba
Había un olor a pucho tremendo, papel higiénico tirado en durmiendo con un demente o, realmente, le parecía algo
el piso, pedacitos de nailon. Me robé una piedra pómez. normal. Por las dudas, no volví a referirme a las auras pero
¡Qué insoportable ese tipo! Prepotente como un escribano. busqué mucho en internet, en páginas horribles, y, sí, era eso
Apreté bien fuerte el botón de la cisterna. Me arreglé las tal cual yo lo veía.
hombreras en el espejo. Cuando salí, estaba afuera. Cam- Es algo muy raro, lo sé, pero lo puedo observar na-
bió el DJ. Él seguía hablándome de todo lo que me odiaba. turalmente, re de cara. Pasa cualquiera, pero cualquiera-
Yo lo esquivaba como a un moscón, mezclándome entre la cualquiera, y le veo el aura. Es como un vapor, como cuan-
gente que bailaba y sacaba fotos para la tarjeta de memoria. do la comida de un plato está caliente y larga una estela
Su campera con olor a pájaro y cigarro. Los ojos eléctricos que a la realidad le cuesta atravesar, un envoltorio. Tiene
de droga y resentimiento. Yo no tenía la culpa de nada de algo como de gráfica publicitaria, algo de efecto de cáma-
lo que me contaba, perdón, de nada, nada. Cuando entró ra, algo de pantalla de computadora vieja, pero ocurre en
con lo de que su ex novia le había hecho una hija, fue de- la realidad misma, en la gente que tengo cerca, gente que
masiado. Gente loca. Pero, qué curioso, después que bajé en me cruzo en la calle, amigos, perros. No tiene explicación,
el ascensor, salí a la calle y él me siguió de atrás, hablando y simplemente es. Y con este pibe lo que sucedió fue que
hablando como un zombi de lengua larga, pasó un taxi libre pude ver lo que había leído en internet, que el aura tenía
y no me lo tomé. Es que tengo eso del presentimiento y si un colores. Hasta el momento no podía identificar colores.
taxi no es de radiotaxi, o sea, si es negro y no tiene logo de Llegaba hasta eso de la estela desprendiéndose de las per-
radiotaxi, no lo tomo. Eso me enseñaron en mi casa ya de sonas y los perros. Con los gatos es más difícil porque se
grande, no en el campo. lamen mucho. En las anteriores experiencias simplemente
Hace tiempo que presiento cosas, y últimamente las veo. veía esa cosa, como una costra invisible recubriendo a las
Busqué en internet y descubrí que lo que logro ver es el personas. En él, en el tarado que me insultaba en la fiesta,
aura. Ya sabía que era el aura pero necesitaba verificarlo. sí, vi el color gris. No es un color muy importante que
No soy de creer. No encontraba el contexto en el que ha- digamos, pero es un color. Tal vez por eso no me defendía,
blarlo. Mi psicólogo agarraría para cualquier lado, mi psi- ni le pegaba, ni me desprendía del todo de él. Su charla
quiatra me cambiaría la medicación y mis amigos se reirían. era una picana eléctrica y yo aguantaba mirándole el halo,
Se lo conté a mi novio, una noche después de coger, muy asombrado. Un aura gris. La primera aura de color que
bajito, en confianza y con la luz de una vela aromática. No veía. Por momentos parecía una sombra lenta que quería
dijo mucho pero entre su voz adormilada contó que tiene irse de su cuerpo pero no lograba desprenderse. Él se mo-
una amiga que también ve el aura pero vive lejos. Así que vía y la bruma tardaba unos nanosegundos en responder,
andá a saber cuándo la conozco. Se durmió y al otro día no lo seguía con torpeza y cansancio, como un chicle. Tal vez
volvimos al tema. No sé si porque no lo recordaba, quería todas las auras grises se comporten así. Veré.

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Sentí que mis dedos tomaban nota. En su hombro iz- Me puteaba tanto que no se me ocurría cómo pararlo, así
quierdo el gris se volvía coloradito, tenía una protuberancia que comencé a cantar el himno nacional y aceleré los pasos
y no pude contenerme. Mi mano intentó quitársela pero él sin esquivar charcos. Llegué a la segunda estrofa casi co-
pensó que le iba a pegar y de un movimiento brusquísimo, rriendo, con el pibe y su aura detrás, bien cerquita. Doblé
casi me quiebra la muñeca sana. la esquina y vi que dentro de un auto había un señor. Dios.
—¿Qué te pasa, boludo? Creo que incluso la lluvia se relajó. Me vino el recuerdo de
—¡Ay! ¡Nada! Por favor, basta. No sigas hablándome así una clase de Educación Física en la que la ley de gravedad
y diciéndome esas cosas que llamo a la policía. Estás muy cedió y me pusieron un doce. Comencé a gritar.
sacado. No sé de qué me hablás ni por qué me estás insul- —¡Ay! ¡Señor, ayúdeme que este loco no para de insul-
tando desde, ¿qué? ¿Veinte minutos? ¿No será demasiado? tarme! ¡Me va a pegar! ¡Ay!
Por favor, andate a tu casa o volvé a la fiesta. —¿Qué gritás, puto papelonero? ¡Callate!
—La calle no es de nadie y si yo quiero estar parado acá, Cuando fui a golpearle la ventanilla del auto, vi algo
o caminado, estoy. ¿Qué? ¿Me lo vas a prohibir? Prohibíme- aún más espantoso que toda la situación de la que intenta-
lo. Prohibímelo y te cago a palos. Te voy a dar un tape que ba escapar. La cabeza del señor estaba recostada al vidrio
no te vas a olvidar más. empañado en vapor. No se podía ver pero, evidentemente,
Me dio un ultimátum y quedé nervioso como un flan. el tipo estaba muerto. Me pareció que el demente no se ha-
Empecé a caminar rapidito para cualquier lado, buscando bía dado cuenta pero sí, se dio cuenta y quedamos los dos
un ser vivo o una luz. Yo llevaba un pantalón muy justito durazos, mojados frente al auto azul. Con el agua, su aura
y con la lluvia se me adhería a la piel, ejecutando un rui- había desaparecido completamente. Las cosas solo eran co-
do gracioso. Quedé exageradamente nervioso y no era para sas, objetos. Mi taquicardia desapareció y miré al boludo
menos. El loco ese me seguía y me había amenazado con la como quien mira a un hermano que llega de jugar al fútbol.
simple excusa de que yo era yo. No tenía escapatoria. Nun- Fui el primero que se animó a hablar.
ca jamás me había sucedido algo así, ni siquiera lo había so- —¡Boludo! ¿Está muerto?
ñado o hablado en el psiquiatra. Una contraindicación. Esas —Pará, pará, pará, pará. No, no, no, no. Perdoná, perdo-
cosas no suceden en el campo. No sabía cómo huir y entré a ná, perdoná, perdoná. Vámonos ya de acá.
buscar alguien que me protegiera, un poco de decencia. Me —¡No! Hay que avisar a la policía. ¿Tenés celular?
vino un dolor lumbar. Me sentí como un niño, como una —¿Vos no tenés?
viejita. Aquel monstruo salido de la nada, persiguiéndome a —No.
dos centímetros por las callecitas mojadas y oscuras de Pun- —¿Por qué?
ta Carretas, desacatado. Quería bajarlo de un hondazo pero —Porque no. ¿Tenés celular o no tenés?
no tenía energía ni magia, me daba miedo, podía ponerse Sacó un Blackberry muy rupestre. Estaba más asustado
aún más agresivo, encolerizado. Mi cabeza era un martillo. que yo, y eso que quedé cagado de miedo frente a sus insul-

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tos. Jadeábamos. Sus ojos se le iban. No podía digitar 911. y los esperamos ahí. Yo tengo una camperita verde oscuro,
Balbuceaba. tirando a azul. Pero vengan rápido porque está lloviendo.
—No, no, no, no, loco, vámonos, esto es demasiado. Per- —No, no, no, no, loco, cortá, cortá, cortá, vámonos, vá-
doná, perdoná, perdoná, perdoná que te quemé la cabeza. monos, vámonos, dale, vámonos.
Pero esto no, no, no, no. —¡Cortala vos que me tenés harto! ¡Estúpido!
—¡Callate, loco! ¡Llamá a la policía! ¿No ves que hay Los rayos se escapan en cientos de direcciones. Algunos
un tipo muerto? agarran embalaje con más fuerza que otros, vibran más rá-
—No, no, no, no, loco, no lo digas, no lo digas, vámo- pido, rebotan y regresan con la misma energía. Es así, una
nos, vámonos, vámonos, dale, vámonos. fuente apuntando al Universo. En los pies no se ve con tanta
—Pasame el celular que llamo yo. Hola. Sí. Mire, le nitidez pero en el resto del cuerpo, ¡uy! ¡Qué cosa hermosa
cuento, llamo porque estamos acá con un amigo en… ¿qué es el aura! Es tan pero tan evidente, que cuesta contenerse
calle es esta?... Punta Carretas, dos cuadras de la rambla, sin comentarlo en voz alta. Aún más difícil es apagar el im-
por el Museo Zorrilla, bueno, acá hay un auto con un tipo pulso a toquetear, porque algunos rayos imantan, atraen,
muerto adentro. Sí, adentro, del lado del conductor. No, no, apagan otros colores y uno ya quiere meter mano, arre-
no. Estamos acá con un amigo. Nada. Pasamos y lo vimos. glarlo todo. Es una lucha entre rayos, se trepan y cada uno
No veo el nombre de la calle. Ya le dije: es a dos cuadras quiere llegar primero al cielo. Al principio marea, después
de la rambla, por el Museo Zorrilla pero más adelante, la te acostumbrás. A verlo, digo, porque yo veo mejor el aura
misma cuadra. ¿Qué entrada? No sé. La entrada del Museo de los demás que la mía, la propia. Ni siquiera tuve que
Zorrilla pero más para adelante… ¡Cortó! ¡Cortaron! ¿Po- aprender de chakras. Leí «hebras» en internet pero apuesto
dés creer? O sea, llamás para decir que hay un muerto y la a que son rayos. Rayos que se entrelazan y continúan como
policía te corta. Imaginate si pasaba algo y llamás y no te resortes láser. Me recuerdan a los espermatozoides, pero eso
atienden y… no sé… te matan. Como vos, que me venías sí que nunca vi.
puteando, ¿qué te pasa, loco? Cuando era niño y me escapaba al campo, por más vuel-
—No, no, no, no, loco, vámonos, vámonos, vámonos, tas que diera, siempre terminaba en la lagunita. No me me-
dale, vámonos. La policía no, la policía no, no, no, no… tía porque el agua estancada es mala. Tenía estafilococos.
¡Y de mi celular! No, no, no, no, no, no, no, loco, no, no, Una vez, una oveja bebió agua de la lagunita y se murió. Eso
vámonos, vámonos, dale, vámonos. ¡Ah! ¡Están llamando! dijo mi madre, como si las otras ovejas no hubiesen bebido.
—Imaginate si estás en medio de una persecución y la Lo que tenía de lindo la lagunita era una zona de tréboles
policía llama y suena el celular justo y te matan… Hola. bajo un pino de esos que parecen artificiales. No sé cómo
Sí, soy el de recién. ¿Pudo ubicar dónde estamos? Bueno. fueron a parar allí los tréboles y el pino, tal vez la lagunita
¿Qué quiere que haga, si no hay señalización? ¿No tienen se formó después, en consecuencia. Lo cierto es que en aquel
un radar de celulares, algo? Bueno, vamos para la rambla espacio había algo, un limbo. Me revolcaba entre los trébo-

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les y chupaba una felicidad que no puedo explicar, como si tían los policías. Llegaron muy rápido y apenas iluminaron
me mojara en agua gasificada. En los mediodías de verano la ventanilla con un celular, se pusieron a reír. A mí y al psi-
ese metro cuadrado era el mejor lugar del mundo, le gana- cópata nos tardó en caer la gracia. El señor del auto se rio
ba al turboventilador. A veces, algunas gallinas decidían ir bastante después del susto. Simplemente estaba dormido.
allí a pasar la tarde. No picoteaban. Eso era raro. El resto No es ilegal ponerse a dormir en un auto, siempre y cuando
no me parecía raro. No era rara la fosforescencia verde de esté estacionado debidamente.
los tréboles y cómo, cada vez que mis deditos rozaban las Pensé en volver a la fiesta pero el estúpido ya había
hojas chiquitititas, se iba formando una nube pequeña y lu- arruinado mi noche. Estaba muy mojado y con una rabia
minosa, translúcida, un algodón de azúcar invisible que yo en el pecho que no se me iba con nada. Al llegar a casa me
le robaba al pasto haciendo círculos en el aire hasta volverlo sequé, me preparé un tecito y me acurruqué como un feto
mío. Después, sentía el color verde en mi sangre como un al lado de mi novio, que jamás se dio cuenta de que estuve
porro. En aquella época no sabía lo que era el porro pero a su lado hasta despertarse al mediodía. Me vio tan borra-
nada podía igualar lo que sentía al cerrar los ojos y escuchar cho y sucio, con el aura tan marrón, calcinada, que dejó de
a los rayos atravesarme los huesos como balas de guerra. llamarme por mi apodo y ahora usamos dos almohadas en
Mi novio tiene el aura azul y si mira la luna deja de pes- lugar de una.
tañear. Cuando hacemos cucharita puedo darme cuenta de A veces me lo cruzo al tarado de la fiesta pero solo lo
sus pensamientos, de los sueños que va descartando. No las saludo si tengo ganas.
imágenes, las situaciones, sino la energía de cada puesta en
escena mental, de cada enlace de su cerebro. Él va tantean-
do, va de un sueño a otro, inventa, se deja llevar, se detiene
y con mi pensamiento le digo «no, no, no, ese no, otro, otro,
buscá otro más bonito». Y él larga un bostezo y pasa a otro
como si lo guiara el libre albedrío, pero soy yo el que le elige
los sueños. Entonces, cuando el aura se le pone medio verde,
lo suelto un poquito, le quito el brazo en el que apoyaba su
cuello y queda ahí, quietito con su sueño lindo, bien dormi-
dito. Entonces le deseo los sueños más hermosos del mundo,
miro la ventana, le agradezco a Dios y pienso: «¡qué lindo
pibe me estoy comiendo!».
En cambio el psicópata de la fiesta es de un tipo de per-
sona desagradable, con calaveritas saliendo del codo. Nada
que ver con el aura de mi novio ni con los colores que emi-

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Fotografía nera. Y vivís en una nube. Diez años en una nube. Y eso es
algo que me pasó a mí pero le puede pasar a cualquiera. No
se necesita ni siquiera estar medio ciego.
Lo primero que vi cuando regresé a mi casa con los ojos
operados fue que me faltaba un montón de cosas. Me ha-
bían robado todo ese tiempo. Estaba más limpio, eso sí,
pero tenía, como si te dijera, tres ollas, cuatro platos, dos
Los médicos pronosticaron que me adaptaría a la sema- toallas, un acolchado. Y me dio rabia pero como estaba con
na, pero a los cuatro días yo ya estaba como loca mirando. eso de que podía ver, no me importó tanto. En el jardín
Agradecida es poco, y eso que nunca voté a la izquierda. faltaban plantas. Eso fue rarísimo. Me acuerdo de que tenía
Obviamente estaba siendo utilizada por una estrategia po- un helecho hermoso, de esos brasileros que en la punta de
lítica, pero si, de la nada, te ofrecen la oportunidad de que la hoja se les queda como una pollerita, algo que no se po-
unos médicos cubanos te devuelvan la visión y gratis, tenía día morir ni a palos, y faltaba. ¡Me robaron hasta plantas!
que darle un giro a mi ideología. La verdad es que toda- Un horror este país. Ni reclamé en la compañía. Miraba
vía no he tenido tiempo para eso porque sucedieron tantas la tele y me parecía horrible. Mi casa me parecía horrible,
cosas que apenas me pongo a pensar cuando duermo. Me desvalijada, sin personalidad. Me entró como una angustia
encantaría dejar de pensar de una vez por todas. No morir, y, como ando medio mal de las piernas, tampoco podía salir
pero sí dejar de pensar. a pasear, pasar todo el día afuera dando vueltas. Era una
Es que estuve como diez años viendo muy mal, casi alegría muy grande por volver a ver y, simultáneamente, una
nada. Y lo peor es que te adaptás a eso en seguida, del mis- tristeza porque todo me parecía feo.
mo modo que te adaptás a ver bien. Mis hijos me pagaban Unas vecinas vinieron a visitarme y cuando les vi las ca-
una compañía de acompañantes, valga la redundancia, y ras que realmente tenían las encontré tan viejas que preferí
siempre había alguien que me hacía las cosas de la casa, no verlas más. Les hablé mal y, bueno… la gente se enoja
que me hablaba. Me mantenían entretenida, aturdida. Y así por cualquier cosa y hay que sacar provecho de eso. Por
pasaron diez años. Que diez años son diez años. No te das suerte no me encontré vieja en el espejo. Mi imagen era muy
cuenta por la edad. Parece poco, parece joda. Te distraés. parecida a la que intuía que tenía. Entonces les dije a mis hi-
Que tenés un dolorcito, que viene el cumpleaños de tal, que jos que ya no me pagaran más el servicio de acompañantes.
viene el invierno, el verano, que se te muere una cuñada, que Que, gracias a la operación de ojos, ahora podía revolverme
los de la compañía de acompañantes cambian… Iban rotan- sola y el supermercado de al lado estaba muy bien equipa-
do, así que me costaba aprenderme los nombres pero, como do. Y ¡cómo es todo!, ¿no? Comenzaron a visitarme más se-
una es vieja y a ellos les deben de pagar una miseria, pobres, guido. Mis hijos caían cada dos o tres días con mis nietos y
como que les daba igual que los llamara de cualquier ma- entonces empecé a diferenciarlos un poco. Porque los niños

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chicos son todos medio iguales. Aparte, revoltosos, atrevi- nada que ver. Mostraron un bicho emplumado, tipo pollo,
dos. No sé. Uno los quiere porque son sangre de uno, pero en la nieve. Entonces pensé «mirá vos, justo lo que me está
es una generación que no me atrae. Por momentos parecen pasando». En realidad quería decir «justo lo que estoy sin-
medio bobitos. tiendo», pero como hablé sola no importó.
Algo que me dio rabia de mis hijos fue que, con la ex- Me quedé toda la tarde pensando en eso de los dinosau-
cusa de que yo ahora veía bien, algunas noches me manda- rios. A la noche volví a pensar en ellos y remojé unas lentejas
ban a mis nietos en plan niñera. No les podía decir que no. en agua para hacerme un guiso al otro día. Y pensé: «¿para
Pero soy una señora grande. Me dejaban en una situación qué estoy remojando estas semillas si ya vienen en latas y
de mierda. Pasé de ser una vieja vigilada por extraños que no son tan caras?». ¿No? ¿Por qué voy a estar haciendo
me robaban a tener que cuidar a estos mocosos. Me deja- esto de remojar lentejas si ya vienen preparadas, enlatadas,
ban loca. Prendían la tele a todo lo que daba, mirando esos y trabajé toda una vida para tener algo de guita, una jubi-
dibujitos siniestros con bombas y símbolos fálicos a más no lación más o menos pero mía? ¿No me puedo comprar una
poder. Una cosa horrible. Aparte, niños desagradecidos, ma- lata de lentejas? ¿Por qué tengo que estar remojando estas
niáticos con la comida, muy mal hablados. No me gustaba. lentejas de mierda? Y ahí tiré todo en el inodoro y me acosté
Un día se llevaron a una y la tele quedó prendida en a dormir porque me vino como un ataque.
un canal bastante interesante. Entonces vi un documental Al otro día no tenía ganas de cocinarme el guiso, así que
mediamente serio sobre algo que me dejó pensando. Ya te- me fui a almorzar a la confitería La Sombrilla. Solo vendían
nía otras cosas para pensar, pero la nueva información me pizzas o fainá. Bueno. Me puse a escuchar una conversación
trastocó. de la mesa de al lado. Un taxista le contaba a otro que iba a
El tiranosaurio rex es el dinosaurio más conocido y el entrar a trabajar en la Intendencia. Los vidrios estaban lim-
más enigmático. Hay muchos huesos de tiranosaurios pero pios pero lo que veía no me gustaba. Me entró una tristeza
los científicos no se ponen de acuerdo en cómo era su aspec- muy enorme y pensé: «voy a llamar a Chela, pobre». No
to físico. Eran unos bichos que no tenían proporción y eso, sé por qué pensé «pobre». Después le hablé por teléfono y
en la naturaleza, es muy raro. Un tema controversial para estaba muy bien, viviendo en un apartamentito en Madrid,
debatir entre estudiosos que saben. Entonces, ¿qué pasó? una vista preciosa, hasta mucama tenía. Entonces me entró
Que anda una gente diciendo que tenían plumas o protoplu- la idea de ir a visitarla, ¿no? ¿Cuándo podría ver de nuevo
mas. Y, qué interesante, porque los que descartan esa teoría a la Chela, que estaba bárbara y ni pensaba volver al país?
se suben al carro de la idea de que es imposible, porque con Los pasajes a Europa son caros pero, bueno, lo mismo que
tanta pluma el bicho generaría más calor y no podría mo- las lentejas.
verse con destreza. Entonces los otros dicen que no, que el Mis hijos y mis médicos pusieron el grito en el cielo. No,
T. rex vivía en hábitat frío. Y ahí mismo ponen la foto, bah, no, no, no. Un viaje en avión, con los ojos nuevos, la presión
el dibujo de cómo habría sido realmente ese dinosaurio. Y y no sé qué. Una locura. Yo los miraba, los escuchaba y no

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podía creer. Los nietos se metían debajo de mi cama, aga- tos, los jóvenes, los niños, los autos. Todo moviéndose en
rraban el control remoto, revolvían los cajones hasta que se desproporción. La gente tiene los brazos muy largos. Los
fueron. Y vino una paz, pero una paz tan y tan impresio- ojos muy separados. Casi todos están encorvados o hablan
nante, que me acordé del dinosaurio con plumas. Me vino solos. Ya no se sabe si se está en verano o en invierno. Una
la imagen esa. Hablé con Chela de nuevo y no fueron ni diez niña aprende a caminar. Da unos pasos y se cae. La niña llo-
minutos. ra y no quiere seguir pero los padres la obligan, la obligan y
Esa noche me trajeron a la nieta más grande a quedarse la obligan. Entonces la niña, entre llantos, vuelve a dar unos
a dormir. Con esa sí se puede hablar, pero es medio corta de pasos y se cae de nuevo. La gente ve la situación y sonríe.
cabeza para la edad que tiene. Estaba con la computadora Les causa ternura. La niña, vestida con colores claritos, lle-
en la falda meta escribirse con alguien. Le pedí el celular na de tierra. Los padres, flacos. Y yo pienso «pobre criatura,
porque quería sacar unas fotos. Ella me lo dio sin mucha no sabe lo que está viviendo».
intriga y ahí entré a fotografiar todo. Mi cama, el patio, la
cocina, las ollas, el ropero, la puerta de enfrente, y me sa-
qué una foto con ella, pobrecita. Tiene algo de mí. Un aire.
Como que eso le gustó y a los dos minutos ya había subido
la foto a internet. «Acá, con Abu», decía y la gente opinaba,
no sé, cosas. Nos dormimos y al otro día se fue. Yo me fui
a la semana.
¡Qué bien que está Chela! Parece una chiquilina. Tiene
unos trajecitos preciosos, de El Corte Inglés, que le salieron
como si te dijera cinco euros. Una cosa así. La verdad es
que no vi crisis por ningún lado. Madrid no es una ciudad
que me guste demasiado, pero cómo cambió. Yo había ido
de jovencita. Me acuerdo de los teatros. Ahora fuimos con
Chela a ver una obra pero era una cosa chabacana horrible,
así que nos levantamos y nos fuimos a tomar un refresco a
una terraza. Quedé medio callada. Por suerte Chela hacía
años que no me veía, no podía darse cuenta si yo estaba
triste o alegre. Yo tampoco me daba cuenta, pero me sentía
como el T. rex con plumas. Miraba el agua y veía un espejo.
Me había olvidado de que el agua reflejaba cosas, que las
nubes tenían formas. Miraba a la gente caminar. Los adul-

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La pasajera estable no le dio importancia. Prefirió centrarse en lo significativo
que era esta vez ir al mismo hotel de siempre pero con otro
tipo de compañía, con Silvio Andrés Katz. No hablé mucho.
Enumeré un par de expectativas livianas y saqué conclusio-
nes torpes como para que se adelantara el final de la sesión.
No se me ocurría nada. De repente quedé en silencio hasta
que el psicólogo dijo: «quedamos por acá, nos vemos el año
El fin de año pasado me vino la duda. Este año volví a que viene, al regreso de tus vacaciones».
tenerla. No supe si traerles regalos o dejar de saludarlos tan A Silvio Andrés le costó admitir que se sentía cómodo
afectuosamente. Desde niña recibo el año nuevo en el Viejo en la habitación de Saint-Exupéry, el huésped más ilustre
Hotel Ostende, frente al mar, contentísima. Podría decir que que tuvo el hotel y cuyo rincón preferido se mantenía prác-
es un ritual mecánico heredado de mi familia, pero cada ticamente intacto, como en su momento le gustó al célebre
fiesta ha sido lo suficientemente peculiar como para merecer y gordito aviador francés. La encontraba un poco pequeña,
un recuerdo autónomo. fría y rústica. No lograba entender que dormir en una cama
Algunos diciembres vine con mi familia completa, inclu- un poco herrumbrada, en una habitación con paredes lle-
yendo abuelos y tíos. Otros, sola con mis hermanos, sola nas de recortes de diarios antiguos, que ducharse o lavarse
con mi madre, sola sola. Se supone que en esas fechas signi- los dientes utilizando piezas casi museísticas era una suerte
ficativas conviene rodearse de afectos y no es que yo no los de privilegio. Tampoco había leído El Principito ni pisado
tenga, que no sienta cariño por los familiares de turno que otros hoteles que no fuesen los de la cadena Sheraton, con
me acompañan, que no quiera a mi manera al personal más los que tenía canje la empresa de viajes para la que trabaja-
estable y duradero del hotel, a las mucamas que me vieron ba. Me lo confesó como disculpándose mientras cenábamos
crecer, la recepcionista, los dueños, las chicas del balneario, pasta. El delicioso menú literalmente le tapó la boca y el mí-
los pasajeros que tienen mi misma costumbre y con los que nimo indicio de queja que había en su voz desapareció auto-
coincidimos año tras año, los perros negros gigantes e inofen- máticamente en un bocado con tuco. Tenía que agradecer su
sivos… Los quiero, por decirlo de alguna manera. comentario. Silvio Andrés es de hablar poco y la mayoría de
Necesitaba recibir el año brindando con extraños, bai- las palabras las dice en inglés, sin querer, por costumbre, por
lando samba con los brazos al cielo junto a los niños que so- su vida de locos, viajando de acá para allá como guía turísti-
lamente veía en la pileta, haciéndoles chistes a las mucamas, co embadurnado en protector solar factor mil, de continuo,
dando los buenos días durante el desayuno, escuchando las por medio mundo. Brindamos sin manifestar motivos. Yo,
penas de amor de la señora rubia que veía en verano, en secretamente, lo hice por estar con él.
bikini o bata, y solo le conocía el apodo. Traté de hablar y Cuando llegué al lobby junto a ese rubio altísimo, mus-
analizar mi costumbre de fin de año con mi psicólogo pero culoso y con modales de caballero foráneo, los empleados

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hicieron como si nada. Por momentos parecían fingir no pero al ver su gesto me sentí obligada a colocar algo en el
conocerme y me obligaron a completar las planillas de in- resto de los pequeños estantes. No me decidía por nada, así
greso, cosa que no recuerdo haber hecho. No sabían cómo que elegí frascos al azar y tímidamente coloqué unas cremas
comportarse, si darme un beso, si preguntarme por mi ma- cerca de su arsenal metrosexual. Tampoco iba a cambiar
dre, si ofrecerme un menú especial por mis bien conocidos mis hábitos solo por compartir la habitación con Silvio An-
problemas de gastritis, si acompañarnos a la habitación drés Katz, por más amiguito que fuera, por más cercano a
cargando las maletas a cambio de una buena propina o de- mi familia que estuviera desde hacía años, por más que me
cirme el número de puerta sin más indicaciones. Que yo gustara y lo viera como un partido ideal. Luego llamó su
apareciera esa temporada con un tipo los desubicó. madre pero la atendió con un «Hola, mami, llegamos muy
Cuando les di la espalda al subir las escaleras y brusca- bien, estamos ocupados, te llamo después» y cortó. Me sentí
mente giré la cabeza, los descubrí mirándome casi boquia- un poco mal conmigo misma. Saludé a unos nenes.
biertos, incluso los perros. Evidentemente se dieron cuenta Se encerró en el baño, demoró unos quince minutos y
de que Silvio Andrés no era ningún familiar. No sonreí pero salió con una bermuda a estrenar, sin tirar la cisterna ni ha-
debí hacerlo. Me sentía una nena. ber abierto las canillas. Traté de imaginarme qué había he-
Al abrir la puerta de la habitación de Saint-Exupéry nos cho tanto tiempo encerrado pero me controlé, dejé de darle
recibió una esponjosa cama de dos plazas. Silvio me miró vueltas a mi cabeza y seguí el consejo de mi psicólogo, bah,
suspirando y no supe qué decirle hasta que sonó mi celular de mí misma pero que logré hacerme gracias a mi psicólogo,
por primera vez. Mi madre preguntó si habíamos llegado de no sobregirarme, de vivir los momentos con más soltura,
bien, si ya estábamos en la playa, si habíamos podido salu- sin paranoiquearme, sin cuestionarme todo como una loca
dar a algún conocido, si hacía calor. Se le notaba una satis- de atar. Vivir fresca como el resto del mundo. Los dueños
facción azucarada al hablarme en plural, al preguntar deta- del hotel, al verme tomando daiquiris en el bar de la pileta,
lles de nuestro viaje esperando una única respuesta, como me trataron como siempre, entre besitos y bromas inter-
si Silvio Andrés y yo fuésemos novios, para decirlo directa- nas, sin preocuparse por Silvio Andrés, que se alejaba cada
mente. No demostré mi molestia. La desvié del tema comen- vez más de la conversación. Se presentaron y lo abrazaron
tando los nuevos colores de las paredes del hotel y le corté con mucho afecto. Elogiaron sus bermudas. Aclaró haberlas
después de varios besos al aparato. Silvio me observaba sin comprado en un free shop. Cuando les comenté que traba-
emitir gestos desde el espejo del baño, colocando perfumes, jaba de guía turístico en la agencia de viaje de Fulano de Tal,
cremas, bronceadores, cotonetes y chucherías varias, muy inmediatamente recordaron un par de anécdotas comiquísi-
apretadas, una encima de la otra, en un rincón del botiquín. mas de una escapada que hicieron a no sé dónde utilizando
Parecía haber dejado el resto para mí. Yo no quería sacar los servicios de la empresa. Él esforzaba una sonrisita dura.
mis productos de higiene personal del neceser, no tengo esa Cuando se fueron para «dejarnos tranquilos» me di cuen-
costumbre ni cuando estoy sola en una habitación de hotel, ta de que Silvio Andrés solo había comentado lo del free

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shop, nada más, ni siquiera se había presentado. Me miró higuera. Yo no le entendía mucho ni lo miraba a los ojos,
inexpresivamente, terminó su daiquiri y mientras el bossa preocupada porque en cualquier momento podría aparecer
nova de la música funcional ocupaba el espacio incómodo, Silvio Andrés en escena y aún no lo conocía del todo. No
sentí que el aire se secaba, que me costaba respirar. Tenía el sabía si era celoso o no, si podría molestarse al encontrarme
horizonte en la nariz. tomando cerveza y midiendo el cloro con otro. Silvio An-
Luego de cenar, tomamos unos cafecitos amarguísimos drés ni se apareció.
junto a un periodista amigo de mis padres, que continua- Me despedí de todos con un «hasta mañana» gigante.
mente me confundía con una prima odiosa y medio putona Por las dudas, al terminar la cerveza, se la agradecí al moro-
que tengo, incluso llamándome por su nombre. Silvio Andrés cho con un gesto muy de señora, dejé de hablarle y volví a
parecía no notar el malentendido. Estaba en la luna, muy la habitación. Silvio Andrés ya estaba roncando boca abajo,
aburrido. El periodista le preguntó su opinión sobre las pri- al borde de la cama, por caerse al mínimo movimiento. Sin
vatizaciones que estaba haciendo el último gobierno francés hacer ruido ni pasar por el baño, me saqué el vestidito de
y emitió un juicio muy bien pensado. Me sentí orgullosa, por algodón y me acosté así como estaba, durita, temblando.
decirlo de alguna manera, como cuando las mamás observan No recuerdo cómo fue que llegó el sueño, pero costó bas-
la fiesta de fin de curso de sus hijitos. Un sentimiento horri- tante. Tomar café antes de dormir me deja la cabeza hecha
ble, se entiende, pero bueno, lo sentí. Al menos Silvio Andrés un rayo. Por suerte había tomado cerveza, que me baja un
estaba hablando. No sé de qué, pero hablaba, se comunicaba. montón, pero no contrarrestaba del todo la cafeína.
Intenté mechar algunas observaciones ilustrativas sacadas de Silvio Andrés me esperó en la sala del desayuno sin des-
mi último viaje a París pero no me dieron bola y fue algo que pertarme. Cero erotismo. Mala onda. Pendejo insensible.
sucedió hace tres años. Después intenté hablar sobre Carla El hotel estaba lleno. La gente caminaba alteradísima en
Bruni pero tampoco me dieron entrada, así que opté por ir a el último día del año y las risotadas surgían por cualquier
la pileta a fumarme un porro. pavada. Se rompió un florero. Todos hablaban por celular.
En la pileta me encontré con los dueños y parte del per- Llegué con el pelo mojado a la mesa y ni bien terminé de
sonal dando los últimos retoques a la decoración para la besar la mejilla de Silvio Andrés, uno de mis hermanos
cena de fin de año. Como no tenía mejor plan que el del hizo sonar mi celular. «¿Cómo te va, bichita?». Me llama
porro y los vi tan risueños entre música brasilera, cambié de así. «¿Cómo pasaron la noche los tortolitos? Escuchame,
idea y me puse a forrar unas velas con cinta escocesa pero pasame con el boludito ese, que tiene el celu apagado des-
me quedaban todas mal, así que dejé de molestar. Simple- de ayer y no me atiende. A ver si le aflojan un poco al me-
mente los observé simpática, a cierta distancia. El piletero, nos para recibir los saludos de fin de año, che». Pensé un
no sé con qué intenciones, me invitó con una lata de cer- montón de insultos para responderle, pero me superó por
veza y me mostró el nuevo sistema de medición de cloro. completo y le pasé el celular a Silvio Andrés casi tirándo-
Nos separamos un poco del grupo, hacia la penumbra de la selo por la cabeza.

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Silvio Andrés era amigo de mis hermanos desde la secun- dejándome sola en la mesa. Ni llegamos a hablar. Ni un
daria. Cuando ni tenía barba llegó a pasar semanas enteras «buen día». Quedé colorada. Quedé sola y con miedo a que
instalado en mi casa con la misma ropa. Pasó del Nintendo las camareras se dieran cuenta de que mi relación amorosa
con chocolatada fría al porro trasnochador como si nada; era disfuncional o, peor, que no existía. La camarera no emi-
ni me di cuenta. Cuando quise ver, mis padres estaban pla- tió comentario ni puso cara rara. Se limitó a preguntarme si
neando salidas al teatro con sus padres. Llamaban a casa deseaba más café. Obviamente respondí que sí y lo bebí de
solo para saber cómo estábamos. A mí siempre me gustó un un sorbo como un jarabe que me iba a curar de algo.
poquito, la verdad, aunque lo encontraba bastante pendejo. La habitación de Saint-Exupéry está en el tercer piso,
Se iba con mis hermanos a surfear y lo miraba desde el auto frente a una baranda verde que da a la pileta. Al subir las es-
haciéndome la dormida. En sus viajes de trabajo compraba caleras y cegarme los ojos con el sol, descubrí a tres señoras
cosas en los free shops que terminaban en mi casa, algunas en malla de baño y toalla mirando a través de la ventana de
pensadas para mí. Bombones, pins, pavadas, pero siempre mi habitación. Escalofriante. «¿Qué pasó?», grité imaginan-
algo, y todo suma. do en un segundo una tragedia horrenda. Se me ocurrió que
Mis padres, que se resisten a verme como una solterona Silvio Andrés podía estar muerto sobre la cama por culpa de
y tienen un pésimo sentido del humor, cada tanto largaban un suicidio y que las dulces ancianas lo habían descubierto
una «indirecta» para Silvio Andrés, más obvia que sus caras por casualidad. «Nada, disculpe, simplemente queríamos
de pianos cayéndose. Ni que hablar mis hermanos, que una ver la habitación de Saint-Exupéry. ¿Nos permitiría pasar
noche en la que estábamos fumando en el patio de casa me un minutito? No queremos molestar».
confesaron que Silvio Andrés estaba ganando «fangotes» de Me pareció raro que Silvio Andrés no estuviera adentro.
guita como guía turístico internacional y que yo tenía que Tal vez estaba en el baño, pensé. No estaba. Improvisé una
«aprovechar». Me sonó horrible, aunque algo me agrada- sonrisa y con una patada escondí bajo la cama una bomba-
ba y ese algo era Silvio Andrés. Por eso lo invité a que me cha que andaba por el piso.
acompañara a pasar el fin de año en el Viejo Hotel Ostende. Las señoras leían atentamente los recortes de diarios de
Mis padres y mis hermanos habían hecho reservas en las paredes, observaban el mobiliario y los rincones como
noviembre para toda la familia. Misteriosamente, desis- historiadoras eruditas. «Gracias por permitirnos curiosear,
tieron a último momento y me lo anunciaron durante un querida, es que nos encanta Saint-Exupéry». «Sí, sí, un ge-
desayuno mirándose de reojo, escondiendo los dientes tras nio, la parte de la viborita que se traga el elefante es im-
las servilletas, como adolescentes. Quedé colorada. «La es- presionante». Me pidieron que les tomara una foto y traté
tamos pasando bárbaro, el hotel es divino, besos a todos», de no meter la cama destendida en el encuadre. Me dio un
dijo Silvio Andrés al celular como si lo estuvieran entrevis- poco de vergüenza cuando entraron al baño. Una dijo «esa
tando para la tele. Pedí un par de medialunas y cuando la crema es buenísima» y señaló algo en el montón de Silvio
camarera me las trajo Silvio Andrés ya había desaparecido, Andrés. Cuando se fueron no supe qué hacer para dejar de

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sentirme patética. Bajé al lobby y lo encontré tipeando en su gurios! ¡Augurios!», gritaba yo mojándome los pies en
laptop en el rincón donde mejor reina el wi-fi. las olas que morían. Silvio Andrés miraba el reloj a cada
Mucha gente entrando y saliendo. Le pregunté mirán- minuto, le ofrecían pan dulce y decía que no. Cuando el
dolo a los ojos, en voz muy, muy bajita, casi susurrando, si piletero me invitó a bailar y busqué con la mirada a Silvio
se sentía mal conmigo, si había hecho algo malo para que Andrés, ya no estaba. Me sentí una tarada al dudar, al no
me tratara así, ignorándome como si yo no existiera. No me saber si aceptar la invitación del piletero solo por lo que
di cuenta de que tenía los auriculares puestos, así que me pudiera pensar Silvio Andrés, que me ignoró desde que
gritó un «¡¿qué?!» enorme, llamando la atención hasta de pisamos el hotel, mientras yo suponía que íbamos a tener
los perros. Hice una seña de «nada, no tiene importancia» y unas noches de sexo inolvidable y que aquello sería el co-
esperé a que pasara el día y llegara la noche. mienzo del mejor año de todos, el comienzo del amor de
Las fiestas de fin de año en el Viejo Hotel Ostende son mi vida, de mi matrimonio feliz, repleta de hijos, la dicha
estupendas. Primero una cena deliciosa en el comedor de- eterna, dejando contentísimas a mi familia y a la suya,
corado hasta el mínimo detalle. Después la cuenta regre- multimillonarios, viajando de Sheraton en Sheraton jun-
siva y el brindis en el salón blanco del balneario, frente to a ese estúpido, que se muera y no lo entierren. Estaba
a la playa, el cielo enorme y la mesa de frutas secas. La borracha.
música chispeante y los fuegos artificiales de Pinamar y El piletero me acompañó al hotel sosteniéndome como a
Cariló como si estuvieran a dos pasos. Correr por la arena una minusválida loca que no paraba de reírse. Me dejó en la
con copas y sandalias en la mano, perfumadísima, con un baranda verde y esperó a que entrara en la habitación, que
vestido caro y nuevo, con niños saltando alrededor como no fuera cosa que, en mi estadete, me mandara una imperti-
animalitos. Ir al agua y pedir tres deseos. Reírme, tragar nencia como, por ejemplo, suicidarme en la pileta.
mazapán español y bailar como una sacada con los se- Silvio Andrés tipeaba en su laptop en la cama. No sé
ñores mayores en traje, las adolescentes en flúo, los chi- si me explico: habíamos venido a recibir el año nuevo en
cos desconocidos con esos cuerpazos y esas novias que te el hotel donde veraneo desde que aprendí a razonar y este
querés matar y las señoras divinas, chiquititas, bien pei- estúpido se encerró en la habitación a usar la computadora
nadas. ¡Qué lindo! Una pena que Silvio Andrés estuviera en lugar de estar, no sé, abrazándome en la playa bajo los
todo el tiempo sentado junto a la vieja de bastón. Los dos fuegos artificiales. Eran las cuatro de la mañana. Me tam-
armaban un cuadro de lo más cortamambo. Alguien debía baleé dos pasos hacia la cama y pedí permiso para reírme.
haberlos cubierto con un mantel o papel de pesebre. Arrui- No me lo concedió.
naban el panorama. Me saqué el vestido caro de un tirón, lo tiré por ahí y
Todo estaba tan lindo. El cielo con luna en eclipse. quedé en ropa interior, sentada en la orilla de la cama, por
¿Cuándo volvería a ver algo así? Nunca. Un augurio para caer de sueño, rabia y borrachera, encorvada, con los hom-
los optimistas y un mal agüero para los oscuros. «¡Au- bros caídos, sin hundir la pancita, nada me importaba.

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—Decime por qué mierda aceptaste venir conmigo al visto hacía años. Mucho cuchillo, mucha motosierra, mu-
hotel si ni me hablás, estás de pésimo humor y siento que cho enmascarado que al mostrar su rostro era el de Silvio
me odiás. Andrés. Cada tanto me despertaba asustada por mis inven-
—¿Qué decís? Yo no te odio. tos y el tipeo de la computadora. Ya había amanecido y
—Pero, ¿por qué? seguía chateando.
—«¿Por qué?». No entiendo. —¿Podés dejar de tipear? No puedo dormir.
—¿Por qué viniste? ¿Cuáles eran tus expectativas? Yo, Silvio Andrés ni me miró. Con el edredón improvisó una
antes de venir, me la pasé en el psicólogo hablando de mis especie de carpa infantil iluminada por el monitor, creyendo
expectativas. que esa medida aislante también amortiguaba el ruido de
—Asunto tuyo, yo no voy al psicólogo ni tengo expec- sus deditos charlatanes.
tativas. Miré la carpa iluminada con la boca abierta durante
—Pero no te quejaste cuando entramos a la habitación unos minutos. Ya no tenía sueño ni borrachera. La resaca
y vimos que no tenía camas separadas. Si tanto te molesto, tampoco había llegado. La luz del monitor iba variando,
podrías haber pedido una cama para vos solo y no fingir oscura, clara, verde, azul. Parecía una pantalla de cine.
que somos una pareja. —Vos me estás usando de pantalla —dije. Silvio Andrés
—¿Qué decís? Yo no estoy fingiendo que soy tu pareja. dejó de tipear y de moverse.
¿A quién le estoy fingiendo? ¿A las mucamas del hotel? Me Esperé un instante a que reaccionara. Se levantó y se en-
parece que estás un poco borracha. cerró en el baño sin hablarme. Comenzó a ducharse. Se es-
—Sí, estoy un poco borracha, pero también es cierto cuchaba el agua caer. Una tormenta. Miré las fotos de Saint-
que… ¡ay! No quiero discutir, me hace mal. Exupéry, los muebles antiguos, la palangana de loza, el sol
—Yo tampoco quiero discutir. La que empezó con todo en el cielo, su computadora. Ahí se me ocurrió investigar.
fuiste vos. Mirá la hora que es. En la pantalla solo había un wallpaper con una instantánea
—Una hora muy inapropiada para estar usando la com- de él paseando por una ciudad desconocida, bombardea-
putadora. da, similar a un set de filmación. ¡Qué mal gusto! Ningún
—¿Desde cuándo tengo que pedirte permiso? Además, programa de chat abierto. El Internet Explorer minimizado.
acá es muy tarde pero en Australia es temprano. Maximicé la pantalla y ¡Bingo! ¡La página oficial de Beyon-
—Estamos en Argentina, no en Australia. cé! El agua dejó de caer. Minimicé la pantalla y volví a mi
—Ya sé, pero estoy chateando con alguien de Australia. sitio, haciéndome la dormida. La simulación se volvió real y
—Ah, perdón. me dejé llevar por un sueño profundo.
Nuevamente me acosté durita, temblando. Pensé cual- Hoy me desperté y Silvio Andrés ya no estaba. Me duché
quier cosa y eso se transformó en un sueño horripilante, rapidito y fui a la sala del desayuno. Ya había terminado el
repleto de muertes y escenas de películas de terror que había horario, así que solo quedaban las mucamas barriendo y do-

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blando manteles. Las saludé sonriendo con vocecita de tonta. do agua, que un poco de hidratación me vendría bárbaro.
Pregunté en recepción si habían visto al muchacho que estaba Entonces tiró la bomba.
conmigo y me respondieron que sí, que alguien se lo había —Vos lo que tenés que hacer, y perdoname que me meta,
cruzado caminando rumbo a la playa. Corrí así no más, sin es pedirle guita. Salir con él, hacer como que sos la novia, la
ojotas ni protector solar. La cabeza se me partía por culpa del esposa, montar el espectáculo para la familia, aprovechar su
alcohol que aún no se había evaporado de mis neuronas. Lo trauma y que te pase una guita, pero una buena guita.
encontré tirado boca arriba, con un sombrero de paja prote- Volví a la habitación con la cabeza dada vuelta y ya no
giéndole la cara del sol, bronceándose en la arena. había rastros de Silvio Andrés. No estaba su montoncito de
—Decime, Silvio Andrés, vos sos gay, ¿no? Ya me di cosméticos, ni su laptop, ni una carta. Mi celular sonaba
cuenta de que estás haciendo este simulacro de ser mi no- y yo no atendía. Caminé un rato por el hotel, conocien-
vio para que tu familia no se dé cuenta de tu... condición. do los pasillos que nunca había recorrido. No hablé hasta
¿Es así? Me estás usando de pantalla como te dije ayer. la tarde, cuando se habilitó la pileta. Las señoras fans de
¿Verdad? Saint-Exupéry estaban de lo más animadas tomando tragos
Se quitó el sombrero del rostro y, para mi sorpresa, no de colores bajo una sombrilla. El periodista amigo de mi
era Silvio Andrés, sino el piletero que me miraba con los padre me deseaba un feliz año sin cerrar el diario. La vieja
ojos enormes. Quedé en shock. En lugar de pedir disculpas de bastón jugaba con los perros. Los niños nadaban felices
o desaparecer, me arranqué las lagañas de los ojos y le pre- improvisando una mancha indescifrable. El piletero me sa-
gunté qué estaba haciendo en la playa a esa hora, en lugar ludó con un movimiento de cabeza y se quitó la musculosa
de estar en el hotel, trabajando. Me explicó que hasta la tar- para mí, probablemente.
de la pileta no se podía usar, porque había amanecido verde, Me zambullo y veo unas niñas bajo el agua tomándose
no porque estuviera en mal estado, sino porque el agua de fotos con sus cámaras acuáticas. Salgo a la superficie, res-
la zona es medio rara y cada tanto viene con demasiado piro y me doy cuenta de que nunca dejaré de venir a este
hierro, que provoca una reacción química con el cloro y le hotel, que para el próximo año les traeré regalos a todos,
da ese color, entonces hay que esperar a que decante, que lo que si Silvio Andrés regresa por mí le voy a proponer el plan
verde baje y pasar el barrefondo para que vuelva a quedar del piletero, que… no sé… aún me quedan varios veranos
azul. Así que, mientras, se había venido a la playa. Después por delante. Ya veré. Hay algo de esto que me deja tranqui-
agregó un comentario. la. Siento paz. Un sentimiento estable. Tal vez ni necesite
—Yo en seguida me di cuenta de que ese era medio medio. comentarle lo sucedido a mi psicólogo. Tal vez esto es lo que
—¿Te parece? tengo que hacer. Hacer la plancha, mirar el cielo y esperar
—¡Y sí! Se nota a la legua. que se me vaya la resaca de fin de año.
La vergüenza se me fue como por arte de magia y quedé
mirando el sol, dándome cuenta de que aún no había toma-

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El vestidito transparente la mutualista, con juicio y todo. Gané el juicio y me dieron
otra medicación pero me tenían entre ojos, me sentía perse-
guido, así que me fui a otra y la psiquiatra nueva minimizó
mi cerebro. Mi historial clínico quedó a cero y tuve que
darme todas las vacunas de nuevo. No confiaba en la nue-
va psiquiatra porque hablaba muy cheto y me recetó unas
pastillas para dormir que eran un pelotazo. Yo lo mezclaba
Andreíta llegó con una bolsa repleta de sushi y la noti- con porro y quedaba de las chapas mal. Ardía. Así que mis
cia de que Juaco estaba soltero. «¿Phillip estaba casado?», recuerdos quedaron varados como en un bache hasta que
preguntó María bajando el volumen del equipo de audio. comencé a coparme con la filosofía Straight Edge y los man-
En aquella época no estaba de moda la cumbia. Escu- dé a todos a cagar. Pero eso ya es otro cuento.
chábamos en loop el disco Naturaleza muerta de Fangoria Fue una época linda. Vivíamos con euforia y mucha cas-
y vivíamos los tres juntos: Andreíta, María y yo. Fangoria pa. A cada rato se nos rompían los platos, los vasos. Me
tampoco estaba de moda en Uruguay pero no nos dábamos acuerdo de eso, de que siempre había que salir a robar pla-
cuenta. No parábamos de crear un ecosistema, cada vez más tos y vasos de los boliches o de las casas de nuestros amigos.
implosivo, en el que las frases llegaban a tener un triple sen- Usábamos el champú anticaspa que promocionaba Pablo
tido, imposible de explicar al resto de los amigos y levantes. Echarri en la tele. Yo tenía pelo. No teníamos tele. Ya en-
Una burbuja de goma eva, que acababa de ser inventada, tonces confiábamos plenamente en internet y en nuestros
dicho sea de paso. instintos grotescos.
Uno de los códigos internos era intercambiar los nom- Andreíta trabajaba los fines de semana en un sushi bar
bres de las personas hasta no saber quién era quién. Llamar y traía las sobras junto con un montón de porro de prime-
«Phillip» a Juaco, el barman de La Ronda, al que María ra calidad. Lo comíamos como si fuese lo más normal y
se quería levantar a toda costa o ya había estado con él y barato del mundo —de hecho, lo era en aquel contexto—.
quería volver a garchárselo, algo por el estilo, pongámoslo El porro se lo «robaba» a no sé quién. Las sobras eran la
así. La verdad, no me acuerdo bien porque eso sucedió hace base sólida de nuestra dieta. Como estábamos en cualquie-
años y era el momento en el que yo había descubierto que ra, esperábamos a Andreíta despiertos hasta las cinco de la
estaba glorioso andando soltero, re flaco, viviendo con dos mañana y ahí desayunábamos los tres, antes de irnos a dor-
amigas y curtiendo con tres a la vez. Se me mezclan las si- mir re fumados. No teníamos el horario cambiado, simple-
tuaciones en los recuerdos. Me depilaba la barbita. mente dormíamos unas cuatro horas por día. El resto nos
Me habían recetado un ansiolítico re fuerte que me de- la pasábamos encerrados, escuchando el disco de Fangoria,
jaba como un papel. Inmediatamente lo quitaron de circu- hablando de los pibes que nos queríamos garchar y planean-
lación. Por supuesto que hice un escándalo descomunal en do fiestas porque el apartamento era grande, con terraza, y

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había que explotarlo antes de que se venciera el contrato de nueva. Sacaba orden para cualquier médico, pedía que me
alquiler o alguna quedara embarazada. hicieran exámenes y me los hacían. Después interpretaba
No nos recuerdo en invierno. Solo existía el verano. En los resultados con Andreíta, que había seguido Biológico.
la terraza había tangas colgando, desteñidas por el sol po- Me salía el colesterol por las nubes. Entonces, aparte de los
tente, obtenidas gracias a canjes por escribir en revistas de complementos alimenticios y los restos de sushi que traía
circulación gratuita. No usábamos suavizante, así que la Andreíta, tragaba a lo loco Omega 3 líquido, aloe y dientes
ropa quedaba bien durita y salíamos a bailar. de ajo. Me acuerdo de que Diego Bianchi me dijo que co-
Venía mucha gente a nuestras fiestas porque había po- miera gorgojos o no sé qué insectos que él criaba con pan
rro, sushi y alcohol gratis, se podía coger mirando el cielo duro. Yo pensé hacer la dieta de los insectos pero ya está-
y éramos medianamente populares en Montevideo. Una vez bamos con la kombucha, que era un hongo rarísimo que
fueron los Miranda! Éramos jóvenes. No tanto, en realidad. tomábamos y nos gustaba porque tenía un gustito medio
Ya habíamos aprendido un par de cosas de la vida como, a sidra. Me lo había recomendado Margaret Whyte y yo,
por ejemplo, que para llevar un ritmo descocado y estar como la veía siempre divina con no sé cuántos años, con-
flaquísimo había que tomar todo tipo de complementos ali- fiaba en ella hasta que me enteré de que el que la tomaba,
menticios, vitaminas, pastillas, Gevral, todo. Ante la míni- en realidad, era su marido. Ese hongo nos salvaría de cosas
ma inflamación de ganglios nos acostábamos a dormir dos como la muerte. Teníamos la alacena repleta de productos
días seguidos y el cuerpo se acomodaba solo, implotaba, farmacéuticos y condones brasileros. La harina estaba pro-
despertábamos como nuevas para seguir en la misma. Nos hibidísima. En esa época cogí con un amigo íntimo. Hace
hablábamos en femenino, obviamente. Me acuerdo de que poco le pregunté si lo recordaba pero no se acuerda.
el yogur me daba asco. Nos rodeábamos de gente más chica, Andreíta y María ni se sorprendían con que yo, cada vez
que es otra cosa muy importante que hay que hacer. A todo que terminaba de almorzar, fuera al baño, me agachara ante
el mundo le parecía genial que viviésemos juntos en terrible el inodoro y vomitara. A veces lo hacía con la puerta abier-
apartamento, armáramos fiestas y, sobre todo, que fuése- ta. Seguían hablando lo más bien entre ellas. No se usaba
mos artistas. Estaba buenísimo. Era otra época. No estaba la planchita. El vómito salía como si nada. Yo me lavaba
de moda ser periodista. los dientes, me enjuagaba la boca con Listerine brasilero
Yo me la pasaba vomitando y comiendo galletas de que me mandaban mis padres en una encomienda mensual
arroz. No quería sobrepasar los cincuenta quilos ni en pedo. junto con un surtido de productos de supermercado (los
Era una distorsión alimenticia casi política, muy consciente, condones los comprábamos en Farmacia Oriente) y volvía
que descartaba el gimnasio e incluía exámenes de sangre tranquilo a la mesa a seguir charlando, comer sushi y fumar
cada dos meses, más el rollo de las vitaminas en polvo o porro.
los consejos de salud que leíamos en internet. No existía la En no sé qué página habíamos leído que comer nueces
vacuna de la gripe o, al menos, no la daban en mi mutualista y pasas de uva te nutría perfectamente. Así que íbamos una

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vez a la semana a la feria del barrio y comprábamos bolsas varios extranjeros, incluido un yanqui que decía ser amigo
enormes de esas cosas y las comíamos cual caramelos. An- íntimo de Jewel y este artista plástico argentino que no le
dreíta agarró un puñado de pasas de uva, se lo metió en la sé el nombre, amigo de la Gonzalito, que recorta unas fotos
boca y habló mientras masticaba. «No, no es que Phillip es- y las pega dadas vuelta. Repartimos un montón de sushi y
tuviera casado sino que se separó de la novia, boluda». «No quedamos muy bien parados ante los ojos de todos. Esta-
sabía que tenía novia». «Sí, tenía una». «¿Era gorda?». «No, ban los que tenían que estar. Una gran proeza considerando
ni ahí. ¡Ay! ¡Re sabés cuál es! Te estás haciendo la que no que no existía Facebook y que siempre se nos infiltraba
sabés». «No, nunca supe que tenía novia». «¿Quién es?». algún desubicado que odiábamos. Odiábamos a mucha
«Una de esas, del ambiente del cine, pelo lacio, medio trein- gente, gente de nuestra edad o mayor. No soportábamos a
tona». «Vamos a dormir que ya el sol está re alto». «¡Ay, la gente más grande. Indagábamos en los que recién comen-
sí! Tengo que dormir al menos dos horas. ¿Vos decís que es zaban a salir para hacernos amigos de los más talentosos
mejor tomar el Omega 3 ahora o cuando me despierte?». o con grandes potenciales. Nos encantaba eso de conocer
«Comé pasas de uva que ya traen Omega 3… creo». a un chico en la puerta de un boliche, decirle cómo tenía
El fin de semana siguiente preparamos una fiesta solo que vestirse y verlo a los dos meses convertido en un roc-
para que apareciera Phillip y María se lo pudiera garchar kero o un DJ de moda. Solo les dábamos para adelante a
entero en la cama de ella, porque el pibe también tenía eso los que habíamos descubierto nosotros. Estaban todos ahí
de que no quería que el resto se enterara. Teníamos un DJ y era hermoso ver cómo flirteaban entre ellos, cómo hacían
que nos cobraba re poco pero no traía equipos, así que Ma- colecta para comprar vino suelto. Terminaban cogiendo en
ría fue con nuestro amigo Flavito hasta la calle Porongos a nuestras camas. Era fantástico. Al otro día teníamos muchas
alquilar unos que eran re baratos y re berretas. Los trajeron cosas para comentar y siempre alguien se olvidaba plata.
en bolsas de basura. En el camino Flavito le dijo que para El problema de Phillip era que no pertenecía a nuestro
la fiesta tenía que usar el vestidito transparente sin nada grupo de amigos y si se aparecía seguro lo iba a hacer con
arriba, que seguro a Phillip lo iba a impactar. María dijo alguno de La Ronda. Los de La Ronda eran nuestros ene-
que ella de arriba no estaba muy bien, que lo mejor era migos. No la gente que trabajaba ahí, sino todos los que se
usar el vestidito sin nada abajo. Se rieron y quedaron en ese juntaban en ese bar, que eran cientos. Por supuesto que ni la
plan. El taxista se cagó de la risa. Ya entonces a los pibes les quinta parte de ellos nos registraba y a los que sí les caíamos
habían dejado de interesar las tetas. No me acuerdo si los simpáticos. No hacíamos mal a nadie. Era algo que existía
taxis tenían mampara. en nuestras cabezas y teníamos que callarnos porque siem-
La fiesta fue un éxito aunque Phillip ni se apareciera. pre había que ir a La Ronda a levantar pibes, incluso los
María quedó un poco triste y se sintió mal de haber pasa- gays como yo. Una tortura. Aparte, yo siempre tuve eso de
do la noche sin bombacha para nada, desaprovechando a que me siento superior. Una contradicción tan grande que se
unos que le tiraban onda. Yo conocí a no sé quién y cayeron justificaba sola. Así que íbamos sin chistar y nos poníamos

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en un rincón como yararás. Pobres, eran re buenos y noso- conversaciones, se me iba la cabeza. En una de esas, Beatriz
tras meta caricaturizarlos e imitar sus charlas sobre música. Soulier me preguntó si me pasaba algo y yo hice como que
Todavía no estaban de moda los cantautores. Era agotador. era extranjero y no hablaba español. Me sentía observado y
Llevábamos nuestra propia bebida para no ir a la barra y me vinieron ganas de vomitar pero no me animaba a entrar
los bolsillos de las camperas repletos de nueces y pasas de al baño porque había que atravesar la montonera y saludar
uva. Ahora que lo pienso, debíamos de parecer unos pichis. mínimo a veinte. Así que contenía el vómito bajo la gargan-
Estaban de moda los pantalones Oxford. Un asco. ta, con la lengua en el paladar, mirando la noche.
Flavito dijo: «Si Mahoma no vino a la montaña, vos te- Empecé a sentir un zumbido intermitente dentro de la
nés que aparecerte en La Ronda con el vestidito transparen- cabeza, bien en el medio, en el centro. Era una ola que no
te y desnuda abajo». A mí me pareció una buena idea por- terminaba de caer y las neuronas hacían un esfuerzo des-
que, al final, medio que me embolaba que la fiesta genial del comunal para mantenerla a flote. Ahí decidí sentarme pero
fin de semana se hubiese reducido a un simple desencuentro sabía que no estaba haciendo lo correcto, que si me sentaba,
entre María y Phillip. Me parecía bien que si María que- vomitaba. Veía el inodoro delante de mis ojos.
ría engancharlo fuera ella misma adonde tenía que ir. Igual Es muy raro cuando te duele la cabeza y tratás de pensar,
nos pidió que la acompañásemos. Flavito tuvo un ataque de razonar, de ubicar desde qué lugar de ella sale el dolor.
de inspiración de último momento, la bañó en purpurina Es una mano que quiere rascar su propio codo. De alguna
y le puso unos tacos altísimos. Estábamos tan pasados que manera lo pude hacer. Identifiqué el punto exacto desde el
ninguno de los cuatro se percató de que habíamos creado que salía el zumbido. Era bien en el medio. No pude apagar
un monstruo en lugar de una femme fatale. el sonido y el cerebro se me desdobló en tres. Una parte era
Ni bien pisamos la calle Ciudadela, los ojos de abso- el zumbido. Otra parte era el pensamiento que identificaba
lutamente todos los presentes se posaron en nosotros, que esa molestia. Había además otra parte. Una voz que me in-
actuábamos como si nada sucediera y fuésemos las personas dicaba cosas, decisiones ya tomadas en alguna otra parte,
más normales del mundo. María, en su nube de pedos, no tal vez dentro, en algún momento, antes, de las que la mente
podía verse desde afuera. Estaba hecha una loca llena de me ponía al tanto a posteriori. «Debés seguir ese camino».
purpurina, resplandeciente, con el vestidito transparente, «No te quedes sentado». Fue doloroso y hermoso, de algu-
sin bombacha y sus dos metros de altura. Phillip la evitó na manera.
todo el tiempo, ni la miraba a los ojos, así que tan soltero Esa voz, que era como la mía pero no igual, me dijo «pa-
no debía de estar. rate». Así lo hice. Lo hice bien y estuvo bien porque tenía
Andreíta estaba en su salsa, meta meter vasos adentro muchas ganas de vomitar y una parte de mí, que no tenía
del bolso y despedir a toda la gente que se iba a vivir a una voz específica, sabía que si vomitaba esa vez, allí, de
España. Suerte en pila. Yo empecé a quedarme muy nervio- aquella manera, algo malo iba a ocurrir. Lo sabía. Era una
so. Me acuerdo de que me hablaban y no podía seguir las intuición. Era el zumbido o lo que identificaba el zumbido.

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Era una palabra, una orden que yo escuchaba en mi cabeza. llenamos los nuevos vasos con agua de la canilla. Les queda-
Mi propia voz que lo sabía desde antes de que el vómito se ba como un gustito a whisky. No estaba de moda el fernet.
formara. No era una señal que me advertía pararme sino Andreíta sugirió que se quitara a ese pibe de la cabeza,
que ordenaba que lo hiciera. «Parate y no largues ese vómi- que tampoco era para tanto. María sonreía sin hablar. Los
to ahora». Fui una marioneta de esa voz y respiré profunda- ojitos colorados le iban de acá para allá y así estuvieron
mente. Veía a la gente desde lejos y arriba. una media hora, casi todo el disco de Fangoria. Ahí, de la
En realidad nunca puedo explicar por qué hago lo que nada, re tranqui, me juré a mí mismo comer como una per-
hago, pero aquella fue la primera vez que escuché una voz sona normal y ya está, desde entonces, todo bien. No ha-
eliminando cualquier otro tipo de pensamiento simultáneo. blamos algo coherente. Decíamos frases al azar, cansadas
Un milisegundo y una vocecita que guiaron mi libertad de y con sueño. Yo podría haberme ido a dormir o contado lo
movimiento. No salió de la nada. Yo ya conocía mis vómi- del vómito con lujo de detalles, pero era interrumpir algo.
tos pero una voz me advertía que ese próximo sería especial, María estaba esperando algo. Rarísimo. Los tres estábamos
no podía largarlo así como así, ahí. esperando algo. El sol salía por la ventanita de la cocina. Es-
Entonces caminé una cuadra y, ya lejos, medio que por la tábamos haciendo vigilia y sí, efectivamente, ese algo llegó.
rambla, agarrando para Pocitos, vomité con tranquilidad en No nos animábamos a decirlo, a hablar de lo que intuíamos
el césped de rocío. Efectivamente era un vómito distinto, co- hasta que sonó el teléfono.
lorado y pulposo. Tenía sangre. Me pareció haber vomitado María dijo «es Phillip» y sí, cuando atendió era él.
un órgano del cuerpo o un alien. Lo miré sin asustarme y
en lugar de razonar por qué había vomitado de esa manera
quedé fascinado con aquella voz que me había advertido
que ese vómito sería distinto. ¿Cómo mi cuerpo podía sa-
berlo? ¿Cómo era posible que yo ya supiera que ese vómito
era de sangre antes de que saliera? ¿Qué parte de mí me
hablaba? ¿Era la intuición? ¿Entonces la intuición es como
otro cuerpo, una garrapata que vive adentro y habla sola?
No les comenté del vómito a mis amigas y regresamos
a casa caminando. María no se sentía mal por el silencio
de Juaco Phillip. Tampoco le incomodaba tener el cuerpo
repleto de purpurina y que los planchas le gritasen cualquie-
ra. En aquella época no se decía «plancha» y tampoco les
teníamos miedo porque a veces les vendíamos camperas que
encontrábamos en los boliches. Llegamos. Servimos sushi y

92 ¿A quién quiero engañar? Dani Umpi 93


La represa hidroeléctrica que decirles esas cosas porque después, cuando te dejás, te
lo refriegan en la cara.
Yo también estaba distante. Reconozco. Cuando entró
a quedarse demasiado tiempo en casa y a cambiarme los
muebles de lugar, me entró como algo. Y ella se dio cuenta
porque es así, se da cuenta de todo antes que uno. Dice
«esta canilla se va a romper», compra el cuerito y a los cua-
El frío me dejaba descolocado. Pensé que era por el aire tro días, efectivamente, la canilla se rompe. ¡Qué lo parió!
acondicionado del auto nuevo. No le quería decir nada por- Y eso la hace una mina brava. Linda pero brava. Vio que a
que el auto era de ella y se la veía contenta, subiendo el mí no me había gustado lo de los muebles y se tranquilizó
volumen de la radio, tirando el humo del cigarro para los de más, o sea, ni sugería las cenas. Eso era algo muy de ella.
asientos de atrás. Me aguanté hasta que bajamos en una Decía «vamos a comer una pizza cuatroquesos, negro» y
estación de servicio a poner nafta y ahí me di cuenta de que había que hacer lo que ella quería. Empezó con «mi amor-
hacía un frío fulero. cito, ¿qué querés para cenar?» y yo la miraba con cara de
—Vamos a abrigarnos, rubia. «¡a papá mono!». A los cuatro meses ya trajo una valija.
—Abrigate vos, yo estoy lo más bien. Comprá chicles. Después empezó a enojarse por cualquier cosa y armaba
Desde hacía una semana la rubia andaba bastante secota unos líos inexplicables.
conmigo. Es que la movida del auto la absorbía. Parecía uno Una noche lloró y juro que no entendí por qué motivo
de los gurises de la barra mía de antes, tal cual, me hacía era. Si la habíamos pasado lo más bien. Habíamos ido al tea-
acordar al Gerardo cuando se compró la cuatro por cuatro. tro. Yo no soy muy de ir a teatros pero, bue, habíamos ido.
¡Una cuatro por cuatro! ¡Qué gurí pamentero! Si ni campo Vimos una obra de una compañera de trabajo de ella. Fue un
tenía. Algo solo para dar vueltas por el centro o para ir a compromiso pero la obra me pareció bien interesante. Trata-
los bailes. Ella estaba igualita al Gerardo, haciendo un pa- ba la temática de los inmigrantes y en un momento se ponían
mento bárbaro por la compra del auto, el único evento de a hablar a la vez en idiomas distintos. Fue fenomenal. A mí
relevancia en el mundo entero. Ningún estacionamiento del me encantó y le dije bajito «ta buenazo, ¿no?» y ella me calló:
barrio le servía. Pagó dos meses por adelantado en uno que «chito la boca, que en el teatro no se habla». Después, en el
quedaba pasando Bulevar Artigas y cuando llovía teníamos taxi —porque todavía no se había comprado el auto— salió
que caminar varias cuadras mojándonos. Era un estaciona- diciendo que la obra no se entendía nada. Yo había entendi-
miento mejor, sin dudas, pero ¿qué le podía pasar al auto do lo más bien, solamente no entendí cuando ella se puso a
en el estacionamiento de la cuadra de su casa? Yo estaba se- llorar. Es que si no me explica, ¿cómo quiere que la entienda?
guro de que lo había elegido solo porque quedaba en Punta Lo de vivir juntos vino de una. No lo habíamos habla-
Carretas, pero no se lo dije ni en broma. A las novias no hay do, decidido. Ella se entró a quedar, se entró a quedar y se

94 ¿A quién quiero engañar? Dani Umpi 95


quedó. Cocinaba bien. Yo, digo. Yo cocinaba bien y eso le Hay que ver cómo han cambiando la ruta, ¿no? Hace diez
debe de haber gustado. Supongo. Suponía, digo. Yo suponía años ir a Montevideo me llevaba cinco horas, flojito. Ahora,
que a ella le había gustado que yo cocinara bien. No era en tres, ya medio que estás ahí, ahí. A la rubia lo que le gusta
muy de decir lo que le gustaba de mí pero se la veía muy es rutear. Siempre decía que su sueño era llegar de trabajar
cómoda. Me sugirió que me cortara el pelo porque parecía y agarrar el auto para irse hasta que le viniera sueño. «Qué
un chiquilín para mi edad. Y también me dijo «¿Por qué no peligro», pensaba yo. Los fines de semana de antes yo era
ahorrás para un auto?». ¿Un auto? ¿Yo? Nunca se me había más de juntarme con la barra a jugar al fútbol, pero tener a
ocurrido. disposición un auto es una maravilla. Te podés ir a cualquier
Después entramos a recorrer las automotoras buscando lado. Al segundo fin de semana del auto, por poner un ejem-
el auto para ella. No encontraba el auto, no encontraba el plo, agarramos y fuimos a Las Termitas, que es un lugar re
auto y qué sé yo. Entonces me puse en campaña para bus- lejos, entrando en una estancia de unos amigos de mis padres.
carle alguien que supiese comprar por internet, que parece Lo llaman así porque es un pozo con agua caliente. Es bas-
que es mucho mejor pero una cosa es comprarse un mue- tante canuto para que la Intendencia no expropie el terreno.
blecito o revistas y otra, un auto. Hete aquí que encontré un Igual, ya lo sabe todo el mundo. El lugar es medio feo pero
amigo que estaba muy en el tema pero había que ir pasando era adonde íbamos cuando éramos gurises.
Paso de los Toros. Un sábado pedimos libre y fuimos los dos Porque yo a ella la conozco como de tercero de escuela.
a buscar el auto, precioso, bien cuidadito. Ella quedó cho- De más grandes no nos gustábamos hasta que en un baile
cha con el auto y conmigo. Me invitó a comer a una parri- en Montevideo —yo había ido por el fin de semana lar-
llada. El auto te salva la vida. Mucho mejor que una moto. go— nos reencontramos. La otra vuelta fuimos a Piriápolis
Una pena que yo no sepa manejar, y no es que no quiera. No de noche, en agosto. Muerto. Sin auto ni se te ocurriría ir.
sé por qué no puedo aprender. No hay caso. Nos sentamos a tomar mate adentro del auto y vimos un
Con el auto empecé a sentirme más incómodo. Ella con atardecer precioso. Ella era muy bonita de niña. Se lo dije
auto y todo se quedaba en mi casa. Yo no es que la pasara y le gustó.
mal, que la quisiera echar. No, no es. Yo ya le había dicho La vez anterior había estado bien lindo. Fuimos al par-
«te amo». Nunca hay que decir «te amo» porque después que de UTE en Minas, que es una belleza y tiene una infra-
te tienen agarrado del cuello, te controlan la respiración. Se estructura fenomenal. Y, entonces, el miércoles nos vinieron
ve que no encontré las palabras para decirle y se instaló en ganas de ir a Palmar porque resulta que le aparecieron unos
casa. No es que no la ame. No quiero decir eso. Yo la amo. primos por parte de padre, que son todos de por ahí. Una
Lo más parecido a lo que siento por ella es el amor. Sola- cosa de internet, no sé cómo fue la mano. Resulta que apa-
mente no creo que debamos vivir juntos. Se lo fui diciendo recieron estos parientes y hay todo un tema de campos. No
con cositas como «la próxima factura de UTE la pagamos a sé, cosas de ella, que nunca sé si son para bien o para mal,
medias». Eso último fue hace seis días. ¿no? Porque ella quería ver a los parientes nuevos y yo no

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sabía si era para conocerlos en una buena o para pelearse la mesa con mantel, Laly saca un bibliorato. Pero un biblio-
por lo del campo. Yo me acordaba de que a mí uno de los rato-bibliorato, onda liceo. Y mi novia, nada, como si fuese
gurises me había dicho que Palmar estaba bueno, que había lo más normal del mundo. Resulta que abren el bibliorato
una represa hidroeléctrica y un camping bien equipadito, y había un montón de papeles que parecían cosas de escri-
que se pescaban unos lindos dorados. Queda como yendo bano. Y eran mis mails. Los mails que le había mandado a
a Mercedes por la ruta 3. Un poquito antes de llegar, unos una y los que le había mandado a la otra. Y todo subrayado
setenta, setenta y cinco kilómetros. La gente de ahí trabaja con marcador. Unos redondeles con flechas. Yo no podía
en la UTE, menos la familia esta, que tiene una carnicería. darme cuenta de lo que era la situación hasta que, cuando
Igual, a la familia de los primos no la vimos nunca. Lle- quise ver, estaban las dos sentadas frente de mí, hablándome
gamos como a una especie de hotel, bungalow, ladrillo a la como a un perro. Piré mal.
vista, algo así. Y comimos unos sándwiches en el restau- Empezaron bajito, que fijate esto, que fijate lo otro y
rante porque no había cocinero o no me acuerdo bien. Lo sí, cantado, yo, muy gil, hacía un recorte y pegue y les po-
inesperado completamente fue que nos encontramos con nía lo mismo a las dos. Una boludez tremenda, pero como
Laly, una compañera de la facultad que es de Mercedes y me agarró de sorpresa no pude pensar la dimensión. Quedé
que cuando se recibió se volvió para allá y le va bárbaro, reducido a un nivel Nintendo. Un aparato. No sabía qué
gana un sueldón. El asunto es que hace un tiempito, más o decir, por dónde arrancar. Y ahí nomás entraron a insultar-
menos apenas comencé a ponerme de novio, o no sé cómo me apretando los dientes, por lo bajo, bien bajito, siempre
llamarlo, yo curtí con la Laly. Tampoco éramos novios o fueron discretas, hablaban con disimulo hasta que el mozo
algo de eso. Un chichoneo. No le decíamos a la barra pero se dio cuenta de la onda y prendió una radio. El pecho se me
como que todos se daban cuenta. Después me fui metiendo iba a salir en cualquier momento y entré a sudar un sudor
más con mi novia y quedó por esa. Pero sí, es cierto que congelado.
yo salí un tiempito con la Laly, no lo voy a negar. ¿A quién Es que no tenía explicaciones, si ya estaba todo expli-
quiero engañar? Y me pareció raro que la Laly estuviera cado. Una ridiculez. No era tan tremendo, era una bobe-
tan confianzuda con mi novia. Bueno, voy a llamarla «mi ría, una boludez que no llegaba al nivel de demencia al que
novia» porque la verdad que no me acostumbro a llamarla habían llegado ellas al coordinar esa especie de juicio. No
así a ella. No me acostumbro a tener novia. quería ni saber cómo se habían enterado de mi artimaña.
La Laly me hablaba como a un conocido, ninguna desu- Cuando fui a explicar lo evidente, la Laly me entra a recla-
bicadez, una lady, muy correcta. Bueno, que pin, que pan, mar. Me pregunta por qué yo le había contado a mi novia
fuimos a dar una vuelta por el camping. Esa zona es medio que ella venía de una casa cuna. Ponele que yo le conté eso
ventosa y con el frío, no aguanté. A mí el frío me anula. Les a mi novia porque… no sé por qué. Se ve que en algún mo-
pedí que volviésemos al parador o no sé cómo se llamaba, mento, en confianza, en lo que se dice «la intimidad de la
el coso. Fuimos y me pedí unas papitas, qué sé yo, y ahí, en pareja», yo le conté a mi novia que la familia de la Laly era

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un locazo total. No es que uno sea malo pero, bueno, se me Y justo entonces se encuentran estas dos y entran a maqui-
escapó. Al final no se puede contar nada. Es que no hay que nar un teje zarpado de encontrarnos en Palmar, al lado de
abrir la boca. Es lo que digo siempre. No hay que contar la represa hidroeléctrica, y me mandan todo el verso de los
nada porque uno nunca sabe qué les pasa por la cabeza. parientes de la carnicería, los líos del campo y… estamos
La Laly ya se había hecho la película de que había sido mi todos locos.
novia anterior, algo así. Y hubo una cosa con una tarta. A las dos les dije en
Ahora, mi novia también es una boluda, mirá cómo va a un mail que les llevaba un pedazo de una tarta riquísima
contarle eso a la otra. Igual es como la típica, ¿no? Cuando que había hecho porque yo cocino muy bien. Entonces les
se quiere ganar la confianza de alguien hay que sacar siem- parecía horrible que les hubiese llevado eso, que hubiesen
pre el as de la manga. Ahí como que yo ya tenía que entrar compartido una tarta. Les daba asco. Yo no sabía para dón-
a pedir unos tres perdones, mínimo. No tenía cómo salir. de agarrar. Aparte veía unos mails de trabajo que yo le man-
No sabía ni manejar. El motivo no daba para que me dieran daba a mi novia, unas cotizaciones de las que, la verdad, la
unas piñas, por suerte, pero era bastante jodido. Laly no tenía por qué enterarse.
También había un desfasaje de información. Resulta que —Entonces aquella vez que fuiste…
en un mail yo le decía a una que me iba a jugar al fútbol con ¡Yo qué sé de qué aquella vez de qué! ¿Por qué me ha-
los gurises y a la otra le decía que tenía clases. Ahí sí que no bían metido en esa situación de mierda? ¡Qué locas sueltas!
sé bien a cuál le mentía. No me podía acordar porque era No tenían nada de locas. No debe de haber placer mayor
algo de hacía meses, pero tampoco yo sentía que estuviese que estar sano y salvo, teniendo una buena documentación
mintiendo. Como que me reclamaban que eligiera cuál era para justificar ser la víctima. Me dejaron de la cabeza las
la verdad de esos mails viejos. Era evidente que con Laly minas estas. Me las saqué de encima y me fui a la represa
no hubo onda y que la rubia se convirtió en mi novia. Son a tomar aire. Hacía un frío de cagarse. Tenía una calentura
cosas que pasan. No voy a andar contándole todo a mi no- que me dejaba alto del suelo.
via, pero es eso del «te amo» que no hay que decir. Cuando Yo siempre digo lo mismo. Hay que ver por dónde viene
decís eso es como que habilitás un acceso, tenés que volver- la mano. Me acuerdo que cuando recién llegué a Montevi-
te transparente y la otra persona tiene todo el derecho del deo trabajaba en la farmacia de un viejo brisco que me ense-
mundo a revolverte los pensamientos, el pasado, tu vida. ñó una cosa buenísima. Él decía: «Mucha gente, incluso las
Obviamente la relación con mi novia era más copada, más empresas, piensan que los homosexuales compran las toa-
fuerte que los coginches de morondanga con la Laly, pero llas humectadas para bebé porque son muy higiénicos, pero
no sé por qué yo tenía que decirlo en voz alta, sobre todo hay otra gente que piensa que lo hacen porque tienen olor
con lo rara que se había puesto la onda en los últimos días. a gurí chico y les despiertan la hormona de la degeneradez.
Porque todo bien con viajar y el auto, pero no nos hablába- De todos modos, nadie dice nada porque, como las toallas
mos mucho. Capaz que yo me metí más para adentro, ¿no? se venden, hay que dejar los motivos de lado. Mientras la

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maquinaria funcione y las toallas de bebés sean compradas Y entonces apareció ella en el auto y me hizo subir. Nos
tanto por las madres como por los putos, no interesan los volvimos a Montevideo y ahora no sé qué onda porque no
motivos. Y cuando mirás los motivos, ves que no todo es me habla.
igual, que no es lo mismo que piensen que sos muy limpito
a que piensen que sos un degenerado. Uno vende lo mismo
a todo el mundo pero la cabecita de cada uno es la cabecita
de cada uno». Y tenía bien la razón, ¿no? Después eso de las
toallitas lo apliqué a todo.
Me aislé. Entré a caminar y di con unos pescadores que
me contaron cómo venía la mano con los dorados, que
para ellos no hacía frío, que viniera no más en temporada
alta, que iba a haber una pesca bárbara, que me quedara
en unas cabañas que alquilaban en verano, alrededor de
los cuatrocientos pesos. Gente macanuda. De a poco se
me fue pasando la calentura. Vi unos chiquilines de algu-
na religión haciendo una actividad. Hacían una ronda le-
vantando las manos al cielo. Alrededor había gente gran-
de haciendo palmas y cantando, alabando o no sé cómo le
dirán. Una cosa bien de religión. Yo miré eso y le saqué la
vuelta. Les entendí la cabeza porque yo vengo de familia
evangélica. No exactamente igual a aquella gente pero me
acuerdo bien clarito que, cada tanto, los fines de semana
salíamos a cosas así y cantábamos canciones religiosas. Y
uno lo ve ahora o desde lejos y parece una cosa bastante
fea. Pero yo me acuerdo de que la pasaba bárbaro y vol-
víamos bien contentos con mis padres a casa, comíamos
rico, daba gusto. En una, un chiquilín se fue corriendo a
la represa y le gritaron «vení, vení» y el gurí no iba, seguía
corriendo. Entonces yo agarré y salí corriendo y lo abracé.
Si no fuese por mí el gurí se tiraba. Los de la religión me
agradecieron y me sentí mucho mejor, respiré bien, se me
fue el frío. Tomamos unas cocacolas.

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El videoarte chileno sido hippies, por lo que les daba lo mismo qué estudiara,
pero sí o sí tenía que ir a la universidad. Eso ni se discutía.
Alenka ya tenía treinta y tantos pero es de esa gente de
contextura indeterminada, ¿cachái? Ese tipo de mujer que
no se sabe qué edad tiene, cómo llegó hasta ahí. Podría ser
una veinteañera de nariz operada y niñez mal alimentada o
una cuarentona hiperexigida que superó la rehabilitación.
Por suerte la Anita se acuerda de los momentos que sana- Hay miles así, medio bajitas, piel y huesos, pelo crespo,
mente he anulado. Cuando revivió el episodio en diez minu- dientes perfectos, criando perros o caballos. Manejan muy
tos arriba del taxi, nos vino un ataque de risa que casi lo ha- bien. A veces pienso que son alienígenas infiltradas, pero no
cemos chocar contra unas viejas que salían de una heladería. se lo comento a la Anita porque ella también tiene algo de
Comenzaba el 2000. «La Antigüedad de los Dosmilocos» eterna. Se viste medio parecido y está siempre igual. Me-
le decimos a ese tiempo. Íbamos a segundo año de la univer- jor dicho, su cara es siempre la misma en todas las fotos.
sidad, una cosa así, y nos sentíamos importantes con nuestras Alenka, en cambio, tiene alguna que otra arruga en la frente
chaquetas vintage de calle Bandera y las cabezas peliteñidas pero el resto del cuerpo sí, lo tiene igual desde hace treinta
con Blondor. Las micros eran amarillas. El Parque Forestal años, como que no se regenera. No quiero pensar en eso,
no era lo que es ahora. La estación Mapocho sigue más o sacar cuentas del tiempo y la gente que no cambia nunca,
menos como estaba, pero cuando nos sentábamos en las es- que logra detenerse y quedar así hasta la eternidad. Es que
caleras frente al Metro, a tomar Martini en vasos de plástico siento que yo nunca cambié. Sigo igual. Soy una alienígena.
y burlarnos de los raperos, sentíamos que reinábamos en el Me recuerdo en los Dosmilocos y tengo puestas estas mis-
Far West. Tierra de nadie. Un universo bien paralelo. mas zapatillas. Si se lo comento a la Anita se me ríe en la
Era absurdo juntarse ahí. Nadie iba, ni los flaites. Creo cara. Pero es la verdad. Veo las fotos actuales de nuestros
que la primera vez que terminamos sentadas entre aquella conocidos y las únicas que estamos iguales a aquella época
mugre fue después de haber hecho unos croquis para la cla- somos nosotras. La Anita, la Alenka y yo.
se de dibujo. Al profesor se le había ocurrido que teníamos Me había olvidado de la Alenka. Ahora está alcohólica
que retratar personas «no convencionales» como, por ejem- y mantiene a alguien. Quiere hijos pero no sé cómo va a
plo, los habitués de cabarets. Y no sé cómo conocimos a la hacer porque me la cruzo en Facebook y la encuentro muy
Alenka porque ella no era de ir a la Blondie, o a la univer- flaquita. Como que si comienza a crecerle algo adentro, la
sidad y menos a los cabarets de esa zona. Todos estudiaban va a hacer explotar. La Anita sigue en contacto con ella, pese
Audiovisual menos la Anita y yo, que estudiábamos Arte. a todo. Se escriben. Yo no. La fui borrando de la memoria.
Lo de Audiovisual era muy de instituto y nuestros papás No soy de hacer que está todo bien. El mundo es grande. Ya
querían que fuéramos a la universidad. Mis papás habían somos grandes.

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Qué pena no tener fotos de esa época. No era como aho- le el césped, cocinarle, diseñarle en photoshop los menús
ra, que viene cualquiera y te enfoca con el celular y está para su restaurante de comida vegetariana. Todo salía dos
todo bien. A mí no me gustaba salir en fotos. Por eso, en mil quinientos pesos la hora. Era absurdo. No lo hacía solo
las que andan en la vuelta, siempre estoy mirando para otro conmigo sino que también con otras del grupo de tortas
lado. La Anita dice «parecías una obra de Miranda July; te futbolistas. Como yo era la más chica, era a la que más
voy a dar el Premio Cindy Sherman». Le encantan las bro- «ayudaba». A las otras les pagaba por tareas como rellenar
mas de arte, hacer referencia a artistas, como esa gente que formularios para becas en el extranjero. Y seguro ganaban
habla de Los Simpson sin parar, ¿cachái? A mí me aburren más y se las cogía. A mí nunca me tocó un pelo. A la Anita
los artistas. Prefiero hablar de mí misma. no sé, habría que preguntarle.
Alenka no sabía nada de arte pero nos compraba obra. Hay un detalle importante: teníamos overoles de trabajo
Ahora me da un poco de vergüenza porque le vendíamos para hacer el aseo. Parecía un chiste. En lugar de un delantal,
cualquier bazofia y terminaban colgadas en su living al lado que nos pondría en el lugar de la nana, llevábamos aquello
de los atrapasueños. Tenía una casa enorme en Providencia que nos daba cierto carácter de artistas. Por un lado, vol-
para ella y su perra pug, carísima. El ambiente lucía bastan- vía más creíble nuestro rol aspiracional. Por otro, era una
te progre pero, cada tanto, le saltaba algo de la dictadura simple ilusión manipuladora para ufanarse de nuestro ego
porque su padre muerto había sido militar. Ella escondía grandilocuente y naïf. La Alenka me llamaba a cualquier
cada resabio o lo tapaba con algún cuadro nuestro. Se no- hora pidiendo las tareas más insólitas. La Anita me acompa-
taba que la casa había sido de la familia. La Alenka nunca ñaba porque éramos inseparables. Sentíamos que teníamos
se habría comprado esos sillones. Había una foto del papa. que filmar cada segundo o sacar fotos, onda Sophie Calle.
Me acuerdo de que con la Anita hicimos una obra en Estábamos muy fantasiosas. La madre de la Anita había ido
conjunto y terminó arriba del refrigerador porque una vez se a Europa y nos había traído el catálogo de Sensation.
cayó, se quebró y la Alenka no la quiso botar. Parecía basura, El aseo de la casa de la Alenka se resolvía rápido pero,
directamente. Pedazos de porcelana y plumas. Por suerte se como me pagaba por hora, estirábamos el tiempo al máximo.
rompió. Después nos compró dos o tres huevadas y ya no Generalmente encontrábamos todo en su lugar. La Alenka
más. Se limitaba a carretear con nosotras y explotarnos. era una mina muy callejera. No era de botar cosas al piso ni
La Anita no se daba cuenta pero a mí me daba rabia, desordenar. Le iban más las paredes. Miles de porquerías col-
se me endurecía la mandíbula. Era divertido, sí, sobre todo gadas, fotitos pegadas con cinta scotch como en el dormito-
viéndolo a la distancia. Pero era patético. Yo hacía como que rio de una adolescente. El piso, sin embargo, estaba siempre
estaba jugando, que sacaba a pasear al perro de la Alenka muy lustroso, brillante, parqué. «Es por la perra» decía la
por la Costanera como excusa para fumar, pero odiaba la Anita y tenía razón. Abríamos las ventanas, barríamos, pasá-
situación. Odiaba que la Alenka me pagara. Y todo valía bamos un paño y fumábamos. Luego íbamos a la cocina a la-
lo mismo. Pasear el perro, hacer el aseo de su casa, cortar- var los platos, tirar la comida podrida de la heladera y fumar.

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Lo último era el baño, que no solía estar tan sucio pero lo Toyland. Mira qué loco. Porque, en realidad, conocíamos a
desteñíamos con litros de cloro hasta llorar y salir al balcón Cindy Sherman por las portadas de los discos de Babes in
a respirar mejor o fumar. Al dormitorio teníamos prohibidí- Toyland, no por la universidad. Bueno, el hecho es que nos
simo entrar pero igual lo hacíamos para robarle cigarros o tenían de hijas y la Alenka peor, porque nos tenía de escla-
mirar sus consoladores traídos de San Francisco. vas a dos mil quinientos pesos la hora.
Mientras revolvíamos, la perra no paraba de ladrar. La- Durante tres semanas tuvimos que quedarnos en su casa
draba como un muñeco de goma. Era una perra espantosa. de la playa esperando que fuera un agrimensor que jamás
A los niños les resultaba simpática porque eran los Dosmi- apareció. La Anita, la perra y yo en el medio de Isla Negra,
locos y los pugs todavía no estaban de moda. Era la única indicándoles a los turistas dónde quedaba la casa de Pa-
perra pug de Providencia y si era la única en Providencia, blo Neruda con un inglés re precario aprendido de letras de
era la única en Chile. Por eso me paranoiqueaba cada vez canciones.
que la sacábamos a pasear y nos preguntaban qué era, si era Ese mes la perra estuvo amarrada todo el tiempo. Volvi-
un perro o no. Nos daba miedo porque si le pasaba algo, no mos a Santiago a dedo con La Pescadita en una carrier para
podríamos restituirla. gatos y el olor que largaba era inmundo. Al llegar, la Alenka
Es una raza bastante arcaica de no sé qué huevada china, nos pagó con dólares y Toblerone del Duty Free. Esa noche
que secretan por el ano una sustancia viscosa para defender- nos carreteamos toda la plata y en el bajón nos comimos
se, camuflarse y huele a pescado. Le decíamos «La Pescadi- los Toblerone como pan. Un absurdo. Entonces a mí se me
ta». Más de una vez se sintió intimidada con nosotras por- ocurrió hacer lo del secuestro de la perra. Era mucho más
que si largaba eso significaba que no nos quería. Era como rentable pedir un rescate por el bicho que cuidarla, hacer el
un zorrillo. Se daba cuenta de que le teníamos bronca y un aseo o recibir gente siniestra en esas casas que iban apare-
poco de resentimiento. Con el resto de las tortas la bicha se ciendo por todo Chile. Porque me olvidé de contar que en
llevaba bien. Cuando nos juntábamos a jugar fútbol se la una de esas nos propuso algo extrañísimo de irnos a la Isla
pasaban una a la otra como un bebé, le ponían ropitas y la de Pascua. Sonaba a trata de blancas.
perra hija de puta no secretaba ni una gota. La Anita estaba muy pesada con lo de filmar. Insistía
A mí me ponían de arquera porque era malísima. Igual, con que con eso podíamos salvar las dos el examen final
no atajaba ni una. Con la Anita nos sentábamos en el arco y del curso de video. Una excusa idiota, porque lo más fácil
fumábamos. No nos decían nada porque lo importante era del mundo era salvar esa materia en la que lo único que nos
jugar, no hacer goles. Tenían otra edad. Además, como éra- explicaban sobre videoarte era: capas, capas de texturas,
mos chicas, nos trataban como subnormales o admiradoras. capas de ruido, capas de sonido, capas de la huevá. Desde
Se pavoneaban pensando que queríamos ser como ellas. Se entonces tengo un prejuicio tremendo con el videoarte y no
quitaban las poleras sin sostenes y nos mostraban sus ro- aguanto más de treinta segundos asfixiándome en un cubí-
llos. Nosotras éramos lindas y escuchábamos L7 y Babes in culo con la proyección de adolescentes corriendo.

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—Bueno, señoras y señores, aquí tenemos a La Pescadi- también tuve un período trasher como a los catorce, por eso
ta, como pueden apreciar, adentro de esta caja… me sentía contenida entre sus chaquetas de cuero. La gen-
—¡Yapoh! ¡Deja de filmar! No te estás tomando las co- te con ropa negra me da confianza. Los trashers escuálidos
sas en serio. ofrecieron ayuda, retomando la idea del secuestro pero sin
—¿Cómo me voy a tomar en serio el secuestro de un un final. O sea, se ofrecieron a hacer ellos la transacción a
perro, hueona? cambio de la mitad del botín. Por supuesto que no les de-
—¡Una perra! ¡Yapoh! ¡Deja de filmar! ¡Corta! volverían la perra, pero eso corría por cuenta de ellos. Acep-
—¡Miren la perra culeá! Parece una rata. taban la plata y le daban una bolsa con cualquier animal
—Una rata con olor a pescado. adentro. Un gato, igual. Comencé a imaginarme escenas es-
—¡Me estás arruinando el videoarte! pantosas con policías tomando declaraciones a mi familia.
Y ahí la perra rompió la caja con su boca casi inexistente —Pero para simular un secuestro hay que armar bien la
y se fue no supimos a dónde. Lo patético, que después se escena —dijo el trasher más serio, proponiendo que fuése-
volvió un chiste, fue que la Anita no apagó la cámara por mos los cinco a la casa de la Alenka y diéramos vuelta todo.
harto rato. Lo tenemos todo filmado como Blair Witch Pro- Yo ya no podía coordinar las manos, mucho menos el
ject. Mis gritos son indescriptibles. Estaba atacada, metien- pensamiento. La Anita casi no respiraba. Allá fuimos con
do y sacando mi cabeza de la capucha del overol, desesperada, los trashers. Entramos a la casa y comenzamos por el dor-
imaginando en voz alta cómo la Alenka me iba a destripar mitorio. Tiramos las sábanas y los cubrecamas. Aproveché
cuando regresara de su retiro en la India. Buscamos a La para robarle su cofre con chocolates bajoneros y unos cal-
Pescadita por casi todo el barrio. Caminamos por Miguel zones de Victoria Secret que estaban en una caja sin abrir.
Claro hasta Bilbao y nada, no aparecía. Nos íbamos a que- A los consoladores los dejé quietos. Después de romper
dar sin rescate, sin perra, sin trabajo y con una posible de- nuestras propias obras y unos almohadones, nos tomamos
manda, porque la mitad de las tortas del grupo de fútbol un cafecito. La verdad que empeorar las cosas me había de-
eran abogadas. jado muchísimo más tranquila. Por un momento, mientras
Asumimos la desaparición y nos fuimos a tomar un desordenábamos, logré olvidarme de la perra. Para volver
schop a un bar cerca de las torres de Tajamar. Yo quería ir más en mí, fui al baño, agarré un talco y lo reventé contra
a la estación Mapocho pero ya era tarde, la zona era jodi- la puerta de entrada. Siempre había querido hacer algo así
da y el pánico me había dejado por el piso. En el bar nos pero limpiar me daba fiaca. Tiré el talco con encono, como
encontramos con unos antiguos compañeros de colegio de un latigazo. Unos vasos se desmoronaron. Reímos. Ninguno
la Anita. Tres tristes trashers. Como no eran de mi círculo y se sentía cómplice del otro.
posiblemente jamás en mi vida volvería a verlos, me largué Los trashers se fueron de la casa como si en una fiesta
a llorar y les conté lo de la perra con lujo de detalles. No hubiesen encendido las luces o el día comenzara. Quedamos
puedo sostener una mentira por más de diez minutos. Yo con la Anita satisfechas, lejos de los leves impulsos piroma-

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níacos que nos inspiró un champagne que encontramos. El —¿No vienen a jugar al fútbol?
aspecto de la casa tenía algo de vagancia artística. Una fuen- —No. Tenemos que estudiar.
te rota por aquí, un cajón tirado por allá, una instalación —¿Dónde se vio estudiantes de arte estudiando, si todo
nada del otro mundo, como para salvar un examen de arte. lo salvan con un «proyecto»?
Bastó con llegar al concepto «casa ultrajada». No teníamos —No podemos ir a jugar al fútbol. Perdón.
conocimiento de una experiencia similar, ni siquiera una pe- —¿Qué pasó? ¿Tuviste un accidente y se te fracturó
lícula, una referencia. La perra estaría por ahí, tocando la algo? —preguntó la Alenka desde la puerta.
lira. Saltamos la ventana para volvernos entre las sombras Fue la última en entrar y, por descuido, tiró un jarrón
y, de repente, apareció la perra. Viva. chino falso que tenía mi madre. Como no se disculpó ni
Nos volvimos a meter en la casa. Entramos con la perra, manifestó sorpresa, mi madre vio que había algo raro, se
claro, pero ya habíamos roto todo. No teníamos fuerza para fue al supermercado y nos dejó adentro con todas las juga-
volver al plan inicial. Los trashers se habían ido. Algo se nos doras, Alenka incluida. Las chicas se cruzaron de brazos y
debía ocurrir. Algo. No se nos ocurría. Yo empecé a temblar. comenzaron a pasear por mi casa. La situación era tensa, no
Aparte, en algún escondite, seguramente, la Alenka tendría sabíamos en qué momento iban a estirar los puños y romper
un revólver escondido y una no sabe cómo se reacciona ante todo. Eran como doce.
una situación tal como, por ejemplo, que sonara el teléfono. —Creo que nos tenemos que ir —dijo la Alenka.
Era la Alenka que ya estaba llegando del aeropuerto. Cor- Se fueron. Jamás había padecido una situación tan es-
tamos sin despedirnos y nos fuimos corriendo. Nos fuimos pantosa. Ni siquiera me sentí así cuando me llegó un CD
con la perra, claro. El vandalismo más torpe del mundo. con las grabaciones de nuestro delito. Se me escapaba la
La Alenka no llegó a llamar a la policía. Había cámaras sangre por los poros, me sentía un colador. Mis tripas se
en la casa y filmaban sin audio. Nunca nos habíamos dado volvían fideos. ¿Cómo llegamos a algo tan indigno? ¿Qué
cuenta. Pasaron los días y nada. No aparecía la policía ni edad teníamos? ¿Cómo íbamos a volver a salir tan frescas,
la Alenka llamaba. Desconocíamos lo de las cámaras. Es- tan despojadas de orgullo? ¿Cómo íbamos a volver a embo-
tábamos en un limbo negro del tamaño de nuestra bobería rracharnos con Martini en la estación Mapocho? Me sentía
desmesurada. Enflaquecí. una tonta de instituto.
Mi madre nos avisó que las chicas nos venían a buscar La Anita no me acompañó a dejar la perra. La Alenka
para jugar al fútbol. Estábamos en el cuarto haciendo que abrió la puerta, agarró su perra y me cerró la puerta en la
navegábamos por internet. Quedamos pálidas. Me sentí una cara.
bebé que no había aprendido a caminar, recién parida en un El otro día, hablando en la psicóloga, me di cuenta de
mundo sin oxígeno, con asma. Le pedimos que mintiera, que no es que la Alenka sea mala. Bastante bien nos trató.
que les dijera que no estábamos, pero ya era tarde. El equi- La escenita era lo mínimo que merecíamos. Casi una caricia.
po completo estaba adentro de mi casa. Estoy segura de que hay algo de lo que hicimos que le gusta.

112 ¿A quién quiero engañar? Dani Umpi 113


No solo se caga de la risa cuando mira los videos. Hay algo
más. No sé qué será. Como si hubiese invertido de a mil
quinientos pesos, de a Toblerone, para tener ese video. A
veces pienso que ella misma provocó la situación. Que des-
de un comienzo nos encomendó el cuidado de la perra para
que llegásemos a tomar una decisión así. Teníamos la edad
justa. Un año después no se nos ocurriría ese disparate. Al
no denunciar, se borraban las huellas y al no haber huellas,
el olvido puede llegar más rápido.
Por eso no le doy bola a la Alenka. Le miro las fotos,
veo en qué anda y la dejo ahí, en el recuerdo, borrándose,
estancada en su edad, siempre igual pero transmutando en
fantasma. Estoy segura de que ella mira ese video muchas
veces y algo adentro se le mueve. Andá a saber qué será.
Puede ser un bebé, un alien, algo de mí misma que ella qui-
so tener en su cuerpo. No quiero ni pensarlo; ya bastante
pienso y pienso. Pensar estas cosas me da miedo. La gente es
siniestra. Te vas dando cuenta de eso apenas le das la espal-
da pero no podés mirar atrás. Hay que seguir para adelante,
bien derecho, derechito, rapidito. Para adelante. Atravesar
capas y capas del mundo, del futuro que llega, del tiempo
y la ciudad. Caminar firme sin resolver las metidas pata.
Ejercitarse. Crecer. Y atrás que se vayan muriendo de a uno.

114 ¿A quién quiero engañar?


Índice

Los baches 7
El recuerdo del futuro 16
Mutílidos 21
Dominar la situación 28
Comunitarios 37
Tío Paco 44
Tipo de persona 53
Fotografía 64
La pasajera estable 70
El vestidito transparente 84
La represa hidroeléctrica 94
El videoarte chileno 104

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