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THE CRITICAL RESISTANCE OF LITERATURE

(THEORETICAL ISSUES AND LATIN AMERICA


DISCUSSIONS)
LA RESISTENCIA CRÍTICA DE LA LITERATURA
(CUESTIONES TEÓRICAS Y DEBATES LATINOAMERICANOS)
Miguel Ángel Dalmaroni
Universidad Nacional de La Plata– Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias
Sociales del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET)

Abstract:

Literature and theory are writings of resistance with drastic critical effects: language
blockages that put us before the absolutely other, obstructions of the impossible inscription
of the real. Between the 1990s and the first decade of the 21st century, the post-theoretical
field and the condemnation of the cultural devices of domination generated in Latin
American academic criticism a sustained refutation of “literature” that denied any critical
value to any practice describable as literature. These efforts were certainly very productive
in critical and political terms, no matter how much one agrees with their theses. However,
both the growing multiplicity of social modes of reading and the philosophical impulse of
recent theory seem not to have been greatly affected by the academic policies of “the
resistance to literature”.

Keywords: Literary Theory; Resistance; Latin American Criticism; Reading; Philosophy and
Literature.

Basta mencionar dos de los teóricos más reconocidos —Jonathan Culler and Terry Eagleton—
para dar cuenta de que el supuesto fin de la teoría literaria –relacionada, desde luego, a la veija
cuestión del fin de la literatura- ha sido uno de los temas de la teoría por cerca de veinte años.
Aunque es posible ir atrás y localizarlo en el libro de Eagleton, Teoría literaria. Una
introducción (1983), el interés asumido sobre el declive de la teoría literaria o el fin de una era
de la teoría ha aumentado temprano desde los 2000 (Después de la teoría fue publicado en el
2003).
Sin embargo, es razonable suponer que el breve libro de Culler de 1997 –publicado en
español en el 2000 y reeditado en 2004, traducido a más de veinte idiomas, reeditado en
Francia en 2016 –dio un giro distanciandose de los titulares que daban por muerta a la teoría
(lamentanadose o no), algo que me gustaría pensar como una amistosa e ingeniosa estrategia
de disidencia: Culler subraya el interés en sustituir “teoría literaria” por “teoría”, y desde las
primeras páginas caracterizó y describió lo que deberíamos entender, más o menos, por la
nueva denominación desadjetivada: simple “teoría”.
La posición de Culler es central si el tema, como lo es en este caso, gira alrededor de la
competencia crítica o poder de la literatura, dado que –sin ninguna duda, de manera
particular y selectiva- toma y actualiza, usando una amistosa y singular prosa, lo que
podemos reconocer como una de las afirmaciones centrales de Paul de Man que sostiene que
“teoría” y “literatura” son, en gran medida, significantes intercambiables que usamos para
hablar de escrituras caracterizadas una intensa e insesante resistencia a la naturalización del
sentido común, prejuicios, ideas preconcebidas y acríticas legitimadas por la repetición
social y cultura, incluso como resistencia a la fijación de frases provisorias o relaciones entre
frases e ideas, resistencia de la literatura a la literatura, y de teoría a la teoría, en síntesis, la
permanente auto-resistencia del lenguaje desde su interior. En 2011, Culler insistió: después
de señalar que la teoría ha sido institucionalizada, establecida como saber y como una
diciplina universitaria que, sin embargo:

Desde que la teoría es reflexionar sobre la reflexión, nos llama a cuestionar cualquier marco
de interrogantes –incluso no disciplinar-, si existen o no mejores formas de proceder y qué
deberíamos entender por “mejores”. Desde esta perspectiva, “La teoría ahora” es un
oxímoron, desde que la teoría trata siempre de estar fuera de sí misma, antes o después,
nunca simplemente en ella en un “ahora”. Esto es especialmente el caso desde que la teoría
nos ha enseñado a interrogar el interés de apelar a un momento de presencia o de auto-
evidencia (“Epilogo” 224).

Si lo que llamamos literatura y teoría encajan en esa descripcion (en la cual no es dificil
reconocer lo que siempre ha sido identificado como el impulso filosófico), parece preferible
hacer dos afirmaciones provisionales: que el supuesto fin de la literatura y teoria nunca
termina de suceder, y que ni una ni otra no son sino prácticas caracterizadas por sus riguros
efectos críticos.

Con el fin de precisar lo que quiero decir con esto, sugiero, usando como modelo la
conocida frase de Jacques Lacan, que sin duda, coincide con la perspectiva de Culler: si “Le
réel ne saurait s’inscrire que d’une impasse de la formalisation” diría que llamamos
literatura a esa obstrucción del lenguaje, el bloqueo de la formalización que es la inscripción
imposible de lo real (a diferencia de esa otra cosa, que es muy diferente, y que hace posible
el imperativo cultural de la comunicación, es decir: asumir lo dicho para ser dicho y
comprendido, y lo que es pensado para ser pensado, y así avanzar hacia el final, en vez de
repensar lo que está dado –en vez de reteorizarlo- una vez más).

En este sentido, llamamos escrituras teóricas a aquellas descriptas por esa frase de Lacan o a
la variante que sugerimos, es decir, llamamos teoría a una forma, un momento, o una
modulación de la literatura misma (su modulación explicatoria, su formalización
argumentativa o razonada –crítica, diríamos si De Man no hubiera advertido sobre la
naturaleza tropológica –literaria- de la explicación y de la poesía), parece preferible no
centrar o limitar el sentido de “valor” a una estimación o descripción derivada de un juicio
(estético, verosímil, moral u otro), tampoco restringir el significado de “critica” a una
explicación razonada o a una interpretación decididamente comunicativa de las experiencias
perceptibles, estados, o realidades que la literatura esclarecería porque la ideología las
vuelve opacas, las oculta o distorsiona (las ideologías o el sentido común, las convenciones,
etc.).
Lo que quiero decir con esto es que, para teorizar sobre lo que hace, puede, o haría, la
literatura, no parece conveniente sostener barreras entre el dominio usado para identificar
como moderna a la “teoría crítica”, un dominio al que nos conduce, inevitablemente,
palabras como “valor” y ”crítica”. Sin sustraer este tipo de facultades de valores crítcos de la
literatura –valores de la clarificación, visión, revelación, incluso protesta o condena-
preferiríamos poner el énfasis en la desestabilización, la vacilación, y sobre los efectos de
extrañamiento que la literatura genera sobre las formalizaciones y, por ende, sobre las
subjetividades, es decir, bloqueos sobre lo imaginable y lo estable.
Estos son puntos de una invencible resistencia a lo que es apreciado, valorado, o válido.
Maurice Blanchot insistió en oponer la literatura a la cultura y la crítca, esos “grands
réducteurs” a cargo de asimilar todo a valores: en cuanto a los “maîtres de la culture, écrire
c’est toujours […] faire le bien, reconnaître le bien, fût-ce dans le mal, faire accord avec le
monde des valeurs” (57), la poesía se encuentra entre ciertos “points de résistance” (55) los
cuales no se rinden a la reducción cultural y nos pone ante “l’absolument autre” (56).

Precisamente, una teoría que, en el algún punto de lo que la cultura etiqueta como
“literatura”, de cuenta del bloqueo donde lo real encuentra su única instancia de inscripción
en una contingencia de manera involuntaria (o mejor: donde lo real encuentra la instancia
contingente de su imposible inscripción).
Para continuar sacando ventaja de las ideas de Culler, parece que deberíamos establecer que
la teoría, que “siempre trata de situarse fuera de ella”, alcanza su característica potencia
crítica –la potencia crítica que la teoría admite e interroga en la literatura- cuando deja de ser
“teoría literaria”, es decir, –resumiendo en exceso- cuando sus preocupaciones dejan de
girar sobre la literaridad.
Este paso o momento coincide –como es sabido- con la gradual retirada (aunque no siempre
completa) del “modelo lingüístico” y, por ende –y a diferencia- de los modelos semióticos,
del impulso formalista y estructuralista, y de las aspiraciones científicas de los estudios
literarios. Pero, ¿qué o quién ocupa ese vacío por la especificidad literaria? Si vemos los
autores, solo unos pocos teóricos tempranamente identificados con estas prácticas de crítica
literaria, poética, o historia literaria –desde el tardío Roland Barthes a Edwars Said- y, del
otro lado, principalmente filósofos –Derrida, Foucault, Deleuze- pero sobre todo personas
determinadas a pensar siempre una teoría fuera de sí misma: de Lacan a Butler, incluyendo a
Blanchot. Por supuesto, y aunque no es nuestro propósito agrupar pensadores tan diversos en
cualquier clase de configuración, Walter Benjamin es el personaje de una intermitente pero
larga duración y prevalencia que nos previene de olvidar esa suerte de condición filosófica
que viene a llamarse teoría.
Para introducir su teoria sobre la teoría, en 1997, el mismo Culler comenzó con dos
ejemplos de est tipo, i.e., partiendo más desde la filosofía que desde la filología: la Historia
de la sexualidad de Foucault y la deconstrucción del yo de la narrativa de Rousseau. Como
un segundo movimiento de ese giro a dominios indefinidos, Eagleton sugirió en 2012 que
también cosas como la semiótica, pos-estructuralismo, Marxismo, o psicoanálisis “han sido
desalentedas por otras preocupaciones: el postcolonialismo, la etnicidad, la sexualidad y los
estudios culturales”. Sin embargo, como fuimos recordados algunos meses atrás sobre la
solicitud de papers de esta publicación, en 2007, ambos, Culler e Eagleton nos han advertido
sobre las consecuencias de considerar la expansión posdisciplinaria de la teoría al extremo
de suprimir de la literatura como tal (el estudio teórico pero también el estudio técnico de la
literatura o –al menos- el estudio de lo que aparece en esas escrituras que llamamos
literatura con una intensidad, una densidad, y una frecuancia que no localizamos en otro tipo
de escrituras.).
Esas advrtencias señalaron que lo que podría ser subestimado o incluso perdido con la
salida de la literatura del campo de intereses teóricos era el valor crítico de la literatura. En
el prólogo a Como leer litetaratura, (2013), Eagleton comienza declarando su propósito de
recuperar “el arte de analizar las obras de la literatura”, lo que Nietzsche llamó “lectura
lenta” y que “está en riesgo de perderse sin rastro”, también da cuenta de que un libro de ese
tipo no es ajeno a los intereses de “crítico literario y político” porque “uno no puede dar
lugar a interrogantes teóricos sobre los textos literarios sin un grado de sensibilidad acerca
de su lenguaje”. En cuanto a Culler, después de considerar que después del fin de la teoría lo
que persiste en los estudios historicos, sociales y culturales sería precisamente lo literario, ha
sugerido la siguiente variant de la hipótesis de la auto-resistencia: “me parece bastante
posible que un retorno a localizar lo lierario en la literatura quizás tenga límites críticos,
desde que una de las cosas que sabemos sobre las obras literarias sobre eso es que poseen la
facultad de resistir o evadir lo que supuestamente expresan”. (2007,42, el énfasis es nuestro).
En este contexto, sugiero reconsiderar aquí algunas situaciones más o menos recientes que
presentan teorías muy diferentes sobre la literatura entre 1990 y 2010, en el contexto de los
estudios literarios latinoamericanos. Subrayaré también algunos comentarios sobre la
teorización sobre la literatura en intervenciones filosóficas recientes, como las de Agamben,
Badiou y Ranciere. Ciertas dimensiones críticas de la literatura son inválidas en el primer
caso; en el último, por otra parte, son teorizadas una vez más.
En 1998, desde las páginas de la influyente publicación Punto de vista, publicada en Buenos
Aires y editada por Beatríz Sarlo, María Teresa Gramuglio, miembro del concejo de
directores de la revista y profesora en la Universidad de Buenos Aires, señaló que:
[...] uno de los cambios más polémicos que han ocurrido en el campo de la crítica literaria
contemporánea es el que va de una concepción de la literatura como práctica potencialmente
crítica y liberadora, a una crítica de la literatura como institución de control. En otras
palabras, con la transformación actual de los estudios literarios y su creciente acercamiento
a los estudios culturales, estaríamos asistiendo no tanto o no sólo a un debilitamiento de
la exigencia de un arte y una literatura críticos, sino a una especie de juicio a la literatura
y a la crítica literaria tradicionales (y aquí por tradicionales debe entenderse sobre todo la
crítica y la literatura culta modernas o modernistas) a las que se considera en muchos casos
verdaderas encarnaciones elitistas y represivas de los dispositivos de dominación social (4

Gramuglio también dio cuenta que la actual diversidad teórica era parte de “una derivación
algo inesperada de los trabajos pioneros de Raymond Williams”. La verdad es, sin embargo,
que –al menos desde 1977, Williams –uno de los teóricos que Punto de vista y Gramuglio
misma ha estudiado y divulgado cuando en Argentina su obra era conocida tan solo por unos
pocos docentes de literatura inglesa- ha extendido los cimientos de la crítica radical de la
literatura. En Marxismo y literatura, Williams desnaturaliza e historiza las ideas modernas
de “literatura y crítica”, que describe como “formas de especialización de clase y control de
una práctica general”. En cambio, reprueba los estudios literarios marxistas por haber sido
“más afortunados, en términos ordinarios, cuando han funcionado dentro de la catergoría de
“literatura”, que quizás se han extendido o revaluado, pero nunca radicalmente interrogados
u opuestos”.
And nevertheless, it can be stated that from
Williams’ historical criticism, among other interventions, the post-theoretical and post-
disciplinary field —which coincides with the denomination “cultural studies” and gained
ground since the early 1990s— discouraged and put the critical values of literature under
serious suspicion. It could be said, in that sense, that in 1998 Gramuglio was exaggerating
but, above all, she was obliquely noting that she was doing it: that the current criticism of
literatura derived from Williams could sound “unexpected” to some ears, but not completely
—just “somewhat” unexpected. Indeed, in North American and
Como sabemos, Williams mantuvo, con alguna duda, un complejo enfoque dialéctico sobre
las obras más apreciadas clasificadas como literatura por las elites, en el cual prefirió señalar
–al mismo tiempo- sus aspectos funcionales como también sus dislocaciones y agujeros
considerando la ideología. Sus simpatías podrían relacionarse con las perspectivas de
Dickens sobre lo popular, y su objeto de investigación podría desplazarse a la cultura común
de la clase trabajadora o la televisión, pero no renunció a buscar en Austen o Joseph Conrad
configuraciones conflictivas de disconformidad a las imposiciones de dominación
naturalizadas en sujetos históricos. Sin embargo, puede declararse que desde el criticismo
histórico de Williams, entre otras intervenciones, el campo posteórico y posdiciplinar –que
coincide con la denominación de “estudios culturales” y ganó terreno en los tempranos 90-

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