Historia y ciencias sociales, historia ciencia social: estas palabras son usadas por la retórica académica. Sin embargo, fueron nuevas, y nos esforzaremos por mostrar que definen desde su origen el corazón del programa de los Annales. No plantearemos de entrada la existencia de un “paradigma” general de los Annales. Nos gustaría reflexionar sobre las condiciones prácticas del trabajo del historiador. Sin duda el nacimiento de los Annales marca en profundidad la reflexión de los historiadores, tanto sobre su disciplina como sobre su oficio. La revista se organiza alrededor de una proposición central: es urgente sacar la historia de su aislamiento disciplinario, hay que abrirla a los interrogantes y los métodos de las otras ciencias sociales. Esta reivindicación hace a la unidad del movimiento. Una evocación nos introducirá en esa más larga duración en que se inscribe la empresa de Marc Bloch y de Lucien Febvre. En 1903, el sociólogo François Simiand presenta una crítica del discurso tradicional del método histórico; allí desarrolla un programa que situaría la historia en el seno de las otras ciencias sociales de las que nada las separa ni en cuanto al proyecto ni tampoco en cuanto a los métodos. Constituye uno de los documentos del gran debate que, en Francia, enfrenta a historiadores y sociólogos. Llama la atención sobre el papel representado por la escuela francesa de sociología en la generación de Bloch y Febvre. Ese artículo de circunstancia, fechado, escrito en el corazón del combate durkheimiano, aparece como una suerte de matriz teórica. Las relaciones entre la historia y las otras ciencias sociales son definidas allí en términos que, setenta y cinco años después, todavía son admisibles, por lo menos formalmente. Simiand escribe contra una concepción de la historia que él llama “historizante”, y que nosotros adoptamos la costumbre de llamar positivista. Ninguna de las dos es satisfactoria, y sin duda fue un error aceptarlas sin tratar de identificar mejor el conjunto complejo de concepciones y prácticas agrupadas bajo tales denominaciones. En lo fundamental, la historia criticada por Simiand es la que se como medio y como fin al desarrollo del método científico y que por esta “escuela metódica” la tarea esencial es establecer hechos (metódico documental de Ranke), planteando que se trata de datos cuyo sentido esta dado de antemano. Cada uno de tales hechos, constituye una unidad suficiente, y todos vienen por sí mismos a ordenarse en el interior de un relato objetivo, una intriga – el tiempo cronológico de la evolución y del progreso – que sólo al historiador le corresponde hacer visible y segura. Para Simiand, sin embargo, las técnicas críticas de la historia de ninguna manera definen una ciencia positiva, no son mas que un “método de conocimiento”. La constitución de una verdadera ciencia social pasa por nuevas exigencias conceptuales. El hecho aislado no significa nada. Aquí, la dimensión temporal ya no ofrece el marco coercitivo de una cronología lineal sino uno en el cual se pueden estudiar variaciones y recurrencias. Así, la clasificación construida sobre hechos sociales debe desembocar en la identificación de sistemas. Los Annales sabrán encontrar en el programa de Simiand: la primacía de la historia-problema, la búsqueda de modelos, la convergencia de las ciencias del hombre, y hasta la invitación al trabajo colectivo. Y, sin embargo, ¿de donde viene ese manifiesto que propone de manera tan clamorosa replantearse la investigación de las ciencias sociales? De un sociólogo durkheimiano, por lo tanto, representante de la práctica científica nueva, conquistadora, pero arrinconad – y por mucho tiempo todavía – en la marginalidad universitaria y social. En el cambio de siglo, la sociología sólo está débilmente insertada en el sistema académico francés, pero tiene el dinamismo de las empresas nuevas. Con los historiadores, los sociólogos mantienen relaciones ambiguas de solidaridad y rivalidad: a menudo tienen orígenes universitarios, intelectuales y políticos comunes, y, desde el comienzo, la historia ocupa un lugar preferente en las críticas bibliográficas. Pero la sociología todavía muy minoritaria, frente a las otras ciencias del hombre reivindica un status preeminente y un derecho de control conceptual cuyo ejemplo y tono esta perfectamente ejemplificado en la polémica de 1903. Sin duda, no es indiferente que sea desde la perisferia del sistema universitario donde se proclame la necesidad de lograr la unidad de las ciencias sociales, proposición tras la cual pronto se denunciará un imperialismo sociológico. A la historia se le atribuye un lugar específico en el nuevo dispositivo de la ciencia social. A la historia se le asigna además el papel de un banco de pruebas empírico para verificar hipótesis forjadas fuera de ella. Ocurre que la dimensión temporal, propone la única posibilidad de experimentación a ciencias que, estudian hechos que no son reproducibles; por lo menos en el sentido en que lo entienden las ciencias exactas. Por lo tanto, a la historia le asignan un doble papel: el de una aproximación a lo social entre las otras, mas particularmente encargada de dar cuenta de los fenómenos pasados; y el más específico de una ciencia social experimental de las demás ciencias sociales. Su posición es importante pero no central. En 1929 surge de la producción de Bloch y Febvre los Annales en Francia. La revista llevaba el nombre de “historia económica y social”. Lo que pronto va a predominar es lo social. Primero porque no existe una historia económica y social. Existe la historia en su unidad, como lo recordará Febvre en 1933. Luego, y quizás, sobre todo, porque lo social está hecho a la medida de las ambiciones ecuménicas y unificadoras de la empresa. Inéditos todavía en las publicaciones históricas, también se encontraban los programas de investigaciones colectivas que reúnen competencias e intereses pluridisciplinarios. Las múltiples aproximaciones de lo social, las mas veces inspiradas por cuestiones del presente (sociología), se hallan en el corazón de la renovación historiográfica de los años treinta. Las relaciones bosquejadas entre la historia y las ciencias sociales parecen ubicarse cómodamente en el proyecto que propone Simiand una generación antes. La apertura disciplinaria que predican y se esfuerzan por ilustrar en la revista no se identifica exactamente, ni en sus intensiones ni en su ejecución, con el modelo durkheimiano. Pronto se comprende lo que conservan y lo que rechazan de este modelo. Lo que conservan: la voluntad de una mejor eficacia intelectual a través del incesante cuestionamiento de las nociones admitidas. En el momento en que se dispone a convertirse en depositaria de lo social – como en el siglo XIX había sido de lo nacional -, la historia sintomáticamente encuentra los acentos y la imaginería románticas: su unidad es la de la vida. Febvre y Bloch tenían un dinamismo unificador, que muy pronto sitúa a la historia en el centro de las ciencias del hombre. Vocación unificadora de la historia. Una vigilancia crítica incesante, una retorica combativa no impiden que los Annales se conviertan en un lugar hospitalario. La aprehensión del hecho social se prohíbe toda exclusión. Aquí, la (relativa) dominante “económica y social” de los primeros años de la revista no debe inducir a error: lo económico es privilegiado ante todo porque su estudio, hasta entonces había sido demasiado descuidado; luego y principalmente porque en él las relaciones sociales son mas densas y visibles que en otras partes; pero en ningún caso representa el papel de una instancia que determine el conjunto de los funcionarios sociales, en el sentido en que lo entiende el análisis marxista, con el cual Bloch y Febvre desde los Annales mantienen relaciones reservadas y a menudo francamente críticas. Las razones de su desconfianza fueron varias veces explicitadas, aunque nunca hayan sido expuestas de manera sistemática. Estas radican en la desconfianza instintiva hacia toda construcción teórica que correría el riesgo de volverse coercitiva. Ellas remiten a una aproximación a lo social que es globalizante en su proyecto, pero fundamentalmente empírica en su desarrollo. Porque lo social jamás es objeto de una conceptualización sistemática articulada; mas bien, es el sitio de un inventario, siempre abierto de los fenómenos. (hacen hincapié en lo social como un fenómeno complejo) La tarea de las ciencias del hombre es hacer comprender lo social, no por simplificación o abstracción, sino, por el contrario, complejizándolo, enriqueciéndolo de significaciones alumbradas por la madeja indefinida de las relaciones. Sin duda, hay que distinguir, clasificar, pero sin agrupar los fenómenos. Annales se explica tanto por una aptitud para la innovación como por el prestigio de una actitud metodológica nueva. Pero la sociología académica de Francia en el período de entre las dos guerras, también, ayuda a comprender el éxito de la empresa. Los Annales no son el primer intento de organizar as ciencias sociales alrededor de la historia. Alrededor de la Revue de Synthese historique, del Centro internacional de síntesis, Henri Berr había intentado la constitucipon de una red de la que formaban parte Bloch y Febvre. La Síntesis, sin embargo, se situaba al margen de las instituciones universitarias, y siempre le faltó legitimidad académica. Que, por el contrario, de entrada, es una conquista de los Annales. Entre las ciencias sociales, la historia se beneficia con un status favorecido. La sociología atraviesa entonces un largo purgatorio. Los jóvenes durkheimianos fueron dispersados por la guerra; el jede de la escuela desapareció y, con él, el proyecto sistemático cuyos espíritu y estilo no sabrá (o no querrá) recuperar el segundo Année sociologique. Con la psicología, la sociología permanece vinculada a la enseñanza filosófica en las facultades de letras. La historia aprovecha el prestigio tradicional de las disciplinas clásicas. Posee numerosas cátedras, ofrece carreras, rentabiliza competencias intelectuales y dispone de una legitimidad científica y simbólica mucho más fuerte. En este dispositivo universitario viene a deslizarse la innovación historiográfica de los Annales. Esto es lo que explica la conformación muy particular del campo de las ciencias sociales en Francia: por lo menos, durante treinta años, éste se organiza en torno a la historia. La enseñanza y la investigación en ciencias sociales se concentraron mas fuertemente en Francia en el periodo inmediatamente posterior a la guerra alrededor de un núcleo de historiadores. Remodelado, el imperialismo de los historiadores dominó las ciencias sociales en Francia de manera casi indiscutida durante por lo menos una generación. En el mismo tiempo, otras disciplinas, se redefinieron con relación a la historia, y a veces en contra de ella. A comienzos del siglo XX, algunos sociólogos, en nombre de una concepción unificada, integrada, de las ciencias sociales, proponen un programa de unificación. Treinta años más tarde es retomado y desviado desde el interior por un grupo de historiadores universitarios en una revista, primero marginal y luego progresivamente reconocida. El programa inicial -el de los durkheimianos – resulta bastante deformado. Ni en sus modalidades ni en sus fines evoca la construcción voluntarista y casi transparente anunciada por Simiand en 1903. Nunca adopta la figura de la integración, ni siquiera de una reorganización disciplinaria. Esta minoridad demasiada prolongada de las ciencias sociales, por otra parte, estuvo a puto de costar un alto precio a la historia todavía reinante a comienzos de los años sesenta. Un texto de Fernand Braudel da la medida del debate incluso antes de que se haya entablado verdaderamente. Se trata del artículo clásico sobre “La larga duración”, publicado en los Annales en 1958, el mismo año que apareció Antropología estructural de Claude Lévi-Strauss. Sobre todo se destacó y discutió la sistematización del análisis diferencial de las temporalidades. El texto de Braudel se abre con la verificación de una “crisis general de las ciencias del hombre” y tentadas por el repliegue sobre sí mismas en nombre de su respectiva especificidad. Detrás del cuadro corre la nostalgia de una unidad que los durkheimianos habían identificado con el método sociológico y que los Annales de Febvre y Bloch habían deseado realizar alrededor de una historia sin fronteras. Sin embargo, treinta años después, ¿qué lugar propone la historia? Aquí la exigencia de una perspectiva histórica en toda interrogación sobre lo social es evocada con fuerza: sin duda, la historia conserva su vocación unificadora de que estaba investida, aunque ya no sea la única que ofrece un “lenguaje común” a la comunidad de especialistas. Pero ¿Cómo no sentir que el tono ha cambiado, y cómo no presentir que está operando una reorganización del campo científico? Así los Annales proponen una revisión necesaria, que tal vez en un principio se habría descuidado en el interior de la disciplina histórica. Por lo tanto, se ha abierto una crisis. La historiografía asociada a los Annales salió al paso de esas evoluciones, privilegiando el estudio de los sistemas respecto de l estudio del cambio. Significativamente, los que se arriesgaron en esto fueron a buscar a otra parte sus modelos de análisis, por el lado de Marx, o en un Malthus. Esta orientación funcionalista hace comprender que la historia como disciplina, en un principio, superó no demasiado mal la crisis de los años sesenta. Es lo que ilustran el desarrollo de la antropología histórica o una arqueología de sistemas de pensamiento cuyo iniciador fue Michel Foucault. Pero estos elementos de continuidad – de conciliación – no deben ocultar discontinuidades esenciales. Remite a una organización del campo de las ciencias sociales en su totalidad. En la definición de los paradigmas dos puntos se hallan en el centro del debate: la misma unidad de ese campo, por un lado, y las modalidades del trabajo interdisciplinario por el otro. El problema de la interdisciplinariedad es la existencia de un modelo unificado para todas las ciencias sociales. Una generación mas tarde, el modelo ha cambiado. Alrededor de 1930 y durante 30 años (1960) el campo de las ciencias sociales se había organizado en Francia alrededor de la historia. Pero aquí lo que más importa es que el referente fundamental no es ya un modelo sino un objeto: el hombre. El objeto aprehendido por las diversas prácticas científicas, objeto supuestamente común y sobre el cual se funda la posibilidad de una investigación colectiva. El modelo del intercambio y de la circulación interdisciplinarias deja de ser el de una normatividad metodológica para convertirse en el del préstamo, préstamo conceptual y fáctico. Las prácticas científicas ya no tienen que alinearse unas sobre otras, sino que deben capitalizar un fondo común. La supuesta unidad del hombre permite esperar una reconciliación general. La historia ofrece el más amplio campo de experimentación a la comparación y la importación conceptual, al mismo tiempo que el discurso científico menos codificado, y, el más acogedor. Braudel en 1958: “la historia – acaso la menos estructurada de las ciencias del hombre – acepta todas las lecciones de su vecindad, y se esfuerza por que tengan eco”. Esta constelación se disuelve, bajo nuestra mirada en los años 80. El campo de investigación en ciencias sociales se fragmenta, se desintegra. El hombre, figura central del dispositivo, deja de ser el referente fundador para convertirse en el objeto transitorio de una disposición particular del discurso científico. Es significativo que en la obra devastadora de Foucault, Las palabras y as cosas, ocupe un lugar emblemático: publicado en 1966, el libro propone precisamente una arqueología (una deconstrucción) de las ciencias humanas. Pero, perdido por el lado de su objeto, la unidad de las ciencias sociales tampoco será encontrada ya por el lado de un improbable método general del que, en el mismo momento, nos recuerdan que precisamente carecería de objeto. La hipótesis de una unidad global fuera reemplaza por la constitución de unidades parciales, definidas por procedimientos científicos, o sea, por un trabajo. En adelante no se trata tanto de reconciliar aproximaciones en una aproximación única, quizás lo que ocurre es que ha comenzado un verdadero trabajo interdisciplinario. Bien podría ser que hayamos empezado a asistir a una reorganización donde las viejas circunscripciones serán reemplazadas por campos definidos por prácticas. La exigencia de una práctica más local, pero que se esforzará por experimentar de manera más explícita los procedimientos científicos a los que recurre, ¿cuestiona la perspectiva de una historia global, tan esencial para las dos primeras generaciones de los Annales? La reivindicación de una historia global traducía al mismo tiempo un rechazo y una convicción. El rechazo era el de la división demasiada estricta entre los saberes y las competencias disciplinarias. La convicción afirmaba que entre las aproximaciones de lo social debían existir una coherencia y una convergencia, u que la integración de las ciencias sociales era posible, y por tanto necesaria. Dede hace cincuenta años, estas opciones son la originalidad de los Annales; pero tuvieron consecuencias. El historiador ya era geógrafo, economista, demógrafo, antropólogo, a veces lingüista, otras naturalistas. En su investigación importaba nociones, hipótesis, elementos inéditos de comparación. ¿Es esto suficiente para definir una “historia global”? Más bien, da la impresión de haber procedido por yuxtaposición de aproximaciones diversificadas en el interior de un trabajo cuya definición no era cuestionada. Todo recurre como si el programa de historia global no ofreciera más que un marco neutro para la adición de historias particulares. Sin embargo, la inversión metodológica no dejó de recargarse, las técnicas de análisis y de tratamiento de datos se hicieron mas complejas, hasta bosquejar nuevas especialidades. Al reducir el campo de esas historias sectoriales llegaron a resultados por lo menos verificables, como por ejemplo la demografía histórica, o ciertas formas de historia económica. Pero esas tentativas, no progresaron sino especificando su objeto y limitando sus ambiciones. Su misma articulación con la disciplina madre – cuyo objeto sigue sin estar definido – ya es problemática. Esta fragmentación del campo histórico es alarmante en la medida en que manifiesta la tentación de un repliegue sobre sí. La unidad de las ciencias sociales no resulta tan evidente como podía serlo hace veinte años. Pero una vez más, lo que parece perdido en el nivel del programa tal vez esté en vías de ser reconquistado en el trabajo efectivo. En el análisis de los hechos sociales, la interdisciplinariedad deja de ser invocada como la panacea universal para ser experimentada localmente. Desde la historia, hacia las ciencias sociales (historia global) paso a ser desde la historia hacia la historia (distintas historias como demografía histórica, historias económicas, etc.)