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François Viète
Leonhard Euler
(Basilea, Suiza, 1707 - San Petersburgo, 1783)
Matemático suizo. Las facultades que desde temprana
edad demostró para las matemáticas pronto le ganaron
la estima del patriarca de los Bernoulli, Johann, uno de
los más eminentes matemáticos de su tiempo y profesor
de Euler en la Universidad de Basilea.
Leonhard Euler
En el terreno del álgebra obtuvo así mismo resultados destacados, como el de la reducción de
una ecuación cúbica a una bicuadrada y el de la determinación de la constante que lleva su
nombre. A lo largo de sus innumerables obras, tratados y publicaciones introdujo gran número
de nuevas técnicas y contribuyó sustancialmente a la moderna notación matemática de
conceptos como función, suma de los divisores de un número y expresión del número
imaginario raíz de menos uno. También se ocupó de la teoría de números, campo en el cual
su mayor aportación fue la ley de la reciprocidad cuadrática, enunciada en 1783.
A raíz de ciertas tensiones con su patrón Federico el Grande, regresó nuevamente a Rusia en
1766, donde al poco de llegar perdió la visión del otro ojo. A pesar de ello, su memoria
privilegiada y su prodigiosa capacidad para el tratamiento computacional de los problemas le
permitieron continuar su actividad científica; así, entre 1768 y 1772 escribió sus Lettres à une
princesse d'Allemagne, en las que expuso concisa y claramente los principios básicos de la
mecánica, la óptica, la acústica y la astrofísica de su tiempo.
Su fama como matemático creció considerablemente ese mismo año, cuando fue capaz de
predecir con exactitud el comportamiento orbital del asteroide Ceres, avistado por primera
vez pocos meses antes, para lo cual empleó el método de los mínimos cuadrados, desarrollado
por él mismo en 1794 y aún hoy día la base computacional de modernas herramientas de
estimación astronómica.
Omar Khayyam
(Omar Jayyam o Khayyam; Nishapur, actual Irán, 1048
- id., 1131) Poeta, matemático y astrónomo persa. Se
educó en las ciencias en su nativa Nishapur y en Balkh.
Posteriormente se instaló en Samarcanda, donde
completó un importante tratado de álgebra. Bajo los
auspicios del sultán de Seljuq, Malik-Shah, realizó
observaciones astronómicas para la reforma del
calendario, además de dirigir la construcción del
observatorio de la ciudad de Isfahán. De nuevo en
Nishapur, tras peregrinar a la Meca, se dedicó a la
enseñanza y a la astrología. La fama de Khayyam en
Occidente se debe fundamentalmente a una colección de
cuartetos, los Rubaiyat, cuya autoría se le atribuye y que fueron versionados en 1859 por el
poeta británico Edward Fitzgerald.
Si en Occidente Omar Khayyam tan sólo es conocido como poeta, Oriente, en cambio, lo
conoció casi exclusivamente durante toda la Edad Media como astrónomo, matemático y
filósofo; en el ámbito de las matemáticas estudió las ecuaciones cúbicas proporcionando una
solución geométrica para algunas de ellas, e intentó clasificar ecuaciones de diversos grados
según el número de términos que aquéllas contuvieran. Sólo a partir de mediados del siglo
XIX, desde que la traducción de Edward Fitzgerald de los Rubaiyat dio celebridad a su nombre
en Europa y en América, empezó también a ser estudiado y admirado como poeta por el
Oriente persa y árabe.
Pocos hechos de su vida se encuentran atestiguados históricamente. Nació en Nishapur en
año impreciso, alrededor de 1050. El nombre entero que se da en su Álgebra es Omar ibn
Ibrahim al-Khayyami, de la que fue extraída la forma que él mismo usa en sus cuartetos como
nombre poético: Khayyam (en árabe "fabricante de tiendas"). La noticia de su amistad de
adolescente con el futuro ministro seleúcida Nizam al-Mulk y con el futuro jefe de los asesinos
Hasan ibn as-Sabbah suscita serias dificultades de cronología. Pero es indudable que, en 1047,
el todavía joven científico fue invitado por el sultán Malik-Shah, juntamente con otros dos
eruditos, a preparar una reforma del calendario persa, que terminó con la fijación de una
nueva era, la era Gialali, denominación que procede del sobrenombre del sultán.
Rubaiyat no es el nombre de una obra sino de una forma métrica (en singular, "rubai", que
puede traducirse como "cuarteto"). Tal estrofa, formada por cuatro versos con el esquema de
rima A-A-B-A, era extraña a la poesía árabe clásica, y fue usada sobre todo en la persa. Se
encuentran cuartetos designados con el vocablo árabe "rubaiyat" desde los comienzos de la
lírica persa, en el siglo X; los vemos después atribuidos a muchísimos poetas, y aun a hombres
de ciencia, como Avicena; entre los más insignes sobresalen los poetas místicos Abu Saìd de
Mehne (968-1049) y su contemporáneo Baba Tahir de Hamadàn. Pero los Rubaiyat por
antonomasia son los atribuidos a Omar Khayyam.
Arquímedes
(Siracusa, actual Italia, h. 287 a.C. - id., 212 a.C.)
Matemático griego. Los grandes progresos de las
matemáticas y la astronomía del helenismo son
deudores, en buena medida, de los avances científicos
anteriores y del legado del saber oriental, pero también
de las nuevas oportunidades que brindaba el mundo
helenístico. En los inicios de la época helenística se sitúa
Euclides, quien legó a la posteridad una prolífica obra de
síntesis de los conocimientos de su tiempo que
afortunadamente se conservó casi íntegra y se convirtió
en un referente casi indispensable hasta la Edad
Contemporánea.
Arquímedes
Pero el más célebre y prestigioso matemático fue Arquímedes. Sus escritos, de los que se han
conservado una decena, son prueba elocuente del carácter polifacético de su saber científico.
Hijo del astrónomo Fidias, quien probablemente le introdujo en las matemáticas, aprendió de
su padre los elementos de aquella disciplina en la que estaba destinado a superar a todos los
matemáticos antiguos, hasta el punto de aparecer como prodigioso, "divino", incluso para los
fundadores de la ciencia moderna. Sus estudios se perfeccionaron en aquel gran centro de la
cultura helenística que era la Alejandría de los Tolomeos, en donde Arquímedes fue, hacia el
año 243 a.C., discípulo del astrónomo y matemático Conón de Samos, por el que siempre
tuvo respeto y admiración.
Allí, después de aprender la no despreciable cultura matemática de la escuela (hacía poco que
había muerto el gran Euclides), estrechó relaciones de amistad con otros grandes
matemáticos, entre los cuales figuraba Eratóstenes, con el que mantuvo siempre
correspondencia, incluso después de su regreso a Sicilia. A Eratóstenes dedicó Arquímedes
su Método, en el que expuso su genial aplicación de la mecánica a la geometría, en la que
«pesaba» imaginariamente áreas y volúmenes desconocidos para determinar su valor.
Regresó luego a Siracusa, donde se dedicó de lleno al trabajo científico.
Al parecer, más tarde volvió a Egipto durante algún tiempo como "ingeniero" de Tolomeo, y
diseñó allí su primer gran invento, la "coclea", una especie de máquina que servía para elevar
las aguas y regar de este modo regiones a las que no llegaba la inundación del Nilo. Pero su
actividad madura de científico se desenvolvió por completo en Siracusa, donde gozaba del
favor del tirano Hierón II. Allí alternó inventos mecánicos con estudios de mecánica teórica y
de altas matemáticas, imprimiendo siempre en ellos su espíritu característico, maravillosa
fusión de atrevimiento intuitivo y de rigor metódico.
Sus inventos mecánicos son muchos, y más aún los que le atribuyó la leyenda (entre estos
últimos debemos rechazar el de los espejos ustorios, inmensos espejos con los que habría
incendiado la flota romana que sitiaba Siracusa); pero son históricas, además de la "coclea",
numerosas máquinas de guerra destinadas a la defensa militar de la ciudad, así como una
"esfera", grande e ingenioso planetario mecánico que, tras la toma de Siracusa, fue llevado a
Roma como botín de guerra, y allí lo vieron todavía Cicerón y quizás Ovidio.
La biografía de Arquímedes está más poblada de anécdotas sabrosas que de hechos como los
anteriormente relatados. En torno a él tejieron la trama de una figura legendaria primero sus
conciudadanos y los romanos, después los escritores antiguos y por último los árabes;
ya Plutarco atribuyó una «inteligencia sobrehumana» a este gran matemático e ingeniero.
La más divulgada de estas anécdotas la relata Vitruvio y se refiere al método que utilizó para
comprobar si existió fraude en la confección de una corona de oro encargada por Hierón II,
tirano de Siracusa y protector de Arquímedes, y quizás incluso pariente suyo. Se cuenta que
el tirano, sospechando que el joyero le había engañado poniendo plata en el interior de la
corona, pidió a Arquímedes que determinase los metales de que estaba compuesta sin
romperla.
Arquímedes meditó largo tiempo en el difícil problema, hasta que un día, hallándose en un
establecimiento de baños, advirtió que el agua se desbordaba de la bañera a medida que se
iba introduciendo en ella. Esta observación le inspiró la idea que le permitió resolver la
cuestión que le planteó el tirano: si sumergía la corona en un recipiente lleno hasta el borde
y medía el agua que se desbordaba, conocería su volumen; luego podría comparar el volumen
de la corona con el volumen de un objeto de oro del mismo peso y comprobar si eran iguales.
Se cuenta que, impulsado por la alegría, Arquímedes corrió desnudo por las calles de Siracusa
hacia su casa gritando «Eureka! Eureka!», es decir, «¡Lo encontré! ¡Lo encontré!».
La idea de Arquímedes está reflejada en una de las proposiciones iniciales de su obra Sobre los
cuerpos flotantes, pionera de la hidrostática, que sería estudiada cuidadosamente por los
fundadores de la ciencia moderna, entre ellos Galileo. Corresponde al famoso principio de
Arquímedes (todo cuerpo sumergido en un líquido experimenta un empuje hacia arriba igual
al peso del volumen de agua que desaloja), y, como allí se explica, haciendo uso de él es
posible calcular la ley de una aleación, lo cual le permitió descubrir que el orfebre había
cometido fraude.
Según otra anécdota famosa, recogida entre otros por Plutarco, Arquímedes se hallaba tan
entusiasmado por la potencia que conseguía obtener con sus máquinas, capaces de levantar
grandes pesos con esfuerzo relativamente pequeño, que aseguró al tirano que, si le daban un
punto de apoyo, conseguiría mover la Tierra; se cree que, exhortado por el rey a que pusiera
en práctica su aseveración, logró sin esfuerzo aparente, mediante un complicado sistema de
poleas, poner en movimiento un navío de tres mástiles con su carga.