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Es bueno aclarar que esta actitud no significa ser sumiso. La actitud pasiva se refiere a
mantener hasta donde sea posible opciones físicamente no violentas. Esta es la postura
de “la mejor pelea es la que no sucede… Pero si sucede te voy a dar con todo”.
Para aquellos que consideran esta actitud demasiado “mansa”, es bueno aclarar que para
usar la defensa pasiva se requiere de sangre fría, inteligencia, un excelente manejo del
Ciclo OODA (Observar, Orientar, Decidir, Actuar) conocimiento de la conducta
humana – sobre todo de la violenta y cuáles son sus señales- capacidad de anticipar el
desenlace, improvisar y además resolver varias cosas a la vez, como un posible plan B
si las cosas salen mal.
Técnicamente hablando la defensa pasiva es quizás una de las más elaboradas ya que
consiste en esperar – y a veces provocar – el ataque del agresor. De hecho, la mayoría
de las tendencias clásicas de la defensa personal basan su arsenal en técnicas reactivas
ante distintos ataques.
El principio táctico de esta opción es simple y se basa en un principio de física: una vez
que inicia el ataque el agresor es incapaz de detener o modificar la acción hasta que
llega a su final. Si la acción se intercepta (bloquea o desvía) y luego se inicia un
contraataque, el defensor puede llevar al atacante al colapso.
La actitud agresiva se basa en un criterio muy simple: “quien pega primero pega dos
veces”.
Al contrario del pasivo, el agresivo ataca primero con el fin de no permitir al otro
asentarse en su territorio. Pero al igual que no debe confundirse pasivo con sumiso,
tampoco debe pensarse que agresivo es ser “volao”.
A primera vista pareciera que atacar primero no requiere el mismo grado de destreza
técnica que se necesita para reacciona a un ataque. Esto no necesariamente es cierto ya
que quien la ejecuta debe ser capaz de lograr un ataque con suficiente fuerza como para
dañar al otro. Los factores de éxito: fuerza, velocidad, potencia, una excelente mecánica
corporal y destreza técnica para atacar cómo y donde se debe sin telegrafiar las
intenciones.
Al ejercer una defensa agresiva se aprovecha el factor sorpresa, una de las pocas
ventajas de que dispone el defensor.
La reacción inesperada crea un colapso momentáneo (llamado “reboot mental”)
que facilita al defensor huir o desenfundar un arma.
Al retomar la iniciativa existe mayor poder de influencia en el desenlace.
Atacar primero sorprende y apabulla al agresor, lo que lo hace dudar por unos
instantes. Y la duda hace que la gente se muera.
Atacar primero abre la posibilidad de resolver la situación más rápido, acortando
el tiempo de permanencia en el escenario de riesgo.
Técnicamente hablando nos transforma en actores preactivos en la solución
rápida del conflicto, no en seres reactivos.
La mentalidad de “Atacar al Atacante” crea el instinto necesario para sobrevivir
a una situación de violencia real.
A pesar de que lo más sensato es evitar la violencia muchas veces no está en
nuestras manos lograrlo. Cuando se está frente a un delincuente con rasgos
sociopáticos graves, una persona drogada o bajo efectos de alcohol o
simplemente alguien suficientemente motivado a dañarnos, la defensa agresiva
puede ser la diferencia. Pensar que “siempre” podemos resolver por las buenas
es ingenuo y peligroso.
Sus detractores: