Sunteți pe pagina 1din 6

TEMA 13 EL DERECHO DE LA U.

E Y EL DERECHO NACIONAL
1-LOS PRINCIPIOS INSPIRADORES DEL MODELO DE RELACIÓN Y APLICACIÓN DEL DERECHO DE LA
UNION EUROPEA: AUTONOMÍA, PRIMACÍA, EFECTO DIRECTO Y RESPONSABILIDAD POR
INCUMPLIMIENTO

El ordenamiento jurídico de la Unión Europea está en permanente evolución, dado que se ha ido
construyendo de forma progresiva, por los sucesivos Tratados, por la práctica de las Instituciones,
por la jurisprudencia del Tribunal de Justicia y por las aportaciones de la doctrina. Por esta causa el
sistema de fuentes comunitario es tan peculiar que incluso adolece de una clara jerarquía normativa
interna, salvo por lo que se refiere a la posición jerárquicamente superior que el Derecho originario
mantiene respecto al Derecho derivado. Las relaciones entre el ordenamiento de la Unión Europea
(el Derecho de la UE y sus Instituciones) y los ordenamientos de los Estados miembros se articulan,
principalmente, a través de tres principios: el principio de primacía del Derecho de la Unión, la
eficacia directa del Derecho de la Unión y la responsabilidad del Estado por incumplimiento. Estos
principios se caracterizan por tener un origen jurisprudencial, es decir, que han sido establecidos por
las sucesivas sentencias del Tribunal de Justicia, ninguno de estos principios está consagrado en los
Tratados originarios, y sólo el principio de responsabilidad por incumplimiento del Derecho
Comunitario se recoge más tarde en el Tratado de Maastricht

PRINCIPIO DE AUTONOMÍA DEL DERECHO DE LA UNIÓN EUROPEA

El principio de autonomía del Derecho comunitario fue proclamado por el Tribunal de Justicia en su
sentencia Costa-Enel de 1964.
Se predica tal autonomía, en primer lugar, respecto del Derecho internacional. Si bien, el Derecho
comunitario debe su nacimiento a los Tratados, que son normas de Derecho internacional, y regula
también relaciones entre Estados, lo cierto es que los Tratados y los actos de las instituciones de la
Unión desbordan ampliamente el marco internacional clásico de las relaciones interestatales, por
ejemplo al incorporar como destinatarios de sus normas no solo a los Estados, sino tb a los
ciudadanos de los Estados miembros y al vincular de modo directo e inmediato a todos los poderes
públicos de los Estados.
La autonomía del Derecho comunitario se predica tb especialmente frente al Derecho interno de los
Estados. El TJCE, en su sentencia Van Gend en Loos, consideró al Derecho comunitario
“independiente de la legislación de los Estados miembros”; y en la sentencia Internacionales
Handelgesselschaft rechazó “recurrir a reglas o nociones jurídicas de Derecho nacional para la
apreciación de la validez de los actos adoptados por las Instituciones de la Comunidad”, pues el
Derecho derivado nace de “una fuente autónoma”.
Esta autonomía significa que el Derecho comunitario NO se somete a los principios, NI a los modos
de producción normativa, NI a los límites establecidos en las Constituciones de los Estados miembros;
su validez y su eficacia NO depende de disposiciones o decisiones nacionales. Las instituciones
ejercen las competencias que les han sido atribuidas conforme a lo predispuesto en los Tratados: se
deben atener a los procedimientos de producción normativa establecidos en cada caso por el
Derecho comunitario y procurar la consecución de los objetivos fijados en las mismas, sin atender a
las especificidades constitucionales de los Estados miembros.

Por otro lado puede decirse que el Derecho de la Unión Europea es un ordenamiento jurídico
autónomo, esto es: “un conjunto organizado y estructurado de normas jurídicas que posee sus
propias fuentes, está dotado de órganos y procedimientos aptos para emitirlas e interpretarlas a la
vez que hacerlas confirmar y sancionar en caso de violación de las mismas”. Por otra parte el
ordenamiento de la UE es un ordenamiento que se integra en los Derechos de los Estados miembros,
sin perder su condición de Derecho de la Unión. De modo que ambos ordenamientos quedan
fusionados, en tanto que el ordenamiento de la Unión Europea, común a todos los Estados miembros,
se aplica conjuntamente con el ordenamiento estatal en cada uno de los Estados.

EL PRINCIPIO DE PRIMACÍA

El principio de primacía, introducido a partir de 1964 por el Tribunal de Justicia, determina la


prevalencia de la norma comunitaria sobre la nacional siempre y cuando aquélla se encuentre dentro
de su esfera de competencia.
El Tribunal de Justicia menciona la primacía en su sentencia Costa-Enel. En el supuesto de
contraposición entre una norma comunitaria y otra nacional, el juez ha de aplicar aquélla en
detrimento de ésta.
El Tribunal apoya la primacía sobre 4 argumentos:
1-" La naturaleza y características específicas de las Comunidades Europeas y de su ordenamiento. Si
no se diera la primacía, razona el Tribunal, “las obligaciones contraídas en el Tratado constitutivo de
la Comunidad NO podrían ser incondicionales, SINO sólo eventuales”. Su cumplimiento, en efecto,
dependería del contenido de las leyes estatales.
2- " El carácter obligatorio de las normas de Derecho derivado, expresamente previsto en el art. 249
TCE.
3-" El compromiso de cooperación leal en el cumplimiento de los Tratados y del Derecho derivado,
aceptado expresamente por todos los Estados miembros.
4- " Los Estados miembros han aceptado que los Tratados y el Derecho derivado se apliquen sin
discriminación basada en la nacionalidad de los particulares (art. 12 TCE). El Derecho comunitario no
podría existir si se admitiese que cada Estado miembro pudiera, en razón de sus intereses, derogarlo
o modificarlo unilateralmente.

El Tribunal de Justicia ha precisado el modo de funcionamiento de tal primacía:


La norma comunitaria hace “inaplicable de pleno derecho, desde su entrada en vigor, toda
disposición contraria de la legislación nacional” que esté en vigor.
La vigencia de la norma comunitaria “impide la formación válida de nuevos actos legislativos
nacionales en la medida en que fueran incompatibles con las normas comunitarias”.
Ya sea la norma interna anterior o posterior a la comunitaria, el órgano judicial NO debe esperar a
que la norma interna incompatible con ella sea derogada, NI debe plantear la cuestión de
constitucionalidad. El juez del litigio concreto puede y debe excluir la norma interna y aplicar la
comunitaria.

La primacía NO supone, pues, una relación jerárquica entre ambos ordenamientos, ya que no
conlleva la invalidez o derogación de la norma nacional que contradiga a la comunitaria. Simplemente
hace que las normas internas no se apliquen en el supuesto de ser incompatibles con las
comunitarias; éstas prevalecen sobre las leyes del Estado existentes, y no pueden ser desplazadas
por leyes internas posteriores.

Ante un conflicto entre una norma comunitaria y una interna, el Tribunal Supremo español reconoce
ya en 1990 la primacía del Derecho comunitario: “Las normas anteriores que se opongan al Derecho
comunitario deberán entenderse derogadas, y las posteriores contrarias habrán de reputarse
inconstitucionales por incompetencia, pero NO será exigible que el juez ordinario plantee la cuestión
de inconstitucionalidad”. Una STC 1991 confirma la facultad de los jueces y tribunales españoles para
inaplicar las disposiciones legales contrarias al Derecho comunitario. A fin de reforzar la vinculación
del juez ordinario al Derecho comunitario, se ha considerado que las resoluciones judiciales que no
apliquen correctamente el Derecho comunitario deberían ser susceptibles de recurso de amparo. El
Tribunal Constitucional, sin embargo, niega en principio su competencia para imponer la aplicación
del Derecho comunitario.

La primacía plantea dudas peculiares cuando se pretende hacer valer frente al Derecho
constitucional nacional. El problema se plantea cuando los actos del Derecho comunitario no se
ajustan a los parámetros generales de control del poder público establecidos en las Constituciones,
en particular a la garantía de los derechos fundamentales.

PRINCIPIO DE EFECTO DIRECTO

Este principio supone que mientras que las normas internacionales necesitan, para tener eficacia en
el ordenamiento jurídico interno, un acto formal de recepción por parte de los Estados, la legislación
europea es directamente aplicable a los ciudadanos a partir del momento en que se perfecciona el
procedimiento legislativo en la Comunidad.

El principio del efecto directo del Derecho Comunitario lo introdujo el Tribunal de Justicia a partir de
1963: al exponer que "toda norma comunitaria dirigida al ciudadano debe aplicarse directamente,
sin que se pueda existir ningún tipo de mediación o acto de incorporación por parte del Estado
miembro; las prescripciones del Derecho comunitario deben desplegar plena eficacia en todos los
Estados miembros desde el momento de su entrada en vigor." La consecuencia es la creación
inmediata de derechos individuales para los particulares, que deben ser tutelados por los tribunales
estatales. La caracterización supranacional del Derecho comunitario viene dada precisamente por
esta nota esencial.
En cualquier caso, la propia sentencia Van Gend en Loos formula varios requisitos para que tal efecto
directo se pueda producir:* La norma comunitaria ha de ser “clara y precisa”, en el sentido de que
funde una obligación concreta en términos inequívocos, desprovista de ambigüedades. *Su mandato
ha de resultar jurídicamente perfecto o completo, sin precisar de medidas complementarias de
aplicación o, en su caso, sin dejar márgenes de apreciación discrecional a las autoridades públicas o
a las Instituciones comunitarias que deban aplicarlas. El TJCE reconoció posteriormente la
aplicabilidad directa de otras disposiciones del Tratado: la libre circulación, la libertad de
establecimiento, la libre prestación de servicios, libre circulación de mercancías, el principio de la
igualdad de salarios entre hombres y mujeres, la prohibición general de discriminación o la libertad
de competencia .

El efecto directo comienza, pues, predicándose del Derecho originario. Los Tratados, por lo general,
contienen normas que necesitan de ulterior desarrollo. Sin embargo, el Tribunal de Justicia ha
declarado que ciertos preceptos de los Tratados contienen normas directamente aplicables sin
necesidad de esperar a dicho desarrollo, sea porque dan origen a derechos que pueden ser ejercidos
directamente por los ciudadanos, sea porque imponen obligaciones que deben ser cumplidas
también directamente por los Estados.
Posteriormente se aplica el efecto directo también al Derecho derivado. Los Reglamentos y las
decisiones destinadas a individuos son directamente aplicables. Las directivas, por el contrario,
requieren una ulterior norma de incorporación estatal como requisito sine qua non para su eficacia.
Sin embargo, la doctrina y el propio Tribunal de Justicia se plantearon la posibilidad de que la directiva
pudiera surtir efecto directo al margen de la norma de incorporación. En especial, en el supuesto de
falta de incorporación o incorporación incorrecta de la directiva por parte del Estado miembro, tal
eficacia directa aseguraría su eficacia jurídica, al margen de la actuación poco diligente u
obstruccionista del Estado. Tal argumento indujo al Tribunal de Justicia a establecer el efecto directo
de las directivas, haciendo que de esta fuente pudieran derivar inmediatamente derechos y
obligaciones para los particulares. Con este argumento se entremezclan otros tres:
a. El llamado efecto útil, que postula la máxima eficacia de las fuentes comunitarias,
b. La competencia del Tribunal como máximo intérprete del ordenamiento comunitario, capaz de
determinar los supuestos en los que éste es aplicable,
c. El rechazo a que el Estado se beneficiara de su propio incumplimiento.

Precisamente con base en este último argumento se negó el efecto directo de la directiva frente a
otros particulares (el denominado efecto directo horizontal), pues éstos no son responsables de la
falta de diligencia del Estado. Antes bien, los principios de seguridad jurídica y de protección de la
confianza legítima les amparan en su derecho a esperar que los efectos de la directiva sólo surjan
tras el acto nacional de incorporación.
En el caso Van Duyn (1974) se reconoce por primera vez la posibilidad de que las directivas produzcan
efecto directo, aun sin haber sido incorporadas por el Estado miembro. Tal posibilidad es admitida
desde entonces, aunque el reconocimiento del efecto directo a las directivas ha constituido uno de
los desarrollos jurisprudenciales más polémicos del Derecho comunitario.
Los requisitos que han de cumplir las directivas para poder desplegar tal efecto son referidos por el
TJ en la sentencia Ratti: expiración del plazo conferido a los Estados para su incorporación en el orden
interno, ausencia, insuficiencia o deficiencias en la incorporación y la disposición invocada de la
directiva debe cumplir los requisitos generales del efecto directo: ha de ser una norma clara y precisa,
y su mandato ha de ser jurídicamente perfecto.

RESPONSABILIDAD POR INCUMPLIMIENTO DEL DERECHO

El principio de responsabilidad patrimonial de los Estados miembros por incumplimiento del Derecho
de la Unión dota al ordenamiento jurídico europeo de un mecanismo de sanción que, en cierta
medida, contribuye a garantizar su eficacia y aplicación en los Estados. Así, no sólo el Derecho de la
Unión tendrá eficacia y primacía, sino que además, si un Estado incumple con el Derecho de la Unión
y de ello se derivan perjuicios para los ciudadanos, estos podrán reclamar económicamente frente al
Estado incumplidor, quien, en su caso, deberá satisfacer una indemnización. Este principio de
responsabilidad ha sido amparado por el Tribunal de Justicia apoyándose en otros 2 principios del
Derecho comunitario: la plena eficacia del Derecho comunitario y la lealtad comunitaria. Surge en
1991, en el contexto de un conflicto planteado en torno a la aplicación de una directiva. En la
sentencia Frankovich, el Tribunal de Justicia se encuentra con una directiva NO incorporada que
beneficia a un particular, pero que no cumple todos los requisitos para que quepa atribuirle efecto
directo. Surge un derecho a ser indemnizado por el Estado cuando concurren 3 requisitos:
1. que la norma comunitaria “implique la atribución de derechos para los particulares”;
2. que “el contenido de esos derechos pueda ser identificado basándose en disposiciones de la
normativa comunitaria incumplida
3. que “exista una relación de causalidad entre el incumplimiento del Estado y el daño sufrido por las
personas afectadas”.
En adelante el principio de responsabilidad se extiende a otros daños causados por cualquier
violación de una norma de Derecho comunitario. Por ello, a los requisitos citados en Francovich para
otorgar responsabilidad se añade uno nuevo:
4. que la violación sea manifiesta y grave causando especial daño al perjudicado.

2. EL DESARROLLO, EJECUCION Y APLICACIÓN DEL DERECHO DE LA UNION EUROPEA.

La ejecución del Derecho comunitario tiene dos vertientes: por un lado, la ejecución del Derecho
comunitario de aplicación directa, que no requiere de actos internos de los Estados para su
aplicación, siendo responsable el Estado por su inaplicación y por otro lado, el derecho no aplicable
directamente, es decir, el que precisa de actos internos de aplicación o transposición de los Estados.
En estos casos, la obligación y la responsabilidad de dictar dichos actos internos, desde la perspectiva
de la UE, recae en los Estados miembros, aunque la estructura autonómica o regional del Estado
español exija que sean las CCAA, en numerosas ocasiones, las que ejecuten o transpongan, o ambas
cosas, el Derecho de la Unión.

La ejecución del Derecho comunitario en los Estados de estructura centralizada: En aquellos Estados
que responde a parámetros de centralización legislativa y concentración de responsabilidades
internacionales en el Parlamento y el Gobierno, son escasos los problemas que plantea la ejecución
del Derecho comunitario.

La ejecución del Derecho comunitario en los Estados de estructura descentralizada: España

La ejecución de los reglamentos: En la medida en que los reglamentos son normas directamente
aplicables sin necesidad de acto normativo alguno interno, el Estado de las Autonomías no supone
ninguna particularidad. Sólo en el caso de que la vigencia de un reglamento exija modificar otras
normas para la plena eficacia de éste, será preciso dilucidar si la competencia corresponde al Estado
o a la Comunidad Autónoma, en el ámbito de sus respectivas competencias determinadas por los
artículos 148 y 149 de la Constitución y los respectivos Estatutos de Autonomía.

La ejecución de las directivas. En esto, habrá que estar a la distribución de competencias normativas
entre el Estado y las CCAA que se deduce de la CE y los EEAA. En efecto, la Ley 47/1985, de 27 de
diciembre, de bases de delegación del Gobierno para la aplicación del Derecho de la Unión,
circunscribe la delegación al ámbito de las competencias del Estado, lo que permitía que las CCAA
transpusieran las directivas que afectaran a su ámbito normativo competencial. Así lo hicieron País
Vasco y Cataluña cuyos Parlamentos aprobaron, a imagen y semejanza de lo actuado por las CCGG,
sendas leyes de bases de delegación a sus respectivos Gobiernos, para que éstos llevaran a cabo la
transposición de las directivas al Derecho autonómico. Idénticas competencias, en lo relativo a la
transposición de directivas, tienen las demás CCAA Comunidades Autónomas en el marco de sus
competencias normativas. Para el Cumplimiento de las obligaciones derivadas de los Tratados: no se
produce un desplazamiento o reparto de las responsabilidades entre el Estado y las CCAA, sino que
sigue siendo el Estado el único responsable del cumplimiento de dichas obligaciones. Pero,
paradójicamente, no existen técnicas jurídicas "ad hoc" para que el Estado, único responsable frente
a la Unión Europea, pueda garantizar de modo eficaz el cumplimiento de sus obligaciones. Los únicos
instrumentos que pudieran ser útiles a este efecto serían los artículos 150.3 y 155 de la Constitución,
que pudieran parecer un tanto desproporcionados, o la vía de impugnación de las disposiciones
autonómicas ante el Tribunal Constitucional. Es por ello, por lo que un sector doctrinal reclama un
desarrollo del artículo 93, título habilitante de la Constitución Española, para lograr una adecuada
coordinación y control de la ejecución del Derecho de la Unión en España.

3-EL CONTROL DE CONSTITUCIONALIDAD DEL DERECHO DE LA UNIÓN EUROPEA

El TC en un conflicto de competencias debe tener en cuenta al Derecho de la Unión como integrante


del bloque de la legalidad aplicable. El TC debe entrar a analizar el sistema de competencias que se
deducen para las distintas Administraciones, teniendo en cuenta el Derecho de la Unión. Así, las
consecuencias son: que las directivas analizadas no hacen una atribución específica de competencia
a uno u otro órgano del Estado; y que sólo los órganos generales o centrales de los Estados son los
responsables últimos de la ejecución de la normativa comunitaria y, finalmente, que el Derecho de
la UE no supone la alteración de las reglas para el establecimiento de las competencias en una
determinada materia entre el Estado y las CCAA. En consecuencia, las reglas internas de delimitación
de competencias son las que en todo caso han de fundamentar la respuesta a los conflictos de
competencia, planteados entre el Estado y las CCAA, las cuales, por esta misma razón, tampoco
podrán considerar ampliado su propio ámbito competencial en virtud de una conexión
internacional”.

S-ar putea să vă placă și