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Historia de la Arqueología en el Perú

del siglo XX
&mémoires

34
Historia de la Arqueología
en el Perú del siglo XX
actes

Henry Tantaleán &


Lima, diciembre de 2013 César Astuhuamán
(Eds.)
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2013-16273
Ley 26905 - Biblioteca Nacional del Perú
ISBN: 978-9972-623-83-7

Derechos de la primera edición, diciembre de 2013

© Instituto Francés de Estudios Andinos, UMIFRE 17, CNRS/MAE


Av. Arequipa 4595, Lima 18 - Perú
Teléf.: (51 1) 447 60 70 Fax: (51 1) 445 76 50
E-mail: postmaster@ifea.org.pe
Pág. Web: http://www.ifeanet.org
Este volumen corresponde al tomo 34 de la colección Actes & Mémoires de l’Institut
Français d’Études Andines (ISSN 1816-1278)

© Institute of Andean Research, New York

Imprenta Tarea Asociación Gráfica Educativa


Pasaje María Auxiliadora 156 - Breña

Foto de la carátula: Reconstrucción del lado oeste del Ushnu, Huánuco Pampa, agosto de 1965
Foto: Craig Morris, cortesía de la División de Antropología, American Museum of Natural
History
Composición de la carátula: Iván Larco
Cuidado de la edición: Anne-Marie Brougère, Vanessa Ponce de León
Índice

34
&mémoires

Prólogo 11
Thomas C. Patterson

Una introducción a la historia de la arqueología en el
Perú del siglo XX 17
Henry Tantaleán & César W. Astuhuamán Gonzáles
actes


Parte I. Etapas o periodos de la arqueología en el
Perú en el siglo xx 29

Richard E. Daggett
Un panorama de la arqueología peruana: 1896-1930 31

Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza


Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los
Estados Unidos: intercambios e influencias (1915-1950) 43

Richard L. Burger
Un panorama de la arqueología peruana (1976-1986) 85

Henry Tantaleán
Una perspectiva sanmarquina de la arqueología en el Perú de
los años 1990 127

Luis Jaime Castillo Butters


110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y
nuevas perspectivas 157
Parte II. Teorías y métodos arqueológicos en el
Perú del siglo xx 207

Jorge E. Silva S.
Teoría y método en la arqueología del Perú: primera mitad
del siglo XX 209

Gabriel Ramón Joffré


La Escuela de Berkeley y los Andes precoloniales: génesis del
método (1944-1965) 237

John W. Rick
El rol de procesualismo en la arqueología peruana en la
segunda mitad del siglo XX 253

Luis Guillermo Lumbreras


La arqueología marxista en el Perú. Reflexiones sobre una
teoría social 277

Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse


Una aproximación posprocesual en la arqueología del Perú:
Garth Bawden y el fenómeno mochica 289

Parte III. Las misiones científicas y/o


investigaciones extranjeras en el Perú del
siglo XX 301

Danièle Lavallée
La arqueología francesa en el Perú 303

Elmo León Canales


Un siglo de investigación arqueológica alemana en el Perú:
arqueología pionera e interdisciplinaria 333

Yuji Seki
La búsqueda del origen de la civilización por la expedición
japonesa: época dirigida por Seiichi Izumi 361

Giuseppe Orefici
La arqueología italiana en el Perú 395

Colin McEwan, Bill Sillar


La arqueología británica en el Perú en los siglos XIX y XX 409
Racso Fernández Ortega, Anderson Calzada Escalona
La relación de los investigadores cubanos con la arqueología
peruana (1953-2008) 443

Parte IV. Personajes de la arqueología en el


Perú del siglo xx 469

Peter Kaulicke
Entre el Perú antiguo y el Perú moderno: los trabajos de
Uhle en el Perú y su impacto 471

César W. Astuhuamán Gonzáles


Tras los pasos perdidos de Julio C. Tello, 1909-1919 483

Henry Tantaleán, Miguel Aguilar Díaz


La etapa cusqueña de Luis E. Valcárcel y la arqueología
del Altiplano andino 509

Pedro Novoa Bellota


Una aproximación a la obra de Rebeca Carrión Cachot
entre 1947 y 1960 529

Monica Barnes
John Victor Murra, arqueólogo accidental: de Cerro
Narrío a Huánuco Pampa 551

Gustavo G. Politis
Desde Huánuco a La Plata: Augusto Cardich y su
contribución a la arqueología del poblamiento de los
Andes peruanos y de la Patagonia argentina 575

Epílogo 601
Margarita Díaz-Andreu
Últimas reflexiones y nuevas propuestas 603

Sobre los autores 617


Prólogo

Prólogo

Thomas C. Patterson

Esta es una recopilación largamente esperada. El libro es, simplemente,


la exploración más detallada del desarrollo histórico de las investigaciones
arqueológicas realizadas en el Perú que ha aparecido hasta la fecha. Esta se
divide en cuatro partes. Los autores son peruanos, así como de otras partes del
mundo. Los trabajos que aparecen en la primera parte examinan el panorama
de la arqueología peruana y su desarrollo desde finales del siglo XIX; ellos
localizan nuestra creciente comprensión del pasado histórico de la sociedad
andina en el contexto forjado por arqueólogos individuales y las agendas de
investigación de instituciones tales como la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos. En la segunda parte, los autores examinan los desarrollos
teóricos y metodológicos y los debates que han sustentado y conformado
la naturaleza de las investigaciones durante el siglo XX, por ejemplo, el
procesualismo, el posprocesualismo y el pensamiento social marxista. Los
autores en la tercera parte del libro consideran las contribuciones de las
misiones científicas de otros países, en particular, Francia, Alemania, Cuba,
Japón, Italia y Gran Bretaña. En la cuarta parte, los autores consideran las
contribuciones de arqueólogos en particular, especialmente las de Max Uhle, 11
Julio C. Tello, Luis Valcárcel, Rebeca Carrión Cachot, Augusto Cardich
Thomas C. Patterson

y John Murra. El epílogo de Margarita Díaz-Andreu analiza e integra los


temas desarrollados previamente en el libro y los ubica en el contexto de la
historia de la Arqueología de la manera en que esta se desarrolló en otras
partes del mundo.
Una característica que hace al libro tan importante es que los temas
desarrollados en una sección, a menudo, se superponen o se articulan con
los desarrollados en otras partes del mismo. En consecuencia, la práctica de
la arqueología en el Perú no se encuentra fragmentada en temas tales como el
método y la teoría arqueológica, los contextos sociopolíticos en los que esta
fue y es practicada, o los aportes de las diversas tradiciones nacionales que,
a menudo, desarrollan temas para audiencias fuera del Perú. Por ejemplo,
muchos arqueólogos son conscientes de las aportaciones de Julio C. Tello
en el desarrollo de la disciplina en el Perú, pero pocos, sospecho, conocen la
relación de Tello con Nelson Rockefeller, la creación y el temprano desarrollo
del Institute of Andean Research de Nueva York, o el impacto que Tello y el
instituto tuvieron sobre las perspectivas respecto del desarrollo del pasado
andino en los Estados Unidos. Incluso, pocos arqueólogos en los Estados
Unidos saben, por ejemplo, que Tello fue un miembro del congreso peruano,
o que Luis Valcárcel fue ministro de Educación, que inició importantes
cambios en su sistema educativo a principios de 1940. Pocos arqueólogos
realmente se han comprometido a este nivel de la política nacional a excepción
de Alfonso Caso e Ignacio Bernal en México o Carlos Ponce Sanginés en
Bolivia. Fuera de América Latina, los que me vienen a la mente son, quizás,
Bruce Trigger en Canadá, Colin Renfrew en Gran Bretaña, Robert McC.
Adams en los Estados Unidos, Mogens Trolle Larsen de Dinamarca o Yigael
Yadin en Israel.
Una segunda característica que lo hace importante es el reconocimiento
explícito de que nuestra comprensión de la historia del Perú desde el presente
hacia el pasado lejano nunca ha sido conformada por una única perspectiva
teórica. En su lugar, esta se ha desarrollado y se sigue desarrollando en el
contexto de un diálogo entre personas que tienen diferentes interpretaciones
de la Arqueología y sus relaciones con otras disciplinas; las que tienen diferentes
puntos de vista sobre la naturaleza de la historia (es decir, ¿es su historia
formada por algún motor que la conduce inevitablemente al capitalismo o es
esta trayectoria solamente el resultado de un accidente histórico tras otro?);
y puntos de vista diferentes acerca de las estructuras culturales y sociales (es
12 decir, ¿son estas homogéneas y compartidas por todos en la comunidad o
Prólogo

personas con ubicaciones diferentes tienen diferentes puntos de vista y


comprensiones de las relaciones sociales que forman la vida cotidiana?).
La profesionalización de la Arqueología transformó el discurso sobre la
arqueología peruana, tanto en casa como en el extranjero a principios del
siglo pasado. El escenario en el cual esta se produjo pasó gradualmente de
una arqueología que estaba abierta a los no especialistas a otra en la cual
la participación se limitó cada vez más a los investigadores académicos
certificados. Los arqueólogos profesionales introdujeron un lenguaje técnico
elaborado que involucró nuevos conceptos: estratigrafía, asociaciones,
contextos funerarios, descripciones detalladas de objetos y lugares, y
reconstrucciones. El nuevo lenguaje eliminó las afirmaciones que eran
justificadas por referencia a la posición social del hablante por las del que tenía la
competencia profesional. Los autores en este volumen señalan repetidamente
cómo este nuevo código lingüístico llegó a ser cada vez más importante para
el reforzamiento de argumentos que sustentaron o refutaron las posiciones a
las cuestiones sociales más amplias de la época; sin embargo, ellos también
hacen reiteradas alusiones a la emergencia de un nuevo código lingüístico
en las últimas décadas: uno que pone atención a las comprensiones de las
comunidades indígenas o regionales. Esto está tomando lugar en un contexto
que ahora está siendo conformado crecientemente con sus preocupaciones
por el patrimonio cultural y sus interacciones con los diferentes niveles del
aparato estatal de arqueólogos, expertos en desarrollo, y el Ministerio de
Cultura. El escenario del discurso se ha ampliado rápidamente mucho más
de lo que este era en el siglo XX. Varios autores, tanto en este libro como
en otros, reconocen los cambios en el código lingüístico a medida que las
nuevas partes interesadas expresan sus puntos de vista-perspectivas que solo
pueden ser ignorados a expensas de la existencia continuada de la profesión
misma. Este volumen que tiene que ver con la historia de la arqueología
peruana también contiene el marco para el desarrollo de nuevas perspectivas,
así como también de las habilidades interpersonales y de negociación que
serán requeridas en el futuro.
Una tercera característica es que los investigadores en este libro reconocen que
el centro de gravedad sobre el pasado histórico del Perú, así como también
la forma en la que hablamos acerca de este, se encuentra en el Perú mismo;
sin embargo, ellos también entienden que el discurso está conformado por
su interacción con los acontecimientos, las presiones y los puntos de vista
interpretativos que están surgiendo en otras partes del mundo. Estas corrientes 13
Thomas C. Patterson

resuenan con los discursos arqueológicos que se dan en la actualidad: por


ejemplo, las que surgieron sobre las arqueologías indígenas y las voces que
aparecieron en el primer World Archaeological Congress (WAC) en 1986 y
que han sido centrales en la agenda de esa organización desde entonces. Así,
mientras que el discurso de la arqueología peruana es, en última instancia,
determinado por los acontecimientos y las corrientes que se producen en el
Perú, este puede tener diferentes significados en los diferentes estados-nación.
Esto, por supuesto, desafía a la idea de que la ciencia —fuera de los Estados
Unidos, Asia oriental o la Eurozona— es imitativa y no innovadora. Esto
también desafía al pensamiento tradicional sobre la relación entre centro
y periferia en la distribución del conocimiento o, incluso, la noción de la
distinción entre centro y periferia en sí misma.
Otra razón para ubicar el centro de gravedad del discurso sobre la
arqueología en el Perú es que, al menos durante el siglo XX, los arqueólogos
peruanos han sido en general más receptivos o, al menos, escuchados más
respetuosamente, a las ideas e interpretaciones de los no arqueólogos. Otra
forma de decir esto es que el área del discurso ha sido, en mi experiencia,
más abierta que en los Estados Unidos. Los arqueólogos de Perú estuvieron
más abiertos a las opiniones de los aficionados y los intelectuales —como
Emilio Choy, Herman Buse o Frederic Engel— de manera que les resultaba
cada vez más difícil de hacer y ser a los arqueólogos en los Estados Unidos
después del fin de la Segunda Guerra Mundial. La razón de esto ha sido
el interés principal de estos últimos por el establecimiento de normas de
certificación profesional con el fin de excluir a los aficionados y deslegitimar
no solamente sus actividades sino también sus ciertas formas de discurso. Al
sugerir que el centro innovador del discurso sobre la arqueología peruana
y su historia se encuentra en el Perú, quiero decir que esto implica que es
inmune a las fuerzas e influencias externas, tales como el cientificismo de
los «equipos SWAT científicos», que ven la realidad como un orden natural
y despojan a los hechos de sus contextos sociohistóricos; las luchas de las
comunidades locales y regionales con los distintos niveles del Estado sobre
el desarrollo económico y el patrimonio cultural; o la privatización de la
mayoría de la investigación arqueológica que llevó a la creación de una
«literatura gris» —los informes que casi nunca se publican—, pero que son
vagamente conocidos por otros profesionales.
En suma, aunque los autores de este importante libro sobre la historia de la
14 arqueología en el Perú no se refieren a algunos de los problemas descritos
Prólogo

anteriormente, sus contribuciones ofrecen tanto datos como puntos de


vista acerca de cómo lidiar con ellos. Otra forma de decir esto es que este
libro, ostensiblemente preocupado por la historia de la arqueología peruana,
también sitúa su práctica en el presente y proporciona herramientas para
pensar sobre su futuro.

15
Una introducción a la historia de la arqueología en el Perú del siglo XX

Una introducción a la historia de la


arqueología en el Perú del siglo XX

Henry Tantaleán & César Astuhuamán

La historia de la arqueología en el Perú es un tópico inevitable en casi todas


las reuniones formales e informales de los investigadores del pasado, ya sea en
el Perú o fuera de este. En estas conversaciones revivimos a diferentes actores
y actrices dentro de sus propios contextos sociales en los que vivieron y en
los que aún viven dichos intelectuales. Claramente, existe una historia oficial
pero, sobre todo, muchas otras historias no oficiales al respecto, quizás estas
últimas son las que más apasionan a sus comentaristas. Esta inquietud natural
que tenemos los investigadores por conocer y comentar la historia de nuestra
propia disciplina y la forma en la cual esta ha llegado a constituirse, es algo
imprescindible para entendernos en el presente pues, al fin y al cabo, somos los
herederos de toda esa historia. Sin embargo, a pesar que esta inquietud siempre
está presente, los editores de este libro pensamos que era necesario trasladar todas
esas conversaciones a un escenario académico que las analizase críticamente con
la perspectiva que ofrece el tiempo transcurrido. Asimismo, creimos justo rendir
un tributo a los investigadores que han contribuido, y siguen contribuyendo, a
darle forma a nuestra disciplina practicada en esta parte del mundo.
Como muchos otros, este es un libro que tiene una historia propia, la 17
cual comenzó a gestarse como un proyecto serio hace unos ocho años
Henry Tantaleán, César Astuhuamán

desde el reencuentro de los editores en Londres mientras cada uno estaba


desarrollando sus estudios doctorales. Desde ese momento comenzamos a
buscar la forma, a las personas e instituciones que podrían ayudarnos a darle
vida a esta propuesta. Ambos, uno desde Londres y el otro desde Barcelona,
habíamos llegado a sentir y creer que había llegado el momento en el cual
debíamos sentarnos con nuestros colegas de diversas generaciones y países
para conversar acerca de cómo se había formado la arqueología en el Perú y
como esta formación tenía implicancia en el presente en el que nos habíamos
formado y al que asistíamos y veíamos un poco alejados desde la perspectiva
que ofrecía el distanciamiento, temporal, de nuestro país de origen.
A lo largo de esos años seguimos conversando y afinando este proyecto y
buscando socios que nos permitieran llevar a buen puerto esta reunión.
Ese momento llegó, finalmente, en el año 2010 cuando ambos ya nos
encontrábamos de regreso en el Perú con nuestros flamantes doctorados y
buscando reinstalarnos aquí. La situación que posibilitó la realización de
la reunión que dio origen a este libro fue auspiciada por el IFEA donde
Henry consiguió una beca como investigador y el apoyo económico del
Institute Cotsen of Archaeology UCLA, principalmente. Alrededor de estas dos
instituciones pudimos conseguir finalmente los fondos tan esperados para
concretar este proyecto. Lo demás fue llegando de manera más fácil gracias al
apoyo y a la solidaridad de nuestros colegas.
De esta manera, durante los días 10, 11, 12 y 13 de agosto de 2011 se celebró
en la ciudad de Lima el Simposio Internacional «Historia de la arqueología
en el Perú del siglo XX». Durante esos intensos cuatro días se dieron reunión
tanto arqueólogos nacionales como de diferentes países (Estados Unidos,
Alemania, Italia, Francia, Polonia, Japón, España y Argentina) para dialogar
acerca del desarrollo de la Arqueología en el Perú durante el siglo pasado. Se
ofrecieron 24 ponencias de especialistas en el tema, que los coordinadores
invitamos para este efecto dada su trayectoria, conocimiento del tópico y sus
publicaciones relacionadas con la historia de la arqueología o su relación con
instituciones o proyectos extranjeros en el Perú, lo cual, como esperábamos,
generó una visión bastante amplia y crítica de la historia de la arqueología
en el contexto peruano. Asimismo, tuvimos un promedio de 120 asistentes
durante cada sesión del simposio, los cuales fueron inscritos previamente bajo
un sistema de selección que priorizaba su interés en la reunión.
El objetivo principal fue reunir a la mayor cantidad de especialistas de diferentes
18
nacionalidades y posiciones teóricas y metodológicas para conocer la forma
Una introducción a la historia de la arqueología en el Perú del siglo XX

tan especial en la que se ha


construido la arqueología en
el Perú. Justamente, la imagen
que se eligió para el poster de
la reunión, cedida gentilmente
por el American Museum of
Natural History de Nueva
York, fue la del momento de
la reconstrucción del ushnu o
plataforma principal del centro
Inca de Huánuco Pampa en la
década de 1960, liderada por
John Victor Murra, la cual
puede servir como una imagen
metafórica sobre cómo se ha
construido la arqueología
en el Perú, bloque a bloque,
por parte de investigadores
de diferentes procedencias,
diversas posiciones teóricas
y hasta con compromisos
políticos disímiles (fig. 1).
Asimismo, como en el caso de
la reconstrucción de Huánuco
Pampa por Murra que nos
Figura 1 – Poster del Simposio
recuerda Monica Barnes en
este libro, la construcción de la arqueología en el Perú tampoco está ni debe
estar exenta de críticas. De esta manera, por primera vez, aunque con algún
antecedente previo en una reunión que abordaba el tema de la arqueología en
el Perú durante el siglo XIX, nos reunimos en esta ocasión para historizar de
manera orgánica y sistemática a la arqueología peruana.
Los coordinadores de este certamen entendíamos que el estudio del
desarrollo histórico de la práctica y del pensamiento arqueológico había sido
motivo de debates nacionales e internacionales, publicaciones e intereses
tanto dentro de la academia como fuera de ella (Morales, 1993; 1997;
Patterson, 1994; 1997; Silva, 1995; Castillo & Mujica, 1995; Oyuela-
Caycedo et al., 1997; Kaulicke, 1998; Politis, 2003; Gänger, 2006; Bonavia,
2006; Burger, 2009, entre otros). Sin embargo, la tradición clásica de hacer 19
Henry Tantaleán, César Astuhuamán

historia de la arqueología se distanció «respetuosamente» de sus personajes


claves y terminó en muchos casos mitificando su figura, convirtiéndolos
en los agentes sobresalientes en la construcción de genealogías de la
historia de la arqueología peruana. De esta manera, casi siempre se había
terminado narrando, y reproduciendo, una historia oficial en la que los
grandes pioneros de la arqueología habían transformado o revolucionado
el pensamiento arqueológico, y ensombreciendo con su figura a otros
individuos o colectivos que terminan siendo invisibilizados en esas grandes
historias de la arqueología en el Perú (Mejía, 1948; 1964; 1967; Rowe,
1954; Lumbreras, 2006).
Los coordinadores del certamen eramos conscientes que esta perspectiva
tradicional estaba presente en la academia nacional, pero también
observábamos que una nueva generación de arqueólogos y arqueólogas había
comenzado a reflexionar acerca de este proceder y había profundizado en
las causas que generaron la existencia de ciertos fenómenos sociales en los
cuales se encontraban involucrados los arqueólogos e investigadores del
pasado prehispánico (Astuhuamán & Daggett, 2005; Aguirre-Morales, 2005;
Ramón, 2005; Mesía, 2006; Burger, 2009; Tantaleán, 2010). Estos estudios
más detenidos también hicieron patente que muchos de los planteamientos
de los investigadores más prominentes del siglo XX ya habían sido puestos en
práctica en otros lugares del mundo, con diferentes consecuencias, por lo cual
desligarnos de su contexto más amplio sesgaba sus aportes e influencias en la
disciplina, dejando de lado una perspectiva comparativa entre los arqueólogos
peruanos y sus colegas extranjeros.
Por todo lo anteriormente reflexionado, los coordinadores del Simposio
consideramos que se hacía necesario revisitar la historia de la arqueología por
diversas razones que ya han sido planteadas en la última década (colonialismo
académico, relación entre política y arqueología, y muchos otros más), a
partir de aproximaciones y métodos novedosos, como por ejemplo el estudio
de la correspondencia y documentos administrativos, documentación que
antes no había sido tomada en cuenta y que nos ha permitido conocer otras
dimensiones de quienes investigan el pasado (Castillo & Moscoso, 2002;
Astuhuamán & Daggett, 2005).
Sin embargo, la anterior perspectiva tradicional no pretendió ser desplazada
en el Simposio sino que, más bien, se articuló y confrontó con otra en la
que se hizo evidente que otros actores y actrices contribuyeron a formar
20
esa amalgama de teorías y prácticas llamada arqueología en el Perú. De esta
Una introducción a la historia de la arqueología en el Perú del siglo XX

manera, esperábamos que se pudiese vislumbrar un paisaje más diverso y


menos esquemático que el que poseíamos, lo cual definitivamente devendrá
en nuevas líneas de investigación sobre la historia de la disciplina arqueológica.
En ese sentido, nuestro Simposio convocó a investigadores e investigadoras
que nos ayudaron a comprender ese frondoso bosque llamado arqueología
en el Perú a través de su historia, situando a los diferentes actores y actrices
dentro del contexto histórico al que pertenecieron y ayudaron a reproducir
sin abandonar la perspectiva y percepción de ellos dentro de la disciplina. De
esa manera, pudimos contar con una perspectiva externalista e internalista de
la historia de la arqueología en el Perú durante el siglo XX, lo cual, sin duda,
nos ayudará a entender la práctica arqueológica de nuestros días.
Para organizar las ponencias por temas con el fin de analizar la historia de
la arqueología en el Perú del siglo XX se establecieron los siguientes ejes
temáticos:
• Teorías, concepciones, representaciones y aproximaciones a la historia de la
arqueología en el Perú.
• Tendencias y/o escuelas teórico-prácticas en la arqueología en el Perú.
• Las misiones científicas y/o investigadores extranjeros en el Perú.
• Grandes personajes de la arqueología en el Perú del siglo XX y su contexto
histórico.
• Personajes regionales de la arqueología en el Perú y su aporte al desarrollo
de la disciplina: hacia una historia regional de la arqueología peruana.
• Balance y perspectivas de la historia de la arqueología en el Perú.
Así, el día miércoles 10 de agosto de 2011 en el Salón de Grados, antigua
Capilla de Nuestra Señora de Loreto del Centro Cultural de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos se desarrolló la ceremonia de inauguración
y la ponencia inaugural ofrecida por el Dr. Richard Daggett, que contó
adicionalmente con la presentación de dos libros auspiciados con fondos de
la República de Francia: Moche: pasado y presente (Uceda & Morales, 2010) y
Huaca de las Balsas Túcume: arte mural de Lambayeque (Narváez & Delgado,
2011) y a la que asistieron sus autores y comentaristas. La ceremonia estuvo
presidida por la, entonces, embajadora de Francia en el Perú, Cécile Pozzo di
Borgo. Asimismo, las palabras de bienvenida estuvieron a cargo del entonces
director del IFEA, Georges Lomné y de los coordinadores del Simposio. 21
Henry Tantaleán, César Astuhuamán

Al día siguiente, jueves 11 de agosto, las mesas por ejes temáticos comenzaron
en el Salón General del Centro Cultural de la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos. Ese día se desarrollaron dos mesas. La primera se denominó
Teorías, concepciones, representaciones y aproximaciones a la historia de la
arqueología en el Perú y tenía como objetivo principal ofrecer un panorama
de los principales momentos, temas, conceptos e ideas que fueron vividos
y desarrollados por parte de los investigadores y arqueólogos en el siglo XX
en el Perú. En esta mesa expusieron sus temas los investigadores, Richard
Daggett, Ann Peters y Alberto Ayarza, Monica Barnes, Henry Tantaleán y
Luis Jaime Castillo. Al final de la mesa, Gabriel Ramón realizó importantes
comentarios a las ponencias expuestas (fig. 2). Para este libro reunimos
en la primera sección a todas las contribuciones que nos llegaron bajo el
mismo título de la mesa. Así, contamos con los textos de Richard Dagget
(Un panorama de la arqueología peruana: 1896-1930), Ann Peters y Luis
Alberto Ayarza (Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los
Estados Unidos: intercambios e influencias [1915-1950]), Richard Burger
(Un panorama de la arqueología peruana [1976-1986]), Henry Tantaleán
(Una perspectiva sanmarquina de la arqueología en el Perú de los 1990) y Luis
Jaime Castillo (110 años de arqueología mochica: cambios paradigmáticos y
nuevas perspectivas).

22 Figura 2 – Desarrollo del Simposio en Salón General del Centro Cultural de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos
Una introducción a la historia de la arqueología en el Perú del siglo XX

La siguiente mesa se denominó Tendencias y/o escuelas teórico-prácticas en la


arqueología en el Perú y tenía como objetivo presentar las principales teorías
y metodologías arqueológicas que se habían desarrollado en el Perú. Si bien,
este es un mundo lleno de diversos planteamientos, quisimos abordar las
teorías que, a nuestro parecer, habían sido características o más difundidas en
el Perú y practicadas por arqueólogos nacionales y extranjeros. Así tuvimos
las ponencias de Jorge Silva, John Rick, Ruth Shady, Rafael Vega-Centeno y
Gustavo Politis. La mesa se cerró con los comentarios a las ponencias por parte
de Henry Tantaleán. Para este libro, en la segunda sección, reunimos estas
contribuciones ya trabajadas como capítulos bajo el título de Teorías y métodos
arqueológicos en el Perú del siglo XX. En esta sección, el lector podrá encontrar
los importantes textos de Jorge Silva (Teoría y método en la arqueología del
Perú: primera mitad del siglo XX), Gabriel Ramón (La escuela de Berkeley y
los Andes precoloniales: génesis del método [1944-1965]), John Rick (El rol de
procesualismo en la arqueología peruana en la segunda mitad del siglo XX), Luis
Guillermo Lumbreras (La arqueología marxista en el Perú. Reflexiones sobre
una teoría social) y el de Rafael Vega-Centeno (Una aproximación posprocesual
en la arqueología del Perú. Garth Bawden y el fenómeno mochica).
Los días viernes 12 y sábado 13 de agosto, el Simposio se trasladó al auditorio
principal del Centro Cultural Ricardo Palma de la Municipalidad de
Miraflores. Las sesiones del día viernes se enfocaron en los aportes, influencias
y contribuciones de los investigadores extranjeros a la arqueología del Perú y
fue denominada Las misiones científicas y/o investigaciones extranjeras en el Perú
del siglo XX. La primera ponencia, y como un homenaje a su trayectoria, estuvo
a cargo de la Dra. Danièlle Lavallée. Posteriormente ofrecieron sus ponencias
Elmo León, Kzrysztof Makowski y Yuji Seki. Los comentarios estuvieron a
cargo de Denise Pozzi-Escot. Por la tarde y, siguiendo esta temática, tuvimos las
importantes ponencias de Giussepe Orefici (leída por el codirector del Proyecto
Nasca, Ángel Sánchez), Pedro Castro-Martínez, Colin McEwan y Bill Sillar y
Charles Stanish. Para esta parte de la mesa, los comentarios estuvieron a cargo de
Carlos del Águila. Estas ponencias y otras fueron agrupadas en la tercera sección
del libro con el mismo título y allí encontrarán las contribuciones de Danielle
Lavallée (La arqueología francesa en el Perú), Elmo León (Un siglo de investigación
arqueológica alemana en el Perú: arqueología pionera e interdisciplinaria), Yuji
Seki (La búsqueda del origen de la civilización por la expedición japonesa: época
dirigida por Seiichi Izumi), Giuseppe Orefici (La arqueología italiana en el Perú),
Colin McEwan y Bill Sillar (La arqueología británica en el Perú en el siglo XX) y, 23
finalmente, hemos incluido un texto de Racso Fernández Ortega y Anderson
Henry Tantaleán, César Astuhuamán

Calzada Escalona (La relación de los investigadores cubanos con la arqueología


peruana [1953-2008]).
El sábado 13 de agosto por la mañana, en la mesa denominada Personajes
regionales de la arqueología en el Perú y su aporte al desarrollo de la disciplina:
hacia una historia regional de la arqueología peruana, esperábamos vislumbrar
las contribuciones de otros investigadores menos referidos en la historia de
la arqueología en el Perú. Asimismo, el objetivo era entender, aunque sea de
manera sintética, como se había desarrollado la arqueología paralelamente a la
que se hacía en la capital del Estado peruano. Aquí tuvimos las contribuciones
de Gabriel Prieto y Santiago Uceda y Pedro Novoa. Los comentarios
estuvieron a cargo de César Astuhuamán.
Por la tarde dedicamos las ponencias a las grandes luminarias de la arqueología
en el Perú en la mesa titulada Grandes personajes de la arqueología en el
Perú del siglo XX y su contexto histórico. En esta mesa tuvimos la fortuna de
contar con Peter Kaulicke, César Astuhuamán, Segundo Vásquez y Gabriel
Ramón. Ambas mesas redondas fueron reunidas en la cuarta sección del
libro con el título de Personajes de la arqueología en el Perú del siglo XX.
Aquí se encuentran los capítulos preparados para esta ocasión por Peter
Kaulicke (Entre el Perú antiguo y el Perú moderno: los trabajos de Uhle en
el Perú y su impacto), César Astuhuamán (Tras los pasos perdidos de Julio C.
Tello; 1909-1919), Henry Tantaleán y Miguel Aguilar (La etapa cusqueña
de Luis E. Valcárcel y la arqueología del altiplano andino), Pedro Novoa (Una
aproximación a la obra de Rebeca Carrión Cachot entre 1947 y 1960), Monica
Barnes (John Victor Murra, arqueólogo accidental: de Cerro Narrío a Huánuco
Pampa), y Gustavo Politis (Desde Huánuco a La Plata: Augusto Cardich y
su contribución a la arqueología del poblamiento de los andes peruanos y de la
Patagonia argentina).
Finalmente, el Simposio se cerró al término de la tarde con los comentarios
y balances realizados por Richard Daggett, Gustavo Politis, Henry
Tantaleán y César Astuhuamán (fig. 3). Para este libro hemos preferido
que sea un especialista de la historia de la arqueología la que, desde su
perspectiva externa, comente los capítulos del libro. Así, decidimos que esta
responsabilidad recaiga en Margarita Díaz-Andreu quien con sus acertadas
críticas, comentarios y reflexiones cierre de manera magistral este libro
colocándolo dentro de una perspectiva global de los estudios de la historia
de la arqueología en el mundo.
24
Una introducción a la historia de la arqueología en el Perú del siglo XX

Figura 3 – Mesa final (de izquierda a derecha): César Astuhuamán, Richard Dagget, Gustavo
Politis y Henry Tantaleán

Al final, los editores nos sentimos recompensados con este libro que, si bien
reúne una importante cantidad y calidad de investigadores, todavía dista de
ser la historia total de la arqueología en el Perú que todos esperamos. De
hecho, el Simposio fue mucho más ambicioso y, por tanto, la meta también.
Sin embargo, creemos que, por el momento, es un texto suficiente que en
vez de concluir esta discusión la alimentará y esperamos que en adelante
podamos seguir creciendo como comunidad, reuniéndonos para conversar
acerca de esta historia como siempre hemos hecho, en un diálogo que nos
enriquezca a todos y nos haga sentir parte de una historia mucho más grande
que la propia e individual: una historia de la que formamos parte todos en
este fabuloso país que nos ha cautivado y seguirá cautivando a muchos más
durante las próximas generaciones.

Agradecimientos
Es imposible agradecer a todas las personas e instituciones que nos han
apoyado a lo largo de estos años para la realización del simposio y la
publicación del libro que se desprendió de aquel. Sin embargo, hay algunas a
25
las cuales no queremos dejar de mencionar aquí. Así, queremos agradecer al
Henry Tantaleán, César Astuhuamán

Centro Cultural de la UNMSM y en especial a su entonces director, Carlos


del Águila, por su apoyo constante a nuestra iniciativa y ser un anfitrión de
lujo durante las dos primeras sesiones del evento. Charles Stanish apoyó a
esta reunión por medio del Cotsen Institute of Archaeology UCLA. Asimismo,
el Institute of Andean Research contribuyó económicamente y queremos
aprovechar aquí para agradecer a John Topic y a Richard Burger por haber
creído en este evento desde un principio. Por su parte, la Municipalidad de
Miraflores cedió el auditorio del Centro Cultural Ricardo Palma para los
dos últimos días del Simposio; en especial quisiéramos agradecer a Denice
Guevara Cavero, la coordinadora de actividades culturales. Asimismo, la
Unidad Ejecutora 003 Zona Arqueológica de Caral y dirigida por la Dra.
Ruth Shady también apoyó a la reunión. A la vez queremos agradecer a
Ada Medina quien a través de su empresa de arqueología Asesoría y Servicios
Especializados S. A. (ASE) nos posibilitó contar con los refrigerios durante las
sesiones del simposio. Finalmente, la embajada de la República de Polonia en
el Perú apoyó decididamente a la realización del mismo. Un agradecimiento
especial va para Juan Roel quien diseñó el afiche, los trípticos y las carpetas
que se utilizaron en el evento.
Además, queremos agradecer de forma especial al entonces director del
IFEA, Georges Lomné, por su apoyo constante desde que le presentamos este
proyecto de evento académico hasta la finalización y proceso de publicación
de las actas. Dicho agradecimiento también se extiende a los demás miembros
del IFEA que nos apoyaron y aconsejaron en el camino como Anne-Marie
Brougere, Alina Wong, Nora Araujo, Jean-Pierre Chaumeil, Audrey Laval y
Nicolas Goepfert. Además del personal del IFEA, un grupo de entusiastas
estudiantes de la escuela de Arqueología de la UNMSM permitió que todas
las actividades planificadas y el mismo desarrollo del Simposio se diesen con
éxito. No queda más que agradecer a todos los ponentes que asistieron al
evento y a quienes por diversas razones no pudieron llegar a la reunión pero
que nos apoyaron para la realización del Simposio. Asimismo, los asistentes al
evento merecen un agradecimiento por generar un espacio de encuentro para
seguir conversando sobre lo que más nos apasiona: la Arqueología.

26
Una introducción a la historia de la arqueología en el Perú del siglo XX

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28
Un panorama de la arqueología peruana: 1896-1930

Parte I
Etapas o periodos de la
arqueología en el Perú
del siglo XX

29
Richard E. Daggett

30
Un panorama de la arqueología peruana: 1896-1930

Un panorama de la arqueología
peruana: 1896-1930

Richard E. Daggett

Las excavaciones estratigráficas de Max Uhle en las extensas ruinas de


Pachacamac cerca a Lima, en la Costa Central, en 1896, marcan el inicio de
la práctica de la arqueología en el Perú (Rowe, 1954: 1, 6-7). En 1900, Uhle
excavó en las grandes ruinas de Moche en el valle del mismo nombre, en la
Costa Norte y posteriormente realizó trabajos en varios sitios en la Costa Sur.
A partir de su trabajo propuso una cronología cultural para la totalidad del
antiguo Perú; siendo las culturas más antiguas Moche y Nazca en la Costa
Norte y Sur, respectivamente (Uhle, 1903: 784).
Durante el cambio de siglo el gobierno del Perú tomó la tarea de crear un
nuevo museo nacional; el primero había sido destruido durante la Guerra
con Chile décadas antes (Tello & Mejía, 1967: 46). El Museo Nacional de
Historia fue creado en 1906 y su cuerpo inspector, el Instituto Nacional
de Historia, fue creado en 1905. A fines de ese año, Uhle acordó tomar la
dirección de las secciones de Antropología y Arqueología de este nuevo museo
nacional (Tello & Mejía, 1967: 59-60). Inmediatamente desarrolló una serie
de excavaciones en el valle de Lima y en los valles vecinos del Norte y el Sur
(Anónimo, 1906a; 1906c; 1906d; 1907; Rowe, 1954: 12). 31
Richard E. Daggett

En 1906, Uhle también asistió a la primera conferencia pública de un


estudiante de medicina llamado Julio C. Tello, quien estaba reportando los
hallazgos arqueológicos que había realizado en la parte alta del valle de Lima
(Anónimo, 1906b). En los años siguientes Uhle condujo investigaciones
arqueológicas principalmente en la Sierra y Costa Sur (Rowe, 1954: 13).
También propuso una ley que tenía por finalidad frenar la comercialización
del patrimonio nacional, ya que su puesto era ser director del Museo Nacional
(Uhle, 1917: 406).
A inicios de 1909, las ruinas de Choquequirao en la región Cuzco fueron
redescubiertas y Tello, meses después de recibir su grado de la Escuela de
Medicina de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, fue designado
para ayudar a Uhle en las excavaciones de ese lugar (Maguiña, 1909). Un
fallido golpe de Estado complicó los asuntos y afectó la estabilidad de la
nación y el futuro de Tello. La excavación propuesta nunca se desarrolló. El
futuro de Tello estaba inicialmente asegurado gracias a una beca de dos años
de estudios de Antropología en la Universidad de Harvard (Mejía, 1948: 9)
y luego mediante una renovación pudo obtener un año más de estudios en
Europa (Mejía, 1964: 81).
Tello retornó a Lima a comienzos de 1913 y Uhle estaba trabajando para
el gobierno de Chile. En la política del Perú, vientos pronorteamericanos
habían empezado a soplar. El contrato de Uhle no fue renovado; finalmente,
él había sido reemplazado, no por un científico extranjero propuesto, sino por
un historiador peruano, Emilio Gutiérrez de Quintanilla. Tello había sido
nombrado a su propia petición para supervisar las secciones de Antropología
y Arqueología en el Museo Nacional. Gutiérrez estaba entonces en el proceso
de redireccionar el eje del Museo de Historia hacia una orientación en la cual
se apreciaran las Bellas Artes. Vio, además, que el nombramiento de Tello
era un peligro y empezó así una batalla para asegurarse el control del museo.
A pesar que Tello tenía el apoyo de las altas esferas, Gutiérrez contaba con
su propio apoyo y Tello finalmente cedió el control del museo a Gutiérrez a
comienzos de 1915 (Tello & Mejía, 1967: 79-100).
De inmediato, Tello participó en una expedición hacia el Sur. Visitó las
extensas ruinas bolivianas de Tiahuanaco, varias ruinas cercanas al lago
Titicaca y algunas ruinas de la ciudad del Cuzco y sus alrededores. Luego
realizó una exploración de los valles de la Costa Sur, principalmente de
Nazca, donde trabajó con huaqueros quienes habían sido entrenados por
32
Uhle y habían recolectado muchos artefactos en su representación para el
Un panorama de la arqueología peruana: 1896-1930

Museo Nacional. A su regreso a Lima, Tello interactuó con un grupo de


coleccionistas, principalmente con un médico quien ofreció venderle su
colección de textiles debido al interés que él tenía sobre estas piezas (Tello,
1959: 37-47). Finalmente, obtuvo ayuda de dos amigos para comprarla
(Mejía, 1964: 92).
Las actividades de Tello habían llamado la atención de un grupo de coleccionistas
(Gutiérrez de Quintanilla, 1922: 57), inclusive de Jorge Corbacho (Gutiérrez
de Quintanilla, 1922: 131-132), quien años atrás formó una sociedad que
defendía su «derecho» a recolectar. A fines de 1915, Tello fue designado por el
gobierno para representar al Perú en Washington, en las reuniones del Congreso
Científico Panamericano y el Congreso Internacional de Americanistas
(Anónimo, 1915). En dicho encuentro panamericano, Tello presentó una
ponencia (Tello, 1917) en la cual reportó lo que había descubierto en el valle
de Nazca. Ilustró su charla con dibujos de diseños de felinos y cabezas trofeo
que decoraban las vasijas encontradas en ese valle. Luego de las reuniones en
Washington, Tello hizo dos cosas: vendió en representación de sus compradores
algunos de los textiles que ellos recientemente habían obtenido (Daggett,
1991: 38) e intentó atraer el interés de Harvard en conducir excavaciones en
el valle de Nazca1. El no conseguir suficiente respaldo financiero ocasionó que
Tello fuera forzado a tomar parte, en cambio, en una exploración de Harvard
al norte del Perú en 1916 (Mejía, 1964: 93).
Mientras todo esto se desarrollaba en Estados Unidos, Tello recibió noticias
del Perú sobre la derrota del plan que había elaborado (Palma, 1949: 426-
427). La idea era darle al Rector de la Universidad de San Marcos el poder
de supervisar el Museo Nacional de Historia. Una petición para este efecto
fue introducida en la Cámara de Diputados pero esta moción había sido
derrotada por un grupo liderado por Corbacho (Anónimo, 1916).
En 1917, la curul del representante de la provincia de Huarochirí estaba
vacante en la Cámara de Diputados. Tello postuló y ganó (Mejía, 1948: 10-
11). A pesar de un intento de negarle su victoria por asuntos técnicos, Tello
asumió su curul e inmediatamente envió para su aprobación un proyecto
de ley que podría darle al gobierno un mayor control sobre el patrimonio
nacional (Tello & Mejía, 1967: 106). Esta propuesta de ley fue archivada

1«Carta de Alfred Tozzer a Charles Currelly fechada el 2 de marzo de 1916» (Archivo del Royal 33
Ontario Museum).
Richard E. Daggett

pero Tello retomó su discusión el siguiente año. A continuación se desarrolló


un agrio debate entre Tello y los partidarios de Gutiérrez, principalmente
Corbacho. Al final Tello ganó y sintió que había tenido el suficiente apoyo
en el Poder Ejecutivo del gobierno para asegurar su aprobación, pero estaba
equivocado (Editor, 1918).
En 1918, el Rector de la Universidad de San Marcos estuvo de acuerdo con
el plan de Tello para la creación del Museo de Arqueología de la universidad.
Este fue creado en la Escuela de Ciencias y Tello presentó su tesis doctoral
para poner este plan en efecto (Mejía, 1967: 4). Su tesis (Tello, 1918) trataba
acerca de las cabezas trofeo precolombinas que había encontrado en la Costa
Sur en 1915. Discutió sobre estas cabezas en el contexto de la existente
práctica de los cazadores de cabezas de la floresta tropical en Sudamérica y
en el contexto de la práctica precolombina de decorar artefactos con cabezas
trofeo en asociación con deidades.
A comienzos de 1919, Tello dirigió su primera expedición arqueológica.
En representación de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
esta expedición se concentró en el norte del departamento de Ancash.
Específicamente se focalizó en el sitio de Chavín de Huántar donde una larga
y tallada estela exhibida en el Museo Nacional había sido encontrada a fines
del siglo pasado (Carrión, 1948: 11-12). Esta estela estaba tallada con un
conjunto de intrincados diseños que había atraído el interés de investigadores
como el historiador inglés Sir Clements Markham (1969 [1910]: 33-36)
quien se había encontrado con Tello en Londres en 1912 (Palma, 1912).
Markham (1969 [1910]: 21-39) había planteado que los sitios de Chavín y
Tiahuanaco databan de un periodo megalítico, de una antigüedad similar.
En conversaciones con los representantes del gobierno durante sus dos años
de enfrentamientos con Gutiérrez, Tello planteaba que había descifrado los
diseños que decoraban la estela Chavín (Tello & Mejía, 1967: 101) indicando
que su interés en dicha iconografía databa al menos de 1914.
Durante su expedición de 1919 tuvo éxito al incrementar notablemente el
corpus de la iconografía Chavín tallada en roca, mucha de la cual fue traída
a Lima. También descubrió un conjunto de estatuas de roca de una cultura
distinta en los alrededores del Callejón de Huaylas que fueron dejadas in situ.
Compró y se prestó ejemplares de vasijas Recuay decoradas con las imágenes
de deidades y cabezas trofeo (Castillo, 1919). A su retorno se contactó con un
34 representante de Víctor Larco Herrera (Tello & Mejía, 1967: 117).
Un panorama de la arqueología peruana: 1896-1930

Larco fue un próspero benefactor (Parker, 1967 [1919]: 335-336) y


deseaba que Tello lo ayudase a crear un museo privado de arqueología con
anticipación a la celebración por el centenario de la nación. Tello aceptó y
empezó a comprar colecciones privadas en representación de Larco a lo largo
del país (Tello & Mejía, 1967: 118-119). Esto dio acceso a Tello a una gran
colección de artefactos y especialmente a la cerámica Moche, de la Costa
Norte, y Nazca, de la Costa Sur, decoradas con escenas míticas inclusive de
deidades y cabezas trofeo.
En 1920, Tello publicó una cronología basada en su trabajo de campo. Lo
hizo en el prólogo de la versión española del libro The Incas of Peru publicado
por Markham en 1910. Markham había distinguido dos eras o épocas, una
arqueológica y otra histórica. Tello subdividió la época arqueológica en tres
periodos culturales: Arcaico, Medio y Alto. También planteó un cuarto
periodo, más temprano que el Arcaico, un periodo primitivo de desconocida
duración por la ausencia de información.
Tello publicó un folleto en 1921 y desarrolló sus ideas acerca de la
prehistoria peruana. Reconocía que Uhle fue el fundador de la práctica de
la ciencia arqueológica en Perú. Planteó, además, que el Perú era una tierra
de contrastes que incluían zonas de Costa, Sierra y Selva proporcionando
variadas topografías caracterizadas por variaciones en el clima, la altitud, la
flora y fauna (Tello, 1976 [1921]).
En 1920, Uhle, quien trabajaba en Ecuador, publicó un cuadro cronológico
en el que consideró la existencia de culturas en la Costa Central y Sur, aun
más tempranas que Moche y Nazca. Su trabajo en Pachacamac había sido
inspirado por la Geología; no sorprende que su tabla fuera representada como
capas estratificadas.
Tello, entrenado por un naturalista en la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos (Sebastián Barranca), propuso su diagrama cronológico en forma de
árbol. Utilizó líneas, punteadas y llenas, subdivididas o no, oscuras y claras y
flechas para explicar su visión de la constante interacción entre las culturas de
la Costa, Sierra y Selva (Tello, 1976 [1921]).
A mediados de 1921, Tello renunció a su cargo de director del Museo Larco
debido a desacuerdos (Tello & Mejía, 1967: 121). Una semana antes, Philip
Ainsworth Means, de Harvard, había hecho lo mismo, renunció a su cargo de
director del Museo de Arqueología (Anónimo, 1921). Permítanme explicarles.
A comienzos de 1919, Tello y el presidente Leguía discutieron la posibilidad 35
de separar a Gutiérrez de la supervisión de las colecciones científicas del
Richard E. Daggett

Museo Nacional, por las cuales mostraba poco interés2. Means fue nombrado
con poca reacción negativa de Gutiérrez a fines de 1920 (Anónimo, 1920),
pero pocos meses después fue obligado a renunciar debido a los escasos
medios proporcionados (Bard, 1921).
Nuevamente Gutiérrez estaba a cargo de las colecciones antropológicas y
arqueológicas de la nación. Tello continuó batallando contra Gutiérrez en
la Cámara de Diputados (Tello & Mejía, 1967: 108-109). Finalmente,
Gutiérrez en lugar de continuar con la publicación de la historia del Museo
Nacional publicó un libro lleno de acusaciones contra Tello.
Esto ocurrió en 1922 y luego de un tiempo, Tello señaló el uso ilegal del
dinero del gobierno para publicar acusaciones, difamatorias en naturaleza,
contra miembros del congreso (Anónimo, 1922). Durante el debate que se
desarrolló, Tello fue acusado de vender ilegalmente artefactos mientras se
encontraba en los Estados Unidos durante 1915 y 1916. Específicamente
los textiles mencionados anteriormente. Esta acusación se basó en entrevistas
que Corbacho tuvo con individuos que representaban a las instituciones que
los habían comprado (Gutiérrez de Quintanilla, 1922: 131-137).
A comienzos de 1920, Corbacho y otros conspiraron con Gutiérrez para
reunir información en contra de Tello, que a su vez fue relacionado con la
separación, de Gutiérrez, de los artefactos a su cargo como director del Museo
Nacional. Tello estaba en control de la situación y el debate. A pesar que
no era legal lo que Gutiérrez había hecho, retuvo la dirección del museo.
Además, en 1923 Tello empezó a enseñar en la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos (Carrión, 1947: 38-39) y recibió apoyo para una revista
antropológica, lo que sugiere que algún tipo de acuerdo fue logrado entre el
gobierno de Leguía y Tello.
En 1923 publicó «Wiracocha» en el primer número de la nueva revista
antropológica que tituló Inca. Tello discutió la data arqueológica y folclórica
que había reunido. Aquí publicó sus interpretaciones sobre la iconografía del
estilo Chavín que decoraba los monolitos de esta cultura. También publicó
sus interpretaciones sobre la iconografía de los estilos Moche, Recuay y
Nazca. Finalmente, combinó estas interpretaciones con las de varias historias
populares que habían sido registradas por los cronistas y etnógrafos a través

36 2«Carta de Philip Means a Alex Hrdlicka fechada el 27 de marzo de 1921» (National Anthropological
Archives, Smithsonian Institution).
Un panorama de la arqueología peruana: 1896-1930

de América del Sur y así elaboró su entendimiento del sistema de creencias


precolombino a través del tiempo y el espacio. Tello había trabajado en esta
obra por muchos años, probablemente desde 1914 (Tello, 1923a; 1923b). A
fines de 1914 y comienzos de 1915, tuvo un debate público con el historiador
Horacio Urteaga acerca de los derechos de los científicos e historiadores para
explorar las creencias antiguas a través del estudio de la antigua iconografía,
especialmente la iconografía Nazca (Urteaga, 1914; 1915). Urteaga,
profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y Tello tenían
interpretaciones de la data muy disímiles.
En 1923 Urteaga llegó a ser el director del Museo Larco y empezó la edición
de una revista arqueológica para competir con Inca. Debido a que tuvo acceso
a la gran colección Nazca del museo, Urteaga publicó nuevas y ampliadas
versiones de sus artículos (Urteaga, 1924a; 1924b).
En 1924 Tello dictó su primer seminario en Arqueología y preparó a sus
estudiantes en el trabajo de campo y el laboratorio (Carrión, 1947: 39). En
diciembre de ese año el gobierno compró el Museo Larco, renombrándolo
como Museo de Arqueología Peruana, asignando a Tello como director
(Tello & Mejía, 1967: 128-129). Posteriormente, Gutiérrez pidió que se
transfirieran todos los artefactos antropológicos y arqueológicos bajo su
cuidado a este nuevo museo (Tello & Mejía, 1967: 136-137). Esto puso fin a
las disputas con Tello. De esta manera, Tello se convirtió en la cara visible de
la arqueología en el Perú y, por tanto, los demás arqueólogos debían obtener
su aceptación y contemporizar con él.
Uno de los primeros en hacerlo fue Alfred Kroeber, quien venía en
representación del Chicago Field Museum en 1925 a continuar con el trabajo
de Uhle. Kroeber había publicado las colecciones que Uhle había realizado en
beneficio de la Universidad de California en Berkeley. Los planes de Kroeber
fueron impedidos por el fenómeno de El Niño y con la ayuda de Tello, trabajó
en Lima y alrededores. Posteriormente viajó al valle de Cañete donde Tello y
sus asistentes del Museo Universitario estaban realizando trabajos.
Tello ofreció ayudar a Kroeber y, de esta manera, podría explorar la Costa
Norte y Sur en adelanto del trabajo que planeaba realizar en estas localidades
el año siguiente. Mientras estaba en la península de Paracas, Kroeber
redescubrió la fuente de una colección de textiles que Tello había comprado
en 1915 (Kroeber & Collier, 1998: 29; Rowe, 1962: 403-404). Luego, Tello
y Samuel K. Lothrop también redescubrieron este lugar (Daggett, 1991: 40). 37
Paracas llegó a ser un centro para la investigación de Tello y su equipo del
Richard E. Daggett

Museo Nacional. Luego de meses de excavaciones hizo planes para conducir


a un equipo de la Universidad de San Marcos y a estudiantes de doctorado
hacia Paracas para realizar estudios especializados.
Un explorador norteamericano y su fotógrafo fueron autorizados a tomar parte.
Pero desafortunadamente hizo público el descubrimiento de importantes sitios
de la península, y sugirió que él y Tello habían hecho los descubrimientos.
Tello respondió que no era así al publicar detalles e interpretaciones que
presentaría en el próximo Congreso Internacional de Americanistas (Daggett,
1991: 44-45). Tello publicó su visión, en la cual la más temprana de estas tres
culturas era pre-Nazca, pero similar temporalmente a Chavín. Concluyó que
las culturas Chavín y Paracas databan del periodo Arcaico temprano y que
fueron las culturas más tempranas del Perú precolombino (Tello, 1926).
En 1928 Tello participó en el XXIII Congreso Internacional de Americanistas
y disertó acerca del periodo Arcaico temprano en general y de sus
descubrimientos en el departamento de Ancash, en el Callejón de Huaylas y
Chavín, en 1919 (Tello, 1968 [1930]). En 1929 publicó una ponencia en la
que incluyó nuevos detalles de las culturas tempranas de Chavín y Paracas.
En 1929, el presidente Leguía firmó la ley que creaba el Patronato Nacional,
un tributo a la larga batalla legislativa de Tello para proteger el patrimonio de
la nación (Tello & Mejía, 1967: 158).
A fines de 1929, Tello y su equipo prepararon la exhibición, en el Museo
Nacional, de los cientos de fardos Paracas de 1927. Tello aprovechó la
presencia de Leguía para presionar por más fondos y las crecientes necesidades
del museo (Daggett, 1994: 56-57).
Para 1930, Tello planeó conducir investigaciones extensivas en Paracas y
retornar a trabajar a Chavín (Tello, 1930). Pero estos planes se frustraron
debido a sus críticos y las cosas se tornaron difíciles para él (Daggett,
2007: 90). Posteriormente, los efectos de la depresión económica mundial
condujeron al golpe de Estado contra Leguía.
El editor del periódico Libertad tenía una rivalidad con Tello. Había
planteado que los asiáticos trajeron la idea de civilización al Perú, una idea
que iba contra todo lo que Tello había aprendido en sus investigaciones
arqueológicas. Aunque Tello evitó la confrontación, sufrió las consecuencias.
Este editor fue ayudado por un ex empleado de Tello al que este había
despedido recientemente. Tello expuso las acusaciones en su contra en las
38 páginas de Libertad. Desafortunadamente esto no fue suficiente y las cosas
Un panorama de la arqueología peruana: 1896-1930

no terminaron bien para Tello, siendo reemplazado como director del Museo
Nacional (Daggett, 1991: 48-49). Aunque la infraestructura arqueológica
que creó ha sobrevivido, Tello enfrentó cinco duros años para recuperarse
antes de dársele la oportunidad de buscar la ayuda de los Estados Unidos y
resucitar la carrera que nosotros celebramos hoy.

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41
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

Julio C. Tello y el desarrollo de los


estudios andinos en los Estados Unidos:
intercambios e influencias (1915-1950)

Ann H. Peters
Luis Alberto Ayarza

Introducción
La vida, la producción intelectual y las influencias recibidas y extendidas
por el Dr. Julio César Tello Rojas han recibido gran reconocimiento en los
últimos años empezando por los minuciosos estudios de Richard Daggett,
seguido por las investigaciones de César Astuhuamán y Jurgen Gölte, la
colección de ensayos sobre Tello y por el mismo Tello, en un libro producido
por el Institute of Andean Research (Burger, 2009). En este último, John
Murra nota que la gran influencia de Tello fue reconocida al final de su vida a
nivel nacional e internacional, demostrada por las reseñas escritas por Toribio
Mejía Xesspe en la Revista del Museo Nacional (1948) y por Samuel Lothrop
en American Antiquity (1948), a las que podemos añadir la reseña profesional
y ensayos bibliográficos de Mejía Xesspe (1947) y Espejo Núñez (1948), y un
homenaje publicado por William Duncan Strong (1948).
Sin embargo, en la literatura producida en inglés en los EE. UU. en esos
mismos años, son comunes las críticas a Tello y a sus ideas, y hay quienes no 43
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

citan su influencia intelectual en las primeras generaciones de arqueólogos


andinistas en Norteamérica. Más bien, hay varios ensayos que citan a Max
Uhle como el padre de la arqueología andina, seguidos por los que enfatizan
la gran influencia de Alfred Kroeber y las ideas fundacionales que fueron
publicadas por Wendell Bennett y Gordon Willey en 1948. Las siguientes
generaciones de jóvenes andinistas en EE. UU. ven a sus propios compatriotas
como los proponentes las ideas más importantes sobre la prehistoria andina y,
además, como los que establecieron las pautas de trabajo de campo sistemático
y de largo aliento.
El libro del Institute of Andean Research, editado por Burger, propone responder
a la falta de acceso a las ideas de Tello en la literatura andinista en inglés. Además
de traducir o republicar una serie de ensayos importantes escritos por Tello,
los tres ensayos introductorios escritos por Daggett (2009), Murra (2009)
y Burger (2009) presentan un resumen de sus investigaciones, sus aportes
en la construcción de marcos institucionales para proteger e investigar el
patrimonio arqueológico y lo novedoso y fundamental de sus planteamientos.
Sin embargo, aún dejan fuera de nuestro conocimiento la principal forma y
contexto en el cual Tello transmitió sus ideas, lo que sucedió en los ámbitos del
trabajo de campo compartido, la planificación de este trabajo, el diálogo entre
colegas y las charlas de museo, en el campo y las conferencias.
Tello enseñó sobre todo en el diálogo y en la práctica, características bien
andinas o muy peruanas, que fueron documentadas en un pequeño libro,
poco citado, escrito por Hernán Ponce (1957). Lo importante del homenaje
de Ponce a Tello no reside en que las historias incluidas sean ciertas o falsas,
míticas o exageradas, sino en su carácter general que nos trasmite algo de
la esencia de cómo y cuánto Tello inspiró y educó a quienes trabajaron
con él. Si bien el trabajo del historiador es evaluar el registro textual, la
del arqueólogo, y también el de la historia social, es trazar además lo que
ha quedado fuera del marco de la historia oficial. Buscamos aquí mostrar
las evidencias de la real escala de la influencia de Tello en sus colegas
norteamericanos y también proponer algunas ideas sobre la curiosa escasez
de reconocimiento de esta influencia.
Por otro lado, en los discursos y textos sobre Tello como fundador de la
arqueología profesional peruana y gran defensor del patrimonio del país,
no se enfatiza la importancia de su formación profesional en Harvard en
una antropología «universal» —o sea etnografía, historia, lingüística y
44
biología, además de métodos arqueológicos—. Poco se menciona su puesto
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

como antropólogo asociado al Museo Peabody de Harvard o sus relaciones


con otros museos, o los ciclos de charlas que dió durante sus viajes a los
EE. UU. Tampoco se mencionan sus estrechas colaboraciones con colegas
internacionales, sobre todo norteamericanos, durante toda su carrera. Al no
examinar con cuidado el carácter de su práctica científica internacionalista,
se le deja expuesto a acusaciones ligeras de «vende patria». Aquí esperamos
esclarecer un poco esta visión tan contradictoria de Tello, al trazar historias
concretas que muestran que la realidad es más compleja, más noble y más
humana de lo que hemos pensado.
Más adelante, nos apoyamos en la cuidadosa cronología de Daggett (2009),
para indagar con mayor detalle en las interacciones entre Tello y sus colegas
norteamericanos, basándonos también en archivos de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, la Pontificia Universidad Católica, el Museo Nacional
de Antropología, Arqueología e Historia del Perú, el Museo Peabody de
Harvard University, el Institute of Andean Research, la University of Pennsylvania
Museum y en los documentos de Honour McCreery, actualmente en proceso
de entrega a la Pontificia Universidad Católica del Perú. Trazamos una serie
de relaciones personales y profesionales, que se traslapan en el tiempo y en los
temas, pero que tienen caracteres diferentes:
1. Tello y sus compañeros de Harvard, especialmente William Curtis Farabee
y Philip Ainsworth Means.
2. Tello y sus colegas del «Este», especialmente Aleš Hrdlička del Museo
Nacional/Smithsonian y Samuel Lothrop de la Heye Foundation.
3. Tello y sus colegas del «Oeste», Alfred Kroeber de la Universidad de
California en Berkeley y Edgar Lee Hewett de la Universidad de Nuevo
México.
4. El proceso de formación del Institute of Andean Research, con las
intervenciones de Alfred Kidder Sr. y Wendell Bennett.
5. Las influencias directas, indirectas y truncadas en un grupo de estudiantes,
Alison Guernsey, J. Honour McCreery, Barbara Loomis y Donald Collier,
que vinieron al Perú en 1937 por medio del Institute of Andean Research
para trabajar con Tello.
6. La relación con un nuevo grupo de colegas quienes organizaron
investigaciones en los países andinos durante la Segunda Guerra Mundial,
entre ellos William Duncan Strong, John Rowe y Gordon Willey. 45
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

1. Las historias
Tello fue a Harvard con una beca del gobierno peruano de $ 100 por mes
(JCT 98[1].1 Folio 11) y logró ser eximido de pagar la matrícula, utilizando
mucho de su beca para comprar libros y suscribirse a las principales revistas
profesionales existentes en la época. Desde entonces, luchó durante toda su
vida para poder mantener sus suscripciones y mantenerse actualizado en la
literatura profesional.
Mientras estaba en Harvard, ya en 1910, el médico Albert Ashmead le estaba
consultando sobre temas arqueológicos y, especialmente, pidió información
en relación a la venta de unos textiles extraordinarios, provenientes de la
colección de Manuel Montero de Pisco, que fueron comprados por donantes
para el Museo Americano de Historia Natural en la ciudad de Nueva York
(JCT 98[1].1 Folio 95-86). Se trata de la primera colección conocida de los
que más tarde se denominan bordados de estilo Paracas o Nazca Temprano, la
primera que salió del Perú y la primera que se transfirió a un museo público en
Norteamérica. En este momento, Tello conocía relativamente poco sobre el
tema de textiles o de la Costa Sur, y más bien estaba profundamente ocupado
en sus estudios antropológicos en Harvard, los que abarcaron tanto lo que
hoy se llamaría bioantropología, como lingüística, etnohistoria, etnografía
y arqueología. Tello estaba estudiando la práctica arqueológica en otras
áreas del mundo, especialmente en las zonas áridas del suroeste de EE. UU.
(Daggett, 2009); pero ya era visto por otros como un personaje mediador,
un antropólogo peruano que estudiaba un posgrado en la universidad más
prestigiosa de los EE. UU. con una beca de su gobierno.
En EE. UU., Tello investigó una colección de cráneos trepanados para su
tesis de Maestría, la colección particular de un tal Dr. Muñiz que se había
dispersado entre museos universitarios y el Museo Nacional de Historia
Natural (Tello, 1912; Daggett, 2009). Cuando su gran colección de restos
humanos y objetos asociados no fue aceptada para formar parte de un museo
en el Perú, su mentor, Ricardo Palma (padre), y su amigo y colega R. Palma
(hijo), organizaron el traslado de algunos materiales como donación al
Museo Peabody de Harvard (JCT 98[1].1 Folio 191). Al volver al Perú dos
años después, Tello fue nombrado antropólogo asociado al Museo Peabody,
un puesto modestamente pagado, con la expectativa de que Tello siguiera
contribuyendo a las colecciones del Museo. Mandó un grupo de esqueletos y
46 cadáveres en 1914 (JCT 98[1].1 Folio 368).
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

Las cartas de esta época demuestran su amistad y relaciones personales con


los colegas que compartían noticias de sus vidas. En Europa, durante 1911 y
1912, Tello se escribió con sus amigos de San Marcos, entre ellos el médico
Francisco Graña, y del mismo modo, cartas más cortas con sus amigos de
Harvard, entre ellos el profesor de antropología William Curtis Farabee.
Llegó a conocer al antropólogo Aleš Hrdlička del Museo Nacional de
EE. UU. (Smithsonian Institution), y luego de volver al Perú en 1913 viajaron
junto a Yauyos para hacer una colección de cráneos y otras evidencias de los
restos físicos de los pobladores andinos, para expandir la colección del Museo
Nacional en Washington. Mantuvieron, antes y después de este viaje, una larga
y amable correspondencia, y Hrdlička se esforzó por invitar a Tello al comité
organizador del XIX Congreso de Americanistas, postergado por la Primera
Guerra Mundial, e incentivarlo para que viajara a Washington cuando se
realizaron conjuntamente la reunión anual de la American Anthropological
Association y el Segundo Congreso Científico Panamericano a fines de 1915.
Daggett (2009: 16-18) ha descrito cómo los primeros años del regreso de Tello
al Perú estuvieron marcados por conflictos con los historiadores Gutiérrez y
Urteaga sobre la presencia de Antropología y Arqueología como sección de
un museo nacional. En estos debates, por primera vez Tello sufrió la acusación
de ser incompetente por la prensa y aprendió también a usar este medio
para presentar sus planteamientos acerca de la ciencia y los propósitos de
un Museo Nacional. Cuando en 1915 las colecciones fueron desmanteladas
y tuvo que renunciar a su puesto, Tello encontró su simpatía y respaldo en
cartas del profesor Putnam, ex director del Museo Peabody, y un estudiante
de posgrado que estaba trabajando en los archivos de historia andina, Philip
Ainsworth Means (JCT 98[1].2 Folio 395). Pero en 1915 falleció Putnam y
terminó su asociación al museo y el modesto sueldo que recibía de Harvard
(Daggett, 2009).
Los años de la Primera Guerra Mundial fueron difíciles: no había dinero para
las instituciones y se cancelaron o postergaron las reuniones profesionales
internacionales. Tello se desarrolló como arqueólogo con viajes de investigación
al Sur, visitando sitios de la región circum Titicaca, Cusco y Arequipa, y
luego la Costa Sur, donde consiguió datos, organizó excavaciones en Nazca y
estableció buenas relaciones con coleccionistas allí y en Ica y Pisco. Durante
este viaje, el médico Enrique Mestanza de la localidad de Pisco ofreció vender
su gran colección de textiles bordados y otros artefactos, y Tello llegó a
comprarla con la colaboración financiera de dos antiguos amigos y colegas, 47
Francisco Graña y Gonzalo Carvajal. Cuando logró viajar a Washington a
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

fines de 1915 para las conferencias, Tello iba como representante oficial del
Perú al Segundo Congreso Científico Panamericano, donde reportó sobre
sus investigaciones en la Costa Sur y propuso una secuencia cronológica
de Pre-Nazca, Nazca, Tiahuanaco y lo relacionado a lo Inca (Tello, 1917).
Pudo también asistir al XIX Congreso de Americanistas (ICA), donde su
amigo Means presentó un esquema cronológico general de la historia andina
basado en textos sobre los Incas y en las categorías de Uhle (Means, 1917).
El antropólogo Alfred Kroeber, profesor de la Universidad de California en
Berkeley, presentó una charla acerca de los pueblos indígenas de ese Estado.
En Washington, Tello también presentó una exhibición de textiles bordados
de las colecciones de su socio Carvajal, los que fueron comprados por el
Dr. Ditman Ross para el Museo de Bellas Artes en Boston. Tello había retenido
una parte de la colección Mestanza para la creación de un Museo Nacional
de Antropología y Arqueología en el Perú, y más tarde la donó al Museo de
Arqueología de San Marcos (Tello, 1959). Luego de las reuniones, Tello viajó
a los EE. UU. y Canadá con el apoyo financiero del American Association
for International Conciliation, del Carnegie Endowment (JCT 98[1].3
Folio 459). En sus viajes, Tello dejó una colección de cráneos y otra de
cerámica del Dr. Huidobro en Harvard (JCT 98[1].3 Folios 470, 474, 491) y
se reunió con CT Turrelly, director del Royal Ontario Museum, para planificar
un intercambio de artefactos, en el que un museo del Perú enviaría piezas y
a cambio dicho museo peruano recibiría colecciones provenientes de Egipto,
el Mediterráneo, el Medio Oriente, la India, Europa y Gran Bretaña. Más
tarde, Turrelly escribió que la colección de Graña había llegado a Ontario y
que se iba a quedar, declarando que él sentía mucho las malas circunstancias
del proyecto del museo en el Perú, pero sin perder la esperanza en la idea del
intercambio entre museos que se había planteado (JCT 98[1].3 Folios 464-7,
479). En este periodo, Tello reforzaba sus relaciones profesionales, en parte,
mediante sus esfuerzos para hacer llegar colecciones de terceras personas a
museos en el exterior. ¿Cuáles fueron sus motivos? Aunque a veces parecen
contradictorias, todas las evidencias apuntan a que su meta siempre fue
construir un gran Museo Nacional de Antropología y Arqueología en el Perú.
Al volver al Perú, Tello fue nombrado antropólogo de una expedición de
Harvard a Piura, en 1916. Desafortunadamente, los profesores más antiguos de
medicina y zoología que lideraban esa expedición lo trataron como un simple
coordinador de logística, trato que chocó con sus experiencias anteriores de
48 respeto y colaboración con colegas internacionales. A sus quejas sobre la falta
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

de remuneración, el trato poco profesional y las decisiones arbitrarias de los


profesores de Harvard, Thomas Barbour le respondió apoyando la autoridad
y las prioridades del Dr. Moss, el profesor principal y entonces considerado
el líder de la expedición:
Mira, Tello, como viejo amigo tuyo te hablo francamente. Tú
sabes que es algo que nosotros aprendemos aquí en Harvard y que
siempre hacemos con los demás. Todos en el Museo Peabody están
impresionados y emocionados al escuchar de tu descubrimiento de las
dos nuevas ciudades [incas, Caxas y Huambos o Huancabamba] y de
tu gran fortuna en conseguir el texto y vocabulario Aguaruna…1.
Y continuó explicando que los profesores nombrados en la expedición no
recibieron sueldo durante este viaje y que él tampoco lo debía esperar (JCT
98[1].3 Folios 476, 506, 533).
Frente a más conflictos con el historiador Gutiérrez en el Museo Nacional y
con el coleccionista Corbacho (Daggett, 2009), Tello emprendió su carrera
política como diputado por Huarochirí en 1918. Sus amigos Means y Farabee
respondieron inmediatamente con felicitaciones y propuestas de montar
proyectos en el Perú (JCT 98[1].3 Folios 573, 584). Con la presentación
de una tesis doctoral acerca de la representación de cabezas preparadas en el
antiguo Perú, Tello logró entrar a dictar clases de arqueología en la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos y consiguió apoyo del rector Javier Prado para
establecer un Museo (Daggett, 2009). Con esta base institucional, en 1919
Tello montó la expedición al valle de Huarmey que lo llevó hasta el callejón de
Huaylas, el callejón de Conchucos y Chavín de Huántar (Tello, 1942; 1960;
Daggett, 2009). Los descubrimientos en este viaje, especialmente en la zona
de Chavín, constituyen la colección fundacional del Museo de Arqueología
de San Marcos.
Al saber de la iniciativa del agricultor industrialista y coleccionista Víctor Larco
Herrera de crear un Museo de Arqueología a nivel nacional, Tello empezó a
trabajar con Larco en la compra de colecciones particulares para este museo
(Daggett, 2009). Pero a la vez, Tello montaba un proyecto paralelo con Philip

1 You see, Tello, as an old friend I am speaking perfectly frankly with you. You know that is
something which we learn here at Harvard always to do with one another. Everyone in the Peabody
Museum is delighted and excited at hearing of your discovery of the two new cities and of your
great good fortune in getting the Aguaruna text and vocabulary… (traducción del inglés al español 49
realizada por los autores).
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

Ainsworth Means, en el que este sería nombrado por el gobierno peruano como
director de un nuevo Museo Nacional, mientras discretamente desarrollaba los
detalles del nuevo museo en conjunto con Tello (JCT 98[1].3 Folios 654, 655,
659, 669). Means también juntó material para un manual de arqueología, con
Tello, que sería publicado en inglés. Cuando Means fue nombrado director
del Museo Nacional de Arqueología, inmediatamente buscó financiar una
«Revista Arqueológica». Otro de los primeros actos de Means fue escribir a
todos los directores de museos en EE. UU. pidiéndoles que desistan de comprar
artefactos saqueados en el Perú que fueran ofrecidos a la venta en Nueva York
por sus diplomáticos y agregados militares (SAS 10 [1]).
En 1920, Means estaba viviendo en Barrios Altos, montando vitrinas y
planificando el guión del nuevo Museo Nacional. Escribió una carta a Tello, en
inglés, en la que resumía con un esquema histórico lo que habían conversado.
Se presentaba en términos de épocas o periodos con una cronología absoluta
bastante teórica, 35 años antes del invento de los fechados «absolutos» por
carbono 14. Lo novedoso del esquema son las tres etapas del «Arcaico» (Archaic)
sin mucho contenido en la carta de Means, que terminan «en el comienzo
de nuestra era» [por el año 1 a. C,/d. C.]. La fase I de la «Época Media»
(Middle Epoch) estaba constituida por el «Proto Chimú» y el «Proto Nazca» de
Uhle, y Mountain I estaba constituida por partes de Tiahuanaco y la cultura
del Callejón de Huaylas. La fase II, de 300 a 600 d. C., estaba constituida
por otros materiales también considerados «Proto Chimú», Proto Nazca y
Tiahuanaco. La fase III se caracterizaba por la gran influencia de la Sierra en
las culturas de la Costa y las manifestaciones de «Tiahuanaco» en esta última.
El «Periodo Final» IV, de 900 a 1400 d. C., incluye las culturas Chimú y
Nazca de Uhle, y el desarrollo de numerosos Estados en la Sierra, entre ellos
los Chankas, Collas e Incas. La fase V representa el dominio del imperio Inka
(JCT 98[1].4 Folios 680-1).
Al observar los cuadros tempranos de cronología andina, muchas veces nos
enfocamos en donde «se equivocan», ya sea por no precisar la cronología
absoluta por no existir todavía la tecnología que la permitiese o por usar
términos que hoy no se emplean de la misma manera. Pero si se sustituye los
términos «Formativo» por Archaic, «Azapa» por «Arica» o «Ica-Chincha» por el
«Nazca» de Uhle, no estamos tan lejos de los esquemas actuales, aunque faltan
todas las categorías creadas por los arqueólogos posteriormente. El concepto de
una temprana «cultura Chavín» era entonces emergente para Tello y el término
50 «Paracas» no existía todavía. Nótese que Tello había planteado el esquema
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

cronológico al conversar con Means, quien lo puso en papel y tinta, el día


siguiente, según su memoria e interpretación. Lo que hubiera sido la base del
guión del Museo y lo que tenemos en esta carta, es entonces una versión de
Means de las ideas de Tello, en el año 1920. Aquí observamos los planes para
una primera presentación pública del esquema Tello del desarrollo autóctono
en el área andina (véase Ramón Joffré, en este volumen).
Durante años habíamos notado la concordancia entre los esquemas de
Means, desde lo publicado en el Congreso de Americanistas de 1915 hasta
sus planteamientos posteriores y los esquemas de Tello. Dadas las fechas
de publicación, pareciera que Means haya sido quien originara el cuadro
cronológico, aunque su área propia de investigación se enfoca más bien en
documentos del tiempo de la Conquista. Solamente luego de trazar su amistad
con Tello desde años anteriores en Harvard se percibe la influencia mutua,
en que Means inspiraba a Tello en los estudios comparativos de documentos
coloniales, o lo que hoy se llama Etnohistoria, y Tello ayudaba a Means en
concebir las etapas históricas conocidas a través de la Arqueología. Aunque
por las fechas de sus ensayos publicados daría la impresión que los esquemas
se originaban con Means, al conocer más acerca de sus diálogos y de las áreas
de conocimiento de cada persona, percibimos las ideas que provienen de
Tello. Eso sería un patrón recurrente en otras relaciones profesionales entre
Tello y sus colegas norteamericanos.
Frente a esta campaña contra la venta de objetos arqueológicos por parte de
los diplomáticos, la mayoría de los museos norteamericanos reorientaron su
política coleccionista hacia el financiamiento de investigaciones en campo.
G. B. Gordon, director del Museo de Arqueología y Antropología de la
Universidad de Pennsylvania, designó a William Curtis Farabee, profesor de
Tello en Harvard que tenía amplia experiencia etnográfica en la Amazonía y
previa experiencia en el Perú, para que venga con el fin de excavar y conseguir
ejemplares de la vistosa cerámica Nazca, textiles bordados y adornos de oro
laminar que todos los grandes museos de EE. UU. competían por conseguir.
Farabee llegó al Perú en 1922 y por medio de Tello consiguió el permiso oficial
para excavar y exportar sus materiales excavados (SAS 10 [2]). Primero siguió
los contactos recomendados por Tello en Pisco, Ica y Nazca, donde exploraba
los puquios y canales subterráneos, emocionándose tanto que tomó el agua de
un puquio, se enfermó gravemente y nunca se recuperó por completo. Su esposa
lo rescató apenas vivo en Ica y trató de recuperarse en Chosica y Arequipa.
51
Meses más tarde volvió en barco a Pisco, donde también conversó con unos
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

norteamericanos que abastecían a sus mineros en las islas guaneras con agua
fresca proveniente de los manantiales de Paracas. Visitó a los coleccionistas
J. Ramón Montero y Domingo Cánepa, y excavó en La Puntilla.
El 24 de octubre de 1922, Farabee alquiló un velero, cruzó la bahía y subió a
Cerro Colorado. Escribía en su diario:
El bote – envié hombres a San Andrés para conseguir un velero para
cruzar la bahía a Cerro Colorado.
25 de Octubre – Crucé y encontré encima de una colina de 100 pies de
altura, a media milla del mar, un cementerio donde se habían realizado
anteriormente excavaciones – parece ser un basural hasta diez pies de
profundidad pero sin evidencia de casas – con conchas de varias clases,
fragmentos de maíz, camote, yuca, guayaba, ceniza fina, etcetera,
compacto y endurecido pero posible de excavar con una pala.
Muchos esqueletos se encontrabajan esparcidos alrededor por
excavadores previos – todos los craneos con aplanamiento posterior
y amarre – habrían tenido vestimienta fina, como las colecciones de
Montero y Cánepa que vinieron de aquí (¿?).2 (SAS 13a Folder 11 [3]:
6).
Evidentemente Farabee había encontrado sectores de los cementerios de
Cerro Colorado que incluían materiales parecidos a los famosos mantos
bordados ya en colecciones en los EE. UU. Pensaba volver para excavar,
pero siguió enfermo. Aparentemente al volver a Lima le contó a Tello sobre
sus observaciones, pero después de esta expedición se retiró del Museo de la
Universidad de Pennsylvania y falleció luego de dos años (Mason, 1926).
Como eventual director de varios museos y profesor en la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, y por sus contactos en los congresos
internacionales, durante la década 1915-1925, Tello recibió un caudal de
cartas pidiendo todo tipo de colaboraciones, algunas desde provincias en
el Perú, otras de los directores de museos en Argentina o en Colombia,

2Boat Sent men to San Andrés to get sail boat to cross bay to Cerro Colorado.
Oct 25th Crossed and found on hill top 100 ft high half miles from sea a burial place where
excavations had previously been made – appears to be refuse heap got to 10 ft deep but no evidence
of houses ---- shells of various classes, fragments of corn, camotes, yucca, guayavas – dust ashes etc.
well cemented together but possible to dig out with shovel.
52 Many skeletons were scattered about by previous diggers —all the skulls were flattened behind and
wrapped— these had fine clothing as Canepa’s + Montero’s collections came from here (?).
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

Inglaterra o Alemania, pero mayormente procedentes de las universidades


en los EE. UU. Le pedían opiniones, recomendaciones para estudiantes,
identificaciones de artefactos, colecciones de mariposas, todo tipo de favores
apropiados o no a su puesto y sus conocimientos. Tello vivía en el centro
del mundo de las ciencias en el Perú y también del mundo creciente de los
movimientos intelectuales indigenistas. En 1923, Tello fundó la revista Inca,
donde escribe «Wira Kocha», un ensayo de análisis iconográfico inspirado
por comparaciones entre textos de mitos andinos e imágenes provenientes de
sus estudios en Chavín (Tello, 1923a; 1923b). Desde entonces mantuvo una
ortografía arqueológica basada en transcripción lingüística, distanciada de las
formas hispanas de escribir términos andinos.
En 1923, el coleccionista Cánepa exhibió una colección de textiles
supuestamente provenientes de un solo entierro en una galería en Lima. Los
vistosos bordados causaban furor entre los artistas y arquitectos de corrientes
indigenistas y los precios subían precipitadamente, hasta que solamente
Larco pudo comprar una selección de las piezas más completas. Fragmentos
de algunos textiles bordados se dispersaron, terminando en las colecciones
de museos nacionales y universitarios en los EE. UU., Europa y Argentina
(Isabel Iriarte, comunicación personal, 2006). Tello logró pedir prestado
un complejo tocado para estudiarlo y fue el primero en proponer que el
«textil Paracas» tiene una organización que sugiere referencias calendáricas
(Tello, 1959). Pero Larco envió las piezas para exhibirlas en París, donde
fueron estudiadas y publicadas por otros investigadores (Levillier, 1928;
D´Harcourt, 1934), donde terminaron siendo vendidas y, las principales,
donadas al Museo Brooklyn, en un distrito de Nueva York.
El proyecto de un museo nacional con Means quedó truncado, pero la estrategia
de Tello funcionó en otro sentido: Larco vendió su museo al Estado peruano
en 1924 y Tello fue nombrado director del nuevo Museo de Arqueología
Peruana. Consolidaba allí las colecciones antropológicas y arqueológicas que
había tenido bajo su cargo, excepto por las de la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos. Con cautela, mantuvo las dos plataformas institucionales.
En 1924, Alfred Kroeber publicó con William D. Strong dos estudios de los
documentos y colecciones de Ica y Chincha que Max Uhle había mandado a
la coleccionista Phoebe Hearst, quien tuvo la intención de fundar un Museo
de Antropología y Arqueología en el área de San Francisco. Como etnógrafo,
Kroeber tuvo interés en estudios del estilo de artefactos y Strong era entonces
53
su estudiante doctoral. Además de ser heredero de la colección de Uhle en el
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

museo que pasaba a formar parte de la Universidad de Berkeley, también en


1915 Kroeber había conocido los textiles bordados de la colección Mestanza,
en Washington. Por ello, Kroeber escribió a Tello y pidió su ayuda para
montar una expedición arqueológica en el Perú.
Cuando Kroeber llegó a Lima, Tello le presentó a los investigadores
que trabajaban activamente en la arqueología del valle del Rímac, el más
prominente entre ellos, Jacinto Jijón y Caamaño de Ecuador, gran amigo de
Uhle. Kroeber quiso investigar en la Costa Norte, pero estaba lloviendo; visitó
Huancayo, pero sufrió de soroche y volvió pronto. Sus colegas rápidamente
descubrieron que tenía poco conocimiento de los métodos de excavación.
Pero se llevaba muy bien con Tello, quien le invitó a trabajar al sur de Lima,
donde estaba dirigiendo excavaciones de rescate en Huaca Malena y esperaba
encontrar materiales relacionados a Nazca y Tiahuanaco. En 1925, Kroeber
excavó en Cerro del Oro en Cañete, donde contaba con un socio de Tello,
Antonio Hurtado, como supervisor de las excavaciones y con obreros de
Huarochirí. Kroeber dejó a Hurtado a cargo para visitar la Costa Sur, donde
visitó sitios en Nazca, conoció a coleccionistas en Ica y Pisco y, aparentemente,
escuchó rumores de entierros en la península de Paracas (Kroeber & Collier,
1998: 19; Daggett, 1991; 2005).
Al volver a los EE. UU., Kroeber publicó en American Anthropologist un
famoso ensayo titulado «Coast and Highland in Prehistoric Peru», cuyos
planteamientos se parecen curiosamente a los que Tello venía manejando por
más de una década (Kroeber, 1927). Kroeber estaba planificando una siguiente
expedición proyectando grandes descubrimientos en la cultura «Proto Nazca»
con apoyo del Field Museum y William Egbert Schenck para dirigir las
excavaciones, cuando recibió la noticia que Tello se le había adelantado.
Poco después de la partida de Kroeber a EE. UU. en 1925, Samuel Lothrop
retornó de sus investigaciones en Argentina. Tello lo conoció en Harvard,
pero en este momento Lothrop trabajaba para la Heye Foundation Museum
of the American Indian, una institución que no había acatado el principio de
no comprar objetos arqueológicos a los diplomáticos. Sin embargo, Lothrop
siempre fue un buen colega y amigo de Tello y en esta ocasión le ofreció
apoyo logístico para compartir un viaje de reconocimiento en la península
de Paracas. Tello volvió de nuevo en agosto con el auto y la compañía del
historiador y diplomático argentino Roberto Levillier y su esposa Jean, para
examinar con más detalle las zonas de huaqueos anteriores (Tello, 1959; Tello
54
& Mejía, 1979).
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

De esta forma, con el apoyo de diferentes colegas internacionales, Tello


logró montar un plan para investigar el sitio para el Museo de Arqueología
Peruana, con la supervisión técnica de Hurtado, nombrado en el Museo como
conservador general. Iniciaron los trabajos de levantamiento topográfico
y cateos en 1926. Estas investigaciones en Paracas son el primer proyecto
de investigación por y para un museo nacional peruano que, junto con
las investigaciones en Chavín, representa un cambio en el paradigma del
liderazgo de las expediciones y el destino de las colecciones excavadas.
Cuando se alistaban para partir en enero de 1926, William Montgomery
McGovern, especialista en difusión de charlas populares sobre Tibet, pidió
visitar el sitio con un cinematógrafo alemán que lo acompañaba (JCT
98[1].5 Folios 1183-4). Ya en febrero de 1926, McGovern se presentaba en
declaraciones al New York Times como codescubridor de una gran ciudad
en Paracas, de tal manera que esto afectaba a Means y seguramente a otros
colegas. La noticia inició una ruptura entre Tello y los mismos colegas que lo
habían apoyado en su larga lucha para establecerse en la dirección de un museo
nacional. Means, desde México, creía que el anuncio era una estafa y escribió
una carta al New York Times en términos ofensivos a Tello (JCT 98[1].5 Folio
1187). Levillier pidió permiso para fotografiar la cerámica excavada, pero de
repente Tello se lo negó, causando una reacción brusca, una carta ofendida y
una ruptura violenta entre ellos (Daggett, 2005; JCT 98[1].5 Folio 1206).
Dos años más tarde, Jean Levillier publicó un pequeño libro en inglés, en
París, acerca de los textiles del entierro Cánepa a la luz de las experiencias en
su visita a Paracas con Tello en 1925 (Levillier, 1928).
Unos colegas norteamericanos escribieron para proponer un proyecto en
Paracas en conjunto con Tello, tanto Marshall Saville del Heye Foundation
como Kroeber (JCT-98.1.V Folios 1192, 1194). Al llegar al Perú en 1926,
Kroeber fue a Paracas esperando un tour guiado de los descubrimientos pero
no encontró a nadie en el campamento. Tello suspendió los trabajos en Paracas
y en septiembre se fue con su equipo a trabajar a Nazca con Kroeber. Después
de trabajar juntos en Cahuachi y despachar las colecciones de Kroeber al Field
Museum, Kroeber viajó con Tello a la Costa Norte para visitar juntos sitios
asociados a la cerámica que Tello denominaba Muchik (Kroeber & Collier,
1998: 19-33).
Como señalamos anteriormente, en 1927, Kroeber publicó en American
Anthropologist un famoso ensayo titulado «Coast and Highland in Prehistoric
55
Peru», cuyos planteamientos se parecen curiosamente a los que Tello venía
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

manejando por más de una década. Entonces, cuando Tello fue al XXIII
Congreso de Americanistas en Nueva York, en 1928, en vez de presentar sus
descubrimientos de las Necrópolis de Wari Kayan en Paracas, presentó y publicó,
en inglés, un ensayo que sintetiza planteamientos geográficos y cronológicos
y que tituló «Andean Civilization: some problems of Peruvian archaeology»
(Tello, 1930b). Sus esquemas gráficos se parecen mucho al cuadro de desarrollo
histórico preparado para la Exposición Iberoamericana de Sevilla (JCT III-
24.4.2), una revisión del esquema de 1920 que incorpora Paracas (fig. 1). Sin
embargo, por las fechas de publicación, el ensayo de Kroeber parece ser el
antecedente. En 1930, Kroeber publicó «Archaeological Explorations in Peru:
the Northern Coast», en el que da poca importancia a las recomendaciones,
explicaciones y visitas guiadas por su amigo y colega Tello (Kroeber, 1930).
Como si esto no fuera suficiente, en este tiempo surgieron tensiones entre Toribio
Mejía y Antonio Hurtado, los dos supervisores que estuvieron trabajando juntos
al descubrir los cementerios «Necrópolis» en Paracas. Al volver con el camión
en 1928, se bajó una llanta y Hurtado hizo un viaje misterioso y aparentemente
innecesario a Lima, desatando una serie de dudas y acusaciones que terminaron
con su despido. Inmediatamente después de traer los materiales de Paracas a
Lima hubo un conflicto violento con Victor Larco Herrera, sobre un terreno al
lado del Museo de Arqueología Peruana que Tello estaba usando para conservar
y restaurar materiales excavados (Daggett, 2009: 28).
Tello había conseguido fondos del gobierno peruano para el masivo rescate
de los entierros intactos de las Necrópolis, ofreciendo aportar con momias y
mantos bordados al pabellón del Perú en la Exposición Iberoamericana de
Sevilla, planificada para 1929. Al inicio, la Comisión de Sevilla pidió todo
el cementerio, pero luego aparece una solicitud del Ministerio de Relaciones
Exteriores el día 10 de enero 1929 con una lista de seis entierros con su código
de excavación, de los anotados como los más importantes o interesantes y da
media hora para subir los fardos al camión (AT 162; AT 171 cuadernillo
2; JCT-III-37-2). Tello llegó a entender que estos fueron estudiados por
Hurtado, dentro del Ministerio de Relaciones Exteriores, antes de mandarlos
a ser exhibidos en Sevilla (AT 167). Tello acusó a Hurtado de haber robado
un manto bordado del museo y hubo un juicio legal con acusaciones entre
Hurtado y Tello de robar y vender materiales de los entierros de las Necrópolis
(AT 171 cuadernillo 1; TMX 765; JCT 100[3].13).
Tello y su equipo prepararon una exhibición de 1 380 objetos (sin incluir materiales
56
provenientes de los seis entierros Necrópolis) para Sevilla (JCT III-37-2). Dos de
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

Figura 1 – Tríptico del Perú Antiguo preparado por el Museo de Arqueología Peruana para el pabellón del Perú en la Exposición Iberoamericano de
Sevilla, 1929

57
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

los fardos fueron a Sevilla, mientras los materiales contenidos en los cuatro
fardos abiertos en el Ministerio de Relaciones Exteriores fueron devueltos
al Museo Nacional en 1932 (Catálogo del Museo Nacional, 1932). El
comisionado de la exposición de Sevilla fue Francisco Graña, y Tello logró
saber algo sobre cómo habían sido exhibidos los fardos parcialmente abiertos.
Tello fue obligado a quedarse en Lima para presentarse en un Congreso de
Turismo y aprovechó para publicar Antiguo Perú: primera época, un libro de
difusión basado mayormente en sus investigaciones en Chavín y Paracas y
diseñado no solamente para demostrar los logros de una arqueología nacional,
sino también definir un periodo histórico anterior a la secuencia planteada
por Uhle (Tello, 1929).
Mientras tanto, en 1929, Tello había gestionado un proyecto de ley que
establece a los sitios arqueológicos como patrimonio del Estado (Astuhuamán
& Daggett, 2005) y se estableció el Patronato de Arqueología para vigilar los
sitios registrados. Pero luego, en 1930, Tello fue destituido de su cargo como
director del Museo luego del golpe de Sánchez Cerro, siendo reemplazado
por el Dr. Luis Valcárcel, y luego atacado extensamente en la prensa por una
alianza de la derecha golpista con políticos coleccionistas, y en los mismos
medios, por Hurtado (Daggett, 2009; Tello, 1930a). Tello logró mantener el
acceso para investigar su colección de Paracas al mantener buenas relaciones
con Valcárcel, pero cuando su socio Eugenio Yacovleff pasó a trabajar con
Valcárcel e inició con el joven Jorge Muelle investigaciones propias y publicó
sobre Paracas, Tello criticó en la prensa a la nueva dirección del Museo
Nacional (Daggett, 2009). Si bien, estos contratiempos y conflictos no tienen
una relación obvia con las relaciones entre Tello y sus colegas norteamericanos,
forman parte de las tendencias a la competencia, la envidia, la desconfianza y
el conflicto abierto desatados a nivel nacional e internacional por las nuevas
prácticas institucionalizadas en el proceso de investigar Paracas.
Ya en 1931, Tello logró establecer un Centro de Investigaciones Arqueológicas
con sede propia bajo la supervisión del Museo Nacional y luego organizó
nuevas aperturas de fardos Paracas como eventos diseñados para reconstruir
sus alianzas a nivel nacional e internacional. Means renovó la buena relación
con Tello y manejó datos generales acerca de Paracas que le sirvieron de mucho
para escribir (Means, 1932) sobre los textiles bordados del Museo de Bellas
Artes en Boston (parte de la colección Mestanza). Participó en la apertura
del fardo mortuorio 12 en 1933 en el nuevo Centro de Investigaciones
58 Arqueológicas (AT 180 cuadernillo 2).
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

Tello buscaba entre sus colegas internacionales posibilidades de financiar el


mantenimiento de su centro y sus investigaciones. En el año 1935, presentó
en Lima una serie de charlas y visitas al campo para un viaje educativo acerca
de las culturas y la arqueología andina organizado por el profesor Edgar Lee
Hewett de la Universidad de Nuevo México. Este «semestre en el exterior»
(semester abroad) era novedoso para esta época: Hewett llevó a sus estudiantes a
Tiahuanaco, a La Paz y luego a Cuzco, donde visitaron el Museo Universitario,
las principales estructuras Incas en la ciudad, Chinchero, Ollantaytambo y
Machu Picchu. De regreso a Lima, Hewett se reunió de nuevo con Tello y
se volvieron a ver en octubre de 1935 en el Congreso de Americanistas en
Sevilla, donde confirmaron planes para una serie de charlas que Tello daría en
Nuevo México el año siguiente (JCT 99[2].8 Folio 2101).
Hewett tenía cierto parecido con Tello. Arqueólogo residente en el árido y
transcultural suroeste de los EE. UU., infatigable investigador de terreno
y profesor de métodos, fundó el Museo de Nuevo México y la School for
American Research (SAR). Entró en la política para gestionar la Antiquities Act,
ley federal que protegía a los sitios arqueológicos como patrimonio del Estado.
Aunque gestionó los programas académicos de la Universidad de Nuevo
México y la University of Southern California, fue menospreciado por Boas
y otros colegas de las universidades del Noreste. Cuestionaron su doctorado
de la Universidad de Ginebra por ser una tesis basada en sus publicaciones
previas, calificándolo como demasiado político y poco académico, con escaso
marco teórico y sin publicaciones en American Anthropologist. Pero entrenó a
los arqueólogos profesionales del Suroeste con amplia experiencia en el trabajo
de campo, documentando el pasado Anasazi; siendo gran amigo también de
sus descendientes, promocionando las magníficas artesanías de los pueblos de
Santa Clara.
En 1936, Tello viajó a EE. UU. y fue primero a Nuevo México (fig. 2), donde
dio el ciclo de charlas y visitó las excavaciones del School for American Research
en el Cañón de Chaco. Tello ya proponía la formación de un instituto de
investigaciones andinas para coordinar investigaciones colaborativas y
recaudar fondos, y consideró la propuesta de Hewett de ser parte del School for
American Research. En Gallup, Nuevo México, conoce a la Sra. Truxton Beale,
una persona pudiente aficionada a la arqueología, que hablaba fluidamente el
español y financiaba investigaciones arqueológicas. Ella aconseja a Tello que
se reúna con Mildred y Robert Woods Bliss en California, y que creáse una
institución en EE. UU. con la participación de sus colegas arqueólogos, pero 59
sugirió que ellos no debían constituir su directiva (JCT 99(2).8 Folio 2105).
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

Figura 2 – Julio C. Tello en Nuevo México en 1936


Foto del archivo JHM, cortesía de Felicia Schaps Tracy

J. Honour McCreery, arqueóloga egresada con Maestría de la University of


Southern California que había participado en el viaje educativo de 1935,
estaba excavando con Hewett en Chaco y acompañó a Tello en el tren a
California. Desde entonces mantuvo una correspondencia con Tello y supo de
la formación del Institute of Andean Research cuando Tello se reunía después
con sus colegas en Nueva York el 13 de septiembre de 1936 (JCT 99[2].8
Folio 2133). El plan tentativo con Hewett y la directiva recomendada por
Beale se habían abandonado. El 22 de septiembre, el antropólogo Lealie Spier
de la Yale University había escrito a Kroeber con copia a Tello, declarando que
si Tello se asociaba a Hewett no tendría apoyo y participación de otros colegas
60
(JCT 99[2].8 Folios 2110, 2111).
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

En su biografía, Alfred Kidder Sr. declara que el Institute of Andean Research


fue fundado por su propia iniciativa, al volver de excavar en el Suroeste, y que
había recomendado a Tello con la filántropa Mrs. Beale (Woodbury, 1973).
Mason (1967) cita como fundadores a Lothrop y a Kroeber, que no estaba
presente pero pidió ser su primer presidente, y a Wendell Bennett, que asumió
el cargo de secretario-tesorero. También menciona a Tello como partícipe en
este acto y representante del Institute of Andean Research en el Perú, pero
ningún texto aclara que Tello había llegado a EE. UU. con el plan de fundar el
mencionado instituto; aunque el acuerdo inicial trataba de la creación de una
institución de carácter internacional con Tello como director de campo (Field
Director). Para fines de su incorporación como entidad sin fines de lucro en
EE. UU. se modificó el plan y se formó una directiva estadounidense, con
Tello como Peruvian Counselor and Representative, nombrado por un año.
El 19 de enero de 1937, Bennett escribió a Tello para explicar los cambios,
declarando que su nueva posición era otra manera de decir «director de
campo» y que al presentar un plan de investigaciones a la directiva del Institute
of Andean Research y que fuese aprobado, organizarían el apoyo financiero
(IAR [1]). Tello respondió con cartas a Bennett, Lothrop y Kroeber pidiendo
que se aclare el cambio de carácter del instituto, de internacional a nacional, y
las responsabilidades del Peruvian Counselor (JCT 100[3].13 Folios 4258-9,
4261, 4262). Tello percibió que los cambios efectuados después de su partida
tendrían efectos importantes en las relaciones de poder y funcionamiento del
instituto, lo que resultó acertado.
El Institute of Andean Research destinó apoyo financiero para la participación
de estudiantes recomendados por sus miembros. Las jóvenes arqueólogas
Honour McCreery y Barbara Loomis fueron recomendadas por Hewett para
el primer grupo de estudiantes enviados a trabajar con Tello en la Expedición
al Marañón, pero no recibieron apoyo del instituto. Sin embargo, llegaron a
Lima en mayo de 1937 y pasaron un mes allí antes de partir en la expedición.
Durante este mes fueron testigos de la visita de Nelson Rockefeller, su
conversación con Tello y la decisión de mandar cuatro fardos mortuorios a
Nueva York, considerando que convenía al Perú que el magnífico arte textil
de Paracas fuera exhibido en un museo de renombre mundial, como el Museo
Metropolitano (Resolución Suprema 433, 17 de junio, 1937; JCT III-40-I
Folios 8108-8111). Al entender su contexto histórico, se puede entender este
acto —aparentemente contradictorio— como parte integral de los planes de
Tello de construir en Nueva York una institución transnacional que apoyaría 61
a su centro de investigaciones.
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

La joven McCreery mantenía un diario en el que anota la hospitalidad de Tello


y su familia, quienes dieron acceso a los estudiantes a su biblioteca personal.
Allí estudiaron las fuentes publicadas, las de Kroeber entre ellos, y también
trabajos inéditos de Tello. Las notas de McCreery incluyen dos documentos
fascinantes, que describen un esquema histórico-geográfico novedoso que
concibe knots («nodos») como centros de interacción en distintas zonas
altoandinas, conectados por sistemas fluviales que emanan a la Costa, Sierra
y Selva. No representa un mapa literal, sino un esquema conceptual de
nudos de unión entre rutas que canalizaban relaciones históricas entre áreas
socioculturales estructuradas por la geografía andina (fig. 3).

Figura 3 – «Nudos de interacción» en los Andes, representado


62 en los apuntes de J. Honour McCreery (JHM [1]), 1937
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

Un dibujo más detallado representa un sistema que emana del sitio de


Chavín (fig. 4). Escrito en un inglés traducido del español, estos esquemas
khipuformes están seguidos por un mapa detallado de ríos principales y sitios
arqueológicos parecidos a los manejados por investigadores posteriores, que
detrás lleva una lista de sitios escritos en los términos y sistema ortográfico
de Tello.

Figura 4 – Esquema detallando el nudo de interacción


alrededor del sitio de Chavín, en los apuntes de J. Honour
McCreery (JHM [1]), 1937

63
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

Otra norteamericana no tuvo tan buena acogida: procedente del Museo


Peabody de Harvard y apoyada por el Institute of Andean Research, Isabel
Guernsey fue destacada para aprender conservación y análisis textil con Rebeca
Carrión, trabajando específicamente con textiles de Paracas. Considerando
que Guernsey no tenía suficiente experiencia previa, Carrión le asignó a
trabajar exclusivamente con textiles de Ancón. Por las cartas preocupadas
de Guernsey a Bennett (IAR [2]) y el comentario indignado de A. V. Kidder
Jr., quien consideraba que Guernsey debería haberse encargado de poner en
orden la colección Paracas y abrir fardos (IAR [4]), esta correspondencia deja
la impresión que la habían mandado al Perú con la tarea específica de obtener
información detallada acerca de Paracas, proyecto que quedó frustrado. En
1938, Guernsey ayudó a A. V. Kidder Jr. en el estudio de un fardo Paracas en
Harvard, antes de desaparecer de la historia de la arqueología andina.
McCreery y Loomis salieron al campo junto con otro estudiante de Nueva
York, Donald Collier, que iba como fotógrafo de la expedición. Otros jóvenes
apoyados por el Institute of Andean Research, Blair y Danielson, fueron con
un excelente equipo fotográfico pero estuvieron por poco tiempo; Lothrop
había escrito a Tello declarando que Blair y Danielson llevarían equipo de
alta calidad para dejarlo con Tello, pero quizás no irían al incomodarse si
estaban las chicas del Suroeste (JCT 99[2].8 Folio 2289). En el valle de
Casma trabajaron en un complejo de sitios que hoy se conoce con el nombre
de Sechín. Mientras las norteamericanas registraban entierros intrusivos
del periodo Intermedio tardío, los trabajadores del Museo con Tello, Mejía
y el dibujante Pedro Rojas Ponce excavaban y registraban los contextos
arquitectónicos tempranos cubiertos por un antiguo huayco, y reubicaron las
rocas paradas grabadas. Collier escribió a Bennett comentando que las chicas
del suroeste trabajaban bien (IAR [3]), y sus notas de campo lo reflejan.
Loomis y McCreery aprovecharon los domingos para explorar con Pedro
Rojas y conocer bien los diferentes aspectos del sitio (JHM [2]). Se llevaron
bien con todos, pero les parecía muy rara la actitud de Collier, que se volvió
más ansioso en la medida que los descubrimientos en Sechín hacían que Tello
replanteara el calendario para completar bien las obras. Cuando se trasladaron
a Moxeke y descubrieron otra arquitectura con frisos maravillosos, Collier se
veía sumamente infeliz.
En septiembre de 1937, McCreery volvió a EE. UU. para casarse, y Loomis
decidió que sería inoportuno quedarse, siendo la única mujer. Tello apoyó sus
64 decisiones y su esposa y Carrión les brindaron apoyo logístico en Lima. Collier
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

abandonó el proyecto una semana después y partió a Chavín (JHM [3]).


Pero Loomis, que estudiaba fotografía y hacía películas, se organizó con
Rebeca Carrión para mandar un fotómetro a Tello, que posibilitase la toma
de buenas fotos durante el resto de la expedición al Marañón (JCT 100[3].13
Folio 4308-9). Desde los EE. UU., Loomis y McCreery se escribían mientras
desarrollaban su informe para Tello, lamentando que la falta de las fotografías
prometidas por Collier empobrecía sus resultados. La correspondencia que
mantuvieron entre ellos y Tello también nos ofrece visiones personales
sobre el rol de Wendell Bennett en organizar la participación de estudiantes
estadounidenses en la Expedición al Marañón y los posibles motivos.
Loomis emprendió un viaje a Nueva York en 1938, cuando consideraba iniciar
un posgrado en Yale. Se entrevistó con Bennett poco tiempo después que los
cuatro fardos de Paracas Necrópolis, destinados al Museo Metropolitano, se
habían destacado al American Museum of Natural History, y dos de ellos ya
habían sido abiertos y estudiados por Bennett. Loomis escribió a McCreery:
En cuanto a las momias Rockefeller: Busqué a Dorothy Bennett en
el American Museum, y supe por ella que las momias se encontraban
allí. No creo que ella haya sabido cómo pasó, y no profundicé mucho
en el tema. También supe por ella que W. C. Bennett había estado
incómodo porque César nos estaba llevando. Lothrop obviamente le
escribió al Dr. Tello, como le fue indicado, sin saber realmente cuál
era el trasfondo del asunto. Evidentemente, W. C. B. había estado
contando a todo el museo lo que decía la carta de Lothrop a Caesar:
acerca de los jóvenes que querían «trabajar en serio» y todas esas cosas
(No se me ocurre por qué no le mencioné a Dorothy sus estudios
en Inglés y Arte). Concluí que D. Bennett y F. Leon habían estado
tratando de convencerlo de que no erámos simplemente un par de
tontas delicadas.
Aparentemente W. Bennett había estado dando a entender que
el Dr. Tello no había estado cooperando con el Instituto […] Me
pregunto si él realmente pudo haber tenido la tonta idea de que el Dr.
Tello estaba allí para traicionarlo, y estaba actuando de acuerdo a eso.
De otro modo encuentro difícil de comprender en un hombre en su
posición tanta aparente estupidez y falta de interés real por el desarrollo
de la arqueología. Le dejé a Dorothy tan claro como me fue posible que
el Instituto significaba mucho para el Dr. Tello y que él no había tenido
65
intención alguna de no cooperar con este; y de ahí fui a ver a W. C. B.
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

Aprendí varias cosas en el curso de la entrevista, y salí muy segura de


que la idea de W. B. de que el Dr. Tello está allí para traicionarlo está
basada en una tendencia a juzgar a otros en base a su propia condición.
Él quiere ser el más grande en el campo, y la arqueología per se es
secundaria. Pero si él no puede ni darse cuenta de lo que pasa cuando
trata de jugar un juego de indirectas con un hombre listo que ha
tenido que lidiar con ese tipo de cosas durante cuarenta años o más—
bueno…! (JHM [4])3.
Es decir que a un año de haberse fundado el Institute of Andean Research, y
luego del primer año de trabajos desarrollados bajo su auspicio, ya resaltan
las diferencias en expectativas. Tello quiso fundar la institución para crear
un marco de colaboraciones donde él no siguiera apareciendo como director
de logística o agilizador de trámites, sino como director de proyectos con
financiamiento internacional. Aparentemente, sus colegas querían usar el
instituto no solamente para mandar estudiantes al Perú para aprender de
Tello y sus colaboradores, sino también para obtener datos específicos para el
presidente Kroeber y el secretario Bennett.
Loomis menciona que Bennett quería dar la impresión que él había sugerido
que Rockefeller se reuniera con Tello, e incluso que la propuesta de mandar
fardos Paracas a Nueva York era un arreglo previo en que él había estado

3 As regards the Rockefeller mummies: I looked up Dorothy Bennett at the American Museum,
and learned from her that the mummies were there. I do not think she knew how it happened,
and I did not go into the matter much. I also learned from her that W. C. Bennett had been on his
tin ear because Caesar was taking us. Lothrop obviously wrote Dr. Tello as he was told to, without
really knowing what was back of the matter. W. C. B. had evidently been telling the museum
in general just what Lothrop’s letter told Caesar: about the boys who wanted to «serious work»,
and all that. (I can not think why I did not happen to mention their English and Art majors to
Dorothy.) I gather that D. Bennett and F. Leon had been trying to convince him that we were not
just a couple of feminine nincompoops.
Apparently W. Bennett had been letting it be understood that Dr. Tello had not been cooperating
with the Institute. […] I wondered if he could really have gotten some fool notion that Dr. Tello
was out to double-cross him, and was acting accordingly. Otherwise, I found it hard to account
for so much apparent stupidity and lack of real interest in the advancement of archaeology, from
a man in his position. I made it as clear as I possibly could to Dorothy that the Institute meant a
great deal to Dr. Tello, and that he had had no idea of not cooperating with it, and then went up
to see W. C. B.
I learned several things in the course of the interview, and came away fairly sure that W. B.’s
premise that Dr. Tello is out to double-cross him is based on a general tendancy [sic] to judge
others by himself. He wants to be the big bug in the field, and archaeology per se, is secondary.
66 But if he can not even realize what happens when he tries to play a game of indirections with a
clever man who has had to cope with that sort of thing for forty years or more-- well…! (JHM [4]).
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

involucrado —aunque nuestras fuentes en los archivos no apoyan esta


versión—. Loomis añade, «Bennet mencionó que él le había sugerido a
Rockefeller que ayude a Tello a publicar»4. En contraste, Kroeber y Bennett en
su correspondencia en 1937 expresan la preocupación que el financiamiento
directo de parte de Rockefeller hubiera dado a Tello demasiado libertad,
debilitando el control del Institute of Andean Research. Le critican por no
rendir cuentas detalladas de los gastos de la expedición (IAR [5]), aunque
no la habían financiado, mientras Tello se estaba preocupando más por los
informes científicos que el suponía estaban destinados a ser publicados en
EE. UU. (JHM [5], JCT 100.13 Folios 4376-7).
Loomis también nota que Bennett aparentemente conocía muchos detalles
acerca de los trabajos de campo en Casma.
No parecía ser mucho lo que le faltaba conocer de Sechín, Moxeke o
Pallca. Sobre su escritorio había un juego de las fotos tomadas por Blair-
Danielson. Estas no incluían gran parte de la piedras de Mayanish,
de las que le permití ver dos o tres. Él brincó como si hubiera sido
pinchado con un alfiler, luego preguntó si yo tenía los negativos. Dije
que Donald [Collier] los había tomado. «¿Los negativos de Donald?».
No lo contradije: Donald los había tomado. Otra foto ante la que
él se entusiasmó fue la de una de las piedras antes de ser excavada.
Estaba sorprendido por cuánto de ella se mostraba. Obviamente, es un
tema delicado para él que el Dr. Tello pudo hallar cosas donde él no5
(JHM [5]; JCT 100[3].13 Folios 4376-7).
Mientras Loomis escribía a McCreery, Bennett había renunciado a su
posición como secretario del Institute of Andean Research y partió en una
expedición al Perú, donde obtuvo permiso oficial para sus investigaciones
en el Callejón de Huaylas. McCreery y Loomis lograron mandar sus
informes a Tello en 1938, y, al responder, Tello expresaba su desilusión con

4 Bennett said that he had suggested to Rockefeller that he help Tello publish.
5 There did not seem to be very much that he did not know about Sechin, Moxeke or Pallca.
There was a set of Blair-Danielson pictures on his desk. They happened not to include the most
Mayanish of the stones, which was with two or three that I let him look at. He jumped as if
he had been pricked with a pin, then asked if I had the negatives. I said Donald took them.
«Donald’s negatives?» I did not contradict him: Donald did take them. Another picture that he
reacted to was one of the stones before it was excavated. He was amazed that so much of it was
showing. Obviously it is a very sore point with him that Dr. Tello can find things where he can not 67
(JHM [5]; JCT 100[3].13 Folios 4376-7).
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

los colegas de Nueva York, señalando su acuerdo con las inquietudes que
ellas le habían expresado6.
I. A. R.- Desde mi retorno a Lima, luego de un viaje de seis meses, me
apresuré en enviar vía correo aéreo, al Presidente, Secretario y a dos de
mis mejores amigos en Harvard, un Reporte Preliminar de los resultados
de la expedición. Consideré apropiado enviar solo un informe sintético,
mientras desarrollo y amplío el trabajo o reporte que preparé en Casma,
y que deseo finalizar con las observaciones que hice en Cajamarca y en
el [valle del] Marañón. Esperé ansiosamente recibir respuesta a estas
cartas. Tres meses pasaron sin la menor de las noticias, así que me vi
obligado a escribirle a mi amigo L, pidiéndole muy directamente que
me informe acerca de mi situación en relación al I. A. R.
Mientras tanto, B. ya había arribado a Lima. Con él comprendí que la
Directiva del I. A. R. había cambiado; que L. era el nuevo Presidente
y que B. no solo había renunciado como Secretario, sino que se había
separado del I. para explorar algunos lugares que le interesaban en el
Perú- sin afectar en lo mínimo el trabajo que yo estaba realizando.
Luego recibí, solo una semana después, un breve resumen o reporte
del I. A. R. acerca del trabajo arqueológico realizado en el año 1937-
1938, mimeografiado y no destinado a ser publicado. En este aparece
un informe de D. C.; y otro de I. Guernsey; otro de Alfred Kidder
II, y el muy breve reporte que le envié al Dr. K, junto con unas pocas
imágenes reproducidas a partir de aquellas que publiqué en algunos
periódicos de Lima.
En este reporte del nuevo Presidente, comprendí que yo seguía como
Consejero y Representante Peruano, que el Dr. y la Sra. B. habían
llegado al Perú enviados por el I., y que D. C. reporta, según su estilo,
lo que él ha visto durante nuestro trabajo en Casma y durante su viaje
por Chavín y Huánuco Viejo. La Srta. I.G. comenta brevemente acerca
de sus actividades en Lima. Estos breves reportes informan, excepto el
de D. C. —que posee algunos errores— muy exactamente los hechos»7
(JHM [5]; JCT 100[3].13 Folios 4376-7).

6 En la nota que sigue, I. A. R. o I. se refiere al Institute for Andean Research; L. se refiere a Lothrop;
B. a Bennett; K. a Kroeber; D. C. a Donald Collier e I. G. a Isabel Guernsey.
68 7 I. A. R.- Upon my return to Lima, after the six month trip, I hurried to send via air mail to the

President, Secretary and two of my principal friends at Harvard, a Preliminary Report on the results
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

Tello advierte que Bennett había obtenido un permiso muy amplio para
investigaciones arqueológicas y que luego de pasar cierto tiempo en el
Callejón de Huaylas, su objetivo declarado, había partido a Chavín cuando
disminuyeron las lluvias:
Parece que los arqueólogos también tienen, al igual que otros humanos,
grandes ilusiones. Chavín es ahora el centro de atracción, la meta de
las aspiraciones arqueológicas de algunos, como B. Doering, quien
también sólo espera que B. deje Chavín para establecerse ahí. Como
sospeché desde el comienzo que esta era la intención de B,; le dije,
cuando me preguntó acerca de mis planes, que pensaba trabajar en
Chavín en Mayo o Junio, y para ese tiempo esperaba que él tuviera
unos días libres, para viajar juntos no sólo a Chavín, sino a otros lugares
cerca. Esta sugerencia mía no fue de su agrado, porque el respondió de
un modo muy exagerado, que confirmó mi opinión. Ahí lo tienen,
desde el comienzo de la primavera, en Chavín haciendo trincheras
en el mismo lugar en el que hallé fragmentos de cerámica Chavín8
(JHM [5]; JCT 100[3].13 Folios 4376-7).

of the Expedition. I believed it appropriate to send just a synthetic news piece, while I developed
and expanded the work or report that I prepared in Casma, and that I wished to complete with
the observations made in Cajamarca and in the Marañon [valley]. I waited anxiously to receive a
response to these letters. Three months went by without the least news, so I was obliged to write my
friend L., asking him very laconically that he respond regarding my situation in respect to the I. A. R.
Meanwhile, B. had already arrived in Lima. From him I learned that the Directive of the I. A. R.
had been changed; that L. was the new President and that B. not only had resigned as Secretary
but that he had separated from the I. in order to explore some places in Peru that interested him –
without in the least harming the work that I was carrying out.
I later received, only a week ago, a brief summary or report of the I. A. R. regarding the archaeological
work carried out in the year 1937-1938, mimeographed and not destined to be published. In this
appears a report from D. C.; another from I. Guernsey; another by Alfred Kidder II, and the very
brief report that I sent to Dr. K., together with a few images reproduced from those I published
in some Lima newspapers.
In this report of the new President, I have learned that I continue as Peruvian Counsellor and
Representative, that Dr. and Mrs. B. have come to Peru sent by the I. and that D.C. reports
according to his fashion what he has seen during our work in Casma, and during his trip through
Chavín and Huánuco Viejo. Miss I.G. briefly tells something about her activities in Lima. These
brief reports express except that of D.C. —that contains some errors— the facts quite accurately
(JHM [5]; JCT 100[3].13 Folios 4376-7).
8 It appears that archaeologists also have, like other humans, grand illusions. Chavín is now the

center of attraction, the goal of archaeological aspirations of some, like B. Doering, who likewise
only waits for B. to leave Chavín to establish himself there. As I suspected from the beginning that
this was B.’s intention, I said when he asked me about my future plans, that I thought to work 69
in May or June in Chavín, and at that time I hoped that he might have a few days free, to travel
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

Tello se enteró que uno de los cuatro fardos mandados a Nueva York había sido
estudiado por Bennett y otro por Alfred Kidder, Jr., pero no sabía que había
sucedido con los otros dos fardos, aunque había logrado que se comprometieran
en mandarle fotos y detalles de las «disecciones» de los fardos. Efectivamente,
Tello supo exigir a sus colegas estadounidenses sus informes (TMX 607;
JCT III-40-1). En el archivo Tello están las fotografías e inventario de los
materiales asociados a dos fardos abiertos por Bennett en el American Museum
of Natural History, y también el informe detallado desarrollado por Kidder
y sus estudiantes de postgrado en Harvard. La publicación de este informe
fue frustrado por la Segunda Guerra Mundial, y cuando Kidder pidió apoyo
financiero de Rockefeller, recibió una respuesta de que este tenía un esquema
a escala más grande para un apoyo a la arqueología en el Perú (PMAE [2]).
En 1938, Tello se reunía con Lothrop y Strong para hacer planes de
campañas de investigación en la Costa Central, aparentemente parte de un
plan maestro en el que diferentes colegas del Institute of Andean Research
montarían investigaciones abarcando Costa y Sierra en el norte, centro y sur
de los Andes Centrales. Este concepto de investigaciones para trazar historias
regionales sigue los precedentes de Tello en sus trabajos en la costa sur y en
la región Casma-Marañón, y tiene evidente relación al desarrollo de sus ideas
acerca de «nudos de interacción» y sectores geográficos transandinos con una
historia compartida. Sin embargo, con la guerra, la influencia de Rockefeller
se nota en el financiamiento de arqueólogos por el Departamento de Estado
de los EE. UU. para montar expediciones en diferentes países de interés para
recoger información de inteligencia; por ejemplo observar movimiento en los
puertos y las simpatías políticas con el eje italo-alemán. Bennett trabajó en
Colombia, Collier con Murra en el Ecuador y Gordon Willey, W. D. Strong,
J. M. Corbett y J. H. Rowe en el Perú.
Strong, Willey y Corbett dedican la publicación de su informe a Tello:
Al Dr. Julio C. Tello, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
en Lima, y del Museo de Antropología [MNAAHP], en Magdalena. Esta
monografía es dedicada en reconocimiento al hecho de que la fundación
del Institute of Andean Research fue el resultado de la estimulación y

together not only to Chavín but also to other places nearby. This suggestion of mine was not to
his liking, because he responded in a very exaggerated fashion that confirmed my opinion. There
70 you have him from the beginning of Spring in Chavín, putting a trench in the same place where I
found fragments of Chavín pottery (JHM [5]; JCT 100[3].13 Folios 4376-7).
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

sugerencia del Dr. Tello durante su visita a los Estados Unidos, en 1936;
y también en reconocimiento a la importancia de las décadas de sus
exploraciones en su país natal. Estas exploraciones han servido como base
para las investigaciones arqueológicas que el Institute of Andean Research,
así como otras instituciones norteamericanas para el conocimiento, han
sido capaces de auspiciar en años recientes para una serie de jóvenes
investigadores, para el desarrollo mutuo de los intereses intelectuales y
lazos culturales de Perú y Estados Unidos»9 (Strong et al., 1943: v).
A continuación, agradecen a Tello por sus consejos científicos sagaces y gran
ayuda profesional y personal, y luego también a Luis Valcárcel, [Cirilo]
Huapaya, Rebeca Carrión, Toribio Mejía y [Julio] Espejo (Strong et al., 1943:
vii). Constituye la declaración más abierta publicada acerca de la importancia
de Tello para los investigadores norteamericanos.
Luego de 1942, debido en parte a la Segunda Guerra Mundial, a la alianza
establecida entre los norteamericanos y Rafael Larco Hoyle, y a una
enfermedad terminal, Tello quedó más aislado, trabajando con el personal del
Museo y estudiantes en preparar los libros prometidos para documentar los
datos de campo y gabinete de Chavín y Paracas. Tello organizó con Carrión
y Mejía en 1945 una serie de prácticas en la apertura de fardos Paracas y
preparaciones para su exhibición, para una nueva generación de estudiantes
universitarios peruanos, pero en este proyecto no participaban estudiantes,
colegas u observadores extranjeros.
Kroeber había vuelto al Perú en 1942 y buscaba los datos para un gran
trabajo sobre Chavín y Paracas, lo que fue frustrado en gran parte por la
reticencia de Tello en permitirle el acceso a las colecciones. Al publicar su
estudio años después, Kroeber (1953) notaba con evidente frustración que
las ilustraciones fueron limitadas a los objetos que él pudo fotografiar en las
colecciones del Museo Nacional gracias a Valcárcel y a fotografías que Tello

9 To Dr. Julio C. Tello of the University Mayor de San Marcos in Lima and the Museo de
Antropología in Magdalena, this monograph is dedicated, in recognition of the fact that the
founding of the Institute of Andean Research was the result of stimulation and suggestion by Dr.
Tello during his visit to the United States in 1936; and in appreciation also of the importance of
his decades of archaeological exploration in his native country. These explorations have served as a
basis for the archaeological investigations which the Institute of Andean Research, as well as other
North American institutions of learning, have been able to provide for a series of younger scholars
in recent years, to the mutual enhancement of the intellectual interests and cultural linkage of Peru 71
and the United States (Strong et al., 1943: v).
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

había dejado en su visita a los EE. UU. en 1935. En 1942 y 1944 se llevaron


a cabo dos reuniones en la hacienda Larco en Chiclín, cuyos resultados
fueron publicados en el primer libro de arqueología por el Viking Fund,
relacionado a la Fundación Wenner-Gren. Kroeber (1944) expresa allí la
apreciación crítica de Tello, como analista «intuitivo» sin tener o mostrar los
datos suficientes para comprobar sus planteamientos. Cuando Tello falleció
en 1947, Kroeber ya estaba gestionando una conferencia en Nueva York
para repensar la arqueología en el Perú, reunión también financiada por
Wenner-Gren.
Los resultados, recopilados por Bennett y publicados por la Society for
American Archaeology y el Institute of Andean Research, incluyen el famoso
ensayo en que Willey (1948) presenta el concepto de «horizontes» definidos
en base a la amplia distribución de técnicas de producción parecidas,
mientras que Bennett (1948) presenta su famoso concepto de regiones de
un desarrollo histórico interrelacionado en la «cotradición peruana». Aunque
estos argumentos parecen tener antecedentes implícitos en el pensamiento de
Tello, los términos son novedosos y no citan su influencia. Más bien, en su
ensayo, Strong (1948b) critica a Tello por mezclar el útil concepto científico
de estratigrafía excavada (ironía aparente para los que conocen los niveles
arbitrarios que usaba Strong) con ideas de secuencia histórica (véase el cuadro
geográfico-temporal en Bennett & Bird, 1949), mientras Kroeber (1948) le
critica por no acatar los principios de secuencia estilística, en que los estilos
débiles o decadentes como la cerámica de Paracas Necrópolis no pueden
haber sido previos a una cerámica vigorosa y clásica como la de Nazca.
Dos años más tarde, este grupo se reunía de nuevo en el Congreso de
Americanistas de 1949, en Nueva York. Carrión viajó para abrir el fardo 49
de Paracas Necrópolis como homenaje a Tello y para establecerse como su
sucesora en las investigaciones del Museo Nacional, pero queda sorprendida
al descubrir que este acto no había sido incluido oficialmente en el congreso
(Carrión, 1949). Entonces lo abrió en el American Museum of Natural
History, donde los materiales fueron estudiados por Joyce Mahler Lothrop
antes de devolverlos al Perú. No fueron publicadas las Actas de este congreso,
solamente un grupo de ensayos escogidos (Tax, 1951) con una introducción
por Bennett y un ensayo por Willey en el que redenomina las etapas históricas
en los Andes con términos como Floreciente y Expansionista (Willey, 1951).
El único sudamericano incluido en la publicación de ponencias escogidas
72 de ese Congreso es el antiguo contrincante de Tello, Jorge C. Muelle. Su
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

ensayo parte de un comentario sobre una vasija huaqueada y comprada en


una tienda de Lima para alabar los aportes de arqueólogos norteamericanos,
quejarse sobre la ausencia o poca calidad de arqueólogos profesionales en el
Perú y pedir la intervención de los norteamericanos para salvar la arqueología
nacional (Muelle, 1951).
A partir de 1951, con un apoyo durante varios años de la comisión Fulbright
para Intercambio Educativo entre los Estados Unidos y el Perú, entró el
equipo de Berkeley bajo la dirección de John H. Rowe, también con los
aportes del historiador de arte canadiense Alan Sawyer, para ocupar los
terrenos y los temas de Chavín y Paracas. Se reinició la práctica de exportar
las colecciones de los arqueólogos andinistas para su estudio en los museos
en el extranjero. Los debates arqueológicos sobre la historia andina fueron
publicados casi exclusivamente en los EE. UU. y se utilizaban los datos de
Tello pero sin citar sus obras, excepto como fuente fotográfica.

Conclusiones
Queda claro que Julio C. Tello tuvo una influencia enorme sobre la visión
general y conocimientos específicos de la arqueología andina en las primeras
generaciones de «andinistas» en Norteamérica. Tello les orientaba a su llegada
al Perú, presentando sus ideas en detalle en encuentros formales e informales,
les proporcionaba consejos y contactos en las regiones donde querían
investigar, y los llevaba a conocer las colecciones y los mismos sitios. Los
descubrimientos de Tello en Chavín, Paracas, Wari, Casma y Nepeña, y todo
el viaje al Marañón planteaban los temas y definían lugares importantes para
los proyectos futuros de sus colegas internacionales. Además, los conceptos
de Tello acerca de la historia autóctona de los Andes y las problemáticas de
su análisis geográfico y temporal canalizaban los planes de investigación
desarrollados en conjunto con los investigadores del Institute of Andean
Research —los que llevaban a sus planteamientos de 1948. Lo que no queda
claro son las razones de la falta de reconocimiento—.
Puede haber sido por las formas en que Tello transmitía sus ideas. Si bien
se quejaron con justicia que él no había publicado los detalles de sus
investigaciones, sus colegas del norte tampoco lo estaban haciendo, sino que
publicaban noticias breves sobre sus descubrimientos y ensayos con grandes
teorías. Para esos años, la publicación detallada de datos existe en el caso de
proyectos con gran financiamiento en el mundo mediterráneo o del Medio 73
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

Oriente, además de solamente un par de libros acerca de investigaciones en


Norteamérica. Tello publicaba en las Actas de los Congresos de Americanistas,
su principal foro internacional, pero no en American Anthropologist, la revista
oficial de la profesión en los EE. UU. Para crear un interés y respeto hacia
la arqueología en el Perú, publicó en los periódicos nacionales y plasmó sus
ideas en las exposiciones de un museo. Tello enseñaba constantemente en la
clase, el museo y, sobre todo, en los viajes y el trabajo de campo. Sus colegas
asumían sus métodos y sus conceptos, frecuentemente sin citar la fuente.
Puede haber sido por racismo. En la primera mitad del siglo XX en los
EE. UU., las prácticas cotidianas marginaban a toda persona «de color»,
entre ellos las personas de raíces indígenas. Pero Tello tuvo una extraordinaria
capacidad de sobrellevar las tendencias al racismo; y con su brillante
conversación, calidez y don de hospitalidad creaba amistades duraderas con
investigadores y administradores de museos y otras instituciones, quienes le
escribían durante años, compartiendo noticias personales, y pidiendo —o a
veces ofreciendo— multitud de favores profesionales. En general, Tello fue
incluido con gran entusiasmo en el gremio.
Puede haber sido por resentimiento. Tello llegó a ser tan importante para
sus colegas norteamericanos que estos no podían trabajar en el Perú sin
que él les agilizara los permisos y les proporcionara contactos, consejos y
ayuda logística. Con Valcárcel llega una alianza alternativa, especialmente
para trabajar en Cusco o Puno, y luego alianzas con Rafael Larco Hoyle,
que facilitaban investigaciones en la Costa Norte. Pero en la medida en que
Tello empezó a insistir en que todo tipo de colección debiera quedarse en
el Perú (PMAE [1]), sus colegas norteamericanos quedaron frustrados por
no poder llevar el material para estudios posteriores, y esto aumentaba su
resentimiento.
Puede haber sido por necesidad. Las críticas a Tello se parecen a las dirigidas a
Edgar Lee Hewett, también un gran director de excavaciones, constructor de
instituciones y protector de sitios arqueológicos en el suroeste de los EE. UU.
Este poco aprecio al «hombre de campo» proviene de investigadores que
pueden ir al campo solo por unas semanas al año. Para complementar sus
investigaciones necesitan acceder a los datos más detallados de sus colegas
locales, y a base de ellos lanzar interpretaciones sintéticas. El comportamiento
de los profesionales académicos responde a las expectativas institucionales
y a la organización del proceso educativo y proceso laboral en ellas. Los
74
arqueólogos o antropólogos que ascienden en este sistema son los que saben
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

aprovecharse de las investigaciones de sus estudiantes y colegas, para producir


planteamientos estratégicos dentro de los debates actuales en su disciplina.
Otra forma efectiva involucra una especie de parasitismo intelectual, en que
se adoptan o se adaptan los planteamientos de colegas quienes trabajan en
otro ámbito geográfico o institucional. Las diferencias en idiomas ayuda a
facilitar este tipo de estrategia porque la mayoría de los colegas que comparten
intereses teóricos, pero no necesariamente geográficos, no llegan a leer los
informes y publicaciones de sus colegas en otra región.
Puede haber sido por una ideología subyacente de intrínseca superioridad.
Las relaciones de trabajo y estrategias intelectuales de los arqueólogos
estadounidenses tienen una curiosa similitud al imperialismo económico, o
sea la extracción de materia prima a relativamente bajo costo para procesarlo y
aumentar su valor en un centro hegemónico, y luego reexportar los artefactos
elaborados a una provincia o país «subdesarrollado», reproduciendo las
desigualdades económicas y, además, un dominio simbólico que los naturaliza.
La ideología que acompaña este proceso plantea una relativa discapacidad
de las instituciones o poblaciones de la periferia, comprobada por la baja
calidad de sus productos. Tanto las críticas insistentes a Tello como a Hewett
se podrían explicar como producto y alimento de una ideología expansionista
aplicada a la arqueología.
Pero también puede haber sido porque las ideas básicas de Tello estaban tan
imbricadas en el pensamiento «andinista» que sus colegas las asumían sin
identificarlas con un autor. Su esquema de un desarrollo autóctono en los
Andes con grandes épocas caracterizadas por técnicas y prácticas ampliamente
distribuidas y su concepto de historias regionales canalizadas por rutas de
comunicación entre la Costa, Sierra y Selva fueron desarrolladas en los
primeros años de su carrera y luego enriquecidas por los sitios descubiertos
y estudios más detallados. Para los arqueólogos andinistas norteamericanos
«post-Bingham», Tello y sus ideas eran parte del paisaje existente cuando
llegaron a trabajar en el Perú. Eso puede explicar por qué expresaron sus
planteamientos en el marco de una crítica a Tello: en que buscaban diferenciar
sus propios planteamientos de conceptos anteriormente establecidos. Los
mismos norteamericanos quizás no fueron capaces de percibir la proporción de
sus propias ideas, que habían absorbido no solamente de Tello directamente,
sino también de su influencia en otros colegas. Los sectores geográficos de
interacción y las etapas históricas concebidas a través de la difusión de técnicas
de producción de cerámica, estilos, íconos y otras prácticas, son reconcebidos 75
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

a nivel de argumentos teóricos y metodológicos, y reciben nuevos nombres


por Willey, luego por Rowe, antes de ser repensados y replanteados por
Lumbreras (1969; 1974; 1981).
Esta historia de conflictos e influencias demuestra que las competiciones
entre sudamericanos —y entre norteamericanos— son tan importantes como
los del eje norte-sur. Las tensiones entre colegas en el Perú, por ejemplo entre
Tello y Uhle, Hurtado, Levillier, Valcarcel, Yacovleff y Muelle, además de
los rencores de otros investigadores de menos calidad profesional, creaban
dificultades, pero también oportunidades para sus colegas de Norteamérica.
Algunos llegaban a aprovecharse de estas divisiones para poder acceder a
colecciones o investigar en sitios conocidos por los trabajos anteriores de Tello.
Del mismo modo, las divisiones y competición entre los norteamericanos
tuvo gran influencia en el desarrollo de los estudios andinos, no solamente en
su propio país y sus instituciones, sino también en las peruanas.
Tello era tan astuto como sus colegas «gringos», pero su posición estructural
y, consecuentemente, sus estrategias para establecer su posición e influencia
dentro de esta profesión arqueológica en formación eran diferentes de las
de los norteamericanos. Como el primer arqueólogo profesional peruano,
y además un serrano, sus enemigos principales eran los coleccionistas,
huaqueros y comerciantes de antigüedades, aliados con los elementos de la
sociedad criolla tradicional que buscaban mantener su estatus mediante el
racismo y las antiguas formas de explotar los recursos del Perú. Sus enemigos
buscaron destruir a Tello repetidamente y de múltiples formas durante toda
su carrera, mayormente mediante maniobras para destituirlo de un cargo,
ataques en la prensa y juicios legales.
Los aliados de Tello eran los líderes de la industria y profesionales
modernizantes, quienes compartían sus metas de establecer prácticas e
instituciones científicas en el Perú (Tello, 1928), influidos por un nacionalismo
inclusivo de toda la historia, geografía y población del país. Los jóvenes
médicos, los coleccionistas eruditos, los grandes capitalistas y políticos como
Larco y Leguía que buscaban implementar infraestructuras de modernidad
en el país, y los colegas nacionales e internacionales en historia y ciencia
social eran sus aliados y con frecuencia sus amigos. Pero son alianzas llenas de
tensiones y a veces conflictos agudos, porque no solamente Tello sino muchos
eran ambiciosos, y con ideas, estrategias y planteamientos propios. Por eso,
cada persona que aparecía como un aliado de Tello en un momento, luego
76
parecía traicionarlo en otro.
Julio C. Tello y el desarrollo de los estudios andinos en los Estados Unidos (1915-1950)

El comportamiento profesional de Tello debe ser visto dentro de las normas


cambiantes de esta historia de formación y transformación de las prácticas
profesionales y conceptos de patrimonio. Cuando Tello trabajaba activamente
en mediar la compra de colecciones particulares y su transferencia a museos
institucionales, sean de un gobierno o una entidad particular, dentro del
Perú o en el extranjero, lo hacía dentro del marco de las normas y prácticas
vigentes entre 1910 y 1920, cuando todo arqueólogo excavaba para crear la
colección de un museo, y además el comercio internacional de antigüedades
era masivo, abierto y dominante. El traslado de colecciones particulares a
museos públicos era entonces la mejor forma de conservar los materiales y
hacerlos accesibles al investigador.
Cuando los colegas en los EE. UU. o en el Perú le lanzan críticas por trabajar
como curador para el Museo Peabody de la Universidad de Harvard, entre
otros, lo hacen sin entender el marco histórico y social. El joven Tello se movía
dentro de estas prácticas vigentes, buscó aliados entre los mejores profesionales
de universidades y museos en Norteamérica, Sudamérica y Europa, y a través
de estas alianzas logró establecer su importancia en su propio país. Pero Tello
no quedó conforme con esta realidad y luego, entre 1920 y 1930, la buscaba
transformar. Para sus fines, tanto las alianzas políticas dentro del Perú como
las alianzas profesionales fuera del Perú eran claves.
Esperamos haber ayudado a esclarecer cómo Tello podía ser a la vez promotor de
una visión indígena de la historia, patrimonio, y quehacer del país, y científico
modernizante; cómo podía ser a la vez nacionalista e internacionalista; cómo
era un colega leal pero tuvo tantos conflictos con sus colaboradores cercanos;
cómo transformó sus propias prácticas profesionales y sus expectativas del
actuar de sus colegas dentro del marco de las transformaciones históricas en
la antropología y la arqueología; y lo que era la escala real de su aporte a
nuestros esquemas de la historia profunda del área andina.
Nosotros también trabajamos dentro del marco de normas y prácticas vigentes,
y entre las relaciones profesionales e institucionales llenas de tensiones,
ambiciones y, a veces, conflictos abiertos. Nuestro comportamiento profesional
forma parte de esta historia cambiante y de alguna medida influencia su
rumbo. El reflexionar sobre el aporte intelectual de Tello y la suerte tan
variable de sus colegas, aliados, estudiantes, ayudantes y sus planteamientos
e iniciativas de fundar revistas, museos, asociaciones profesionales, reservas
arqueológicas, archivos y colecciones, nos puede ayudar a orientar nuestras
propias prioridades y práctica profesional. 77
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

Dedicatoria
Escrito en homenaje a John Victor Murra, cuya clase de Historia de la Antropología
veía el desarrollo de nuestra disciplina a través de las relaciones entre las personas y
sus cambiantes lealtades institucionales.

Agradecimientos
Agradecemos al personal de los archivos del Museo de Antropología y Arqueología
de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, del Instituto Riva-Agüero de
la Pontificia Universidad Católica del Perú, del Museo Nacional de Antropología,
Arqueología e Historia del Perú, del Institute of Andean Research, el departamento
de Antropología del American Museum of Natural History, del Peabody Museum of
Archaeology and Ethnology de Harvard University y del University of Pennsylvania
Museum of Archaeology and Anthropology. Un agradecimiento especial a Felicia
Schaps Tracy, la hija de J. Honour McCreery, que supo reconocer la importancia de
lo que Honour había apreciado en el Dr. Julio C. Tello y que nos ha buscado para
compartirlo, y a Richard Daggett, que nos ha inspirado y aconsejado. Cualquier
error será nuestro: queda mucho por hacer en trazar la historia de Julio C. Tello.

Referencias citadas

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JCT 100(3).13 Dr. Tello correspondencia 1925-1939
Archivos del Museo de Antropología, Arqueología, e Historia del Perú, 79
Archivo Tello (AT):
Ann H. Peters, Luis Alberto Ayarza

AT 162 Paracas Necrópolis Inventario, cuaderno 6


AT 167 Paracas y Sevilla 1929 Inventario
AT 171 cuadernillo 1 Historia del Robo de un Manto Bordado de Paracas
AT 171 cuadernillo 2 Objetos de Paracas Remitidos a Sevilla 1929
AT 180 cuadernillo 2 Paracas Necrópolis: Aperturas de Fardos Funerarios
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84
Un panorama de la arqueología peruana (1976-1986)

Un panorama de la arqueología peruana


(1976-1986)*

Richard L. Burger

Introducción: nacionalidad y arqueología en el Perú


La arqueología peruana es un campo internacional en el que diversas
corrientes de investigación coexisten. El siguiente es un panorama de las
distintas corrientes y logros de la investigación en la arqueología peruana entre
1976 y 1986 (Kauffmann, 1985; Matos, 1986; Ravines, 1983b; Schaedel &
Shimada, 1982; Silva, 1980). Debido a las diferentes tradiciones nacionales de
la práctica arqueológica en el Perú, la situación es particularmente compleja.
La mayoría de los proyectos autorizados por el, entonces, Instituto Nacional
de Cultura del Perú habían sido iniciados por investigadores de los Estados
Unidos, aunque la arqueología llevada a cabo fue resistente a la mayoría de
las corrientes teóricas de la arqueología procesual anglo-estadounidense. Las
leyes nomotéticas y las «explicaciones» evolutivas y ecológicas del cambio
cultural no generaron el entusiasmo en el Perú como sucedió en los EE. UU.

*Versión revisada y ampliada por el autor de su texto de 1989: An Overview of Peruvian Archaeology,
1976-1986. Traducido por Henry Tantaleán. Este texto fue publicado originalmente en el Annual 85
Review of Anthropology, n.° 18.
Richard L. Burger

La supuesta dicotomía entre «arqueología científica» e investigación histórica


descrita por Lewis Binford y otros también encontró poco apoyo entre los
arqueólogos que trabajaban en el Perú en esa época.
Como era practicada hasta 1986, gran parte de la arqueología peruana
tenía un carácter distintivo derivado de su temática única, su historia
intelectual particular, el contexto político, y las figuras dominantes que
le habían dado forma. En su clasificación de las tradiciones arqueológicas
regionales, Bruce Trigger (1984) distinguió entre el tipo de arqueología
imperialista, la característica de los actuales EE. UU. y Gran Bretaña, y el
tipo nacionalista, muy extendida en el Tercer Mundo. En el Perú, como
en México, los cimientos de la arqueología autóctona fueron nacionalistas,
y esta tradición continuó dando forma a gran parte de la investigación
arqueológica. Desde el trabajo pionero de Julio C. Tello y Luis Valcárcel, la
arqueología peruana ha estado relacionada con la historia y la antropología
sociocultural y, aunque rara vez se ha mencionado, uno de sus objetivos ha
sido la forja de una identidad nacional compartida y el fortalecimiento del
sentimiento patriótico. Las civilizaciones prehispánicas proporcionaron un
sentido de dignidad nacional, algo que frecuentemente estaba ausente en las
desfavorables circunstancias económicas y políticas del Perú de esas décadas.
La arqueología fue una fuente inagotable de símbolos para todo, desde
los partidos políticos (por ejemplo, el águila Chavín del APRA) hasta las
bebidas gaseosas (por ejemplo, Inka Kola, Chavín Kola). Como no ha sido el
caso en los EE. UU., la arqueología tiene un lugar especial entre las ciencias
históricas y sociales del Perú, ya que, como el historiador Pablo Macera
(1977) observó, el pasado del Perú sin recurrir a la prehistoria peruana es
poco más que un relato desde una perspectiva colonial.
Los investigadores de los EE. UU. han desempeñado un papel especialmente
importante en la conformación de la arqueología peruana contemporánea.
De hecho, la generación de investigadores peruanos que tenían posiciones
de autoridad en esos tiempos en la comunidad arqueológica, en particular,
Duccio Bonavia, Rosa Fung, Luis Lumbreras, Ramiro Matos y Rogger
Ravines, fueron fuertemente influenciados por especialistas norteamericanos
en arqueología peruana (Valcárcel, 1981). Cuando Tello murió en 1947, el
vacío intelectual que dejó solo fue parcialmente llenado por Rebeca Carrión
Cachot y Jorge Muelle. Durante las siguientes décadas, investigadores
como John Rowe, Richard Schaedel, Edward Lanning y John Murra
86 fueron responsables de muchas de las ideas que definieron el discurso
Un panorama de la arqueología peruana (1976-1986)

dentro de este campo. A pesar de que representaban perspectivas distintas


y, a veces incompatibles, estos investigadores estuvieron profundamente
comprometidos con una arqueología integrada con la historia y la etnografía.
Su orientación académica común se combinó con un profundo compromiso
personal con el Perú y su gente. Esto queda reflejado en los largos períodos
de tiempo que pasaron allí, su enseñanza y la docencia en universidades
peruanas, y la disponibilidad de sus artículos en revistas científicas peruanas.
Estos investigadores de los EE. UU. interiorizaron elementos de la tradición
autóctona de la arqueología peruana mientras la estaban transformando.
Como resultado, su trabajo alcanzó un público más amplio en el Perú que en
los EE. UU. Por ejemplo, John Rowe y John Murra fueron condecorados con
la Orden del Sol, el más alto galardón civil en el Perú.
Tres de los centros más influyentes de la arqueología peruana florecieron
en la Universidad de California, Berkeley, la Universidad de Texas, Austin,
y Cornell. Los investigadores formados en estas instituciones fueron menos
receptivos a las corrientes contemporáneas en la arqueología convencional de
los EE. UU. que otros arqueólogos norteamericanos debido a que aceptaron
muchas de las prioridades de la tradición peruano-nacionalista. Irónicamente,
los peruanos que trabajaron en la arqueología en las décadas de 1970 y 1980
fueron inusualmente receptivos a las nuevas ideas de los EE. UU., como puede
ser observado en los experimentos de Rogger Ravines sobre la estimación
de los costos laborales en Garagay (Ravines, 1979), el análisis ecológico de
Ramiro Matos en Junín (Matos, 1976), y el uso de los estudios de reducción
lítica por Bonavia (1982) para reevaluar la secuencia precerámica de Lanning y
Patterson de la costa central. Betty Meggers y Clifford Evans en el Smithsonian
Institution, y Marcia Koth de Paredes en la Comisión Fulbright permitieron
a esos jóvenes peruanos llevar a cabo investigación doctoral y posdoctoral en
la arqueología peruana en instituciones de los EE. UU., donde estuvieron
expuestos a las nuevas tendencias en la arqueología anglo-estadounidense.
La estrecha relación entre las comunidades arqueológicas de los EE. UU.
y el Perú también estuvo reflejada en el uso generalizado de Los Pueblos y
las Culturas del Antiguo Perú de Luis Guillermo Lumbreras, traducción de
la arqueóloga del Smithsonian Institution, Betty Meggers. Este volumen ha
tenido 6 ediciones en inglés en 13 años. Durante el mismo período, por
lo menos, la mitad de los artículos de arqueología en la prestigiosa Revista
del Museo Nacional fueron escritos por académicos de los EE. UU., y los
manuales de historia de educación secundaria en el Perú mencionaban los 87
Richard L. Burger

nombres y los descubrimientos de varios arqueólogos extranjeros (Macera,


1983). Inclusive existe un término local («peruanistas») para los académicos
extranjeros especializados en la arqueología peruana y otros aspectos de su
cultura e historia.
Me he tomado el tiempo para describir la situación peruana de ese momento
histórico porque este fue muy diferente al de otras partes de América Latina.
Según el arqueólogo José Luis Lorenzo (1981), por ejemplo, «México se ha
convertido en un campo de batalla académica en la que varios arqueólogos
de los EE. UU., y las tendencias arqueológicas luchan con más ruido que
justificación». Los arqueólogos mexicanos eran descritos como trabajando
de forma independiente de esas corrientes, por lo general siguiendo un
paradigma arqueológico poco relacionado al de sus colegas extranjeros. Por el
contrario, la división de la arqueología peruana en dos campos hostiles sobre
la base de la nacionalidad era inconcebible en ese momento (Kauffmann,
1985; Matos, 1986).
Sin embargo, el empobrecimiento de las instituciones peruanas que
se encargaban de la formación y administración arqueológica generó
invariablemente cierto conflicto. La frustración de los investigadores
peruanos que no tenían acceso a fondos de investigación y las diferencias
inherentes entre las necesidades de investigación a corto plazo de los
investigadores extranjeros y los objetivos de administración a largo plazo de
las instituciones culturales del Perú fueron las fuentes de fricción que existían
a pesar de la semejanza o compatibilidad intelectual de los paradigmas de las
dos comunidades arqueológicas.
En el Perú, el principal centro de formación arqueológica era la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, a pesar que existían otros programas que
otorgaban títulos en otras partes de Lima y en provincias. Fung, Lumbreras
y Matos fueron las principales fuerzas en el programa de San Marcos en la
década de los 1970 y 1980. Lumbreras se desempeñó como Director del
Museo Nacional de Antropología y Arqueología desde 1973 hasta 1979, y en
su enseñanza y escritos (Lumbreras, 1981b) defendió el uso del materialismo
histórico en el análisis arqueológico. Esta perspectiva también fue explorada
en los influyentes ensayos del desaparecido Emilio Choy (1979). El interés
en la aplicación de la teoría marxista en la prehistoria en el Perú antecedió
a esta tendencia en los EE. UU. (Gero, 1986; Patterson, 1983; 1985) y fue
parte de una preocupación más amplia con la teoría marxista en la historia
88
y las ciencias sociales en el Perú, Chile y México. Sin embargo, la continua
Un panorama de la arqueología peruana (1976-1986)

popularidad del paradigma marxista entre los arqueólogos peruanos más


jóvenes (Deza, 1986; Morales, 1977; 1982) no produjo la ruptura tajante
en la práctica arqueológica que la arqueología procesual precipitó en los
EE. UU., puesto que esta se basaba en los métodos de la historia cultural
adoptados por la generación anterior de arqueólogos.

1. Economía, política y tendencias arqueológicas


Durante la década de 1970 y 1980 muchas tendencias arqueológicas
significativas fueron el resultado directo de las cambiantes realidades
económicas y políticas de la nación peruana. Lima había cuadruplicado su
tamaño desde 1961, y en el proceso destruyó cientos de sitios. Existía, por
entonces, una conciencia creciente de que se debían tomar medidas para
documentar las ruinas que quedaban (Matos & Williams, 1986; Ravines,
1984). Solo en raros casos fue posible llevar a cabo excavaciones de emergencia
(Flores, 1981; Ravines, 1983a; Ravines & Isbell, 1976; Stothert, 1980) y
conservar partes de las ruinas como parques dentro del espacio metropolitano.
Algunos investigadores trataron de compensar parcialmente esta pérdida
mediante el estudio de informes inéditos y colecciones de sitios destruidos
que se guardaban en los museos de la capital (Agurto, 1984; Bonavia, 1985;
Shady, 1983a).
El crecimiento de ciudades de provincia como Huaraz y Trujillo, así como
la construcción de carreteras, presas, canales y otros grandes proyectos de
obras públicas, derrumbaron sitios fuera de la capital. Un caso bien conocido
fue el corte de una carretera a través del centro de Huari en 1974, aunque
el daño hecho a sitios importantes como Conchopata o Pomakayán por la
construcción de viviendas auspiciadas por el gobierno no fue menos trágico.
Incluso, mientras se escribía este texto originalmente, partes del sitio de
Chongos en Paracas estaba siendo arrasado para construir una granja modelo
de cerdos y el sitio de Garagay estaba siendo ocupado por un asentamiento
humano. La comunidad arqueológica en el Perú por lo general carece de
poder político para proteger estos sitios (Bonavia, 1984; Bonavia et al.,
1980; Matos & Williams, 1986), aunque su preocupación se manifiesta en
periódicos y protestas oficiales. Ya en la década de 1980, signos positivos
de que una política gubernamental de gestión de recursos culturales estaban
surgiendo, tales como prospecciones de valles auspiciadas por el gobierno y
la confección de inventarios completos de sus sitios arqueológicos (Ravines, 89
1985; Ravines & Matos, 1983).
Richard L. Burger

Los lazos internacionales que apoyaban el crecimiento económico del Perú


tuvieron un impacto directo en la investigación arqueológica. El papel de
las empresas europeas en el desarrollo económico creó oportunidades en la
arqueología peruana para una nueva generación de investigadores europeos.
El Proyecto de la Represa de Gallito Ciego, construido por una empresa de
ingeniería de, la entonces, República Federal Alemana, ayudó a financiar
las excavaciones de sitios en peligro en el valle medio de Jequetepeque por
arqueólogos alemanes, cuya formación previa fue en prehistoria del Viejo
Mundo. Eventualmente, el Proyecto Gallito Ciego cubriría con agua 645 sitios
arqueológicos conocidos, solo pocos de los cuales habían sido intensamente
estudiados (Keatinge, 1980); cerca del 80 % de estos probablemente fueron
destruidos. La prospección, mapas y excavaciones de Ravines en 1980 y 1981
ofrecieron el registro más completo de esa pérdida (Ravines, 1982a).
El interés en la arqueología peruana expresada por el primer ministro alemán
y su esposa durante la visita que hicieran al Perú en esa época estuvo en
consonancia con el trabajo arqueológico colaborativo alemán-peruano
con el apoyo financiero de la Fundación Volkswagen (Cárdenas, 1979;
Samaniego et al., 1985). Las actividades continuas de antiguos peruanistas
como Trimborn (1977, 1985) y Bischof (1984) y el renovado interés en el Perú
de jóvenes investigadores alemanes resultó en un aumento de publicaciones en
revistas alemanas como Indiana, Archiv Baessler y Beiträge zur Allgemeinen und
Vergleichenden Archaeologie (Bankman, 1980; Golte, 1985; Hecker & Hecker,
1982; Kaulicke, 1980; 1981). Los arqueólogos alemanes trajeron consigo la
preocupación por la estratigrafía y las técnicas de excavación por sondeos
(«sondage») que son una característica de la arqueología europea. Cuando
esta fue aplicada en el Perú, estos dieron algunos resultados importantes,
como la exposición horizontal de la arquitectura doméstica perecedera en
Montegrande (Tellenbach, 1986) y la datación de las esculturas de piedra
de Cerro Sechín (Samaniego et al.,1985). La participación alemana en la
arqueología peruana se extendió a la formación de estudiantes peruanos en
Alemania y al financiamiento y publicación de la investigación arqueológica
en Alemania por peruanos (Alva, 1986; Alva & Meneses, 1982; Samaniego,
1980). El gobierno alemán también colaboró en la creación del Museo Max
Uhle, un museo arqueológico en Casma.
Mientras que el amplio apoyo alemán para la investigación arqueológica
peruana era relativamente reciente, los gobiernos de Francia (Bonnier, 1983;
90 Chauchat, 1976; 1979; Julien, 1981; Lavallée, 1979; Lavallée & Julien,
Un panorama de la arqueología peruana (1976-1986)

1976; 1983; Lavallée et al., 1984 y también ver Lavallée en este volumen)
y Japón (Terada, 1979; Terada & Onuki, 1982; 1985 y también ver Seki
en este volumen) habían apoyado consistentemente a la investigación
arqueológica como parte de su política exterior en el Perú desde la década de
1960 e incluso antes. Otros países, como Cuba (Nuñez, 1986; Tabío, 1977
y ver Fernández en este volumen), Canadá (Topic, 1986; Topic & Topic,
1978; 1983; 1986), España (Alcina, 1976) y Polonia (Krzanowski, 1983;
Zaki, 1983), de forma esporádica, también han patrocinado investigaciones
arqueológicas.
La UNESCO ha tenido más impacto en la arqueología peruana que
muchas naciones individuales. Esto respondía a lo que era percibido como
una amenaza a las ruinas incas en Cuzco y sus alrededores por el turismo
y el desarrollo económico; por lo tanto, se lanzó un proyecto de largo
plazo de varios millones de dólares dirigido por Sylvio Mutal. Estudios de
sitios arqueológicos en la región de Cuzco (PER 71/539) y programas de
capacitación en la excavación y conservación complementaron el trabajo de
la UNESCO sobre la infraestructura turística y la conservación de las ruinas
en Cuzco. A pesar de la participación de toda una generación de arqueólogos
peruanos en los proyectos patrocinados por la UNESCO en Machu Picchu,
Ollantaytambo, Pisac, Coricancha, Tambomachay y otros sitios, pocas
publicaciones académicas resultaron hacia finales de 1980.
Sin embargo, los proyectos de la UNESCO fomentaron una visión pan-andina
de la prehistoria en la que la arqueología del Perú fue solo un componente.
Las fronteras modernas eran tratadas como divisiones arbitrarias recientes que
oscurecían la unidad básica del desarrollo andino prehispánico. Los vínculos
de intercambio entre áreas distantes, tales como el intercambio de spondylus,
y los debates sobre el comercio marítimo en las fuentes etnohistóricas
tomaron una nueva importancia en ese contexto. La expresión más clara de
esa tendencia se hizo evidente en dos síntesis de la arqueología andina (no
solo peruana) de Lumbreras y Ravines (Lumbreras, 1981a; Ravines, 1982b)
y el establecimiento en 1983 de la Gaceta Arqueológica Andina y la Revista
Andina, las cuales publican artículos sobre prehistoria andina. Esta literatura
intentó superar los obstáculos interpretativos creados en la arqueología por
la política, a veces antagónicos, de los modernos estados (Burger, 1984;
Lumbreras, 1981a; Mujica, 1985).
A pesar del ambiente cada vez más internacional en la arqueología peruana
91
producida por la UNESCO y por los numerosos proyectos extranjeros, los
Richard L. Burger

centros locales de investigación arqueológica en las principales ciudades de las


provincias del Perú siguieron prosperando (Benavides, 1979; Campana, 1983;
Gonzáles, 1984; González & Bragayrac, 1986; González et al., 1982; Oberti,
1983; Valencia, 1982). De hecho, hacia finales de 1980, las universidades de
Cuzco, Ayacucho, Trujillo y la, ahora desaparecida, en Arequipa concedían
más grados en arqueología que San Marcos (UNMSM), la universidad más
conocida en el Perú.
El saqueo de sitios arqueológicos del Perú para el mercado mundial del arte
ha recibido la atención internacional y la condena generalizada, pero no se
ha detenido. Los huaqueros en los valles de Jequetepeque y Zaña sacaron
a la luz un importante estilo de cerámica, conocido como Tembladera, el
cual ocupa un lugar destacado en los libros y catálogos del arte del antiguo
Perú (Lapiner, 1976). Por desgracia, los cementerios que los produjeron
fueron completamente destruidos antes que pudiesen ser estudiados por los
arqueólogos (Ravines, 1982a). El acuerdo bilateral de 1983 entre los EE. UU.
y el Perú que requería la devolución de su patrimonio nacional, incluyendo
los artefactos prehispánicos, fue uno de los pocos indicios de progreso hacia
la restricción de estas actividades ilegales a finales de la década de 1980
(Truslow, 1983).
La gran cantidad de descubrimientos hechos por saqueadores de tumbas
no pudo ser igualada por la investigación arqueológica autorizada. El
reconocimiento de esa situación por los investigadores justificó los estudios
de los materiales saqueados, como la colección de objetos de metal Moche
de Loma Negra (Jones, 1979; Lechtman et al., 1982; Schaffer, 1985), las
máscaras y vasos de oro de los entierros de la élite en Batán Grande (Carcedo
& Shimada, 1985), los textiles pintados de estilo Chavín del cementerio de
Karwa (Conklin, 1978; Cordy-Collins, 1977; 1979), y los cuencos y tazones
Cupisnique tallados en piedra de Limoncarro (Salazar-Burger & Burger,
1983). También cabe destacar la publicación o re-análisis de colecciones más
antiguas depositadas en museos del Perú, Europa y los EE. UU. (Bird et al.,
1985; Engel, 1984; Gordon, 1985; Kaulicke, 1983; Mejía Xesspe & Tello,
1979; Menzel, 1976; 1977; Ríos & Retamozo, 1978; 1982; Schjellerup,
1986; Shady, 1983b).
La situación política en el Perú siempre ha desempeñado un papel importante
en la determinación del número y la localización de los proyectos. En la
década de 1970, el gobierno del general Juan Velasco Alvarado siguió una
92
política nacionalista que produjo un ambiente que algunos arqueólogos de
Un panorama de la arqueología peruana (1976-1986)

los EE. UU. encontraron difícil o incómodo para trabajar; la participación


más amplia de los investigadores de los EE. UU. en la arqueología ecuatoriana
en ese momento fue parcialmente una reacción a la situación peruana.
Cuando Velasco fue removido y reemplazado por el general Francisco
Morales Bermúdez, una política arqueológica fue instituida lo que alentó
la participación de investigadores extranjeros, y los ocho años que siguieron
fue un período de abundante actividad arqueológica. Entre 1977 y 1983, un
promedio de 23 proyectos fueron autorizados anualmente por el Instituto
Nacional de Cultura; más de dos tercios de estos fueron dirigidos o codirigidos
por investigadores extranjeros.
El aumento de la participación de los EE. UU. en la arqueología peruana llevó
al establecimiento de una Conferencia Anual del Noreste sobre Arqueología
y Etnohistoria Andina en 1982. Esta se complementó con la reunión
anual del Instituto de Estudios Andinos en Berkeley, fundada en 1960, y
la Conferencia del Medio Oeste sobre Arqueología Andina y Amazónica y
Etnohistoria, que se inició en 1972. El creciente número de simposios sobre
el Perú presentados cada año en la Society for American Archaeology (SAA) y
la American Anthropological Association (AAA) también refleja esta tendencia.
En el Perú, un papel análogo ha sido jugado por el Congreso Peruano del
Hombre y la Cultura Peruana celebrado cada cuatro años. La difusión de
la investigación de campo ha sido facilitada por Willay (un boletín que
comenzó en 1978 como NORPARG) y la publicación de las ponencias de
la Conferencia Anual del Noreste sobre Arqueología y Etnohistoria Andina
(Kvietok & Sandweiss, 1985; Sandweiss, 1983; Sandweiss & Kvietok, 1986),
llevando a la publicación de Andean Past en 1987.
El ambiente agradable para los investigadores extranjeros que trabajaron
en el Perú entre 1975 y 1983 contrastaba claramente con la situación en
México y Colombia, donde las regulaciones gubernamentales crearon
mayores obstáculos a la investigación arqueológica. En consecuencia, muchos
arqueólogos de los EE. UU. interesados en las sociedades complejas comenzaron
a buscar oportunidades de investigación en el Perú, aunque muchos de estos
no habían estudiado en los centros tradicionales de formación doctoral en
arqueología peruana como Harvard o la Universidad de California, Berkeley.
Al mismo tiempo, Ramiro Matos en la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos y de la de San Antonio Abad del Cusco (UNSAAC) estableció
vínculos con arqueólogos extranjeros. Uno de los resultados de sus esfuerzos
fue que especialistas en la arqueología mesoamericana como Jeffrey Parsons, 93
Richard L. Burger

Kent Flannery y Joyce Marcus de la Universidad de Michigan comenzaron


a trabajar en el Perú y enviaron a sus estudiantes avanzados para realizar
sus investigaciones doctorales. En 1977, Timothy Earle, un graduado de la
Universidad de Michigan, inició un proyecto a largo plazo de investigación
de la University of California, Los Ángeles (UCLA) en el valle del Mantaro;
como Flannery y Parsons, su contacto con Matos le llevó a seleccionar un área
en el departamento de Junín como el foco de atención. Estos investigadores
y sus alumnos han sido los principales responsables de la introducción de
conceptos y métodos relacionados con la «arqueología procesual» en el Perú.
Su participación marca una nueva era, en la que la arqueología que se llevó
a cabo tuvo otros fines además de los de la comprensión de la prehistoria
peruana. Para estos investigadores, el Perú fue un laboratorio en el que los
problemas de la evolución cultural general podían ser aislados y estudiados
(Earle & D’Altroy, 1982; Earle et al., 1980; Parsons & Matos, 1978; Rick,
1980; Wilson, 1981; 1983).
Durante la década de 1970 y principios de 1980, la estabilidad política
permitió seleccionar la localización de los proyectos bajo criterios puramente
académicos. Ambiciosos proyectos de construcción de carreteras generaron
un área cada vez más amplia al alcance de los vehículos motorizados, y los
altos Andes ya no quedaron olvidados por razones logísticas. De hecho, más
de la mitad de los proyectos autorizados se centraron en la sierra peruana.
Los investigadores comenzaron a llenar los principales vacíos geográficos y
cronológicos en la prehistoria peruana con investigaciones en Cajamarca
(Terada & Onuki, 1982; 1985), Chota (Kaulicke, 1976; 1981; Morales, 1979;
Rosas, 1976), la parte superior del Chicama (Krzanowski, 1983), Otuzco,
las cabeceras de la cuenca del Huaura (Krzanowski, 1986), Huamachuco
(Czwarno, 1985, Thatcher, 1976; 1979; Topic, 1986, Topic & Topic, 1986),
el Callejón de Huaylas (Burger, 1985; Burger & Salazar-Burger, 1980; 1986;
Grieder, 1978; Grieder & Bueno, 1985; Terada, 1979), Huánuco (Bonnier,
1983; Pinilla & García, 1981), Apurímac (Grossman, 1985; Meddens,
1984) y Cuzco (Mohr, 1981). Incluso fue posible extender la investigación
sobre las laderas orientales y examinar la zona fronteriza en la que los pueblos
de la sierra y de los bosques tropicales han competido durante miles de años
(Kauffmann, 1980; Raymond, 1985; Shady & Rosas, 1980).
Cuando Richard MacNeish (MacNeish, 1977; MacNeish et al., 1980; 1981)
decidió ampliar su investigación sobre los orígenes de la agricultura en el
94
Perú, no dudó en elegir el valle de Ayacucho como un lugar ideal a pesar de
Un panorama de la arqueología peruana (1976-1986)

su relativo aislamiento y empobrecimiento. Del mismo modo, William Isbell


(Isbell, 1985) consideró que era posible reiniciar la investigación arqueológica
a gran escala en Ayacucho con el fin de rastrear los orígenes del urbanismo
y el Estado con un reconocimiento de superficie y excavaciones en Huari en
1974, 1977-1978 y 1979-1980.
Esta situación favorable comenzó a cambiar en 1980 cuando el movimiento
revolucionario Sendero Luminoso inició su campaña de lucha armada para
derrocar al gobierno elegido democráticamente. En un primer momento,
la única zona afectada fue Ayacucho, donde el Proyecto Historia Urbana
de Huari llegó a un final prematuro. Poco a poco, la violencia de Sendero
Luminoso, el Movimiento Túpac Amaru y las fuerzas militares del Perú se
extendió por gran parte de la sierra, desalentando el inicio de nuevos proyectos
allí. Algunos proyectos extranjeros, como los de Huamachuco, Junín y
Tantamayo continuaron a pesar de las hostilidades esporádicas en estas áreas,
y la arqueología se siguió desarrollando en Ayacucho por Benavides, Gonzáles
Carré y otros investigadores del, ahora extinto, Instituto Nacional de Cultura
y la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga (González &
Bragayrac, 1986; González et al., 1982; Pozzi-Escot, 1985). Las áreas de la
sierra sin problemas por la actividad guerrillera, tales como Cuzco y el Valle
del Colca, fueron objeto de investigaciones por los proyectos extranjeros y
peruanos (Malpass, 1986), pero el trabajo de los extranjeros en la mayor parte
de la sierra disminuyó considerablemente.
El aumento del terrorismo estuvo acompañado de una depresión económica
general y un aumento del crimen. En 1983 la combinación de estos factores
dio lugar a una disminución general del trabajo de campo por parte de
extranjeros y un correspondiente aumento en el análisis de datos. La
promulgación en septiembre de 1985 de las nuevas normativas que rigieron a
la arqueología y su estricto cumplimiento por el gobierno del APRA frenó la
investigación de campo aún más. La mayoría de las investigaciones en curso
se centraron en los valles de la árida costa.
Una revisión de la investigación arqueológica en dicha zona revelaba una
curiosa regularidad cíclica. En la década de 1940, las investigaciones se
centraron en la costa norte. La atención se desplazó en 1950 hacia la costa
sur y luego a la costa central en la década de 1960. La investigación llegó
a cerrar el círculo en la década de 1970 cuando una serie de importantes
proyectos se establecieron en la costa norte, sobre todo, el Proyecto Chan
95
Chan-Valle de Moche (1969-1974), el Proyecto de Pampa Grande (1973,
Richard L. Burger

1975) y el Proyecto Riego Antiguo (1976-1979). Aunque el trabajo en el


norte se mantuvo en Batán Grande (Shimada, 1981; Shimada et al., 1983),
Pacatnamú (Donnan & Cock, 1986) y Manchán (Mackey & Klymyshyn,
1982; Moore, 1982), el interés en la década de 1980 se centró nuevamente
en la costa sur donde nuevos proyectos se iniciaron en los valles de Moquegua
(Watanabe, 1984), Acarí, Nasca (Silverman, 1985), Cañete (Marcus et al.,
1986), Pisco, Topará (Wurster, 1984) y Chincha.

2. Asentamiento y economía en la investigación arqueológica


El estudio de patrones de asentamiento del valle de Virú de Gordon Willey
puso al Perú en la vanguardia de los estudios arqueológicos sobre el cambio
socioeconómico. Se suponía, en general, que había una relación bastante
clara entre la ubicación del sitio y los recursos naturales y que los cambios en
los patrones de asentamiento reflejaban directamente las modificaciones en
las estrategias económicas y/o la organización sociopolítica. La popularidad
del enfoque de patrón de asentamiento en el Perú se comprueba por las
prospecciones arqueológicas en la costa y en la sierra (Amat, 1976; Earle et al.,
1980; Feltham, 1984; Parsons & Matos, 1978; Proulx, 1985; Silva et al., 1983).
Muchas de estas prospecciones adoptaron los procedimientos sistemáticos de
cobertura total empleados por Jeffrey Parsons y otros en el valle de México,
y se produjo el consecuente aumento en el número de sitios arqueológicos
descubiertos. En la sección inferior del valle de Santa, por ejemplo, 1 246
sitios fueron documentados (Wilson, 1983). A fin de facilitar las inferencias
significativas de los datos de la prospección, se prestó una creciente atención
a los detalles del medio ambiente moderno y de la distribución, cantidad y
calidad de los recursos que podían haber sido explotados por las poblaciones
humanas en el pasado (Hurtado de Mendoza, 1984; Lavallée & Julien, 1976;
1983; Matos, 1976). Este trabajo estuvo basado en gran medida en el enfoque
de la ecología cultural, popular en la arqueología de los EE. UU. durante la
década de 1970.
Algunos arqueólogos que trabajaban en el Perú eran, con justificación,
escépticos sobre las inferencias económicas realizadas casi exclusivamente
sobre la base de datos de asentamiento. West (1979), por ejemplo, regresó
al valle de Virú e ilustró cómo la excavación selectiva y el análisis de
materiales orgánicos requería la modificación de algunas de las conclusiones
96 iniciales sobre la economía de la prehistoria y el uso de la tierra. Moseley
Un panorama de la arqueología peruana (1976-1986)

(1983) demostró la conclusión aún más preocupante que los patrones de


asentamiento observados arqueológicamente en la costa fueron algunas
veces, a lo mucho, el resultado de la destrucción diferencial de los sitios y su
entierro por fuerzas naturales, como de cambios en los patrones de actividad
prehistórica. Además, se argumentó que, debido al levantamiento de la costa
y El Niño, la topografía había pasado por un proceso de transformación
radical a lo largo de la prehistoria; en consecuencia el potencial económico
de esta área había cambiado a través del tiempo (Moseley, 1983b; Nials et al.,
1979). La documentación científica de las fluctuaciones en la temperatura
y las precipitaciones durante el Holoceno en el Perú son igualmente
incompatibles con la hipótesis de una estabilidad medioambiental (Cardich,
1976; Thompson et al., 1985; Wright, 1984) implicada por el uso del medio
ambiente moderno en la reconstrucción de los sistemas de subsistencia extintos.
Algunos investigadores estaban muy impresionados por el dinamismo medio
ambiental y sostuvieron que los cambios tectónicos y climáticos pudieron
ser la causa principal de muchos de los grandes cambios socioeconómicos y
políticos en la prehistoria peruana (Cardich, 1976; Feldman, 1983; Isbell,
1978; Moseley, 1983b; Paulsen, 1976; Petersen, 1980).
Un fuerte aumento en el análisis de los restos macrobotánicos de plantas
(Cohen, 1979; Hastorf, 1986; Pearsall, 1980; Pozorski, 1979; 1982; Smith,
1980; Ungent et al., 1983; West & Whitaker, 1979) y los materiales faunísticos
(Altamirano, 1983; Lavallée et al., 1984; Miller, 1984; Pires-Ferreira et al.,
1976; Pozorski, 1982; Pozzi-Escot & Cardoza, 1986; Ravines et al., 1984;
Shimada, 1985; Shimada & Shimada, 1983; Wheeler, 1984; Wing, 1977)
durante la década de 1980 permitió realizar inferencias más directas sobre
la dieta prehistórica y la subsistencia que las realizadas con los estudios de
patrón de asentamiento. El polen extraído de los coprolitos, campos agrícolas
y lugares de habitación también proporcionó una fuente complementaria útil
de evidencia sobre la dieta y la economía (Kautz & Keatinge, 1977; Weir &
Bonavia, 1985; Weir & Dering, 1986; Weir & Eling, 1986), al igual que
el análisis de isótopos estables de carbono (Hastorf & DeNiro, 1985). En
unos pocos casos (Hastorf, 1986), los estudios de patrón de asentamiento
estuvieron integrados con análisis de excavaciones de basurales y rasgos
económicos de nivel local para proporcionar una visión multifacética de la
subsistencia prehistórica.
La dieta de las sociedades prehispánicas peruanas, en última instancia, deben
ser entendidas dentro del contexto más amplio de la salud y la nutrición 97
Richard L. Burger

humana (Antúnez de Mayolo, 1981; Browman, 1981). Algunos de los


trabajos de la década de 1980 más interesantes en el Perú se han centrado
en los restos óseos en lugar del estudio de los residuos de la dieta. El objetivo
de esta investigación era aislar los problemas de salud de estas poblaciones
antiguas y determinar el grado en que estos fueron específicos de regiones,
períodos o estrategias de subsistencia particulares (Benfer, 1986; Castro de la
Mata & Bonavia, 1980). El análisis osteológico reveló, a menudo, los tipos
de trauma, estrés nutricional y patologías presentes en el Perú prehispánico
(Vreeland & Cockburn, 1980).
El análisis de los tejidos blandos de los enterramientos humanos disecados de
la región costera árida ofreció oportunidades extraordinarias para determinar
la causa de la muerte con cierta confianza. Un estudio de las momias peruanas,
por ejemplo, reveló que una causa común de muerte en la época prehispánica
eran las enfermedades respiratorias. Esto habría sido imposible de diagnosticar
a partir de material óseo (Allison, 1984). El análisis de coprolitos proporcionó
evidencias de la infestación por parásitos prehispánicos, así como también
datos importantes sobre la dieta temprana (Patrucco et al., 1983).
El éxito de los sistemas económicos indígenas encontrados por los españoles en
el Perú no se puede comprender sin entender la tecnología y la infraestructura
sobre la que esta se basaba (Donkin, 1979). La remodelación de los valles
interandinos con terrazas y sistemas de irrigación, y la transformación de los
desiertos costeros en oasis fértiles utilizando estanques de agua y embalses,
fueron aspectos centrales de la economía Inca. Los arqueólogos han presumido
que los logros Incas estaban basados en las tradiciones anteriores. La década
de 1980 fue testigo de una gran cantidad de estudios empíricos sobre canales
y sistemas de terrazas pre-Incas e Incas tanto en los valles de la costa como
en los valles interandinos, así como en las empinadas laderas orientales de
los Andes (Eling, 1986; Farrington, 1983; Farrington & Park, 1978; Kus,
1984; Malpass, 1986; Moseley, 1983b; Moseley & Day, 1982; Ortloff et
al., 1982; Parsons, 1978; Pozorski & Pozorski, 1982). El vasto inventario
de la tecnología agrícola andina prehispánica también incluyó a los campos
elevados (Erickson, 1985; Lennon, 1984) en las punas y campos hundidos
en la costa (Knapp, 1982; Smith, 1979). En muchas regiones, los sistemas de
canales, terrazas y camellones han permitido cultivar la tierra por lo menos
un 35 % más que en la actualidad. Si esta discrepancia es debida a factores
sociales, tecnológicos, económicos o ambientales es una cuestión de interés
98 tanto para el gobierno peruano como para los arqueólogos.
Un panorama de la arqueología peruana (1976-1986)

3. Tecnología andina prehispánica


La prosperidad del Perú prehispánico ofrece un fuerte contraste con el Perú
moderno. Los sistemas agrícolas indígenas fueron solamente un aspecto del
complejo sistema tecnológico responsable del éxito a largo plazo y la estabilidad
de la sociedad prehispánica. Un creciente interés en las características de la
tecnología de los Andes Centrales dio a luz dos importantes recopilaciones de
artículos (Lechtman & Soldi, 1981; Ravines, 1978). Para lograr su objetivo,
estos artículos recurrieron a una amplia gama de enfoques, incluyendo
la etnografía, la historia, el análisis de materiales, la arqueología y los
experimentos de replicación.
En tiempos de los Incas, el almacenamiento de productos agrícolas y otros
era casi tan importante como su producción, según los cronistas españoles.
Los estudios arqueológicos de los sistemas de almacenamiento Inca de la
sierra (D’Altroy & Earle, 1985; Earle & D’Altroy, 1982; Morris, 1981) han
comprobado la enorme magnitud de estas instalaciones. En Huánuco Pampa,
por ejemplo, habían 480 estructuras con una capacidad de almacenamiento
de 39 700 m3 en las que miles de toneladas de papa, maíz y otros productos
fueron depositados (Morris & Thompson, 1985). Casi un millar de años antes,
el almacenamiento a gran escala de los excedentes estaba siendo practicado en
Pampa Grande, un sitio de Moche V en el extremo norte de la costa del Perú
(Anders, 1981). Los estudios de almacenamiento pre-Inca e Inca arrojaron
luz sobre el contexto de almacenamiento dentro de economías sin mercados
desarrollados del Perú prehistórico, así como también la documentación de
las técnicas específicas de almacenamiento utilizadas. Los administradores
de los complejos de almacenamiento y otras instalaciones públicas Inca
mantuvieron registros con cuerdas anudadas y de color, conocidas como
quipus. Ya en la década de 1980 se demostró que instrumentos pre-Incas
similares a los quipus eran utilizados en el imperio Huari (Conklin, 1982).
La construcción y mantenimiento de los sistemas viales prehispánicos facilitó
el movimiento de productos y de información en el accidentado terreno de los
Andes Centrales. Una prospección de la red Inca reveló, por lo menos, 23 139 km
de caminos y la red completa probablemente incluyó aproximadamente 40 000
km de caminos (Hyslop, 1985). Naturalmente, muchos de esos caminos
existían antes de la conquista Inca y fueron simplemente subsumidos dentro
de la red estatal. Al igual que los quipus y el almacenamiento del gobierno,
sistemas de caminos de gran escala fueron documentados para el Horizonte
99
medio (Schreiber, 1984; Topic & Topic, 1983).
Richard L. Burger

La tecnología andina prehispánica fue fundamentalmente diferente a la del


Viejo Mundo, en parte debido a las opciones tecnológicas que, a menudo,
expresaron las estructuras y valores más profundos de estas sociedades andinas
(Lechtman, 1984). La mayoría de los estudios de la metalurgia andina y
textiles se centraron en la reconstrucción de las historias del desarrollo de
estas tecnologías (Conklin, 1978; Lechtman, 1980) y en la delimitación
de tradiciones tecnológicas regionales (Conklin, 1985; Lechtman, 1981;
Lechtman et al., 1982; Rowe, 1984; Wallace, 1979). Gran parte de esta
literatura se basa en la documentación detallada de los procesos utilizados
para crear los artefactos recuperados por los arqueólogos y saqueadores
(Tushingham et al., 1979). Un buen ejemplo de este tipo de estudio fue el
descubrimiento de Heather Lechtman de que la superficie de oro de muchos
artefactos de metal de la costa norte se lograba mediante un sofisticado proceso
de reemplazo electroquímico (Lechtman et al., 1982). Con menor frecuencia,
los estudios buscaron comprender los procesos productivos al enfocarse en
los residuos dejados en las canteras (Protzen, 1985) y talleres (Lechtman,
1976; Shimada et al., 1982) en vez de análisis de laboratorio de los objetos
acabados. Con algunas excepciones importantes (Morris & Thompson, 1985;
Shimada, 1978) el contexto socioeconómico de la producción enfatizado en
la investigación etnohistórica de Murra (1978) fue pasado por alto.

4. Iconografía e ideología
El interés por la iconografía fue renovado en la década de 1980 por una
mayor conciencia de la importancia de la ideología entre los arqueólogos
orientados antropológicamente y por una creciente apreciación del mundo
precolombino por los historiadores del arte (Cordy-Collins, 1982; Grieder,
1978; Paul & Turpin, 1986; Schaffer, 1985). Como se había hecho
previamente, la mayoría de la investigación se centró en el arte de los Moche,
debido a su estilo naturalista, aunque los estilos relacionados con Chavín
(Cane, 1986; Cordy-Collins, 1977; 1979; Kauffmann, 1979; Lathrap,
1977; Morales, 1982; Ravines, 1984; Reinhard, 1985; Roe, 1982; Salazar-
Burger & Burger, 1983), Paracas (Dwyer, 1979a; 1979b; Paul & Turpin,
1986), Recuay (Bankman, 1980; Grieder, 1978; Reichert, 1982), y Chancay
también recibieron atención.
Avances sustanciales fueron realizados en la delimitación de los temas básicos
100 representados en el arte Moche, en parte como resultado de la creación
Un panorama de la arqueología peruana (1976-1986)

de un archivo de iconografía Moche por Christopher Donnan (1976).


Aparecieron detallados análisis de motivos, escenas e individuos particulares
y su importancia (Benson, 1982; Berezkin, 1981; Bruhns, 1977; Donnan,
1984; Donnan & McClelland, 1979; Hocquenghen & Lyon, 1981). Aunque
el arte Moche arrojó una luz indirecta en la vida cotidiana (Campana, 1983;
Golte, 1985; Jiménez Borja, 1985), en ese entonces, este fue visto como la
representación de la mitología y el ritual. Su interpretación, por lo general, fue
intentada mediante una combinación de análisis contextual y la analogía con
las crónicas coloniales y descripciones etnográficas modernas. En la década
de 1980, las interpretaciones estructuralistas de la ideología y la arqueología
prehispánica por etnógrafos y etnohistoriadores llegaron a ser bastante
influyentes en los estudios iconográficos (Isbell, 1976; Urbano, 1982; Urton,
1982; Zuidema, 1982). Por ejemplo, Anne Marie Hocquenghem intentó
ir más allá de las interpretaciones tradicionales del arte Moche al crear un
modelo estructuralista general de la ideología y el ritual prehispánico del Perú
basado en gran parte en las descripciones del siglo XVI de la sociedad Inca en
la sierra. Ella trató de utilizar este modelo para explicar la iconografía Moche
(Hocquenghem, 1979), a pesar de la considerable brecha ecológica y temporal
entre ellas. Lathrap propuso modelos cosmológicos aún más imaginativos
pretendiendo que sean aplicables a los Andes Centrales prehispánicos,
Mesoamérica y más allá (Lathrap, 1982; 1985). Por último, la codificación
de la política, así como de la ideología religiosa en el arte andino y el uso de
este arte en la legitimación y la aplicación de la fuerza coercitiva también
comenzó a recibir la atención que merecían (Cook, 1983).

Conclusión
Aunque progresos sustanciales fueron realizados hacia una mejor comprensión
de la prehistoria peruana entre 1976 y 1986, la arqueología peruana
estaba todavía en su infancia. La participación de un mayor número de
investigadores que representaban a diversas escuelas de arqueología mundial y
el establecimiento de nuevos canales de comunicación entre los investigadores
fueron señales positivas para el futuro. Por otro lado, la situación política
cada vez más violenta e inestable en el Perú, resultado de la lucha armada
entre Sendero Luminoso, el MRTA y las fuerzas armadas del gobierno
nacional, fue un factor negativo cuyos efectos a largo plazo no podían ser
pronosticados en ese momento. A medida que la violencia se intensificaba a
101
finales la década de 1980, muchos proyectos en el extranjero decidieron que
Richard L. Burger

no era seguro continuar con las investigaciones. Esto fue particularmente


cierto para los que trabajaban en la sierra donde la violencia fue más intensa,
sobre todo en Ayacucho, donde los estudios sobre la agricultura temprana
de MacNeish y los del urbanismo del Horizonte Medio en Huari de Isbell
fueron suspendidos abruptamente. De manera similar, la productiva
investigación sobre el asentamiento temprano de los Andes y el proceso de
domesticación de camélidos en la Puna de Junín de Matos, Rick y Lavallée
(ver en este volumen) también fueron suspendidos. John y Teresa Topic
también encontraron imposible continuar su pionera investigación en la
sierra de Huamachuco, debido a las amenazas de Sendero Luminoso. Algunos
investigadores extranjeros eligieron trasladar su investigación de la sierra a la
costa, tal como hicieron Burger y Salazar al cambiar su enfoque del Callejón
de Huaylas al valle de Lurín. Tales tipos de soluciones a veces probaron ser de
corta duración debido a la propagación gradual del conflicto a los valles de
la costa, como fue el caso del proyecto abortado de Craig Morris y Heather
Lechtman en el valle de Pisco. Varios conocidos peruanistas eligieron iniciar
proyectos en países vecinos, como Michael Moseley y Alan Kolata en Bolivia,
Terence D’Altroy en Argentina, Tom Lynch en Chile, Scott Raymond en el
Ecuador y Jeffrey Quilter en Costa Rica, mientras que otros, como John Rick,
reorientaron sus esfuerzos de investigación en sus países de origen. Aquellas
áreas que permanecieron relativamente libres de violencia, sobre todo la costa
norte y, en menor medida, la costa central, continuaron siendo el foco de la
investigación arqueológica. Por ejemplo, Tom y Shelia Pozorski continuaron
su investigación en los centros del Período Inicial en el valle de Casma sin
interrupción, de la misma manera como lo hicieron Burger y Salazar. Sin
embargo, el financiamiento internacional para la investigación llegó a ser
cada vez más difícil de adquirir debido a los riesgos percibidos y el volumen
total de las investigaciones arqueológicas disminuyó notablemente. Debido a
que la sierra fue particularmente afectada por la violencia política de los años
1980 y principios de 1990, la visión parcial que hacía más prominente a la
costa en la arqueología peruana se hizo aún más grave.
Otra consecuencia de la guerra interna en el Perú fue el creciente rechazo
por los arqueólogos del marxismo como un modelo teórico debido a su
asociación con Sendero Luminoso y el MRTA. La caída del Muro de
Berlín en 1989 y la posterior disolución de la Unión Soviética en 1990,
del mismo modo minaron el atractivo de una posición teórica defendida
102 por Estados-nación que habían fracasado. Aunque la teoría marxista
Un panorama de la arqueología peruana (1976-1986)

había desempeñado un papel central en la formación de arqueólogos en la


Universidad Nacional Mayor de San Marcos y otras universidades peruanas
antes de 1980, su importancia en la mayoría de los programas de arqueología
disminuyó considerablemente tras la derrota de Sendero Luminoso.
De este modo, la década de 1980 puede ser vista como una línea divisoria
en la historia de la arqueología peruana. Tras la estela dejada por la salida de
muchos proyectos extranjeros, el papel de las universidades nacionales y los
investigadores peruanos creció en importancia y contribuciones. Una nueva
generación de investigadores peruanos llegó a ser cada vez más importante e
inició ambiciosos proyectos de largo plazo, por lo general, con financiamiento
local. Este proceso fue particularmente evidente a lo largo de la, relativamente
tranquila, costa norte, donde las excavaciones de Walter Alva de las «Tumbas
Reales de Sipán» se iniciaron en 1987 atrayendo la atención internacional y
condujo a varias décadas de productiva investigación de campo en la cuenca
del río Lambayeque. No menos impresionantes fueron los importantes
proyectos conducidos en la Huaca de la Luna en el valle de Moche, dirigido
por Santiago Uceda, iniciado en 1991 y el de San José de Moro en el valle de
Jequetepeque dirigido por Luis Jaime Castillo iniciado el mismo año (ver en
este volumen). Con la captura de Abimael Guzmán en 1992 y el retorno de
la tranquilidad en el campo durante los años siguientes, un nuevo período de
investigación arqueológica se inició. Este se levantó sobre las bases asentadas
durante los años 1970 y principios de 1980, pero también reflejaron las
transformaciones fundamentales en la arqueología que habían ocurrido a
finales de la década de 1980 y a principios de la década de 1990.

Agradecimientos
Quiero agradecer a Lucy Salazar-Burger y Jeffrey Quilter por su ayuda con el
manuscrito. También agradezco a Henry Tantaleán por haberme sugerido publicar
este trabajo y haberlo traducido del inglés.

103
Richard L. Burger

Figura 1 – En 1976, dos grandes trincheras fueron excavadas en la aldea del Precerámico
Medio de La Paloma en el Valle de Chilca bajo la dirección de Jeffrey Quilter, Robert Benfer y
Bernadino Ojeda

Figura 2 – En 1976, Richard Burger llevó a cabo excavaciones a pequeña escala en el pueblo
moderno de Chavín de Huántar con el objetivo de determinar la cronología relativa y absoluta
104 del sitio y rastrear los cambios económicos y el patrón urbano asociado con el famoso
complejo de templos del Horizonte Temprano
Un panorama de la arqueología peruana (1976-1986)

Figura 3 – En 1985, el centro en forma de U de Cardal del Periodo Inicial fue


investigado con el objetivo de contrastar las hipótesis de Carlos Williams de que
este fue un ejemplo de «templos-chacras y huertas-sagradas»
La excavación en el sitio vista en la fotografía no encontró los canales propuestos en
la hipótesis de Williams y por esta y otras razones, la hipótesis fue rechazada

Figura 4 – En 1979, Richard Burger y Lucy Salazar excavaron grandes excavaciones


horizontales en el sitio de Huaricoto en el Callejón de Huaylas, Ancash
Esta fotografía muestra la presencia de fogones rituales de la tradición religiosa Kotosh
debajo de las ruinas de la iglesia moderna de Marcara la cual fue destruida en el gran 105
terremoto de 1970
Richard L. Burger

Figura 5 – En 1987, Burger y Salazar regresaron a Cardal para conducir excavaciones a gran
escala con la participación de estudiantes de la UNMSM y la PUCP
Entre las estructuras descubiertas existieron una serie de pequeños patios circulares hundidos
como el que muestra esta fotografía

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125
Una perspectiva sanmarquina de la Arqueología en el Perú de los años 1990

Una perspectiva sanmarquina de la


arqueología en el Perú de los años 1990
Henry Tantaleán

Los historiadores no pueden ni deben prescindir del


presente.
¿Cómo escribir sobre la utopía andina sin tratar de la
violencia que en estos momentos convulsiona a la región
de Huamanga, a esos mismos territorios que fueron el
escenario del Taqui Onqoy? Nuevamente, al igual que
en el Siglo XVIII, la violencia quiere recubrirse bajo el
velo de lo incomprensible. Hace falta recurrir, entonces,
a ese elemento vertebral del razonamiento histórico que
es el método crítico: cotejar las fuentes, ponderar su
veracidad, reconstruir los acontecimientos, establecer
una cronología y al final no soslayar el juicio moral
(Flores Galindo, 1986)

Introducción
Como muchos de los capítulos que componen este libro, tomó como eje
principal de este texto, mi experiencia vital. En mi caso, comienzo este capítulo
en torno a la época de mis estudios en la Escuela Académico Profesional de
Arqueología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima entre
1992 y 1996 y termino mi exposición resaltando algunos espacios sociales 127
donde realicé mi práctica arqueológica inicial en el Perú a finales de esa
Henry Tantaleán

misma década. Aun cuando este texto está inspirado y, consecuentemente


condicionado por mi subjetividad, esta exposición está atravesada por hechos
históricos objetivos recientes que creo relevantes para explicar la situación de
la arqueología en los años de 1990 y su proyección en la primera década del
siglo XXI. Dicha forma de exposición se acerca a lo que se ha denominado en
los últimos tiempos una egohistoria, un formato expositivo que me pareció
práctico para poder enfocar desde mi perspectiva algunos momentos que creo
relevantes para la formación de la Arqueología en la década que nos ocupa1.
De todas maneras, si el lector o lectora quiere ver una historia intelectual de
la Arqueología en el Perú de la década de los años 1990, lo puedo remitir al
detallado y erudito análisis de la investigación y producción arqueológicas en
el Perú desde una perspectiva norteamericana realizado por Terence D’Altroy
(1997). Asimismo, dicha contribución puede ser muy bien complementada
por la reciente síntesis publicada por Shimada & Vega Centeno (2011).
Adicionalmente, textos críticos y propositivos acerca de la situación de la
Arqueología en el Perú de los años 1990 han sido proporcionados por Luis
Jaime Castillo & Elías Mujica (1995) y por Álvaro Higueras (1995).
Así, en este capítulo me gustaría enfocarme en la explicación de lo que sucedió
en la Arqueología de los años 1990 en el Perú, centrando mi texto desde
la perspectiva de un estudiante de arqueología de la Universidad Nacional
de San Marcos y un joven profesional en busca de un espacio académico y
laboral hasta 1999, año en el que viajé a España para realizar mis estudios
de posgrado. Aprovecho este lugar y tiempo vivido, pues, como algunos
investigadores sociales han comentado, esta Universidad podría tomarse como
el reflejo de la sociedad peruana («El pulmón del Perú») o, al menos, de la
sociedad limeña2. Asimismo, me pareció relevante hacerlo así, porque en la
década de los años 1990, San Marcos fue uno de los principales lugares donde
se formó una generación de arqueólogos que ahora son sobresalientes en esta

1 También ver Rodríguez Pastor (2004) para una egohistoria desde su experiencia como estudiante
de Antropología en la PUCP y San Marcos a finales de los años 1950 y comienzos de los años 1960.
Asimismo, el «testimonio de parte» de Pedro Espinoza (2011) de su experiencia como estudiante
de arqueología en la década de 1990, también me ha servido como un «elemento intersubjetivo»
para contrapesar mis recuerdos sanmarquinos.
2 Para mayores datos objetivos sobre los cambios en la composición social y económica de los

sanmarquinos e, incluso, sobre su percepción acerca de la formación profesional en las últimas


128 décadas se pueden consultar Sandoval (2002a), Vargas (2005), Yalle (2008) y Degregori &
Sandoval (2009).
Una perspectiva sanmarquina de la Arqueología en el Perú de los años 1990

disciplina en el Perú.
Otras historias de la Arqueología desde universidades como la Universidad
Nacional de Trujillo, la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco
y la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga de Ayacucho están
todavía por escribirse y espero que este texto sirva para comenzar a reflexionar
acerca de la construcción, desde dentro y desde abajo, de la Arqueología en
cada uno de esos centros de enseñanza, justamente en una época en que,
como veremos, muchas de estas universidades fueron intervenidas por el
Estado y, consecuentemente, sus autoridades fueron impuestas desde fuera3.
En el caso de Lima, donde tenemos tres universidades que ofrecían la carrera
de Arqueología, podemos encontrar un bosquejo de dicha situación en el
trabajo de Miguel Aguilar (2004). Sin embargo, para el caso de la PUCP, no
hemos podido encontrar algún texto similar.

1. Hacia una historia (auto)crítica de la Arqueología en el Perú


reciente
Antes de pasar a hablar sobre la Arqueología de los años 1990 en el Perú
desde mi perspectiva, quisiera exponer algunas cuestiones relacionadas con
mi forma de ver la historia de la Arqueología. Desde hace un tiempo he
intentado explicar los fenómenos sucedidos en la arqueología peruana desde
una perspectiva externalista o contextual claramente inspirada en la de
Bruce Trigger, específicamente la desarrollada en su Historia del Pensamiento
Arqueológico (Trigger, 1992. También ver Moro Abadía, 2007; 2010).
Tempranamente, en la década de los años 1990, pude tomar conciencia
gracias a ese texto que la Arqueología era parte de un contexto social mucho
más amplio que solamente el de la propia disciplina. De este modo, para mí,
el desarrollo de la Arqueología en el Perú debería tener una explicación que va
más allá de las paredes de la universidad y la academia. Más importante aún,
me di cuenta que, a pesar que se propugnaba el seguimiento de una ciencia
positiva que esperaba desvincularse de su contexto político y de sus propias
ideas y acciones en el mundo real, casi siempre sus ideas acerca del mundo
terminaban deslizándose en su práctica y su forma de hacer y reproducir la

3Sobre estas realidades particulares se pueden revisar el Informe de la CVR y, en especial, para la 129
Antropología, a Degregori & Sandoval (2009).
Henry Tantaleán

Arqueología, incluso la que se presentaba como académica y apolítica.


De esta manera, para efectos de este capítulo, sostengo que la Arqueología
de la década de 1990 no puede entenderse sin tomar en cuenta una serie
de fenómenos socioeconómicos y sociopolíticos acontecidos en la historia
reciente del Perú. Asimismo, planteo que los actores y actrices que ejercieron
la arqueología en este tiempo también tomaron una posición implícita
o explícita con respecto a la situación histórica que les tocó vivir. Si bien,
como veremos más adelante, esta fue una década difícil para hacer evidentes
las posturas políticas, especialmente las de izquierda, estas siguieron
manteniéndose a otros niveles dentro y fuera de la universidad (Yalle, 2008).
Fundamentalmente, esta fue la época del gobierno de Alberto Fujimori
quien fuera elegido democráticamente como presidente de la República del
Perú en 1990 y que, casi desde el mismo inicio de su mandato, instauró
un modelo económico neoliberal en el estado peruano (Murakami, 2007:
243). Asimismo, en dicho gobierno también se dieron una serie de reformas
en la estructura del Estado que le permitieron sostener una lucha frontal
contra los movimientos subversivos que estaban asolando al país. Tanto el
factor de la reformulación de la economía nacional como la lucha contra los
movimientos subversivos impactaron en la forma de hacer arqueología en el
Perú, una cuestión que también ya había señalado Santiago Uceda (2000) en
su ensayo enfocado en la arqueología norteña. Sin embargo, como veremos
más adelante, en la década de 1990, la violencia también fue ejercida de
diferentes formas y a distintos niveles por parte del estado peruano (Wiener,
2001; Sandoval, 2002b; Bowen & Holligan, 2003; Uceda, 2004; Burt, 2009,
entre otros).
En ese contexto, la universidad pública peruana fue uno de los campos donde
también se libró la lucha por la pacificación del Perú. Por ello, un buen pulso de
las reformas que se dieron en esta década sería la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos, donde me formé como arqueólogo entre los años 1992 y 1996.
Dicha casa de estudios, incluso, fue intervenida y controlada directamente por
el gobierno durante toda la década, perdiendo la relativa autonomía que había
recuperado tras el fin del gobierno militar de los años 19704.
Asimismo, de la mano de la economía neoliberal implantada, un nuevo

130 4Autonomía relativa porque ya desde 1987 las fuerzas policiales hacían operativos en la Universidad
de San Marcos deteniendo a gran número de estudiantes.
Una perspectiva sanmarquina de la Arqueología en el Perú de los años 1990

fenómeno apareció hacia finales de esa década en la Arqueología en el Perú: la


arqueología de contrato o de impacto ambiental. Pero antes de ir a la década
de los años 1990 me gustaría hacer eco de la voz de la década anterior.

2. La voz de los años 1980


Como Richard Burger muy bien ha señalado en el capítulo anterior, el Perú
de la década de 1980 claramente estuvo teñido por el conflicto interno que, a
finales de esa época, ya estaba instalado en la misma capital del estado peruano.
Siguiendo a Burger, esos años pueden verse como una «época oscura» para la
investigación arqueológica que más se ejercía, que era la anglosajona. Por ese
ambiente de conflicto interno se dejaron de conducir muchos proyectos de
investigación importantes e, incluso, muchos investigadores se trasladaron a
otras regiones y hasta tuvieron que cambiar sus temas de investigación.
El lúcido análisis de la sociedad peruana hasta la primera mitad de la década
de 1980, especialmente, de la sociedad limeña de José Matos Mar (1986)
acerca de lo que denominó el «desborde popular» anunciaba mucho de
lo que estaba por suceder en esa década. Por ello, tampoco sorprende que
en ese lapso se haya vivido la época de mayor radicalización política en la
Universidad pública peruana (ver también Lynch, 1990 y Yalle, 2008), algo
que también se puede explicar como resultado de la nueva composición
social de los estudiantes sanmarquinos, muchos de ellos hijos de provincianos
(Montoya, 2005). Asimismo, la crisis económica que se agudizó durante el
primer gobierno de Alan García claramente impactó en todos los sectores
sociales, especialmente los de menores ingresos económicos. Fue la época en
la cual una gran cantidad de personas emigró hacia Lima o al extranjero, un
problema social que generó la fuga de un importante capital humano y, en
general, la pérdida de la confianza en el Estado para resolver los problemas
políticos y, sobre todo, los económicos5.
Así, la depresión económica de la década de los años 1980 posibilitó una
reacción social que se manifestó como violencia que pudo ser canalizada por
grupos subversivos en contra de ese estado que se había mostrado incapaz de

5Con respecto a la UNMSM, según el Informe de la CVR (2003: 634): «Entre 1987 y 1988 la
crisis económica y social se profundizará. Este hecho tendrá un impacto sobre la matrícula
universitaria que en el lapso de un año cae a 26,028 estudiantes, luego de esta fecha el número 131
de estudiantes se mantendrá en ese promedio incluso hasta el final de la década de los ‘90.»
Henry Tantaleán

solucionar su propia crisis y las demandas locales históricamente irresueltas.


Dicho desencanto con el gobierno en el cual participaban además, del partido
aprista, los demás «partidos tradicionales», generó un descontento popular
hacia este sistema provocando su «colapso» a mediados de la década de 1990
(Tanaka, 1999: 7).
Por ello, este periodo sería la época en la que se dirimiría esta contradicción
entre la evidente violencia subversiva y la estructura ineficiente y corrupta del
estado peruano. Al medio de estos dos grandes frentes se encontraba la gran
mayoría de la sociedad peruana, especialmente las clases sociales bajas tanto del
campo como de la ciudad6. La manera en la que se trató de «solucionar» esta
situación por parte del Estado impactó en diferentes espacios e instituciones
sociales, especialmente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
adonde a principios de la década de 1990 ya se había trasladado la formación
de cuadros políticos subversivos.
Sin embargo, la subversión no era el único problema que tenía que afrontar
el presidente electo Alberto Fujimori sino uno más presente, sobre todo, en
los hogares limeños: la crisis económica heredada del gobierno del presidente
Alan García.

3. El fujimorato: la implementación de la economía neoliberal y


la lucha contra los movimientos subversivos
«!Que dios nos ayude¡». Con este epílogo que depositaba el destino de un
país a lo divino y vía señal abierta en la televisión nacional, el 8 de agosto de
1990 nos llegaba de la propia boca del ministro de economía, Juan Carlos
Hurtado Miller, la implantación de un programa económico funesto para
la gran mayoría de las familias peruanas y contra la cual muchas de ellas
habían votado en contra previamente. Dicho programa económico trajo

6Un hecho observado durante una viaje que realizamos un grupo de compañeros de la universidad
a la localidad de San Pedro Cusi, en el valle alto de Cañete, provincia de Yauyos, puede ayudar
a ilustrar cómo la población rural se hallaba entre «dos fuegos». Cuando llegamos a ese pueblo a
mediados de 1992, no existían autoridades políticas allí. Los comuneros nos contaron que hubieron
autoridades elegidas democráticamente pero que habían venido los terroristas y los habían matado
en la misma plaza del pueblo después de un «juicio popular». Luego que los subversivos dejaron
el pueblo imponiendo nuevas autoridades, llegó el ejército y se llevó a las autoridades puestas por
132 Sendero Luminoso. De esta forma, nadie quería aceptar ningún cargo pues se arriesgaban a ser
asesinados o encarcelados.
Una perspectiva sanmarquina de la Arqueología en el Perú de los años 1990

consigo un gran desajuste en las economías familiares y marcó a gran parte de


mi generación. Nuestra economía nacional, que se había mantenido estable
a base de subsidios estatales, no pudo soportar más el desajuste con un
mundo de libre mercado, el cual era impulsado desde diferentes instituciones
financieras multilaterales desde la década de 1980 e impuesto en otros
estados de Latinoamérica (Honorio, 2009: 67). Así pues, en un corto plazo
nuestra balanza comercial tuvo que actualizarse al ritmo real del mercado
internacional. Claramente, familias pobres como la mía tuvieron que realizar
grandes esfuerzos para poder subsistir en dicha situación7. La educación ya no
era la prioridad sino la lucha día a día por la supervivencia, obviamente, sin
mayor expectativa a mediano o largo plazo.
Más adelante, el autogolpe del 5 de abril de 1992 que disolvió al Congreso
de la República e intervino al Poder Judicial, mostró la verdadera cara del
gobierno de Fujimori que pasó a tener poderes plenos para ejercer su política
económica y de lucha contra la subversión. A pesar de dicha ruptura en la
historia democrática del país, la población en su mayoría aprobó tal medida
(Mauceri, 1995: 7; Degregori, 2012 [2000]: 32). La llamada al orden social
perdido por las continuas acciones de Sendero Luminoso y el Movimiento
Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) fue una justificación del gobierno
que la masa social encontró satisfactoria (también ver Burt, 2006: 34).
Asimismo, una gran desilusión por los partidos tradicionales, por el lado
de la población y una gran corrupción, por el lado de la burocracia estatal,
hacía evidente que algún cambio debía realizarse en lo que el mismo Fujimori
denominó como «la dictadura de los ineptos y los corruptos»8. Siguiendo con
la idea central del ensayo de Cecilia Méndez (2006) sobre el autoritarismo en el
Perú republicano, también podríamos plantear que Fujimori, en su rol de jefe de
las fuerzas armadas, se convirtió en un caudillo, pues, fue quien personalmente
encabezó la lucha contra los movimientos subversivos y a la que apoyó gran

7 Una clásica solución para levantar las economías domésticas en esa década fue la proliferación
de actividades solidarias. Entre ellas, una de las más populares, incluso en el ámbito universitario,
fueron las denominadas «polladas», las cuales tenían como propósito la recaudación de dinero
en torno a una fiesta bailable en la que se consumía pollo frito y abundante cerveza. Un estudio
detallado de este fenómeno antropológico puede ser encontrado en Béjar & Álvarez, 2010.
8 Frase dicha por Alberto Fujimori en su conferencia ante la Asociación de Exportadores (ADEX)
133
poco tiempo después de su autogolpe.
Henry Tantaleán

parte de la población urbana y campesina, incluso luchando directamente de


la mano del ejército9 (también ver Mauceri, 1997). Ese apoyo mayoritario
de la población también se justifica, porque el bien estudiado manejo de sus
actividades públicas en los medios de comunicación le concedió una gran
popularidad entre la población peruana (Oliart, 1999: 404), convirtiéndose
también en un «líder carismático» (Durand, 1996). Posteriormente, un Congreso
Constitucional Democrático (CCD) generó una nueva constitución, la cual
con algunas modificaciones sigue vigente. Más importante, la Constitución
Política de 1993 permitía la re-elección directa, con lo que Fujimori consiguió
tal resultado en 1995. No debemos olvidar tampoco que, tras bambalinas, el
asesor de Fujimori, Vladimiro Montesinos, también jugó un rol fundamental
en mucha de la re-estructuración de las redes de poder en el estado peruano
(Bowen & Holligan, 2003).
De la mano de esta economía neoliberal tuvo que solucionarse el problema
de los grupos terroristas, Sendero Luminoso y MRTA. Ambos grupos que
hunden su propia historia en partidos políticos democráticos (Adrianzén,
2011) y sin los cuales no se pueden entender totalmente, generaron sus
facciones más radicales en la década de los años 1980 cuando los gobiernos
peruanos no pudieron frenar esos movimientos que tenían como propósito
fundamental alcanzar el poder político del estado peruano, pues, allí veían la
única fórmula para poder llevar al Perú a una «nueva era»10.
Existen sendos trabajos como el del recientemente desaparecido Carlos Iván
Degregori (1990), así que no abundaré más en esto11. Asimismo, el tan
discutido Informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) hace
algunos cálculos que pueden ayudar a vislumbrar la verdadera dimensión en
cifras de tal situación de violencia, la cual no solamente se dio en el campo
sino que también se trasladó a la ciudad. Justamente uno de esos escenarios
fue la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en especial, la Ciudad
Universitaria, a la cual ingresé en el año 1992 y que no se parecía a nada a lo

9 En esa lucha frontal las «rondas campesinas» jugaron un rol muy importante (ver por ejemplo,
Fumerton, 2001).
10 Pese a que ambos grupos subversivos aportaron su propia cuota de violencia durante la década

de 1980 e inicios de 1990, sus historias particulares difieren y en el caso del MRTA merecen un
estudio un poco más detallado de los que se dispone en la actualidad. Un esfuerzo en ese sentido
es el desplegado por Mario Meza (2011).
134 11 También se pueden consultar al respecto a Gorriti; 2008, Rénique, 2003; Roncagliolo, 2005;

Starn, 1995; Stern 1998.


Una perspectiva sanmarquina de la Arqueología en el Perú de los años 1990

que yo había imaginado cuando me preparé para ingresar con tanto esfuerzo.
4. La Universidad Nacional Mayor de San Marcos en los años 1990
En paralelo a los cambios en la estructura del estado peruano, la universidad
pública que era, históricamente, un espacio significativo donde reflexionar
sobre la situación política y plantear la respectiva crítica, fue intervenida.
Con las reformas curriculares y las purgas de profesores, a lo que se añadía la
desilusión en la política, se convirtió en un lugar donde solamente se aprendía
a ser profesional y ya no un científico social comprometido con la sociedad
como se había estado dando décadas atrás. Eso generó un alejamiento de sus
estudiantes de los problemas sociales del Perú, salvo contadas excepciones de
algunos grupos de ellos.
Si bien para 1992 el ambiente ya no era el de los años 1980, todavía San
Marcos seguía claramente convulsionada. De hecho, un año antes (mayo
de 1991) el mismo presidente Alberto Fujimori se presentó en la Ciudad

Figura 1 – Vista de Google Earth de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en 2001
Se indica a la Facultad de Ciencias Sociales dentro del ovalo. Destacan la Huaca San Marcos, el
estadio, las diversas facultades y el comedor universitario

12Es importante señalar que, hasta finales de la década de 1980, Fujimori había ejercido como
Decano y Rector en la Universidad Nacional Agraria La Molina y había sido presidente de la
Asamblea Nacional de Rectores. Es decir, que para cuando fue presidente conocía desde dentro 135
cómo funcionaba realmente la universidad peruana.
Henry Tantaleán

Figura 2 – Facultad de Economía vista desde la Facultad de Ciencias Sociales


Foto de Víctor Bustamante en la documentación de la CVR

Universitaria para ver con sus propios ojos lo que sucedía allí dentro12. Las
medidas del gobierno no se hicieron esperar13: la Universidad fue intervenida
por las fuerzas del orden, llegándose a acuartelarse contingentes del ejercito en
el campus mismo14 (también ver Burt, 2006: 47). En 1992, durante mi primer
ciclo de estudios, pude ser testigo del arresto de estudiantes y profesores que
salían maniatados por las puertas de nuestras facultades15. Nosotros mismos,
éramos obligados a salir de nuestras clases cuando había algún «rastrillaje» en

13 Como nos recuerda Rubén Quiroz (2005: 88): «[…] es el atentado de la calle Tarata, en
un distrito limeño y “alto” como Miraflores, que sirve de pretexto a Fujimori para intervenir las
universidades».
14 El segundo piso del comedor universitario de la ciudad universitaria de la UNMSM fue el

lugar elegido por el ejército para instalar un «cuartel». Uno de los detalles que más me llamaba la
atención de esta situación, era que un soldado uniformado me entregaba la cuchara con la cual
posteriormente tomaría mis alimentos allí.
15 Justamente, el 18 de julio de 1992 el denominado «Grupo Colina» apoyado por la base del

ejército allí destacada detuvo a un catedrático y nueve estudiantes en el campus de la Universidad


Enrique Guzmán y Valle «La Cantuta». Casi un año después, en 1993 se encontrarían restos de sus
cuerpos enterrados en la quebrada Chavilca en Cieneguilla.
136 16 En esa misma década, también, muchos agentes del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) se

podían ver «camuflados» entre la población estudiantil (también ver Ponce, 2002: 33).
Una perspectiva sanmarquina de la Arqueología en el Perú de los años 1990

la Ciudad Universitaria16. La imagen más vivida que tengo es la de estar en


mi salón de clases y ver cómo se desplegaba una línea de soldados totalmente
equipados para una acción bélica. Pocos minutos después de dejar nuestras
aulas, pasábamos a formar largas filas para ver si nuestros nombres se hallaban
en alguna lista de subversivos o comprometidos políticamente de alguna
manera con «ellos»17. En esos instantes, nuestro mundo se separaba entre los
que podían regresar a sus hogares y los que subían a un vehículo militar sin
destino conocido. No es necesario decir que nuestra principal preocupación
en ese entonces, ya no era simplemente estudiar, sino regresar a nuestras casas
sin contratiempos18. El cuadro se completaba con los constantes apagones,
cochebombas19, levas del ejército20 y toques de queda que restringían nuestra
capacidad de movimiento por la ciudad de Lima.
En ese contexto, las prácticas y el pensamiento neoliberal (económico y
político)21 también se asentaron dentro de la universidad a partir de esa época.
Dicho pensamiento neoliberal promovió la tecnificación del estudiantado,
dentro de lo que algunos han denominado el pensamiento «antipolítico»
(Lynch, 2000: 23; Degregori, 2012 [2000]) o «política pasiva» (Ponce,

17 Mis recuerdos coinciden con la situación señalada por la CVR (2003: 655): «La presencia de
la base militar también implicó que se organizaran operaciones de rastrillaje durante las horas de
clases. En estas operaciones se detenía a diversos estudiantes, y para ello los militares contaban
con listados en los cuales se consignaba los nombres de los estudiantes supuestamente
involucrados en actividades subversivas».
18 Interesantemente, y de igual modo como con otras medidas autoritarias, algunos estudiantes

sanmarquinos estaban de acuerdo con la intervención de la universidad al imponer el orden dentro


de la universidad (ver testimonios en Ponce, 2002: 25-27).
19 En octubre de 1993, mientras me reunía en casa de unos amigos en el distrito de Miraflores

explotó un cochebomba a unas cuantas cuadras de donde estábamos. Fue el atentado frente al
antiguo cine El Pacifico en el ovalo de Miraflores. Esto es un ejemplo de que tan cercanas teníamos
ya a las acciones terroristas en Lima.
20 Por ejemplo, una noche a inicios de 1992, el bus en el que viajaba hacia la universidad fue

interceptado por un contingente del ejército. En esa época no contaba con libreta electoral, pues
tenía 17 años, y solo tenía mi libreta militar. Como todavía no me habían entregado mi carnet
universitario, no pude acreditar que era estudiante (tampoco creo que eso hubiera servido) así que
me subieron a un camión del ejército y fui detenido durante dos días en la base militar colindante
al Grupo Aéreo número 8, cercano al aeropuerto Jorge Chávez. Afortunadamente, mis padres
pudieron sacarme de ese lugar en el que se nos amenazaba a un grupo de, por lo menos 50 jóvenes
como yo, con enviarnos a la zona de conflicto en Ayacucho como parte del ejército.
21 Sin embargo, como señalan Degregori & Sandoval (2009: 48), a pesar de que se planteó una

«reforma neoliberal» de la universidad pública por parte del Estado, al final lo que se institucionalizó
fueron las pasadas prácticas clientelistas y corporativistas de las autoridades y sus asociados políticos, 137
truncando de esta manera la supuesta reforma y modernización de la universidad.
Henry Tantaleán

2002). Esta forma de comportamiento sería consecuencia del desencanto


de los jóvenes por los partidos políticos e ideales críticos y libertarios,
especialmente de la izquierda por anacrónicos y fracasados, la situación de
represión en las universidades y el asentamiento de la percepción (alimentada
por los medios de difusión) en la sociedad de que el activismo político en sí
mismo es negativo o, en el mejor de los casos, es innecesario como parte de la
formación profesional y ciudadana.
Todo esto que sucedía dentro de la Ciudad Universitaria también tenía su
contraparte en la opinión pública jalonada por los medios de comunicación
que reproducían ciertas percepciones de la realidad. Así, como se puede leer
en el Informe final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación del Perú
(2003: 633):
La extendida y perniciosa idea de pensar que todo sanmarquino
es terrorista, fue precisamente la falsa convicción que justificó que
la opinión pública apoyara en gran medida y viera con buenos ojos
las cruentas y represivas acciones del Estado y la instalación de una
base militar en esta como en otras universidades sindicadas como bases
terroristas.
En ese sentido, la persecución de todo pensamiento crítico, sobre todo,
orientado hacia la izquierda y más aún la militancia en partidos organizados
generó la ausencia de tomas de posiciones políticas, pues se entendía que esto
era peligroso, generando lo que algunos han denominado la «Generación
X». Sin embargo, esta generación no se parecía en nada a la que se podía
ver en la película Reality Bites dirigida por Ben Stiller sino más bien una
generación X sanmarquina carente del romanticismo y nihilismo del parangón
cinematográfico. No obstante, en ambos casos el desencanto era algo que las
unía22. En el caso sanmarquino, un desencanto y apatía por la participación
política, sobre todo en la izquierda, invadió a los estudiantes (también ver
Oliart, 1999: 410) y un pensamiento pragmático e individualista se asentó
en esa comunidad gracias a las prácticas económicas y políticas neoliberales
impulsadas desde el Estado.
Más adelante, el 25 de mayo de 1995, la implantación de la Comisión

22Una narrativa que recoge mucha de esta desilusión en la juventud limeña de finales de los años
138 1980 y comienzos de 1990 se puede encontrar en la novela de Martín Roldán titulada Generación
Cochebomba.
Una perspectiva sanmarquina de la Arqueología en el Perú de los años 1990

Reorganizadora presidida por Manuel Paredes Manrique (Miró Quesada &


Vargas, 2002) no hizo más que hacer efectivo el control de esta casa de estudios
por docentes cercanos a Fujimori23 (Quiroz, 2005: 89), haciendo que la
oposición del estudiantado al régimen se controlase y redujese drásticamente
(también ver Burt, 2006), llegando hasta la expulsión de alumnos de la
universidad. De esta manera, la participación estudiantil se tornó casi
inexistente en las decisiones que afectaban directamente al estudiantado y al
gobierno de la casa de estudios. En ese sentido, es importante ahora echar una
mirada a la escuela de Arqueología durante esta época.

5. La arqueología en San Marcos en la década de los años 1990


La Universidad Nacional Mayor de San Marcos tiene una de las escuelas de
Arqueología más antiguas del Perú que comenzó a funcionar como tal en 1975.
Si bien antes de esa fecha tenemos generaciones de antropólogos especializados
en arqueología desde la década de 1960, como Luis Lumbreras, Rosa Fung o
Ramiro Matos, tanto en número como en programa académico, la arqueología
como profesión no se da hasta la década de 1970, específicamente en 1975
cuando se separa a la Arqueología de la Antropología que estaban juntas en
el mismo Instituto y se crea el Programa Académico de Arqueología en la
UNMSM por gestión de Pablo Macera y Ramiro Matos (Bonavia & Matos,
1992: 126, Shady, 2008: 11). Todo esto fue la culminación de un proceso
histórico que se sustentó sobre las bases de las actividades de investigación y
académicas de Julio C. Tello, como por ejemplo, la fundación del Museo de
Arqueología de la UNMSM en 1919, las de Luis E. Valcárcel quien fundó
el Instituto Etnológico en 1946 o Pablo Macera quien fundó el Seminario
de Historia Rural Andina en 1962. En ese proceso no debemos dejar de
mencionar a Emilio Choy, importante intelectual que desde su marxismo
impulsó diferentes iniciativas académicas y profesionales.

23 Según Vargas (2005): «[…] El gobierno y el Congreso de mayoría fujimorista mediante ley
n.° 26457, ordena la “reorganización” de dos importantes universidades nacionales de Lima. La
citada norma establece en su décimo artículo que “El proceso de reorganización a que se refiere
esta Ley se iniciará con la Universidad Enrique Guzmán y Valle y la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos”, y encarga al Poder Ejecutivo mediante Decreto Supremo la designación
de Comisiones Reorganizadoras, cargos que fueron asumidos por docentes que avalaban la
intervención y guardaban simpatía por la política fujimorista. En San Marcos, se nombró una
comisión interventora conformada por cierto grupo de profesores sin ninguna o discutible calidad 139
académica que, sin ser generales o brigadieres, estaban dispuestos a cumplir el mismo rol».
Henry Tantaleán

Al comienzo de la profesionalización de la Arqueología, se vivía la segunda


fase del gobierno militar dirigido por Morales Bermúdez y la década de l980,
ya en democracia, también asistió a la eclosión de las acciones efectivas de
Sendero Luminoso, la cual se encarnizó a lo largo de la década, llegando hasta
Lima. Como vimos, los años 1990 heredaron esta situación y la Facultad
de Ciencias Sociales fue una de las plazas más importantes para los grupos
terroristas para captar simpatizantes y militantes.
Claramente, hacer arqueología en el Perú, en general, y en San Marcos,
en particular, era complicado. De hecho, el legado de la violencia interna
había hecho que para la década de 1980 muchos proyectos extranjeros hayan
decidido dejar las zonas donde la confrontación era evidente, como por
ejemplo, nos recuerda Richard Burger en el capítulo anterior (también ver
Starn, 1991). Asimismo, como nos señala Santiago Uceda (2000) para la
costa norte:
En menos de 5 años, de cerca de casi 20 misiones extranjeras en el
norte peruano, solo continuaron cuatro en 1992, tres en la costa y una
en la sierra.
Esta es una imagen que también se puede reconocer en otras partes del país
donde, efectivamente, la investigación de arqueólogos extranjeros disminuyó
o desapareció24.
Asimismo, de la mano de la intervención militar en la Ciudad Universitaria y
la imposición de la Comisión Reorganizadora más adelante, el plan de estudios
de la carrera de arqueología, y en general de las ciencias sociales25, fueron
reformados. En los nuevos planes de estudio, o por medio de modificaciones,
desaparecieron la mayoría de las asignaturas relacionadas con el pensamiento
social crítico (también ver Degregori & Sandoval, 2009). Así, a comparación
del Plan de estudios de arqueología de la UNMSM aprobado en 198726 y que

24 En esta ocasión presento un indicador de la disminución de las publicaciones por parte de


arqueólogos norteamericanos sobre el Perú: los artículos publicados en la revista Latin American
Antiquity. En esa década en dicha revista se publicaron un total de 187 artículos de los cuales
solamente 39 correspondieron a investigaciones arqueológicas hechas en el Perú y de las cuales solo
11 se hicieron en la sierra (Cajamarca, Junín, Cusco y Puno) y la gran mayoría se realizaron en la
costa norte y sur (28).
25 Paralelamente con la Comisión Reorganizadora se instaló como Decano en la Facultad de

Ciencias Sociales el Dr. Víctor Medina Flores.


140 26 Este plan de estudios sufrió diferentes modificaciones a partir de 1996 con resultados poco

óptimos para la formación del estudiantado. Lo anterior se puede colegir de los documentos de la
Una perspectiva sanmarquina de la Arqueología en el Perú de los años 1990

tenía hasta 6 asignaturas explícitamente vinculadas con el marxismo (Bonavia


& Matos, 1992: 286) para 1992, solo teníamos un solo curso relacionado con
este. De hecho, el único curso relacionado con la filosofía («Introducción a la
Filosofía») que se enseñaba en la Facultad de Ciencias Sociales, ya no incluía
al marxismo. Un anacronismo en esos años, tal vez, fue el curso denominado
«economía política» y que, todavía, usaba como libro de texto un famoso
manual de pasta roja de autor soviético (Nikitin). En ese mismo contexto, la
literatura relacionada con el marxismo fue extirpada de las bibliotecas y llevar
encima un libro de estos podía suponer un vínculo con los grupos terroristas.
Así las cosas, no era fácil hablar de ciertos autores y mucho menos recuperar
los planteamientos de arqueólogos marxistas como Luis G. Lumbreras y otros
tantos que, solo unos pocos años antes, encabezaban las listas de los libros
más leídos e influyentes para los estudiantes de Arqueología, según el estudio
de Duccio Bonavia & Ramiro Matos (1992).
Los principales profesores que enseñaban en la escuela de Arqueología de la
UNMSM, en ese entonces, eran Hernán Amat, Alberto Bueno, Ruth Shady,
Jorge Silva, Daniel Morales. Sin embargo, para la década de 1990 muchos de
los arqueólogos más renombrados a nivel nacional e internacional se alejaron
por diversas razones de esta casa de estudios. De hecho, para inicios de esa
década uno de los arqueólogos más influyentes en el Perú y el extranjero
como Luis Guillermo Lumbreras ya se había retirado de esta universidad y se
encontraba fuera del país en un periplo que lo llevó por Europa.
Aun así, se podría decir que se contaba con un cuerpo de docentes suficiente
que podría llevar hacia adelante los estudios de pregrado aunque, también
hay que decirlo, existían asimismo serias deficiencias en su propio desarrollo
académico y profesional (Shady, 1998)27 que podrían ser explicadas por la
situación de ese momento en la universidad y por la falta de una debida
atención al financiamiento de las investigaciones en las Ciencias Sociales por

Escuela de Arqueología denominados «Propuesta de cambio curricular discutida y aprobada por el


comité de la Escuela Académico Profesional de Arqueología de la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos» con fecha del 21 de noviembre de 2001 y «Balance y Perspectivas. Evaluación del Plan
de Estudios de la E.A.P de Arqueología» firmado por Daniel Morales en abril de 2007. Debo toda
esta información a Augusto Bazán quien ha estudiado este problema de la escuela de arqueología
de la UNMSM en mayor profundidad.
27 Sin embargo, un análisis sociológico más profundo de ese capital humano escapa a los objetivos
141
de este texto.
Henry Tantaleán

parte del Estado28. De igual manera, un elemento importante que no podemos


dejar de mencionar aquí y que explicaría ciertas carencias en la formación fue
que la misma universidad, en la década de 1990, amplió el número de plazas
de ingresantes. Por ejemplo, junto conmigo ingresaron otros 59 compañeros
a estudiar Arqueología y aunque nuestro régimen era anual y, por tanto, el
ingreso también, esto hizo que la carga académica para los docentes fuese
desbordada. Si a esto se le suma que ya se tenían problemas logísticos, la
consecuencia fue que no se pudiese formar adecuadamente a los alumnos.
Como punto de comparación de esta situación precaria en la formación y la
inserción de los estudiantes en la investigación, podríamos ver lo que pasaba
en la Universidad Nacional de Trujillo. En esa misma década, la escuela de
Arqueología de esta casa de estudios tenía por lo menos proyectos arqueológicos
donde los alumnos podían realizar sus prácticas pre-profesionales. El principal
proyecto arqueológico era, y es, el de la Huaca del Sol y de la Luna que, desde
mayo de 1991, conducía la Facultad de Ciencias Sociales (Uceda & Morales,
2010: 15). Mientras tanto la escuela de Arqueología de la UNMSM no tenía
ningún proyecto arqueológico directamente vinculado, a excepción de las
excavaciones restringidas en el denominado «Sector 11», un área arqueológica
asociada a la «Cultura Lima» ubicada en la parte posterior de la Facultad de
Ciencias Sociales y algunos proyectos de profesores de la universidad que
incluían a algunos de sus alumnos aunque sin apoyo económico o de algún
tipo de la misma casa de estudios29. Mucho menos, dichas investigaciones
culminaron en la elaboración de tesis de licenciatura.
Ya en los años 1990, alrededor de Lima eran pocos los proyectos arqueológicos
y luego describiré algunas experiencias vitales que pueden ayudar a ilustrar la
situación de la época. Pese a ello, el proyecto arqueológico Huaca Pucllana en
Miraflores o las excavaciones arqueológicas de colegas que hacían sus tesis en
algunos sitios de Lima como Chira Villa o puestas de valor en sitios como Huaca
San Borja me permitieron a mí y a otros compañeros realizar algunas prácticas
arqueológicas. Así por ejemplo, casi de manera casual terminé aprendiendo
a ilustrar artefactos arqueológicos en el local del Centro de Investigación de
Zonas Áridas con Bernardino Ojeda. Un espacio que también empezó a ser

28 Con respecto al exiguo financiamiento económico por parte del Estado a la Universidad pública,
sobre todo, en la década de 1990, ver Sandoval (2002a) y Degregori & Sandoval (2009).
142 29 Como vimos, es solamente a finales de esa década cuando el proyecto Caral y el proyecto Huaca

San Marcos comienzan a funcionar. Ambos proyectos fueron dirigidos por la Dra. Ruth Shady.
Una perspectiva sanmarquina de la Arqueología en el Perú de los años 1990

reutilizado por los sanmarquinos fue el Museo de Arqueología en el local del


parque universitario («La Casona») que comenzó a actualizar sus inventarios
en 199630. Poco tiempo después, con la dirección de la Dra. Ruth Shady,
cobró nuevamente vida, e incorporó a sus estudiantes en la investigación de
sus colecciones y al naciente proyecto arqueológico Caral y, posteriormente, al
proyecto arqueológico Huaca San Marcos, aunque este último proyecto recién
a partir del 1999 pudo brindar espacios para que algunos estudiantes realizarán
sus prácticas profesionales (Narváez, 1999).
Justamente, y a propósito de la falta de investigación y al consecuente retraso en
la titulación de arqueólogos sanmarquinos, como una salida a dicha situación,
en el año 1996 se realizó el primer examen de licenciatura. Dicho mecanismo
para licenciarse como arqueólogos permitió que muchos colegas que ya
venían haciendo investigación y eran profesionales reconocidos pudieran
acceder a un nuevo status. Sin embargo, este proceso de titulación también
posibilitó que otros colegas con menos experiencia como investigadores, entre
los que me incluía yo en ese entonces, accedieran rápidamente a dicho status.
Para no entrar en más detalles acerca de la disminución de la investigación
y producción científica en nuestra escuela, puedo remitirlos al análisis que
recientemente ha publicado Alex Gonzales Panta (2010) y al análisis de
Augusto Bazán (2011)31. Lo único que sí quiero apuntar aquí es que este
mecanismo, independientemente de la calidad académica de sus titulados, ha
generado una gran cantidad de licenciados que claramente tuvieron y tienen
mayores facilidades para ingresar al campo laboral que sus contrapartes de
otras universidades tanto en Lima como en provincias.
Por todo lo anteriormente descrito, las carencias en la formación profesional en
la década de 1990 tenían que ser superadas en otros espacios. Personalmente,
un lugar que me asistió sobremanera en mi formación fue la biblioteca del
Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA) que, junto con la del Museo
Nacional de Arqueología, fueron los lugares donde realmente estudié la
literatura arqueológica adecuada para mis intereses estudiantiles. Esta es la
ocasión para resaltar y reconocer el importante trabajo que ha hecho y hace

30 En ese año, junto con otros compañeros de mi generación, colaboramos con el inventario
de los materiales arqueológicos depositados en el «museo» e, incluso, con montar una muestra
arqueológica con los escasos recursos aportados por la Universidad. En esa época, el museo era
prácticamente dirigido por Nélida Gamero.
31 Para una base de datos elaborada por la misma UNMSM de la producción científica de los
143
últimos años, también se puede consultar Peña et al., 2011.
Henry Tantaleán

Benjamín Guerrero quien, a pesar de las carencias y vaivenes administrativos


del Museo, nos provee de los materiales bibliográficos necesarios para nuestro
trabajo arqueológico. Para mí y muchos otros colegas, ambas bibliotecas
fueron la mejor «base de datos» que se podían consultar en la década de 1990
cuando internet era algo todavía alejado de nuestra realidad. No es necesario
decir que en esa década la biblioteca de la Facultad de Ciencias Sociales
estaba lejos de ser un lugar ideal para hacer investigación y aunque existía una
biblioteca en la escuela de Arqueología esta fue menguando paulatinamente
con el correr de los años hasta prácticamente desaparecer.
Dado este panorama local no muy halagüeño, muchos de mis compañeros
tuvieron que hacer realmente trabajo arqueológico de la mano de los pocos
arqueólogos peruanos que hacían investigación o de los extranjeros que
seguían trabajando en los Andes. Puesto que cada uno de nosotros accedió de
diferentes formas a diversos proyectos arqueológicos casi de manera personal o
a través de contactos, estas historias vitales no podrían ser resumidas aquí. Por
ello, y por el espacio con el que cuento aquí, solamente me gustaría compartir
con ustedes dos ejemplos que conocí muy de cerca y que me ayudaron a
comprender de primera mano lo complicado pero, a la vez, gratificante que
era y es hacer arqueología en el Perú: el Programa Contisuyu en Moquegua y
el Proyecto de Investigaciones Arqueológicas Chincha (PIACH).

5. 1. El programa contisuyu
Fundado en Moquegua en 1982 por Michael Moseley y Luis Watanabe, el
Programa Contisuyu fue la cobertura institucional bajo la cual diferentes
arqueólogos norteamericanos y algunos peruanos desarrollaron un estudio
sistemático y diacrónico de un valle costero. Claramente, la década de 1980
fue el momento de auge de este programa, sobre todo, porque Moquegua
era una ciudad tranquila y los movimientos subversivos no habían calado
fuertemente allí, como si lo hicieron en la zona serrana y altiplánica vecina.
Los volúmenes denominados Trabajos Arqueológicos en Moquegua, Perú
(Watanabe et al., 1990) y la publicación del reciente homenaje a Michael
Moseley (Marcus & Williams, 2009) son solo dos muestras de la gran
cantidad de investigaciones realizadas en esa década y que se proyectaron aún
en la década siguiente.
Asimismo, muchos colegas de la Universidad Católica de Santa María de
144 Arequipa que hasta esa década poseía la carrera de arqueología pudieron
Una perspectiva sanmarquina de la Arqueología en el Perú de los años 1990

insertarse en dichos proyectos. Adicionalmente, estudiantes de San Marcos y


la PUCP también pudieron involucrarse con las investigaciones realizadas en
dicho Programa. Así a mediados de 1995, la arqueóloga moqueguana Bertha
Vargas, que había trabajado largamente en la zona y estaba afiliada al Programa
Contisuyu, a pedido de Bruce Owen, me dio a mí y algunos compañeros de San
Marcos, la PUCP y la Católica Santa María la oportunidad de hacer nuestras
primeras prácticas arqueológicas en el famoso sitio de Chen-Chen, un yacimiento
Tiwanaku de las fases IV y V, aunque con otras ocupaciones posteriores muy
cercanas, en ese entonces, a la ciudad de Moquegua. La fundación de esta
colonia costera Tiwanaku, junto con la de Omo, representan los ejemplos más
claros en el territorio peruano de poblaciones altiplánicas movilizándose para
producir en áreas ecológicas diferentes a las de su lugar de origen confirmando
el modelo de complementariedad ecológica de John Murra.
En específico, la temporada de investigación del 1995 en Chen-Chen
tenía como objetivo seguir conociendo el sitio pero, sobre todo, recuperar
contextos funerarios en el extenso cementerio que ya había sido reconocido
por la misión japonesa liderada por Eiichiro Ishida a finales de la década de
1950 (ver Ishida, 1960). Además, el proyecto arqueológico en Chen-Chen en

Figura 3 – Excavaciones en Chen-Chen, Sector Necropólis en julio de 1995 145


En la foto Joaquín Narváez y Santiago Morales
Henry Tantaleán

el que participé se hizo necesario por la afectación de la zona por el proyecto


hidráulico Pasto Grande y por la inminente expansión urbana de la ciudad
de Moquegua. Tal como se anunciaba ya en esa época, en la actualidad los
visitantes de la ciudad de Moquegua pueden disfrutar de un parque donde
antes se extendían las excavaciones que realizamos en los años 1990. Salvo
algunos sectores que no llegarán al 5 % del sitio, el resto prácticamente ha
desaparecido. Indudablemente, el Programa Contisuyu permitió recuperar la
historia de esta zona del valle que, sin esta intervención, habría desaparecido
irremediablemente. Asimismo, el Programa Contisuyu permitió poseer un
Museo Arqueológico Regional y un espacio de investigación donde numerosos
investigadores han podido desarrollar sus trabajos.

5. 2. El proyecto de investigación arqueológica chincha (PIACH)


Fundado en los años 1980 por Craig Morris y Luis G. Lumbreras, el proyecto
Chincha, para la década de los años 1990, estaba enfocado especialmente en
excavar el sitio de Tambo de Mora. El ajuste entre la evidencia etnohistórica
y arqueológica para la sociedad Chincha fue un motivo importante y
transdisciplinario que posibilitó una investigación más histórica, en el
sentido amplio de la palabra, del asunto Chincha. Desde 1995, participé en
este proyecto, con un equipo mínimo de egresados sanmarquinos y con un
humilde presupuesto aportado por el Museo de Historia Natural de New
York. Recuerdo con especial afecto dicha primera temporada de investigación
en la pirámide de Tambo de Mora donde excavamos en un sector superior de
las pirámides y que había sido reutilizado como basural.
En aquella temporada, el equipo estaba dirigido por Carlos del Águila
y contaba entre sus integrantes a Fernando Fujita y Juan Paredes Olvera.
Otro sitio excavado paralelamente pero valle arriba fue el de Pampa de la
Pelota, en ese caso con otro equipo mínimo dirigido por Javier Alcalde. El
PIACH, por sus siglas, contaba con un pequeño laboratorio que almacenaba
y donde se analizaban las colecciones del proyecto. Ese mismo lugar, durante
la siguiente temporada de 1996, fue un lugar donde reforcé mi vocación
como arqueólogo. Por primera vez con la gente del Indea, entendí que mi
opinión podía ser importante para generar estrategias de investigación y que
un equipo de verdad es uno en el cual se toma parte activamente.

146
Una perspectiva sanmarquina de la Arqueología en el Perú de los años 1990

Figura 4: Excavaciones de 1996 en el Sector Chacra de Tambo de Mora


En la foto Belén Portasany, Fernando Fujita y Henry Tantaleán

Sé que después de esas dos temporadas de campo, cuando me tuve que alejar
de Chincha, muchas generaciones de sanmarquinos y colegas de la Pontifica
Universidad Católica del Perú se han seguido formando allí. Creo, sin temor
a equivocarme, que mucho se le debe a este proyecto en la formación de
generaciones de arqueólogos de las universidades de Lima. Para mí, fue un
lugar donde realmente entendí lo que era investigar científicamente y, debo
ser honesto, donde por primera vez entendí cómo hacer arqueología no de
forma teórica sino práctica: una arqueología verdaderamente dialéctica.

6. Comentarios finales
En este capítulo he tratado de revisitar una serie de fenómenos económicos y
políticos que afectaron el desarrollo de la enseñanza de la Arqueología en el
Perú de los años 1990, enfocándolos desde mi experiencia sanmarquina. Si
bien este no es un análisis exhaustivo ni mucho menos estrictamente objetivo,
creo que he podido destacar una serie de puntos necesarios cuando se quiere
abordar esta década, no solo desde la faceta académica sino también desde la
historia del Perú reciente.
La llegada de la democracia en la década de 1980 generó un espacio social en
147
el cual muchas de las reivindicaciones políticas pudieron ser canalizadas de
Henry Tantaleán

forma legal y democrática. Pese a ello, grupos políticos de la izquierda radical


también optaron por seguir un camino más violento replegándose a los
Andes donde el campo era fértil para la canalización de las demandas sociales
irresueltas históricamente. En ese contexto algunos grupos de estudiantes
optaron por la radicalización y eligieron un sendero alejado de la democracia
y más bien vinculado a la ortodoxia, el dogmatismo partidario y la exaltación
y mitificación de la personalidad del líder.
Más adelante, Lima se convertiría en el escenario de la lucha por la captura
del poder político. En ese escenario, la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos jugó un rol importante para generar un movimiento social relacionado
con estos grupos radicales dada su tradición política y la composición
socioeconómica de su población estudiantil.
La llegada al poder de Alberto Fujimori en esa década trajo consigo a las
políticas de contrasubversión y San Marcos, como otras universidades del Perú,
tuvo que afrontar una serie de tácticas ejecutadas por el ejército y la policía para
establecer el orden por parte del Estado en esa casa de estudios. En particular,
esta universidad ya tenía un gran problema económico y sus funcionarios
también habían ingresado a un alto nivel de enquistamiento y corrupción, lo
que justificaba el cambio ya reclamado previamente por los estudiantes. Sin
embargo, la intervención de San Marcos no tuvo como único objetivo mejorar
la educación sino también controlar a la población estudiantil y alejarla de
los discursos subversivos y/o contrarios al régimen de Fujimori. Así, de una
universidad casi completamente politizada a nivel de docentes, trabajadores y
estudiantes en las décadas de 1980, tras la intervención, la purga, y hasta la
desaparición de estudiantes, el ambiente en la primera parte de los años 1990
se tornó complicado para la explicitación de las posturas políticas de izquierda
o cualquier otro pensamiento crítico. Esta situación tuvo como consecuencia el
abandono de las posiciones críticas con la realidad social, casi siempre vinculadas
con la izquierda. En ese sentido, hay que recordar que Sendero Luminoso y el
MRTA eran dos grupos radicales de izquierda pero también existía toda una
variedad de agrupaciones políticas que, incluso desde dentro de la izquierda,
criticaban y combatían efectivamente a esos dos grupos mencionados32. Con
la intervención de la universidad pública todos los movimientos políticos de
izquierda fueron perseguidos sin establecer su especificidad y carácter. Sin

148 32Incluso, para 1996, Sendero Luminoso ya había asesinado a 300 prominentes izquierdistas
peruanos (Ron, 2001: 570).
Una perspectiva sanmarquina de la Arqueología en el Perú de los años 1990

embargo, a medida que se fue extinguiendo dicha década y la popularidad de


Fujimori fue menguando, los estudiantes sanmarquinos nuevamente volvieron
a cobrar protagonismo en la crítica a dicho gobierno.
Asimismo, a pesar que la lucha contra los grupos subversivos y el control
de la universidad por el gobierno trajo un ambiente de tranquilidad y
regularidad en las funciones de la casa de estudios, esta nueva situación no
trajo consigo necesariamente un mejoramiento de la calidad académica o la
infraestructura educativa (entrevista a Germaná, 1996 en Vargas, 2005). Así,
muchos sanmarquinos y, para nuestro caso, los arqueólogos, tuvieron que
buscar espacios alejados del ambiente universitario para complementar su
formación académica. Como hemos visto, para los estudiantes de arqueología
sanmarquinos estos espacios eran reducidos, optándose por los proyectos
arqueológicos extranjeros o financiados por sus instituciones, trabajar para
el Estado en el Instituto Nacional de Cultura33 y para la Comisión de
Formalización de la Propiedad Informal (Cofopri) que apareció en 1996
para solucionar los problemas de las tierras en Lima y provincias, entre ellos
los que tenían que ver con sitios arqueológicos, como parte de las políticas
populistas de Fujimori.
Claramente el panorama que tenía al frente un estudiante en la década de los
años 1990 no es el mismo que el que tiene un estudiante en la actualidad,
incluyendo aquí al estudiante de arqueología. Quizás las motivaciones son
diferentes y hasta opuestas. La década de 1990 exigía una serie de compromisos
con la realidad social, una cuestión que se había venido planteando desde la
universidad pública en el Perú, sobre todo, desde la década de los años 1960,
teniendo su clímax en la década de 1980. La militancia partidaria que era
una faceta importante de la vida social de las generaciones de estudiantes
sanmarquinos comenzó a ser abandonada por desencanto y por represión en
la década de 1990.

33En febrero de 1997 comencé a trabajar para el Instituto Nacional de Cultura, entidad que
dependía del Ministerio de Educación. Primero en el alejado Instituto Regional de Cultura de
Puno y, posteriormente, en 1998 en la Dirección General de Patrimonio Arqueológico en la Sede
Central en Lima. En esos mismos años, también comenzó la contratación de arqueólogos por la
Cofopri. En ambos lugares, la solución de los problemas legales que surgían entre la existencia
de sitios arqueológicos y las ocupaciones humanas modernas sobre estos, generaron una serie
de contradicciones que eran resueltas de diferentes maneras, casi siempre en detrimento del
patrimonio arqueológico. De hecho, para estas épocas el uso de los sitios arqueológicos ya estaba 149
en sintonía con la perspectiva neoliberal del patrimonio cultural.
Henry Tantaleán

Asimismo, de la mano del neoliberalismo implantado como política


económica nacional por el Estado, un nuevo panorama para la arqueología
peruana se había asentado y ya se podía vislumbrar claramente a finales de
los años 1990 cuando muchos arqueólogos pasaron a trabajar primero como
operarios y luego como empresarios prestando sus servicios a las compañías
mineras y constructoras, especialmente cuando comenzó el denominado
«boom minero» en lo que se ha venido en denominar la «arqueología de
contrato» o la «arqueología de impacto» (Del Águila, 2007 [1998]; Shady,
2000). Esta es una historia cercana y, por lo tanto, todavía difícil de valorar
aunque ya existen intentos por hacerlo (Bazán et al., 2008; Monteverde,
2008-2009; Gonzales, 2010; Lane 2012). Como hemos visto, mucho de lo
que ha sucedido en la primera década del siglo XXI claramente posee una
explicación en lo que hemos podido ver sintéticamente en este capítulo.
Para acabar, este capítulo ha tomado en consideración principalmente
mi experiencia vital; sin embargo, creo que mucho de lo presentado aquí
servirá para revivir o recordar una situación política y económica que ya es
(o debería ser) parte de la memoria histórica del Perú en general y también
ser parte de la historia de la arqueología hecha en el Perú, en particular. Este
capítulo y el volumen en el que está incluido, es parte del trabajo por alcanzar
este objetivo y dependerá de muchos otros esfuerzos para que podamos
reconstruir y reconstituir la historia de la Arqueología en el Perú para vernos
autocríticamente y mejorar las relaciones sociales en nuestro gremio así como
generar esa necesaria proyección hacia la sociedad de la cual procedemos,
comprendiéndola en el presente y evitando repetir errores del pasado para
construir un futuro mejor.

Agradecimientos
A Alex Gonzales Panta, Augusto Bazán, a Eberth Serrudo, Julissa Ugarte, Miguel
Cabrera Arana, Carlos Zapata Benítes, Miguel Aguilar y otros tantos colegas y amigos
que se han sentado conmigo para recordar y ayudarme a escribir este «textimonio».

150
Una perspectiva sanmarquina de la Arqueología en el Perú de los años 1990

Referencias citadas

ADRIANZÉN, A. (ed.), 2011 – Apogeo y Crisis de la Izquierda Peruana.


Hablan Sus Protagonistas, 611 pp.; Lima: IDEA Internacional,
Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
AGUILAR, M., 2004 – La Universidad Peruana y los Partidos Políticos: Medios,
Fines y Corrupción. Disponible en http://antropologia2004unfv.
pe.tripod.com/universidadypartidos.htm
BAZÁN, A., 2011 – Situación del Departamento de Arqueología,
Sus Implicancias en la Formación de Pre Grado y Desafíos del
Estudiantado por Cambiar Estas no muy Gratas Realidades. Ponencia
leída en la Semana de Arqueología 2011: «El Desarrollo Histórico de
la Arqueología en San Marcos»; Lima: Universidad Nacional Mayor
de San Marcos, 21-25 de noviembre.
BAZÁN, A., GONZÁLES, A., CRUZADO, E. & ZEGARRA, M., 2008 –
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155
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

110 años de arqueología Mochica:


cambios paradigmáticos y nuevas
perspectivas

Luis Jaime Castillo Butters

Como cualquier área regional o cultural en el estudio de las sociedades antiguas


de nuestro país, la arqueología Mochica es una disciplina reciente que es fruto
de la contribución intelectual de numerosos estudiosos e investigadores, tanto
nacionales como extranjeros. Nuestras reconstrucciones e interpretaciones de
las sociedades antiguas no son conocimientos revelados, sino que son la suma
de nociones y datos adquiridos en el campo y laboratorio, en los estudios de
colecciones en museos y depósitos arqueológicos, que se han dado gracias
a las contribuciones de arqueólogos y especialistas de áreas tan diversas
como la arqueología, la arquitectura, la conservación, la bioarqueología,
la paleoetnobotánica, o la paleometalurgia y muchas otras formas de
aproximarnos a los restos del pasado. Estos especialistas e investigadores,
y los arqueólogos que han dirigido las investigaciones y excavaciones en
particular, han trabajado a lo largo de los años bajo la influencia e inspiración,
consciente o inconsciente, de un conjunto de ideas y teorías en relación a
las cuales han comparado sus hallazgos y elaborado sus interpretaciones. Por
ejemplo, dos nociones que han estado presentes a lo largo del desarrollo de
157
la arqueología Mochica han sido la idea que las sociedades antiguas eran
Luis Jaime Castillo Butters

centralizadas y que tenían lideres altamente eficientes y poderosos, o la noción


que todo cambio social devino del uso de la fuerza, y que por lo tanto la
guerra y la conquista militar fueron las principales fuentes de transformación
social y cultural. Concepciones ideales y referentes como estas son las bases
ontológicas de nuestro conocimiento y se constituyen en verdaderos referentes
paradigmáticos, creando modelos ideales de lo que las sociedades fueron, o
debieron ser, en el pasado. Nuestras interpretaciones hacen referencia a estas
concepciones ideales, y en realidad tenemos poca capacidad de cambiarlas
hasta que no se acumule suficiente información empírica como para alterar
los paradigmas (Kuhn, 1962).
Como se tratará de explicar aquí, la arqueología Mochica no solo ha cambiado
por los grandes descubrimientos de templos y tumbas o por los cambios
naturales de una generación de investigadores a otra, sino que las bases
paradigmáticas mismas de nuestro conocimiento se han ido transformando
a lo largo de los 110 años de arqueología Mochica, influidos por cambios
en muchos aspectos de nuestro entorno social y cultural que nos han hecho
reconocer factores en los procesos sociales que quizá antes ignorábamos
o desconocíamos. Este proceso, la natural evolución de la ciencia y el
conocimiento, no debe sorprender a nadie. Estas transformaciones, además,
han devenido de cambios en la forma como se realizaron las investigaciones,
en la escala y duración de los programas de investigación, en la introducción
de modelos y teorías que han aportado arqueólogos y antropólogos y otros
científicos sociales y naturales. Es decir que en este tiempo no solo hemos
aprendido más cosas, generado más datos, y hecho más hallazgos, sino que
nuestro conocimiento también ha crecido cualitativamente.
La arqueología Mochica es, en realidad, un área de investigación relativamente
reciente, puesto que no se inició propiamente sino hasta 1899 (Castillo &
Quilter, 2010). En realidad sería más apropiado llamarla la arqueología acerca
de los mochicas, y quizá debería incluir otras sociedades contemporáneas,
puesto que como sujeto de estudio se plantea el desarrollo de las sociedades
complejas y estatales en la costa norte del Perú entre el final del Periodo
Formativo y el final del Horizonte Medio (100 a. C. a 1200 d. C.). Para
los investigadores esta subdivisión tiene sentido puesto que no solo hay
una comunidad académica investigando estos temas y existe una enorme
bibliografía sobre los mochicas. Además, parece conveniente subdividir la
prehistoria andina en particiones temporales y espaciales para poder enfatizar
158 el estudio de ciertos fenómenos. Así, para citar las más conspicuas áreas
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

de especialización cronológicas, existen dentro de la arqueología andina


especialistas y áreas temáticas que enfatizan el Periodo Formativo, el Imperio
Wari y el Horizonte Medio, los Nazca y, por supuesto, el Imperio de los
Incas; estos últimos pueden ser tanto arqueólogos como etnohistoriadores
especializados en los periodos prehispánicos tardíos y coloniales. A fin de
comprender la evolución de nuestra área temática, en este breve ensayo se
postula que, en los poco más de 110 años que han transcurrido desde sus
inicios, la arqueología enfocada en el estudio de los mochicas y de otras
sociedades complejas de la costa norte del Perú ha pasado por tres fases
de desarrollo. Una primera fase, que llamaremos aquí de los Pioneros,
comprende desde el arribo de Uhle a las Huacas de Moche, hasta el final
del Proyecto Arqueológico Virú, en 1946. La segunda fase, de Expansión,
va desde 1946 hasta el hallazgo de la tumba del Señor de Sipán, en 1987. La
tercera fase, la Actual, comprende desde 1987 hasta el presente. Esta división
es evidentemente arbitraria, pero se basa en hitos fácilmente definibles en la
historia de la arqueología Mochica. A través de estas tres fases quisiera dar a
entender que ha existido una evolución en los criterios y bases teóricas en el
desarrollo de una de las más fecundas áreas de investigación en la arqueología
peruana. También, al plantear la existencia de fases, quisiera dar a entender
que la arqueología Mochica ha tenido momentos distintos en la forma cómo
se ha realizado, en las bases teóricas de las investigaciones, en los resultados
obtenidos, y en última instancia en sus postulados paradigmáticos. Narrar
estos 110 años como una línea continua en el tiempo, sin divisiones, y solo
como una sucesión de eventos y descubrimientos, hubiera hecho más difícil
argüir una naturaleza evolutiva y cambiante de la arqueología Mochica.

1. Fase de los Pioneros, 1899 a 1946 (fig. 1)


Si bien el interés por las sociedades antiguas de la costa norte del Perú se puede
remontar a los inicios de la Colonia, no es sino hasta 1899, con la llegada
de Max Uhle a las Huacas del Sol y de la Luna, en las afueras de Trujillo,
que verdaderamente se inició la arqueología en esta región (Uhle, 1915). Las
antigüedades de la costa norte, sus impresionantes huacas y ciudades de barro,
habían llamado la atención a una gran cantidad de viajeros y exploradores,
desde los primeros tiempos de la Colonia, y quizá deberíamos decir que
fueron ellos, los cronistas, los primeros interesados en averiguar acerca de
las civilizaciones que habían habitado estas regiones. Por supuesto, el interés
159
y la curiosidad no siempre se dieron por las mismas razones y no siempre
160
Luis Jaime Castillo Butters

Figura 1 – Fase de los Pioneros, 1899 a 1946


110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

con buenas intenciones, como lo demuestran los documentos de cómo se


huaquearon sin misericordia ni tregua las grandes huacas del norte desde el
primer día que los conquistadores castellanos pusieron pie en esta rica región
del Perú (Zevallos Quiñones, 1994; Delibes, 2010). Miguel Cabello de Balboa
(1586), Pedro Cieza de León (1518-1554), Antonio de la Calancha (1639),
entre otros, recogieron informaciones valiosísimas acerca de los usos y las
costumbres de los pobladores de las Yungas, de sus sistemas de organización,
de sus estructuras de poder, de sus increíbles canales y sistemas hidráulicos.
Destaca entre los cronistas tempranos el padre Fernando de la Carrera, quien
en 1939 [1644] compuso el Arte de la Lengua Yunga, o la gramática de la
lengua Muchik, recogida en Reque cuando esta lengua estaba perfectamente
en uso por las poblaciones oriundas de estas regiones (Cerrón Palomino,
1995). Poco sabemos, en comparación, de la otra lengua imperante en la costa
norte, el Quingnam, del que no se ha conservado una gramática con el nivel
de detalle que se tiene para la lengua Muchik. A fines del siglo XVIII, casi
al final del periodo colonial, el obispo Baltazar Martínez Compañón (1735-
1797), hombre culto e ilustrado, recopiló una suerte de enciclopedia de las
tradiciones, usos y costumbres del Obispado de Trujillo en base a acuarelas
de increíble valor documental, que es para la arqueología y antropología de
la costa norte lo que la crónica de Felipe Guamán Poma de Ayala (1613) es
para las sociedades andinas del sur. En las acuarelas encargadas por Martínez
Compañón encontramos los primeros planos de restos arqueológicos como
las Huaca del Sol y de las ciudadelas de Chan Chan, los primeros dibujos de
tumbas antiguas con todas sus asociaciones minuciosamente detalladas, las
primeras ilustraciones de los multicolores textiles que se encontraban entonces
en las tumbas, y numerosos artefactos metálicos y cerámicos prehispánicos.
Numerosos estudiosos del siglo XIX y principios del siglo XX contribuyeron
al conocimiento de estas sociedades, sea a través de la recolección de datos
lingüísticos o del registro del estado de los monumentos en esas épocas.
Nombres como Ernst Middendorf (1892), Heinrich Brüning (2004), George
E. Squier (1877), Federico Villareal (1921), y el propio Rafael Larco en sus
anotaciones tempranas (1938; 1939), recogieron información que hoy es
imprescindible para entender el proceso cultural de la costa norte del Perú.
Pero la arqueología Mochica, propiamente dicha y generando sus
interpretaciones en base a documentos originales obtenidos a través de
procedimientos de campo, no se inició hasta 1899. Max Uhle, investigador
alemán que años antes había realizado importantes trabajos arqueológicos 161
en Pachacamac (1903), fue quien inició la primera fase de la arqueología
Luis Jaime Castillo Butters

Mochica. Uhle llegó a la costa norte del Perú contratado por la Universidad de
California, bajo el patrocinio de la Sra. Phoebe A. Hearst, aparentemente para
constituir una serie de colecciones comparativas para el recientemente creado
museo de esta universidad. El lugar que escogió para realizar sus primeros
trabajos fue las grandes huacas del Sol y de la Luna, en la campiña de Moche
al sur de la ciudad de Trujillo (Uhle, 1915). A juzgar por las fotografías que
Heinrich Brüning tomó de la Huaca de la Luna pocos años antes de la llegada
de Uhle, el huaqueo no se había ensañado aún con estos monumentos, o al
menos no en la escala que se desencadenó después de que Uhle realizó sus
trabajos (fig. 2). Tal cual había acordado con sus patrocinadores, Uhle realizó
excavaciones en diversos sectores de las Huacas, particularmente al pie de la
Huaca de la Luna, a fin de encontrar tumbas ricas en artefactos que despachó
a San Francisco. Las tumbas del Sector F, como llamó a esta concentración,
aparentemente se encontraban en lo que actualmente se denomina la
Plataforma Uhle, al pie del ángulo suroeste de la Huaca de la Luna (Uceda &
Morales, 2010). Uhle muy posiblemente contrató huaqueros para ubicar y
excavar estas tumbas, de cuyo contenido tenemos esencialmente la lista de los
artefactos y algunos croquis inexactos de las cámaras funerarias. Los escasos
datos acerca de los contextos funerarios, de sus asociaciones y disposición
en las cámaras mortuorias y la carencia de dibujos o fotos, contrastan con la
prolijidad con la que Uhle realizó sus otras excavaciones en el sitio.

Figura 2 – Fotografía de Heinrich Brüning de la Huaca de la Luna antes de 1899


162 Nótese que entonces no existían perforaciones en la cara oeste de la huaca, ni se puede ver
huecos de huaqueros en la ladera del Cerro Blanco
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

Paralelamente a la excavación de tumbas, Uhle realizó un minucioso


levantamiento topográfico de todo el complejo, incluyendo el Cerro Blanco,
en la cima del cual también realizó excavaciones. Sus trabajos iban más
allá del objetivo contratado, puesto que reflejan el interés de lograr una
comprensión de todo el complejo, enfatizando sus aspectos cronológicos.
Un corte en la cara oeste de la Huaca de la Luna le permitió comprender la
compleja estratigrafía del monumento, así como la densidad, y por lo tanto
la extensión de su ocupación. Uhle realizó otro hallazgo importante en la
plataforma sur de la Huaca del Sol. Este estaba conformado por un conjunto
de vasos decorados con diseños polícromos de estilo semejante al que, años
antes, había encontrado en Pachacamac. Las figuras polícromas en estos vasos
presentaban a una divinidad en posición frontal, con elementos radiantes
emanando de su rostro, lo que le recordó al dios de los báculos de la Puerta
del Sol de Tiahuanaco. Sellando toda la ocupación del sitio se encontraban
restos de la cerámica negra pulida que caracterizaba al sitio de Chan Chan,
capital del Imperio Chimú.
Con estos elementos de juicio, superposiciones, estratigrafías y conjuntos
de tumbas con artefactos que compartían los mismos estilos, Uhle tenía
todos los ingredientes que le permitían tener una comprensión cabal de la
secuencia ocupacional del complejo. Recuérdese que antes de los trabajos
de Uhle la cerámica precolombina de la costa norte, en general, era llamada
Yunga, y no se distinguía en ella más que características regionales (véase
Urteaga, 1923; 1924 y otros en la Revista de Arqueología, órgano del Museo
Víctor Larco Herrera, 1923-1924). Las excavaciones que Uhle condujo y, en
particular, su énfasis en el estudio estratigráfico, le permitieron identificar que
los constructores y habitantes del complejo habían usado una cerámica de
pasta predominantemente roja, que habían antecedido a los chimú, por lo
que la llamó Proto-Chimú. Estos habían sido sucedidos por una intrusión
de sociedades serranas emparentadas con el fenómeno Tiahuanaco, por lo
que llamó a este segundo momento el periodo Tiahuanacoide. Sobre estos
se habría establecido la ocupación Chimú, fácilmente reconocible por su
típica cerámica negra pulida que abundaba en sus grandes monumentos en la
margen opuesta del río Moche. Finalmente, a través de fuentes documentales,
se sabía que los incas habían controlado esta región luego de la conquista de
Tupac Inka Yupanqui, lo que explicaría el hallazgo de cerámica Chimú Inca
o Inca en las últimas capas de ocupación de los sitios (Kroeber, 1925). Si
bien, Uhle aisló y distinguió el fenómeno Mochica del Chimú, no pudo darse 163
Luis Jaime Castillo Butters

cuenta de su carácter singular. Uhle no estudió las colecciones que obtuvo en


sus excavaciones, las que, como se dijo, fueron embarcadas sumariamente a
San Francisco, y salvo un breve artículo publicado en 1915 en el Boletín de la
Sociedad de Americanistas, en realidad parece no haberse interesado mucho más
por el tema. Del estudio de las colecciones de Uhle se encargarían, años después
Alfred Kroeber (1925) y sus alumnos y luego John Rowe y los suyos (ver, por
ejemplo Burger, 1976; Donnan, 1965); sin embargo, sus trabajos en Moche
le permitieron reconstruir con gran certeza una larga secuencia cultural para
los Andes Centrales, además de demostrar que algunos fenómenos culturales
como su Tiahuanacoide o el periodo Inca, tenían un gran impacto en regiones
tan disímiles como el altiplano puneño y la costa norte (Rowe, 1998).
El trabajo pionero de Uhle no fue seguido por otros intentos sistemáticos
de entender la prehistoria del norte, esencialmente por que no existía una
comunidad de arqueólogos en esta región o en el Perú, y por que los pioneros
hicieron poco o nada para formarla. Aparentemente, y no necesariamente
ocasionado por los trabajos de Uhle, se desató en todo el norte, pero en
especial en el Valle de Moche, un renovado interés en las antigüedades, que
ocasionó una multiplicación del huaqueo. Esa vez los huaqueros no solo
estaban interesados en el oro y la plata, sino en la alfarería fina que tenía
gran demanda entre las incipientes colecciones que se estaban formando.
Colecciones importantes se constituyeron en esta época, como la que Víctor
Larco Herrera, filántropo trujillano, constituyó en Lima a principios de los
años 1920, en el museo que llevaba su nombre y que tuvo como director a
Horacio Urteaga (1923; 1924). El Museo de Arqueología, a sugerencia de
Tello, fue adquirido en 1924 por el estado peruano, y constituyó la base sobre
la que se creó el Museo Nacional de Arqueología y Antropología.
Las colecciones de cerámica «yunga» de estos museos fueron estudiadas por
Seler (1912; 1915) y Tello (1923; 1924), quien las llamó cerámica Muchik,
en alusión a la lengua Yunga o Muchik que imperaba en el norte al momento
de la Conquista. Estos investigadores inauguraron a principios del siglo
XX la segunda rama de la arqueología Mochica, que se abocaba al estudio
de los artefactos y su decoración, prescindiendo casi completamente de su
información contextual. Había nacido el ámbito de los estudios estéticos,
la historia del arte y la iconografía Mochica. Su principal postulado era
que las imágenes del arte Mochica eran una suerte de fuente ilustrada de
la vida y la religión de esta sociedad, del mundo natural de animales y
164 plantas que los mochicas habrían explotado, de sus formas de organización
e instituciones políticas. Un capítulo aparte eran las ilustraciones de dioses
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

con grandes colmillos y garras, representados interactuando en toda suerte


de actividades. Pero el efecto de estos primeros estudios del arte Mochica,
y de su peculiarmente acrítica aproximación a las representaciones, fue la
creación de la imagen de una sociedad donde las élites habían gozado de un
inusitado poder y riqueza, de sacerdotes a cargo de un complejo culto que
incluía sacrificios humanos, de un sistema social ordenado y basado en rígidas
adscripciones funcionales. Nacía con esta corriente una concepción idealista,
o idealizada de las sociedades pasadas, muy consecuente con las ideas del
indigenismo que imperaba en esas épocas, y que preconizaba una visión de
las sociedades antiguas como ideales y ordenadas, centralizadas y basadas en
principios morales de orden y bien común, pero rígidamente administradas
por clases gobernantes con un alto grado de legitimidad. Estas sociedades
idealizadas del pasado contrastaban con las corruptas y degradadas sociedades
del presente, desordenadas, anárquicas y contrarias al legítimo derecho de las
élites de gobernarlas. El idealismo se oponía al anarquismo y al sindicalismo
incipiente de principios del siglo XX, y la Arqueología servía para demostrar
cómo todo lo pasado fue mejor.
La Arqueología a principios del siglo XX, en el Perú y el mundo, atravesaba
por su fase Histórica Cultural, siendo su objetivo la reconstrucción de
secuencias cronológicas y establecimiento de seriaciones y tipologías. Para
explicar fenómenos de desarrollo cultural se recurría frecuentemente a
nociones difusionistas, por lo que determinar el origen, el centro de difusión
eran tareas imperativas. Tiwanaku, el Cusco Imperial y, posteriormente,
Chavín de Huantar recibieron esta denominación de origen de todos los
adelantos y las tendencias estilísticas desarrolladas posteriormente por otra
sociedades menores en los Andes. La búsqueda del origen de las cosas, fuera
de la sociedad y no como respuesta a necesidades sino a simples procesos de
préstamos y copias, por supuesto, estaba basada en el principio de que las
sociedades locales habían sido incapaces de generar por sí solas las respuestas
adaptativas a sus necesidades. Sea a través de «Círculos Culturales» o de
grandes «Focos Civilizatorios», este paradigma explicativo tuvo un impacto
del que aún no se libera la arqueología que se practica en los Andes centrales.
Esta noción era consecuente con la práctica arqueológica imperante a
principios del siglo XX, entendida por las elites intelectuales de la época, no
como una tarea de campo, sino como la especulación a partir de documentos
y hallazgos fortuitos. De ahí que la experiencia de Uhle, basada en un trabajo
de campo de primera mano, fuese tan rara y hasta cierto punto por debajo de 165
los estándares académicos.
Luis Jaime Castillo Butters

Los años que siguieron a los trabajos de Uhle en la costa norte son un tanto
misteriosos. Si bien de vez en cuando se anunciaban algunos hallazgos que
capturaban la imaginación de los lectores de periódicos (ver edición del
4 de diciembre de 1909 en The London Illustrated News), ningún intento
sistemático de continuar con los estudios iniciados por Uhle se llevó a cabo
en el norte. Esto contrastaba con las diversas misiones de investigadores
extranjeros, que en la misma época realizaban increíbles hallazgos en otras
regiones del Perú, con el nacimiento de la arqueología en el Cusco, con los
trabajos pioneros de Tello, etc. Para Uhle los descubrimientos de las Huacas
de Moche fueron sucedidos por otras excavaciones en la costa y por cargos
en la administración pública, por lo que el estudio de sus colecciones recayó
en otros investigadores, particularmente Alfred Kroeber de la Universidad de
California, quien se hizo cargo del Museo de Antropología de esta institución
(1925). Kroeber estudió las colecciones de Uhle desde la perspectiva de las
«Áreas Culturales», núcleos territoriales donde se había desarrollado una
sociedad y en los cuales debíamos encontrar una dispersión de los artefactos
típicos, así como de otros rasgos culturales. Esta noción, que equipara a la
distribución de la cultura material, por ejemplo los estilos cerámicos con
la extensión de una sociedad, esta aún en uso en la arqueología peruana,
por encima de cualquier otro mecanismo que genere la distribución espacial
de un estilo o tipo de artefacto. El comercio, condenado por las fuentes
coloniales, los tributos, el movimiento de poblaciones, o el botín, nunca
fueron considerados como suficientemente importantes como para alterar
patrones de distribución de artefactos.
Rafael Larco Hoyle, hijo de Rafael Larco Herrera y sobrino de Víctor Larco
Herrera, inició sus actividades de investigación en la costa norte a fines de la
década de 1920. Antes que él tanto su padre como su tío habían sido ávidos
coleccionistas de artefactos precolombinos, el primero cediendo su colección
al Museo de América de Madrid y el segundo fundando el Museo con su
nombre en Lima. Sobre Rafael Larco se han escrito numerosos ensayos,
muchos de los cuales están reunidos en un volumen especial de la revista
Arqueológicas del MNAAHP (ver por ejemplo Castillo, 2001; Evans, 1968).
Larco vivió sus primeros años entre el Valle de Chicama, Lima y el extranjero.
Si bien Larco realizó excavaciones en diversos sitios de los valles de Chicama,
Moche y Santa, y seguramente otros, su centro de operaciones fue la hacienda
Chiclín, en la parte sur del valle de Chicama, donde en 1926 fundó el Museo
Rafael Larco Herrera. Larco reunió en su propiedad una de las más grandes
166 colecciones de artefactos de las diversas sociedades que habitaron la costa
norte, producto de sus propias excavaciones, de las que encargó a otros
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

(como Enrique Jacobs o Max Díaz de Trujillo) y, mayoritariamente, de las


colecciones que adquirió a lo largo de su vida, concentrando las medianas
y pequeñas colecciones dispersas que seguramente existían entonces en las
casas de las familias pudientes de Trujillo y Chicama. Su colección, que llegó
a ser la más grande que existe en el mundo de artefactos de esta región, fue
un invalorable recurso para el tipo de investigaciones que Larco emprendió,
tanto las que enfatizaron lo cronológico como las que intentaron interpretar
el modo de vida y las creencias de los mochicas, sus formas de organización y
estructura social, sus tecnologías y formas de comportamiento.
El aporte más importante que Larco hizo a la Arqueología fue su estudio
minucioso de la secuencia cultural de las sociedades que se desarrollaron
en la costa norte. Quizá sin proponérselo, Larco inauguró el estudio de la
arqueología regional en el Perú, que se concentra en el desarrollo cultural
de un área restringida, en su caso la Costa Norte. Este tipo de aproximación
difería de otras, sobre todo del paradigma difusionista, puesto que veía el
desarrollo de las sociedades como un proceso interno que, a su vez, generaba
una identidad regional distinta a las que se daban paralelamente en otras
regiones. Desde esta perspectiva no era tan importante definir de dónde
venían las cosas, sino cuál había sido su función en el desarrollo de las
sociedades. Este trabajo llevó a Larco a dos caminos complementarios y que,
seguramente, se dieron de manera simultánea. Primero, tuvo que reconocer
las diferentes tradiciones que existían en la costa norte, caracterizar cada una
de ellas, en base a sus aspectos formales y estilísticos, sus tecnologías y materias
primas y sus esquemas cromáticos, particularmente las que se reflejaban en la
cerámica contenida en su enorme colección (Larco, 1941; 1944; 1945; 1946;
1948; 1963; 1965; 1967; Larco et al., 1945). Es así que Larco «descubre»
las culturas Mochica, Salinar, Virú, Cupisnique, Huari Norteño y Vicús,
así como contribuye al estudio de las culturas del Callejón de Huaylas con
su cultura Santa y al estudio de la cultura Lambayeque. Cada una de estas
tradiciones tuvo que ser caracterizada individualmente y las relaciones entre
ellas tuvieron que determinarse de manera que se estableciera una sucesión
o secuencia. Para explicar este desarrollo Larco no echó mano de influencias
externas, sino que trató de explicar el derrotero cultural mediante un proceso
evolutivo, muy acorde con el desarrollo de la arqueología norteamericana
de la época. El segundo esfuerzo consistió en tratar de establecer una
secuencia interna en cada una de estas tradiciones, dividiendo su colección
en fases estilísticas que, a su vez, reflejaran diferentes periodos cronológicos
en el desarrollo de las culturas (Larco, 1948). Si bien las cinco fases de la 167
cerámica Mochica son las más conocidas, Larco subdividió cada uno de los
Luis Jaime Castillo Butters

fenómenos estilísticos que estudió, es decir que desarrolló una percepción de


cada una de estas tradiciones como un complejo proceso que en el tiempo
había pasado por cambios y transformaciones. Por estas razones el aporte de
Larco a la arqueología peruana puede ser tipificado como una de las primeras
incursiones de la teoría evolucionista.
Paralelamente a su trabajo cronológico, Larco condujo reconocimientos
de sitios y de sistemas de irrigación, pero su interés principal fueron
los cementerios y las tumbas que excavó en ellos (1945; 2001). En sus
publicaciones consignó detallados mapas con la ubicación de todos los sitios
Mochicas reconocidos en los valles de Chicama a Nepeña. Sin embargo, todas
las excavaciones que Larco condujo personalmente, o que otros hicieron para
él, fueron, aparentemente, de carácter funerario. Larco desarrolló un método
de excavación y registro que, quizá, no es equiparable con los registros
modernos, pero que se basaba en la elaboración de una ficha por tumba, en
la que consignaba información sobre profundidades y tamaños, estratigrafía,
restos humanos, artefactos contenidos, y otras asociaciones (2001). Hasta
donde sabemos, Larco nunca pudo excavar una tumba verdaderamente
importante, como las que se excavaron en varios sitios de la costa norte a
partir del 1987, pero fue la cantidad de contextos que pudo excavar lo que
le dio una particular capacidad de deducir aspectos fundamentales para
comprender a la sociedad Mochica.
Larco estudió la sociedad Mochica en base al análisis de las representaciones
que aparecían en su cerámica y otros materiales. En base a ellos, Larco
pudo escribir entre 1938 y 1939, una suerte de enciclopedia Mochica, que
detalladamente trataba numerosos aspectos de esta sociedad, su modo de vida,
sus características físicas, sus numerosas manifestaciones artísticas, su religión
y sus divinidades, etc. Como hemos planteado en otros artículos (Castillo &
Donnan, 1994), la reconstrucción que Larco hizo de la sociedad Mochica
pasó por una serie de concepciones elementales, que eran particularmente
coherentes con la naturaleza de la información con la que contó. Es decir que,
en base a las colecciones que Larco logró reunir en su museo, en su inmensa
mayoría de la tradición Mochica Sur, la imagen de la sociedad Mochica que
se desprendía era de un estado o monarquía, centralizada y unitaria, con una
capital y un solo régimen de administración y, evidentemente, evolucionando
en el tiempo a través de una sola secuencia o línea cronológica. Esta secuencia
única se reflejaba en la cronología de cinco fases que había planteado para la
168 cerámica Mochica. Tratándose de una sociedad que se desarrolló a través de
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

casi 700 años, imaginarse una línea cronológica ininterrumpida es un tanto


utópico, así como asumir que en esta sociedad existió un poder con absoluta
legitimidad y sin resistencia alguna. Larco resumió en el siguiente párrafo su
visión de la organización política de la sociedad Mochica:
Gobierno: --- Los vestigios de construcciones urbanas y rústicas,
la expansión agrícola, los grandes trabajos de irrigación, las
obras arquitectónicas monumentales y las redes viales, hablan
elocuentemente de una vida organizada mediante métodos de gobierno
ya experimentados y en plena maduración. Además, la presencia de
las maravillosas producciones artísticas, nos comprueban que los
gobernantes no solamente se dedicaron a la realización de grandes
obras materiales, sino que influyeron poderosamente en la difusión de
la cultura. En los documentos dejados encontramos bien definidas las
organizaciones militares y las organizaciones culturales.
Estimulando a su pueblo por un lado y castigando con severidad todas
las faltas, el gobierno mochica, dinástico y omnipotente, forjó, al calor
de una fe robusta y bien orientada, esta civilización que es hoy orgullo
de nuestro pasado pre-histórico (Larco, 1944: 22-23).
Para cerrar el capítulo de los Pioneros solo resta mencionar la importantísima
contribución del Proyecto Arqueológico Virú a la arqueología peruana y
mundial, que reunió en la costa norte a un grupo notable de investigadores
norteamericanos, con el propósito de estudiar una región en toda su extensión
y a través de todos sus monumentos. No solo esto, bajo la influencia de
Julian Steward, el proyecto Virú asumió el paradigma de la ecología cultural,
donde las relaciones entre las sociedades y sus recursos, el balance entre los
ecosistemas y el desarrollo social son fundamentales. Este tipo de aproximación
requería, sin embargo, una forma de conducir la investigación arqueológica
que difería completamente de lo que se había hecho hasta entonces. No se
trataba de investigar un solo sitio, como lo había hecho Uhle, ni de investigar
artefactos en museos, sino de definir en el campo la ubicación de todos los
sitios que correspondieran a un periodo en particular, estudiar su dispersión
y las relaciones jerárquicas entre ellos a fin de poder establecer un «Patrón
de Asentamiento». Esta tarea recayó en Gordon Willey, joven investigador
y luego profesor de la Universidad de Harvard, que usando extensamente
las fotografías aéreas tomadas por la misión Shippee Johnson de 1931, pudo
ubicar todos los sitos arqueológicos en el valle y, luego de asignarles un
169
periodo de ocupación, pudo trazar un derrotero de la historia adaptativa de
Luis Jaime Castillo Butters

las diferentes sociedades que ocuparon Virú (Willey, 1953). Para entender la
relación entre los asentamientos y los recursos, Webster McBride, geógrafo de
la misión, estudió la ecología del valle de Virú, a la vez que Duncan Strong y
Clifford Evans hacían las inspecciones de campo y conducían excavaciones en
sitios selectos (1952). James Ford (1949) y Donald Collier (1955) analizaron
las colecciones cerámicas, usando el método que el primero había establecido
para aprovechar la gran cantidad de materiales en superficie y sus relaciones
porcentuales. Mientras esto ocurría en el valle de Virú, Junius Bird realizaba
excavaciones en la Huaca Prieta, en el valle de Chicama, a fin de complementar
el estudio con los periodos más tempranos (1985) y John Gillin realizaba un
estudio etnográfico del pueblo de Moche (1947).
La comunicación entre los miembros del Proyecto Virú y la familia Larco fue
muy fluida y culminaron con la realización, en 1946, de la Mesa Redonda
de Chiclín donde ambos grupos plantearon sus ideas y coincidieron en que
tenían la misma visión de las cosas (Willey, 1946). Para Larco, la coincidencia
de ideas con los miembros del Proyecto Virú fue muy importante, puesto que
sus nociones cronológicas, en particular se veían refrendadas ahora en mérito
a excavaciones estratigráficas y estudios de secuencias cerámicas. Más aún,
tanto para Larco como para los miembros del Proyecto Virú, el gran motor de
cambio en la historia de las sociedades de la costa norte había sido la guerra,
pues a través de conquistas militares los mochicas habían anexado el valle de
Virú, y una guerra había permitido que los huari penetraran en la costa norte,
derrotando y expulsando a los mochicas. El imperio Chimú se había forjado a
sangre y fuego, y en última instancia, todo este territorio había sido presa de
la expansión militar del Imperio de los incas.
El primer periodo de la arqueología Mochica se puede resumir en los
siguientes cuatro puntos.
• Durante esta fase se dio el reconocimiento del fenómeno Mochica,
caracterizado como distinto de Chimú e inserto en una secuencia cultural
compleja. La caracterización del fenómeno Mochica se logró básicamente
en base a colecciones y muy pocas excavaciones.
• Establecimiento de la cronología Mochica que permitió determinar el origen
y la difusión del fenómeno. La cronología Mochica fue concebida como una
secuencia única y universal en base al estudio de colecciones. La noción de
una secuencia universal permitía hacer extrapolaciones de las características
170 del fenómeno sin que se requirieran confirmaciones de campo.
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

• En última instancia se formó la noción del Estado Teocrático Mochica,


caracterizado por el centralismo político y administrativo, la existencia de
una religión común y compartida que es indistinguible de su estructura
política y social, con un rígido sistema de prácticas rituales, y de un sistema
social jerárquico y estamental.
• A nivel del desarrollo de la arqueología Mochica se puede ver una débil
institucionalidad nacional e internacional, la carencia de un cuerpo de
conocimiento y de una comunidad científica dedicada a la prehistoria de la
costa norte del Perú y la inexistencia de escuelas de formación nacional y de
programas de estudio sostenidos.

2. Fase de Expansión, 1946 a 1987 (fig. 3)


La segunda fase de la arqueología Mochica se inició con el fin del Proyecto
Virú, en 1946. Aproximadamente en la misma época, Rafael Larco dejó de
publicar sus monografías dedicadas a las sociedades prehistóricas del Norte
del Perú, publicaciones que no retomó hasta 1963. Al inicio de esta fase se
publicaron los informes de los diversos trabajos realizados por los miembros
del Proyecto Virú, que no solo marcaron una nueva pauta y definieron
nuevos estándares en la metodología arqueológica, sino que además hicieron
a la arqueología de la costa norte del Perú asequible al público académico
internacional. La influencia de estos trabajos, particularmente el estudio de
los patrones de los asentamientos en el valle de Virú, publicado por Willey,
influyó en la práctica arqueológica en todo el mundo y contribuyó a la
transformación de la disciplina que, años más tarde, llevó a la creación de la
escuela de la Nueva Arqueología en Norteamérica.
Lamentablemente, ninguno de los arqueólogos que trabajó en la primera fase
de la arqueológica Mochica se propuso formar una escuela arqueológica que
tuviera un efecto sobre el desarrollo de las investigaciones en esta región. Si bien
ya se había fundado en Lima el programa de antropología de la Universidad
de San Marcos, en Trujillo este no aparecería sino hasta finales de la segunda
fase. Las décadas de los años 1950 y 1960 fueron un tanto silenciosas, y si
bien se dieron algunos programas de investigación en la región, estos fueron
más bien de pequeña escala y poco impacto. Algunos arqueólogos trujillanos,
como Máximo Díaz, condujeron algunas investigaciones restringidas. Pero,
en realidad, el paradigma imperante fue el de la escuela Histórico Cultural
planteado por Larco y de alguna manera confirmado por el Proyecto Virú. 171
172
Luis Jaime Castillo Butters

Figura 3 – Fase de Expansión, 1946 a 1987


110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

Hacia mediados de esta fase, a fines de la década de 1960 y en la de 1970


se produjo un renacer de la arqueología Mochica, esta vez de la mano de
una serie de investigadores extranjeros, particularmente formados en las
universidades de California, Berkeley, y en Harvard, y con otro grupo que
participó activamente en el Proyecto Chan Chan Valle de Moche, bajo
la dirección de Michael Moseley y Carol Mackey. Por el origen de estos
investigadores, que en su mayoría se formaron en departamentos académicos
de Antropología, y por las transformaciones que sufría la Arqueología en todo
el mundo, las investigaciones de esta fase se distinguen profundamente de las
que se dieron durante la primera fase. El interés por entender los procesos
culturales propios de esta región, es decir de la secuencia de eventos y de
sus relaciones, entendidos dentro de un paradigma sistémico, donde cada
parte es una suerte de engranaje entrelazado con otros, cambió radicalmente
la aproximación al trabajo arqueológico. Los arqueólogos ya no estaban tan
interesados en estudiar las tumbas o los grandes templos, sino en entender las
complejas relaciones entre, por ejemplo, los recursos, la subsistencia y el grado
de complejidad de la sociedad, las relaciones entre la ecología y el desarrollo
cultural, las tecnologías de producción más que los objetos producidos, las
instituciones que habían permitido el funcionamiento de las sociedades,
más que a los lideres mismos. Investigadores con sólidas formaciones en
arquitectura, botánica, antropología física, hidráulica o zoología comenzaron
a desarrollar nuevas investigaciones, más sistemáticas, con objetivos más
explícitos y en el marco de procesos más rigurosos de establecimiento de
inferencias. Esta nueva forma de ver la Arqueología, y por ende las sociedades
del pasado, eliminó una buena parte del idealismo que había caracterizado a la
primera época de la arqueología, la hizo más pragmática y más científica. Por
otro lado, los investigadores ya no tomaban partido por las sociedades sino
que se limitaban a plantear reconstrucciones en base a los datos obtenidos
como resultado de sus trabajos. Las sociedades no tenían que haber sido de
una manera u otra, sino que el arqueólogo tenía la tarea de entender, a través
de métodos y procesos de investigación explícitos, cómo habían sido en
realidad, o al menos tratar de acercarse a una reconstrucción. No se partía de
supuestos axiomáticos o normativos, como la grandeza y el poder de las élites,
se trataba de medir cuán efectivas habían sido estas, por ejemplo al proveer
a sus sociedades con los recursos que necesitaba. Esta nueva generación de
arqueólogos, compuesta por investigadores como Michael Moseley, Carol
Mackey, Christopher Donnan, Teresa y John Topic, Sheila y Tom Pozorski,
Garth Bawden, Donald Proulx, Kent Day e Izumi Shimada, replanteó 173
Luis Jaime Castillo Butters

completamente las bases de la arqueología de la costa norte. De todos los


mencionados, sin embargo, el único investigador que dedicó su carrera al
estudio de los mochicas fue Christopher Donnan.
Los más de 20 años de hiato que mediaron entre 1946, cuando terminaron
las actividades de campo del proyecto Virú, y fines de los años 1960, cuando
Christopher Donnan realizó su estudio de los patrones de asentamiento
Mochicas en el valle de Santa, fue un periodo donde prácticamente no
hubieron investigaciones de campo enfocadas en esta sociedad. Como Donnan
mismo lo ha afirmado, se pensaba entonces que ya se sabía básicamente todo
lo que se iba a saber sobre los mochicas; que sumando los trabajos de Uhle,
Larco y el Proyecto Virú, virtualmente ya se podía cerrar el capítulo de las
investigaciones Mochicas. Más aún, entonces existía la sospecha que los
huaqueros habían acabado con toda posibilidad de estudiar sistemáticamente
los sitios arqueológicos Mochicas. Sin embargo, muchos museos en el mundo
guardaban colecciones inmensas de cerámica y otros artefactos Mochicas,
no solo el Museo Larco. Por ejemplo, el museo de antropología de la
Universidad de California en Berkeley, donde John Rowe ocupaba la cátedra
en arqueología andina, y donde Donnan, Mackey, Burger, y otros realizaron
sus estudios doctorales, contenía la colección de Uhle excavada en 1899 en
las Huacas de Moche.
En contraste con la falta de investigaciones de campo, floreció en esta fase
una aproximación alternativa al pasado de la sociedad Mochica, basada
en el estudio de la rica iconografía contenida en todo tipo de artefactos,
pero particularmente en la cerámica pictórica Mochica. El estudio de la
iconografía Mochica había sido iniciado por investigadores como Julio C.
Tello, con su famoso artículo en la revista Inca (1923), y Horacio Urteaga,
con su estudio de la expresión en los huacos retratos (1923) y había sido la
base de buena parte de las interpretaciones y reconstrucciones hechas por
Larco (1938-1939). Sin embargo, este tipo de estudios tuvo un desarrollo
inusitado a partir de una sucesión de propuestas teóricas y metodológicas
singulares e innovadoras que elevaron el estudio del arte Mochica por encima
de aproximaciones a otros corpus artísticos prehispánicos. En la segunda fase
de la historia de la arqueología Mochica se puede trazar una línea de desarrollo
en las investigaciones iconográficas que se inició con los trabajos de Gert
Kutscher, que publicó compilaciones de imágenes extraídas de los huacos
pictóricos (1954; 1983) y estudió una serie de imágenes interpretándolas
174 como representaciones de rituales religiosos, particularmente el ritual que
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

llamó el Badminton Ceremonial (1950, 1958). En 1972 Elizabeth Benson,


siguiendo la tradición de Rafael Larco, publicó un libro pionero sobre la
sociedad Mochica combinando la información arqueológica disponible
con la información que ofrecían las imágenes representadas en cerámica
para intentar una de las primeras síntesis de esta sociedad en su tiempo.
La mayoría de edad de la iconografía Mochica, sin embargo, llegó con las
investigaciones de Christopher Donnan, quien a partir de la década de los años
1970, desarrolló en la Universidad de California, Los Ángeles, el archivo de
fotografías de artefactos Mochica más extenso que existe. El Archivo Moche,
que actualmente se encuentra en Dumbarton Oaks, le sirvió para avanzar el
estudio de la iconografía Mochica con la noción de que estaba compuesta
por las representaciones de un número limitado de temas, que los artistas
Mochicas representaron en versiones más o menos complejas y detalladas.
Larco había organizado su extensa colección en base a un criterio análogo al
de los temas, pero sin derivar de él una propuesta metodológica para estudiar
el arte Mochica. Para Donnan, cada tema era en realidad un conjunto de
imágenes que representaban un ritual o, incluso, un acontecimiento histórico
(Donnan & McClelland, 1979). El ritual podía ser estudiado a partir de
la suma de las representaciones. Donnan ejemplificó su idea a partir de
un minucioso estudio de lo que llamó el Tema de la Presentación (1975;
1978), en el que se ilustraba el sacrificio de prisioneros y la presentación de
su sangre ante una divinidad suprema en unas copas peculiares. Sus estudios,
al intentar clasificar las representaciones en diferentes temas, forzosamente
creó una taxonomía de personajes y divinidades, como su «Wrinkle Face», o
Cara Arrugada, que sería análogo al personaje que Larco llamó Aia Paec, o
el personaje C, que ha devenido en ser llamado la Sacerdotisa. En los años
sucesivos, y con la ayuda de su colaboradora Donna McClelland (Donnan &
McClelland, 1999; McClelland el al., 2007), quien elaboró una gran cantidad
de dibujos extraídos de la cerámica Mochica, Donnan emprendió el estudio
de otros temas como el del Entierro (1978), la Danza (1982b), la Cacería
(1982a), etc. Todos estos estudios influyeron en las investigaciones de campo
que Donnan realizó paralelamente, en sitios como Chotuna-Chornancap,
buscando el origen de la cultura Lambayeque y su posible correlación con el
fenómeno Mochica, y excavaciones en sitios como Pacatnamú, San José de
Moro, Dos Cabezas y Mazanca.
Una vertiente paralela, pero muy diferente en sus postulados básicos se
desarrolló con Anne Marie Hocquenghem, investigadora francesa del CNRS, 175
quien llevó el concepto de los temas a su siguiente nivel de inferencia,
Luis Jaime Castillo Butters

planteando que estos se ordenaban de acuerdo a un calendario ritual,


estructuralmente semejante a los calendarios ceremoniales registrados por los
cronistas para las prácticas religiosas Incas (1987). Para esta investigadora,
todas las sociedades andinas, de la sierra o de la costa, del presente o el
pasado, habían compartido un mismo sistema cosmológico, y los mismos
criterios esenciales de organización dual y tripartito, lo que hacía que sus
sistemas ceremoniales fueran coherentes y compatibles. De allí la posibilidad
de interpretar la iconografía Mochica en base a fuentes etnohistóricas y
etnológicas que se recogieron siglos después que los mochicas se hubieron
extinguido. En esta misma vertiente estructuralista se enmarcan los trabajos
de Krzysztof Makowski (ver por ejemplo 2000; 2003) y de Yuri Berezkin
(1980), cuyo principal aporte ha sido al estudio de la estructura del panteón
de divinidades Mochicas. Finalmente, una serie de aproximaciones recientes
(Castillo, 1989, 1991; Quilter, 1997), recogiendo la supuesta naturaleza
narrativa del arte Mochica, plantean la existencia de una lógica narrativa en las
representaciones, lógica que se puede aplicar a las imágenes para reconstruir
las narraciones que les dieron origen. Es decir que las imágenes de un mismo
tema, no solo corresponden a una unidad de representación, se ordenan de
acuerdo a una estructura cosmológica y estructurada, sino que además se
refieren a una estructura narrativa que se puede reconstruir paso a paso en
base a las pequeñas diferencias entre una imagen y otra, permitiéndonos
adentrarnos en el mundo mítico y ritual Mochica. Lamentablemente los
estudios sobre la iconografía Mochica se realizaron bajo el supuesto de que
la cultura y sociedad mochica fueron una, indistinta y continua, y que por
lo tanto la extrapolación era posible. Es decir que lo que sabemos para una
región y periodo se aplicaría a todos los mochicas en todas sus regiones
y en todos sus periodos y fases. Este supuesto fundamental ignoraba una
fuente fundamental de distorsión: la enorme variabilidad que deviene de los
casi setecientos años de existencia de esta sociedad, y de las variaciones que
devienen de una organización en entidades regionales independientes. Es
decir que algunas imágenes pudieron ser solo privativas del mundo mítico y
ritual de un grupo de mochicas en una región determinada y en un periodo
temporal definido. Como veremos, en la última fase este punto se ha vuelto
central para nuestra comprensión de los mochicas.
Durante la segunda fase, los proyectos de investigación arqueológica se
multiplicaron, pero con dos denominadores comunes: mayormente estuvieron
176 a cargo exclusivo de investigadores extranjeros y fueron de corta duración. Lo
primero, lamentablemente se debió a la falta de interés en que fuera diferente
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

y a la carencia de oportunidades de formación y de financiamiento para los


investigadores peruanos y a una burocratización incipiente de la arqueología
peruana a manos del recientemente fundado Instituto Nacional de Cultura
(INC). En él, los jóvenes arqueólogos peruanos asumieron las funciones
de supervisores de los trabajos de los extranjeros y, a lo sumo, ejecutores de
trabajos de rescate o conservaciones, o usando la frase que se acuño entonces,
programas de «puesta en valor». La corta duración de la mayoría de proyectos
de investigación tiene muchas explicaciones, y, como todo, tienen que ser
interpretado en el contexto de su tiempo. Por un lado, los recursos con los que
contaban los proyectos extranjeros, a cargo de jóvenes investigadores, no eran
muy grandes. En segundo lugar, los investigadores extranjeros tenían solo
los meses de verano para realizar excavaciones en el Perú, y más importante
aún, la arqueología de los años 1970 y 1980 explícitamente planteaba la
conveniencia de realizar excavaciones de bajo impacto en muchos sitios a fin
de trazar cuadros de carácter regional al estudiar cualquier tipo de fenómeno.
Las prospecciones y reconocimiento de superficie llegaron a encumbrarse
por encima de las tradicionales, y costosas excavaciones arqueológicas. Los
sitios no se debían excavar intensivamente, sino que debían ser sujetos de
muestreos muy bien definidos que rentabilizaran el tiempo y los recursos
disponibles. En realidad no se veía la conveniencia de mantener un proyecto
de larga duración en el mismo sitio, pensando que rápidamente se caía en un
redundancia de información que no hacía provechoso el trabajo.
Dos proyectos destacados que se realizaron a fines de los años 1960 a
y principios de la década de 1970 fueron los estudios de patrones de
asentamiento que Christopher B. Donnan condujo en el valle del Santa,
enfocados específicamente en los sitios de filiación Mochica (1968; 1973),
y el que Donald Proulx realizó en el valle de Nepeña (1968; 1973). Ambos
estudios exploraron la frontera sur del fenómeno Mochica y su peculiar
implantación en una zona donde fue claramente foráneo. Los resultados de
estos dos trabajos documentaron cómo la expansión Mochica en estas regiones
los había llevado al encuentro de las sociedades del Callejón de Huaylas y con
poblaciones locales de filiación Virú. Dadas estas condiciones tan distintas
a las que habían enfrentado en los valles de Moche, Virú o Chicama, los
mochicas desarrollaron en estas regiones estrategias muy diferentes de
relaciones con la poblaciones locales y de implantación en el territorio. En el
valle del río Santa la ocupación parece haberse concentrado en la parte sur, en
la región de Lacramarca, lo que habría implicado que los mochicas tendrían 177
que haber desarrollado una compleja infraestructura de irrigación para poner
Luis Jaime Castillo Butters

a esta zona en producción. Mientras tanto en Nepeña la ocupación Mochica


fue muy reducida y se concentró alrededor de un enorme centro ceremonial
levantado rápidamente en Pañamarca.
El proyecto de investigaciones de campo más ambicioso realizado durante la
segunda fase de la arqueología Mochica fue, sin duda, el proyecto Chan Chan
Valle de Moche (CCVM), dirigido por Michael Moseley, entonces profesor de
la Universidad de Harvard y Carol Mackey, joven doctora de la Universidad de
California, Berkeley. El Proyecto CCVM se propuso replicar lo que veinticinco
años antes había realizado el Proyecto Virú, y para este fin se escogió el Valle
de Moche, aledaño al valle de Virú. El valle fue cuidadosamente prospectado
y se hicieron excavaciones en diversos sitios, aunque la mayor atención del
proyecto se concentró en dos sitios excepcionalmente monumentales: Chan
Chan, la capital del Imperio Chimú localizada en la parte norte del valle, y las
Huacas de Moche, en la parte sur del valle. El proyecto CCVM también trató
de dar una aproximación multidisciplinaria a su investigación, abordando
el estudio de esta región desde diversas áreas y perspectivas de análisis, para
lo cual incorporó a un nutrido número de jóvenes investigadores, entre los
que destacaron Moseley y Mackey, Donnan, los esposos Pozorski y Topic,
Bawden, Day, Conrad, Kolata, Brennan, Mujica, Chauchat, entre otros.
Como puede verse, prácticamente una generación entera de investigadores
norteamericanos pasó por este proyecto, formándose y conduciendo trabajos
muy novedosos, como el estudio de los adobes y la organización del trabajo
de las Huacas de Moche (Moseley, 1975), la pintura mural en la Huaca de la
Luna (Mackey & Hastings, 1982), o las prácticas funerarias a lo largo de los
periodos de ocupación del valle (Donnan & Mackey, 1978).
Si el proyecto Virú había sido en su tiempo el primer paso a una arqueología
científica y profesional en la costa norte, el proyecto CCVM fue el inicio
de los grandes proyectos multidisciplinarios en esta región. Los resultados
individuales de este proyecto son muy relevantes aún hoy, particularmente las
tesis doctorales, lamentablemente de casi imposible acceso para generaciones
de investigadores y estudiantes peruanos que quisieron poner al día sus
conocimientos. Los estudios de Theresa Topic sobre las excavaciones en
Moche (1977) y Sheila Pozorski, sobre la dieta y subsistencia en el valle de
Moche (1976) fueron muy innovadores en su tiempo y todavía son referencias
obligadas. La recopilación de los contextos funerarios excavados en todos los
sitios explorados por el proyecto, que publicaron Donnan & Mackey (1978)
178 es uno de los mejores ejemplos de estudio de prácticas funerarias para los
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

Andes centrales aún hoy día y uno de los libros que marcó un estándar en la
publicación de información funeraria. Los estudios de hidráulica emprendidos
por Ortloff fueron también muy reveladores (Ortloff et al., 1986).
Ahora bien, en conjunto, es decir como proyecto de investigación ejecutado
bajo un único permiso otorgado por las autoridades peruanas, los resultados
del Proyecto CCVM no pueden ser juzgados con la misma benevolencia.
Algunos de los métodos empleados, particularmente las excavaciones de la
planicie que existe entre las Huacas del Sol y de la Luna usando maquinaria
pesada son, francamente imperdonables en el presente y también lo fueron
en el pasado, sobre todo a la luz de los recientes hallazgos hechos por el
Proyecto Huaca de la Luna (Uceda & Morales, 2010). Es evidente que estas
excavaciones, de las que no hay ninguna documentación, destruyeron una
densa superposición estratigráfica que increíblemente los investigadores
no vieron. Asimismo, las inferencias que se hicieron sobre estas huacas,
por ejemplo la idea de que una fue un centro ceremonial y la otra un
centro administrativo, son a la luz de la información con la que contamos
actualmente, un tanto estrechas. A nivel general, quizá la mayor limitación de
este mega proyecto, considerando el nivel académico de cuantos estuvieron
involucrados, fue la incapacidad de producir un informe final, o siquiera
un compendio de la investigación. La única publicación conjunta, el libro
Chan Chan, Andean Desert City, editado por Michael Moseley & Kent Day
(1982) al final del proyecto es un resultado muy limitado considerando todo
el trabajo realizado, y ciertamente no es comparable con los resultados y
el impacto que tuvo el Proyecto Virú, veinticinco años antes, con muchos
menos medios y personal. Un éxito que si debe reconocer a este proyecto y
una valiosísima contribución a la arqueología andina es que en él se formó
una generación joven de investigadores que generosamente dedicaron, en
adelante, su vida académica al estudio del pasado prehispánico.
Al final de esta segunda fase y como consecuencia de las investigaciones
emprendidas por el Proyecto CCVM, dos de sus integrantes, Kent Day y Garth
Bawden, continuaron con investigaciones en dos sitios claves para explorar
el misterioso fin de los mochicas. Garth Bawden, realizó sus investigaciones
doctorales en el sitio Mochica V de Galindo, ubicado en el cuello del valle de
Moche (1977; 1982a; 1982b). Bawden realizó en este sitio una excavación
selectiva pero sorprendentemente reveladora para la historia de los últimos
días de los mochicas en el valle de Moche. Lo que su estudio demostró fue que
Galindo había sido ocupado por un periodo de tiempo relativamente breve al 179
Luis Jaime Castillo Butters

final de la historia Mochica, posiblemente luego de que las Huacas de Moche


fueron abandonadas. En las formas de las viviendas y en los pequeños restos
de cerámica, madera y metales que contenían, Bawden detectó las claves para
definir una compleja estratificación social, de hasta cuatro niveles. El sitio, en
general, permitía ver una gestión muy controlada de los accesos y tránsitos en
el sitio, donde los ricos y poderosos controlaban los alimentos y recursos, así
como las posibilidades de acceso que los diferentes segmentos sociales tenían
a lugares estratégicos, como templos o grandes espacios públicos, a los que
llamo «cercaduras». El trabajo de Bawden demostró que las condiciones de
vida al final del periodo Mochica se habían impregnado de una gran tensión
social (también ver Vega-Centeno en este volumen).
El segundo proyecto que vale la pena destacar es el que dirigió Kent Day en el
sitio de Pampa Grande, en el cuello del valle de Chancay, en el departamento
de Lambayeque. El interés en este sitio se debía a que uno de los postulados
del Proyecto CCVM, fue que Pampa Grande había sido el lugar donde las
élites de las Huacas de Moche habrían buscado refugio luego de que tuvieron
que abandonar su valle (Shimada, 1994). A fin de confirmar o rechazar esta
hipótesis, el proyecto de Day se propuso realizar el mapa de todo el sitio
y conducir excavaciones restringidas de algunos sectores dada la magnitud,
más de cuatro kilómetros cuadrados, del sitio. Para este fin contó con la
colaboración de algunos destacados jóvenes investigadores como Martha
Anders (1981), Izumi Shimada (1976; 1978) y Jonathan Haas (1985),
quienes estudiaron los sistemas de almacenamiento, las zonas de producción
y las áreas residenciales y ceremoniales de las grandes pirámides. Para su
sorpresa, en el sitio se combinaban dos tradiciones cerámicas aparentemente
irreconciliables, la cerámica Mochica V, con sus típicas botellas con decoración
geométrica y asas triangulares, y la cerámica Virú, del más típico estilo Castillo
inciso. El sitio, por otro lado, había sido construido muy rápidamente y
habitado por un periodo de tiempo muy corto. Lamentablemente, Kent
Day nunca publicó los resultados de sus investigaciones, las que estuvieron
a punto de quedar inéditas. Afortunadamente Izumi Shimada (1976; 1994)
publicó parcialmente los resultados de este proyecto. Sin embargo, mucha
información valiosísima, por ejemplo de un recinto decorado con astas de
venados, se perdió de esta manera.
Muchos otros proyectos de menor envergadura se realizaron en la segunda
mitad de esta fase de la arqueología Mochica. La prospección de los sistemas
180 de irrigación del valle de Jequetepeque, a cargo de Herbert Eling es, a mi
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

juicio, una de las más importantes contribuciones al estudio de la hidráulica


Mochica, aún cuando no se enfoca necesariamente en este periodo (1987).
Su trabajo ha sido la base sobre la que, entre otros, el Proyecto Arqueológico
San José de Moro ha podido desarrollar una estrategia regional para explorar
el periodo Mochica tardío en este valle (Castillo, 2010). Las excavaciones
de David Chodoff en San José de Moro, aún cuando básicamente inéditas,
iniciaron el estudio de este sitio (1979). Las prospecciones sistemáticas de
David Wilson en el valle del Santa, y su monumental publicación son un
aporte, solitario pero sustantivo a la arqueología Mochica (1988). El proyecto
Alto Piura a cargo de Peter Kaulicke (1994) y Krzysztof Makowski (1994), de la
Universidad Católica, intentó develar el misterio de la relación entre mochicas
y vicús, en los albores de esta tradición y en su frontera norte. Numerosos sitios
arqueológicos fueron catalogados y prospectados por diferentes proyectos,
algunos en el ámbito del desarrollo regional, como el Proyecto Chavimochic,
ejecutado por el Instituto Nacional de Cultura (ver, por ejemplo Uceda,
1988; Carcelén & Ángulo, 1999). En el marco de este tipo de proyectos se
estudiaron algunos sitios que estaban condenados a desaparecer por las obras
de infraestructura de riego, como el sitio de Cerro Oreja.
La segunda fase de la arqueología Mochica culmina en octubre de 1987,
cuando Walter y Susana Alva descubren la tumba del Señor de Sipán, en el
valle de Lambayeque. Este descubrimiento significó no solo un hito en la
historia de la arqueología peruana, sino que inició una era de descubrimientos
e investigaciones sostenidas en la costa norte del Perú que serán motivo de la
siguiente sección.
El segundo periodo de la arqueología Mochica, mucho más complejo que
el primero y poblado de muchas más contribuciones y eventos, es difícil de
resumir, pero los siguientes cinco puntos parecen corresponder con lo que
sucedió en esta época.
El Proyecto Virú tuvo un enorme impacto teórico y metodológico en la práctica
arqueológica, particularmente en el estudio de los materiales arqueológicos,
la dimensión regional de la investigación, los estudios multidisciplinarios
de campo, el estudio de patrones de asentamiento y las excavaciones
estratigráficas. El Proyecto Virú ratificó muchos de los postulados de Rafael
Larco y enfatizó la enorme importancia de lo coercitivo en la transformación
de las sociedades.
En esta fase hubo un gran avance en los estudios iconográficos, que 181
consideraron a las imágenes como documentos de sociedades del pasado. Se
Luis Jaime Castillo Butters

desarrollaron diferentes perspectivas, la aproximación temática, calendaría y


narrativa, y la función cosmológica de los sistemas de imágenes. Se afianzó la
idea del arte al servicio del Estado (los estilos de estado), con una producción
artesanal controlada y difundida desde «un» centro.
Se emprendieron numerosos estudios de patrones de asentamientos regionales,
sistemas de irrigación, patrones funerarios y múltiples sitios pequeños y
medianos.
El Proyecto CCVM fue una gran oportunidad para la arqueología del norte
del Perú y en él se formó a una nueva generación de investigadores, cuyos
resultados individuales son excepcionales; sin embargo como conjunto fue
una oportunidad perdida.
A nivel de la arqueología peruana, fue el inicio de la institucionalización
(INC), y las primeras bases de la formación profesional de arqueólogos
especializados en el norte. Sin embargo, aún persistió una débil comunidad
científica basada en la región.

3. La Fase Actual, a partir de 1987 (fig. 4)


La tercera fase de la arqueología Mochica se inició con el descubrimiento de
las tumbas de Sipán, y con el enorme impacto que estos descubrimientos
tuvieron en el posterior desarrollo de la arqueología de la costa norte. Para
asombro de todos, a este hallazgo siguieron otros de espectacular magnitud.
Tumbas reales Mochicas se excavaron en Sipán (Alva, 2004), La Mina
(Narváez, 1994), San José de Moro (Castillo et al., 2008), Dos Cabezas
(Donnan, 2007), el Brujo (Franco, 2008) y en Úcupe (Bourget, 2008).
Templos de enormes proporciones, ciudades, sistemas de irrigación, pueblos
de campesinos, talleres de artesanos, depósitos, artefactos de todo tipo y
clase, textiles bordados y decorados, artefactos de metal de increíble belleza
y complejidad técnica se han excavado en varios sitios, particularmente en
las Huacas de la Luna (Uceda & Morales, 2010) y en El Brujo (Mujica,
2007). Pero estos hallazgos son solo lo más visible de la arqueología reciente
en la costa norte. Resulta muy difícil resumir la tercera fase de la arqueología
Mochica, particularmente porque es aún un proceso en marcha y por la
cercanía temporal a los hechos que habría que narrar. Adicionalmente, los
arqueólogos que participan en esta tercera fase aún están activos y muchas de
182 las conclusiones que podríamos sacar, evidentemente están sujetas a cambios
en los programas de investigación que se pueden dar en los próximos años.
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

Figura 4 – La Fase Actual, a partir de 1987

183
Luis Jaime Castillo Butters

En esta tercera fase la cantidad, duración y complejidad de los proyectos de


investigación se han multiplicado, por lo que tratar de dar cuenta, incluso
de manera parcial de ellos extendería este capítulo mucho más allá de lo
razonable. Sería lamentable, sin embargo, tener que sacrificar algunas de las
contribuciones por falta de espacio. Creo, por lo tanto, que a diferencia de
los periodos anteriores no vale la pena hacer un recuento detallado y crítico
de lo que ha sucedido desde que en octubre de 1987 se descubriera la tumba
del Señor de Sipán. Me parece importante, empero, tratar de explorar una
serie de derroteros para ir definiendo algunas de las líneas que ha seguido
la arqueología en esta tercera fase, lo que será de utilidad en la evaluación
que podamos hacer en el futuro. La tercera fase de este capítulo, entonces,
quedará incompleta y pendiente para una reescritura en el futuro. Remito
los lectores a algunas recientes publicaciones especializadas que tratan el
desarrollo de la arqueología Mochica en los últimos años (Castillo & Uceda,
2008; Chapdelaine, 2011; Quilter, 2002).

3. 1. La era de los grandes proyectos de investigación


La tercera fase de la arqueología Mochica está marcada por una serie de
grandes proyectos de investigación, de larga duración y gran complejidad, en
los que se han involucrado muchísimo investigadores peruanos y extranjeros,
en los que se han formado numerosos alumnos e investigadores y que,
paradójicamente, tienen en común el hecho de que estuvieron dirigidos
por arqueólogos peruanos y se financiaron casi exclusivamente con fondos
nacionales. Me refiero en particular al Proyecto Sipán, que se inició en 1987
bajo la dirección de Walter Alva, con la colaboración de Susana Meneses y Luis
Chero (Alva, 1988; 1990; 2004; Alva & Donnan, 1993), y con el respaldo
institucional del Museo Nacional Brüning de Lambayeque y, posteriormente,
del Museo de las Tumbas Reales de Sipán; al Proyecto Complejo El Brujo, que
se inició en 1990 bajo la codirección de Regulo Franco (Fundación Wiese)
y César Gálvez (INC La Libertad), y con la participación como codirector
de Segundo Vásquez (UNT) en su primera fase (Franco, 2008; Franco et al.,
1994; 2001; 2003; Mujica, 2007); al Proyecto Huaca de la Luna, iniciado
en 1991 bajo la codirección de Santiago Uceda y Ricardo Morales, ambos
profesores de la Universidad Nacional de Trujillo (Uceda, 2000; 2001; 2008;
Uceda & Morales, 2010; Uceda et al., 1994) y al Programa Arqueológico
San José de Moro, también iniciado en 1991 bajo la dirección de Luis Jaime
184
Castillo, de la Pontificia Universidad Católica del Perú y con la codirección
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

de Christopher Donnan (UCLA) durante sus dos primeros años (Castillo,


1993; 2001; 2011; Castillo et al., 2008; Castillo & Donnan, 1994a).
Estos proyectos, que a la fecha tienen al menos veinte años continuos de
investigaciones, han marcado un cierto ritmo a las investigaciones que se
realizan en la costa norte, por su continuidad y estabilidad, por sus enormes
colecciones de artefactos y su documentación de los contextos excavados, por
ser espacios para la formación de largo plazo de jóvenes investigadores, etc.
Evidentemente, a lo largo de los años estos proyectos han ido evolucionando
en sus objetivos y métodos, a medida que las oportunidades y los retos que
se fueron presentando y que los hallazgos mismos determinaron cursos
inesperados en sus desarrollos.
Pero estos proyectos de investigación no han sido los únicos operando en
la costa norte en los últimos 25 años. Paralelamente a estos programas de
investigación se han dado otros ligeramente menores en su complejidad y
cuya duración quizá no ha sido tan larga. Entre estos programas destacan
las investigaciones conducidas por Christopher Donnan en la Huaca Dos
Cabezas (Donnan, 2007); las excavaciones de Claude Chapdelaine en la zona
urbana de la Huaca de la Luna (1997; 2001) y posteriormente en el Proyecto
Santa de la Universidad de Montreal (Chapdelaine, 2008); las excavaciones
de Brian Bilman en diferentes sitios del Valle de Moche (Billman, 1999;
Billman et al., 1999); las investigaciones de Steve Bourget en Huancaco
(2003; 2010) y Huaca del Pueblo, Úcupe, y las investigaciones del Proyecto
Jatanca Huaca Colorada a cargo de Edward Swenson, Jorge Chihuala y John
Warner (2010). Centenares de otros sitios más se han prospectado, mapeado
y excavado en los últimos 25 años, muchos en el marco de los grandes
proyectos de investigación, como las investigaciones de Jeffrey Quilter de los
pozos Mochicas de el Brujo (Quilter et al., ms) o del asentamiento colonial
adyacente a la Huaca Cao (Quilter, 2011), o como programas doctorales de
investigación afiliados a estos.
En el mapa adjunto (fig. 5) se pueden ver los sitos que fueron investigados
en las tres fases de la arqueología Mochica. En la tercera fase la cantidad
de sitios es sustantivamente mayor a los que se investigaron en los 85 años
previos. Pero no solo se han multiplicado los sitios estudiados; prácticamente
todos los valles de la costa norte han sido sujetos de prospecciones regionales,
siguiendo el ejemplo de Willey en el valle de Virú y Donnan en el Santa,
por lo que contamos a la fecha con información muy valiosa para ubicar
los diferentes asentamientos y poder abordar el desarrollo de las sociedades 185
antiguas de manera regional.
186
Luis Jaime Castillo Butters

Figura 5 – Sitios arqueológicos excavados durante las tres fases del desarrollo de la arqueología Mochica
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

Un denominador común de estos proyectos, pero en general de casi todos


los esquemas de investigación que se realizan en la costa norte es su aspecto
multidisciplinario. Algunos proyectos se diseñaron como proyectos que
involucraban múltiples disciplinas, como el proyecto Huaca de la Luna que
desde sus inicios se concibió como un programa de investigación arqueológica
y conservación de los monumentos y artefactos. En otros casos los proyectos
han contado con la participación de equipos de investigadores en áreas afines.
Debemos reconocer la particular participación de John Verano y sus estudiantes,
quienes han aportado el análisis bioarqueológico a varios de los proyectos.
Elsa Tomasto, de la PUCP, y Richard Sutter, de la Universidad de Purdue-
Fort Wayne y otros bioarqueólogos han sido parte de estos esfuerzos. Carole
Fraresso y Véronique Wright, investigadoras francesas en arqueo materiales
han conducido investigaciones en paleometalurgia y pinturas murales usando
materiales de diversos proyectos. En el ámbito de la paleoetnobotánica y
zoología han participado muchos investigadores, destacando el esfuerzo llevado
a cabo por Teresa Rosales y Víctor Vásquez para implementar el laboratorio
de «Arqueobios» en la UNT. Entre los arquitectos que han contribuido a las
investigaciones de monumentos y asentamientos ha destacado José Canziani.
Y son muchos más los expertos que han aportado su área específica de
conocimiento en la comprensión global del fenómeno Mochica.
Otro aspecto que ha caracterizado a los programas de investigación que se han
realizado en la costa norte en esta tercera fase ha sido el carácter formativo que
han tenido para una nueva generación de arqueólogos peruanos y extranjeros.
De diferentes maneras y en proporciones variadas, los grandes proyectos, por
su estabilidad y la complejidad de sus esquemas de investigación han acogido
grandes números de jóvenes estudiantes de arqueología de universidades del
Perú, Norteamérica y Europa. Esto, evidentemente, ha sido más posible en
los proyectos directamente vinculados con las instituciones de educación
superior, que en muchos casos se han constituido como escuelas de formación
de campo. Es interesante anotar cómo en el pasado este tipo de formación
solo se daba en el contexto de los proyectos extranjeros, y a ellos acudían
los estudiantes peruanos para lograr una experiencia práctica de campo.
No solo se ha revertido esta situación, sino que ahora los grandes proyectos
nacionales acogen a grandes números de jóvenes estudiantes e investigadores
extranjeros, tanto de pregrado como estudiantes que conducen programas
de investigación doctoral. A través de su participación en los proyectos de
investigación los estudiantes están encontrando las oportunidades que 187
requieren para el desarrollo de sus carreras de investigación, familiarizándose
Luis Jaime Castillo Butters

con métodos y técnicas de campo, estableciendo redes con jóvenes de otras


nacionalidades e iniciándose en una carrera profesional como investigadores
asociados a estos proyectos. Muchos de los que fueron estudiantes en este
contexto han iniciado o culminado estudios de maestría y doctorado en
universidades de todo el mundo.

3. 2. Conferencias y publicaciones
Es imposible que un campo de investigación avance si los resultados de los
programas de trabajo no son publicados a tiempo y de manera sustantiva,
si no existen espacios para que los diferentes investigadores puedan exponer
sus ideas y recibir críticas, recomendaciones o simplemente el apoyo de sus
pares. Las investigaciones que se hacen en la soledad de la biblioteca, para el
beneplácito exclusivo de quien las realiza, o las excavaciones que no producen
resultados públicos, en realidad no contribuyen al avance de la ciencia y
el conocimiento. Lamentablemente, en el Perú ha existido una tradición
muy nociva por la que los resultados de las investigaciones nunca se hacían
públicos, y muchos investigadores nunca compartían los resultados de sus
trabajos. Celo, temor a que sus ideas fueron plagiadas o tergiversadas, falta
de formación o disciplina, o simple holgazanería están entre las razones de
esta agrafia tan común entre los arqueólogos peruanos. Este no es el caso de
la arqueología Mochica, afortunadamente. En años recientes no solo hemos
visto cómo se multiplicaban las publicaciones, sino que se ha comenzado
a utilizar nuevos medios, como las publicaciones electrónicas para difundir
los resultados de las investigaciones de manera eficiente y rápida (ver por
ejemplo: http://www.huacadelaluna.org.pe, http://sanjosedemoro.pucp.
edu.pe). Asimismo, se ha vuelto una práctica común que los proyectos de
investigación compartan sus informes de campo, haciéndolos asequibles no
solo a los funcionarios públicos del Ministerio de Cultura, sino a los colegas y
a los estudiantes que verdaderamente los pueden aprovechar (ver por ejemplo:
http://www.mapageweb.umontreal.ca/chapdelc,http://individual.utoronto.
ca/eswenson/Ed-Webpage-pubs-and-courses.html, http://sanjosedemoro.
pucp.edu.pe/04i_informes.html).
Un conteo rápido de las publicaciones, tanto en libros como artículos, en
la primera fase nos da 157 títulos. Durante la segunda fase se publicaron
478 títulos y en la tercera fase se han publicado ya más de 1700 libros o
artículos. Esto quiere decir que no solo nuestro conocimiento respecto
188 a estas sociedades se ha incrementado, sino que también ha aumentado el
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

acceso a los resultados de las investigaciones. Estos números no nos deben


sorprender considerando que el número de proyectos y sitios investigados se
ha incrementado progresivamente.
Muchas de las publicaciones derivaron de grandes conferencias especializadas
en el tema de la arqueología Mochica, luego de pacientes procesos de
organización de los eventos y edición de las contribuciones. La primera de
estas conferencias fue precisamente la Mesa Redonda de Chiclín, al final de
la primera fase de la arqueología Mochica. Esta mesa redonda, sin embargo
quedó prácticamente inédita y de ella solo sabemos lo que Willey recogió
en una breve nota publicada en 1946. La siguiente conferencia sobre
arqueología Mochica fue, 47 años después, el Primer Coloquio sobre la
Cultura Moche organizada en Trujillo por Santiago Uceda, Ricardo Morales
y Elías Mujica en 1993, que culminó con la publicación del libro Moche
Propuestas y Perspectiva (Uceda & Mujica, 1994). En 1999 Joanne Pillsbury
organizó la siguiente gran conferencia Mochica en la Galería Nacional de
Arte, en Washington DC, que culminó con la publicación Moche Art and
Archaeology in Ancient Peru (Pillsbury, 2001); a esta siguió, el mismo año, el
Segundo Coloquio sobre la Cultura Moche, que culminó con la publicación
Moche, Hacia el Final del Milenio (Uceda & Mujica, 2003). En 2003 Steve
Bourget organizó en la Universidad de Texas la conferencia que culminó con
la publicación The Art and Archaeology of the Moche (Bourget & Jones, 2008).
En 2004 se llevaron a cabo dos conferencias sucesivas sobre la arqueología
Mochica. La primera, a cargo de Jeffrey Quilter (Dumbarton Oaks), Andrés
Álvarez Calderón (Museo Larco) y Luis Jaime Castillo (PUCP) se centró
en la indagación de la organización política Mochica y culminó con la
publicación New Perspectives on Moche Political Organization (Quilter &
Castillo, 2009). Pocos días antes de este evento Luis Jaime Castillo, Hélène
Bernier, Greg Lockard y Julio Rucabado organizaron la Primera Conferencia
Internacional de Jóvenes Investigadores de la Cultura Mochica, que culminó
con la publicación Arqueología Mochica, Nuevas Perspectivas (Castillo et al.,
2008). Es importante mencionar que este tipo de conferencia que culminó
con una publicación sustantiva ha tenido impacto en ámbitos cercanos como
la conferencia y publicación sobre la cultura Gallinazo, organizada por Jean-
François Millaire (Millaire & Morlion, 2009). La tradición y buena práctica
de reunir a investigadores en áreas afines y de permitirles presentar sus ideas
más recientes ante un auditorio especializado ha sido muy conveniente y ha
creado un sentido de comunidad académica. Quizá el más reciente esfuerzo 189
de este tipo fue la organización de una mesa redonda específicamente sobre
Luis Jaime Castillo Butters

el tema de la cronología Mochica, bajo el titulo «Times of Change, Changes


of Time, An Inquiry of Absolute and Relative Chronologies of the Moche
from Northern Peru». Esta tuvo lugar en Dumbarton Oaks, en noviembre
del 2011 y fue organizada por Joanne Pillsbury, Claude Chapdelaine y Luis
Jaime Castillo.

3. 3. Museos y exhibiciones
En los últimos 10 años, y como consecuencia de un renovado interés del
público a raíz, entre otras cosas, de los hallazgos realizados por los grandes
proyectos que se han mencionado anteriormente, así como de un cambio
de mentalidad de los arqueólogos ahora interesados en acercarse más a la
comunidad, se ha producido una verdadera transformación en los museos que
presentan materiales de la costa norte y en las exhibiciones que se organizan
alrededor de estos temas. El Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera, el
más antiguo de los museos Mochicas, ha sido recientemente renovado y
modernizado, y es hoy uno de los mejores museos de Lima, particularmente
en materia de la arqueología de la costa norte. Afortunadamente su director
ejecutivo, Andrés Álvarez Calderón y la curadora de colecciones y museóloga,
Ulla Holmquist han sabido mantener las peculiaridades de esta muestra, que
como se dijo fue la base de estudio de Rafael Larco. Aún es posible visitar
los depósitos donde se puede ver la inmensa colección de ceramios que le
permitieron a Larco aproximarse a esta sociedad. El Museo de las Tumbas
Reales de Sipán, en Lambayeque alberga los tesoros excavados en las tumbas
de Sipán y presenta los descubrimientos del equipo liderado por Walter Alva,
y se complementa con un nuevo Museo de Sitio en Sipán mismo, a cargo
de Luis Chero. En la misma región el Museo Nacional Brüning, a cargo de
Carlos Wester La Torre, El Museo de Sitio de Túcume, dirigido por Bernarda
Delgado, y el Museo Nacional de Sicán, liderado por Carlos Elera ofrecen la
posibilidad de apreciar el desarrollo de la cultura Lambayeque que sucedió
a los mochicas. Estos museos se han concebido como grandes centros de
investigación y no solo como depósitos de artefactos. En y desde ellos se está
produciendo una verdadera revolución en la arqueología de Lambayeque.
Adicionalmente, estos museos son la principal atracción de Chiclayo, y han
permitido que el turismo se convierta en esta región en uno de lo motores del
desarrollo sostenible. En el sitio de El Brujo se ha construido un museo de
sitio modernísimo, que presenta los hallazgos de 20 años de investigaciones
190
y en particular los restos y tesoros de la Señora de Cao. Finalmente, el
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

museo de sitio y complejo de investigación de las Huacas de Moche se ha


erigido en el más moderno de los museos de arqueología de la costa norte.
Este museo, diseñado por José Canziani y con el desarrollo museográfico
de Ulla Holmquist, ofrece un panorama integral de las investigaciones del
Proyecto Huaca de la Luna desde 1991, a través de una muestra que es
enteramente producto de las excavaciones arqueológicas. Últimamente la
arqueología de la costa norte está atrayendo la atención, incluso de museos
que previamente no mostraron ningún interés, y hasta un cierto desagrado,
por las culturas precolombinas. El Museo de Arte de Lima ha organizado
de manera prácticamente sucesiva dos exhibiciones cuyos temas han sido la
arqueología de la costa norte: en 2009-2010 la exhibición «De Cupisnique a
los Incas. El Arte del Valle de Jequetepeque», curado por Cecilia Pardo y Luis
Jaime Castillo, en base a la Colección Rodríguez Razetto (Castillo & Pardo,
2009), y en 2011-2012 la muestra «Modelando el Mundo. Imágenes de la
Arquitectura Precolombina», curado por Pardo, Castillo y los arquitectos
José Canziani y Paulo Dam (Pardo, 2011). Incluso, desde hace varios años
existe en el Cusco una sede del Museo Larco dedicado exclusivamente al arte
precolombino.

Conclusiones
En este capítulo he tratado de brindar un recuento resumido del desarrollo de
la arqueología Mochica en sus tres fases. Muchos detalles de esta historia, sin
embargo, requerirían del lector una revisión de las fuentes que se citan para
lograr una comprensión cabal de cómo fueron evolucionando nuestras ideas
con respecto a esta sociedad precolombina. Como se dijo en la introducción,
la evolución de la arqueología Mochica no solo ha significado un avance
cuantitativo de nuestro conocimiento, que en los últimos años ha sido de
carácter exponencial, sino se ha transformado cualitativamente nuestra
comprensión de esta sociedad y las bases paradigmáticas a partir de las cuales
creamos nuestras imágenes sobre esta sociedad. Creo que, en este momento,
el principal aporte de la Arqueología al estudio de la sociedad Mochica, o
para este efecto de cualquier otra sociedad antigua, es el que nos hayamos
percatado que se trata de fenómenos mucho más complejos, menos unitarios
y centralizados de lo que antes habíamos asumido. Así, nuestra percepción
esencial de los mochicas ha cambiado, puesto que donde veíamos un origen
único desde un centro de irradiación cultural hoy vemos múltiples procesos
191
de desarrollo y convergencia que afirman las relaciones de los mochicas con
Luis Jaime Castillo Butters

sus ancestros cupisniques, salinar y virú; donde veíamos una sola sociedad,
hoy vemos a muchas; donde antes pensábamos que existía una única línea de
evolución, hoy vemos una multitud de diferentes caminos que se entrecruzan
y complementan; donde veíamos a una sociedad aislada de los fenómenos
que ocurrían a la vez en otras regiones de los Andes, ahora vemos a una
sociedad que se integró de manera selectiva.
Hoy asumimos, por ejemplo, que los mochicas nunca fueron un estado
centralizado, con una capital o una administración central, y ciertamente no
fueron un imperio. Más bien, recientes investigaciones revelan cómo entre los
años 200 y 850 d. C. muchas entidades políticas Mochicas coexistieron en la
costa norte, de una manera análoga a decenas de ciudades estados Mayas que
se desarrollaron en Mesoamérica en la misma época. Las sociedades Mochicas
parecen haberse organizado en dos grandes grupos regionales, uno al norte y
el otro al sur, y tuvieron diferentes tamaños y configuraciones. Mientras que
en la región Mochica norte (Castillo & Donnan, 1994b) parecen haber sido
pequeños estados locales, en la región Mochica sur parece ser que estos estados
locales tempranos se congregaron para formar un estado regional con sede en
las Huacas de Moche. Desde este centro, alrededor de los años 450 y 650
d. C. se expandieron, conquistando territorios al sur y norte. Por un tiempo,
cuando abandonamos la noción de un solo estado Mochica centralizado,
asumimos que cada valle contuvo una unidad política, pero ahora parece más
plausible que más de una entidad política se desarrolló en los grandes valles de
la costa norte. Económicamente algunos estados Mochicas se especializaron
en la explotación de recursos costeros, otros estaban más dedicados a la
agricultura, otros parecen haber controlado rutas estratégicas de comercio,
y mientras que unos estuvieron aislados de las sociedades y acontecimientos
de su tiempo, otros desarrollaron el comercio de larga distancia e intensas
relaciones internacionales con sociedades de la sierra. En las artes algunas
de las sociedades Mochicas se destacaron en la producción de cerámica,
mientras que otras produjeron artefactos de metal con formas y tecnologías
nunca antes vistas. La mayoría de sociedades Mochicas parecen haber sido
gobernadas por elites que manipularon símbolos religiosos comunes, sobre
todo relacionados con la ceremonia del Sacrificio, para lograr legitimidad y
poder, y entre ellas algunas parecen haber sido regidas por sacerdotisas de un
culto que incluía sacrificios humanos (DeMarrais et al., 1996). Para complicar
las cosas aún mas, es evidente que durante los 550 años de su existencia
192 los estados y sociedades Mochicas tuvieron mucho tiempo para cambiar y
110 años de arqueología Mochica: cambios paradigmáticos y nuevas perspectivas

reinventarse, para emerger de sus ancestros Virú y Cupisnique, para crecer en


base a grandes programas de irrigación y desarrollo de la tierra agrícola, para
confederarse en unidades más grandes, para hacer alianzas entre ellos o con
sociedades foráneas, para desbandarse o desaparecer. Por lo tanto, el mapa de
los mochicas fue rehecho muchas veces así como nuestras interpretaciones
acerca de esta sociedad.

Agradecimientos
A César Astuhuamán y Henry Tantaleán va mi agradecimiento por su
iniciativa que nos obligó a reflexionar sobre aspectos de nuestro quehacer
que muchas veces pasamos por alto, y a Dumbarton Oaks, el agradecimiento
por crear las condiciones para poder escribir en paz. Este capítulo se basa en
el curso sobre arqueología de la costa norte que dicto desde hace años en
la Universidad Católica. Mis estudiantes, particularmente Gabriel Prieto,
Carlos Rengifo, Ana Cecilia Mauricio, Luis Muro, Solsiré Cusicanqui,
Francesca Fernandini, con sus preguntas y contribuciones han permitido
que el curso se vaya enriqueciendo y que tome el camino hacia una reflexión
ontológica. Pero en esta reflexión en realidad ha sido un diálogo continuo
con mis colegas, quienes han sido fuente inagotable de buenas experiencia
y vivencias compartidas, particularmente Christopher B. Donnan, Donnan
McClelland, Santiago Uceda y Ricardo Morales, Jeffrey Quilter, Claude
Chapdelaine, Joanne Pillsbury, Krszysztof Makowski, Edward Swenson,
Michelle Koons, Greg Lockard, y nuestro nuevo doctor, Henry Gayoso.
Mónica, mi esposa, fue, en el asilamiento de Georgetown, casi la única
lectora de este texto y su correctora más escrupulosa. Va a ella dedicado con
mi agradecimiento y cariño.

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205
Teoría y método en la arqueología del Perú: primera mitad del siglo XX

Parte II

Teorías y métodos
arqueológicos en el Perú
del siglo XX

207
Jorge E. Silva S.

208
Teoría y método en la arqueología del Perú: primera mitad del siglo XX

Teoría y método en la arqueología del


Perú: primera mitad del siglo XX

Jorge E. Silva S.

Introducción
Para muchos, la década de 1850 marca la consolidación de la Arqueología
como ciencia en el mundo en la medida que para esa década existía un claro
entendimiento de los principios fundamentales de la estratificación geológica
y la evolución biológica. Como se recordará, a comienzos de la década de
1830 Charles Lyell (1875) publicó su emblemática contribución Principles of
Geology que, conjuntamente con sus investigaciones en torno al origen de la
tierra, sirvieron para que se le reconozca como «padre de la geología». A este
evento se agrega el opus magnum de Charles Darwin (1859) On the Origin
of Especies by Means of Natural Selection que por primera vez apareció para el
público un 24 de noviembre de 1859 en Londres y cuyos 2 500 ejemplares se
agotaron ese mismo día (Leakey & Lewin, 1977: 30).
Asignar a la arqueología científica una fecha y lugar de nacimiento supone,
sin embargo, más de una complicación; veamos algunos ejemplos. En 1784,
Thomas Jefferson hizo excavaciones arqueológicas en los túmulos funerarios
de Virginia, y de acuerdo a Willey & Sabloff (1974: 36) sus estudios se
basaron en la premisa que
… la arqueología debe llevarse a cabo partiendo de problemas,
realizando excavaciones, presentando los datos, y respondiendo a
209
preguntas…
Jorge E. Silva S.

Tales investigaciones tienen un gran significado si tomamos en cuenta que no


existía Arqueología como ciencia en EE.UU. en el siglo XVIII.
Es también relevante ese trabajo pues identificó la estratificación cultural a
partir de los restos documentados en la trinchera hecha por el citado tercer
presidente de EE.UU., más aún si el propio Jefferson señaló que «… la
excavación se hizo no para encontrar objetos, sino para resolver un problema
arqueológico» (Willey & Sabloff, 1974: 37). Sin embargo, a pesar que
Jefferson es por muchos considerado el «padre de la arqueología de EE.UU.»,
Willey y Sabloff tienen la precaución de advertir que Jefferson es una gota
de agua en el desierto habida cuenta que para la década de 1840 en EE.UU.
aún no había surgido la Arqueología. Por otro lado, admitieron que debieron
transcurrir varios años antes que los aportes de Ch. Lyell fueran aprovechados
en EE.UU. en beneficio de las excavaciones arqueológicas.
Por otra parte, a pesar que los estudios de Lyell tuvieron amplia difusión en la
década de 1840 en Europa, M. Wheeler (1961: 15) hizo hincapié en el hecho
que una serie de excavaciones realizadas en esa década en Inglaterra ignoraron
la aplicación de los dos principios más fundamentales de la estratificación.
Es el caso de las excavaciones hechas en agosto de 1844 en el cerro Kent,
valle de Maidstone, el cual contenía restos romanos. Wheeler lo calificó de
una «excursión-picnic» antes que una excavación propiamente hablando
en la medida que quienes participaron en esas excavaciones declararon en
diciembre de 1852 para Gentleman’s Magazine:
… pero nosotros, que no éramos excavadores en absoluto, hicimos lo
que mejor pudimos para entretenernos a la mayor satisfacción de todo
el grupo… Nos ingeniamos para pasar el rato, en los intervalos entre la
excavación y el picnic, con juegos de diversos tipos… y en otras clases
de entretenimientos… (Wheeler, 1961: 15).
En contraste, el citado autor remarcó la aislada contribución de Meadows
Taylor, un oficial del ejército británico destacado en India central, quien en
1851 condujo excavaciones arqueológicas en sitios funerarios del centro y
sur de la India aplicando los principios fundamentales del método científico.
Wheeler lamenta, sin embargo, que la arqueología británica en la India no
se hizo eco de las experiencias metodológicas, serias, del citado funcionario
británico.
Por lo brevemente expuesto no es pues sencillo señalar una fecha o lugar para
210 todo el mundo. El Perú muestra también esta problemática y mientras que
Teoría y método en la arqueología del Perú: primera mitad del siglo XX

para unos fue M. Uhle el fundador, para otros fue J. C. Tello. Personalmente
asigno ese mérito a ambos pues partimos de la noción que la ciencia
arqueológica se consolidó como resultado de un continuum. De manera que,
para los efectos de este capítulo, nos avocaremos a trazar aquellos hechos que
se relacionan con las bases teóricas y metodológicas de la ciencia arqueológica,
procurando a la vez insertarla en el surgimiento y desarrollo de la antropología
en términos globales, en particular para ese período entre fines del siglo XIX
y la década de 1950.

1. Reflejos europeos, estadounidenses y peruanos


Si bien el punto inicial de la arqueología científica en el Perú se asocia al
investigador alemán Max Uhle, debemos situar ese hecho también a la sombra
de más de un impulso, en la medida que anglosajones y franceses habían
recuperado a lo largo del siglo XIX una importante información sobre el
hombre antediluviano y sobre costumbres extrañas y exóticas de numerosos
pueblos del lejano oriente y el hemisferio sur, incluyendo Perú, México y
Centro América.
En esa segunda mitad del siglo XIX se consolidaba también en Europa la
antropología al definir su espacio frente a la biología, la historia y la geología
entre otras disciplinas. A su acentuado etnocentrismo destacará igualmente
su visión generalizadora basada en el evolucionismo lineal, su interés por
reliquias y monumentos espectaculares, y el manejo de una terminología o
conceptos entre los que destaca la acepción o vocablo cultura. Por esos años
ya se había difundido el esquema de L. Morgan quien publicó en Nueva
York su monumental investigación titulada Ancient Society (1877) en la que
describe los tres principales estadios de evolución: Salvajismo, Barbarie y
Civilización, asignando el Tawantinsuyo a la etapa superior de la Barbarie.
De manera pues que cuando M. Uhle llegó al Perú al promediar la segunda
mitad de la última década del siglo XIX, como enviado especial del Museo
Etnográfico de Berlín, dirigido entonces por A. Bastian, introdujo con pleno
conocimiento de causa los principios fundamentales de la Arqueología como
ciencia en el Perú y según J. Rowe (1954) también en América. Como se
recordará, el citado investigador (Rowe, 1954) publicó en la década de 1950
un detallado estudio sobre la vida y la obra de M. Uhle. Al aplicar el método
estratigráfico y la noción de la cultura en sus primeras aproximaciones al
pasado del antiguo Perú, Uhle volcó igualmente en la práctica las bases teóricas 211
Jorge E. Silva S.

y metodológicas que caracterizaban a la arqueología de Europa occidental de


ese entonces.
Resulta difícil admitir que Uhle estuvo al margen de los lineamientos teóricos
que se pregonaban, o de los debates que existían. Advertimos, sin embargo,
que a través de sus estudios se desprende una preocupación fundamental que
se relaciona particularmente con la cronología y, a partir del estudio de los
restos, admitió y propuso que «los tipos pueden cambiar» (Willey & Sabloff,
1974: 80). Estos conceptos, de acuerdo a sus biógrafos, derivaron de su
cercana relación académica con Flinders Petrie quien defendió la idea según
la cual era posible esbozar los llamados micro cambios culturales.
M. Uhle, no solamente aplicó el método estratigráfico en sus excavaciones,
sino también pudo discriminar superposiciones de diversas clases de artefactos
y construcciones que le sirvieron de soporte para formular la existencia de
culturas que se sucedieron en el tiempo, las cuales fueron ordenadas en una
columna tomando en cuenta la posición estratigráfica de los materiales, las
mismas que se relacionaron con las características expresadas en los estilos
alfareros y arquitectónicos. Como resultado, logró plantear la ocurrencia de
lo que más tarde se conocerá con el nombre de culturas arqueológicas y
horizontes estilísticos que aparecen descritos en su esquema de desarrollo
cultural que comprende Imperio Inka (dividido en Histórico y Legendario),
Culturas Locales, Estilos Epígonales derivados de Tiahuanaco, Cultura
Tiahuanaco, Culturas Protoides del Litoral y Pescadores Primitivos de la Costa.
Seguramente fiel a su formación teórica, defendió la concepción según la
cual existe un centro y una periferia, la primera como creadora y la segunda
como receptora. Esta idea que también conocemos como difusionismo,
que predominó en la arqueología de la primera mitad del siglo XX, fue
compartida por más de un antropólogo contemporáneo de Uhle, entre ellos
F. Boas, que no necesariamente aceptaban el evolucionismo lineal de Morgan.
Por otro lado, el Director del Museo Etnográfico de Berlín era nada menos
que A. Bastian quien, según R. Lowie (1981 [1946]), tenía un pensamiento
controvertido sobre la práctica antropológica de aquellos años.
Bastian se resistía al evolucionismo de Darwin con el argumento que nadie
había visto «un caso de cambio de una especie en otra» (Lowie, 1981 [1946]:
45). Fue pues un empirista, si se quiere extremo, pues «el deber primordial…
era el de recoger datos» (Lowie, 1981 [1946]: 48), aunque a la vez que creía
212 en la difusión, aceptaba la invención independiente.
Teoría y método en la arqueología del Perú: primera mitad del siglo XX

No queremos afirmar que Uhle acogió literalmente sus concepciones teóricas,


pero pudieron motivarlo de alguna manera, sobre todo en la necesidad de
recopilar y acumular datos. Por su parte, Willey & Sabloff (1974: 74) lo sitúan
en la etapa Descriptiva Clasificatoria (1850-1914) de la ciencia arqueológica
para América del Norte, y a pesar de su extremado difusionismo, Willey y
Sabloff reconocen que, juntamente con otros investigadores de fines del siglo
XIX, contribuyeron a forjar una nueva era en la Arqueología de América.
Los trabajos de Uhle en el Perú fueron, sin embargo, de carácter solitario y
a pesar de aquella memorable aseveración «el pueblo que estudia y conserva
su pasado se honra a sí mismo», no invirtió tiempo en tareas académicas y
formación de arqueólogos peruanos de manera que se formen cuadros de
profesionales dedicados a continuar sus estudios luego que partiera del Perú en
1912 para trasladarse a Chile primero y al Ecuador después. Permaneció en este
último país hasta 1933 antes de regresar a Alemania. Al respecto, P. Kaulicke
(1998) publicó una amplia revisión de las investigaciones arqueológicas de M.
Uhle en el territorio peruano, y puso de relieve la preocupación de Uhle por
aplicar la «estratigrafía horizontal» (Kaulicke, 1998: 29) en un esfuerzo por
entender la distribución espacial de los entierros. Por eso, sugiere profundizar
la lectura sobre la obra de Uhle para conocerlo mejor y despolitizarlo, de
suerte que se produzca «un encuentro más directo» con sus investigaciones
(Kaulicke, 1998: 33 y también ver Kaulicke en este volumen).
Revisando otros análisis sobre los estudios de M. Uhle en el Perú recogemos
visiones no siempre coincidentes con lo comentado en el párrafo que
antecede aunque se reconoce su postura científica. D. Morales (1993: 17),
por ejemplo, al compararlo con J. C. Tello asevera que mientras el primero
aplicó «estratigrafía vertical», Tello es «precursor de la estratigrafía horizontal»
y precisamente por eso visualizó a Chavín desde el principio como una
cultura. Igualmente, agrega Morales (1993: 17) que M. Uhle:
fue partidario de una arqueología de sitio para buscar el ordenamiento
cronológico de los tipos y estilos en fases y períodos, escuela que será
continuada por arqueólogos norteamericanos y peruanos a la muerte
de Tello.
A la contribución de Uhle se agrega la que se conoce como la tradición
boasiana de la que derivaron algunos nombres o corrientes que se llaman
a veces culturalismo, método histórico directo, histórico cultural, que se
asignan al período Histórico Clasificatorio (1914-1940) de Willey & Sabloff 213
(1974). Aunque con evidentes elementos teóricos y metodológicos europeos,
Jorge E. Silva S.

la antropología delineó su propio rumbo en América del Norte destacando


entre algunos de sus principales mentores a Franz Boas.
Esa base teórica y metodológica se aplicó tanto en México como en el Perú
a lo largo de la primera mitad del siglo XX, situación que prosigue hasta
el presente bajo otros postulados y corrientes de pensamiento. Esa postura
teórica que se suele resumir en la frase «escuela americana» predominó en la
investigación de las antiguas culturas de América y en particular del territorio
peruano, pero no fue la única pues convivió con la propuesta de J. C. Tello y
la lejana, pero no menos importante, perspectiva derivada de los postulados
de G. Childe en torno al surgimiento de la civilización formulados a partir de
datos arqueológicos procedentes del Cercano Oriente y Europa.
La «escuela americana» sentó sus reales en el Perú y, aunque no lo admitamos,
su sombra nos alcanza a todos, a unos más que a otros (ver por ejemplo
Lumbreras, 1974; Morales, 1993). Se la conoce también por la denominación
«reconstrucción histórico-cultural» (Sharer & Ashmore, 1980: 478) y se
asocia a la concepción normativa de la cultura y la estrategia inductiva de la
investigación impulsada por Boas en respuesta a la visión generalizadora del
evolucionismo lineal que defendía una perspectiva deductiva. Boas proponía
recoger los restos primero y desarrollar modelos e interpretaciones luego de
someterlos a los análisis correspondientes. Esta aproximación recibe también
el nombre de «empirismo histórico» o «particularismo histórico».
Al desarrollarse esta tendencia en América no se disponía de un armazón
cronológico, ni siquiera preliminar de la era precolombina, y ante la resistencia
por aceptar la del Viejo Mundo la alternativa entre otras fue primero
recuperar el «dato duro» o plenamente convincente, mediante exploraciones
y/o excavaciones, en base al cual se proceda a dar cuenta de los hechos de
la prehistoria. Esta tendencia es contemporánea también con la «revolución
estratigráfica» en América, separable en dos momentos importantes. El
primero se manifestó con las excavaciones de Uhle en Ancón, Bellavista,
Pachacamac, a fines del siglo XIX; el segundo con Manuel Gamio en México,
Nels Nelson primero y A. Kidder después en el suroeste de EE.UU. en las
primeras dos décadas del siglo XX. De manera pues que da la impresión que
tanto los alemanes como los avances en materia de técnicas de excavación en
Francia e Inglaterra, aunque algunos regionalistas podrían ser renuentes en
aceptarlo, ejercieron una saludable y temprana influencia en el nacimiento de
214 la arqueología científica en América.
Teoría y método en la arqueología del Perú: primera mitad del siglo XX

M. Gamio, como estudiante de Boas (judío alemán emigrado a EE.UU.),


excavó en Atzcapotzalco en 1911 justamente a instancias de Boas para
resolver un problema sobre la antigüedad de un estilo alfarero, que no era ni
Azteca, ni Teotihuacano, para lo cual debía aplicarse el método estratigráfico.
Para ese entonces se hallaba estudiando la misma zona Eduard Seler, un
alemán, que tenía especial interés en tipologías e iconografía. Gamio, a pesar
de su conocimiento del método estratigráfico excavó por niveles arbitrarios y
construyó una secuencia que retrocede al Pre Clásico en la cuenca de México
(Willey & Sabloff, 1974: 91).
Por su parte, Nelson también recibió entrenamiento en el método estratigráfico
bajo la sombra europea de Obermeier y Breuil quienes realizaban excavaciones
en cuevas paleolíticas de Francia y España. Previamente había participado en
excavaciones bajo la dirección de M. Uhle en los conchales de la bahía de
San Francisco. Es por eso que, al retornar de Europa, Nelson emprendió
excavaciones entre 1913 y 1915 en la cuenca de Galisteo, New México,
en donde aplicó aquellos frescos y renovadores procedimientos técnicos
aprendidos en el Viejo Mundo. A diferencia de Gamio, Nelson fue más allá y
aplicó la noción de la superposición natural de los estratos para identificarlos
y sus estudios sirvieron para proponer cronologías de alcance regional, antes
que de sitio. Por ello, ambos arqueólogos marcan un break point o punto de
quiebre en lo que a excavaciones en América del Norte se refiere.
Otro representante de esta corriente fue A. Kidder quien a comienzos del
siglo XX fue «sembrado» por su profesor o mentor Edgar Hewett junto con
otro estudiante en medio del desierto del SW de EE.UU. con la siguiente
directiva:
… Exploren esta región. Regresaré en seis semanas. Es mejor que se
consigan unos caballos (Sharer & Ashmore, 1980: 480).
Cierta o no esa aseveración, sirve para pensar cómo se realizan los proyectos
actualmente y, aunque no podemos generalizar, no siempre los estudiantes
tienen la suficiente flexibilidad aceptando situaciones o condiciones propias
del trabajo de campo, sobre todo en lo que concierne a las intensas caminatas
que necesariamente deben hacerse al explorar una zona, o el hecho de avenirse
a las carencias que normalmente existen cuando uno se encuentra en medio
de la nada, o en zonas alejadas de una población relativamente grande, con
servicios mínimos que no siempre satisfacen los estándares de quienes no son 215
de la localidad.
Jorge E. Silva S.

Pero Kidder no solo aprendió de esa experiencia (ver por ejemplo Willey &
Sabloff, 1974; Sharer & Ashmore, 1980), luego estuvo en Egipto en donde
participó en excavaciones estratigráficas con George Reisner, un egiptólogo
que utilizaba las técnicas más modernas en las excavaciones; ese conocimiento
fue aplicado después por A. Kidder en América. Sus estudios en el NE de
Arizona en 1914 le sirvieron para plantear la existencia de tradiciones culturales
separadas según la distribución diferenciada de los estilos arquitectónicos
y los tipos de artefactos. Por eso mismo, Kidder es reconocido por ser el
primero aplicando en gran escala el método estratigráfico en las excavaciones.
Su mayor contribución deriva de un largo proyecto, 1915-1929, en Pecos,
New México, en la medida que este lugar seguía habitado al llegar los
españoles a la zona tras el descubrimiento de América por C. Colón. Sus
objetivos consistieron en documentar una secuencia cultural con excavaciones
estratigráficamente controladas, y aplicando el «método histórico directo»
relacionaría los restos más recientes con los de los estratos más profundos.
Aquí nos encontramos ante el empleo de las analogías etnográficas en su
concepción pura o clásica, una cualidad de la arqueología de aquellos
tiempos. Esta estrategia la utilizó también en la floresta lluviosa del Petén en
Guatemala y en Chichen Itza o la árida Yucatán.
La aproximación histórico cultural previamente comentada nos permite
acceder, a pesar que no hemos agotado la bibliografía, a las premisas teóricas y
metodológicas de la arqueología de aquellas primeras cinco décadas del siglo
XX que fueron expuestas a fines de la década de 1950 por G. R. Willey & P.
Phillips (1975), y posteriormente por otros investigadores (ver por ejemplo
Willey & Sabloff, 1974; Sharer & Ashmore, 1980). Tomando en cuenta
dichas publicaciones y nuestra propia percepción ofrecemos seguidamente
los alcances de lo que se consideró fueron los fundamentos más notables del
método, la síntesis y la interpretación de la corriente Histórico Cultural.
En cuanto al método, este se distingue por el uso de la estrategia inductiva que
parte de la idea que luego de recoger los datos del sitio o zona seleccionada,
se optan por aquellos que permitan trazar secuencias temporales. En este
proceso, las tipologías y las seriaciones alfareras son fundamentales. Luego de
establecida la secuencia se prosigue con nuevas excavaciones para corroborar
y refinar la cronología previamente formulada. De esa manera se construyen
subdivisiones cronológicas llamadas complejos para cada categoría de
artefactos (cerámica, líticos, etc.). Después se procedía a la correlación de
216
los complejos con lo cual se proponía la fase cultural correspondiente.
Teoría y método en la arqueología del Perú: primera mitad del siglo XX

Ciertamente, en la medida que la cerámica cambia más rápidamente que la


arquitectura por ejemplo, entonces la cerámica fue la categoría principal que
se empleaba como criterio de primer orden para formular una cronología.
Todo esto basado también en la estratigrafía que permitía verificar una
secuencia tipológica. Es obvio que la situación se complicaba si no se lograba
recuperar muestras alfareras significativas.
La síntesis histórico cultural por su parte consiste en extender los resultados
logrados en un sitio a toda una región, para lo cual se repite el procedimiento.
Es decir, los nuevos datos que se recuperan se comparan con la secuencia
ya establecida permitiendo el ordenamiento cronológico de los sitios. De
este modo se identifican nuevos tipos y complejos que igualmente deberán
ordenarse en la columna cronológica que se definió anticipadamente. Por este
medio es posible también situar en el tiempo y en la región los tipos y los
complejos identificados creándose lo que se llama la «trama espacio-temporal»
(Sharer & Ashmore, 1980: 486). En última instancia lo que se logra es definir
el área cultural (que se propuso mediante semejanzas culturales sobre una
región luego de estudios etnográficos).
Por otro lado, en la medida que se construían secuencias fue necesario contar
con una terminología. Por eso, se incorporaron los vocablos de horizonte,
tradición, co tradición. Basados en estos conceptos, Willey & Phillips
(1975) propusieron en 1958 un cuadro de síntesis histórico cultural dividido
en Lítico, Arcaico, Formativo, Clásico y Post Clásico. En el caso peruano
los dos últimos fueron reemplazados por otros términos en la secuencia que
propuso Lumbreras (1969b) a fines de la década de 1960.
La interpretación histórico cultural, a su vez, adopta carácter descriptivo,
no explicativo, tomando en cuenta el culturalismo o la visión normativa de
la cultura. Esta corriente identifica y describe las variables que intervienen
en el cambio cultural mas no intenta describir las interrelaciones entre las
variables o identificar las causas concretas del cambio. Al mostrar orientación
diacrónica, los modelos interpretativos priorizaban estabilidad cultural o,
ausencia de cambios, a través del tiempo. En cualquier caso, o se explicaban
los cambios por la propia dinámica evolutiva de la cultura (invención,
revivalismo, variación inevitable, selección cultural, cultural drift), o factores
externos (difusión, migración, invasión, conquista, comercio, o ambientales).
En lo que corresponde al caso peruano a lo largo de casi toda la primera mitad
del siglo XX se construyeron cuadros de desarrollo cultural y, al esquema 217
cronológico de M. Uhle, se añadieron otros desde la cantera «americana»
Jorge E. Silva S.

basados en investigaciones de campo emprendidas por A. Kroeber, W. C.


Bennett, W. D. Strong, y otros especialistas entre las décadas de 1920 y 1940,
destacando entre otros esfuerzos la síntesis de A. Kroeber (1944) sobre la
arqueología en el Perú. Ciertamente las décadas de 1940 y 1950 marcan
logros significativos para el conocimiento del antiguo Perú, sobre todo en
el ordenamiento temporal de las culturas prehispánicas. A este se agregan el
descubrimiento del Radio Carbono 14 en 1949 por W. Libby, y los aportes
iniciales en torno al análisis de los patrones de poblamiento prehistórico en
la costa norte del Perú por G. R. Willey (1953). En relación a estos temas E.
Lanning (1967: 21) manifestó lo siguiente:
… En 1946, el Instituto de Investigación Andina envió nuevamente al
Perú varios arqueólogos para que concentren sus esfuerzos en el valle de
Virú, costa norte. Este proyecto tuvo numerosos resultados importantes.
Propició el descubrimiento y excavación de los primeros asentamientos
precerámicos identificados en el Perú. Por primera vez se exploró total
y sistemáticamente un valle para conocer su historia cultural. Algunos
años después, permitió determinar las primeras fechas radiocarbónicas
para el Perú. Sin embargo, posiblemente su aporte más importante
fue la publicación de la historia sobre patrones de poblamiento en el
valle de Virú de Gordon R. Willey. Este libro cambió el curso de la
investigación de la prehistoria peruana. Antes del Proyecto Valle de
Virú, la arqueología peruana se concentró preponderantemente en la
elaboración de cronologías alfareras y la excavación de algunos sitios
seleccionados. Willey trazó la historia de los asentamientos humanos
en el valle de Virú relacionándolos con el entorno ambiental, el
crecimiento poblacional, la guerra, las interrelaciones con valles
vecinos, sus necesidades agrícolas y el desarrollo de los sistemas de
cultivo y otros hechos históricos y ambientales. En otras palabras,
intentó estudiar totalmente la historia cultural del valle al interior de
su escenario geográfico…
Agrega E. Lanning que el citado proyecto no solamente incrementó el
conocimiento sino también inspiró la presentación de los datos en estadios
de desarrollo destacando el esquema de W. D. Strong (1948) dividido en
Imperial, Fusión, Floreciente, Formativo, Evolutivo, Pre-Agrícola. A su vez J.
H. Steward (1948) propuso una secuencia compuesta por Conquista, Imperio,
Floreciente Regional, Formativo Regional, Desarrollo Básico Inter-Áreas,
218 Inicios de la Agricultura, Pre-Agrícola. Por su parte, W. C. Bennett & J. Bird
(1949) plantearon una secuencia dividida en Imperialistas, Constructores de
Teoría y método en la arqueología del Perú: primera mitad del siglo XX

Ciudades, Expansionistas, Maestros Artesanos, Experimentadores, Cultistas,


Agricultores Tempranos. No podemos dejar de mencionar en este contexto la
secuencia de R. Larco (1948) a partir de sus investigaciones en la costa norte
dividida en Precerámico, Inicial de la Cerámica, Evolutivo, Auge, Fusional,
Imperial, Conquista.
Con los aportes del Radio Carbono 14 y los nuevos datos arqueológicos
recuperados en las décadas de 1950 y 1960, dichas secuencias fueron
modificadas al añadirse otras denominaciones. G. H. S. Bushnell (1956)
acogió el cuadro de Bennett y Bird pero cambió el nombre de Maestros
Artesanos por Clásico, y antecediendo a Agricultores Tempranos propuso el
de Período de Cazadores Tempranos. Años después el propio Bushnell (1963)
amplió dicho esquema e incluyó los nombres Clásico y Post Clásico con el
propósito de homogeneizar y correlacionarla con Mesoamérica.
En 1957 J. A. Mason incorporó a su esquema denominaciones de W. D.
Strong y W. C. Bennett y delineó un cuadro que comprende Agrícola
Temprano, Formativo, Cultista, Experimental, Floreciente, Expansionista,
Urbanista, Imperialista. Dos años después, en 1959, J. Steward & L. Faron
dividieron la cronología para los Andes Centrales en Cazadores, Recolectores
y Pescadores, Agricultura Incipiente, Formativo (estados teocráticos), Estados
Regionales (Diferenciado), Estados Regionales (Floreciente), Conquistas
Cíclicas, Imperio Inca.
En 1956 J. H. Rowe (1960; 1962) hizo una primera revisión de los cuadros
basados en estadios de desarrollo; más tarde, E. Lanning (1967) planteó
también sus cuestionamientos en torno a ese tema. La observación más
relevante consistió en que no siempre los hechos sociopolíticos se producen
simultáneamente y con la misma magnitud en todas las regiones. En
consecuencia, Rowe propuso un esquema que sirva principalmente para
ubicar la alfarería en una columna cronológica, sin considerar aspectos
evolutivos o de evolución sociopolítica, por lo que planteó una secuencia que
comprende dos grandes estadios, Prealfarero y Alfarero. El segundo lo dividió
en Período Inicial, Horizonte Temprano, Intermedio Temprano, Horizonte
Medio, Intermedio Tardío, Horizonte Tardío.
En cuanto al esquema previamente descrito, Ravines (1970: 21) remarcó que
en las décadas de 1940 y 1950 «el aporte peruano» fue significativo en la
construcción de cronologías, con las propuestas hechas primero en la Mesa
Redonda de Chiclín de agosto de 1946, en la que intervino activamente R. 219
Larco, prosiguiendo en Lima en la Primera Mesa Redonda de 1953, en la
Jorge E. Silva S.

Mesa Redonda de Ciencias Antropológicas en enero de 1958, la Segunda


Mesa Redonda como parte del II Congreso Nacional de Historia del Perú,
Época Prehispánica, en agosto de ese mismo año, y la Quinta Mesa Redonda
realizada en el marco de la Semana de Arqueología Peruana, 9-14 de
noviembre de 1959, y organizada por el Instituto de Etnología y Arqueología
de la Universidad de San Marcos. Agrega Ravines que fue precisamente
en la reunión de la Segunda Mesa Redonda, Época Prehispánica, del año
1958, que se expuso el esquema de Rowe el mismo que apareció publicado
definitivamente en 1962 con precisiones concretas, en particular con fechas
estimadas (Rowe, 1962).
A mediados de la década de 1960 Lumbreras (1969a; 1969b) expresó sus
reparos a la secuencia de J. Rowe y sostuvo que:
… Rowe, lamentablemente, en su afán de desvirtuar al evolucionismo
como realidad consecuente de los datos que la arqueología proporciona,
confunde el reconocimiento del proceso —los cambios sociales— con
el método operacional de establecimiento de una secuencia. Quiere
demostrar que el problema central de la Arqueología es el de establecer
secuencias temporales y pretende que los evolucionistas buscan eso a
través de la formulación de los «stages… (Lumbreras, 1969a: 148).
Por eso, alternativamente desarrolló una secuencia que se inicia en Lítico,
Arcaico, Formativo, Desarrollo Regional, Imperio Wari, Estados Regionales,
Imperio Tawantinsuyu.
En realidad, ambos cuadros de desarrollo cultural, el de J. Rowe y el de
Lumbreras, son los que hoy se utilizan como marcos de referencia temporal.
Fueron diseñados particularmente para el territorio peruano y, si bien,
cumplen su cometido en lo que al Perú atañe, no se aplican para los países
vecinos pues estos cuentan también con sus respectivas periodificaciones
culturales.
Este análisis sería, sin embargo, incompleto si investigadores como M.
Wheeler, K. Kenyon, G. Childe fueran ignorados. En efecto, es innegable que
en cuanto a nuestra generación se refiere, a riesgo de convertir este comentario
en un testimonio muy personal, los citados autores fueron lectura obligada
en el proceso de formación profesional que se siguió en la Universidad de
San Marcos a fines de la década de 1960 y comienzos de la década de 1970
y cada quien desarrolló sus propias ideas y preferencias hacia alguno de estos
220 investigadores.
Teoría y método en la arqueología del Perú: primera mitad del siglo XX

Es así que M. Wheeler fue percibido como el arqueólogo preocupado sobre


todo por el registro sistemático de los restos, desde una posición inductiva.
En su clásico libro sobre métodos de campo, originalmente publicado en
1954, aseveró que «el principio vital» de la arqueología es «la extracción de las
pruebas más que su interpretación» (Wheeler, 1961: 13). De modo pues que
no es casual que el citado investigador afirmara metafóricamente que dicha
obra tenía «sabor terroso, no apto para manos oficinescas» (Wheeler, 1961:
7). Por eso mismo, no se podía desconocer el método Wheeler-Kenyon y el
registro tridimensional en una excavación, sistema aplicado en las décadas
de 1920 y 1930 en el Cercano Oriente. Como se recordará, más tarde, en la
década de 1970, otro anglosajón, E. M. Harris (1979), introdujo la llamada
Matriz Harris.
Por su parte, K. Kenyon (1962) una arqueóloga dedicada al estudio de las
antiguas culturas de Inglaterra y el Cercano Oriente afirmaba en 1952 que no
se trata simplemente de desempolvar pueblos perdidos en puntos recónditos
de la tierra, sino más bien de visualizar al ser humano y la sociedad detrás
de los objetos que se desentierran. Pero más importante aún aseveraba que
«rara vez se obtiene información completa si antes no se excava» (Kenyon,
1962: 15). De manera que, al igual que Wheeler, anteponía la recuperación
de los datos a la interpretación, y enfatizaba que ninguna lectura sustituye a
la experiencia misma de excavar.
En cambio V. G. Childe fue leído particularmente por sus propuestas en torno
a los procesos involucrados en la evolución social. A pesar que su esquema
basado en los tres estadios de desarrollo de L. H. Morgan (1877), ampliamente
descrito en 1936 en su libro Orígenes de la Civilización (título orginal: Man
makes himself), no apareció mencionado en sus posteriores estudios, sus tesis
sobre el origen de la agricultura, la revolución neolítica, la revolución urbana,
el surgimiento del Estado y la ciudad sirvieron para mantener y enriquecer el
debate en torno a los mecanismos que propiciaron la evolución sociopolítica
en diversos puntos del mundo, incluyendo los Andes Centrales.
Pero el aporte de Childe no se limitó a la argumentación y el debate teórico
sobre el surgimiento y desarrollo de la civilización en el Viejo Mundo,
sino también en el manejo de una terminología para el adecuado manejo
y tratamiento de los vestigios. En la medida que no es posible ofrecer una
completa discusión sobre el tema en mención, es suficiente revisar dos
textos que considero fundamentales, Piecing Together the Past (1958 [1956])
221
y A short Introduction to Archaeology (1982 [1956]). El primero identifica
Jorge E. Silva S.

plenamente al autor y su concepción sobre lo que debe hacer la Arqueología.


En tal sentido, deben destacarse términos tales como asociación, contexto,
testimonio arqueológico, corología, tipo fósil, y otros que todo arqueólogo
conoce y aplica en su cotidiano trajinar por el pasado.
Es indudable que paralelo a esta incompleta imagen se perfiló lo que la
mayoría de peruanistas identifican como el pensamiento de J. C. Tello,
que lo distancia particularmente de los planteamientos de M. Uhle. Pero
su concepción teórica y su contribución van más allá de esas diferencias. A
su formación de médico en la Universidad de San Marcos logrado a partir
de investigaciones sobre patologías en el Perú prehispánico, se agregó la que
recibió en la Universidad de Harvard en virtud de una beca concedida por
el gobierno de A. B. Leguía obteniendo el grado de Master en la especialidad
de Antropología de dicha universidad en junio de 1911. De manera que
desde 1908, año en que presentó su tesis de Bachiller sobre la sífilis en el
antiguo Perú, y acceder al grado de médico cirujano, en 1909, en la Facultad
de Medicina de San Marcos hasta poco antes de su muerte en 1947, J. C.
Tello volcó todas sus energías a la investigación arqueológica de las antiguas
culturas peruanas.
¿Cuál o cuáles fueron las bases teóricas que perfilaron la formación
antropológica de J. C. Tello? ¿Qué propuestas defendió? ¿Cómo impactó
su trabajo en la sociedad peruana y en la arqueología peruana? Una somera
revisión de lo que se ha escrito sobre J. C. Tello revela más de una lectura. Es
natural que quizá todos remarquen su posición monogenista, indigenista y
autoctonista con respecto al surgimiento y desarrollo de la civilización andina.
Kauffmann (1980: 147), por ejemplo, lo presenta como un «obstinado
auctoctonista» que dejaba traslucir un evidente «sentimiento nacional o
patriótico» en sus interpretaciones.
En cambio Lumbreras (1976: 8) hizo hincapié en el hecho que «su incansable
investigación lo convirtió en una figura popular y legendaria» que a nadie
sorprendía cuando se descubría un nuevo lugar y se exclamaba que «ni
siquiera Tello estuvo aquí». El citado autor nos ofrece más de una referencia
sobre J. C. Tello, por ejemplo en 1972 ubica a Tello, conjuntamente con L.
E. Valcárcel, como los protagonistas fundamentales en el desarrollo de la
Arqueología y la Etnología y, a la vez, reconoce también la contribución de
J. C. Muelle, R. Larco, P. E. Villar Córdova, Rebeca Carrión Cachot, Toribio
Mejía Xesspe, Julio Espejo Núñez, Manuel Chávez Ballón (Lumbreras,
222
1974: 142).
Teoría y método en la arqueología del Perú: primera mitad del siglo XX

Ese mismo año, junio de 1972, con motivo de un homenaje a J. C. Tello,


Lumbreras (1974: 156) lo situó en una etapa en la que surgió la ciencia social en
el Perú asociada en un primer momento al desarrollo del pensamiento político
sobre la realidad peruana. En efecto, en la década de 1920 se fundaron en el
Perú el partido Socialista por J. C. Mariátegui y el APRA por V. R. Haya de La
Torre. La repercusión de los estudios de J. C. Tello en la sociedad peruana de
ese entonces tuvo significativo impacto en la medida que el APRA incorporó
a su parafernalia política la figura de una falcónida del centro ceremonial de
Chavín de Huántar (Lumbreras, 1974: 159). Al respecto, esa figura, el Dios
de los Báculos o Estela Raimondi, aparecía como solapera en el ojal del saco
de los militantes del citado partido allá por la década de 1950 (Marcos Yauri
Montero, comunicación personal, octubre de 2011).
Pero la década de 1920 se relaciona también con el Oncenio de Leguía (1919-
1930) cuyo lema Patria Nueva no fue sino un proceso en el que el Perú pasó
a depender cada vez más de la esfera de influencia de EE.UU. En aquellos
tiempos, además de Tello, figuran también otros pensadores y académicos
como L. A. Sánchez, y poco después J. Basadre, R. Porras. Según Lumbreras
(1974: 157) «la arqueología de Tello fue una parte de la lucha de clases»
que se vivía en el Perú y mediante sus excavaciones demostró que el indio
marginado fue capaz de crear una civilización, con sus propios recursos, sin
ayuda externa.
Lumbreras (1974: 160, 161) lamenta a su vez que luego del fallecimiento de
Tello sus hipótesis no fueron cuestionadas, o más bien no tomadas en cuenta,
deviniendo la arqueología en el Perú a contribuciones individuales y aisladas
que priorizaron la cronología bajo una evidente presencia de arqueólogos de
EE.UU., algunos de los cuales reestudiaron los materiales que Uhle dejó,
y otros emprendieron diversos proyectos en la costa peruana arribando a
secuencias culturales que se generalizaron y aún utilizamos (Lumbreras, 1974:
162). Por eso mismo, el citado autor (Lumbreras, 1974: 134) asevera que la
Arqueología se desarrolló «a la manera norteamericana» orientada hacia la
investigación y la docencia muy distinta a la pregonada por J. C. Tello quien
ponía de relieve la creatividad del indio, defendía una arqueología que, según
lo aseverado en junio de 1972 por Lumbreras (1974: 164) tenía que ver con
la explicación del proceso histórico y que «Una arqueología así, social, fue
iniciada por Tello». Al respecto, en enero de 1972 Lumbreras (1974: 152)
afirmó que E. Choy inició en el Perú la arqueología social, inspirada por V. G. 223
Childe, y lo reconoció como uno de sus «maestros más queridos».
Jorge E. Silva S.

En un reciente artículo, Lumbreras (2006) remarca otra vez que J. C. Tello se


inserta en una etapa de la realidad peruana en la que el «problema del indio»
preocupaba a más de uno siendo la Arqueología la llamada a revertir la errada
idea sobre el indígena. Por eso, Lumbreras destaca el planteamiento de J. C.
Tello en la formación de museos que sirvan para educar antes que para deleitar.
Posición que sus contemporáneos no solamente no querían entender, sino
también combatieron. Posiblemente esas adversas circunstancias (Lumbreras,
2006: 214) lo impulsaron a materializar su viejo proyecto de fundación del
Museo de Arqueología y Etnología en la Universidad de San Marcos en 1919
y a promover políticas que en última instancia concluyeron con la Ley 6634
de Conservación de Monumentos Arqueológicos con fecha 13 de junio de
1929.
Daniel Morales identifica a Tello sobre todo como antropólogo a quien no
solamente le interesaba estudiar el pasado sino también el denominado Perú
profundo, desarrollando por eso un perspectiva reivindicadora en la que
relacionaba el medio ambiente y la cultura para lo cual «usa la etnología vigente,
costumbres, mitos, en analogía con la iconografía. Sustenta la continuidad de
la cultura andina, por eso habla de una cultura viva, sin hacer historia de
fases, tipos y estilos… Tello representa el nacionalismo de una arqueología
comprometida con el presente» (Morales, 1993: 19). Morales remarca por
otro lado que, después de la muerte de Tello, la arqueología en el Perú tomó
otros rumbos destacando la línea teórica de los arqueólogos estadounidenses
quienes en su mayoría priorizaron el «ordenamiento cronológico de los tipos
y estilos… en función a períodos de tiempo…» (Morales, 1993: 22).
Con motivo de la publicación del volumen sobre Paracas por el Museo
de Arqueología de la Universidad de San Marcos, C. Astuhuamán & R.
Dagget (2005) ofrecen una detallada revisión de la vida y obra de J. C. Tello
remarcando su protagonismo luego que se trasladó a Lima para continuar su
educación a partir del Cuarto de Primaria. Los citados autores ponen de relieve
el interés de Tello por el estudio de la cirugía precolombina en parte motivado
por circunstancias personales acaecidas en su niñez. De manera pues que sus
primeros análisis tratan sobre trepanaciones craneanas que sirvieron de base
para su tesis de bachiller en Medicina sustentada en 1908 en la Universidad de
San Marcos. Destacan además que, precisamente en esos primeros estudios,
se vislumbra lo que poco después será su tesis autoctonista (Astuhuamán &
Daggett, 2005: 16, 17). Ambos coinciden también con otros investigadores
al indicar que en EE.UU. consolidó su formación antropológica orientada a
temas óseos, linguísticos, museísticos, en tiempos que más de uno se hallaba
224
tras la búsqueda de ciudades y pueblos perdidos.
Teoría y método en la arqueología del Perú: primera mitad del siglo XX

Otros temas que Astuhuamán & Daggett (2005: 29, 30, 32) rescatan se
refieren a su interés para que los museos no sean simples repositorios de
objetos antiguos, sino más bien sirvan para educar y «fortalecer la identidad
nacional». Esa tarea fue de la mano con el dictado del curso de Arqueología
Centroamericana y Peruana en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas
de la Universidad de San Marcos, y su concepción sobre la misión de la
universidad cuyo objetivo último debería ser la formación de profesionales
que contribuyan a solucionar los problemas del país. Para ello se necesitaba
impulsar la investigación como uno de los pilares fundamentales del quehacer
universitario.
Recientemente, Burger (2009: 75) remarcó que hoy en día es imposible
imaginar una síntesis sobre el antiguo Perú ignorando su aporte sobre sitios
emblemáticos como Kotosh, Chavín, Sechín, Paracas, Huari, y por eso mismo
lamenta (Burger, 2009: 72) que en el siglo XXI ese aporte sea incomprendido
y quien sabe hasta considerado irrelevante cuanto más nos alejamos del área
andina.
J. C. Tello fundamentó sus interpretaciones en el «monogenismo entendido
como una especie de creación propia, nativa, en interacción con las
condiciones particulares de los Andes —al que llamó región geo-étnica— en
la medida que un solo grupo étnico predominó a lo largo de su territorio y a
través del tiempo. Por consiguiente, advirtió que las diferencias observadas en
los estilos alfareros no deben ser vistas como parte de culturas independientes
o exóticas» (Silva, 2000: 18).
¿Qué alcance teórico tuvo el monogenismo en tiempos de J. C. Tello? Una
somera revisión del término y su uso nos conduce a escenarios ligados al
surgimiento de la Antropología en el siglo XIX y la controversia suscitada entre
esta concepción y el poligenismo. Según Barnard (2006) el monogenismo
u origen único de la humanidad fue defendido por James C. Prichard, T.
Hodgkin, Sir T. F. Buxton. En cambio, R. Knox y luego J. Hunt abogaban
por más de un origen en términos biológicos. Hoy la paleontología humana
ha demostrado fehacientemente que la especie humana tiene un solo origen
en sentido biológico, siendo África cuna de la humanidad. Lo que existen son
culturas distintas y debemos asumir que J. C. Tello así lo entendió.
A comienzos del siglo XIX el monogenismo se asociaba al pensamiento liberal
de ese tiempo; en 1837 se creó la Sociedad de Protección de los Aborígenes o
APS dedicada a la defensa de los derechos humanos, y en 1843 la Sociedad 225
Etnológica de Londres o ESL que surgió de la primera como una vertiente
Jorge E. Silva S.

científica. Muchos de los líderes de ambos fueron cuáqueros. Entre sus


objetivos figuraba poner de relieve la dignidad humana y los nativos; en tal
sentido Hodgking contribuyó a la creación de la etnología en Francia, Buxton
al convertirse en parlamentario se dedicó a desarrollar políticas para mejorar
las condiciones de vida de los nativos en las colonias que los británicos tenían
en África.
Lo expuesto previamente nos lleva a pensar que J. C. Tello encontró suficientes
fundamentos teóricos tanto en EE.UU. como en Europa que sirvieron para
reforzar su vocación indigenista y nacionalista, pero también deja abierta
la opción para obtener otra lectura en torno a su pensamiento y sus líneas
teóricas. Durante su estadía en Harvard se formó con profesores que tenían
una significativa preparación en lo que hoy llamamos tradición boasiana.
¿Qué características tuvo la investigación antropológica de F. Boas? R. Lowie
(1981 [1946]) destaca la preocupación de Boas por conocer el idioma del
grupo a estudiar para que se recuperen datos fidedignos en idioma indígena,
y si ello no era posible recomendaba trabajar con intérpretes de manera que
no existan traducciones libres pues consideraba que las traducciones literales
eran las más auténticas. Así, como remarca Lowie (1981 [1946]: 164) el
etnógrafo «llega a interpretar la vida indígena desde dentro», un aspecto del
que Boas se percató; por eso motivó a James Teit, un blanco que vivía con una
india de Columbia Británica, para que recogiera información que fue la base
de excelentes estudios sobre los nativos salish.
Boas proponía que un nativo con formación de la cultura occidental, que
sabía escribir y leer, aprenda pautas básicas para que escriba espontáneamente
en su idioma todo aquello que tenía que ver con las costumbres y tradiciones
de su cultura, recurriendo a la ayuda de personas con quienes creció. En
última instancia, Boas trataba de conocer la vida de los nativos desde dentro
con participación de ellos mismos. Destaca por ejemplo a William Jones, de
origen Fox, quien recogió en idioma nativo costumbres Fox u Ojibwa. A su
vez, consciente que entre los pueblos nativos la división por sexos es marcada
fomentó la formación de mujeres antropólogas de suerte que tuvieran mejores
posibilidades para introducirse en el universo cultural de las mujeres nativas y
así lograr una visión más confiable de la cultura en su totalidad.
Boas tenía también el convencimiento que para mejorar la información se
hacía necesario motivar a los nativos para que escribieran o contaran sus
226 memorias, o escriban una autobiografía, pues a través de este procedimiento
la posibilidad de mejorar el entendimiento de los patrones culturales de una
Teoría y método en la arqueología del Perú: primera mitad del siglo XX

sociedad es muy grande. En la base de esta concepción destaca su propuesta


por el trabajo de campo intensivo combinando estudios de antropología
física, etnografía, lingüística y arqueología, es decir una aproximación que
cubra los diversos aspectos de una cultura.
¿Cómo encaja J. C. Tello en esa orientación que mostraba la antropología
en América del Norte? Considero que el pensamiento de Boas reforzó los
suyos, por ejemplo el particularismo histórico se ajustaba muy bien a su idea
de una cultura propia o autóctona en los Andes Centrales que desde el punto
de vista geográfico mostraba también sus peculiaridades, o su «unicidad»,
que Tello identificó como región «geoétnica». La necesidad de combinar más
de una disciplina es igualmente un rasgo que nos permite hacer paralelos
con los propugnados por Boas. En su estudio sobre los incas Tello empleó
datos arqueológicos, fuentes escritas e información etnográfica sobre la vida
tradicional de los indígenas (Burger, 2009), aunque debe recalcarse que
no concedía crédito total a las crónicas toda vez que reflejaban la visión
parcializada de los españoles.
Un hecho que revela una saludable predisposición a la cooperación
internacional, en este caso con colegas de América del Norte, quedó sellado
al crearse en Nueva York en octubre de 1936 el Instituto de Investigaciones
Andinas a propuesta de J. C. Tello pues, según Murra (2009: 59), tenía el
pleno convencimiento que la arqueología debía enseñarse no solamente para
complementar la formación humanista, sino también para que tenga aplicación
práctica y concreta (también ver en este volumen el capítulo de Peters y Ayarza
sobre la relación de Tello con sus colegas norteamericanos). Tello no dudaba
que el pasado tenía una relación estrecha con la herencia cultural de una
nación y remarcaba que la arqueología profesional debería formar expertos
para conservar, investigar y enseñar el pasado. Ese postulado se fundamentaba
en el principio defendido por Tello (Burger, 2009: 71) para quien la ciencia se
halla en la capacidad de corregir pre concepciones equivocadas y prejuiciosas
sobre todo en lo que a la antigüedad y la originalidad de las culturas peruanas
se refiere, las mismas que eran pregonadas por la clase dominante no indígena.
Tello encontraba a la arqueología una función práctica, útil, para la etapa
que le tocó vivir, función que en nuestros tiempos mantiene su vigencia,
desde una visión indigenista o nacionalista étnica que debería estar al servicio
de la población mayoritariamente nativa y mestiza, pues de lo que se trata
es de reivindicar al indio. En tal sentido, Tello coincide con Clark (1965:
227
255) quien, al referirse al contenido social de la arqueología en la década de
Jorge E. Silva S.

1930, manifestaba que su «valor social» residía en el hecho de contribuir a


la «solidaridad y la integración social» en la que ser «consciente de compartir
un pasado común» es el factor primordial, en la medida que la arqueología
«proporciona justamente la evidencia que se necesita para reforzar el sentido
de pertenencia» (Clark, 1965: 256). Por ello, añadía el autor que nuestra
disciplina es un soporte de primer orden en lo que a construir sentimientos
nacionales se trata.
Tal posición no tenía nada que ver con la que hoy los colegas llaman «arqueología
social» pues esta parte de otros parámetros en su análisis. Haciendo un poco de
historia y si hemos leído bien a Trigger (1982: 133, 134) el término social en
Childe tiene otro significado toda vez que su uso se relacionaba a la necesidad
de preguntarse no por «de dónde» proviene una cultura, sino por «de qué modo
se había desarrollado». En efecto, para Childe era más importante averiguar
«la dinámica del cambio social» y «las tendencias… de la vida social» (Trigger,
1982: 133). En otras palabras, la sociedad en permanente dinámica detrás de
los artefactos. En este caso, el término social va más allá del contenido étnico,
nacionalista. Por eso, no podríamos ubicar a Tello en la línea de la «arqueología
social» que más de uno pregona hoy. Como se recordará, Lumbreras (1974) y
Shady (1997) le han concedido ese atributo. Al respecto, la arqueología social
fue definida por más de un investigador y si hemos entendido bien existe más
de una propuesta en lo que corresponde a la esencia de su línea de acción que,
debido a su complejidad, no discutiremos aquí (ver por ejemplo Redman et
al., 1978; Renfrew & Bahn, 1991).
Todos coinciden en señalar que J. C. Tello enarboló el indigenismo a través
de sus investigaciones sobre el antiguo Perú. En la semblanza que J. Murra
(2009: 63) le dedica, concuerda con A. Kroeber quien en 1944 puso de
relieve su contribución al demostrar que Chavín no solamente constituía una
cultura, sino también antecedía a Tiahuanaco, Moche, Nasca, con lo cual
desvirtuaba el origen foráneo de la civilización andina. Tal redefinición, según
Burger (2009: 76) resolvió a su vez un debate cronológico convertido en tema
central o preocupación primordial de la arqueología de la primera mitad del
siglo XX, más aún si tomamos en cuenta que esa corrección se produjo antes
del Radio Carbono 14.
Murra asevera que la posición indigenista de Tello se advierte en diversos
textos y declaraciones que formuló a lo largo de su vida incluyendo su
testamento firmado 4 días antes de su muerte en 1947. En efecto, en dicho
228
documento se ratificó en su firme convicción sobre el genio creativo del
Teoría y método en la arqueología del Perú: primera mitad del siglo XX

indígena peruano, base de la nacionalidad (Murra, 2009: 61). Tello defendió


esa postura y encontraba una ligazón pasado-presente en una época en que se
asumía, según Burger (2009: 68), que «la arqueología pertenecía al mundo de
la investigación neutral, distinta de los temas del presente».
En las décadas de 1960 y 1970 la obra de Tello inspiró a más de uno para
proseguir con sus ideas originales destacando en este caso las investigaciones de
D. Lathrap (1970) en el oriente peruano quien añadió nuevos componentes
al definir las culturas de la «Floresta Tropical». Esas décadas fueron realmente
interesantes toda vez que estaban frescas las ideas de Tello y más de uno de sus
asistentes y discípulos, Manuel Chávez Ballón, Julio Espejo Núñez, Marino
Gonzáles M., Pedro Rojas Ponce, Luis Cossi Salas, Félix Caycho, todavía
seguían con nosotros.
Pero también se plantearon modelos interpretativos distintos motivados por
la fuerte influencia de las ideas de Tello en lo concerniente al origen de la
civilización. En este sentido, a diferencia de Tello, R. Fung (2004: 209) decía
en la década de 1970 que
… el problema del surgimiento de la civilización andina no sólo
reside en reconocer las direcciones de las influencias, sino de buscar,
dentro de tales movimientos, la explicación de cómo una determinada
organización social se impuso…
Fung (2004: 218) propone que aún admitiendo que la selva fue una «donante
cultural», la costa no fue marginal pues la evolución y la complejidad
sociopolítica la encontramos en sitios tales como Río Seco (Chancay), Aspero
(Supe), Aldas (Casma).
En los últimos años, Daniel Morales conduce estudios arqueológicos
y etnoarqueológicos en el oriente peruano inspirado, según propia
manifestación, en la necesidad de hacer una «arqueología viva» propugnada
por J. C. Tello, y precisamente por eso el colega P. Kaulicke califica a D. Morales
como el arqueólogo neo indigenista. La aproximación etnoarqueológica de
D. Morales se aplicó en el Chambira, un tributario de Marañón, y en el
bajo Ucayali. En su definición admite que la etnoarqueología a pesar de la
imposibilidad de lograr la reconstrucción total de una cultura, tal perspectiva
«se desarrolla bajo el concepto… que la cultura material es el resultado de
determinado comportamiento social y podemos observarlo y estudiarlo en
sociedades nativas o tradicionales que aún están usando los mismos tipos de
objetos o cultura material» (Morales, 2009: 213). 229
Jorge E. Silva S.

Conclusiones preliminares
Los primeros 50 años del siglo XX fueron fructíferos en términos de
resultados y de marcos teóricos y su culminación coincide con el deseo de
fomentar los estudios del pasado soportando en sus espaldas el peso de las
posturas interpretativas de M. Uhle y J. C. Tello en torno a los orígenes
de la civilización en el Perú. En esa línea de pensamiento, aunque menos
vehemente, figura R. Larco quien por ejemplo atribuyó a Chavín otro origen
y pensaba que Huari no solamente era diferente a Tiahuanaco, sino también
constituyó una estructura imperial. Por su parte, la «escuela americana»
incursionó menos en ese acápite en la medida que propugnaba recoger datos
y hacer teoría después. Ese legado quedó impregnado hasta nuestros días
particularmente en la secuencia cultural de la cual hoy disponemos y cuyos
primeros pasos fueron marcados por Uhle y luego por Tello.
En este sentido, las periodificaciones de J. Rowe y L. Lumbreras, que hoy
utilizamos, fueron construidas recogiendo los lineamientos primordiales de
los fundadores de la arqueología y de aquellas propuestas que aparecieron en
las décadas de 1940 y 1950. Como se recordará, asociados a ese interés por
la construcción cronológica se desarrollaron también marcos conceptuales
de tratamiento de los datos, entre ellos Cultura, Horizonte, Estilo, aplicados
correctamente por Uhle, Tradición, Co Tradición, Tipo, etc., términos que
no han desaparecido y continuarán utilizándose ante cada aproximación
a nuestro objeto de estudio: las culturas del pasado, sin importar que nos
presentemos como arqueólogos simbólicos, contextuales, modernos,
posmodernos, o cualesquier otra etiqueta que inventemos.
Pero también es remarcable que a mediados de la segunda década del siglo
XX se logró aclarar una concepción en torno al origen y desarrollo de la
civilización en América del Sur. En efecto, el etnocentrismo inicial de la
antropología propició y apoyó en muchos sentidos la idea según la cual
los pueblos del hemisferio sur debían civilizarse pues no habían logrado
progresar de la misma manera que los países industrializados del hemisferio
norte. A esta afirmación casi apodíctica se añadía quizá sutilmente la imagen
que el impulso civilizatorio en tiempos prehispánicos derivó de Mesoamérica.
Como fuera señalado en anteriores oportunidades esa idea e imagen se
trastocaron al demostrarse que los restos de Chavín antecedían a las culturas
protoides, y a la vez sentaron las bases para que, más tarde, con suficientes
elementos de juicio y evidencias contundentes, se sustente el hecho que las
230
antiguas civilizaciones mexicanas y peruanas no solamente fueron distintas,
Teoría y método en la arqueología del Perú: primera mitad del siglo XX

sino también se desarrollaron en aislamiento. En añadidura, Mesoamérica y


los Andes constituyeron dos áreas o núcleos civilizatorios comparables a los
del suroeste de Asia.
Retomando lo manifestado a comienzos del primer párrafo de estas
conclusiones, debe remarcarse que tras la Segunda Guerra Mundial, en 1946,
se creó el Instituto de Etnología y Arqueología en la Facultad de Letras y
Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos bajo la
conducción y dirección de Luis E. Valcárcel, a partir del cual se profesionalizó
la formación de antropólogos y arqueólogos en el Perú siguiendo el modelo
americano y las bases teóricas y metodológicas de la corriente boasiana. Sin
embargo, debe destacarse que L. Lumbreras (1974: 11) puso de relieve la
participación del Dr. Valcárcel al frente del citado Instituto toda vez que
contribuyó a la construcción de la ciencia social y la antropología en el Perú
enarbolando el indigenismo, concepción que lo llevó a la arqueología para
descubrir al indígena y su legado. Su aproximación a la realidad del antiguo
Perú partió de la convicción que la Etnología y la Arqueología disponían de
los instrumentos teóricos y metodológicos idóneos para aproximarse al indio
del pasado y del presente.
Entre sus objetivos destacaban la investigación y la formación de profesionales
en antropología cultural para cuyo efecto se formaron las secciones de
etnología y arqueología. En aquellos tiempos el adiestramiento de los futuros
profesionales partió de una concepción integral en la enseñanza de las
materias o asignaturas toda vez que etnólogos y arqueólogos compartieron el
mismo plan de estudios. Fue también en este contexto que se estableció una
colaboración cercana con la Comisión Fulbright que auspició el intercambio
estudiantil y docente. Es así como se consolidaron también los postulados
teóricos y metodológicos de la «escuela americana».
La selección por una u otra sección, etnólogo o arqueólogo, se definía en el
último año académico previamente a la selección del tema a investigar y el
profesor asesor correspondiente para preparar la tesis del grado de Bachiller.
Posteriormente devendría la tesis para el grado de Doctor en Antropología
con mención en la especialidad anticipadamente escogida. Al emitirse una
nueva Ley de Educación en 1969 el Instituto desapareció no sin antes crearse
los Programas Académicos de Ciencia Social y el Departamento de Ciencias
Histórico Sociales, a los cuales se integraron las secciones de Antropología y
Arqueología. Pero esta es otra historia que no revisaremos aquí.
231
Jorge E. Silva S.

La contribución de quienes nos antecedieron no quedó en el olvido a pesar de


los años transcurridos. Si bien responden al state of the art de los tiempos que
les tocó vivir, sus concepciones constituyen motivaciones legítimas diseñadas
en busca de la verdad del pasado. En el momento actual compartimos
igualmente esas metas, por eso cabe preguntar ¿qué nos acerca o nos aleja
de los ideales de nuestros predecesores? ¿Solo queda completar la imagen
que ellos empezaron a cincelar? Afirmativa o negativa la respuesta, nuestra
responsabilidad tiene que ver también con la necesidad de dotar a nuestra
disciplina de instrumentos teóricos y metodológicos idóneos a la hora de
aproximarnos a la vieja historia de nuestro país.
Finalmente, a poco más de 100 años de arqueología científica en el Perú, esta
se ha cimentado vigorosamente y ha logrado convertirse en una especialidad
y una profesión como cualquier otra. Esta imagen se percibe no solamente
porque nos ofrece una voluminosa información sobre el antiguo Perú que
ha permitido configurar las bases fundamentales de la civilización en los
Andes Centrales, sino también porque ha tejido un nexo más cercano con la
comunidad y el público no especializado, y en particular con el Estado y los
medios de comunicación. De manera que aún siendo su objeto de estudio el
pasado, sus resultados son útiles hoy en día tanto para incrementar nuestro
conocimiento sobre las viejas culturas prehispánicas, como para señalar una
identidad que permita situarnos en el contexto de las restantes áreas nucleares
de civilización que surgieron en el mundo.
Por eso, a pesar que el Estado muestra una concepción sesgada sobre el
patrimonio arqueológico del Perú, toda vez que prioriza su atención a centros
monumentales como Macchu Picchu, esa visión derivará más temprano que
tarde a la investigación y la conservación de la herencia cultural del país, más
allá de las agendas políticas y de coyuntura de los gobiernos de turno.

232
Teoría y método en la arqueología del Perú: primera mitad del siglo XX

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236
La Escuela de Berkeley y los Andes precoloniales: génesis del método (1944-1965)

La Escuela de Berkeley y los Andes


precoloniales: génesis del método (1944-1965)1

Gabriel Ramón Joffré

1. Introducción
La teleología es la doctrina de las causas finales. Por extensión, una concepción
teleológica de la historia sería aquella que pretende reconocer las supuestas
causas finales en el proceso. En sus Tesis de filosofía de la historia Walter
Benjamin realizó una crítica radical a este tipo de concepciones (Benjamin,
1978 [1940]). Benjamin mostró que incluso las tendencias más progresistas de
su época recurrían a un equivalente del cielo/paraíso para explicar el proceso
histórico aunque —simultáneamente— pretendían negarlo. En consecuencia,
este epílogo divino acababa modificando la narración histórica del conjunto,
otorgándole una supuesta causa final. Como sabemos, las célebres tesis fueron
redactadas durante el trágico año 1940 y solo póstumamente publicadas,
quedando como un programa de trabajo2.

1 Este capítulo se nutre de conversaciones dispersas con arqueólogos e historiadores peruanistas,


vinculados a, y/o interesados en, Rowe. Por ello agradezco a Daniel Dávila, Christopher Donnan e
Idilio Santillana. Thomas Patterson y Karen Spalding tuvieron la gentileza de facilitarme material
de sus clases con Rowe, y un cuadro cronológico, respectivamente. Este texto es una continuación
de otros previos sobre periodificación (Ramón, 2005; 2010).
2 La primera tesis es bastante ilustrativa (Benjamin, 1978 [1940]: 177). En sus comentarios
237
paralelos Benjamin (2003 [1940]: 401) agregó «En la idea de la sociedad sin clases, Marx
Gabriel Ramón Joffré

La enorme tarea pendiente esbozada en las tesis benjaminianas se vincula


directamente a todo proyecto narrativo del pasado que intente distanciarse
de los prejuicios teleológicos. Por ejemplo, la construcción de una
periodificación del pasado precolonial andino. En este contexto, deseo
mostrar cómo el arqueólogo norteamericano John Rowe (1918-2004) y sus
colaboradores (en adelante la escuela de Berkeley) elaboraron una propuesta
coherente que incorpora las interrogantes benjaminianas. Esta escuela
planteó una relectura de conjunto del pasado precolonial andino exenta
de causas finales, que acabaría teniendo impacto nacional y continental
(Ramón, 2005: 20-1)3. Un indicio temprano del proyecto que abordaremos
está en los cuestionamientos frontales de Rowe a las unidades narrativas
básicas de un renombrado manual arqueológico de fines de los años 1940,
Andean Culture History:
Podemos hacer coincidir, de algún modo, los datos de la arqueología
peruana con el marco de la co-tradición; (...) En perspectiva más
amplia, aceptar la idea de co-tradición implica aceptar el concepto
de área cultural de Kroeber y un grado muy considerable de orden y
dirección (i.e. evolución) en historia cultural. De otro lado, rechazar
la base teórica de la idea de co-tradición implica rechazar la idea de
área cultural, si deseamos ser consistentes. No estoy convencido de
que haya suficiente orden ni dirección en la historia cultural para
justificar el concepto de área cultura de Kroeber, en general ni para
ningún área; por tanto me resisto a toda la idea de co-tradiciones
(Rowe, 1951b: 356; énfasis agregado)4.
Afortunadamente el brío que sustentaba estas críticas no se limitó al
manifiesto inicial: por más de una década y media Rowe y sus colaboradores

secularizó la idea del tiempo mesiánico. Y eso fue bueno. Fue sólo cuando los social-demócratas
elevaron esta idea a un ‘ideal’ que comenzaron los problemas». Aunque situados en puntos
distintos del ciclo divino, paraíso y cielo son conceptos interconectados (ver Eliade, 1987, VI:
37-46, XI: 184-189).
3 Sobre Arqueología y teleología ver Mamzer & Ostoja-Zagórski, 1994. Sobre periodificación y

teleología sigo la introducción de Spitzlberger & Kerning, 1973.


4 En adelante, para citar los textos de Rowe se sigue el listado oficial (http://www.lib.berkeley.

edu/ANTH/emeritus/rowe/pub/index.html). Luego del año de publicación va una letra que


indica su ubicación específica en el listado: así 1951b es “Andean culture history: an apology
and clarification”. Para evitar una bibliografía innecesariamente extensa, en adelante, se remite al
lector al listado oficial, salvo cuando el texto citado no está allí incluido, como la transcripción de
238 las conferencias de Rowe en Lima, o el material depositado en las bibliotecas Luis Ángel Arango
(Bogotá) y Universidad de Berkeley (California).
La Escuela de Berkeley y los Andes precoloniales: génesis del método (1944-1965)

se dedicaron a sistematizar teóricamente y sustentar empíricamente su


sofisticada lectura del mundo andino. Abordaré ese intenso momento
inicial de la escuela de Berkeley a fin de reconstruir la génesis de su método
de trabajo, ya que siguiendo a Dorothy Menzel (2006: 231) considero que
constituye un paradigma (sensu Kuhn) soslayado pero omnipresente en los
estudios arqueológicos andinos5.

2. Sentido y corpus
En la literatura arqueológica andina podemos observar dos grandes modos
de narrar el pasado precolonial: desde la totalidad y desde el fragmento. El
primero es típico de autores como Julio C. Tello quien aludía a las «épocas
andinas», es decir estadíos (unidades de semejanza cultural), como base de
su discurso. Esta ha sido también la forma más usada en los guiones de
museos y los manuales de divulgación, ambas labores preferidas por Tello.
El segundo modo es frecuente en la obra de autores como Max Uhle y
se vincula a los periodos (unidades de contemporaneidad). Se trata de
extremos de una gama, de tendencias no necesariamente exclusivas, aunque
siempre es posible caracterizar a cada arqueólogo según su relación con ellas.
Rowe (1962g) fue el primero en formalizar estas diferencias de énfasis entre
sus colegas, y, adicionalmente, en percibir que ellas no solo afectan el relato
sobre el pasado precolonial sino también nuestra explicación de la historia
de la arqueología. En ambos casos, Rowe buscó aplicar un programa que
evitara el fórceps teleológico que caracterizaba buena parte de la arqueología
andinista. Por todo ello —me atrevo a sugerir— su obra se ubica al centro
del evento que nos convocó y del cual se desprende esta contribución.
Para sustentar mi argumento comenzaré discutiendo las críticas de Rowe a
las propuestas previas, particularmente el proyecto Virú; su visión madura

5 Brevemente, la escuela (arqueológica) de Berkeley fue el conjunto de estudiantes/colegas que


trabajó bajo la batuta de Rowe, profesor en esa universidad, desde inicios de los cincuenta.
El listado debe comenzar por Dorothy Menzel, Lawrence Dawson, Eugene Hammel, David
Robinson, Edward Lanning, Thomas Patterson, Warren DeBoer, Donald Proulx, Patricia Lyon,
Christopher Donnan, y más recientemente Catherine Julien y Susan Niles. Aunque en los Andes
es difícil reconocer a sus discípulos, la introducción más completa a los planteamientos de esta
escuela es Fung (1965). Pese a su enorme valor testimonial en el número homenaje de Ñawpa
Pacha (2008) se trata poco del aporte teórico de Rowe, en el que incidiremos, siguiendo a Menzel 239
(1969; 1971; 2006) y Hammel (1969).
Gabriel Ramón Joffré

del pasado precolonial; y finalmente su modo de abordar la historia de la


arqueología. Mi corpus se concentra entre inicios de los cincuenta y mediados
de los sesentas: reseñas sobre manuales de arqueología y artículos vinculados
a la reflexión resultante de la seriación estilística de las colecciones de
cerámica de Ocucaje (Ica). Incidentalmente aludiré a estudios posteriores,
que son más bien resultado de este periodo temprano y llegan incluso hasta
su artículo póstumo sobre la lógica de las secuencias en Uhle (Rowe 2005).
Véase una aproximación cuantitativa inicial a la producción bibliográfica de
Rowe en el periodo estudiado en el cuadro 1.
Cuadro 1 – Publicaciones de Rowe (1944-1965), según el listado oficial
(http://www.lib.berkeley.edu/ANTH/emeritus/rowe/pub/index.html)

artículos (p) reseñas (p) noticias (p) libros (p) Total (p)

1944 2 11 1 70 81
1945 1 20 1 3 23
1946 1 148 148
1947 4 31 31
1948 4 39 1 2 41
1949 5 17 8 15 32
1950 7 52 3 7 1 2 61
1951 5 29 4 11 4 9 49
1952 4 22 5 13 5 75 110
1953 3 46 3 9 5• 8 63
1954 3 28 7 16 4 10 1 134 188
1955 10 89•• 4 5 1 8 102
1956 6 88 3 5 93
1957 2 60 4 7 67
1958 5 48• 1 1 49
1959 4 48 1 3 51
1960 9 97• 5 8 2 5 110
1961 5 80• 2 4 84
1962 5 70• 1 2 1 3 1 40 115
1963 4 41 1 2 43
1964 1 19 2 3 1 384 406
1965 3 32 32
240 Total 94 731 56 116 17 112 4 628 1979
La Escuela de Berkeley y los Andes precoloniales: génesis del método (1944-1965)

Como toda aproximación cuantitativa a la producción intelectual este cuadro


es solo referencial. Al lado de cada categoría va el número de páginas (p).
El rubro artículos incluye las entradas para enciclopedia, que en ciertos
casos han sobredimensionado esa categoría, como en 1955: son 4 de los 10.
El rubro noticias comprende las Notes and news del listado oficial y otros
escritos menores, como las ayudas bibliográficas. Los límites entre categorías
pueden ser difusos: el artículo de 1946, bien podría ser clasificado como
libro; a su vez el libro de 1962, podría ser un artículo dada su brevedad. Se
excluyen las diversas traducciones realizadas por Rowe y se incluyen sus textos
en coautoría. El símbolo • indica que un artículo, u otro tipo de publicación,
fue excluido por haber sido impreso dos veces el mismo año (e.g. las dos
bibliografías de Kroeber, 1961) o en fechas muy próximas (“Technical aids in
anthropology”, 1953; 1954).

3. La disección de los manuales


Rowe publicó su tesis de doctorado sobre arqueología cuzqueña el mismo año de
la muerte de Uhle, en 1944. En 1946 apareció su célebre estudio sobre los incas
en el Handbook of South American Indians, que cimentó su fama. Desde 1949
Rowe trabajó como profesor en la Universidad de Berkeley, iniciando tres años
más tarde el estudio de las colecciones de su Museo de Antropología. Aunque,
en general, la obra de Rowe se caracteriza por un amplio marco geográfico y
temático, puede observarse que esta coyuntura implicó un desplazamiento
desde el Cuzco hacia la costa sur, con un intermedio etnográfico en el Cauca
colombiano: del centro incaico a las periferias. Paralelamente, este periodo
significó una transformación metodológica6.
Como cerrando una etapa inicial, entre su doctorado y los estudios sobre
colecciones de Ica, Rowe dedicó algunos artículos a la cronología absoluta
Chimú e Inca basado en fuentes documentales (1945a; 1948b; 1948c). Sin
embargo, donde mejor puede seguirse la génesis de su propuesta es en sus
reseñas de manuales de arqueología y antropología, como los de Bennett y Bird,
Bennett, Canals Frau, Horkheimer, Ubbelohde-Doering, Bushnell, Uhle, entre

6 Ya la bibliografía temprana de Rowe muestra su diversidad temática. Además de arqueología


incluye: etnografía (1944c; 1947b; 1950c; 1952h; 1955e; 1955f; 1955g; 1955m; 1956d; 1964a;
1965b; y los papeles en la biblioteca L. A. Arango (Bogotá), historia (1942b; 1945a; 1946a; 1948b;
1948c; 1950b; 1955l; 1956f; 1957b; 1958d; 1959a; 1960i), historia del arte (1951a; 1961e; 241
1962d) y lingüística (1943b; 1947a; 1950a; 1950h; 1951d; 1953c; 1954c; 1955i; 1955k).
Gabriel Ramón Joffré

otros (1949m; 1950j; 1951b; 1951k; 1951l; 1952ll; 1952m; 1953k; 1953l;
1954i; 1956g; 1957d; 1958g; 1960o; 1961h; 1962i). Sus reseñas le permitían
dar cuenta de la estructura de los manuales: analizar las diversas estrategias de
periodificación del pasado precolonial empleadas por sus colegas7.
Entre las reseñas tempranas a manuales destacan los tres textos dedicados a
la obra más popular surgida del proyecto arqueológico Virú, Andean Culture
History, escrita por Wendell Bennet y Junius Bird en 1949. En diversos sentidos
este proyecto de mediados de los años 1940 fue innovador. Convocó a notables
arqueólogos para escribir la historia cultural de un pequeño valle costero
norperuano usando sus vestigios materiales, principalmente arquitectura y
cerámica. Para el análisis alfarero el renombrado James Ford fue convocado y
comenzó a trabajar con un sistema de clasificación que respetaba las diferencias
entre tiempo y estilo, tratando de distinguir las manifestaciones locales de Virú
y aquellas de otros valles (Rowe, 1959: 5-6). Sin embargo, pronto el rumbo se
modificó: los investigadores del proyecto Virú fueron invitados a participar en
la Mesa Redonda de Chiclín (1946) organizada por Rafael Larco. Este ingeniero
agrícola con abrumadora experiencia en arqueología costera presentó su sistema
de etapas de evolución de la cultura (basado en el valle de Chicama) que impactó
a los participantes norteamericanos, especialmente a Duncan Strong. Como
resultado, los arqueólogos norteamericanos adoptaron la terminología de Larco
para el Virú. Lo más grave fue que estos autores proyectaron luego la secuencia
evolutiva de un valle a todos los Andes, lo cual se materializó en el libro Andean
Culture History.
Por todo ello, Rowe dedicó dos reseñas y un comentario a ese manual.
Combinaba así sus dos intereses principales de entonces, la periodificación del
pasado precolonial y las formas de clasifica alfarera. Cuestionó la proyección de
la secuencia del Virú más allá de ese valle, demostrando que no correspondía a
los datos; y el concepto de co-tradición, ya que carecía de sentido explicativo, y
solo servía para justificar una homogeneización artificial del mundo andino. En
suma, como ya indicamos, Rowe no atacaba el libro, ni el proyecto Virú sino el
intento de imponer el esquema «torta helada» en los Andes (Ramón, 2010: 115).
Como una de las posibles soluciones sugería el uso de secuencias de referencia
según regiones, por ejemplo una para la costa norte, otra para la sierra sur. Las

7En perspectiva, esto formó parte de su interés general por sistematizar la información arqueológica,
242 etnográfica, lingüística e incluso organizar las bibliotecas antropológicas (1947d; 1949b; 1951d;
1954c; 1955i; 1959c; 1963c; 1965a; 1966c).
La Escuela de Berkeley y los Andes precoloniales: génesis del método (1944-1965)

críticas de Rowe fueron tan contundentes y didácticas, que Bird no dudó en


modificar su cuadro cronológico incorporando algo de la variabilidad sugerida.
Lamentablemente, ese fue el único cambio del manual, ya que su contenido
permaneció idéntico para la siguiente edición. Complementariamente, un
estudiante de Rowe, Bennyhoff (1952), realizó un estudio minucioso de los
materiales del Virú, lo que le permitió cuestionar la secuencia de Ford y confirmar
las limitaciones del método tipológico (Rowe, 1959c: 319). La siguiente etapa
puede concebirse como una materialización coordinada de estas críticas en un
método más coherente para lidiar con la cerámica y la periodificación.

4. Las nuevas reglas de juego


Si en la etapa anterior Rowe principalmente cuestionó esquemas de periodificación,
este segundo momento se caracteriza por la síntesis: aparecen seriaciones alfareras y
cuadros cronológicos preliminares, que acabarían revolucionando la arqueología
andina. Esta intensa arremetida no resultó de excavaciones extensivas, sino que
partió desde el gabinete, usando los datos de campo como un complemento de
confirmación, principalmente para documentar superposiciones estratigráficas.
La base informativa estuvo constituida por las colecciones peruanas de Uhle,
depositadas con sus notas de campo en el Museo de Antropología de la
Universidad de Berkeley. Estas habían sido previamente estudiadas por Alfred
Kroeber, discípulo de Franz Boas.
Al menos tres proyectos paralelos pueden ser identificados en esta etapa. Primero,
desde 1952, Lawrence Dawson, supervisado por Rowe, fue elaborando una
seriación cronológica del estilo Nazca empleando las asociaciones arqueológicas
y las colecciones de Uhle, y todas aquellas disponibles en los Estados Unidos y
el Perú. El resultado fue una secuencia de nueve fases presentadas en la Semana
de Arqueología Peruana, en 1959 (Rowe, 1960h)8. Segundo, Dorothy Menzel
realizaba su tesis doctoral sobre el estilo Ica tardío asesorada por Rowe (defendida en
1954, y publicada en 1976), complementada por sus estudios sobre cerámica Wari
e Inca (Menzel, 1958). Tercero, entre 1956 y 1957 Dawson elaboró la seriación
cronológica de la cerámica del estilo Paracas. Esta investigación preliminar estuvo
basada en asociaciones de lotes funerarios sin contar con datos estratigráficos (Rowe,
1958e: 9) y sus primeros resultados (fases T-1 a T-4) fueron presentados en 1958.

8En 1968 Proulx, alumno de Rowe, publicó un refinado estudio sobre Nazca en la misma dirección, 243
basado en su tesis doctoral.
Gabriel Ramón Joffré

De este modo se iba construyendo la secuencia completa de Ica, i.e. la secuencia


maestra. Como enfatizó Rowe al presentar las seriaciones de Dawson (sobre Nazca
y Paracas) se trataba de investigaciones en curso. Precisamente, un par de años
más tarde, Menzel comentó que la secuencia Paracas tenía algunas limitaciones,
por ejemplo, T-3 era una mezcla de varias fases (Menzel, 1971 [1960]: 30). La
primera síntesis de las actividades de la escuela de Berkeley en el Perú elaborada
por Menzel (1971 [1960]) incluye una seriación de seis fases Paracas y un
cuadro preliminar de la secuencia de Ica. Esta serie de avances tuvo al menos dos
resultados mayores. Primero, The Paracas pottery of Ica (1964b), con la secuencia
completa del estilo, y la aplicación de los principios de esa escuela. Segundo, la
serie de artículos teóricos de Rowe, que situaban los avances obtenidos por su
equipo en relación a las investigaciones precedentes y proponían herramientas
más claras y comprehensivas (1959b; 1959d; 1960d; 1960l; 1961f; 1962g;
1962h). El artículo sobre los periodos y estadíos (1962g) puede considerarse
como la cima de este grupo9.
Una forma de calibrar los cambios progresivos en este periodo es comparar los
cuadros cronológicos consecutivamente propuestos. Primero, aquel bastante
general de la expedición al sur peruano de 1954-1955 (Rowe, 1956c: 138).
Segundo, un cuadro más completo de 1958, articulando diversas regiones según
horizontes e intermedios (Rowe, 1960 l: 16). Tercero, el mencionado cuadro
preliminar elaborado por Menzel en 1960 (1971: 161). Cuarto, la secuencia
maestra articulada a otras regiones (Rowe & Menzel, 1967, también en Lanning,
1967). A diferencia del indicado cambio en el cuadro cronológico del manual de
Bennett y Bird, en este caso las modificaciones en los cuadros iban en paralelo
con las investigaciones. Sintetizaban los pasos de la escuela de Berkeley hacia una
nueva lectura del pasado precolonial.
Todo el trabajo anterior resultó en una serie de reglas de juego, entre las cuales
podemos indicar:
a. criterios y terminología: por tradición los arqueólogos andinistas se habían
limitado a aplicar principios sin definirlos, o sugerir principios sin emplearlos.
Rowe propuso una terminología, revisando viejas definiciones y proponiendo

9 Un tercer producto mayor sería el conjunto de tesis doctorales de los estudiantes de Rowe,
especialmente las de Menzel, Lanning, Patterson y Proulx, todas publicadas salvo la de Lanning.
He podido ver uno de los tantos ejercicios de la época: en 1993 Thomas Patterson me envió uno
244 de sus trabajos para el seminario de Rowe sobre la cerámica de Cerro Trinidad (Chancay, Lima),
donde discutía la propuesta de Uhle.
La Escuela de Berkeley y los Andes precoloniales: génesis del método (1944-1965)

nuevas, e.g. horizonte. Los criterios empleados debían ser explícitos, claros y
documentados. Sobre los dos primeros puntos, criticando una obra de Kubler,
Rowe indicaba que este autor «tenía en mente criterios específicos para [definir]
‘edad sistemática’ que pudo comunicar a sus estudiantes. Lamentablemente,
no son presentados en este libro» (Rowe, 1963f: 705). Sobre el tercer punto
(documentación), agregaba: «Basado en la gran información acumulada
[Tello] propuso algunas grandilocuentes teorías de interpretación, pero nunca
publicó un simple reporte que hiciera accesible a otros interesados en el tema,
las observaciones en las que sustentaba sus conclusiones» (Rowe, 1957c:
392)10.
b. comparatividad y pluralismo: «No me parece necesario que todo el mundo
utilice los mismos términos, ni que todo el mundo piense en la misma forma,
pero sí, es muy necesario que nos entendamos» (Rowe, 1959: 1).
c. variabilidad intra-andina: «... se ve cada día más claro [que] el desarrollo de
las culturas en el Perú antiguo, no es una cosa sencilla de etapas uniformes
que se encuentran en todas partes, sino que en cada zona hay una historia
distinta» (Rowe, 1959: 6, énfasis agregado). Por tanto, Rowe estaba en las
antípodas de las «épocas» de Tello y la «co-tradición» de Bennett.
d. el estilo carece de leyes de desarrollo: no hay orden preconcebido en las secuencias
(punto clave para evitar narrativas teleológicas): «El argumento de todos ellos
[secuencias de Uhle, Gayton, Kroeber y Yacovleff ] carece de valor científico,
porque no existe ninguna ley ni lógica del arte que establece el sentido de su
desarrollo» (1960h: 29) o «... no existe ninguna ley del arte que determine
el sentido de su desarrollo, ni del realismo al convencionalismo, ni del
convencionalismo al realismo» (1960h: 37). Por tanto, toda secuencia debe
partir de extremos conocidos.
e. distinguir tiempo y estilo: El análisis estilístico debe comenzar dándonos un
orden cronológico, y posteriormente pasaremos al análisis cultural. Este punto
es crucial, ya que diversos autores han acusado apresuradamente a Rowe y
sus discípulos de centrarse en las cronologías (e.g. Lumbreras, 1969:149). La
secuencia es un requisito de la narración coherente: «Los procesos culturales
deben ser una meta para nuestras investigaciones, no algo que asumimos al
momento de tratar de poner estilos alfareros en orden cronológico» (Rowe,
1960d: 627).

10Un buen modelo de la aplicación de las recomendaciones terminológicas de Rowe, en el manual 245
de Lanning (1967: 19-38).
Gabriel Ramón Joffré

f. rasgos antes que tipos: para obtener mayor resolución cronológica en las
secuencias alfareras es preciso usar rasgos no tipos como unidades de
clasificación en la alfarería. Los tipos suelen cambiar muy lentamente, mientras
que podemos identificar rasgos que se modifican más rápidamente, es decir
son diagnósticos. El arqueólogo debe atender a constelaciones de rasgos y
sistematizarlas (Rowe, 1959c: 319-22) 11.
Esta serie de reglas se articuló alrededor de un concepto mayor, la secuencia
maestra. Ella resume el modo de aproximarse al pasado presentado en las obras
citadas (la secuencia de Paracas y los textos teóricos). Con ellas se cerraba un
ciclo, y se iniciaba otro en la arqueología andina (ver las reseñas de Lathrap, 1966
y Shepard, 1966). Posteriormente aparecerían un par de obras complementarias
de los miembros de esta escuela, incluyendo dos textos de referencia, el manual
universitario compilado por Rowe & Menzel, y Peru before the Incas de Lanning,
ambos en 196712.
La mejor manera de calibrar el avance que significó esta etapa inicial de la
escuela de Berkeley es pensarlo en relación a productos de uso actual. Como
por ejemplo, el «periodo formativo» (sensu Kaulicke, 1994), una ilustrativa
incongruencia teórica (ver Ramón, 2005: 22-23; Silverman, 1997: 104).
Primero, técnicamente el formativo no es un periodo sino un estadío (regla
a, Rowe, 1962g). Segundo, si asumimos la variabilidad interna en los Andes
(regla c) no se deberían asignar fechas fijas a los estadíos ya que podría variar
según las regiones. Tercero, habría que tener un marco de cronologías relativas
muy completo, y luego compararlas (regla e), para solo después caracterizar los
diversos formativos andinos no necesariamente contemporáneos. Como bien ha
anotado Neves (2004: 122, 132-137) en el caso de la selva amazónica brasileña
(es decir, buena parte de Sudamérica) el término formativo carece de sentido
diagnóstico, ya que estaría caracterizando un lapso enorme: desde un milenio
antes de nuestra era hasta la invasión europea. Lo que me interesa destacar aquí
es que la incongruencia del «periodo formativo» no se determina a partir de
análisis recientes, sino simple y llanamente volviendo a las reglas de la escuela
de Berkeley. Ello demuestra su pertinencia actual. Como ya lo enfatizara Rowe

11 Esta lista podría expandirse, aquí me he remitido a los puntos básicos de la propuesta temprana
de Rowe. Sobre este tema ver también Menzel 1969.
12 La propuesta de Rowe rebasa la arqueología andina, ya que sugiere un modo de lidiar con la

246 cultura material en general enfatizando en la cronología relativa. Sobre este último punto ver
Ginzburg, 1982; Gräslund, 1976.
La Escuela de Berkeley y los Andes precoloniales: génesis del método (1944-1965)

(1962g: 12) este tipo de conceptos da una falaz seguridad que permite tener la
respuesta incluso antes de realizar el análisis: si un tipo de evidencia es calificada
de «formativa» solo por su estilo, técnicamente ya le estamos atribuyendo un
valor cultural/social, sin querer queriendo13.

5. La historia de la arqueología
Las observaciones precedentes no se limitan a la arqueología precolonial sino que
también fueron pensados en relación a la historia de la Arqueología, tema que
atraviesa toda la obra de Rowe.
Durante el periodo abordado Rowe produjo, al menos, una docena de textos
sobre el tema: artículos biográficos de arqueólogos (1947c; 1958c; 1960b; 1961a;
1961d; 1962a), reseñas a libros de historia de la disciplina (1954j; 1954l), historia
de la Antropología (1964a; 1965b), un cuadro sobre exploraciones arqueológicas
en el Perú (1959c) y el libro sobre Uhle (1954d). Para nuestro arqueólogo no
se trataba de campos separados (arqueología/historia de la arqueología) sino de
un mismo tema: incluso sus artículos más teóricos están directamente vinculados
a la historiografía de la disciplina. Rowe siempre ponía sus hallazgos teóricos
en perspectiva, y paralelamente buscaba rescatar autores que pese a su enorme
contribución habían sido ignorados, como Worsaae (1962h). Incluso su texto
teórico más renombrado (1962g) está organizado en este sentido: recorrer los
aportes previos sobre periodificación, sistematizarlos y presentar su propuesta,
que a su vez modifica nuestra lectura de todas las anteriores. La historia de la
Arqueología era un requisito analítico.
No hemos tenido acceso al probable texto programático temprano sobre historia
de la disciplina (la conferencia ‘Problems in the history of archaeology’, 1954e)
pero conviene comentar un persuasivo ejemplo más tardío: la reseña de Rowe
(1975d) al libro sobre historia de la arqueología americana de Willey & Sabloff,
1974. Fiel a su método analítico Rowe se centra en la estructura narrativa de la

13Para entender a cabalidad el problema del «periodo formativo» basta compararlo con un par de
conceptos: medioevo y feudalismo. El primero es un periodo (es decir, una unidad temporal). El
segundo, un estadío, o un modo de producción si se quiere. ¿Son equivalentes? No. Puede haber
cierta coincidencia cronológica entre ambos para ciertas zonas europeas, pero los rasgos feudales no
son exclusivos del medioevo. Y no todas las sociedades ubicadas dentro de los límites cronológicos
medioevales fueron feudales (ver la iluminadora discusión de Barceló, 1988). Al convertir el
formativo en periodo justamente se anula la posibilidad de distinguir entre estilo y tiempo, punto 247
básico no solo de la escuela de Berkeley (regla e), sino de la Arqueología en general.
Gabriel Ramón Joffré

obra, particularmente en la relación entre datos y periodificación. Los autores


habían dividido la historia de la arqueología americanista en cuatro «periodos»:
especulativo (1492-1840), clasificatorio-descriptivo (1840-1914), clasificatorio-
histórico (1914-1960) y explicativo (desde 1960). La crítica tuvo tres partes.
Primero, según Willey y Sabloff su «periodo explicativo» se vinculaba a la entonces
naciente «nueva arqueología» (sensu Binford) que tendría como elemento clave el
proceso: la explicación de la variabilidad en el registro arqueológico. Rowe cuestiona
ese reduccionismo sugiriendo que había diversas corrientes previas de arqueología
americana interesadas en ese tema. Por tanto, el interés en el proceso no sería un
rasgo típico de la «nueva arqueología». Así los nombres atribuidos a los «periodos»
comenzaban a flaquear.
Segundo, para Rowe el punto débil del libro era precisamente la explicación: sus
autores no podían dar cuenta de los cambios en el pensamiento y el procedimiento
arqueológico. Para sustentar esta crítica Rowe usó un ejemplo de la historia de
la arqueología americana: la revolución estratigráfica de inicios del siglo veinte.
Según Willey y Sabloff el atraso en la aceptación del método estratigráfico se debía
al rechazo boasiano del pensamiento evolucionista en arqueología americana.
Rowe mostraba lo contrario citando dos casos. Por un lado, el de Manuel Gamio,
el primer arqueólogo en aplicar el método estratigráfico en México asesorado por
Boas. Por otro, las excavaciones con los mismos principios, a cargo de Nels Nelson
en el sudoeste norteamericano. Nelson fue asesorado por Clark Wissler discípulo
de Boas. Esto le permitió a Rowe sustentar que fue precisamente la quiebra de los
dogmas evolucionistas promovida por Boas la que hizo posible la aceptación de las
excavaciones estratigráficas en Norteamérica.
Tercero, Rowe cierra su análisis dándole vuelta a todo el libro reseñado: los supuestos
«periodos» de Willey y Sabloff eran realmente estadíos a priori. Esto explicaría
la pobreza de sus interpretaciones y le permite al crítico generalizar su consigna:
«el evolucionismo cultural que usa un marco de estadíos para organizar datos
arqueológicos o históricos parece sentir que asignar un evento al estadío apropiado
sería toda la explicación necesaria». Bien visto, este es el mismo cuestionamiento
que Rowe había hecho a libros como Andean Culture History.

Conclusiones
En su relectura del concepto de paradigma, Agamben (2009: 11) recuerda sus
248 dos acepciones. Primero, como «matriz disciplinaria» es decir el conjunto de
técnicas, modelos y valores a los cuales un grupo se adhiere. Segundo, un elemento
La Escuela de Berkeley y los Andes precoloniales: génesis del método (1944-1965)

particular de ese conjunto que sirve de ejemplo común y permite formular una
tradición de investigación. Si el conjunto de escritos de la escuela de Berkeley calza
con la primera acepción, para la segunda el candidato perfecto es la secuencia
maestra. Este concepto sintetiza una visión del pasado comparativa, interactiva,
relacional y posteleológica (o a-teleológica).
A pesar de su relativo éxito (p.e. en los cuadros de los museos) la recepción de los
escritos de la escuela de Berkeley en los Andes ha tropezado con, al menos, un par de
obstáculos. Primero, debemos recordar que las propuestas teleológicas para narrar
la historia siguen siendo exitosas gracias a su fácil endose populista. En los Andes
este importante factor meta-académico explica buena parte del éxito de autores
como Tello. La lectura del pasado de la escuela de Berkeley mina los nacionalismos
fáciles. Segundo, hay ciertas limitaciones en la presentación y transmisión de los
resultados, ya observadas por Lathrap (1966) en sus críticas a The Paracas Pottery of
Ica. Por un lado, indicó que los autores de este libro asumieron erróneamente que
sus lectores estaban familiarizados con los aportes teóricos de Rowe, presentados
en sus artículos previos. Por otro lado, Lathrap observó que para leer la obra en
cuestión era preciso tener un armario de artículos y libros sobre arqueología andina
al lado, ya que se hacían múltiples referencias a imágenes no incluidas en ella o
rápidas alusiones a publicaciones poco accesibles. Las críticas de Lathrap resumían
dos puntos que aún afectan la recepción de la mencionada escuela en los Andes14.
Como han enfatizado quienes profundizaron en su obra, Rowe minaba las
distinciones entre arqueología e historia, leyendo la cultura material como si se
tratase de documentos (Fung, 1965; Hammel, 1969; Menzel, 1969). Y a ello
podemos agregar el procedimiento complementario: buscaba en el testimonio
escrito indicios del mundo material. Para moverse en ambas direcciones además
era preciso conocer los antecedentes de la disciplina por lo cual era imprescindible
ubicarse historiográficamente. Esta interdisciplinariedad constitutiva no solo
le permitió adelantarse a su tiempo, sino generar un modo radicalmente nuevo
de aproximarse al pasado precolonial. Como he tratado de mostrar, esta lectura
también impactó nuestra aproximación a la historia de la Arqueología.

14A esto podría agregarse el factor traducción: con excepción del libro de Menzel sobre el Horizonte
Medio (que es en realidad un artículo) y la reciente compilación de escritos cuzqueños de Rowe,
no hay obras de esta escuela en castellano. La traducción de los artículos teóricos de Rowe se limitó 249
al mimeógrafo sanmarquino.
Gabriel Ramón Joffré

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250 15Para evitar extender está bibliografía innecesariamente remito al lector al listado oficial de las
publicaciones de Rowe; ver las observaciones en el cuadro 1.
La Escuela de Berkeley y los Andes precoloniales: génesis del método (1944-1965)

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WILLEY, G. & SABLOFF, J., 1974 – A history of American archaeology,
252 pp.; Londres: Thames and Hudson.

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El rol del procesualismo en la arqueología peruana en la segunda mitad del siglo XX

El rol del procesualismo en la


arqueología peruana en la segunda mitad
del Siglo XX
John W. Rick

Introducción
Para quienes pasaron por las décadas de los años 1960 y 1970 pensando y
trabajando en la Arqueología, es fácil reconocer que este fenómeno llamado
Arqueología Procesual estuvo presente no solo en el mundo anglófono,
sino en la mayor parte del mundo, y sin duda, con influencias significativas
en el Perú. Por otro lado, se debe comprender también que la arqueología
procesual no fue una escuela de pensamiento fácilmente identificable con una
sola teoría coherente y una sola metodología asociada. Consistía en una gran
diversidad de perspectivas teóricas y tendencias metodológicas y, más aún,
de diversas actitudes académicas tomadas por sus muchos adherentes. Quien
pretendiera abarcar todos estos aspectos del procesualismo en un trabajo corto
se estaría engañando y, sin duda, ofendería quizás a la mayoría de lectores por
las omisiones o por caracterizaciones cuestionables. El enfocarse solo en el
marco de la arqueología peruana ayuda mucho a evitar este problema dado
que, como presentaré aquí, el Perú no fue el ambiente más propicio para
la entrada de la arqueología procesual, y así, no todas sus tendencias están
bien representadas en los proyectos arqueológicos, personalidades y trabajos 253
escritos. A la vez, propongo que el efecto de la arqueología procesual, si bien
John W. Rick

podemos aislarlo de otras «escuelas», es trascendental y fundamental en el


trayecto de la arqueología peruana y en aspectos todavía visibles de esta área
de estudios.
En este trabajo propongo, brevemente, las dimensiones teóricas,
metodológicas, históricas y sociopolíticas de esta tendencia en su ambiente
de origen. Obviamente un tratamiento comprensivo necesita más espacio
y hay varias versiones valiosas que pueden ser consultadas (por ejemplo,
Binford, 1972; Trigger, 1989; Willey & Sabloff, 1993). Luego analizaré las
condiciones del medio ambiente intelectual andino para la llegada, aceptación
(o rechazo) y crecimiento de esta tendencia. Finalmente mencionaré estudios
que demuestran el impacto del procesualismo, no sin antes reconocer
algunos estudios que se anticiparon, de manera precoz, a algunos aspectos
del procesualismo andino. Sin embargo, no es el propósito de este aporte
realizar un catálogo comprensivo de «quien-es-quien» dentro de la tendencia,
por falta de espacio y utilidad de un tratamiento bibliográfico. Tampoco
pretendo duplicar a los varios autores que abarcan más tiempo, área, y espacio
intelectual en la historia de la arqueología sudamericana (como Politis, 2003;
Oyuela-Caycedo, 1994 y especialmente para una visión amplia y bibliográfica,
Shimada & Vega-Centeno, 2011).
El presente trabajo fue originalmente contemplado meses antes y parcialmente
escrito, presentado solo algunos meses después de la muerte de Lewis R.
Binford, quien sin controversia puede ser reconocido como el padre del
procesualismo. Más que en muchas otras revoluciones académicas, él impulsó
los cambios, aceptó y tomó el rol, conscientemente, del líder del movimiento.
Además fue reconocido como uno de los arqueólogos más influyentes del
siglo XX, y publicó gran número de obras. Entre ellas la considerada como la
‘biblia’ temprana del movimiento (Binford & Binford, 1968), tres compendios
de sus artículos (Binford, 1972; 1983; 1989), y como su estilo de escribir era,
a veces, más que un poco opaco, más adelante publicaron un libro traducido
a lenguaje más asequible (Binford et al., 1983). Era una persona carismática,
controversial y de gran inspiración para quienes lo conocieron.

1. Procesualismo y la New Archaeology


Para definir a la arqueología procesual tenemos que confrontar su relación
con la New Archaeology. Mayormente se usan los dos términos en forma
254 intercambiable, preferentemente el primero en las últimas décadas. No puedo
El rol del procesualismo en la arqueología peruana en la segunda mitad del siglo XX

evitar pensar, irónicamente que este cambio en parte se debe a la facilidad de


usar el término «arqueología posprocesual» en vez de algo como «arqueología
posnueva arqueología», ¡algo parecido a «posposmodernismo»! Sin embargo,
pensar en la relación entre procesualismo y New Archaeology es importante,
dado que el primero sugiere que el enfoque de este conjunto de tendencias
es eminentemente teórico más que metodológico, lo cual es sumamente
equivocado. También deja de lado el contexto político-académico que fue de
gran importancia para el nacimiento de la New Archaeology.
Desconozco por completo cualquier nacimiento de algo llamado Arqueología
Procesual1. Este término no trata de los orígenes del fenómeno, que fue
llamado así, una vez que maduró lo suficiente como para tener nombre,
New Archaeology. Uso el término en inglés desde el principio porque es
importante la ortografía en dicho idioma. Al comienzo, muchos adherentes
de la tendencia usaron la palabra «archeology» (omitiendo la segunda «a»)
de manera muy intencional para separarlo de una supuesta arqueología
tradicional, que usaba la acostumbrada palabra ‘archaeology’. Este cambio en
la palabra no fue permanente, pues también fue adoptado por las entidades
arqueológicas, especialmente del gobierno de los Estados Unidos que no
fueron vistas como miembros legítimos. Así, «archeology» perdió su poder de
diferenciación. Aunque es solo uno de los muchos contrastes promocionados
por los New Archeologists, sirve para subrayar lo más importante: que no fue
otra cosa más que un movimiento, revestido de significado y especialmente de
identidad para los participantes. Hablaremos luego al respecto.
Arqueología procesual refiere principalmente a una orientación teórica
que enfatiza la investigación y explicación de procesos fundamentales,
generalmente asociados al cambio o evolución de la condición y organización
humana. Esto puede contrastar «teoría alta» con «teoría de rango medio» y
otras teorías que no abarcan fines tan globales, aunque no creo que algún
arqueólogo hubiera negado un interés en explicaciones de nivel alto, lo
cual implica que la atención a procesos fundamentales no es patrimonio
exclusivo del procesualismo. Así, el «procesualismo» no solo no trata de la
amplia gama de novedades del nuevo movimiento, sino que no establece una

1 Notablemente, el distinguido arqueólogo Bruce Trigger, en el índice de su importante libro sobre


la historia de Arqueología (1989), tiene la entrada «processual archaeology, See New Archaeology», 255
así indicando una clara preferencia para el segundo término.
John W. Rick

diferencia clara; es así una definición inadecuada para el fenómeno. Por otro
lado, New Archaeology sugiere a la novedad como su rasgo sobresaliente, a
pesar de haber nuevas escuelas de pensamiento y quizás movimientos nuevos
cronológicamente. Así, New Archaeology es un arcaísmo.
Mi propósito es incorporar aspectos de teoría, metodología y actitud académica
en el análisis presentado aquí. La acogida que tuvo la New Archaeology tenía
mucho que ver con el contexto político de su nacimiento, así como las
diversas formas de metodologías, en términos de estrategias de investigación,
procedimientos científicos, desarrollo o adopción de métodos específicos
de analizar los datos y materiales arqueológicos, y de énfasis en el análisis
cuantitativo. Estos nuevos enfoques metodológicos tuvieron un impacto tan
fuerte como el de la teoría misma. De esta forma, usaré el acrónimo P-NA
para el complejo que sirve como acrónimo para el «Procesualismo y la New
Archaeology»2.

2. Aspectos y elementos del P-NA


Quizás más que cualquier otra figura en la historia de la Arqueología, el
recientemente fallecido Lewis R. Binford tuvo mucho que ver en la formación
original de lo que ahora conocemos como procesualismo. Las raíces de su
pensamiento se encuentran en el neoevolucionismo, especialmente en las obras
de Leslie White (1959) y en el positivismo de Carl Hempel (1965) y otros.
Una tendencia funcionalista, especialmente en términos medioambientales,
se derivaba de Julian Steward (1955) y su simpatía con la escuela de ecología
cultural. Varios aspectos holísticos parecen estar relacionados con el discutido
Walter Taylor (1948), de décadas anteriores a los primeros trabajos de Binford.
No tengo la menor duda de que Binford fue un científico social convencido
de que sus planteamientos fueron acertados. Sin embargo, no hay manera
de divorciar su teoría y metodología evolutiva de la actitud realmente
revolucionaria que él sentía, lo cual dejó en claro con palabras muy personales
(Binford, 1972). En este sentido de generar algo nuevo, de desprestigiar a
la vieja escuela y dejarla por detrás, encontró a muchos jóvenes aprendices

2 La abreviación «PN-A» tiene la forma plural «PN-As», en referencia a los adherentes a este
movimiento. Pronunciado en español, el plural suena peligrosamente cercano a la expresión en
256 inglés pain-in-the-ass, pero no necesariamente es el propósito del autor asociar tal expresión con
miembros del movimiento.
El rol del procesualismo en la arqueología peruana en la segunda mitad del siglo XX

dispuestos a tomar las armas con él. En las décadas de los años 1960 y 1970,
el acercamiento a la ciencia fue un acto radical en la Arqueología, buscando
un sentido de verdad absoluta y comprobable que rechazaba al sentido y a la
realidad de una arqueología antigua, basada en percepciones y métodos no
explícitos. La nueva ola sintió que, en la arqueología tradicional, la reputación
y perfil del arqueólogo era tan importante como la lógica y coherencia de
sus conclusiones. Sin embargo, es obvio que recurrir a la ciencia como la
máxima autoridad implica que la ciencia en sí es uniforme y monolítica en
su configuración, lo que claramente no es cierto. Quizá no sea muy necesario
recordar que en los Estados Unidos, el tiempo en el que se desarrolló el P-NA
estuvo marcado por conflictos sociales antes desconocidos, por lo menos en
el último siglo, y que para los P-NAs las líneas de lucha con la arqueología
tradicional fueron tan reales y personales como un conflicto bélico. Existió
un sentido de alianza con el movimiento ambientalista y hasta una idea de
compartir simpatías con tendencias anti-establecimiento, o sea en contra de
una real o imaginaria colaboración entre la industria, los militares, y quizá el
gobierno. Una versión de materialismo, a veces casi explícitamente marxista,
existía dentro del P-NA, dando un sentido izquierdista a la New Archaeology,
por lo menos en los Estados Unidos. En total, había un sentido de militancia,
de identificación fuerte y personal con el movimiento en forma muy novedosa
para un área de estudios como la arqueología, que caracterizaba fuertemente
a los P-NAs.
En términos teóricos, el P-NA es más coherente en su perspectiva sobre lo que
es cultura en comparación con otros aspectos. La arqueología tradicional o
histórico-cultural vio a la cultura como una serie de rasgos «pasivos» resultados
de ideas, mayormente tradicionales o hereditarias, las que fueron compartidas
por un grupo de gente. En esta perspectiva, la variabilidad es vista como la
desviación de un promedio central, incluso «correcto», lo cual es un artefacto
histórico (porque viene como descendencia de sus antepasados) sin muchas
implicaciones funcionales. En cambio los seguidores del P-NA usaron una
definición de cultura funcional de referencia evolucionista, implicando
que la cultura era el medio extra somático de adaptación humana. Así, más
que un artefacto histórico, de tradiciones y descendencia, la cultura es vista
como una cosa activa, calculada o derivada para ser efectiva frente a desafíos
medioambientales, naturales o sociales, con implicancias obvias en relación a
la supervivencia. Entonces se puede percibir una separación de puntos de vista
históricos y le da un sentido de universalismo; lo que es una buena adaptación 257
en un contexto debe servir en otro ambiente parecido, sin importar en qué
John W. Rick

parte del mundo se encuentra o a qué tradición cultural pertenece. Una


extensión de este pensamiento pone un valor fuerte y una prioridad funcional
a los aspectos de cultura que llevaban al éxito en el mundo material. Esto no
quiere decir que el P-NA no tuvo interés ni optimismo en poder investigar
áreas de ideología y organización, sino que tenían la tendencia de ver estos
aspectos como secundarios, a veces apoyados por adaptaciones económicas.
Netamente, motivos individuales para decisiones y acciones fueron vistos
como adaptativos, en vez de resultado histórico, o de interés personal o de
agencia. Así, la perspectiva materialista hacía referencia general a la sociedad
más que a personas específicas y sus objetivos.
A partir de esto, había diversas divisiones entre arqueólogos que buscaron,
coherentemente, regularidades específicas entre condiciones, formaciones
y respuestas culturales que se podrían formular como leyes culturales de
manera literal (ver Flannery, 1967; 1982). En algunos casos, estas llegaron
a ser explícitas, como por ejemplo: ‘en condiciones X, los humanos
tomarán la acción Y’. Otro grupo de arqueólogos se fijó en regularidades
de interrelaciones de sistemas humanos con ecosistemas obedeciendo a una
interpretación particular de teorías de sistemas. Las relaciones e interacciones
entre las diversas entidades culturales y no-humanas podrían ser organizadas
en perspectivas de sistemas, y procesos tales como regulación, control,
incoherencia y manipulación que podrían ser tratados íntegramente siguiendo
esta perspectiva (Flannery, 1972). Problemas de sistemas cerrados y una
tendencia de priorizar procesos de equilibrio, tuvieron como consecuencia
la dificultad de entender los cambios evolucionarios en tales sistemas. Había
diferentes grados de militancia en estas perspectivas, variaciones entre ellas y
también ideas de corte más idiosincráticos. Algo en común, aunque ligado
más a quienes favorecían la búsqueda de leyes culturales, era la idea de que
la Arqueología es relevante en el presente en el sentido notable de poder
identificar regularidades en respuestas culturales a problemas que podrían
aplicarse a situaciones actuales.
A partir de las ideas del funcionalismo y la adaptación, había una fuerte
atención en el P-NA a las relaciones ecológicas de las culturas del pasado. Esta
tuvo implicancias en la importancia del análisis de los restos de organismos
derivados del medio ambiente en el sustento de los individuos. Basándose
parcialmente en las perspectivas de los antropólogos White y Steward
antes citados, había una tendencia en priorizar aspectos tecnoeconómicos
258 y materialistas de las culturas del pasado. Sin embargo, por otro lado, el
El rol del procesualismo en la arqueología peruana en la segunda mitad del siglo XX

mismo Binford reconoció aspectos económicos, sociales e ideológicos en


los datos arqueológicos, enfatizando que la Arqueología podría acceder
a cualquier aspecto de la cultura, por lo cual sus seguidores se negaron a
ser limitados exclusivamente a los aspectos materiales de la cultura. Es en
este optimismo relativo a los aspectos no materiales que hay cierta base para
el posprocesualismo y posiciones idealistas, con más perspectiva histórica.
Algunos PN-As lograron inclusive sugerir la prioridad de factores idealistas
en la explicación de la evolución de la complejidad a largo plazo (Flannery,
1972), pero poniendo una función importante en los rasgos culturales
resultados de la ideología, sin regresar a la posición tradicional de rasgos
‘inactivos’.
Sin embargo, estas bases teóricas que enfatizaron el orden y la predictibilidad
fueron naturalmente compatibles con procedimientos científicos que usaban
el método hipotético-deductivo. En ellos, las predicciones o hipótesis derivadas
de fórmulas, modelos o sistemas podrían ser explícitamente evaluados
mediante datos recogidos específicamente dirigidos al tema (Fritz & Plog,
1970). En mis años de «activismo» usé muchas veces en los debates la siguiente
declaración: «los datos recolectados sin un problema en mente no pueden
resolver nada». Esto es una ilustración de lo dogmático a que llegaban ser los
seguidores del P-NA. De manera muy importante, la formulación de hipótesis
debería tomar en cuenta múltiples aspectos del contexto, pero generalmente,
la historia y/o tradición no fueron aspectos aceptados en este ambiente, otra
vez, negando este aspecto importante de la cultura, implicando una debilidad
para el P-NA que abría puertas a sucesivas escuelas de pensamiento. Por otra
parte, la necesidad de poner a prueba las predicciones implicaba la colección
sistemática de datos, y así una metodología de trabajo de campo más dirigida,
organizada y calculada que lo normal para la arqueología tradicional. Aunque
no es generalmente reconocido, el mismo Binford (1972) enfatizó que un
sentido general de usar una metodología superior de campo acompañó al
nacimiento de la New Archaeology.
Willey & Sabloff (1993) proponen una evolución del P-NA en la cual
muchos de los aspectos mencionados arriba pertenecen a una primera
fase; en la segunda hay una creciente sofisticación de la aplicación de
metodología científica. Mucho de ello tenía que ver con el establecimiento
de una conexión entre evidencia arqueológica y acciones, comportamientos
o estados de sistemas culturales activos y dinámicos. Hay muchas rutas
hacia esto, algunas basadas en la formulación de modelos de formación de 259
John W. Rick

sitios (Schiffer, 1976), otras en proposiciones teóricas de la relación entre


comportamientos y restos arqueológicos específicos (teoría de «rango
medio») (Watson et al., 1971), y también el uso formal de la analogía entre
formaciones culturales históricas y las del pasado arqueológico. De lo último
surgió la metodología de la etnoarqueología, que buscaba regularidades entre
condiciones etnográficas conocidas y restos «neo-arqueológicos», resultando
de estas observaciones, comportamientos y, obviamente, restos arqueológicos
estructuralmente parecidos a las condiciones observadas. Estos aspectos muy
importantes del P-NA pueden resumirse como el establecimiento de una
conexión lógica y hasta comprobada entre los restos fosilizados y estáticos del
registro arqueológico y los dinámicos sistemas culturales del pasado. O, más
sencillo aún, como la respuesta a la interrogante «¿Cómo sabes?» frente a una
inferencia del significado de los restos arqueológicos.
En suma, ¿cuáles son las características que podemos esperar de los individuos
o proyectos asociados con P-NA? Por la misma diversidad que enfatizo aquí,
es obvio que no se encontrarán todas las siguientes características, aunque por
lo menos algunas de ellas:
• Una atención teórica a procesos significantes, o sea cambios o continuidades
culturales, y atención a su explicación.
• Una definición de cultura como agente activo de importancia en la
adaptación humana. Por lo menos que esta idea sea implícita en las
perspectivas del investigador(es).
• Una perspectiva evolucionista, o sea, atención en la derivación de formas
posteriores provenientes de formas anteriores, con implicancias en la
supervivencia de formas de mayor efectividad en alguna medida.
• Un intento de generalizar hacia la importancia universal humana y no solo
histórica o en contextos limitados.
• Una perspectiva derivada de la teoría de sistemas, buscando interrelacionar
en forma sistemática a humanos con procesos naturales, sociales e
ideológicos.
• Atención principal a la función del material cultural como resultado de acciones
intencionales antes que reflejos de identidad o herencia histórica-cultural.
• Actitud positivista; que la investigación es capaz de producir resultados
que se acercan a la realidad, a pesar de otras influencias individuales,
260
contextuales o culturales del investigador.
El rol del procesualismo en la arqueología peruana en la segunda mitad del siglo XX

• Una tendencia hacia el procedimiento formal científico, muchas veces


reflejando el método hipotético-deductivo.
• Un énfasis en aspectos económico-materialistas, especialmente en
relaciones ecológicas, de subsistencia y tecnología extractiva en la obtención
de necesidades vitales.
• Un optimismo relativo a que la Arqueología pueda generar resultados sobre
cualquier aspecto de la cultura, desde la economía hasta sistemas sociales y
mundos ideológicos.
• El uso de comprobación sistemática y numérica, buscando evidencias
lógicamente relacionadas con el fenómeno investigado, y muchas veces
usando pruebas estadísticas.
• Una formalización del muestreo, buscando representatividad que permita
que una muestra pequeña sirva para comprobar o refutar una hipótesis.
• Formulaciones lógicas y explícitas de la relación entre restos arqueológicos
y su interpretación en términos de condiciones culturales del pasado,
usando analogía etnográfica, etnoarqueológica y teoría de formación del
registro arqueológico.

3. El contexto centro andino para el P-NA


El P-NA fue una tendencia tan fuerte en Norteamérica e Inglaterra que sería
sorprendente que no hubiera tenido un impacto significante en la arqueología
andina, la cual cuenta con la presencia de investigadores de estas naciones. Sin
embargo, dado que el P-NA era en parte el resultado de procesos políticos y
tendencias específicas en los Estados Unidos de Norteamérica (Trigger, 1989),
es también inevitable que el contexto no fuera completamente compatible en
regiones que cuentan con realidades distintas, tal como el Perú.
En contraste con la fuerte influencia científica en la metodología del P-NA en
el extranjero, la arqueología existente en el Perú fue un contexto muy distinto
en su actitud hacia el rol de las ciencias naturales en las ciencias sociales. La
arqueología tradicional peruana, desarrollada por investigadores nacionales e
internacionales, fue muy pocas veces científica en metodología o en teoría,
tampoco fue muy cuantitativa o estadística en orientación. Estos aspectos
estaban integrándose notablemente desde antes del P-NA en el caso de los
EE.UU. y del Reino Unido. En parte esta diferencia se debía a la riqueza de 261
los datos en la mayoría de las investigaciones andinas. Cuando se encuentra
John W. Rick

arquitectura amplia, objetos diversos y bien conservados, o iconografía muy


desarrollada y compleja, las tareas de descripción e interpretación son en
cierta forma más directas, obvias y exigentes. No se necesitaba calibradores
ni activación de neutrones para hacer un análisis de cerámica Moche, por
lo menos al principio, y los conteos y porcentajes fueron generalmente los
límites de los métodos «numéricos» andinos. En parte por influencia del
reconocido John H. Rowe, la cronología se basaba fuertemente en el análisis
estilístico, aunque una teoría del estilo no fue muy aparente en estos trabajos
(también ver Ramón en este volumen).
Las metodologías de fechado provenientes de las ciencias naturales, que ayudaron
a establecer cronologías como esquemas temporales relativamente confiables
en otras partes del mundo, no fueron tan aceptadas ni de tan fácil alcance
entre todos los investigadores en el Perú. Cabe resaltar también la ausencia (la
mayoría del tiempo) de laboratorios especializados y la falta de disponibilidad
de fondos para análisis especializados. Es ampliamente reconocido que la etapa
previa al P-NA en las Américas se caracterizó por establecer la presencia de
entidades culturales en espacio y tiempo, requiriendo a la cronología como
base. Esta arqueología tradicional, antepasado y hasta reconocido adversario
del P-NA, fue a la vez, en cierto sentido, un paso preliminar y necesario para
poder realizar los estudios procesuales y analíticos del P-NA.
Probablemente la barrera más fuerte para la aceptación de todo el «paquete»
del P-NA en el Perú fue el factor de la historia, en varias dimensiones. En
primer lugar, fue innegable la influencia histórica con la información tan
directa proveniente de las fuentes históricas relacionadas a los incas y otras
entidades culturales andinas. Había conocimientos detallados, especialmente
relevantes a los aspectos intangibles de las sociedades de épocas tardías en
la arqueología del Perú que hicieron aparentemente innecesarios ciertos
aspectos del P-NA. Por ejemplo, el énfasis fundamental de Binford en buscar
la función de los artefactos en las esferas económicas, sociales o ideológicas
no fue tan necesario para una gran parte del material cultural andino, cuya
función es interpretable a través de los cronistas o de la continuidad de las
culturas andinas del presente. También había, y aún hay, tanta atención a los
restos arqueológicos en colecciones de la cultura reciente y actual peruana,
que abunda un sentido de saber mucho sobre el pasado, siendo esto verdad o
mitología moderna.
En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, había cierta tendencia
262
en ver las culturas andinas como un trayecto separado y especial, cuyo valor
El rol del procesualismo en la arqueología peruana en la segunda mitad del siglo XX

no se reducía en servir como ejemplo de procesos universales, sino como


un caso especial. Sabios influyentes, como por ejemplo John Murra (1962;
1975), buscaban lo especial y único en el carácter de lo andino, más no la
búsqueda de regularidades a nivel mundial. Sin duda el Indigenismo como
tendencia, el cual refuerza la idea de diferenciación y hasta superioridad de
ideas autóctonas, fomentaba cierto desagrado por las ideas universalistas tan
notables en el P-NA. Finalmente, el énfasis en la historia dentro de la teoría
marxista llevó a una contradicción con el P-NA, lo cual encajaba de manera
armónica con la desconfianza de materialismos nacientes en un contexto tan
fuertemente capitalista como el desarrollado en los Estados Unidos.
Por otro lado, en una región de gran diversidad ecológica como los Andes
Centrales, y de tanto desafío de condiciones extremas, el P-NA tenía un rol
clave que jugar. La tendencia del P-NA en priorizar relaciones materiales
y adaptación al medio ambiente iba a tener un buen rol que jugar bajo
estas condiciones ecológicas. Probablemente la tendencia en ver sistemas
de subsistencia dentro de esta diversidad, desde cazadores-recolectores
hasta agricultores incipientes, terminando en varios sistemas intensivos de
producción de alimentos domesticados, es el rol más obvio que pudieron
tomar los adherentes al P-NA.
Los Andes Centrales, centro de desarrollo de agricultura y formaciones
sociopolíticas complejas, es obviamente propicio para el análisis procesualista,
que trata de buscar explicaciones de largo plazo de estos procesos clave no solo
para la región, sino a nivel mundial. Además, procesos como interacción e
intercambio deberían figurar notablemente en la diversidad medioambiental
de los Andes. El control vertical de Murra (1972) es, quizás, el estereotipo
de lo potencial de esta perspectiva, aunque puede ser visto como precursor o
resultado de atención al medio ambiente, que obviamente no fue restringido
a la arqueología, sino más bien fue derivado en buena parte del desarrollo de
esta escuela en la antropología misma.
Por lo tanto, habían estas dos perspectivas que influyeron en forma positiva
para el P-NA en los Andes: la adaptación al medio ambiente y el desarrollo
de estados y otras formaciones sociopolíticas complejas en el área. Además, la
arqueología andina también tenía algunas de las condiciones que favorecían
un cambio hacia nuevas escuelas de pensamiento y metodologías novedosas.
Aunque irónicamente no ofrecido tan explícitamente como revolución, la
atención explicita a la teoría, especialmente en los trabajos de orientación
263
marxista de Luis G. Lumbreras (1972; 1974) creó un ambiente de cambio
John W. Rick

en el cual podría ser más aceptable nuevos puntos de vista con algo en
común. Compartieron perspectivas generales con énfasis en la explicación de
fenómenos culturales a gran escala, y una sistematización de pensamiento y
análisis que buscaba, a su vez, la confiabilidad ofrecida por la ciencia en sus
diferentes formas.

4. La presencia del P-NA en la arqueología centro andina


No es sorprendente que el P-NA se introdujo principalmente a partir de
investigadores norteamericanos. En busca de precursores, es inevitable
preguntarse si el proyecto Virú (Willey, 1953) era antecedente de posteriores
direcciones tomadas por los adherentes del P-NA; para mí la respuesta es
claramente afirmativa. Aunque limitado en la atención explícita a recursos
naturales rigurosamente cuantificables, la significancia de las distribuciones
de yacimientos en términos de evolución de sistemas políticos complejos, la
relación con recursos clave como el agua y su manipulación, y una tendencia
hacia una explicación formal de desarrollos a largo plazo, distinguen a este
proyecto como una flecha apuntando a direcciones del futuro entre los
arqueólogos del P-NA. Más interesante es su impacto no muy inmediato en
estas direcciones; la semilla fue sembrada, pero la planta no creció con rapidez.
Por las mismas razones, otros proyectos posteriores que involucraban catastros
amplios y análisis de patrones de asentamiento, han sido en muchos casos
relacionados al P-NA. Los reconocimientos de Parsons et al. (2000) en la
sierra central o Wilson (1988) en el valle bajo del Santa son descendientes en
muchos sentidos del Proyecto Virú, pero con atención todavía más explícita a
la zonificación ecológica y a los procesos de cambio a través de tiempos largos.
Asimismo, tampoco sorprende que las direcciones hacia el P-NA fueran
precoces y fuertes en estudios relativos a sociedades más ampliamente ligadas
al mundo natural, tales como las del Precerámico. En este punto tal atención
era más uniforme entre extranjeros y nacionales. Por ejemplo Cardich (1958)
pensaba claramente en las dimensiones medioambientales de las ocupaciones
de las cuevas de Lauricocha, aunque era distante del P-NA en tiempo y
espacio, y también en muchos aspectos metodológicos (también ver Politis
en este volumen). Lanning (1963) se enfocaba en el uso de las lomas y otras
dimensiones ecoeconómicas en sus trabajos en Ancón, y buscaba explicación
de cambios culturales en variabilidad climática y consecuentemente, en los
264 recursos naturales. Thomas Lynch (1971) formuló una visión de trashumancia
precerámica entre zonas de recursos estacionales, siguiendo la misma
El rol del procesualismo en la arqueología peruana en la segunda mitad del siglo XX

línea de relaciones medioambientales como fuente de estructura de la vida


económica humana para cazadores-recolectores. Por su parte Rick (1983)
eventualmente cuestionaría la lógica de la trashumancia costa-sierra, además de
la reconstrucción de la vida en Ancón, usando la misma lógica. Seguidamente
Moseley (1972) relacionó recursos y cambios demográficos en un análisis del
precerámico costeño. Sin embargo cabe preguntarse si es que esta atención
se debía a una dirección teórica consciente, o si era quizás resultado de la
ausencia de un abundante repertorio de material cultural, motivando que los
estudios se elaboraran en las direcciones posibles para dar un sentido de validez
y profundidad. Probablemente dicha atención sea una combinación de ambos
factores y creo que es razonable contemplar el arribo del P-NA como legítimo a
estos estudios de sociedades tempranas, dando un campo intelectual evolutivo
y de adaptación suficiente para promocionar dicha área de estudios.
Las debilidades de estos estudios, frente a los militantes del P-NA, estimularon
fuertemente a estudios más profundos acerca del Precerámico. En mi caso,
encontré algo inadecuada la forma tan fácil con la que otros arqueólogos
calificaban de muy marginales a los recursos y potencial de apoyo para
los grupos humanos de la puna central del Perú, estimulando algo más de
formalidad en la cuantificación de tales recursos y generando modelos e
hipótesis más formales sobre el carácter de la ocupación Precerámica de la
puna (Rick, 1980; 1983). Llegué al Perú con todo el paquete: la necesidad
de cuantificar, presentar pruebas formales y llegar a un punto de aceptar o
descartar las suposiciones basadas completamente en un supuesto uso racional
de recursos que se podría aplicar a cualquier parte del mundo donde existieron
similares constelaciones de especies, estacionalidad, comportamientos y
productividades. Busqué la lógica de sedentarismo dentro de cazadores-
recolectores sencillos como un proceso de adaptación (Rick, 1988), y hasta el
arte rupestre fue visto por mí como una adaptación al medio ambiente (Rick,
2000). Modelos formales, en forma de simulaciones de la caza de vicuñas
fueron empleados para pronosticar, de manera muy hipotético-deductiva,
qué se puede esperar de restos de fauna resultados de diferentes maneras de
cazar este recurso importante (Rick & Moore, 1999; 2001). La variabilidad
en las formas de las puntas de proyectil, en vez de ser una variación estilística
sin explicación o referencia temporal, era vinculada a la dimensión de
la organización social, reflejando el optimismo que cualquier fenómeno
humano puede ser observable por el arqueólogo (Rick, 1996). Explícitamente
vinculé los resultados de mis estudios con la condición de la sociedad actual 265
y la habilidad humana de adaptarse exitosamente a recursos susceptibles a la
John W. Rick

sobreexplotación, sin referencia a una tradición explícitamente andina. Sería


difícil encontrar un ejemplo más directo de la presencia del P-NA, en muchas
de sus dimensiones, en los Andes.
Sin embargo, al mismo tiempo M. Moseley (1975) estaba formulando algo
muy parecido para el Precerámico Tardío de la costa, basado en consideraciones
de la potencia marina para abastecer y estimular formaciones complejas. Su
planteamiento llegó a ser una de las hipótesis o modelos más reconocidos.
Sin mucha sorpresa, pronto aparecieron competidores desafiando la idea
de la productividad o capacidad productiva frente a las posibilidades
de la agricultura temprana en los valles costeños. Enseguida hubo una
cuantificación antes desconocida de recursos y productividades, debates
de representatividad de muestras y otras evidencias de un universalismo
en las cuales las dimensiones medioambientales forman la esencia de los
argumentos (Osborn, 1977; Quilter, 1991; Raymond, 1982). Lo interesante
con esta controversia es que fue realizada entre arqueólogos del P-NA; así
sugiere cierta madurez a esta tendencia, que ya fue capaz de definir las reglas
de batalla en los Andes. El trabajo de Cohen (1977) está en cierto modo
relacionado, tratando de demostrar qué límites productivos, combinados con
la capacidad de crecimiento de las poblaciones humanas en los Andes, eran
suficientes para explicar las transiciones fuertes de subsistencia, tales como
los orígenes de la agricultura. En ambos casos, el proceso ‘civilizatorio’, y los
orígenes de la agricultura, vemos una redirección hacia procesos de interés
mundial, claramente un reflejo de tendencias P-NA.
Es notable que no hubiera en el Perú, entre los peruanistas dedicados (para
no incluir a Cohen), alguien que explique el fenómeno de los orígenes de la
agricultura con una teoría fuerte y reconocida a nivel mundial. R. Carneiro
(1970), notablemente, usó la realidad limitante de espacio cultivable en
valles costeños centro andinos para sustentar su idea de circunscripción. No
obstante, hasta ahora destaca la ausencia de trabajos monográficos acerca de
los orígenes de la agricultura en el Perú. La domesticación de camélidos ha
merecido más atenciones relacionadas con las perspectivas del P-NA, dejando
modelos variados que incluyen modelización y hasta simulación relativamente
formal (Pires-Ferreira et al., 1976; Wheeler, 1999).
Los sistemas agrícolas ya existentes han sido vistos en varios contextos bajo
la influencia medioambiental. Buenos ejemplos incluyen a la agricultura
en el altiplano del Titicaca, no solo por la capacidad productiva de formas
266
tales como los campos elevados, sino también por su susceptibilidad de fallar
El rol del procesualismo en la arqueología peruana en la segunda mitad del siglo XX

cuando las condiciones climáticas cambian (Binford et al., 1997). Asimismo, la


susceptibilidad de sistemas agrícolas de colapsar bajo inestabilidades y desastres
ha sido sujeto de importantes estudios, así respondiendo no solo a fluctuaciones
predecibles, sino también a condiciones anormales (Moseley, 1977).
Para el caso de la sierra, los estudios explícitamente cuantitativos fueron de
gran influencia, aunque no netamente arqueológicos. Desarrollados por Baker
& Little (1976), Winterhalder & Thomas (1978) y otros, estudiaron pueblos
indígenas de los Andes desde una perspectiva netamente científica. Estos
trabajos cuantificaron los factores energéticos de manera científica, dando
espacio a los arqueólogos para entrar en consideraciones más serias acerca de
la naturaleza de los modelos relacionados con la teoría de sistemas. A pesar de
que estos estudios no fueron arqueológicos en sí, representan fundamentos y
mediciones sin los cuales el P-NA no podría funcionar con seriedad.
Es obvio que en una región como el Perú, el desarrollo del Estado viene a
ser uno de los procesos de mayor importancia y, de por sí, un enfoque de
atención para los seguidores del P-NA. Los argumentos formulados para los
orígenes del Estado generalmente reflejan puntos de vista en algo teóricos,
y en ellos han figurado perspectivas que tratan de teoría de sistemas, de
procesos demográficos o de control de recursos. Vale la pena plantearse la
siguiente pregunta: ¿en qué trabajos y proyectos ha habido una consideración
explicita de la evolución del Estado? Creo que junto a los pocos ejemplos
de esfuerzos verdaderamente marxistas —o sea, los que llevan más que unas
cuantas palabras superficiales sobre el tópico— son los proyectos de tendencia
P-NA los que más han desarrollado nuestros conocimientos acerca de esta
transición trascendental. Más aún, al exigir un análisis de factores explícitos
(pruebas tangibles) han dado una base de ciencia social a la arqueología
andina. Los trabajos que podrían ser en algo identificados con el P-NA, sin o
con el acuerdo de sus autores, son demasiado numerosos para ser detallados
aquí. Tres ejemplos serán suficientes para ver que el problema de orígenes
del estado era explícitamente importante para los arqueólogos P-NA. El más
directo es el trabajo de Isbell & Schreiber (1978), dedicado directamente
a decidir si Wari era un estado o no. Los otros dos son libros colectivos,
parcialmente o totalmente dedicados a los comienzos de estados en los Andes
centrales (Haas et al., 1987; Jones & Kautz, 1981).
Por otro lado, es notable que los arqueólogos P-NA del área andina en cierto
modo contribuyeron sorprendentemente poco al tema central de por qué se
267
desarrollaba el Estado en los Andes. Es verdad que escribieron sobre el proceso,
John W. Rick

o las características de los estados andinos, o hasta factores influyentes en el


proceso. Pero, es notable que de las teorías ‘clásicas’ para la explicación del
estado, el único notable que trata del Perú, pero solo en parte, es el de Carneiro
(1970) antes mencionado, y él no era andinista. Hay la posible excepción de
posiciones marxistas, pero por un lado, a nivel mundial los del Perú no son
generalmente reconocidas como posiciones o teorías universales y aplicables
en otras partes, y por otro lado, no son en sí del P-NA. Es posible que el
universalismo tan fuerte del P-NA lo condujo a formular teorías globales,
aunque obviamente no fueron la primera escuela en hacerlo. Otra razón que
puede influir en el caso del Estado es la atención fuertemente enfocada en el
proceso de urbanismo, quizás más que para el Estado. Es más fácil identificar
una ciudad o procesos urbanísticos, que el Estado en sí. Puede ser una razón
por la cual la cultura Moche, que podría ser considerada como una buena
posibilidad para los comienzos del estado andino, haya escapado sin tanta
atención explicita al asunto.

5. Presente y ausente. ¿Qué aspectos del P-NA llegaron al Perú?


Es innegable que el P-NA tuvo, y tiene, una presencia en el Perú, pero
más interesante es ver qué partes de este complejo de ideas fueron mejor
representados en los Andes Centrales, y por qué. Aquí me limito a unas
observaciones generales, y quizás provocadoras.
El complejo de atención al medio ambiente, junto con conceptos de
adaptación, y atención a un ‘núcleo’ de factores económicos está muy bien
representado en estudios P-NA andinos, como se pudo ver en la sección
anterior. La diversidad ecológica, la importancia de la domesticación, las
conocidas economías andinas mitigaron a favor de esta presencia, y quizás
ciertas simpatías, si no isomorfismos con perspectivas marxistas probablemente
son algo responsables por este énfasis. Muy interesante en este sentido es la
falta en su mayoría de una explícita consideración de la cultura como medio
de adaptación. Creo que la predominancia tradicional de estudios de arte
y estilo en materiales arqueológicos no favorecieron a una alternativa que
buscase explicación menos emotiva y más objetiva.
Los grandes procesos sí recibieron atención notable del P-NA, documentado
anteriormente. Esto requería de por lo menos un tratamiento modesto
teórico, pero pocas veces llegaba a un tratamiento teórico extendido. La
268 norma para los artículos P-NA fuera de los Andes llevaba un largo preámbulo
El rol del procesualismo en la arqueología peruana en la segunda mitad del siglo XX

teórico, generalmente contextualizando el estudio dentro del marco mundial


teórico. En el caso de los arqueólogos del P-NA andinistas, es mucho más
raro este rasgo. Mucho más presente es una contextualización dentro de lo
conocido de los Andes —patrones y conocimientos que explican la condición
observado en los datos—. En este aspecto la tendencia original de tratar a los
Andes como un caso especial controlaba al universalismo del P-NA, y se ve
muy poco de una orientación evolucionista comparada con lo que pasó afuera
del país. Así no deja sorprender, tampoco, la ausencia de generalizaciones
como leyes de comportamiento, o formulaciones substanciales de teoría de
sistemas. En el caso teórico se la podría ver como una mezcla de influencias,
con ausencias notables.
En términos metodológicos, el P-NA tuvo un impacto notable, pero
incompleto. Los métodos científicos se propagaron más, bajo la presencia
del P-NA, pero sería imposible insistir que era solo a base de esta influencia.
La atención a la función de los materiales culturales dentro de las sociedades
antiguas ha sido tocado, pero no con profundidad en muchos casos. Todavía
menos notable fue el énfasis numérico-estadístico comparado con, por
ejemplo, estudios en los EE.UU. El manejo de bases de datos y análisis en
computadora ha estado presente, tanto como la ilustración digital. Lo que
faltaba casi por completo, lamentablemente, ha sido la atención al muestreo
y a la representatividad. La falta de muestras representativas probablemente se
debe mucho a la escala de sitios y materiales que resultaban de la investigación:
¿quién puede muestrear una subregión o un sitio urbano andino? ¿Cómo
realizar una muestra aleatoria de Chan Chan? Las metodologías del P-NA
de muestreo fueron desarrolladas generalmente para sitios de escalas
relativamente modestas, y con pocos restos superficiales de arquitectura clara.
Más común que la pregunta «¿cuál es la estructura del sitio y su diversidad
interna?» ha sido «qué podemos determinar de las estructuras de tipo X?».
Pero la falta de representatividad ha implicado menos uso de comprobación
numérica de hipótesis, ya que la validez de los datos es menor frente a muchos
aspectos investigatorios.
Es cierto que los estudios que usan cuantificación y pruebas estadísticas
formales, y hasta hipótesis explícitamente formuladas, han disminuido
últimamente en correlación con las tendencias mundiales. Cada vez más
los arqueólogos están usando datos dimensionales directos, en formas de
distribuciones locales o regionales, modelos en 3D, utilizando el GIS y otras
metodologías gráficas. Esto demuestra la riqueza, a veces poco profunda pero 269
John W. Rick

tecnológicamente capaz que tenemos y podemos esperar crecer en el futuro.


Perdida hasta ahora en este proceso se encuentra la siguiente pregunta:
¿cómo sabemos diferenciar cuando nuestra percepción tiene razón, y cuándo
simplemente estamos siguiendo nuestras preconcepciones? Esta interrogante
es suficiente para hacer extrañar los esfuerzos del P-NA en establecer el
concepto de comprobación de proposiciones e hipótesis, tan cerca del corazón
mismo de este movimiento.
Finalmente, el área de menos impacto ha sido el de la epistemología y la
metodología de investigación. El Positivismo, por ejemplo, es pocas veces
mencionado, y tampoco otras alternativas —es más bien una falta general
de importancia sobre perspectivas tan amplias—. El extremo hipotético-
deductivismo, que estructuraba muchos trabajos de investigación en los
EE.UU. tanto como sus publicaciones, está realmente ausente en los trabajos
P-NA andinos. ¿Cuántas veces en arqueología peruana se ve una formulación
detallada de hipótesis, una consideración explícita de la información necesaria
para ponerlos a prueba, y después el llegar al rechazo o aceptación de la
validez de ellas? Esta rigidez, pienso personalmente, no fue necesariamente
la fuerza del P-NA, y su ausencia quizás se debe más por la demora en llegar
al Perú y a las influencias de los peruanistas en los arqueólogos P-NAs —y se
moderó relativamente rápido, inclusive entre quienes se consideran todavía
procesualistas—.

Conclusión
La introducción explícita del P-NA en los Andes centrales ha sido sentida de
manera muy diferente según el aspecto contemplado, pero en general, muy
pocos proyectos reflejan un amplio rango de las características propias de esta
«escuela». Lo más importante es claramente una atención al medio ambiente
y una perspectiva con atención a la adaptación a las abundancias, escaseces
y características de las zonas andinas. Incluso la idea de verticalidad refleja
esta perspectiva, sin embargo, es muy interesante que el funcionalismo de
varios tipos haya sido de mucha menor importancia. Aún más raros son los
trabajos que siguen los planteamientos de la teoría de sistemas, o que buscan
«leyes culturales»; así los aspectos universalistas del P-NA están presentes de
manera irregular en el Perú. Sin embargo, en términos del análisis de procesos
de gran implicancia, no se puede negar una apertura a consideraciones que
270 incluyen teorías importadas de fuera de la zona, y cierta integración a análisis
El rol del procesualismo en la arqueología peruana en la segunda mitad del siglo XX

similares de otras partes del mundo. La metodología científica ha tenido


una acogida más o menos fuerte en términos de la adopción de métodos de
análisis científico, mucho más que el procedimiento general de la ciencia.
Quizá incluso de más importancia sea la propia visión de cultura que tenían
los P-NAs. Muy pocas veces es explícita como consideración, pero en sí, ¿se
puede identificar tendencias idealistas o funcionalistas como en las escuelas
tradicionales o P-NA de los EE.UU.? La fuerte tradición de clasificación de
cerámica, la cual ha sido quizás la característica más notoria de la arqueología
peruana, y también los esfuerzos notables de arqueólogos importantes en el
escenario local, tales como J. Rowe, B. Meggers, L. G. Lumbreras, R. Shady,
P. Kaulicke, R. Burger y otros, es casi intrínsecamente idealista y cualquier
tendencia de ver en la cerámica una tendencia estratégica, de adaptación o
cualquier intento funcionalista, ha sido muy poco enfatizada. De igual forma
se puede referir a actitudes relativas a la arquitectura, aunque sin duda los
estudios de patrones de asentamiento buscan una explicación basada en las
distribuciones netamente funcionales de los sitios en el marco de sus medio
ambientes y relaciones geográficas.
Entonces, la arqueología P-NA ha tenido un impacto muy diferencial entre
la constelación de características del movimiento. Por razones notables y
complejas, su difusión ha sido limitada, pero no así su impacto. Es difícil
imaginar cómo estaríamos si nunca hubiese existido un movimiento
P-NA. La presencia del P-NA contribuyó fuertemente a la formalización,
sistematización, y teorización de la arqueología en el mundo anglófono, y creo
que también tuvo influencias parecidas en el mundo andino. Una tendencia
hacia la ciencia y la explicación de fenómenos culturales importantes es
evidente, y creo, duradera. Aspectos de la P-NA ya se sienten arcaicos, y las
‘nuevas perspectivas’, antes el dominio de la P-NA, siguen llegando. Superar
los límites de la P-NA ha sido beneficioso, pero hay mucho que no ha sido
descartado, y se hace muy incómodo contemplar cómo hubiera sido mi
vida intelectual vivida bajo las limitaciones de la arqueología ‘tradicional’.
Consciente o no, muchos de nosotros seguimos siendo P-NA en gran parte.
Una observación general es que la llegada del P-NA al Perú no tuvo el
significado revolucionario que había en los EE.UU. donde la revolución era
novedosa mientras que en el Perú había cambios de perspectiva fuertes ya
en proceso, aunque tampoco tan revolucionarios en su impacto. Por eso,
nunca hubo peleas fuertes y a veces personales y teóricamente polarizadas
271
entre el P-NA y la arqueología tradicional andina. Soy testigo de fricciones
John W. Rick

fuertes, principalmente entre norteamericanos, sobre detalles de estrategias


de investigación que se manifestaron en el momento de reseñas de becas y
publicaciones. Pero en el mundo andino nunca vi tales conflictos. Nunca
vi una pelea vengativa entre por ejemplo, Lumbreras y Binford. No estoy
seguro, pero no creo que Binford haya estado presente en el Perú; en el caso
que hubiera existido un enfrentamiento entre las visiones del P-NA y la
arqueología marxista-peruana, creo que los protagonistas hubieran llevado
sonrisas en el combate (fig. 1) por lo que tenían en común, en términos
intelectuales e históricos. Es un contexto diferente, y especial. Por algo
referimos a estos lares como «el mundo andino».

Figura 1 – Enfrentamiento imaginario entre Luis G. Lumbreras y Lewis R. Binford


Creado por Miguel Ortiz para este artículo

Agradecimientos
Estoy muy agradecido a los organizadores del evento original por mi inclusión, y
especialmente por la paciencia mostrada en la preparación del documento. El texto
se ha beneficiado mucho de las atenciones editoriales e ideas prestadas por Rosa
272 M. Rick y Augusto Bazán, y la ilustración genial de Miguel Ortiz. Aprendí mis
primeras lecciones del P-NA de John M. Fritz, a quien puedo culpar por mi interés
El rol del procesualismo en la arqueología peruana en la segunda mitad del siglo XX

a largo plazo en este movimiento. Kent V. Flannery fue mi influencia más fuerte
en mi formación profesional; creo que con él la revolución maduró notablemente,
permitiendo su continuada existencia en varias formas.

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276
La arqueología marxista en el Perú. Reflexones sobre una teoría social

La arqueología marxista en el Perú


Reflexiones sobre una teoría social1

Luis Guillermo Lumbreras

Este capítulo es una reflexión en torno a una postura teórica sobre la


Arqueología. Nosotros asumimos que la Arqueología es una disciplina cuyo
objetivo es rescatar la información que existe sobre antiguas culturas de
nuestro pueblo. Esta es una postura que tiende a mostrarnos una imagen
de nosotros como resultado de anteriores culturas. Esto está organizado
de tal manera que cuando pensamos en las viejas culturas rescatadas por la
arqueología, pensamos absolutamente en abstracto de qué cultura somos
herederos. ¿Podemos algunos de nosotros considerarnos herederos de una
cultura Chavín o de lo que se ha encontrado en Caral?, ¿somos herederos y
representantes de estas culturas? Yo creo que comemos distinto, pensamos
distinto, somos distintos.
Evidentemente dentro de esta concepción que nos aproxima a nuestra
historia a través de esta abstracción llamada cultura, existe un contenido muy
singular. ¿Se han puesto a pensar por qué causas desaparecieron las culturas
en el Perú el día que llegó Francisco Pizarro? Hablamos del antiguo Perú con

1Este texto está basado en la conferencia dictada en la Cátedra Tello y que apareció publicada en
2010. La versión aquí presentada fue revisada en marzo de 2012 por el autor conjuntamente con 277
Henry Tantaleán.
Luis Guillermo Lumbreras

cosas como estas: Primero las culturas del Precerámico, luego de Chavín,
Nasca, hasta los incas, pero el día que llegó Pizarro y sus huestes, se acabaron
las culturas. ¿Qué pasó con ellas? ¿Desaparecieron de pronto las culturas?
¿Ya no hay más cultura en Ayacucho o en Cusco? Ni siquiera hablamos de
una cultura, digámosle, colonial. Como que desapareció la categoría analítica
cultura y desde la llegada de Pizarro comenzamos a hablar de las guerras entre
los españoles, que fue una cosa concreta. Comenzamos a hablar dentro de
nuestra propia historia cómo se fue levantando la ciudad de Lima, Huamanga,
etc. Comenzaron a crearse una serie de obras públicas concretas en todo el
Perú. Se acabaron las culturas. ¿Acaso se acabó esa historia antigua de indios,
individuos abstractos de los cuales teóricamente nos sentimos orgullosos? Yo
no sé si nos sentimos orgullosos, si de pronto tenemos vergüenza de esto.
De niño, a mí me enseñaron a tener vergüenza del color de mi piel, de la
forma de mi cabello, del color de mis ojos, teníamos vergüenza de hablar
el quechua. Más bien nos sentíamos orgullosos de hablar bien el castellano.
Es más, lo perfeccionábamos; con ello íbamos adquiriendo una conciencia
más afín a España, a Europa, que a nosotros mismos. Por eso a España se
le llama la «madre patria». ¿Y estos indios? ¿Y esta larga historia que se ha
ido recuperando con el tiempo en donde descubrimos culturas cada vez más
viejas, cada vez más ricas? Lo más importante es que descubrimos pueblos, y
no culturas, que fueron capaces de darle la vuelta a este país. Este país que es
difícil, con montañas, desiertos y quebradas profundas, donde la gente tuvo
que habituarse a vivir sobre los 4 mil m de altura. Pero somos personas que
nos adaptamos a esas condiciones, que nos adaptamos al desierto, a la altura,
a la puna. Intervenimos sobre los desiertos y los convertimos en jardines,
intervenimos sobre las montañas y allí creamos obras que permitieron
aumentar la producción de plantas de altura y de animales. Nosotros
transformamos y convertimos las rocas en escultura hermosas; y la tierra
en objetos de arte que hoy todos admiramos. Nos admiran en el mundo
porque esos indios, a los que nos enseñaron a despreciar, transformaron este
territorio, lo habilitaron para ser habitado. Esas gentes que cuando nos dicen
que somos sus descendientes sentimos vergüenza, que solo las conocemos
como culturas y no como gentes.
Los españoles cuando llegaron recibieron un país hecho. A mí me da mucha
cólera cuando escucho que el Perú es un país joven, que es un país en
278 transición, que lo estamos construyendo. Es una vergüenza que pensemos de
esa manera. ¿Qué de nuevo tiene un pueblo que desde hace 10 mil años fue
La arqueología marxista en el Perú. Reflexones sobre una teoría social

dándole vuelta a este territorio, construyendo recursos tecnológicos altamente


eficientes? Recursos tecnológicos que solo son producto de la capacidad del
ser humano para transformar la naturaleza en su beneficio. Repito, no nos
adaptamos, nosotros adaptamos la tierra para que el ser humano pueda vivir.
Como resultado de esa adaptación pudimos gozar de un territorio totalmente
hecho. Los actuales valles de la costa no existían, los convertimos en valles a
través de un conjunto de obras que fuimos progresivamente desarrollando.
Con el sistema de riego les dimos la forma de deltas que actualmente tienen.
Toda la actual rica zona de Lambayeque no existiría en absoluto si no se
hubiera logrado hacer el canal de Taymi, si no hubiéramos logrado unir el
cauce de dos ríos y formar esa cosa inmensa que es todo casi un departamento-
valle, desde Reque hacia el norte. Lima, que es Lurín, Rímac y Chillón, es
una unidad importante si la vemos en términos de la transformación. Si no
existiera eso, nos estuviéramos muriendo de malaria, no tendríamos donde
sembrar, esto era un lodazal, ciénagas, un conjunto de desechos que traían de
otras partes, tal como sucede ahora, y que vuelcan sobre el mar.
Esto es lo que la arqueología necesita comprender a través de una transformación
básica de las categorías analíticas con las que trabajamos los arqueólogos. Si
vemos el pasado a partir de las categorías que se derivan del concepto «cultura»,
vamos a encontrar que ese concepto desdibuja nuestra relación efectiva con las
condiciones materiales de nuestra existencia. Estas condiciones materiales son
las que acabo de mencionar: desiertos, quebradas, montañas, altura, etc., en
las cuales el ser humano se instaló. Si queremos entender lo que somos hoy y lo
que podemos hacer en adelante, lo que obviamente debemos tener en cuenta
es la naturaleza de esas condiciones. He dicho que esas condiciones materiales
se transformaron gracias a la intervención humana que creó una serie de
instrumentos y recursos con los que convirtió los cerros en un conjunto de
terrazas agrícolas que no existían en la naturaleza. Este es un país dibujado.
Por eso los artistas se sienten bien aquí. Es un país que hemos transformado de
manera tal que se hace a nuestras necesidades de forma orgánica y estructural.
Ese hacerse es el resultado de una relación implícita que existe en el mundo.
Esa relación es entre las condiciones materiales concretas, podemos llamarle
medio natural, la población que actúa sobre ese medio, y los recursos o
instrumentos de producción. Estos tres elementos son los que han realizado
estas transformaciones de las que estamos hablando.
Estas transformaciones solo se activan efectivamente gracias a que se 279
establecen relaciones entre personas. Algo que olvidamos siempre es que
Luis Guillermo Lumbreras

la historia siempre nos habla de relaciones entre grupos humanos, entre


personas individuales. En alguna etapa de la historia esto va a representar la
relación que existe entre grandes grupos sociales diferentes, como las clases
sociales, y en otros como grupos de distinto tipo que se manejan de una
u otra manera. En todos los casos nuestra acción sobre la naturaleza y la
relación que establecemos de transformación de los recursos naturales son
acciones de trabajo. El mecanismo mediante el cual el hombre interactúa con
la naturaleza es el trabajo; y el trabajo es el que genera el tipo de relaciones
con las cuales nosotros operamos.
En Arqueología nos hemos habituado, a raíz de manejarnos con el concepto
de cultura, a pensar todo esto desde una perspectiva ligeramente distinta.
Cuando un arqueólogo excava una tumba, lo que rescata en realidad son
eventos, hechos sociales concretos, donde intervinieron muchas personas,
reales, en un rito que tenía como propósito poder socializar, establecer
relaciones entre ellos. Ese rito es el que excava el arqueólogo. Pero en la
arqueología tal como la practicamos, pensamos que excavamos un elemento
cultural. Y eso se traslada a la abstracción general de los tipos de sepultura que
pertenecen a la cultura X. Inmediatamente trasladamos lo concreto y real,
que es la tumba de una persona que se murió, a la normativa que establece lo
que las personas hacen al momento de morir.
Cuando vemos una casa o un ceramio, inmediatamente pensamos en la
cultura. Un ceramio no nace de la cultura, nace de individuos concretos que
hicieron este objeto, con relaciones sociales muy complejas. Un ceramio es el
resultado de un proceso de trabajo muy largo donde interviene mucha gente.
Primero, las personas que extraen la arcilla porque saben de donde obtener
arcilla, de qué tipo, qué aditamentos se requieren para que no sea grasoso,
etc. Segundo, los que transforman el recurso natural en materia prima, en un
objeto preparado para ser utilizado en el proceso de producción; asimismo,
encontramos una serie de relaciones específicas entre estos productores, por
ejemplo, sus antepasados, porque ellos no nacieron sabiendo cómo se hace un
vaso de arcilla, aprendieron del entorno social en el cual viven. Cuando trabaja,
no solo lo hace con instrumentos que él no inventó, sino establece relaciones
sociales con otras personas o grupos sociales, contemporáneos y anteriores.
Uno nunca hace las cosas para el presente, sino para el futuro. Se hacen
las cosas en función de los servicios que esto puede prestarme a mí, a mis
contemporáneos y a las próximas generaciones. Esa es la razón por la cual
280 todo objeto, una casa, por ejemplo, después de haberlo hecho, será usado en
el futuro.
La arqueología marxista en el Perú. Reflexones sobre una teoría social

Entonces, la relación que se establece en los materiales que rescatamos los


arqueólogos, es una relación que se establece con el pasado, que son los
antecedentes de trabajo acumulado, y luego con el trabajo de uno mismo, que
está añadiendo un componente activo nuevo. Es una relación bien compleja.
Pero lamentablemente no todo está dicho dentro del concepto cultura.
El concepto cultura fue una categoría creada durante la etapa de desarrollo
más intenso del colonialismo. Este concepto nace junto con la Antropología,
que es la disciplina que se constituye a partir del desarrollo colonial en el
Viejo Mundo. Los antropólogos heredaron el viejo interés, que proviene
desde Herodoto, de estudiar a los pueblos primitivos. El resultado de esos
estudios era para las metrópolis. Esta disciplina tiene una figura interesante:
si yo tomo bajo mi dominio a un pueblo en calidad de colonia, para poder
coexistir, dominar o manejar a ese pueblo, lo que necesito es conocer sus
costumbres, sus comportamientos. Consecuentemente se debe construir una
disciplina para eso. Uno de los etnólogos más brillantes que hemos tenido
en los orígenes de la construcción literaria del Perú es Cieza de León. Un
etnólogo describe con mucho detalle, las costumbres, las reacciones, el
lenguaje, los hábitos domésticos y la capacidad productiva de la gente. Y
esos son los elementos básicos con los cuales construimos el corpus de la
Antropología.
Esta antropología requería de una categoría teórica que le permitiese encuadrar
todos estos conocimientos sueltos (religión, economía, producción) en uno
solo. En Francia existía una palabra asociada a los campesinos franceses con
la cual se conocía sus costumbres, la palabra era culture. Más adelante, eso
fue tomado por un alemán y le llamó kultur a ese conjunto de costumbres
que tienen personas raras que no vivían en las ciudades, sino en el campo.
En Inglaterra a este conjunto se le llamaba Folklore. El teórico británico
Edward Tylor tomó estos conceptos y le llamó culture, lo que nosotros hemos
traducido literalmente como «cultura».
La cultura era fundamentalmente el comportamiento de los «otros». Y se
trasladó a «nosotros» solo como la parte exquisita de nuestro comportamiento.
Cultura viene de cultivo, y cultivo es lo que se hace, lo que se produce. Esa
acepción fue trasladada al análisis de los «otros» pueblos y se quedó, en el
caso nuestro, para referirse a las elites cultas, que tenían un comportamiento
cultivado. Es por eso que se les llamaba «cultos» a estos personajes, porque
nadie habló de los indios cultos. Los cultos somos «nosotros».
281
Luis Guillermo Lumbreras

Esto es lo que determina una configuración crítica y analítica del concepto


«cultura» que a mí siempre me incomodó. El concepto cultura nace como
una forma de examinar analíticamente los comportamientos y, por lo
tanto, los divide en segmentos. Estos segmentos los convierte en entidades
críticas, a partir de las cuales se puede explicar el comportamiento humano.
En la Antropología, el concepto cultura se convirtió en el eje de definición
y descripción de todo el comportamiento humano. Es a tal punto que
hablamos en términos generales que la cultura es la obra del ser humano en su
conjunto, es todo lo que hace el ser humano. Por lo tanto, podemos entender
al ser humano como cultura.
La incomodidad surgió entre nosotros porque no estábamos en condiciones de
entender el comportamiento humano a partir de una abstracción de este tipo,
que partía de la división del comportamiento para explicarlo en su conjunto. Lo
que sirvió mucho a los arqueólogos fue la división que se hizo entre universales
de la cultura, cosas comunes a todos los pueblos, y la singularidad de los
diversos pueblos, lo particular de cada pueblo. Los arqueólogos comenzamos
a trabajar con el concepto cultura a partir de estas dos variables: lo universal,
que nos permitía inferir costumbres, y la particularidad de comportamientos,
que nos permitía clasificar y organizar las cosas.
Pero, llegó el momento en que comencé a pensar que lo que estábamos
excavando no eran solo restos culturales, sino hechos históricos concretos. A
raíz de mi formación inicial como historiador con el Dr. Porras Barrenechea
comencé a cuestionarme el tema del hecho histórico como un fenómeno
singular e irrepetible, que es lo que se sostenía en la formación historiográfica
clásica. Los hechos históricos se dan y no se repiten nunca más, pero son el
conjunto de hechos históricos los que permiten construir una historia, los
procesos históricos. Cuando comencé a ver que no teníamos historia sino
luego de Francisco Pizarro, y que lo anterior a él era pura y simple antropología,
es decir, que se hablaba de culturas y abstracciones muy generales y no de
personas, pensé que era necesario incorporar otras formas de analizar este
proceso histórico.
Tenía un serio conflicto porque viví en un contexto de muchos conflictos en
el país. Cuando estudiaba en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
la preocupación nuestra no estaba tanto en la Arqueología, pues ésta era
casi un deporte de personas con suficientes recursos para vivir sin tener que
trabajar. La preocupación central era cómo transformar este país que tantos
282
problemas tenía. Y más aún, con la Arqueología ¿qué transformo, si lo único
La arqueología marxista en el Perú. Reflexones sobre una teoría social

que rescato son viejas costumbres o acontecimientos que ya no me sirven para


nada? ¿Qué tengo que ver yo con Chavín o con Wari? En cambio, al parecer
sí tenía mucho que ver con la historia que introdujeron los españoles aquí
en relación a las fronteras, al manejo económico y a la herencia que tenemos
desde aquella época. Decidí dejar de estudiar arqueología hasta que un día
me encontré, tras mis estudios de filosofía2 con el materialismo histórico y
dialéctico que me decían otra cosa distinta a lo que me decía la Antropología.
El centro ya no era la cultura, sino los grupos humanos, la gente concreta.
Y que los estudios de las guerras eran en el fondo guerras de personas contra
personas, a partir de ideas que estaban ligadas a sus intereses de grupo. Incluso
hasta cuando aparecían los indios también lo hacían como grupos concretos.
Por ejemplo, cuando el pueblo de Sicuani se levantó contra tales condiciones
y en tal momento, ya no era la «cultura» de Sicuani y su cerámica específica.
Ahora, es cierto que sabía que se producía cerámica de alta calidad en Quinua
o en Santa Ana. Todas las cosas que la teoría decía que eran cultura, para
mí tenían formas concretas. Entonces me pregunté ¿por qué no ver de esta
misma manera lo anterior?
Me sirvió mucho ser ayudante de cátedra de los cursos de sociología en San
Marcos, entre ellos el del profesor Aníbal Ismodes. Así pude estudiar otra
manera de analizar la sociedad en su conjunto, ya no a partir del concepto
cultura, sino del concepto sociedad. Y cuando comencé a ver la cosa política y
filosófica entendí que había cuestiones diferentes a lo que venía haciendo. Había
preocupación por las cosas concretas: tierra, hombre y relaciones que establecía
el hombre con la tierra mediante instrumentos. Todo esto se movilizaba en
torno al trabajo. Las relaciones entre personas era una relación de trabajo, la
relación entre el hombre y el medio era una relación de trabajo, etc. Y a raíz
de las relaciones de trabajo se establecían todas las demás relaciones, incluso
las que son aparentemente naturales (madre-hijo, por ejemplo), porque tienen
que ver con la capacidad de generar fuerza de trabajo.
Al tratar de leer Arqueología con esta perspectiva, me pareció que todo lo que
había hecho hasta ese momento era una tontería. Me dedicaba a contar tiestos,
a dibujar la cerámica, describía mis excavaciones, pero me preguntaba ¿y todo
eso para qué? Al mirarlas de otra manera, comenzó a tener sentido el poder
organizar las formas en relación al producto y el poder articular una pieza de

2Estos estudios también se complementaron con conversaciones con Emilio Choy, Alberto Chen, 283
Víctor Carrera y Héctor Béjar, entre otros,
Luis Guillermo Lumbreras

cerámica con la infinidad de datos que me daban sobre la sociedad, más que
sobre la cultura. Comencé a ver que un vaso tenía un papel importante para
la gente que lo elaboraba, se hacía para algo. Esa función estaba asociada con
el tipo de relaciones sociales que establezco con el grupo.
Estaba rodeado de amigos antropólogos porque mi título es de arqueólogo
y etnólogo, mis maestros eran antropólogos. Pero me di cuenta que hacía
una doble vida. Mi vida profesional y publicaciones eran de arqueología con
base cultural; mi otro campo era la preocupación por construir un proyecto
revolucionario que permitiese transformar las estructuras sociales en formas
donde el socialismo sea la pauta de existencia. Encontré que las dos cosas no
eran compatibles. Tuve que decidir por una, y eso no fue difícil. Encontré
mucha gente que pensaba igual que yo, uno de ellos era el australiano Gordon
Childe, el otro era Carlos Marx. Con estos personajes descubrí que lo que me
parecía obvio ya lo habían ellos sistematizado.
Todo esto me llevó a plantear una tesis para la Arqueología: la Arqueología
debe situarse en un espacio de la realidad en donde trate con individuos,
con grupos sociales, y el concepto cultura que sirva solo para referirse al
comportamiento y las costumbres.
En 1972 me invitaron a dar un curso de Arqueología a sociólogos en la
Universidad de Concepción en Chile, lo que a mí me pareció terrible
porque por el lado político yo estaba en contra de la sociología positivista
y la antropología tradicional. Mi maestro, el antropólogo John Murra era
un enemigo acérrimo de los sociólogos, pero aún así tenía muchos amigos
sociólogos como Aníbal Quijano o Julio Cotler. Fui a dar el curso a Chile
y me inventé un tema: «La arqueología como ciencia social». Le robé el
título y la idea, como siempre hacemos los investigadores, al arqueólogo
australiano Gordon Childe. Hice algunas notas para la clase porque no me
atrevía a publicar estas ideas puesto que en ese momento estaba en la lucha
por hacer la revolución y no quería que se enteraran que andaba usando
estas ideas de Marx, Lenin o Mao. Estas clases que di en Chile las tomaron
y publicaron en mimeógrafo en la Universidad de Concepción. Se divulgó
y llegó hasta la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde los
estudiantes lo reimprimieron, lo mismo que en Cajamarca, en Huamanga,
etc. El tema ya no era tan clandestino, más bien todos comenzaron a tocar
el tema. En 1974, todos estos escritos se publicaron como libro (Lumbreras,
1974). Pensé que nadie iba a leerlo, ni mis amigos, porque uno escribe libros
284
para que generalmente los lean los amigos. Pero el libro fue un éxito, recibí
La arqueología marxista en el Perú. Reflexones sobre una teoría social

cartas, invitaciones, etc. En 1975, en México José Luis Lorenzo convocó


a una convención para tratar el tema de la arqueología social. Para mí el
nombre era nuevo y un reto. Estuvimos presentes arqueólogos de diversos
países latinoamericanos (José Antonio Pérez Gollán, Julio Montané, Eduardo
Matos Moctezuma, entre otros) y nos pronunciamos en torno a la necesidad
de trabajar sobre ese tema.
Sinceramente, no sabía en lo que me había metido. Solo después me di cuenta
que el discurso tenía un compromiso teórico mucho más serio del que me
había propuesto. Al principio para mí era solo un alegato ¿por qué hablamos
de culturas solo para referirnos a lo anterior a Francisco Pizarro? En ese libro
(Lumbreras, 1974) le dedico la primera parte a darle de alma a la cultura. Pero
ahora que lo leo, me resulta bastante ingenuo, con cosas muy obvias. Poco
tiempo después, cuando se produjo un movimiento de gente que trabajó
lo mismo en México y Europa, estos investigadores, como Julio Montané,
Felipe Bate o Manuel Gándara, comenzaron a preguntar cosas que yo no
estaba en condiciones de responder. Yo no era un teórico marxista. Recién ahí
me puse a trabajar sobre esto que se llamó arqueología como ciencia social, a
partir del título de mi libro.
El resultado fue que a lo largo de los años descubrí que efectivamente no
solo es un reclamo sobre cómo se maneja la Arqueología en general, sino
cómo manejamos las categorías arqueológicas. Algo se publicó en un reciente
libro mío Arqueología y Sociedad (Lumbreras et al., 2005) donde recuso la
Antropología como mecanismo de apropiación teórica con la cual podamos
trabajar los arqueólogos. Creo que el concepto cultura, como lo hemos
manejado, no nos sirve, por lo que no tenemos que utilizarlo o hacerlo de
otro modo. En mis últimos trabajos, a modo de ensayo, trato de no usar el
término cultura, y más bien estoy usando categorías como formación social,
que nos permitan entender la relación hombre-tierra-instrumentos. Eso
alarma a los que no saben lo que es el marxismo, pues a los marxistas nos han
tildado de todo, tanto de terroristas como de enemigos de la paz y la armonía.
Eso hace difícil la difusión de estas ideas.
Ahora estoy reflexionando sobre un tema que ya desde el primer libro me
comenzó a preocupar. ¿Uno excava marxistamente? Pues a estas alturas,
creo que sí. He llegado a esa perversa conclusión. Solo aplicando de manera
rigurosa los argumentos teóricos y metodológicos que hacen posible una
teoría materialista dialéctica con todas sus implicancias, es posible llegar a una
285
arqueología capaz de entregar un conjunto de conocimientos instrumentales
Luis Guillermo Lumbreras

para poder participar en la transformación de las estructuras de nuestro


tiempo. Así fui descubriendo categorías como la de «unidad arqueológica
socialmente significativa» (Lumbreras, 1984a; 1984b), que en un principio no
la manejaba con soltura. Se refiere directamente a hechos sociales. Entonces,
descubrí que excavar un basural es excavar la información que contiene la vida
doméstica de unas gentes que dejaron en un lugar determinado los desechos
de su vida diaria. Lo que debemos hacer los arqueólogos es buscar eso para
rescatar los contextos y unidades socialmente significativas, y procesarlas para
recuperar la información de lo que ocurría en ese tiempo.
Hace mucho escribí un libro que se lo di como regalo de navidad a mi hijo
Luis (Lumbreras, 1972). No tenía dinero para darle un regalo, así que le escribí
un libro. Me lo publicó Carlos Milla Batres y fue mi libro más divulgado
en el país. Es el único libro que me ha dado plata. Ese libro tuvo casi 120
mil ejemplares vendidos, hasta lo han pirateado. Quise volver a escribirlo
nuevamente porque estaba organizado dentro de esa tímida perspectiva entre
antropológica y materialista histórica, sin definirse totalmente. Lo reescribí
en España, pero no me salió bien. Hice una nueva revisión, que se publicó en
la forma de 10 pequeños librillos3, pero me he dado cuenta que si no lo hago
dentro de una perspectiva directamente marxista, pues no me va a salir nada.
Es muy difícil escribir «en clandestino».
La Arqueología ahora para mí tiene una orientación definida: o es materialismo
histórico o no, es muy débil al desarrollarla teóricamente en otra dirección.
Mucha gente tomó posición de esta perspectiva, e incluso creyeron que yo
estaba en la obligación de formar un partido político. No se trata de eso. En
la parte científica y académica nos debemos comportar como tales, al más
alto nivel, y defender la postura marxista como una ciencia con todos los
elementos de rigor que tiene y exige.
Finalmente, a la conclusión que he llegado es que la arqueología social es
una forma de aproximarnos. No se imaginan las peleas que he tenido con
otros arqueólogos sociales. Con uno de mis más queridos amigos, Luis Felipe
Bate, he tenido debates fuertes sobre, por ejemplo, el «modo de producción».
Él dedicó un libro entero a defender el concepto cultura (Bate, 1998), con
el que no estoy totalmente conforme. Nos distanciamos. Está bien que se

286 3 Una colección que fue titulada Formas Históricas del Perú publicada por el IFEA y Lluvia editores.
La arqueología marxista en el Perú. Reflexones sobre una teoría social

den esos debates. Creo que la autocrítica y la capacidad de debatir, donde


uno exponga sus ideas sin dogmas, son buenas. Es tan bueno que creo que
es lo que debe practicarse. No hay una «escuela de arqueología social» para
decepción de muchos. No existe.
La arqueología como ciencia social es una forma de enfrentar el conocimiento
científico a través de la Arqueología, que se sustenta en la construcción de la
historia de un pueblo a partir del reconocimiento de los hechos en los cuales
ese pueblo está envuelto a lo largo de su existencia. Al recoger esto, uno
se siente profundamente vinculado con las gentes de Chavín, Wari, los que
recorrieron el Qhapaq Ñan, etc. Lo que tengo es una relación básica con
gente de un país que fue construido por ella. Estoy ligado, no a su cultura,
sino a su capacidad creativa para transformar los objetos naturales que ahora
uso para vivir. Eso lo aprendí con la Arqueología entendida y asumida como
ciencia social.
He recibido una serie de invitaciones a lo largo de los años para participar en
eventos teóricos de la Arqueología. Quiero decirles que yo no soy un teórico
de la Arqueología, soy un consumidor de teoría arqueológica. Además,
considero que se ha avanzado tanto en la investigación arqueológica, que
sinceramente hay cosas que desconozco. A raíz de esto considero que mi
tiempo y el de mi generación es el tiempo superado, y creo que el debate
actual es mucho más rico que el que nosotros pudimos nutrir. Hace poco
fui a un simposio de Arqueología en Brasil, donde la discusión era la teoría
en arqueología y la arqueología como ciencia social. Desde luego, fui con
mucho interés, no participé, pero terminado el evento me dije: «Yo no vuelvo
más». Porque hay cosas nuevas que ya no entiendo. Me alegro que así sea y se
avance. No me imaginé nunca, desde que di ese curso en Chile, hace casi 40
años, que esta postura pegara tanto. Hay arqueólogos sociales en África, en
Asia, sobretodo en Japón y Corea, hay en la India, en España, en EE.UU y en
casi todos los países latinoamericanos.
Me da gusto porque eso quiere decir que se ha despertado. Pero debo aclarar
que esto no es un partido político, no es una corriente cerrada, al contrario,
parte de la autocrítica y se abre a construir nuevas alternativas teóricas. Es
más, así como es la evolución de todos los procesos, es de desarrollo desigual
y combinado. Es de fuente hologénica, nace en cada quien que quiere avanzar
en esa dirección.
287
Luis Guillermo Lumbreras

Referencias citadas

BATE, L. F., 1998 – El Proceso de Investigación en Arqueología, 278 pp.;


Barcelona: Crítica.
LUMBRERAS, L. G., 1972 – Los Orígenes del Estado en el Perú, 153 pp.;
Lima: Milla Batres.
LUMBRERAS, L. G., 1974 – La Arqueología como Ciencia Social, 231 pp.;
Lima: Histar.
LUMBRERAS, L. G., 1984a – La Unidad Arqueológica Socialmente
Significativa (I). Gaceta Arqueológica Andina, 1 (10): 3.
LUMBRERAS, L. G., 1984b – La Unidad Arqueológica Socialmente
Significativa (II). Gaceta Arqueológica Andina, 1 (11): 3.
LUMBRERAS, L. G., GONZÁLEZ CARRÉ, E. & DEL ÁGUILA, C.,
2005 – Arqueología y Sociedad, 320 pp.; Lima: Instituto de Estudios
Peruanos, Museo Nacional de Arqueología y Antropología, INDEA.

288
Una aproximación posprocesual en la arqueología del Perú: Garth Bawden y el fenómeno Mochica

Una aproximación posprocesual en la


arqueología del Perú: Garth Bawden y el
fenómeno Mochica
Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

Introducción
A diferencia de la arqueología procesual, que se puede definir como una
corriente de pensamiento con un marco teórico y programa medianamente
definidos, lo que suele llamarse arqueología posprocesual no involucra un solo
programa o propuesta, sino que corresponde más bien a un conglomerado
de pensamientos y reflexiones críticas relacionadas con las limitaciones que se
percibían en la propuesta procesual (Kohl, 1993; Preucel, 1991).
Las críticas posprocesuales involucraban diferentes aspectos de la llamada
«Nueva Arqueología». En términos epistemológicos, se cuestionaba la
convicción de un acercamiento objetivo al registro arqueológico, libre
de agendas políticas o de trasfondos del momento histórico que vivían
los investigadores (Shanks & Tilley, 1987). Otra crítica se centraba en la
influencia de la perspectiva antropológica en la arqueología en la academia
norteamericana, así como el llamado «cientificismo» que la arqueología
procesual le daba a sus aproximaciones. A juicio de diferentes autores, la
combinación de ambas perspectivas orientaba a la disciplina en búsqueda
de la definición de procesos y la formulación de leyes de valor nomotético, 289
Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

prescindiendo de lo que, a juicio de los colegas posprocesuales, era la labor


fundamental del arqueólogo: la reconstrucción de la historia de los pueblos
del pasado (Hodder, 1986).
Esta crítica venía acompañada del cuestionamiento que se daba al entendimiento
de la sociedad como un sistema, es decir, un ente autoregulado y con un
propósito con tendencia al equilibrio. Para la arqueología posprocesual, era
necesario entender a la sociedad como un escenario de grupos con agendas
diferenciadas y antagónicas, donde el cambio sociocultural no se explicaba
como un suceso necesariamente adaptativo, sino como el resultado de la acción
social de grupos con intereses propios, cuyas consecuencias eran contingentes
y generaban trayectorias históricas específicas (Yoffee, 1993: 63-65).
Es así que, desde finales de la década de 1980, varios autores empezaron
a explorar el rol de la acción social autónoma (la «agencia») en el devenir
histórico. Encontramos así propuestas que ponían de relieve el protagonismo
de individuos específicos con ambiciones y capacidades especiales (los
aggrandizers), en el proceso de surgimiento de la complejidad social (Clark
& Blake, 1994; Hayden, 1995), así como en la elaboración de diferentes
estrategias de poder (Earle, 1991). En contraste, otros autores se han
preocupado por entender la acción social en el marco de los procesos de
estructuración social, tomando como referencia los postulados de pensadores
sociales como Anthony Giddens o Pierre Bourdieu (p.e. Blanton, 1998).
Si bien este tipo de aproximaciones han tenido una significativa repercusión
en la Arqueología a nivel internacional, su presencia dentro de la arqueología
peruana no ha tenido la misma trascendencia. Sin embargo, dentro
de las investigaciones arqueológicas del Área Andina, existen algunas
contribuciones, a menudo poco estudiadas en profundidad, que arrojan
luces sobre las posibilidades y limitaciones de este tipo de reflexiones, así
como de su contribución al desarrollo de la arqueología en el Perú. El caso
de la propuesta de Garth Bawden para entender la aparición de la cultura
material que denominamos «Mochica» en la historia prehispánica (Bawden,
1994; 1995), es quizás uno de los casos más prominentes de este tipo de
aproximación, que vale la pena analizar en detalle.
El análisis irá precedido por una breve revisión biográfica del autor, seguida
por una revisión histórica del desarrollo de las investigaciones sobre la Cultura
Mochica.
290
Una aproximación posprocesual en la arqueología del Perú: Garth Bawden y el fenómeno Mochica

1. Vida y trayectoria de Garth Bawden


Garth Bawden nació en el condado de Cornwall, al suroeste de Inglaterra. Sus
primeros estudios fueron en medicina, en su país de origen y, posteriormente,
viajó a realizar estudios de posgrado en Antropología en la Universidad de
Harvard. Es así que participa en el proyecto Chan-chan Moche, dirigido por
Michael Moseley, en compañía de otros jóvenes arqueólogos como Thomas
Pozorski, Shelia Pozorski, John Topic, Theresa Lange Topic, Geoffrey Conrad,
Alan Kolata, Christopher Donnan, entre otros.
La participación de Bawden dentro del Proyecto Chan-Chan Moche estuvo
enfocada en el estudio del asentamiento de Galindo, ubicado en la margen
norte del valle medio de Moche. Producto de excavaciones realizadas entre
1971 y 1973, Bawden elaboró su tesis doctoral (Bawden, 1977). Luego,
pasó a trabajar en el Museo Peabody de la Universidad de Harvard. Para
entonces, se embarcó en investigaciones en el Cercano Oriente, excavando
en el oasis de Tayma, al noreste de Arabia Saudita. La vida lo llevó en 1985
a dirigir el Museo Maxvell de la Universidad de Nuevo México y a integrar
el departamento de la misma universidad, con las cátedras de Arqueología
Andina y Arqueología del Cercano Oriente.
Puede especularse que, tanto su exposición inicial al universo académico
británico, como la incursión en la problemática del Cercano Oriente,
pudieron darle a Bawden un panorama académico alternativo al de sus
pares norteamericanos, quienes suscribieron en gran medida las propuestas
neoevolucionistas que caracterizaron a la arqueología procesual. Una primera
manifestación de estas diferencias se puede observar en la reseña que Bawden
redactó con motivo de la publicación del libro Los Orígenes y Desarrollo
del Estado Andino, editado por Jonathan Haas, Shelia Pozorski y Thomas
Pozorski (Haas et al., 1987). Bawden tituló su reseña «El Estado Andino
como un Estado de la Mente» (Bawden, 1989). En dicho texto, Bawden
plantea una crítica severa a los límites de los enfoques evolucionistas para
entender la dinámica de los procesos sociopolíticos en el mundo andino.
Es así como, en 1994 Bawden publica en el volumen Moche. Propuestas y
Perspectivas, un texto titulado «La Paradoja Estructural. Moche como
Ideología Política», publicado en inglés al año siguiente en Latin American
Antiquity (Bawden, 1995). Este es el texto donde Bawden desarrolla su
propuesta para entender el mundo mochica, propuesta que pasamos a revisar.
291
Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

2. La cultura material mochica a lo largo del siglo XX


Puede decirse que desde su identificación y posterior caracterización, el
repertorio de objetos y artefactos que identificamos como «mochicas» fue
conceptualizado a partir de la noción de cultura desarrollada fundamentalmente
dentro de la escuela antropológica norteamericana a inicios del siglo XX
(también ver Castillo en este volumen). Esta conceptualización tenía varias
implicancias. En primer lugar, el conjunto de patrones y recurrencias en el
repertorio de objetos, que solemos llamar cultura material, era considerado la
«representación material» de un grupo humano que compartía un territorio,
un conjunto de patrones de comportamiento y un mismo sistema de
creencias. Dicho de otra forma, una cultura material se manifestaba como
el reflejo integral de una cultura humana, entendida como un conjunto de
prácticas, valores y creencias compartidos por cierto grupo de habitantes en
un momento y un espacio dados en la historia. Una implicancia adicional de
este razonamiento era que dicha cultura se constituía además en un recurso
identitario. No es de extrañar que, a partir de estas consideraciones, fuese
posible hablar tanto de Cultura Mochica como de «Los mochicas» (p.e.,
Larco, 1938), haciendo una equivalencia entre cultura y grupo étnico.
Siendo considerado como un grupo, era claro que debía contar con un
centro que fue rápidamente ubicado en el sitio de Moche, en el valle del
mismo nombre. La asignación de Moche como centro fue en gran medida
el resultado de que las primeras aproximaciones a la definición del estilo
Mochica se hiciesen a partir de los lotes cerámicos recuperados en los trabajos
de Max Uhle (1913) en dicho sitio, así como por la posterior sistematización
de sus colecciones por Alfred Kroeber (1925). A esto debía sumarse que la
monumentalidad de las huacas del Sol y la Luna sugerían esta centralidad sin
mayores cuestionamientos. El conjunto de evidencias que se fueron sumando
al corpus mochica lo hacían en relación con Moche, dentro de un esquema
de centro-periferias.
Bajo esta perspectiva, el hallazgo de otras manifestaciones materiales como
las llamadas culturas Vicús o Gallinazo-Virú, que ponían en evidencia cierto
grado de coexistencia con los materiales mochica, pasaron a ser rápidamente
consideradas como el reflejo de grupos étnicos vecinos, muy probablemente
rivales y, eventualmente, conquistados y dominados por los mochicas.
Otra consecuencia de esta perspectiva fue que, al considerar la cultura
292 material como conjunto de patrones uniformes, todo tipo de variabilidad
en el estilo de la cerámica fue explicado en un sentido cronológico. Fue
Una aproximación posprocesual en la arqueología del Perú: Garth Bawden y el fenómeno Mochica

relevante aquí la propuesta de secuencia estilística de 5 fases hecha por Rafael


Larco (1948). Esta secuencia construyó además un esquema de desarrollo
estilístico cargado de implicancias normativas: de lo sencillo-esquemático
(Mochica I-II) a lo complejo-figurativo (Mochica III-IV), concluyendo con
una «barroquización» del estilo (Mochica V).
Con el advenimiento de los enfoques procesuales, la Cultura Mochica, como
ente homogéneo, pasó a ser evaluado en función del tipo de formación social
que habría constituido. La combinación de la propuesta cronológica de Larco
con este enfoque, basada en el mapeo de los materiales correspondientes a las
5 fases, originó la imagen de una Cultura Mochica en proceso de expansión
entre las fases I a IV, con un posterior repliegue durante la fase V (p.e.
Donnan, 1973; Lumbreras, 1969). Sobre esta base, se empezó a considerar
que estábamos ante un tipo de formación estatal expansiva en el marco de
un proceso evolutivo gradual, cuya piedra fundacional se encontraba en la
llamada «Conquista del Valle de Virú» y la consiguiente dominación sobre los
vecinos Gallinazo-Virú (Strong & Evans, 1952).
Así, el esquema de jefatura a estado quedaba claro dentro del desarrollo
sociopolítico de la costa norte. Más aún, para algunos autores, la fase V
guardaba espacio para un hito evolutivo más, al concentrar las primeras
«ciudades» de la región en Pampa Grande y Galindo, que habrían tenido
como antecedentes a los centros urbanos teocráticos de las fases anteriores
(Canziani, 1989).
Así, uniformidad cultural y linearidad evolutiva eran elementos que permitían
una caracterización de lo Mochica en sintonía con las expectativas de los
modelos y paradigmas de la época.

3. La propuesta de Bawden
Si podemos resumir en una oración la propuesta de Garth Bawden, esta
podría ser, parafraseando al autor: «La Cultura Mochica es la manifestación
simbólica de una ideología política» y, en tal sentido, «La existencia de
la Cultura Mochica nos habla de un fenómeno histórico; a saber, de la
constitución, mantenimiento y eventual ocaso de una ideología de larga
duración» (Bawden, 1994: 390, 410-412).
Para llegar a esta definición, Bawden parte de una crítica a los enfoques
existentes, antes resumidos. En primer lugar, con relación al concepto 293
Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

de Mochica o Moche como cultura, Bawden nota la inconsistencia en la


diferenciación entre Vicús y Gallinazo-Virú con lo que se conocía como
Mochica. En el caso de Gallinazo-Virú, las semejanzas en patrones funerarios,
patrones arquitectónicos, alfarería utilitaria e, incluso, algunos componentes
de la cerámica de uso ritual-funerario con los repertorios Mochica,
evidenciaban que la diferencia entre ambos repertorios de cultura material
no se condecía con una supuesta diferenciación de tipo étnico e, incluso,
sugerían que ni siquiera se podría hablar de dos «grupos culturales» diferentes
(Bawden, 1994: 396-398).
Por otra parte, Bawden destaca las diferencias existentes entre las diferentes
manifestaciones mochicas a nivel regional y cómo la supuesta secuencia de
cinco fases estilísticas podría estar revelando, antes que variabilidades en
sentido cronológico, variabilidades dentro del espectro regional de la costa
norte.
En otras palabras, la Cultura Mochica no representaba ni un universo
claramente diferenciable de sus expresiones «vecinas» y, por otro lado,
tampoco representaba un universo homogéneo de patrones culturales.
Al no existir un repertorio material mochica en los ámbitos comunes y
cotidianos de las poblaciones de la Costa Norte, Bawden hace resaltar que
«lo mochica» se restringe a cerámica ritual-funeraria, ornamentos de metal
—también de naturaleza ritual— e imágenes plasmadas en edificios de
naturaleza ceremonial. Esta recurrencia en el espacio de manifestación de lo
mochica lleva a Bawden a identificarlo como un repertorio con un propósito
específico y que, por otro lado, no se encuentra al alcance de todo el espectro
social en las poblaciones de la costa norte.
Se trata pues de un repertorio material accesible para una élite y que, por
encima de todo, se vuelve el soporte de un nuevo universo de imágenes y
conceptos previamente inexistentes. La explicación entonces se desprende
claramente: se trata de un repertorio producido para materializar un discurso
de poder de dichas élites, que no serían otra cosa que las élites de los mismos
grupos Gallinazo-Virú, Vicús u otros, que en cierto momento de la historia
estarían adoptando un discurso común y, como consecuencia, el repertorio
simbólico que lo sustentaría.
Bawden avanza, por otro lado, indicando cambios y acomodos del discurso
en cuestión y su reflejo material a través del tiempo, desde un énfasis en el
294 culto a los ancestros divinizados (con Sipán como máxima expresión), hacia
Una aproximación posprocesual en la arqueología del Perú: Garth Bawden y el fenómeno Mochica

discursos individualizantes (en el desarrollo de las «vasijas retrato» de los sitios


mochica del sur) y readaptaciones y relecturas en tiempos de crisis (expresados
en la reorganización de asentamientos como Galindo y Pampa Grande en el
siglo VI d. C.) (Bawden, 1994: 400-409). Como Bawden señala al principio
de su propuesta, se trata de delinear una historia, antes que un proceso. Vale
decir, un devenir de acontecimientos y contingencias antes que una secuencia
evolutiva lineal.

4. El trasfondo de la propuesta. Nuevas perspectivas de análisis e


interpretación
No es el objetivo de esta presentación involucrarse en los debates pasados
y presentes sobre la naturaleza de lo que llamamos Cultura Mochica. Han
pasado ya 18 años desde la primera publicación de las propuestas de Bawden
y es seguro que los expertos en Mochica han tenido tiempo de revisar y
ponderar su contribución y, sobretodo, ir más allá de ella. Lo que en cambio
queremos hacer resaltar son las implicancias teóricas y metodológicas que el
enfoque de Bawden aportaba.
Un primer aspecto es, sin duda, el hecho de repensar la noción de cultura
arqueológica. Bawden cuestiona el manejo conceptual de cultura como
conjunto o agregado de rasgos que representa a un universo social y lo
diferencia de otros equivalentes. Esta visión taxonómica es reemplazada en
su propuesta por otra donde la cultura es vista como una práctica (o un
conjunto de prácticas) con contenido simbólico que es trasmitido y apropiado
por grupos humanos que lo hacen suyo a partir de las prácticas mismas. La
cultura no es pues, aquí, un reflejo pasivo, sino un ente activo en la generación
y reproducción de realidades sociales.
Es por otro lado, algo susceptible de ser apropiado en forma diferenciada
por determinados segmentos de una sociedad que accede a dicha cultura
de manera desigual. En tal sentido, la propuesta de Bawden rompe con las
implicancias de la noción clásica de cultura, como una unidad clasificatoria
discreta y holística, que cubre la totalidad social y, por ende, permite diferenciar
nítidamente grupos humanos en sentido horizontal. En la perspectiva que
ofrece Bawden, una cultura material no necesariamente abarca o representa
a la totalidad social, sino a los segmentos involucrados con ella en tanto
práctica social. Así, puede involucrar grupos que tengan diferencias étnicas,
295
sociopolíticas o que se diferencien por otro tipo de prácticas sociales.
Rafael Vega-Centeno Sara-Lafosse

La propuesta de Bawden subraya, a su vez, el tema de la práctica social,


entendida como acción autónoma de los seres humanos. Bawden asume
una posición claramente inspirada por pensadores como Anthony Giddens
(1984) o Pierre Bourdieu (1977), en el sentido de que la acción social no
es simplemente determinada por la ubicación estructural o sistémica de los
individuos que la llevan a cabo, pero tampoco es algo que se lleve a cabo
en entera libertad o albedrío, sin considerar los condicionamientos sociales.
Bawden resalta el contexto estructural de las prácticas universales andinas,
pero no lo hace desde la idea de «esquemas mentales» sino de principios
ordenadores generados a través de siglos por la repetición continua de prácticas
sociales. Es así que va a destacar la capacidad de las élites que están emergiendo
del contexto premochica, de partir de dicha base estructural para incorporar
nuevos elementos desde una estrategia de poder cuyo derrotero puede ir
cambiando en la historia. Así, Bawden nos brinda un escenario bastante más
dinámico que el que nos han ofrecido los enfoques evolucionistas clásicos.
Un tercer aporte significativo, bastante relacionado con el anterior, es la
posibilidad que brinda Bawden de apostar por la reconstrucción histórica
liberada de modelos de evolución preconcebidos. No se trata de regresar a
una perspectiva particularista o relativista, sino de reconocer el papel de las
contingencias en la historia, de las trayectorias a partir de condicionantes y
posibilidades y, del rol de los agentes sociales en la historia. Nos lleva a una
mayor exigencia como investigadores de la historia, de profundizar en nuestra
reconstrucción del tiempo histórico en detalle antes de establecer o extrapolar
esquemas procesuales. Antes que una propuesta conclusiva, la propuesta de
Bawden para entender el fenómeno mochica se convirtió en una apertura de
posibilidades.

5. A manera de conclusión
Si tenemos que resumir las implicancias de la propuesta de Bawden, habría
que poner en relieve dos aspectos fundamentales.
En primer lugar, es claro que el paradigma de cultura que ha gobernado la
arqueología del siglo XX y, de forma clara, en los Andes, asumía una correlación
entre cultura, identidad étnica, totalidad social y entidad política, en forma
sugerentemente semejante a cómo se han definido los Estados-Nación
modernos. Así, dicho en forma coloquial, «Un mochica tenía identidad
296 mochica, vivía como mochica y formaba parte del estado o reino mochica».
Una aproximación posprocesual en la arqueología del Perú: Garth Bawden y el fenómeno Mochica

La oración anterior se podría reproducir con nazcas, recuays, cajamarcas o


waris. El valor de las ideas de Bawden es que demuestran fehacientemente
las debilidades e inconsistencias de este paradigma y nos invitan a repensar
en forma creativa la naturaleza y dinámica de formación y reproducción de
aquello que llamamos cultura material.
En segundo lugar, el siglo XX (sobre todo la segunda mitad), se ha
caracterizado por la recurrencia de enfoques evolucionistas que han elaborado
explicaciones generalizadoras para entender procesos históricos. En el
extremo de estos enfoques, el estudio de dichos procesos se circunscribía a
la asignación de realidades específicas a categorías elaboradas a manera de
taxones de complejidad. Bawden pone de manifiesto la insuficiencia de
este enfoque para abordar realidades históricas donde la acción social y las
estrategias de poder generan un dinamismo con importantes implicancias
para entender el derrotero histórico de una población. Es una invitación a
abordar la reconstrucción histórica en toda su complejidad.
Han pasado 18 años de la publicación de «La Paradoja Estructural» y la
novedad de su enfoque, hasta cierto punto, se mantiene vigente. Bienvenido el
posprocesualismo cuando se desarrolla en diálogo sincero con las complicadas
y fascinantes realidades culturales del mundo andino.

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299
La arqueología francesa en el Perú

Parte III

Las misiones científicas


y/o investigaciones
extranjeras en el Perú
del siglo XX

301
Danièle Lavallée

302
La arqueología francesa en el Perú

La arqueología francesa en el Perú

Danièle Lavallée

Iniciaré este capítulo acerca de la investigación francesa en el Perú con algunos


recuerdos históricos, presentando los pocos trabajos realizados durante los treinta
primeros años del siglo XX. Tuvieron, científicamente hablando, resultados
limitados pero conllevaron, me parece, dos consecuencias importantes.
La primera fue llamar la atención de los franceses sobre el pasado del Perú y
estimular la curiosidad hacia su increíble riqueza arqueológica. Por supuesto,
trajeron también algunas consecuencias negativas, como el hecho de
constituir colecciones de objetos arqueológicos traídas luego a Francia; pero
otras consecuencias fueron positivas, pues esta curiosidad será el origen de la
vocación de una primera generación de arqueólogos profesionales peruanistas.

1. Primera parte (1903-1934). Una arqueología «galonada»


La arqueología francesa en el Perú empezó «galonada». Fue el capitán Paul
Berthon, desde 1903 instructor de la misión militar francesa y responsable
del servicio de topografía, quien se vio, en 1907, encargado de una misión
arqueológica por el Ministerio francés de Instrucción Pública. La primera
misión del género.
Poseía de antemano una formación sólida en geología y mineralogía, estaba
303
provisto de una gran curiosidad científica, y adquirió rápidamente en París
Danièle Lavallée

los rudimentos de las técnicas arqueológicas (¡practicadas en la época!). Una


vez en Lima, excursionó a lo largo de la costa central, en Ancón, Maranga,
Nievería y otras huacas de Lima, Pachacamac, luego Ica y Nasca. Acumuló
a lo largo de sus «excavaciones» 9 cajas —con cerca de 2 000 objetos— que
a su regreso a Francia depositó en el Museo Nacional de Historia Natural de
París, y solicitó de inmediato una nueva misión, esta vez recibida con mucho
recato referente a sus aptitudes. Curiosamente, obtuvo la misión pero no los
fondos, así que trabajó con su propio dinero. Notamos, de paso, que no se
había solicitado permiso alguno a las autoridades peruanas cualesquiera que
sean. Que yo sepa, no existía todavía una legislación nacional al respecto.
Paul Berthon vuelve a Francia en 1908. Su colección se exhibió durante
algunos días en el museo de Etnografía del Trocadero (futuro Museo del
Hombre) y Berthon esperaba que contribuyese a la creación de un «Museo
americano». Pero la idea no estaba al orden del día en Francia. Todas sus
piezas terminan finalmente en el Museo del Trocadero en 1930.
Debemos reconocer a Paul Berthon su inquietud por el «orden minucioso
que debe dirigir las excavaciones». Escribe en 1904:
Me instalaré ante una mesa al borde mismo de la excavación, tomaré
nota de cada objeto, sin apuro, en una ficha duplicada, uno de cuyos
ejemplares ira con el objeto y el otro conservaré conmigo (Berthon,
1904).
Precisa también a próposito de sus excavaciones en Pachacamac:
No solamente deben recogerse las piezas de museo sino a menudo los
menores objetos pequeños: piedras corrientes, alimentos o desechos de
cocina (Berthon, 1911: 28).
La misión de Paul Berthon es la última que mandó al Perú el Servicio de las
Misiones Científicas de nuestro ministerio de Instrucción Pública. Como lo
nota Pascal Riviale (2000: 186)
(…) el argumento de mayor peso fue probablemente la aprobación
y puesta en vigencia, en ciertas repúblicas latinoamericanas, de una
legislación eficaz orientada a proteger su patrimonio histórico.
Este argumento, y algunos otros de naturaleza más trivial, de presupuesto.
Europa, y especialmente Francia, atravesaron en este periodo años muy duros.
304 Al final de la primera Guerra Mundial en 1918, se reactivó paulatinamente el
La arqueología francesa en el Perú

interés sobre las investigaciones científicas, y entre otras las arqueológicas, una
vez atenuados los traumatismos de la Guerra y sus consecutivos problemas
económicos.
En 1933, el general Louis Langlois —nuevamente un militar encargado
de una misión científica—, visitó y estudió el imponente sitio de Kuélap en
la región del Utcubamba (dpto. de Amazonas) (fig. 1). Estas ruinas habían
sido descubiertas desde 1843 por un morador local, cuya descripción no se
publicó antes de 1892 (Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima). Luego
recibieron varias visitas, entre otras las de Tschudi, Raimondi, Middendorf,
y el francés Wiener y, finalmente, Adolfo Bandelier quien levantó un primer
plano. Todos señalaban varios conjuntos de ruinas pero Louis Langlois, el
primero, las estudió con precisión, levantó un detallado plano y revisó muchos
de los otros sitios señalados en los alrededores, a veces con condiciones algo
arriesgadas. No excavó, se limitó a examinar los restos arquitectónicos visibles,
y sus observaciones se publicaron en Lima en 1934 y 1939 (Langlois, 1939-

Figura 1 – Ciudadela de Kuélap (dpto de Amazonas) construida por


los chachapoyas durante el siglo IX d.C. Ignorada después de la
Conquista, fue redescubierta y estudiada por Louis Langlois en los 305
años 1930
Danièle Lavallée

1940). De nuevo empieza un periodo de más de diez años durante el cual los
franceses van a «tener otras cosas en la cabeza».
Durante los años 1940, Francia estará ausente del ámbito científico peruano,
precisamente cuando empieza un decenio durante el cual se producen en la
arqueología peruana cambios teóricos importantes, mayormente inspirados
por los norteamericanos. Es el caso, en especial, del sistema elaborado por John
Rowe de clasificar los tiempos prehispánicos a base de Horizontes y Periodos,
y también el famoso Proyecto Virú (un proyecto ambicioso, holístico, que se
propone estudiar un valle costero en todos sus aspectos y toda su historia, con
la idea implícita que los resultados serán representativos de todos los valles).
En este momento, solo trabajan en el Perú arqueólogos norteamericanos.
Sin embargo, durante estos años oscuros se encuentra en el Perú el francés
Bertrand Flornoy, un joven «explorador» como él mismo se definió, quien
había organizado una expedición con dos compañeros y, en noviembre de
1941, localiza precisamente el origen del río Marañón (Niñococha, en la
cordillera de Huayhuash).Veremos más adelante cómo su expedición tendrá
consecuencias arqueológicas (figs. 2, 3).

Figura 2 – Bertrand Flornoy, Jean de Guébriand y Fred Matter (de izquierda a


derecha) en 1936, durante su primer viaje al Perú
Foto no identificada, extraida de B. Flornoy, 1951 [1939]: 101.
306
La arqueología francesa en el Perú

Figura 3 – Laguna de Niñococha, origen del río Marañón


Foto B. Flornoy

2. Segunda Parte (1945-1999). Del final de la Segunda Guerra


Mundial al final del siglo: una arqueología profesional
Después del final de la Segunda Guerra Mundial, a partir de 1945, la
situación francesa de la investigación americanista cambió del todo. Por una
parte, en razón de la acción del antropólogo Paul Rivet en el Museo del
Hombre en París. Por otra parte, por la reactivación del Centro Nacional de
Investigación Científica (CNRS).
- Paul Rivet no trabajó nunca directamente en el Perú pero muchas de sus
innumerables publicaciones estuvieron dedicadas al Perú prehispánico,
trátese de colecciones de objetos, de técnicas (entre otras la metalurgia), de
música, de lingüística, etc. Él fue director del Museo del Hombre, suscitó
y estimuló las investigaciones americanistas y organizó misiones para varios
investigadores, hasta su muerte en 1958. Aquí unos recuerdos personales: yo
era entonces estudiante en Prehistoria y Antropología, trabajaba en el Museo
del Hombre y, con mis compañeros, conocíamos bien al Sr. Director, por
quien sentíamos un gran afecto y un inmenso respeto. Fue él quien, por
307
primera vez, me habló del Perú.
Danièle Lavallée

- En cuanto al Centro Nacional de Investigación, creado justo antes de la


guerra pero imposibilitado durante años, se reactivó y financió nuevamente
las actividades de investigación.
Es así como Henry Reichlen, investigador reclutado por el CNRS en 1945,
llegó al Perú en 1947 como «miembro de la Misión etnológica francesa»
organizada por Paul Rivet. Él y su esposa Paula son en aquel entonces los
únicos arqueólogos europeos aceptados en el Perú.
Realizaron reconocimientos y excavaciones en el sureste del departamento
de Cajamarca, región cuyo pasado arqueológico está, hasta entonces, poco
conocido. Se recordaba solamente las observaciones de Louis Langlois
sobre las ruinas de Kuélap. Reichlen trabajó en los sitios de Wayrapongo,
Las Torrecitas, La Vaquería, Chondorko. La secuencia en 5 fases que logró
establecer en base a la cerámica de Cajamarca y una parte de la sierra norte
todavía es válida (Reichlen & Reichlen, 1949). La Fase I, que Reichlen bautiza
«Torrecitas», corresponde a una tradición cercana a la de Chavín pero las dos
fases siguientes 2 y 3, sobre todo la Fase 3, se caracterizan por un estilo de
cerámica que Reichlen describe por primera vez, el «estilo Cajamarca cursivo»,
que parece desprovisto de antecedentes locales. Investigaciones en la misma
región no serán reactivadas antes
de los trabajos de Kazuo Terada y
su equipo japonés en Huacaloma,
en 1979.
Dos meses después, Henry y
Paula Reichlen efectuaron otra
misión en el valle del Alto Utcu-
bamba. Excavaron en los sitios de
Kuélap y San Pedro de Washpa.
En los de Chipurik y Revash,
descubrieron monumentos fune-
rarios antropomorfos, y pequeñas
casas funerarias, encaramadas en
las anfractuosidades de los bar-
rancos (figs. 4, 5) (Reichlen &

Figura 4 – Monumento funerario del sitio de


Chipurik, valle del Alto Utcubamba
308 Foto H. Reichlen, extraida de H. y P. Reichlen,
1950: pl. X
La arqueología francesa en el Perú

Figura 5 – Monumento funerario del sitio de Revash, valle del Alto


Utcubamba
Foto H. Reichlen, sacada de H. y P. Reichlen, 1950: pl. X

Reichlen, 1950). Reichlen presentó sus descubrimientos al Primer Congreso


de Peruanistas en 1951. Todos estos monumentos de la región de Chacha-
poyas han sido «re-descubiertos» varias veces; son ahora bien conocidos y
atraen cada día a más turistas alrededor de Leymebamba, la Laguna de los
Cóndores y otros lugares.
Para terminar con la obra de Henry Reichlen (fallecido en 2000), tengo ganas
de decir, con mucho cariño, que él se equivocó de siglo. Fue un arqueólogo del
siglo XX, pero con espíritu y afición de un viajero del siglo XIX, a semejanza
de Charles Wiener. Tenía curiosidad de todo, con una formación doble en
ciencias naturales y ciencias humanas. Sus escritos, sean los que tratan de
Cajamarca o del Alto Utcubamba, empiezan con descripciones de la población
local, del hábitat y de las vestimentas, de la agricultura y de las técnicas, de la
medicina vernacular, de las creencias y supersticiones populares. Solo después
aborda los temas arqueológicos. Otro punto resaltante, apreciaba más que
todo «las regiones aisladas de difícil acceso, casi inhabitadas y recubiertas
309
por densas florestas». El mismo escribe eso, hablando del Alto Utcubamba
Danièle Lavallée

(Reichlen & Reichlen, 1950: 219). Las fotos que tenemos de él lo muestran
a menudo montado, vestido y ensombrerado como un campesino. Entre los
objetos personales, recuerdos de sus expediciones en el Perú pero también
en la pampa Argentina o en Tierra del Fuego, hay ponchos, lazos, machetes
y estuches de carabina. De todo esto, tan evocador y dejado en el IFEA, su
esposa Paula me hizo en 1970 el suntuoso y conmovedor regalo.
Era también, aunque siempre a la moda del siglo XIX, un hombre de museo
y de gabinete, con una erudición sin falla, revolviendo los archivos del Museo
del Hombre para descubrir y publicar antiguos documentos y notas inéditas.
Fue mi padrino cuando integré el CNRS en 1963. Con mis compañeros de
estudio, lo llamábamos la «Enciclopedia con patas».
Debo volver atrás pues, durante la estadía de los Reichlen en el Perú, aconteció
algo de importancia, la creación del Instituto Francés de Estudios Andinos
(IFEA). En esta época, el etnólogo Jehan Vellard, el geógrafo Marc Pieyre,
ambos profesores en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y Henry
Reichlen, decidieron crear un centro de investigación sobre el mundo andino.
El IFEA se inauguró oficialmente el 14 de mayo de 1948, su primer director y
único investigador oficialmente nombrado fue Jehan Vellard. Por suerte estuvo
también presente Henry Reichlen, quien se instaló en el local del IFEA en el
Edificio Rímac (Paseo de la República) y llevó algo de vida a esa triste casona,
depositando periódicamente cajas y cajas de materiales de sus excavaciones.
Casi todas las investigaciones francesas en el Perú, especialmente arqueológicas,
se desarrollaron de aquí en adelante bajo los auspicios del IFEA y gozaron
de su acogida y ayuda logística, ambas siempre generosas. Tenemos aquí
un gabinete de trabajo, un vehículo para alquilar y, más importante aún, la
posibilidad de publicar nuestros trabajos. El IFEA constituye también un
incomparable centro de documentación.
Seguimos con la historia. En 1954 llega al Perú Frédéric Engel, nacido en
Suiza de una familia francesa. No era arqueólogo, había seguido estudios
de derecho, economía y algo de antropología. Su instalación en Lima no se
debió en nada a motivos científicos pero rápidamente, muy interesado por la
arqueología y gozando de apreciables recursos financieros, empezó a recorrer
la costa. En la primera de sus publicaciones (Engel, 1955), Engel hace una
descripción de los conchales existentes en la costa entre Ancón y el río Ica.
Determina que estos conchales representan un tipo de instalación basada
310 principalmente en la alimentación marina, la cual es complementada
por un aporte agrícola (Velarde, 2002-2003: 95).
La arqueología francesa en el Perú

En 1957 publica un inventario de sitios sin cerámica localizados entre


Chicama y Camaná (Engel, 1957, 1958).
Algunos de estos sitios los habían descubiertos otros arqueólogos, y/o han
sido ampliamente estudiados después (entre otros Las Aldas, Culebras,
Áspero, Río Seco, Chilca y Asia, Otuma, etc.). Leonid Velarde escribe (2002-
2003: 95) que «este reconocimiento e inventario de sitios ha sido uno de sus
principales aportes a la arqueología peruana».
Al inicio, Engel quería encontrar «sitios paleolíticos» pero encontró, en estos
primeros trabajos, solo sitios con algodón, con maní y frejoles, en resumen
sitios «neolíticos» (empleo sus propios términos, sus referencias eran todas
europeas). Estimó entonces que había fracasado y concentró sus trabajos en la
región de Paracas (Engel, 1963). Sus excavaciones en un osario en la península
proporcionaron unos de los datos únicos en su género para la región y para el
Perú (fig. 6).
No voy a entrar en el detalle de
los trabajos de Frédéric Engel. Me
limitaré a decir que, a pesar de sus
debilidades metodológicas, consti-
tuyen referencias obligatorias para
todos los que estudian las ocupa-
ciones antiguas de las costas cen-
tral y sur del Perú. Por razones per-
sonales que me permitirán obviar,
prefiero concluir en cuanto a él con
las palabras de una personalidad
de su comunidad peruana, el prof.
Figura 6 – Fondo de una vivienda precerámica en la Pampa de Duccio Bonavia quien escribe (en
Santo Domingo, Paracas 2005):
Foto: F. Engel
Entre los años 1950 y 1987
trabajó en Perú un personaje muy discutido, Andrés Frédéric Engel,
francés. De él se han escrito las mejores y las peores cosas. Su actividad
principal eran las finanzas, pero era un apasionado de la arqueología
[…]. En el Perú, aprovechando que tenía acceso a considerables
fondos, se dedicó a estudiar los yacimientos precerámicos y para
ello contrataba a arqueólogos jóvenes, entre los que cabe recordar a
Henning Bischof, Chris Donnan, Edw. Lanning y Claude Chauchat. 311
Los dos graves defectos de Engel fueron, de una parte su falta de
Danièle Lavallée

preparación científica y por otra parte la no aceptación de aquellos


hallazgos que no habían sido efectuados por él mismo […] Así que
se perdió mucha información valiosa. Además, como él sabía mover
sus influencias en las esferas del poder, lograba neutralizar a aquellos
que podían hacerle sombra. Mirando fríamente las cosas, sin embargo,
hay una parte de los trabajos de Engel que es rescatable si es que se los
analiza con criterio crítico, pero sobre todo él nos ha dejado una lista
impresionante de yacimientos precerámicos que están a la espera de ser
estudiados (Bonavia, 2005-2006: 154-155).
Ha llegado el momento de evocar brevemente mi propia experiencia durante
los años 1960. Como no me gusta hablar tanto de mí, mencionaré solamente
algunos momentos que han marcado estos primeros años en el Perú. Llegué
por primera vez a fines de 1959, estudiante en arqueología de la Universidad de
Paris-Sorbona y «rica» (en sentido metafórico) gracias a una beca de estudios,
con el cargo de «lectora de francés» en la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos. Estaba preparando una tesis de doctorado en arqueología peruana
y, siguiendo los consejos de Henry Reichlen, había escogido como tema la
cerámica mochica. Eso me dio el privilegio de ser recibida en el Museo de La
Magdalena por su director el Dr. Jorge C. Muelle; nunca olvidaré su atención,
su generosidad y su extrema gentileza.
En 1964, durante una segunda estadía, una vez integrada en el CNRS, me
reuní con mucha timidez con la Dra. Rosa Fung quien me recibió en sus
excavaciones de la Huaca San Marcos y me integró a los trabajos de limpieza
y conservación que ella dirigía con estudiantes de la Universidad San Marcos.
Ella fue mi primera mentora, y mi primera amiga aquí. Luego realicé unos
trabajos puntuales que me había confiado el Patronato Nacional, análisis de
material cerámico de los Andes centrales (1966), de Pachacamac (1968) y
de industria lítica de Chavín (1968). Todos están publicados en la Revista
del Museo Nacional, y quisiera aprovechar la oportunidad para subrayar la
labor de la Dra. Rosalía Avalos de Matos quien dirigía la Revista y acogía con
máxima generosidad los trabajos de los arqueólogos extranjeros, publicados
en castellano por supuesto.
Este mismo año de 1968, tuve también la suerte de visitar junto a Rosa
Fung algunos de los más importantes sitios formativos del valle de Casma.
Se hablaba en los círculos diplomáticos de crear una misión arqueológica
francesa permanente y, siendo en este momento la única representante de la
312
disciplina en el Perú, acompañé otra vez de visita a un «gran elefante blanco»
La arqueología francesa en el Perú

enviado desde París y especialista de México. Por suerte, este proyecto no


trajo cola…
En 1968 por fin, llega Claude Chauchat como «cooperante» (una manera
bastante cómoda de cumplir con el servicio militar francés, obligatorio en
aquella época, en el marco de una cooperación internacional). Empieza
trabajando para Frederic Engel, quien le encarga el estudio de las colecciones
líticas conservadas en su gabinete de la Universidad Agraria en La Molina.
Chauchat estudió la industria procedente de las cuevas de Quiqche y Tres
Ventanas excavadas por Engel en el alto valle de Chilca. Estableció una
«lista tipológica» que le permitió, primero, efectuar el análisis cuantitativo
del material, y luego comparar sus observaciones con otras sobre sitios de
la sierra, como la cueva de Lauricocha (Chauchat, 1972). Este mismo año,
tiene la oportunidad de examinar un material recolectado en los alrededores
de Trujillo por Paul Ossa (integrante del Chanchan Moche Valley Project de la
Universidad de Harvard). Un material singular, muy diferente del material
característico de los Andes, y cuya existencia en la región de Cupisnique
había sido señalada desde los años treinta por Heinrich Doering, luego re-
descubierta por Rafael Larco Hoyle y
Junius Bird. Lo caracteriza una punta
pedunculada de gran tamaño, la «Punta
de Paiján». Doering, y Bird también,
pensaban que había sido utilizada por
«cazadores de megafauna» pues aparecía
asociada, superficialmente, con huesos
de fauna fósil.
Finalmente, Chauchat puede examinar
piezas líticas encontradas por Edward
Lanning cerca de Lima, en el Cerro
Chivateros, y que éste consideraba
testimonio de una cultura muy antigua
de «hachas de mano». Opina Chauchat
que dicho material, en realidad, se
parece al de Cupisnique, donde piezas
similares no son más que esbozos y
preformas de puntas. Claude, excelente
Figura 7 – Una «punta de Paiján» descubierta en surperficie en especialista en tipología lítica que había
la pampa de Paiján estudiado con el profesor François 313
Foto: Cl. Chauchat
Danièle Lavallée

Bordes en Francia, elaboró entonces un proyecto de investigación en la


Pampa de los Fósiles (La Libertad) para definir mejor la industria de Paiján
que todavía no llevaba el nombre de «Paijanense» (fig. 7). Como señala Elmo
León (2007: 92), «es uno de los más fascinantes temas de investigación
precerámica», que intentaré resumir:
Entre 1972 y 1979, Chauchat evidenció en la Pampa una serie de asentamientos
humanos fechados aproximadamente entre 10000 y 7000 años. Descubrió
instalaciones todas superficiales entre las cuales logró distinguir canteras,
talleres y campamentos. Demostró que, en aquella época, el mar se encontraba
a unos veinte kilómetros más alejado, y que los paijanenses no eran pescadores
sino cazadores, muy móviles, que se desplazaban entre costa y cordillera.
Sus presas eran pequeños mamíferos, roedores, grandes lagartos o cañanes, y
también peces de mar que arponeaban con las famosas puntas (aunque esta
hipótesis está en debate). En todo caso, no cazaban la fauna fósil, desde hace
mucho tiempo extinguida. En 1979, Chauchat y su equipo descubren también
dos tumbas, la de un adolescente y la de un adulto. Este último, el «Hombre
de Paiján» resulta, hasta la fecha, el más antiguo peruano (10200±180 a. P.)
(fig. 8). Una monografía pionera se publicó en Francia en 1992, luego en
2006 en Lima, actualizada y traducida (Chauchat (dir.), 2006).

314 Figura 8 – El «Hombre de Paiján»


Foto: Cl. Chauchat
La arqueología francesa en el Perú

Las investigaciones prosiguen hasta fines de los años 1990. En colaboración


con el Dr. Jacques Pelegrin, otro especialista francés de tecnología lítica, e
investigadores peruanos, Chauchat realiza la excavación exhaustiva del taller
«Pampa de los Fósiles 14», donde logra reconstruir la «cadena operativa» de
fabricación de las puntas. Este concepto de «cadena operativa» había sido
elaborado en Francia por mi maestro André Leroi-Gourhan desde 1965,
luego fue largamente difundido por Jacques Tixier. La excavación del Taller
14 ha sido publicada en inglés en 2004 (Chauchat & Pelegrin, 2004).
Dejo nuevamente la palabra a Duccio Bonavia (2005-2006: 161) para
concluir sobre el tema:
Al final se reevaluó el problema del Paijanense in toto. Al mismo tiempo,
se pudo explicar que la industria que había encontrado Lanning en
Chivateros en la Costa Central, en la década de los 60, en el fondo no
era más que una facies del Paijanense.
Desde entonces, se ha identificado el Paijanense en varios puntos de la costa
peruana, desde Cupisnique hasta Ica, a lo largo de casi 900 kilómetros. Lo
que, escribe Elmo León (2007), «hace de esta cultura una de las más extensas
en el marco internacional entre el Pleistoceno terminal y el Holoceno medio». 
Unas palabras más, a propósito de Claude y yo, quienes trabajamos uno al
lado de otro en el Perú desde hace 40 años, al inicio sin conocernos, quisiera
regresar a un punto de vista más personal sobre nuestras dos trayectorias.
Mientras Claude estudiaba en la Universidad de Burdeos con el famoso
profesor Bordes, yo casi al mismo tiempo estudiaba en París con el no menos
famoso profesor Leroi-Gourhan. Existía desde hace años una rivalidad entre
las dos escuelas. En cuanto a los métodos, François Bordes privilegiaba en
sus excavaciones, y fundaba sus análisis, sobre el método estratigráfico y
la tipología, que consiste en definir, al interior de conjuntos de industria
lítica, las piezas características que, luego, servirán para identificar las capas
sucesivas de las cuales proceden. André Leroi-Gourhan insistía antes que todo
sobre los métodos de excavación y la necesidad de excavar horizontalmente,
siguiendo los pisos de ocupación. Decía él, en 1950 «los hombres no vivían
como moscas pegadas a una pared».
Una verdadera divergencia conceptual, pero que nosotros los estudiantes
habíamos transformado en rivalidad. Cuando llegaba a París un estudiante
de Bordes, era mirado con desdén, y recíprocamente, por supuesto. Durante
los años 1970, nos encontramos con Claude en el Perú. Él trabajaba en 315
Danièle Lavallée

Cupisnique, y yo cerca de Moya, en los Andes de Huancavelica. De vez en


cuando nos cruzamos en Lima y, por supuesto, nos miramos tontamente con
desconfianza, hasta que nuestros encuentros y discusiones, y ante todo el
sentido común, transformaron esta antipatía «heredada» en amistad y estima,
profundas y compartidas.
En estos inicios de los años 1970 llegaron también al Perú otros jóvenes
arqueólogos franceses, pero en un marco no estrictamente científico. Eran,
como Chauchat dos años antes, «cooperantes».
Jean-François Bouchard (de 1972 a 1974) dictó cursos de francés en la
Alianza francesa y preparó al mismo tiempo una tesis de doctorado sobre la
arquitectura inca. Evidentemente, este tema ya era bien conocido, pero el
mérito de Jean-François es haberlo mirado con ojos de arquitecto, como lo
harían unos años después Graziano Gasparini y Luise Margolies. Su análisis

Figura 9 – Análisis de Jean-François Bouchard Figura 10 – Análisis de Jean-François


sobre reagrupaciones por oposición y simetría. Bouchard sobre reagrupaciones por
316 Combinación 1 oposición y simetría. Combinación 2
Dibujos sacados de Bouchard, 1983: fig. 22 Dibujos sacados de Bouchard, 1983: fig. 23
La arqueología francesa en el Perú

tecnológico pretendió reconocer,
al nivel de las asociaciones de
edificios, constantes formales
que testimoniasen principios de
planificación constructiva (figs.
9, 10). Su tesis fue publicada en
Francia (Bouchard, 1983) pues
lo que buscaba Jean-François era
hacer conocer dicha arquitectura
allá. Por esta razón quedó ignorada
en el Perú.
Otro «joven», Jean Guffroy tuvo
también que dictar cursos en la
Alianza pero, muy astuto, consi-
guió transformarlos en cursos de
¡cocina francesa! Él también pre-
paró una tesis, sobre los Petroglifos
de Checta, en el valle del Chillón
(fig. 11). Apoyándose en los estu-
dios etnohistóricos de la Dra. María
Rostworowski, demostró que este
conjunto de más de 400 rocas gra-
badas se relacionaba con áreas de
cultivo y trayectos de intercambio
Figura 11 – Petroglifos de Checta, valle del Chillón y distribución de la coca, durante
Fotos: J. Guffroy (1999, carátula) el Intermedio Tardío. Sus resulta-
dos fueron publicados en Lima en
1977 (Guffroy, 1977; 1999; 2009).
Vuelvo ahora a mi propio trabajo en la sierra de Huancavelica. En 1970, inicié
con la Dra. Michèle Julien un proyecto de investigación sobre las ocupaciones
tardías. Eso por sugerencia de nuestro colega etnólogo Henri Favre, quien
deseaba que vayamos a averiguar en el terreno la existencia de los ayllus
prehispánicos enumerados en un documento español con fecha de 1647, que
él mismo había estudiado. Dichos ayllus hubieran constituido el curacazgo de
los asto. En agosto, llegamos a Huancayo donde nos recibió de manera muy
simpática el Dr. Ramiro Matos Mendieta, y pronto salimos, primero por el
pequeño ferrocarril de vía estrecha, hasta Tellería, en seguida a Moya, y luego 317
Danièle Lavallée

Figura 12 – Reconocimiento de sitios arqueológicos por D. Lavallée y M. Julien,


sierra de Huancavelica, 1970
Foto: D. Lavallée

a pie por los senderos pedregosos de la Cordillera, con dos mochilas, dos
pequeños baúles, dos carpas, y algunos burros. Un campesino de Moya nos
acompañó pero no se quedó más que 3 días con nosotras. Seguimos solas, de
sitio en sitio, de cima en cima pues los sitios ocupaban siempre la cumbre de
los cerros (fig. 12). No entro
en el detalle de nuestras
peregrinaciones a pie, a
lomo de acémilas o caballos,
en esta parte de los Andes
de relieve escarpado donde,
durante tres meses logramos
localizar 27 sitios de los
que levantamos el plano
y estudiamos la inserción
en el medio ambiente, la
repartición en el espacio
y la disposición interna,
analizando las viviendas, el
Figura 13 – Conjunto de habitaciones del pueblo asto de Kuniare
318 equipo técnico, etc. (figs. (4100 m, siglo 12)
13, 14, 15) El año siguiente Foto: D. Lavallée
La arqueología francesa en el Perú

Figura 14 – Una mañana algo fría debajo de la Figura 15 – Piso de una habitación en el pueblo asto
nieve, en el sitio asto de Laiwe (3 900 m) en 1970 de Chuntamarca (4 000 m, siglo 12)
Foto: D. Lavallée Foto: D. Lavallée

continué sola sobre el territorio del cacicazgo colindante de los chunku, y en


1972 con Henri Favre, sobre el de los laraw. Nuestro estudio del cacicazgo
Asto se publicó en 1973 en el IFEA y nuevamente, en castellano, en el IEP
en 1983 (Lavallée, 1973; Lavallée & Julien, 1973; 1983).
En 1974, tuve la suerte de ser reclutada como «pensionnaire» en el IFEA, lo que
me permitió radicar en el Perú. Había decidido volver a mi tema predilecto,
la «prehistoria» (en el Perú, el estudio del Arcaico, o Precerámico). Desde los
primeros encuentros con el profesor Ramiro Matos se había forjado una amistad y
él me propuso asociarme con el «Proyecto de investigaciones arqueológicas Punas
de Junín» que acababa de organizar. Un equipo norteamericano encabezado
por John Rick excavaba la
cueva de Pachamachay, Peter
Kaulicke estudiaba el abrigo
de Uchkumachay, Ramiro
Matos trabajaba en el sector
de Ondores. Nosotras fuimos
a explorar la cuenca del río
Shaka-Palcamayo, alrededor
de San Pedro de Cajas,
buscando otro sitio arcaico
para excavar (Lavallée &
Julien, 1975). A partir de
1974, San Pedro de Cajas fue
«nuestro pueblo» y la familia
Figura 16 – Abrigo de Telarmachay, al pie del acantilado, a del maestro tejedor César 319
la derecha (4 420 m) Yurivilca «nuestra familia».
Danièle Lavallée

Figura 17 – Telarmachay. Campamento bajo la nieve (1979)


Foto: D. Lavallée

La excavación del abrigo de Telarmachay, a más de 4400 metros de altura, fue


una difícil pero apasionante aventura (fig. 16). Difícil, porque nuestro campa-
mento estuvo a menudo enterrado bajo nieve, y porque no resulta muy agra-
dable dormir en carpa a -10° (hasta -17 una vez) bajo cero (fig. 17). Es difícil
también excavar un suelo congelado, lavar huesitos en agua helada (si algunos
de los que participaron leen esto, deben acordarse). Pero apasionante porque,
por primera vez, habíamos aplicado en un yacimiento andino la técnica, muy
diferente a la de una excavación en pozos o trincheras, del «decapado» sobre
amplias superficies de un piso de ocupación, dejando sin tocar todos los ves-
tigios hasta el momento del registro y «desmontaje» del piso (figs. 18, 19). Lo
que permite observarlo más o
menos en el estado como lo
han dejado sus antiguos ocu-
pantes, miles de años antes.
Excavaciones así controladas
han puesto en evidencia una
secuencia de siete fases de
ocupación, desde el Holo-
ceno temprano hasta el Pre-
cerámico tardío, entre 9000 y
3500 a. P.

320 Hemos logrado reconstruir Figura 18 – Telarmachay. Hilera de excavadores (1978)


cómo se utilizaron los dife- Foto: D. Lavallée
La arqueología francesa en el Perú

Figura 19 – Telarmachay. Acumulación de restos óseos de


camélidos (nivel VI, ca 7000 B. P.)
Foto: D. Lavallée

rentes ambientes del abrigo a través del tiempo. En términos generales, he-
mos concluido que se trataba de ocupaciones estacionales ocurridas durante
los meses de invierno, y que paulatinamente se había desarrollado una caza
especializada, la cual se convirtió, según las observaciones de la Dra. Jane
Wheeler, en una verdadera domesticación de camélidos alrededor de los 5000
años a. P.
En cuanto a los análisis del material cultural, especialmente lítico, el empleo
del método de las cadenas operativas nos permitió una reconstrucción vasta
de las actividades de los ocupantes del abrigo, es decir los patrones de la vida
cotidiana, el uso del espacio vital, el desarrollo de la tecnología en sus diversas
formas y la evolución de estos a través del tiempo.
Los utensilios fueron también analizados mediante análisis de las micro-
huellas de uso (o traceología), lo que hizo posible la identificación de su
función y utilización.
Concluiré con palabras del Dr. Bonavia, quien escribe (2005-2006: 161-162):
(…) utilizando la técnica del decapage de la escuela de Leroi-Gourhan,
el yacimiento fue examinado con una prolijidad poco común y con
resultados verdaderamente sorprendentes. Se logró no solo un análisis
de todos los restos de artefactos encontrados y de diferentes materiales,
sino que se llegó a deducir su función y la técnica de fabricación. Se
pudo hacer una reconstrucción del espacio, sabiendo con certeza en
cada época de ocupación del abrigo cómo vivía el hombre, qué tareas 321
realizó y dónde las llevó a cabo.
Danièle Lavallée

Las excavaciones en Telarmachay se publicaron en Francia en 1985 (Lavallée


(dir.), 1985) y luego en Lima (IFEA) y en castellano, en 1995 (Lavallée et al.,
1995). Y ahora, basta de bombos y platillos.
Mientras nos congelabamos en Telarmachay, dos estudiantes nuestras,
Elisabeth Bonnier y Catherine Rozenberg, recorrieron el mismo valle del
Shaka-Palcamayo, entre San Pedro de Cajas y Palcamayo, y lograron identificar
una veintena de asentamientos del Intermedio Tardío, como lo habíamos hecho
algunos años antes en los asto (fig. 20) (Bonnier & Rozenberg, 1978). Son
pequeños pueblos en cumbres y a menudo fortificados, pero a diferencia de
aquellos, los edificios son a menudo de planta rectangular y tienen dos pisos. La
tesis de Elisabeth y Catherine se sustentó en París en 1982 pero, entre tiempo,
las dos habían emprendido otro proyecto de investigación en el departamento
de Huánuco, en la región de Tantamayo. Así que no se publicó esta tesis.

Figura 20 – Sitio fortificado de Shukimarka, vallee del Shaka-Palcamayo


(dpt. Junín, siglo XII)
Foto: E. Bonnier

Eso me da la oportunidad de evocar unas de estas singulares trayectorias,


que no se caracterizan por una labor continua pero que, saltando los años,
podemos seguirles el hilo durante más de cuarenta años. Así fue la que yo
evocaba empezando mi presentación, iniciada por el explorador Bertrand
Flornoy en el Alto Amazonas.
Bertrand no era arqueólogo, más bien etnólogo aunque él prefería calificarse
322
de «explorador». Sus primeras expediciones en los años 1940 le llevaron a
La arqueología francesa en el Perú

Ecuador y luego al Perú. En 1947, durante


una nueva estadía, recorrió el Alto Marañón
y visitó varios conjuntos de ruinas. Bien
conocidos por los campesinos locales, estos
sin embargo no figuraban en los mapas.
Observó y describió casas con 4 o 5 pisos,
agrupadas y protegidas por altas murallas.
De regreso a Lima, depositó en el Museo
de La Magdalena sus notas y dibujos.
Estos «descubrimientos» lo llevaron a
emprender un nuevo viaje, como encargado
de una misión por el Museo Nacional de
Historia Natural de París. Obtuvo una
autorización del Ministerio de Educación
del Perú para realizar excavaciones.
Recorrió primero la margen derecha del
Alto Marañón, desde su nacimiento hasta
la región de Huánuco y visitó 101 sitios
en la región de Jesús, Rondos y Chavinillo.
En 1957, se quedó durante varios meses en
Figura 21 – Tantamayo. Edificiios de varios pisos con
escaleras interiores y techos de piedra la región de Tantamayo y visitó 25 sitios
Foto: Roberto Accinelli Tanaka. donde nuevamente observó estas formas
arquitectónicas peculiares: edificios de 10
metros de altura, con escaleras interiores y techos de piedra (fig. 21). Los
sitios más notables se llaman Rapallán, Susupillo, y Piruru (Flornoy, 1957).
En 1959 sin embargo, Bertrand «entró en la política» en Francia y abandonó
sus investigaciones en el Perú, pidiendo a Louis Girault que las continúe.
Louis Girault tampoco era arqueólogo profesional, al menos al inicio.
Su trayecto, como lo escribe Thierry Saignes (1979) «se aleja mucho de
las etapas clásicas que jalonan la vía real hacia la Ciencia y la Universidad
[con mayúscula]. Louis Girault se hizo solo» (Saignes, 1979). Ceramista
de formación, viajó de manera regular a Bolivia donde trabajó en una
triple dirección: etnomusicología, etnografía y arqueología (participó en
las temporadas de excavación de Tiahuanaco dirigidas por Carlos Ponce
Sanjinés). Con motivo de un viaje al Perú, se encontró con Frédéric Engel y
participó en unas de sus investigaciones de sitios costeros precerámicos. Es en
aquel entonces que Bertrand Flornoy le propone reanudar sus trabajos en el 323
Danièle Lavallée

Alto Amazonas. Louis escoge el sitio


de Piruru (distrito de Tantamayo),
que supuestamente se remontaría al
Intermedio Tardío (fig. 22). Louis
trabaja en Piruru en 1968, 1970
donde, inesperadamente, descubre
en los estratos más profundos de
los pozos estratigráficos que ha
excavado al pie de los edificios altos
(estratos 3 y 4), unos niveles que
estima ser «precerámicos» (Girault,
1981). Lo anterior fue confirmado
por varios fechados radiocarbónicos
escalonados entre 4050 y 3430
años a. P.
Louis falleció brutalmente en La
Paz, en 1975, sin haber podido
terminar las excavaciones en
Piruru, sin tener conocimiento de
los fechados, y dejando inédito un
Figura 22 – Carátula del libro de E. Bonnier, 2007 montón de documentación. Todo
su material ha sido depositado en
la Universidad de Huánuco (25  813 tiestos, 1  571 objetos líticos, con los
minuciosos inventarios y planos correspondientes). Cuatro años después,
Bertrand Flornoy, amigo mío desde muchos años atrás, me pregunta si estaría
dispuesta a excavar nuevamente en Piruru. Estando recién ocupada por lo
de Telarmachay, no acepto pero le presento a mis dos estudiantes: Elisabeth
Bonnier y Catherine Rozenberg. Aquí empieza la tercera etapa de lo que
llamo la «trayectoria Tantamayo».
En 1980, el mismo año del fallecimiento de Bertrand Flornoy (que no llegó a
conocer el resultado final de sus descubrimientos), Catherine Rozenberg revisó
lo que quedaba de las colecciones cerámicas dejadas por Girault en Huánuco
e identificó en el material procedente de Piruru, «formas tradicionales del
periodo formativo […] que, a través ciertos tipos de decoración, parecen
asemejarse a fragmentos encontrados en Chavín» (Rozenberg, 1982: 132).
Elisabeth y Catherine reiniciaron las excavaciones en 1981 y, en siete
324 temporadas sucesivas hasta 1988 (interrumpidas entre 1985 y 1988 «en
La arqueología francesa en el Perú

consideración a una situación política inestable» —es un eufemismo—),


confirmaron ampliamente las intuiciones de Girault.
En 1988 Elisabeth Bonnier organizó y presidió el simposio «Prehispanic
architecture and civilization in the Andes» dentro del 46˚ Congreso
Internacional de Americanistas, realizado en Amsterdam (Holanda). Este
reunió a arqueólogos de dos escuelas —la americana y la europea—, cuyas
diferencias, tanto en la práctica como en la interpretación arqueológica,
enriquecieron el debate y se complementaron. No solo trataron el tema del
estudio de la arquitectura en los Andes peruanos, sino también la evolución
de las técnicas constructivas, el análisis de la forma y la funcionalidad de la
construcción a través del tiempo y del espacio. Las actas de este simposio
fueron finalmente publicadas en 1997 con la ayuda del Dr. Henning Bischof y
la Sociedad Arqueológica peruano-alemana del Reiss-Museum de Mannheim
con el título Arquitectura y civilización en los Andes.
Elisabeth Bonnier nos dejó en 2009, pero tuvo tiempo de publicar lo esencial
de sus investigaciones que permitieron definir, durante el Precerámico (o
Arcaico) final, la tradición arquitectural monumental y ceremonial «Mito»
(identificada por primera vez en Kotosh), «caracterizada por, escribe Elisabeth,
el empleo de arcilla roja en la construcción, el valor sagrado de la superficies
adentro de los santuarios, la presencia de un fogón para quemar ofrendas, la
función de altar que se le puede atribuir al piso de los templos, y el proceso de
entierro ritual de las estructuras ceremoniales» (Bonnier, 1998; 2007). 
Sus investigaciones han hecho de Piruru uno de los grandes sitios con
arquitectura precerámica de los Andes norteñas del Perú.

3. Epilogo provisional
Casi llegamos al final del siglo XX. En los últimos diez años, investigadores
franceses iniciaron varios programas de los cuales algunos no están terminados,
así que resulta difícil hacer un balance. Los proyectos terminados a veces
no están todavía publicados, con excepción de las excavaciones del Cerro
Ñañañique, cerca de Chulucanas en el alto valle del río Piura, conducidas por
Jean Guffroy entre 1987 y 1989, en el marco de un programa de cooperación
entre la Universidad Católica y la ORSTOM (hoy IRD) (fig. 23) (Guffroy
et al., 1989; Guffroy (dir.), 1994). Durante largo tiempo esta región había
sido considerada como una verdadera frontera sociocultural, separando dos 325
regiones de evolución contrastada, el Norte del Perú y el Sur de Ecuador.
Danièle Lavallée

Figura 23 – Cerro Ñañañique, centro ceremonial formativo estudiado por J. Guffroy


(1987-1989). Reconstitución axonométrica de los edificios
Dibujo sacado de J. Guffroy, 1994: 83, fig. 12

Al contrario, las investigaciones de Guffroy mostraron que había sido


el escenario de contactos y fuertes interacciones: desde el siglo X antes de
nuestra era, un centro ceremonial se levantó en la cumbre del cerro, y el
material cerámico colectado, que cuenta desde el inicio con piezas de estilos
diversos, singulariza esta implantación, obra, según parece, de grupos étnicos
o culturales de diferentes orígenes.
El sitio estuvo abandonado al inicio
del IV siglo antes de nuestra era, de
manera brutal (huellas de incendios)
y quedó despoblado durante cerca de
1500 años, antes de su reocupación
entre los siglos XIII y XIV de nuestra
era. En todo caso, parece que la
región nunca estuvo aislada y que
su ocupación estaba estrechamente
ligada al desarrollo de sistemas de
intercambios de bienes, materiales
326 y no materiales, a partir del segundo
milenio antes de nuestra era (fig. 24). Figura 24 – Sitio de Ñañanique, excavado por J. Guffroy
La arqueología francesa en el Perú

Podemos también considerar como arqueológico, o colindante con la


arqueología, el proyecto o mejor dicho los proyectos desarrollados desde 1986
bajo la dirección, o a la iniciativa, de la Dra. Anne Marie Hocquenghem, en el
extremo norte del Perú y el sur de Ecuador. En términos generales, se proponen
reconstituir la historia ambiental de esta vasta región, desde 12000 BP hasta
nuestros días. Una meta muy ambiciosa pero con resultados todavía dispersos.
Terminaré mi presentación resumiendo nuestro propio proyecto —para mí
el último— que iniciamos con Michèle Julien en 1994. Descubrimos y
excavamos un campamento de pescadores-recolectores de moluscos, ocupado
entre 10000 y 6000 BP aproximadamente, en la Quebrada de los Burros
(departamento de Tacna) (fig. 25). Los trabajos de campo finalizaron en
2009. Varios artículos han sido ya publicados en castellano y la monografía
fue publicada por el IFEA en 2012 (Lavallée & Julien (dir.), 2012). Uno
de los resultados sobresalientes es el descubrimiento de un entierro humano
con fecha de 9870 BP, lo que hace de él, después del Hombre de Paiján
descubierto por Claude Chauchat, el segundo más antiguo peruano.

Figura 25 – Excavación en Quebrada de los Burros, dpto de Tacna


Foto: P. Béarez

Conclusión
Para concluir, habrán visto que varios de nosotros tuvimos trayectorias
disociadas, pasando de un terreno a otro, de una época a otra. Es el caso de
Claude Chauchat, que pasó de Paiján a Moche, de los cazadores-recolectores
a los Señores de Moche, de los análisis de industria lítica a los de las tumbas
sepultadas al pie de la Huaca de la Luna en la plataforma Uhle. Claude
trabaja ahora en el marco del «programa internacional Moche» dirigido por
el Dr. Santiago Uceda, desde 1999, razón por la cual no evoqué el detalle de
327
su trabajo.
Danièle Lavallée

Lo mismo para Michèle Julien y yo, quienes hemos bajado de la punas


al borde del mar. Del estudio de cacicazgos tardíos al de las más antiguas
ocupaciones humanas del Arcaico temprano.
Estos cambios, o mutaciones, se deben más que todo al hecho que se trata
de proyectos de investigación individuales, aún si un equipo se organiza
alrededor.
La arqueología francesa en el Perú nunca fue una arqueología de grandes
proyectos, con equipos muy numerosos y muchos recursos. En Francia
misma, las investigaciones americanistas ocupan un lugar muy modesto,
comparándolas con los trabajos en arqueología «clásica» (Próximo Oriente,
Egipto, Grecia y Roma). Ellas se benefician de recursos, y personal,
incomparables.
Hemos visto también que una parte importante de las investigaciones se han
desarrollado en el campo del periodo Arcaico y sus manifestaciones culturales.
¿Por qué?
Porque Francia es, en este dominio, un actor pionero. La ciencia prehistórica
ha nacido en Francia en el siglo XIX y sigue siendo un componente mayor de
la arqueología nacional, con las enseñanzas de François Bordes, André Leroi-
Gourhan, Jacques Tixier, y sus seguidores. Es en Francia que se elaboraron
los conceptos de cadena operativa, de paleoetnología, de arqueología
experimental, entre otros.
De un punto de vista conceptual, por fin, nuestra visión de la investigación
arqueológica difiere de la de la escuela norteamericana, en particular la
derivada de la «New Archaeology». Para esta, se debía primero concebir
una hipótesis, detallar las consecuencias que debía haber entrenado en los
hechos perceptibles y luego, solamente luego, buscar sus huellas en el terreno.
Método «hipotético-deductivo».
En Francia, la prioridad es dada a la investigación empírica antes de toda
modelización. La excavación, la observación rigurosa de los datos (por
ejemplo, la de los «pisos de ocupación», de las relaciones entre los artefactos)
prevalecen, antes de la elaboración de hipótesis explicativas fundadas sobre
los hechos observados. Lo que no impide proponer después, modelos
comparativos.
Para nosotros también, la reconstrucción de los gestos de la vida cotidiana, de
328 los modos de vida, de las estrategias de subsistencia, son más importantes que
La arqueología francesa en el Perú

la búsqueda de un «más antiguo» o de un «scoop» que se publicará en Science.


Podemos decir que el hombre está en el centro de nuestras preocupaciones en
todas sus manifestaciones.
Una nueva generación de arqueólogos franceses nos reemplaza. A Patrice,
Alex, Tania, Carole, Nicolas, Fanny, Thibaud, les deseo muchos éxitos, y que
continúen una fructífera colaboración con los colegas y amigos peruanos, a
pesar de un contexto mundial de crisis económica muy dura.

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331
Un siglo de investigación arqueológica alemana en el Perú: pionera e interdisciplinaria

Un siglo de investigación arqueológica


alemana en el Perú: arqueología pionera
e interdisciplinaria
Elmo León Canales

Introducción
En el marco de las actividades y aportes de arqueólogos e investigadores
foráneos en el Perú, si bien es evidente que los estadounidenses han estado
y vienen estando aún mucho más presentes que cualquier otra nacionalidad,
los alemanes, incluso con presencia numérica relativamente baja, han dejado,
sin lugar a dudas, aportes excepcionales y sustanciales, literalmente cimientos
en algunas áreas clave de nuestra arqueología.
Presentamos aquí una breve síntesis de la actividad germana en el Perú,
básicamente centrada en el siglo XX. La relación de ellos es una especie de
bitácora de trabajo, para que el lector tenga una idea del aporte de ellos en
orden cronológico, por etapas, a modo historiográfico. Se consignan datos
biográficos muy breves y luego lo más importante de la obra de ellos, para luego
hacer un balance del aporte sensu lato. El objetivo de este trabajo es presentar
una síntesis apretada de la historia de estos aportes y de la trascendencia
de ellos en la arqueología peruana, por extensión en Altamerikanistik. En
general, se trata de aportes pioneros de gente, tal vez sin ser arqueólogos, que
333
de una u otra forma han estado ligados al mundo de la Arqueología, empero,
Elmo León

con el matiz de americanista, vale decir, andinista, puesto que arqueología


andina no existe como carrera en Alemania (Kaulicke. 2000). Vamos ahora
a examinar la historia de la investigación arqueológica alemana en el Perú
durante el siglo XX. No obstante, recomendamos al lector precisamente esta
obra antemencionada (Kaulicke, 2000) puesto que proporciona el contexto
histórico en un sentido más amplio de la presencia alemana en el amplio
espectro de la arqueología andina en Latinoamérica.

1. Los germanos descubren a la arqueología peruana: 1875-1910.


Berlín como punto de partida
1. 1. Wilhelm Reiss y Adolph Stuebel: Ancón como punto de partida
Wilhelm Reiss nació en 1838 en Mannheim y estudió en la academia de minas
en Freiburg. Posteriormente se trasladó a Berlín y Bonn para estudiar ciencias
naturales, lo que le llevó a un doctorado en geología en 1864. Solo un año
después conoce a Alphons Stuebel. Este había nacido en 1835 en Dresden.
Tiempo después, en 1860, se doctoró en la Universidad de Heidelberg en
especialidades como mineralogía y física, aunque su interés principal era la
vulcanología (Meyer, 1905).
Entre 1868 y 1876 ambos, por peculio propio, fueron expedicionarios
científicos en Sudamérica, recolectando rocas y antigüedades (Wagner, 1904).
Es durante este proceso que ellos se van interesando in crescendo por la
Arqueología. Dentro de la gama de intereses, sobre todo geológicos, de ambos
investigadores, se hallaba la Arqueología, de modo que excavan en Ancón
entre 1875 y 1876, para luego publicar su obra fundamental Das Todtenfeld
von Ancon (Reiss & Stuebel, 1880-1887). El trabajo está dividido en tres
volúmenes. Mientras que el primero da cuenta de los trabajos, el medio, las
momias y sus objetos asociados y decoraciones, el segundo se centra sobre
todo en los innumerables restos textiles que incluyen desde ponchos, pasando
por lienzos hasta bordados.
Finalmente el tercer tomo aborda otros materiales como metales, cerámica,
objetos de hueso, madera, etc. recuperados de las excavaciones en un intento
de trabajo interdisciplinario que se observa en las intervenciones de expertos
en temas como antropología física, como en el caso de Rudolph Virchow en el
estudio de los cráneos, Nehring en análisis de los mamíferos y Wittmack para
334 el estudio de las plantas del sitio. Se puede decir que esta obra es probablemente
Un siglo de investigación arqueológica alemana en el Perú: pionera e interdisciplinaria

pionera en su naturaleza y aspiración de dar a conocer exhaustivamente un


sitio arqueológico peruano, lección por antonomasia, pues curiosamente
se trata de un mero trabajo científico en ausencia de monumento público,
vale decir, con interés puro en la ciencia. Adicionalmente, el legado de las
colecciones de Ancón ha registrado más de 73 000 especímenes en el Museo
de Antropología de Berlín, lo que ha sido objeto de estudio e interés por parte
de Uhle o Seler, verdaderos pioneros de la arqueología americana (Kaulicke,
2000: 166).

1. 2. Max Uhle (1856-1944): Primer sistematizador de la arqueología


peruana
Max Uhle fue sin lugar a dudas, el más prolífico de los alemanes que se
dedicaron a la arqueología peruana (fig. 1). Su vinculación llegó a tal extremo
que llegó a ser funcionario estatal del Perú, en calidad de director del museo
nacional e incluso ha sido denominado como «padre de la arqueología
peruana». Uhle nació en Dresden un 23 de marzo de 1856. Trabajó bajo la
tutela de Adolph Bastian y Alphons Stuebel en
el Museo de Berlín y en 1892 viaja a Sudamérica
donde hizo excavaciones en muchos sitios
de la costa peruana, entre ellos, Pachacamac
(cf. Ravines, 1989). Su libro de reporte de las
excavaciones de este santuario, es aún un manual,
en cierta forma, moderno de excavaciones y
análisis arqueológicos (Uhle, 1903) y como bien
lo señala Bonavia (2005) es el primer trabajo
estratigráfico de América.
Como resultado de su trabajo, establece el pri-
mer cuadro de cronología prehispánica peruana
(innovando comparaciones de estilos y simul-
táneamente estratigrafía). De modo que Uhle es
pionero al introducir el concepto de «Horizonte»
a más de emplear precozmente en América los
métodos de campo con eficiencia y con gran pre-
Figura 1 – Max Uhle
cisión para el registro arqueológico (Uhle, 1902).
Foto original en posesión del Ibero- John Rowe (1954) ha mencionado que Uhle es el
Amerikanisches Institut (IAI). Preussischer primero en establecer una cronología americana. 335
Kulturbesitz, Berlín (cortesía del IAI)
Elmo León

Además, en sus análisis hace uso de otras ciencias, tales como la Etnobotánica,
Zooarqueología, la Lingüística, la Etnohistoria, incluso Arqueoastronomía,
pero sobre todo la Etnología, procedente de la tradición de formación
universitaria germana. Uhle también se percata muy tempranamente de
la importancia del concepto de tumbas y concepto funerario en el Perú
prehispánico, confiriéndole un especial valor en el conjunto de los análisis
arqueológicos.
No cabe duda pues que después de un record de más de 280 publicaciones
científicas, el aporte académico de Uhle es trascendental. Su voracidad
científica le condujo a publicar sobre temas que van desde quipus (Uhle, 1897),
pasando por deformaciones craneanas (Uhle, 1901), hasta conchales (Uhle,
1906). Además, culturas como la mochica, por sus excavaciones en Huacas
de Moche (Uhle, 1913), cerámica Nasca (Uhle, 1914), y varios trabajos de
síntesis sobre la arqueología peruana (e.g. Uhle, 1939). No obstante, uno de
sus más principales aportes es el de haber hecho la colección de arqueología
andina que atrajo una pléyade de estudiantes de arqueología y antropología
que dedicaron sus investigaciones a la arqueología peruana. De esta manera
sirvieron para difundir nuestro patrimonio, nacional e internacionalmente.
Es pues un «punto de quiebre» en la historia de la arqueología andina.

2. La fascinación por la iconografía y las momias: 1910-1930


2. 1. Eduard Georg Seler (1849-1922)
Es probable que Eduard Seler sea identificado mayormente con la arqueología
mesoamericana, empero también tuvo un aporte en el contexto peruano. Fue
otro americanista, andinista, estuvo interesado en la etnología y arqueología
tanto mesoamericana como andina. Seler nació en Croasen, al margen del
Oder y posteriormente estudió en la Universidad de Breslau. Kaulicke (2000:
167) ha relacionado a Seler con Uhle, con la única diferencia que mientras que
Uhle se dedicó a la arqueología andina, Seler se consagró a la mexicana por
lo que algunos le consideran «padre de la Mexicanística Alemana» y además
tuvo la ventaja de contar con un mecenas que le financió 6 expediciones
arqueológicas y le garantizó una cátedra en Berlín, mientras que Uhle fue
errante, sin rumbo fijo a sueldo estable.
Entre 1904 y 1922 fue director de Koenigliches Museum fuer Voelkerkunde
en Berlín. Luego de un estudio de cerámica Nasca, publica de manera pionera:
336 Die buntbemalten Gefässe von Nazca im südlichen Peru und die Hauptelemente
Un siglo de investigación arqueológica alemana en el Perú: pionera e interdisciplinaria

ihrer Verzierung (Seler, 1923). Con esta obra Eduard Seler podría considerarse
como el auténtico «Padre de la arqueología iconográfica peruana».
Otra contribución de Seler, fue su trabajo de campo en el Perú, el cual es poco
difundido. En 1910 hace un reconocimiento de las ruinas de Tiahuanaco,
Cajamarquilla, Pachacamac, Chan Chan, haciendo algunas observaciones.
Además halla restos de una pintura mural en Huaca de la Luna (Seler, 1912).

2. 2. Hans Heinrich Bruening (1848-1928)


Hans Heinrich Bruening nació en Hoffeld, a unos 20 km al suroeste de Kiel,
al norte de Alemania. Un resumen de su vida ha sido publicado por Corinna
Raddatz (1990), de modo que nos basaremos brevemente en este. Si bien su
formación académica es poco conocida (parece que llevó cursos en la escuela
técnica de Hanover y devino posteriormente en ingeniero), sí es claro que llegó
al Perú a sus 27 años e inmediatamente a Eten, en Lambayeque, donde hará
sus mayores contribuciones. Su afán por el registro se observa en sus diarios
donde desde un inicio anota religiosamente la temperatura cada ciertas horas.
Luego, desde inicios de la última década del siglo XIX empieza ya a publicar
artículos sobre su tema de interés principal: la etnografía. Por ese tiempo
Bruening ya contaba con una colección arqueológica de 800 objetos. En su
primer artículo de 1893 demuestra una versatilidad «moderna», por cuanto
su expertisse en discriminar entre objetos arqueológicos y falsificaciones
modernas, lo que resulta en precoz para su época.
Sus contribuciones posteriores dan fe de su trabajo documental, que si
bien incidió mayormente en la etnografía y lengua del departamento de
Lambayeque (Bruening, 1922), han dejado como legado una importante
colección y artículos de índole arqueológica (Bruening, 1911a; 1911b; 1912;
1922), necesario punto de referencia para toda investigación de esta región de
la Costa Norte. La importancia del trabajo de Bruening en Arqueología radica
fundamentalmente no solo en que trató de evitar los saqueos arqueológicos
en la Costa Norte, sino también de acumular una colección que hacia 1920
contaba ya con 5 000 piezas, a más de haber excavado personalmente en la
Hacienda Pomalca. Como resultado de su trabajo, hoy en día existe el museo
que lleva su nombre (el primer museo regional fundado en 1921) y que
contiene una colección trascendental de piezas arqueológicas peruanas, una
gran contribución de su parte que había vendido al estado peruano en 1922.
Hay que mencionar que mucha parte de su obra recopiladora y coleccionista 337
Elmo León

permanece aún inédita (Kaulicke, 2000: 168) de modo que aquí hay un
campo por explorar.

2. 3. Arthur Baessler (1857-1907)


Arthur Baessler nació en cuna de familia sajona
(fig. 2). Baessler fue uno de los más notables
etnólogos del Museo Voelkerkunde de Berlín,
quien desde joven se dedicó a coleccionar
objetos de diversos continentes, entre ellos el
americano.
Baessler hizo probablemente el primer
estudio de unas momias a través de Rayos
X: Peruanische Mumien (Baessler, 1906a)
aunque no hay que olvidar que el tema de
momias peruanas era ya de interés de los
colegas germanos, como en el caso de cráneos
y trepanación (e.g. Broeski, 1880; Albu,
1889). Años antes Baessler había publicado su
monumental obra de 4 tomos profusamente
ilustrados: Altperuanische Kunst. Beiträge zur
Archaeologie des Inca-Reiches (Baesler, 1902-
Figura 2 – Arthur Baessler 1903) aunque como otros autores alemanes
Foto original en posesión del Ibero- posteriormente, tuvo un interés también en
Amerikanisches Institut (IAI). Preussischer artefactos de metal prehispánicos (Baesler,
Kulturbesitz, Berlín (cortesía del IAI)
1906b).

2. 4. Guenther Tessmann (1884-1969)


Un investigador poco conocido por sus aportes en la arqueología peruana es
Guenther Tessmann. Nació en Lubeck y estudió botánica y etnología. Entre
1920 y 1926, bajo la dirección del geólogo Harvey, Baessler estuvo viajando
y explorando en la Amazonia sudamericana.
A su retorno, Tessmann devino en etnólogo de la Universidad de Stuttgart
y preparó reportes de sus excavaciones, una de las cuales se desarrolló a
orillas del Lago de Yarinacocha (Pucalpa) de donde extrajo vasijas de estilo
338 Tutishcainyo, de modo que es un precursor de la arqueología de nuestra ceja
de Selva (Tessmann, 1930). Su papel en esta zona, aún es poco reconocido.
Un siglo de investigación arqueológica alemana en el Perú: pionera e interdisciplinaria

2. 5. Max Schmidt (1874-1950)


Fue un etnólogo alemán, jefe de la sección sudamericana del Museo de Berlín.
Se dedicó a hacer viajes de investigación en Sudamérica entre 1900 y 1931,
año este último en el que arriba al Paraguay donde se dedicará el resto de su
vida a la investigación. Es de este momento cuando surgen publicaciones sobre
decoración prehispánica peruana (Schmidt, 1909) o textiles (Schmidt, 1911).
Posteriormente, Schmidt publica un estudio sobre arte y cultura prehispánica
peruana (Kunst und Kultur von Peru) en 1920 en Berlín. En este trabajo detalla
y analiza sobre todo al arte prehispánico peruano, donde destaca el mochica,
por ejemplo incidiendo en atuendos y otros objetos que incluyen hasta el
tema inca. Es interesante además que haya hecho colecciones comparativas
de plantas en el Perú, las que hoy forman parte de las colecciones del Museo
de Berlín, junto a las de Uhle y son base de cualquier estudio etnobotánico.

2. 6. Walter Traugott Hartmut Erdmann Lehmann (1878-1939)


Walter Lehmann fue un americanista de importancia
quien no solo tuvo grandes contribuciones para
Mesoamérica, sino también importantes aportes para
el Perú (fig. 3). Nace en Berlín y estudiaba medicina,
cuando empieza a tomar clases con Eduard Seler en
1902, quien influye sobre el con la Americanística y
Etnología. En 1910 se le nombra conservador de la
colección del museo etnográfico de Munich. En los
años siguientes, hace carrera en el museo de Munich
con un programa de investigaciones que llevaba
a cabo ya en calidad de Profesor en la Universidad
de Munich, donde permanecerá hasta su muerte en
calidad de Privatdozent (Riese, 1983).
Las contribuciones de Lehmann en torno al Perú
prehispánico, en la primera década del siglo XX,
están dedicadas por ejemplo a analizar cerámica
documentando lepra (Lehmann, 1906) y luego
Figura 3 – Walter Lehmann sífilis y uta (1910). Posteriormente Lehmann (1924)
Foto original en posesión del Ibero-
Amerikanisches Institut (IAI). Preussischer
presenta una contribución importante (junto a
Kulturbesitz, Berlín (cortesía del IAI) Heinrich Ubbelohde Doering): «The Art of Old 339
Peru» (colección Gaffron de Berlin), donde se
Elmo León

proponen cuadros cronológicos de la época prehispánica peruana de manera


pionera. Lo peculiar en el trabajo de Lehmann es el abordar la investigación
desde una perspectiva psicológica, tratando de interpretar el arte prehispánico,
así como también establecer puntos de contactos entre el Perú y México
(Lehmann, 1938), lo que era de esperar, debido a su amplia experiencia con
Mesoamérica y México.

3. El papel del «Altamerikanistik»: Trabajos de campo y ensayos


de síntesis (1930-1990)
3. 1. Heinrich Ubbelohde-Doering (1889-1972)
Es probable que después de Uhle, Heinrich Ubbelohde-Doering sea el
alemán que más ha contribuido con la arqueología peruana (fig. 4). Este
autor ha hecho tanto trabajos de campo como varias publicaciones sobre
diversos tópicos de la arqueología peruana entre 1923 y 1983, vale decir 50
años de producción arqueológica.
Ubbelohde-Doering nació en Bonn y estudió
en la Universidad de Marburg desde inicios
de la década de 1920. Precisamente es en ese
periodo de su vida cuando conoce a Walter
Lehmann, quien le inspira el interés por la
historia del arte precolombino. Su entrega al
estudio de nuestros Andes se materializa en
1923 al presentar su tesis doctoral llamada
«Cultura del periodo incaico en la cordillera
sudamericana».
Ubbelohde inicia sus contribuciones a base
de estudios de colecciones de cerámica
peruana en el Forschungsinstitut fuer Vol-
kerkunde Berlin, lo que termina en su pri-
mera publicación en 1926, donde trata de
la iconografía de la cerámica prehispánica.
Por este tiempo visita también a Seler, reco-
nocido americanista que vivía en las inme-
diaciones de Berlín, a quien hemos tratado Figura 4 – Heinrich Ubbelohde-Doering
brevemente líneas arriba. Foto original en posesión del Ibero-Amerikanisches
340 Institut (IAI). Preussischer Kulturbesitz, Berlín
(cortesía del IAI)
Un siglo de investigación arqueológica alemana en el Perú: pionera e interdisciplinaria

A fines de la década de 1920, se introduce en la arqueología andina con


colecciones de París y Goteborg. Es en Magdeburg donde aprende a excavar,
lo que le serviría para su futuro trabajo de campo en el Perú. Por esta época
publica algunos trabajos concernientes tanto a cerámica (1927) y textiles,
sujeto de interés por otros investigadores de la época.
Es así que emprendió una primera temporada de exploraciones y trabajos de
campo entre 1931 y 1932. En esa oportunidad excavó en los cementerios de
Huayurí, Nazca. Taruga y Poroma en la costa sur. Luego se dirige a la costa
norte, donde hace reconocimientos de sitios arqueológicos: ruinas de Moche,
Chan-Chan, San José, Chiquitoy, El Brujo (1933; 1934).
Ubbelohde luego viajó a Bolivia lo que le proporcionó una idea de la
topografía andina, elemento clave en la interpretación de nuestra arqueología
y que luego aplicará en sus escritos. La intención de Ubbelohde-Doering era
la de conocer el tipo de tumbas donde se hallaba la cerámica decorada Nasca,
lo cual delata el ansia del autor en contextualizar los hallazgos, principio
básico en la arqueología.
Posteriormente, en 1938 junto con Hans Dietrich Disselhoff, del Museo
de Antropología de Berlín, Ubbelohde-Doering realizó excavaciones en los
valles de Jequetepeque, Chicama y Moche, especialmente en los yacimientos
arqueológicos de Pacatnamú, Facala y Huaca la Campana. Excava tumbas de
caña y textiles mochica, únicos hasta el día de hoy.
Luego, en 1939 regresa a Munich y en 1941 publica Auf den Koenigstrassen
der Inka, el cual debido a su éxito, se tradujo al inglés como On the Royal
Highways of the Inca. En 1952 publica su visión del arte prehispánico peruano
en su libro Kunst im Reiche der Inka.
En 1953 conduce una nueva expedición, excavando en Pacatnamú, Virú, y
visitando el Callejón de Huaylas (1958; 1960). Entre 1961 y 1963 asume
un cuarto trabajo de campo nuevamente en Pacatnamú. Luego de una vida
prolífica en investigaciones, fallece en 1972, dejando un gran legado a la
arqueología peruana.

3. 2. Hans Horkheimer (1901-1965)


Hans Horkheimer nació en Stuttgart y estudió en las universidades de
Heidelberg, Muenchen y Erlanger. En 1939 Horkheimer, en medio del
Nacional Socialismo que ejercía el poder en Alemania de ese entonces, emigra 341
llegando al Perú. Al poco tiempo firma un contrato con la Universidad de
Elmo León

Trujillo, por medio del cual deviene en docente y a la vez, desarrolla trabajos
de campo. En 1940 publica preliminarmente la excursión llevada a cabo
en Tantarica (Contumazá) y en 1942, explora la región noroccidental de
los departamentos de Cajamarca y La Libertad. En 1944 publica su Vistas
arqueológicas del Noroeste del Perú, un libro resultado de sus primeros trabajos
en esta región.
Sus trabajos de campo son luego ampliados por sus conocimientos
bibliográficos. Es así como publica en 1947 su Breve bibliografía del Perú
prehispánico, fuente importante de investigación para todo arqueólogo
andinista. Este trabajo es complementado por su Guia bibliográfica de los
principales sitios arqueológicos del Perú (1950), vale decir una serie de trabajos
compilados y en balance después de una década de investigación en Perú, lo que
además resulta evidente en su ensayo de manual de arqueología prehispánica
(1950), un esfuerzo impresionante de síntesis donde Horkheimer despliega
recursos etnográficos, geográficos y arqueológicos para caracterizar a las
principales culturas prehispánicas peruanas desde un punto de vista holístico.
Horkheimer en la década de 1950-1960 se dedica a explorar yacimientos en
otras partes del Perú como Huancayo (1951), valle de Utcubamba (1959) e
incluso cerámica Huari (1960a).
Posteriormente (Horkheimer, 1960b) publica La Alimentación en el
Antiguo Perú, obra pionera en esta índole donde hace gala de una serie de
aproximaciones al tema que incluyen no solo vestigios botánicos y zoológicos,
sino también referencias etnohistóricas y etnográficas.
Entre 1961-1962 conduce el proyecto de Chancay definiendo la secuencia
que hasta hoy rige en la zona, por lo cual se demuestra su vigencia en la
investigación moderna (Horkheimer, 1961; 1962), aun cuando no haya
podido publicar debido a que la muerte lo sorprendió (Bonavia, 2007).
Como premonición del final de su vida, nos entrega nuevamente un trabajo
de síntesis sobre sitios arqueológicos peruanos (1965a), incluso una síntesis
de la reciente descubierta Cultura Vicús (1965b).
La obra de este investigador, pues nos demuestra un cierto ritmo de trabajo,
en el cual se observa la acumulación de trabajo de campo, para luego redactar
síntesis, lo que se observa bastante disciplinado. La obra en que se puede ver su
formación Altamerikanistik es la sobre los recursos comestibles prehispánicos,
texto magistral donde se aprecia a Horkheimer como el gran conocedor de
342 fuentes que manejaba a cabalidad. La publicación de sus investigaciones de
Un siglo de investigación arqueológica alemana en el Perú: pionera e interdisciplinaria

la Costa Central, se vio lamentablemente truncada debido a que la muerte le


sorprendió en 1965.

3. 3. Hermann Trimborn (1901-1986)


Nació en Bonn en 1901 (fig. 5). Trimborn estudió Derecho y Ciencias políticas
en las universidades de Bonn y Muenchen. Desde un inicio se observa su
pasión por los Andes, pues de doctoró con la tesis: «Der Kollektivismus der
Inkas in Peru». Su interés se centraba en las normas y leyes del antiguo Perú.
En 1929 se inauguró en la Universidad de Bonn la cátedra de arqueología
y etnología de la América Precolombina y en 1933 una similar en Madrid.
Seguramente como resultado de esta experiencia publicó un estudio de la
cerámica prehispánica peruana de este museo (Trimborn, 1935). A final de
esta fase, Trimborn se interesa por la Etnohistoria y publica por primera vez
muy precozmente, una traducción al alemán de la obra de Francisco de Ávila,
Dioses y Hombres de Huarochirí (Trimborn, 1939).
A partir de 1948 organizó el Seminar fuer
Voelkerkunde en Bonn que se destacaba por su
vocación hacia la etnología y arqueología andina.
La colección de objetos en la misma casa de
estudios la inició en 1954, hoy en día convertida
en parte de la colección del instituto.
En sus clases de las décadas de 1960 y 1970, se
centra en el estudio de los sitios arqueológicos
andinos y economía de mercado. El resultado
de sus investigaciones lo lleva a publicar cerca de
200 contribuciones científicas en campos como
antropología, etnología jurídica y metodología
etnológica. Ya sea visto desde la perspectiva del
humanismo de este investigador (Bonavia, 1987)
o desde su producción académica (Hartmann,
1987), se trató de uno de los principales
promotores y apasionados del tema andino.
Es autor de importantes publicaciones entre las
Figura 5 – Hermann Trimborn
Foto original en posesión del Ibero-
que destacan la arqueología de las costas norte y
Amerikanisches Institut (IAI). Preussischer sur (Trimborn, 1969; 1969-1970; 1972; 1974; 343
Kulturbesitz, Berlín (cortesía del IAI) 1979), en valles como Sama y Caplina (Trimborn,
Elmo León

1978) y su conocido estudio de Quebrada de la Vaca en Arequipa (Trimborn,


1985). En sus trabajos de Tacna es acompañado por americanistas como Otto
Kleeman y también Juergen Wentscher y Wofgang Wurster, ambos del proyecto
Cochasqui en Ecuador. Es importante remarcar que Trimborn recibe soporte
económico para sus trabajos de parte del Servicio Alemán de Intercambio
Académico (DAAD).

4. Tiempos de posguerra: la fascinación por la iconografía y la


arqueología peruana
4. 1. Hans-Dietrich Disselhoff (1899-1975)
Nació en Trebbin, Brandenburg y posteriormente
estudió minería en Freiberg (fig. 6). Con el tiempo
se interesó en la Altamerikanistik, historia del
arte, etnología y romanística pasando por varias
universidades germanas. Su carrera lo llevó en
1931 a que se le nombre curador en el Voelkerkunde
Museum Berlin. En los años siguientes, se asoció a
Heinrich Ubbelohde-Doering, como hemos visto,
un peruanista neto.
Sus primeras publicaciones las dedicó a la
iconografía prehispánica, como muchos otros
alemanes interesados en ese tema, llámese chavín
(1940), chimú (1941), mochica (1951) o recuay,
aunque también publicó sobre pinturas rupestres
(1955).
En la década de 1950 realizó trabajo de campo. Figura 6 – Hans-Dietrich Disselhoff
En 1953 devino en conservador del Voelkerkunde Foto original en posesión del
Museum de Munich. Luego viajó al Perú y Ibero-Amerikanisches Institut (IAI).
Preussischer Kulturbesitz. Berlín
excavó el sitio de San José de Moro en el valle de (cortesía del IAI)
Jequetepeque (Disselhof, 1958). El mismo año
publica Geschichte der Altamerikanischen Kulturen, donde pioneramente
observa el C14 en los Andes (Diselhoff, 1953).
En 1966 publica Vida cotidiana en el antiguo Perú, donde vuelca todos sus
conocimientos para la reconstrucción desde el medio ambiente hasta los
344 rostros de los antiguos peruanos. El mismo año excava en Nazca, Vicús,
Yecalá, Loma Negra. Logró determinar la cronología del estilo negativo
Un siglo de investigación arqueológica alemana en el Perú: pionera e interdisciplinaria

(Disselhof, 1969). Tal como nos recuerda Kaulicke (2000: 169) en el trabajo
de Vicús, obtuvo la colaboración del joven Henning Bischof, a quien veremos
más adelante.

4. 2. Georg Petersen (1898-1985)


Georg Petersen (fig. 7) nació en Flensburg,
muy cerca de la vecindad danesa y en las
inmediaciones de los famosos fiordos
nórdicos. De modo que no es difícil
imaginar al joven Petersen mirando al
mar, como previendo que haría un largo
recorrido que lo llevaría al Perú, donde
tendría su principal residencia. A sus 20
años inició sus estudios superiores en la
Universitaet Kiel interesado principalmente
en la Geología y otras ciencias.
Bajo contrato para trabajar en exploración
y explotación de petróleos, llega a la
localidad de Zorritos (Tumbes). Desde
ese momento, Petersen se dedica a hacer
investigación en una serie de campos,
donde la Arqueología, evidentemente, Figura 7 – Georg Petersen
Cortesía de Richard Petersen
destaca. Su alta productividad académica
resultó en al menos 200 publicaciones (Petersen, 1962), abordando temas
que van desde la ruta original de Francisco Pizarro, pasando por minerales,
paleoclimatología, hasta que publica su obra cumbre: la minería y metalurgia
prehispánica del Perú (Petersen, 1970). En este trabajo, Petersen se muestra
en toda su capacidad por medio de un estudio interdisciplinario teniendo
como fuente de información a los metales y minerales prehispánicos. Petersen
incluye información etnohistórica, arqueológica, marina, sedimentológica,
etnográfica, vale decir, un estudio holístico en este sentido.
Sus amplios conocimientos fueron llevados también al mundo universitario,
primero en la Universidad Nacional de Ingeniería, y luego en la Pontificia
Universidad Católica del Perú. Sin lugar a dudas, Petersen fue un pionero en
el campo de la arqueometría en los Andes, lección que nos deja en el presente.
345
Elmo León

4. 3. Gerdt Kutscher (1913-1979)


Gerdt Kutscher nació en Berlín un 27 de junio
de 1913 (fig. 8). En 1932 inició sus estudios en
historia del arte, Altamerikanistik, arqueología
y antropología, derrotero ya común de los
peruanistas en universidades germanas, como
estamos viendo ya. Sus profesores, entre otros,
fueron Walter Lehmann (a quien hemos ya
señalado) y Konrad Preuss. Kutscher se reconocía
a sí mismo como discípulo de Walter Lehmann,
quien fuera removido por el Nacional Socialismo
del Museo de Etnología de Berlín.
Posteriormente, en 1942, Kutscher se convirtió
en asistente científico en el mismo museo de
Berlín con el principal propósito de organizar
la biblioteca que Lehmann, su maestro, había
dejado. Cuatro años después se doctoró con
una tesis sobre pintura mochica. Su entrega y
dedicación por el trabajo en el museo le deparó el
Figura 8 – Gerdt Kutscher
cargo de director científico en 1970. Foto original en posesión del Ibero-
Su producción académica en torno al Perú Amerikanisches Institut (IAI). Preussischer
Kulturbesitz, Berlín (cortesía del IAI)
se centra en una docena de trabajos, empero
relevantes puesto que son considerados clásicos de la iconografía de las
culturas prehispánicas de la costa norte (1950; 1954; 1983).

4. 4. Wolfgang W. Wurster (1937-2003)


Estudió arquitectura en Munich entre 1958 y 1963, obteniendo su diploma.
Anteriormente se había mostrado muy interesado en estudiar literatura
latinoamericana en España (fig. 9). Su experiencia en arqueología se remonta
a 1961 y 1962, cuando incursiona en las excavaciones de la zona de Samos y
Pérgamo, con el Deutsches Archaeologisches Institut.
Posteriormente entre 1964 y 1965, con el Seminar fuer Voelkerkunde de Bonn,
excavó en Cochasquí, Ecuador. En 1966 visitó muchas ruinas arqueológicas
en Colombia y Ecuador, sobre todo interesado en la arquitectura de estas. Este
346 mismo año trabajó junto a Disselhof en Vicus (Piura) y Camaná (Arequipa).
Luego viajó a Pajatén (Amazonas) donde realizó dibujos del sitio. De modo
Un siglo de investigación arqueológica alemana en el Perú: pionera e interdisciplinaria

Figura 9 – Wolfgang Wurster —a la izquierda— junto a Juergen Wentscher, Udo


Oberem y Roswith Hartmann
Cortesía del KAAK, Deutsches Archaeologisches Institut, Bonn, en representación de
Heiko Pruemers

que la década de 1960 le sirve como una introducción a su interés por la


arquitectura prehispánica, lo que después de varios años se vería publicado en
un trabajo más maduro (Wurster, 1982).
Entre 1968 y 1974 asume el cargo de asistente del instituto de arquitectura de la
Technische Universitat Muenchen. Durante ese tiempo excavó en Tacna con la
Universidad de Bonn. En 1980 se le nombra segundo director de KAVA (Comisión
de Arqueología General y Comparada). Tres años después excavó en Topará (Ica)
en el marco de un proyecto personal (Wurster, 1984). En 1993 fue nombrado
director de KAVA, cargo que ostentó hasta su muerte y llevó a cabalidad y con
eficiencia. Luego de desarrollar investigaciones en el área Maya (otro tema de su
interés académico), fallece dejando en prensa trabajos por publicar. Una necrología
ideal ha sido publicada por Indiana, Berlin (Anónimo, 2004).

4. 5. Henning Bischof (1936-)


Uno de los más connotados arqueólogos germanos de larga data, vinculados
con las culturas prehispánicas andinas es Henning Bischof. Nació en Postdam 347
y posteriormente estudió en la Universidad de Berlín, interesándose por la
Elmo León

arqueología americana. Uno de sus profesores fue Gerdt Kutscher, de modo que
el tema de la iconografía debió de haber jugado un rol importante en el joven
Bischof. Si bien Bischof no ha publicado grandes cantidades de trabajos sobre el
Perú, sí lo ha hecho en el contexto de la arqueología sudamericana que incluye
a Colombia y Ecuador, de modo que merece una mención en nuestro recuento.
En 1958 asumió un contrato para ir al Perú a trabajar con Frédéric Engel y es de
este modo que realiza una serie de investigaciones en Paracas familiarizándose
con tumbas y cerámica de esta cultura. Luego se desplaza a El Palmar, en
Guayas, Ecuador, y tiempo después al norte de Colombia (Kaulicke, 2000:
168). Posteriormente excava en Nepeña, Tingo María (cueva de las Lechuzas),
e inclusive en el Amazonas.
En 1969 viajó a Guayaquil, motivado por su amigo Richard Zeller. De esta
forma excavó sitios de la cultura Guangala, documentando por primera vez
en forma detallada, la estratigrafía desde tiempos Valdivia hasta Machalilla.
Su incesante interés lo llevó luego a Colombia. Tal es así que al año siguiente,
hizo prospecciones en el Magdalena y en la sierra de Santa Marta.
En su carrera universitaria lo hallamos en 1962 en el instituto de Etnología de
la Universidad de Bonn, donde Hermann Trimborn era su profesor. Bischof
se doctoró en 1969, e inmediatamente en 1970 devino en parte del grupo de
investigación de arqueología ecuatoriana de la Universidad de Bonn, donde
frecuentemente clasificaba cerámica.
En 1973 fue director de la sección de antropología del museo de Mannheim,
donde le conocimos en 1996. Bischof se dedicaba por ese entonces no
solo a la investigación para publicaciones científicas, sino también a
coordinaciones para exposiciones, convenios, y una serie de actividades con
gran experiencia y pericia.
En el Perú se le reconoce por sus estudios sobre iconografía Chavín tanto en
cerámica como en esculturas (Bischof, 1984) y su trabajo con el sitio de Cerro
Sechín (Bischof, 1987). Se conoce también su respaldo a jóvenes generaciones
de arqueólogos que incursionan en el medio andino hasta la actualidad.

4. 6. Jürgen Golte (1944-)


Jürgen Golte nació en Gdansk en 1944. Luego de su formación, fue profesor
de la Universidad Libre de Berlín. Posteriormente, en 1992 inició la docencia
348
en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Un siglo de investigación arqueológica alemana en el Perú: pionera e interdisciplinaria

En un inicio Golte se embarca en el tema de la geografía y territorio andino,


exponiendo el potencial de recursos desde una amplia perspectiva (Golte,
1980). El aporte fundamental de Golte lo hallamos en el tema de las iconografías
prehispánicas. Es desde este punto donde se embarca en interpretaciones en
torno a la cosmología y visión andina (e.g. Golte, 1994; 1999). Sus fuentes
de información son culturas prehispánicas con representaciones iconográficas
como la nasca, la mochica, la tiahuanaco, entre otras. Su aproximación es
holística en función de interpretar la organización humana de la producción
andina. Golte además ha incursionado en temas como la economía de
mercado andina, sistemas económicos peruanos durante la Colonia, que son
la continuidad de sus investigaciones. Su más reciente libro sobre cosmología
y sociedad mochica (2009) demuestra con amplio conocimiento de causa, la
explicación de los ritos, cosmovisión y narraciones de la sociedad mochica a
través de la cerámica.

5. Los últimos 30 años: Inclusión de la docencia germana en la


universidad peruana y aplicación de nuevas tecnologías
5. 1. Peter Kaulicke
Peter Kaulicke (fig. 10) es, literalmente, el único arqueólogo de origen germano
que ofrece cátedra de Arqueología en el Perú y con ello, la posibilidad de
comunicar las enseñanzas tan ricas de la Altamerikanistik. Kaulicke llega al
Perú en 1971 donde inicia excavaciones en la Puna de
Junín, gracias al apoyo de Ramiro Matos. Entre tanto,
trabajó como profesor de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos entre 1973 y 1976. Como
resultado de ello se gradúa en la Universidad de Bonn
en 1980 con una tesis sobre el abrigo de Uchkumachay
donde documenta no solo asociación de megafauna
con humanos, sino da cuenta de algunos indicios de la
domesticación de camélidos.
Desde 1983 es profesor de la PUCP, habiendo ejercido
la docencia en el Perú por más de 25 años en esa
casa de estudios y dejando una serie de arqueólogos
de jóvenes generaciones. Ha sido también gestor
de la Especialidad de Arqueología de la Pontificia
Figura 10 – Peter Kaulicke Universidad Católica del Perú durante la década 349
Cortesía del mismo
Elmo León

de 1980-1990. Es también durante esta época que se compenetra con la


arqueología de Piura (Kaulicke, 1991).
Las publicaciones científicas de Kaulicke son varias y demuestran interés
principalmente en personajes como Uhle (1998), muerte en el antiguo Perú
(2001), y otros temas de relevancia. No obstante, sus trabajos posteriores se
han concentrado en la edición de un gran número de revistas importantes de
arqueología, entre ellas el Boletín de Arqueología de la PUCP que ahora tiene
nivel internacional (Kaulicke & Isbell, 2002) y está ingresando en temas de
novedad como la arqueo-lingüística (Kaulicke et al., 2010).

5. 2. Markus Reindel
Actualmente miembro del Deutsches Archaeologisches Institut, Reindel
llega al Perú en la década de 1980 y desarrolla un trabajo de investigación
sobre el tema de los adobes mochica, sus marcas y reconstrucción de fases
constructivas de las pirámides (Reindel, 1993).
No obstante, probablemente donde más ha aportado este arqueólogo es en
la arqueología de la costa sur, en la región de Palpa, Nazca, donde desde al
menos 15 años viene haciendo un trabajo interdisciplinario. Luego de una
serie de publicaciones en conjunción con Johny Isla, ha logrado editar un
libro New Technologies for Archaeology (Reindel & Wagner, 2008), donde ha
hecho una reconstrucción de la ocupación humana que incluye nuevos aportes
como calibración radiocarbónica, prospección digital, análisis genéticos,
ceramográficos, magnéticos, paleoclimáticos, desde el campo medio ambiental,
pasando por cronologías radiocarbónicas de alta precisión, vale decir un libro
que presenta varias técnicas aplicadas a la arqueología para una sola localidad,
lección que debemos aprender, pues antes de sintetizar es necesario hacer
estudios de yacimientos, un mal endémico de nuestra arqueología.

Consideraciones finales
Si deseáremos hacer un balance del aporte de los arqueólogos e investigadores
germanos que han trabajado en territorio andino, es posible plantear tres
fases separadas en torno a las actividades que ellos han desarrollado:
1. Desde fines del siglo XIX, los investigadores alemanes dieron un énfasis a
350 la documentación y publicación de los materiales arqueológicos peruanos,
Un siglo de investigación arqueológica alemana en el Perú: pionera e interdisciplinaria

sobre todo por medio de los trabajos de Reiss y Stuebel en Ancón y,


seguidamente, los de Max Uhle en Pachacamac. Las investigaciones
incluyen estudios de alfarería, etnobotánica, hasta análisis de momias
por rayos X, pioneros todos en su época. En medio de este conjunto de
acontecimientos, es relevante mencionar que Max Uhle da inicio a una
nueva etapa de ensayo científico en torno a la cronología, contextualización
de hallazgos, caracterización cultural, e inclusive defensa del patrimonio
arqueológico.
2. Una segunda fase de la intervención de los arqueólogos, etnólogos y
otros científicos relacionados a nuestra arqueología que sucedió durante
las primeras décadas del siglo XX consiste en el interés que dirigieron,
especialmente, hacia los ceramios que contienen representaciones
iconográficas, entre las más destacadas, Nasca y Mochica, amen del tema
de las momias y restos óseos, que por cierto, también siempre ocuparon
buen parte del interés de los colegas germanos en el Perú. Trabajo aparte lo
constituye el invertido por investigadores, no necesariamente arqueólogos
pero que han contribuido particularmente con la etnografía, lingüística
y arqueología de la costa norte (Bruning) —en la transición entre los
siglos— o arqueología de la costa peruana (Ubbelohde Doering) o
geología, minería y medio ambiente del pasado (Petersen). De modo que
tanto análisis de laboratorio como también trabajos de campo dedicados
al Perú son característicos de esta época.
3. Una tercera fase que está representada por la continuidad de la investigación
en las líneas de interés previas lo que ha dado como resultado trabajos en
trabajos de campo en determinadas parte del Perú, particularmente en
la costa y la persistencia de análisis iconográficos, si bien usando otros
métodos más modernos, con el mismo sujeto de estudio. La consecuencia
del empeño en esta línea de investigados nos ha deparado trabajos de
gran inversión de tiempo y personal, en función de reconstrucciones de
sitios arqueológicos por medio de tecnologías sofisticadas, como el caso de
Reindel y el abordaje completo de lugares como Palpa, lo que ha resultado
en estudios ADN en restos humanos, reconstrucción paleoclimática
del medio ambiente prehistórico y la fundación de, probablemente, la
mayor serie radiocarbónica del pasado prehispánico peruano de una sola
localidad, hasta el momento.
Si se toma en consideración el tipo de informe desde los inicios de la
351
intervención de los colegas germanos en la arqueología peruana y los
Elmo León

comparamos con el aporte más reciente de Reindel y equipo, veremos


que el examen de un yacimiento arqueológico, concienzudo, local pero
imprescindiblemente interdisciplinario, es la lección que nos dejan. Una vez
teniendo varios de estos reportes locales, recién podremos darnos una idea del
panorama general prehispánico. Esto implica un trabajo analítico, sitio por
sitio, en función de no generalizar, y esperar por la evidencia como la ciencia
demanda. La lección esta dada, solo basta seguirla.

Agradecimientos
El autor agradece a Duccio Bonavia (†), Manuel Francisco Merino, Rafael Valdez
por sus comentarios, datos y valiosa ayuda en la preparación de este trabajo. El
Ibero Amerikanisches Institut de Berlin ha tenido la gentileza de proporcionarme
las copias de siete fotografías para este texto. El convenio se dio gracias a Iken Paap,
Gregor Wolf, Gudrun Schumacher y Bernhard Kaczmarec, por lo que les agradezco.
Peter Kaulicke también ha colaborado con comentarios y una fotografía. Richard
Petersen me ha cedido gentilmente una foto de su padre, Georg Petersen. Valga
la oportunidad para agradecer a los organizadores de este evento, a la sazón, César
Astuhuamán y Henry Tantaleán.

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359
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

La búsqueda del origen de la civilización


por la expedición japonesa: la época
dirigida por Seiichi Izumi

Yuji Seki

Introducción
La Expedición Científica de la Universidad de Tokyo a los Andes nació en
1958 como una de las primeras misiones de estudio al exterior en el Japón
formadas después de la Segunda Guerra Mundial y continúa su misión
durante más de cincuenta años hasta la fecha, aunque ha sufrido cambios de
denominación. En este capítulo se analizarán los objetivos y metodologías
de investigación en sus primeros tiempos, enfocando el estudio de Seiichi
Izumi, personaje principal en su génesis y relacionando la situación social del
Japón y del Perú en esa época. El giro de Izumi en la investigación se atribuye
a que tuvo la oportunidad de realizar un estudio sobre los inmigrantes
japoneses en Brasil y a que quedó atraído por las civilizaciones de los Andes
del Perú, país por el que pasó en su regreso al Japón. En esos tiempos, la
investigación arqueológica de los Andes se centraba principalmente en la
búsqueda del origen de esas civilizaciones e Izumi mismo, desde el inicio,
desarrolló el estudio general y excavaciones para aclarar esta cuestión. No se
puede ignorar la relación entre esta tendencia académica y el indigenismo en
el Perú. Izumi se sumergía en las excavaciones para comprobar la hipótesis 361
del origen de civilizaciones propuesta por Julio C. Tello. La excavación del
Yuji Seki

sitio arqueológico de Kotosh dio enormes descubrimientos relacionados a la


formación de las civilizaciones de los Andes, como para comprobar la teoría
de Tello.
Sin embargo, Izumi falleció sin poder posicionar el significado científico de
esa novedad identificada en el marco de una teoría cultural más abstracta.
El estudio que inició Izumi con la visión general se fue especializando cada
vez más hacia la investigación arqueológica, pero al mismo tiempo sirvió de
plataforma para desarrollar estudios de otras disciplinas en los Andes. Izumi
no escatimó esfuerzos en las actividades de difusión y contribuyó tanto a
hacer conocer la presencia de la civilización andina en la sociedad japonesa
mediante las exposiciones y medios de comunicación como a la formación de
la imagen de los Andes que conciben actualmente los ciudadanos japoneses.

1. Evolución de la Expedición de la Universidad de Tokyo.


Tiempos de Seiichi Izumi
La historia de la Expedición Científica de la Universidad de Tokyo a los
Andes se puede clasificar en tres períodos, desde el punto de vista de los
relevos de líder. El primero corresponde al período entre 1958 y 1970,
cuando Seiichi Izumi (1915-1970), uno de los fundadores del departamento
de Antropología Cultural de la Universidad de Tokyo, dirigía la expedición;
el segundo, entre 1975 y 1987, cuando se reanudaba la expedición a manos
de Kazuo Terada (1928-1987), después de la muerte de Izumi; y la última,
desde 1988 hasta la fecha cuando, tras el fallecimiento de Terada, Yoshio
Onuki, Yasutake Kato y Yuji Seki lo suceden y dirigen la investigación.
Este capítulo se enfocará principalmente en el primero. La expedición ha
venido cambiando de denominación según período, pero en este texto se la
englobará con el término «Expedición o Misión de la Universidad de Tokyo».
Antes de referir al proceso de cómo Izumi fue expandiendo su interés desde
su especialidad, antropología social, hacia la arqueología de los Andes, vamos
a ver primero su vida.

2. Seiichi Izumi antes de los Andes


Seiichi Izumi nació el 3 de junio de 1915 en Tokyo. Su padre, Akira Izumi,
era catedrático de la facultad de Derecho de la Universidad de Meiji. En
362 1927 cuando su padre fue destinado como profesor a la Universidad Imperial
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

de Keijo, su familia se trasladó a la Península Coreana y Seiichi recibió


las enseñanzas primaria y secundaria en Keijo, la actual Seúl. Seiichi, niño
endeble, comenzó a ir a la montaña con su padre y este ejercicio formaría
parte de su vida (Fujimoto, 1994: 73-91). Luego ingresó en la Universidad
Imperial de Keijo y estudió antropología social (Fujimoto, 1994: 141-145).
En 1945 cuando asumió el cargo de profesor asistente en la Universidad
Imperial de Keijo, terminó la guerra. Durante su estadía en Corea dejó varios
artículos de antropología social de la zona (Izumi, 1937; 1938). Fue en 1948
cuando volvió al mundo académico como profesor asociado en la Universidad
de Meiji. Luego se trasladó a la Universidad de Tokyo.

3. Giro académico de Seiichi Izumi


Lo que le animó a Izumi, que admiraba la antropología social, a proyectar
la expedición a los Andes, fue el estudio en Brasil, en el que participó como
miembro del Proyecto «Tensión Social», estudio de colaboración internacional
de Unesco, realizado entre 1952 y 1953. Él mismo manifestaría posteriormente
que le impresionó el Perú, donde solo estuvo una hora para el cambio de vuelo,
especialmente los Andes y la naturaleza de la Amazonía que contemplaba
desde el avión (Izumi, 1971b: 13). Para alguien que tuvo que abandonar la
Península Coreana regresando al Japón, debería ser apasionante el viaje al
exterior después de siete años de la derrota de la guerra, y le podría resultar un
nuevo espacio clave para su futuro estudio, sobre todo cuando no se veía la
posible reanudación del estudio en la zona de su especialidad, Asia del noreste.
Antes de viajar a Sudamérica, Izumi asistió a una reunión académica celebrada
en Kyoto, donde los barones de la asociación científica le exigieron escoger
entre el estudio sobre el Himalaya que ya había comenzado en la Universidad
de Kyoto o el de Sudamérica, quedándose con la América del Sur (Izumi,
1971d: 234-235). Pese a que el Himalaya era un lugar de sueño para Izumi
desde la infancia, no lo escogió, quizá porque sentiría cierto rechazo al ir a
un lugar donde ya habían comenzado los investigadores de la Universidad de
Kyoto (Umesao, 1971: 369). De todas formas, en esos momentos, el estudio
de Sudamérica que se hacía desde el Japón era más bien sobre el tema de los
inmigrantes, por lo que no tomaría esa decisión por el deseo de iniciar el
estudio arqueológico, que en realidad comenzaría posteriormente.
Fue en 1956 cuando por primera vez Izumi permaneció en el Perú para
conocer las civilizaciones del Antiguo Perú. En ese año cuando finalizó el
363
proyecto «Integración social de los inmigrantes japoneses en Brasil», encargo
Yuji Seki

del Ministerio de Asuntos Exteriores del Japón, Izumi pisó la tierra peruana
entrando desde Brasil por aire y tierra vía Bolivia. En el Perú conoció a
Yoshitaro Amano (1898-1982) quien posteriormente acompañaría a la
expedición. Los dos se hicieron amigos y Amano llevó a Izumi a numerosas
ruinas enterradas en las dunas costeras. Izumi quedó impresionado no solo
por la naturaleza sino por el gran número de yacimientos que había (Izumi,
1971b: 15).
Kazuo Terada, que ayudaba a Izumi en esos tiempos y que dirigiría
posteriormente la Expedición de la Universidad de Tokyo en el segundo
período, en el epílogo de la colección de obras de Seiichi Izumi «Izumi Seiichi
Chosakushu», manifiesta que el nacimiento de la Expedición es el fruto del
estudio con ambiente libre que había disfrutado Izumi en un año desde
1956 en la Universidad de Harvard (Terada, 1971: 400). Es un elemento
no ignorable. Incluso ahora en muchas universidades estadounidenses la
Arqueología y la Antropología se encuentran en un mismo departamento, o
mejor dicho, la Arqueología forma parte de la Antropología. Cuando visitó
EE UU de regreso de Brasil en 1953, Izumi debería captar esa relevancia,
puesto que conoció varias universidades y museos en aquel país con Eiichiro
Ishida con quien se había reunido allí y profundizó sus conocimientos sobre la
enseñanza universitaria norteamericana en la antropología cultural (Comité
redactor de obras completas de Eiichiro Ishida, 1972: 559).
Lo que hay que fijar aquí es el giro o bien dicho, la ampliación de la orientación
científica de Izumi. Según Terada, fue la experiencia de Harvard la que «le
atrajo rápidamente hacia el área prehistórica como historia de la humanidad y
civilizaciones del Nuevo Mundo, saliendo del marco de la antropología social,
especialidad suya hasta entonces» (Terada, 1971: 400). Es cierto que, como
recuerda Izumi, en la Universidad de Harvard además de Clyde Kluckhohn
(1905-1960), autoridad de la teoría cultural, estaba Gordon Willey (1913-
2002), la máxima autoridad de la arqueología americana, celebrando
seminarios muy interesantes (Izumi, 1971d: 256-257). Cuando terminó el
estudio de 8 meses en Harvard y se dirigía a la Universidad de Chicago,
tres personajes tan relevantes como Clyde Kluckhohn, Gordon Willey y
John Otis Brew (1906-1988), director del Museo Peabody, preocupados por
el futuro de Izumi, le dieron algunas recomendaciones, lo que también le
empujaría a introducirse al mundo arqueológico. De hecho, en esa reunión
364 se decidió que el Museo de Peabody concedería parte de los libros repetidos
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

que tenía en su biblioteca a unos precios especiales al departamento de


Antropología de la Universidad de Tokyo. Al mismo tiempo, en nombre
del Museo de Peabody se formularía una carta de recomendación dirigida
a las autoridades relevantes del gobierno peruano asistiendo de esta forma a
futuras excavaciones de sitios arqueológicos que Izumi podría realizar, y de
hecho se cumplió todo este compromiso (Izumi, 1971d: 257-258). En 1957,
Izumi viajó con esta carta de EE UU al Perú. Cuando se encontró con Jorge
Muelle (fig. 1), director del Museo Nacional de Arqueología y Antropología,
le invitó a excavar asentamientos (Izumi, 1971d: 258-259).
La excavación se realizó en el valle de
Chancay, a unos 70 km al norte de la capital
peruana, Lima. Se trataba de un sitio al que
Yoshitaro Amano había llevado a Izumi y
del que procedería la colección del museo
arqueológico que, posteriormente, construiría
Amano en Lima. Al mismo tiempo, vivían
muchos descendientes japoneses en Huaral,
Chancay, por lo que resultaba ventajoso
ubicarse allí, ya que podría trabajar incluso
en la integración social de los nikkeis, tema
que había trabajado ya en Brasil. De hecho,
Izumi realizó un estudio social en Huaral
hasta la obtención de la autorización de la
Figura 1 – La selección de las cerámicas de Kotosh excavación. Se observa todavía su interés por
para la exportación temporal al Japón en 1960
(desde la izquierda, Izumi, Jorge C. Muelle, Y. la Antropología Social en esos momentos.
Amano) Las circunstancias y el sentimiento de Izumi,
©Expedición Científica de la Univ. Tokyo a los Andes sin embargo, se dirigían más hacia el estudio
arqueológico. También le resultaría decisiva la
promesa que le hizo Keizo Shibusawa, pues cuando visitó el Perú como el
embajador especial, quien lideró la antropología cultural del Japón antes y
después de la guerra, le animó y ofreció apoyos a Izumi cuando le manifestó
el deseo de investigar los Andes (Izumi, 1971d: 259-260).
De esta forma, tras conocer la arqueología americana y quedar inspirado
por ella, Izumi decidió iniciar el estudio de los Andes y manifestaba a sus
colegas como Terada el encanto de «descubrir la verdad enterrada mediante
la excavación» y de «tocar el mundo de materiales tangibles». Por otra parte,
confesaba que «ya estaba cansado del pensamiento sociológico basado en 365
Yuji Seki

muchos modelos e hipótesis» (Terada, 1971: 400-401). Si regresó al estudio


de la Península Coreana en sus últimos años, la investigación en los Andes le
serviría de remedio para aliviar su mente cansada.
Terada saca la conclusión de que «su curiosidad inocente se dirigió
espontáneamente hacia las civilizaciones de los Andes (…) al mismo tiempo,
le atrajo la prehistoria de un lugar que siempre le llamaba la atención como
América Latina por haber viajado y asistido al seminario de G. R. Willey en
la Universidad de Harvard» (Terada, 1971: 401).

4. Continuidad del pasado y el presente


Así se estima de alguna manera cómo se expandió su interés desde la
Antropología Social hasta el estudio de la cultura material; e Izumi se daba
cuenta de que ambas áreas tenían relación. La relación a que se refiere aquí es
el vínculo entre la sociedad actual objeto de investigación de la Antropología
Social y la del pasado como culturas antiguas, y la de su metodología de
verificación.
Hay un artículo escrito por Izumi sobre este tema en el que encontramos lo
siguiente:
Lo que me interesaba y estudiaba en la antropología, mi especialidad,
era la «teoría de la estructura social», y lógicamente uno de los temas
de estudio era la función de las comunidades primitivas presentes.
Su seguimiento histórico, por no decir imposible, tiene límites. Se
requieren varias hipótesis para reconstruir con detalle la estructura
social del pasado de un pueblo, sobre todo, cuando no tiene letras. Los
antropólogos que quieren evitar tal riesgo suelen no interesarse por la
historia de la estructura social. Yo era uno de ellos. Sin embargo, cuando
viajé por primera vez por la zona andina, me quedé atrapado por la
magia de la «historia», al reconocer una fuerte identidad entre la vida
del pasado que sugieren los yacimientos excavados y sus vestigios y la de
los pueblos indígenas que viven en el presente. Me quedé convencido
de poder estudiar las culturas concretas introduciendo la dimensión
del tiempo, es decir, de la posibilidad de estudiar la historia, fuera del
marco tradicional de estudio de la historia (Izumi, 1971a: 10).
Aquí se observa su convicción de la continuidad directa del pasado al presente,
366 aceptando incondicionalmente la existencia de la tradición andina.
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

La interpretación de una sociedad del pasado a base de datos etnográficos


del presente es una metodología efectiva, pese a que se requiere prudencia.
Sobre este aspecto, Gordon Willey, a cuyo seminario había asistido Izumi,
junto con su discípulo Sabloff, hace un resumen clarificador (Willey &
Sabloff, 1974). Se trata de lo que llaman la «analogía etnográfica» o «analogía
histórica específica», y es una metodología de estudio que se aplica en un
área delimitada, utilizando los datos de la etnografía o etnohistoria para
interpretar sus tiempos prehistóricos. Es un método bastante popular en la
arqueología americana. Por ejemplo, aprovechar los datos históricos de la
cultura Pueblo, tribus que viven en el suroeste de América del Norte, para
interpretar su prehistoria. Por otra parte, los investigadores que defendían la
existencia de una regla general o universal de la humanidad, idea que conduce
a la Etnoarqueología, argumentaban que se podía aprovechar la universalidad
identificada en los datos etnográficos de determinada zona para interpretar
otras áreas. Se trata de la «analogía comparativa general». Izumi secundaba
claramente la primera.
El riesgo que implica la «analogía etnográfica» es algo que apunta cualquier
especialista de la antropología contemporánea. Ahora ya se indica que,
después de la llegada de los españoles, la cultura indígena se vio obligada a
transformarse y ser sometida a la reorganización por las condiciones limitadas
de supervivencia, debido a la colonización española y a los tiempos represivos
continuados aún en la República, por lo que quedan pocos estudiosos que
defiendan la existencia de una simple tradición andina, que enlace directamente
la prehistoria con la época contemporánea. Aun cuando se haga analogía de los
tiempos prehistóricos con la sociedad justo después de la conquista española
por la cercanía cronológica, no se sostendría su credibilidad hasta que no se
haga evaluación crítica suficiente de la información fuente. Hablando de las
civilizaciones de los Andes, ya son pocos los investigadores que conceden
incondicionalmente el privilegio de la continuidad a los indígenas actuales
como «descendientes de los incas». Izumi, no obstante, pertenecía a una
época anterior a que surgiera la crítica poscolonialista, cuando la analogía era
todavía una metodología muy generalizada en la arqueología americana. Por
consiguiente, sus comentarios no sonarían nada extraños en esa época.
Además de la orientación científica de Izumi mismo, parece haber existido otro
motor para la organización de la Expedición: las circunstancias que habían en
el Japón. En la posguerra japonesa, la expedición al exterior iniciada por un
equipo alpinista iba tomando un cariz más científico, mediante las actividades 367
Yuji Seki

de la Expedición Científica de la Universidad de Kyoto al Karakórm e Hindú


Kush en 1955 y de la Expedición Científica de la Universidad de Tokyo al
Irk-Irán, dirigido por Namio Egami (1906-2002) en 1956. Esto motivó que
los ojos del pueblo japonés se dirijan hacia el exterior, sumido en la pobreza
y en los asuntos internos, en un país en medio de recuperación de la guerra
como el Japón. El nacimiento de la Expedición a los Andes estaba en esta
corriente, y especialmente en la Universidad de Tokyo se creó un comité
en 1956 para investigar el origen de las civilizaciones. Se desarrollaba un
estudio comparativo en colaboración con los investigadores que formaban
la expedición a Irak e Irán antes mencionada, quienes trabajaban en
Mesopotamia (Terada, 1971: 401). Algunos opinan que tal prosperidad de
expediciones al exterior prueba que el Japón, obligado a salir del modelo de
desarrollo social occidental debido a la derrota en la guerra, comenzó a buscar
un nuevo modelo, dando enfoque a otras sociedades no occidentales (Ochiai,
2006: 8).

5. Nacimiento de la Expedición Científica de la Universidad de


Tokyo a los Andes
5. 1. Objetivo de la Primera Expedición
Entre dichos motivos y circunstancias de la época, se organizó en 1958 la
primera misión. Izumi, estando en Harvard, se contactó con Fumio Tada,
catedrático de geografía física de la Universidad de Tokyo, y la composición
del equipo fue estudiada entre los departamentos de Antropología Cultural
y de Geografía, definiéndose de la siguiente manera (Terada, 1971: 401;
Expedición Científica de la Universidad de Tokyo a los Andes, 1961: 5-6):
Líder: Eiichiro Ishida: Catedrático (Antropología cultural)
Miembros
• Seiichi Izumi: Profesor asociado (Antropología cultural)
• Kazuo Terada: Ayudante (Antropología cultural)
• Taryo Oobayashi: Ayudante (Antropología cultural)
• Koichi Aki: Catedrático (Ingeniería fluvial)
• Daiji Yazawa: Profesor asistente (Climatología)
• Hisashi Sato: Profesor asociado (Geomorfología)
368 • Iwao Kobori: Profesor asistente (Geografía humana)
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

Participantes peruanos
Toribio Mejía Xesspe, Julio Espejo Núñez, Cirilo Huapaya Manco, Rosa
Fung Pineda, Luis Guillermo Lumbreras, Alberto Cheng Hurtado, Hernán
Amat, Manuel Chávez Ballón
Aparte de estos miembros, le acompañaron Yashuhiko Konno, periodista
enviado por el diario Yomiuri, y el escritor Fusao Hayashi.
La Expedición se financiaba con los fondos otorgados por el Ministerio de
Educación y donaciones de empresas como el diario Yomiuri, junto con cinco
todoterrenos donados por la empresa automovilística Toyota, y por supuesto,
el apoyo de Keizo Shibusawa. Izumi (1959b: 54) resume los objetivos de la
primera expedición de la siguiente forma:
(a) Realizar un estudio preparatorio y observación en un área extensa para la
investigación futura;
(b) Estudiar la relación entre los sitios arqueológicos y sus entornos naturales;
(c) Dedicar la atención también a las zonas marginales de los Andes Centrales;
(d) Hacer reconocimiento de mayor número de sitios arqueológicos en
menor tiempo; y
(e) Trabajar en colaboración con los investigadores locales.
Como se puede observar, el principal enfoque de la expedición era un
estudio general basado en la observación de yacimientos en una mayor
extensión, para lo cual sirvieron enormemente los todoterrenos entregados
por Toyota (fig. 2). Incluir como objetivo el estudio de relación entre los
sitios arqueológicos y sus entornos naturales coincidía con la composición de
la misión que contaba con muchos geógrafos, pero también tendría que ver
con la corriente académica que había conocido Izumi en la Universidad de
Harvard. En EE UU, de la arqueología convencional que daba importancia
a la descripción surgía la nueva arqueología, tendencia nueva que introducía
otras visiones como la ecología, la teoría de sistema de ingeniería, la estadística
matemática y la epistemología de la ciencia natural, por lo que no era nada
extraño en este sentido que Izumi intentara aplicar la visión ecológica. Es
más, el interés personal de Izumi por la relación entre la naturaleza y la
sociedad que tenía desde la época de Keijo contribuiría a la aceptación de esta
corriente. La visión ecológica, influida posteriormente por la investigación
que nacería en Occidente en la etnohistoria, se iría heredando entre otros
investigadores japoneses importantes en este campo como Yoshio Onuki, 369
líder de la Expedición del tercer período. De esto se hablará más tarde.
Yuji Seki

Figura 2 – Seiichi Izumi en la primera Expedición Científica de la Univ.


de Tokyo a los Andes (desde la izquierda, H. Amat, L. Lumbreras, Izumi,
J. Espejo Núñez, M. Neira)
©Expedición Científica Japonesa a los Andes de la Univ. de Tokyo

Prueba su excelente prevención que Izumi incluyera en los objetivos de la


expedición el trabajo conjunto con los investigadores locales. Desde entonces,
la misión japonesa siempre aceptaba a investigadores y estudiantes peruanos
para su formación, a diferencia de los equipos occidentales.
Así comenzó la expedición en 1958. A lo largo del estudio general de ese
año, que duró 73 días desde el 15 de julio, reconocieron algo más de 300
asentamientos arqueológicos y en algunos de ellos hicieron excavación. De
esos sitios fueron solo el 24 % los ya conocidos (Izumi, 1959b: 55), de modo
que se trataba del primer estudio realmente amplio en los Andes (fig. 3).
Izumi resume concisamente en tres puntos la razón de trabajar así en la
primera expedición (Izumi, 1959b: 50-53):
(1) Cronología y origen de civilización;
(2) Zonas marginales y la necesidad de estudiar con una visión panorámica;
(3) Riesgo de dar demasiada importancia al estudio de cerámica.
De estos tres, el inciso (2) viene de su visión crítica sobre la realidad arqueológica,
pues entendía que mientras que el estudio arqueológico de la costa, a la
que había buen acceso, disponía de información detallada, la sierra había
quedado discriminada por su poca accesibilidad y porque los investigadores
370
occidentales iban limitando cada día las áreas y temas de estudio. Izumi creía
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

Figura 3 – Itinerario de la primera Expedición Científica de la Univ. de


Tokyo a los Andes (Izumi, 1959b: 53)

insuficiente trabajar con la visión micro, cuando los Andes era una área tan
extensa en la que todavía quedaba por descubrir gran número de yacimientos
arqueológicos. En cuanto al (3), este se justificaría porque Izumi habría
notado una mayor dependencia a esta metodología, ya que en esos momentos
acababa de introducirse la tipología de cerámica, metodología procedente
de Europa, en la arqueología americana y especialmente se aplicaba mucho
en la costa del norte, donde había concentración de excavaciones. Izumi
recomendaba dar más atención también a los materiales metálicos y textiles.
Esto suena irónico en la arqueología americana actual donde muchos estudios
dan menor importancia al análisis de la cerámica.
Referente al (1), es importante desarrollarlo con mayor detalle. Como ya se
ha visto, antes de que los japoneses comenzaran la investigación en el Perú, los
investigadores occidentales, especialmente los arqueólogos estadounidenses le
concedían gran importancia a la cerámica, especialmente en la costa del 371
norte peruano y habían definido la cronología limitando el área. Se trataba de
Yuji Seki

una escala minuciosamente establecida, a base de la estratigrafía, la datación


radiocarbónica y el análisis de patrón de asentamiento. Aunque Izumi no
lo ha citado, en aquel entonces Rafael Larco Hoyle, arqueólogo que había
iniciado investigación con su base en la costa peruana del norte, planteaba
una cronología tras clasificar cerámicas completas encontradas como ajuares
funerarios en las tumbas (Larco Hoyle, 1948). De todas formas, Izumi tenía
reserva para aplicar esas cronologías establecidas en unas áreas de la costa
septentrional a todo el territorio peruano y sentía la necesidad de verificar en
cada zona, una por una, la relación cronológica entre diversas culturas. Incluso
sentiría cierto rechazo ante un movimiento que intentaba buscar en la costa el
origen de las civilizaciones de los Andes, a base de los datos minuciosos que
podían remontarse a una gran antigüedad (Izumi, 1959b: 50, 51).
Al parecer, la hipótesis del origen de las civilizaciones de los Andes con la
que se simpatizaba más Izumi era la de Amazonía, promovida por un gran
arqueólogo peruano: Julio C. Tello. De todas formas, Izumi creía que la
cuestión de la cronología se podría discutir en el esquema de la «hipótesis de
la costa del norte sostenida por los estadounidenses» contra «la hipótesis de la
Amazonia de Tello». En realidad, la cuestión del origen cultural es mucho más
compleja de lo que suponía Izumi y no se puede captar su realidad si no se le
acerca desde varias visiones sin limitarse a la arqueológica. Por consiguiente,
vamos a reconstruir los tiempos en los que la Expedición de la Universidad
de Tokyo participaba en la arqueología de los Andes, exponiendo la posición
de Julio Tello y las condiciones sociales peruanas.

6. El desarrollo de las teorías sobre el origen de las civilizaciones


La Expedición Científica de la Universidad de Tokyo a los Andes tenía como
meta final «describir científicamente el proceso de desarrollo cultural desde
finales del Período Arcaico hasta el Período Formativo» y el estudio general de
1958 se consideraba como trabajo preparatorio para dicha meta (Izumi, 1971c:
43). Este objetivo se mantiene en líneas generales durante más de cincuenta
años hasta la misión actual. Desde los tiempos en que trabajaba Izumi, ya había
consenso académico de que el Período Arcaico se iniciaría aproximadamente
en el año 5000 a. C. y dominaba la posición de que este finalizaría alrededor
del año 1500 a. C.: se consideraba como una era cuando la recolección, la
372 caza y la pesca eran principales medios de supervivencia, y que a finales del
período, nació una agricultura primitiva, se comenzó la elaboración de los
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

tejidos y surgieron cerámicas en algunas zonas (Izumi, 1971c: 42). Entrando


al siguiente Período Formativo, creció la población formando comunidades,
en cuyos centros se construyeron los templos. Después se inició la irrigación
intensiva, observándose la urbanización de comunidades y la aparición del
estatus y de la jerarquía social (Izumi, 1971c: 42-43).
Entre las definiciones que hizo Izumi sobre el Período Formativo, la
urbanización es un argumento que actualmente pocos investigadores
compartirán, pero todos estarán de acuerdo con la importancia que daba a
los templos y a los albores de una sociedad más compleja.
De todas formas, la atención de Izumi estaba en el hecho de que no estuviera
clarificado el aspecto de los primeros momentos de la civilización, es decir, la
transición del Período Arcaico al Formativo en los Andes, a pesar de que los
investigadores estadounidenses hubieran esclarecido esto parcialmente en la
costa norte. Especialmente en la sierra, como se ha referido ya, había muchas
cosas por conocer. En este sentido, lo que llamaría la mayor atención de Izumi
fue la teoría de formación de la civilización promovida por Julio C. Tello,
estudioso que hizo reconocimiento de sitios arqueológicos en gran extensión
para intentar obtener una visión panorámica de la arqueología de los Andes
en una época con poca facilidad de movilidad como los primeros años del
siglo XX. La excavación que hizo en 1934 y 1940 en Chavín de Huántar,
yacimiento ubicado en la parte alta de la ladera oriental de los Andes que
desciende hacia la cabecera del río Amazonas, en la región montañosa del
norte del Perú, dio un impacto especial a la definición de su teoría de la
formación de civilización.

7. Chavín de Huántar y el origen de la civilización


Julio C. Tello no solo hizo el estudio del sitio arqueológico Chavín de
Huántar. También descubrió muchos sitios en la costa y en la sierra, con
íconos similares a los de Chavín de Huántar representados en pinturas
murales, relieves o cerámica, por lo que supuso un escenario en el cual Chavín
de Huántar funcionaba como centro cultural y que influenciaba a otros sitios,
como la civilización o cultura madre para dar a luz a otras civilizaciones de los
Andes (Tello, 1960).
El arqueólogo peruano argumentaba que la perfección artística de la cultura
Chavín llegó a un nivel incomparable y fue en ese momento cuando se 373
integraron los pueblos y los cultos. Chavín fue una cultura realmente de
Yuji Seki

apogeo, tanto en su arquitectura como en la representación de la ideología


(Tello, 1960: 41). Luego una discípula suya, Carrión Cachot, defendió el
establecimiento de un imperio religioso y llegó a argumentar que Chavín de
Huántar fue su capital (ver Novoa en este volumen).
Tello no supuso, sin embargo, que todos los elementos hubieran surgido en
Chavín de Huántar, aunque ese lugar podría haber sido un centro en algún
momento. Murió sin probarlo, pero creería que el origen de Chavín estaba en
la selva, región de aguas arriba del Amazonas (Tello, 1960). Se basaba en que
la fauna y flora representadas en los monolitos de Chavín tenían elementos
selváticos y que los shuar o jívaros, pueblo indígena de la selva amazónica,
conservan la tradición del corte de cabeza del adversario como trofeo de
guerra, práctica que se confirma en las figuras de Chavín (Kaulicke, 1998:
74). La hipótesis del origen de las civilizaciones en Amazonía que señalaba
Izumi significa que Chavín fue un centro y que los elementos originales
procedieron de Amazonía.

8. La teoría del origen de civilizaciones y el indigenismo


La visión de Julio C. Tello tiene que ver con la situación política de aquellos
momentos. En los primeros años del siglo XX cuando Tello desarrollaba
su profesión, comenzaba a ponerse de manifiesto en la sociedad peruana el
conflicto contra la modernización con la entrada del capital extranjero, por
lo que se promovía el indigenismo, movimiento que defendía los derechos
de los indígenas marginados y explotados. En esa situación, el gobierno de
Augusto Leguía, que pretendía integrar a los indígenas como mano de obra
para impulsar la modernización y buscar la unidad nacional, nombró a Julio
C. Tello, descendiente de indígena, como director del Museo Nacional de
Arqueología. El hecho de que Tello hubiera podido estudiar en la Universidad
de Harvard en EE. UU. también fue el fruto de esa tendencia de la época.
Podría decirse que la Arqueología fue politizada como una ideología para
sostener la unidad nacional y la misión de Tello era encontrar el fundamento
de esa unidad nacional en las culturas antiguas.
Para tal fin, era necesario negar el difusionismo promovido en esos momentos en
el que las culturas antiguas del Perú habían procedido del exterior. Se trata de la
teoría de Max Uhle, alemán invitado por el gobierno peruano, antes de que Tello
ocupara cargos importantes, para crear un sistema científico en la arqueología
374 peruana y transmitir la metodología de estudio. Cuando Uhle desarrollaba
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

sus actividades, no estaban identificados todavía los templos gigantescos


del Antiguo Perú como el de Chavín, y únicamente se habían descubierto
unas pequeñas aldeas pesqueras como asentamientos correspondientes a los
primeros momentos de la civilización. Por consiguiente, el investigador alemán
no podía suponer una posible sociedad precursora del ya conocido sitio Moche
y que sugiera su enorme templo, por lo que buscaba el origen de la civilización
andina en América Central como entre los mayas, aplicando el difusionismo
que defendía. De modo que, para Tello, quien intentaba establecer un modelo
integral propio del Perú, primero debería desmentir la hipótesis del origen en
América Central promovida por el alemán.
En la época de Tello y la siguiente de sus discípulos, la búsqueda del origen
de la civilización era uno de los objetivos más importantes de la Arqueología,
y por lo tanto, se incrementó el interés por estudiar el Período Formativo.
Cuando la misión japonesa participó por fin en ese círculo académico,
todavía había mucho interés por el tema del origen de civilización. Izumi
mismo conocía el difusionismo de Uhle y entendía desde la Arqueología
el choque académico entre Tello y Uhle (Izumi, 1962: 147-148). Incluso,
tuvo suficiente conciencia de que el descubrimiento de Kotosh sirvió para
verificar el argumento de Tello (Izumi, 1971c: 50). No obstante, por lo que
a la relación con el indigenismo se refiere, ha dejado poco comentario. En el
epílogo de su gran obra Imperio Inca, Izumi pone un subtítulo «indigenismo»
y explica este término de la siguiente forma:
El arqueólogo peruano Julio C. Tello dedicó sus esfuerzos en las
excavaciones para rescatar científicamente el espíritu del Antiguo
Perú de los indígenas. Sus sucesores, con la misma voluntad, incluso
excelentes estudiantes más jóvenes, están trabajando en la investigación
de las civilizaciones de los Andes motivados por dicho interés realista
(Izumi, 1959a: 267-268).
Desde luego, este comentario señala que el estudio de Tello se puede
relativizar en el marco del indigenismo, pero no hay indicios de que Izumi
haya comparado desde esta visión los estudios de Uhle y de Tello. Cuando
llegó la Expedición japonesa al Perú, ya había fallecido Tello, pero su teoría
todavía estaba vigente. Sería más razonable pensar que los investigadores de
la Universidad de Tokyo se vieron obligados a involucrarse en el debate de
las teorías del origen de civilizaciones detrás de las cuales se vislumbraba un
trasfondo social complejo, aunque se daban cuenta de que la idea de Tello
375
provenía del indigenismo, sin llegar a relativizar las teorías.
Yuji Seki

9. La excavación de Kotosh y la teoría del origen de las


civilizaciones
9. 1. Respuesta a la teoría del origen de la civilización
La cuestión del origen de las civilizaciones, presente desde la primera
expedición, rápidamente se pone de relieve en la segunda expedición, también
gracias a la prevención de Izumi. Digo que se atribuye a su prevención, porque
el líder de la misión supo escoger un yacimiento ideal entre los reconocidos
en la primera expedición.
Kotosh, ubicado en las afueras de Huánuco, ciudad cabecera del
departamento de Huánuco, centro norte del Perú, fue el sitio arqueológico
donde la Expedición hizo excavación en tres períodos: 1960, 1963 y 1966. En
realidad, Tello mismo reconocía su importancia y lo incluía entre los posibles
sitios claves precedentes a Chavín de Huántar que podrían ser origen de otras
civilizaciones. Al visitar este complejo arqueológico, Izumi decidió trabajar
allí, recomendado también por el arqueólogo peruano Julio Espejo Núñez,
que le había acompañado en el estudio general de 1958 (Izumi, 1971c: 45).
Si se toma en cuenta que Julio Espejo Núñez fue uno de los principales
discípulos de Tello, la selección de Kotosh debería considerarse como algo
influido por las circunstancias de la investigación en el Perú que rodeaban a la
misión japonesa, sin atribuir la selección solo a una buena decisión de Izumi.
La segunda expedición de 1960 cuando se inició la excavación de Kotosh fue
liderada por Izumi con los siguientes miembros:
Líder: Seiichi Izumi: Profesor asociado de la Universidad de Tokyo
Miembros
• Fumio Maekawa: Catedrático de la misma (Botánica)
• Hisashi Sato: Profesor asociado de la misma (Geografía)
• Naotsune Watabe: Profesor asociado de la misma (Antropología)
• Toshihiko Sono: Profesor asosiado de la misma (Arqueología)
• Kazuo Terada: Profesor asociado de la misma (Antropología cultural)
• Takaji Sadasue: Profesor asistente de la misma (Arqueología)
• Shuko Iwatsuka: Profesor asistente de la misma (Geografía)
• Chikasato Ogyu: Posgraduado de la misma (Antropología cultural)
376
• Yoshio Onuki: Posgraduado de la misma (Antropología cultural)
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

Participación local: Nobuyuki Miura: Posgraduado de la misma (Antropología


cultural)
Participantes peruanos: Pedro Rojas Ponce
Aparte de los geógrafos, se integró un botánico. Pero en realidad, estos
académicos hicieron estudio en otras zonas, más que participar en la
excavación de Kotosh. El costo total del proyecto ascendió a 12 millones de
yens (aprox. 33 333 dólares americanos), de los cuales 3 millones escasamente
fueron cubiertos con el subsidio para la investigación científica concedido por
el Ministerio de Educación, por lo que el resto fue sufragado por donaciones
(Izumi, 1971c: 46).
El complejo Kotosh es un montículo de unos 14 m de altura, y durante el
reconocimiento previo pudieron recoger piezas de cerámica llamada estilo
Chavín, que tenían un acabado excelente, sobre la superficie del yacimiento.
Además encontraron esparcidas otras en las excavaciones ilegales. El líder
de la Expedición las consideró Chavinoides y esperaba que la excavación
aclarara la relación cronológica entre el estilo Chavín y el Chavinoide (Izumi,
1971c: 44-45). Chavinoide, según Julio Tello, es una variación de la cultura
Chavín con elementos locales al difundirse la Chavín, y era un término que
se usaba con frecuencia en esos momentos en la arqueología de los Andes.
De hecho, en la excavación de 1960 identificaron no solo la cerámica del
estilo Chavín y el estrato que contenía la arquitectura que acompañaba esos
artefactos, sino también detectaron por encima de ese estrato la cerámica y
arquitectura de lo que Izumi llamaba Chavinoide, y por debajo, hicieron lo
propio correspondiente al período anterior a Chavín.
No solo esto, sino que también dieron con una arquitectura en estado de
conservación excelente sin acompañamiento de cerámica en un estrato
inferior, justo cuando estaban terminando la excavación de 1960. Al
principio, hubo fuerte discusión entre los miembros de la expedición para
saber si realmente pertenecía al Período Precerámico, aunque sí se dieron
cuenta de que se atribuía a una fase anterior a Chavín. Por no contener
ninguna pieza de cerámica, podría corresponder al Período Precerámico, pero
tampoco podía negarse la posibilidad de haberse hecho limpieza por ser un
edificio con funciones especiales.
Finalmente llegaron a la conclusión de que era del Período Arcaico o del Período
Precerámico, y lo identificaron como arquitectura ceremonial o templo tras
descubrir una escultura que representaba un par de brazos cruzados en una 377
Yuji Seki

pared interior del edificio, denominándolo por tanto «Templo de las Manos
Cruzadas». Por primera vez en la historia de la arqueología americana se
confirmó así una arquitectura pública construida en el Período Precerámico
(Izumi & Sono, 1963; Izumi & Terada, 1972).
El edificio no es muy grande, con forma casi cuadrada con cada lado midiendo
9 m aproximadamente (fig. 4). Los muros y el piso tienen una capa superior
fina y en las paredes interiores se encuentran nichos grandes y pequeños. La
parte central del piso tiene un nivel inferior donde se ubica un fogón circular.
Por debajo del piso pasa una chimenea que parte de dicho fogón hasta llegar
al exterior. Justo debajo de dos nichos interiores, descubrieron sendos pares
de brazos humanos cruzados, modelos en barro. Uno tenía el brazo izquierdo
encima del derecho y el otro, viceversa.

Figura 4 – Excavaciones del «Templo de las Manos Cruzadas» en 1963


©Expedición Científica de la Univ. de Tokyo a los Andes

El fundamento del carácter ceremonial del «Templo de las Manos Cruzadas»


no está solamente en la capa superior fina en los muros y el piso o en la
presencia de una escultura simbólica, sino también en el proceso de
remodelación y reconstrucción al que había sido sometido el edificio. Las
excavaciones realizadas en 1963 y 1966 revelaron que en el sitio de Kotosh
hay varios edificios parecidos al «Templo de las Manos Cruzadas» y además
construidos uno encima de otro en un determinado sitio. Manteniendo
378
un edificio íntegro o tras destruirlo parcialmente, rellenaron de una vez
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

su espacio interior con gran volumen de gravas y tierra como si quisieran


sellarlo y construyeron por encima de él otro nuevo prácticamente de la
misma estructura. Esto significaría la renovación periódica de la edificación.
Si hubiera sido una residencia, habría sido un trabajo realmente inútil, o
mejor dicho, esto mostraría precisamente la religiosidad que representaba la
arquitectura de Kotosh.
Al principio, los investigadores occidentales veían con cierta frialdad el
descubrimiento del recién llegado equipo japonés, pero Gordon Willey, de
la Universidad de Harvard, con quien Izumi había aprendido, le felicitó y
reconoció el trabajo, acto que probablemente conduciría a una valoración
general (Izumi, 1971c: 40-41). Luego se iban identificando edificios tipo
Kotosh no solo en la cercanía de este sitio sino también en otros yacimientos
ubicados en la sierra septentrional. Los estudiosos como Richard Burger y
Lucy Salazar han llegado a llamar la «tradición religiosa de Kotosh» a estos
edificios peculiares y su expansión religiosa asociada (Burger & Salazar, 1980).
Visto esto, uno se da cuenta que la excavación del sitio de Kotosh permitió
identificar científicamente la cerámica y edificios pertenecientes al período
anterior a la cultura Chavín, no en la costa, sino en la ladera occidental de los
Andes. Es más, condujo al descubrimiento de un templo del período anterior,
el Arcaico. Esto, al mismo tiempo, llegaría a cotejar la hipótesis de Tello del
origen de las civilizaciones en la Amazonía. Hubo mayor reconocimiento de
este descubrimiento en el Perú que en el Occidente porque, aparte de que los
arqueólogos norteamericanos defendían la costa como origen cultural, estaba
el hecho de que esta visión estaba más cercana a la de Tello.

10. La posición antropológica del estudio de los Andes


Es bastante difícil decir la posición científica que ocuparía Izumi, quien tenía
interés por el origen de las civilizaciones de los Andes. Esto se debe a que los
artículos científicos e informes que redactaron Izumi y los miembros de la
expedición dedican la mayoría de sus páginas a describir los yacimientos y
sus artefactos excavados, lo que sigue siendo una información sumamente
valiosa, pero no hay mención que sugiera la teoría cultural en que se basaba.
Por supuesto, todavía estaría muy inmadura la idea base. Yoshio Onuki,
discípulo directo de Izumi, cree que no estaba preparado para formular una
teoría, puesto que «la teoría del origen de las civilizaciones de Izumi era poco
madura basada simplemente en su experiencia» (Onuki, 1988: 429). 379
Yuji Seki

No obstante, se asoman algunos aspectos en libros y ensayos. Para trabajar


en el origen de las civilizaciones, Izumi parecía tener como premisa la visión
del evolucionismo cultural, posición que considera como algo continuo el
proceso de formación de una civilización. En su obra Imperio Inca describe
un bosquejo general de las culturas de los Andes y divide en cuatro el proceso
de formación de la civilización andina de la siguiente forma:
Los cazadores-recolectores que aparecen hacia el año 10 mil a.C. inician
el cultivo como medio complementario de subsistencia a partir del año
2500 a.C. Mientras la pesca juega un papel más importante que la
agricultura, alrededor del año 1200 a.C, comienzan la fabricación de
cerámica y el cultivo del maíz. Aproximadamente hacia el año 500 a.C.,
de repente ocurre la cultura Chavín en medio de la zona montañosa
del norte, llegando a dominar los Andes. Hicieron templos, esculturas
de piedra y artículos de oro, todo de excelencia, pero, esta expansión
no tenía aspecto político ni militar, sino era fruto de las actividades
religiosas de los seres humanos. (Izumi, 1959a: 14)
Alrededor del año 500 a. C., Chavín desaparece y emerge el localismo. Esto
se debe al cambio de contenido del culto y detrás de esto está el desarrollo
de la agricultura intensiva bajo riego. Este período se lo denomina el Período
de Florecimiento. En Mochica, cultura de la costa norte, aparecen los estatus
sociales y la división laboral; y ocurren guerras, pero en la cultura Nasca de la
costa sureña no se forma una sociedad dominada por una autoridad fuerte.
En el altiplano sureño, mientras tanto, nace la cultura Tiahuanaco, ciudad
religiosa (Izumi, 1959a: 45).
Cuando las culturas del Período de Florecimiento entran en decadencia, la
cultura Tiahuanaco, originaria del Altiplano, se expande por toda la zona
andina. Esto impulsa a que se conviertan los pescadores de la costa del sur en
agricultores. Una vez homogeneizada la cultura andina así, nace el Imperio
Chimú en la costa norte. Es una sociedad con jerarquía social y burocracia,
y la división laboral permite producir masivamente la cultura material. Al
sur de Chimú, se forman las culturas Chancay, Pachacámac y Lima (Izumi,
1959a: 82). Y después de todo esto, el que sale finalmente al escenario es el
Imperio Inca.
El curso de las culturas andinas que describe Izumi, exceptuando la
interpretación de la cultura Tiahuanaco, es válido por lo general incluso
380 ahora, e Izumi se fija en la agricultura como elemento del cambio cultural.
Asocia la aparición de la cultura Chavín con el cultivo del maíz, mientras el
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

cambio de culto en el Período de Florecimiento lo relaciona con el cambio


económico. De alguna forma se podría llamar una teoría del desarrollo social
marxista ortodoxo.
Sin embargo, parece que Izumi no quiso seguir adelante con esta teoría de
la evolución cultural basada en el cambio de medios de supervivencia. Una
de esas razones está en los datos recuperados de la excavación de Kotosh.
Esto se debería a que la fase más antigua de Kotosh corresponde al anterior
a la fase Chavín, sin encontrar huellas claras de la agricultura, y en cuanto
a los restos de animales excavados, se detectaban los silvestres (Izumi, 1968:
11). El hecho de que se construyeran templos cuando todavía no había una
agricultura definitiva ni clara domesticación de animales fue, por una parte,
un descubrimiento mundial, pero por otra, no era coherente con la imagen
convencional de la sociedad que crecería y se haría más compleja gracias al
desarrollo de la agricultura.
Otra razón fue que la aparición de elementos culturales en Sudamérica
varía según el lugar. Por ejemplo, la cerámica más antigua no se encontró
en el Perú, sino que se sabía de piezas antiguas también en otros países
vecinos como Ecuador y Colombia. Ante estos nuevos datos no clasificables
dentro de un esquema sencillo, Izumi parece haber intentado nuevamente
reestructurar la formación de las civilizaciones. Como tiene indicado
ya Onuki, «para Izumi, el origen de las civilizaciones es un proceso de
asociación de diversos elementos que componen una cultura considerada
una civilización» (Onuki, 1988: 429). Son muy demostrativas las siguientes
frases de Izumi citadas por Onuki:
No se podría explicar la formación de la civilización, si los elementos
cruciales de la civilización no se inventaran en varios lugares y no en
uno solo y se integraran fuertemente. Entonces, lo que queda pendiente
es la pregunta de cuál será la sustancia de esa energía que integra esos
elementos culturales. (Izumi, 1968: 10)
La sustancia que se nombra aquí para Izumi era la cultura Chavín, pero
no indica en ningún lado la perspectiva de por qué los elementos se fueron
integrando. Se asoma probablemente aquí un conflicto entre su base del
evolucionismo cultural convencional y el deseo de mantener una coherencia
con los datos propiamente obtenidos, pero esto sería el límite de la investigación
de aquel entonces. Posteriormente, cuando muchos investigadores de varios
países, incluyendo la misión japonesa, desarrollaban excavaciones, surgieron 381
dudas sobre la presencia de la cultura Chavín y fue tomando mayor fuerza la
Yuji Seki

hipótesis de que la realidad no fuera la integración sino un vínculo flexible de


pequeñas sociedades a través de intercambios económicos e ideológicos (Kato
& Seki, 1998). De todas formas, Izumi falleció sin llegar a una conclusión
sobre el debate de las civilizaciones de los Andes.

11. Transformación de la misión de la investigación general a la


Arqueológica
Hay que tocar también los temas de la metodología de estudio. En el
primer período que dirigió Izumi, se intentó hacer investigación científica
general con la participación de geógrafos y botánicos. Era una época de
mayor promoción de estudios interdisciplinarios e, incluso, en el Japón se
organizaba la investigación por la Unión de Nueve Asociaciones Académicas.
Es más, en la Universidad de Harvard donde había estudiado Izumi se
observaba la fusión entre la Arqueología y la Antropología Cultural como
ya se ha mencionado. Allí estaba Clyde Kluckhohn, probablemente último
personaje que promovió la antropología general. La Universidad de Tokyo,
mediante el departamento de Antropología Cultural, también se orientaba
hacia la antropología general. Visto todo esto, no extraña la composición
tan interdisciplinaria de la Expedición (Gamou, 1981: 142). No obstante,
excepto el informe del estudio general de 1958 (Expedición Científica de la
Universidad de Tokyo a los Andes, 1961), apenas se constata en realidad la
contribución de esos científicos de otras especialidades en publicaciones de
los resultados como informes. En la evaluación de los restos arqueológicos
de Kotosh solo aparecen los nombres de los arqueólogos y antropólogos
culturales que participaron en la excavación, por lo que en realidad el estudio
se iría dividiendo más que fusionando. Esto lo comprueba la composición
de los miembros. Los componentes de la tercera expedición de 1963 eran
(fig. 5):
Líder: Seiichi Izumi: Profesor asistente de la Universidad de Tokyo
Miembros
• Hisashi Sato: Catedrático de la misma (Geografía)
• Toshihiko Sono: Profesor asociado de la misma (Arqueología)
• Kazuo Terada: Profesor asociado de la misma (Antropología cultural)
• Hisashi Tajima: Profesor ayudante de la misma (Geografía)
382
• Tsuguo Matsuzawa: Oficial técnico de la misma (Arqueología)
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

• Yoshio Onuki: Posgraduado de la misma (Antropología cultural)


• Hiroyasu Tomoeda: Posgraduado de la misma (Antropología cultural)
• Chiaki Kano: Posgraduado de la misma (Arqueología)
• Yasushi Miyazaki: Posgraduado de la misma (Antropología cultural)
Participantes peruanos: Augusto Cruzatt, Enrique Gonzáles Carré, Mario
Benavides.

Figura 5 – Excavaciones de Kotosh en 1963 (desde la


izquierda, Izumi, T. Mejía Xesspe, Y. Onuki, C. Kano, T.
Sono, C. Huapaya Manco, K. Terada)
©Expedición Científica de la Univ. de Tokyo a los Andes

Ya no está aquí el nombre del botánico que participó en la expedición de


1960. El botánico Fumio Maekawa, después de participar en la de 1960,
realizó la investigación botánica de los Andes en América del Sur en 1965
y 1968, con el subsidio para la investigación científica del ministerio. No
trabajó solo en el Perú, sino en la Región Sudamericana en general, como el
Ecuador, Bolivia, Chile, Argentina y Brasil, lo cual muestra que se trata de
un estudio separado e independiente de la Expedición a los Andes que tenía
un enfoque principalmente arqueológico. Los geógrafos de la expedición
de 1963 ejecutaron estudio incluso de varias áreas del Perú, separados del
383
grupo de excavación. Ahora se ve mayor participación de posgraduados y
Yuji Seki

se nota la intención de formarlos como ayudantes de excavación y futuros


investigadores arqueólogos.
La cuarta expedición de 1966 estaba formada por los siguientes miembros:
Líder: Seiichi Izumi: Catedrático de la Universidad de Tokyo (Antropología
cultural)
Miembros
• Shozo Masuda: Profesor asistente de la misma (Antropología cultural)
• Kazuo Terada: Profesor asistente de la misma (Antropología cultural)
• Tsuguo Matsuzawa: Oficial técnico de la misma (Arqueología)
• Yoshio Onuki: Posgraduado de la misma (Antropología cultural)
• Hiroyasu Tomoeda: Posgraduado de la misma (Antropología cultural)
• Chiaki Kano: Posgraduado de la misma (Arqueología)
• Tatsuhiko Fujii: Posgraduado de la misma (Arqueología)
• Hiroyoshi Yamamoto: Posgraduado de la misma (Antropología cultural)
• Suyoshi Ueno: Posgraduado de la misma (Arqueología)
• Yasushi Miyazaki: Posgraduado de la misma (Antropología cultural)
• Shiro Kondo: Catedrático de la misma (Antropología física)
• Reizo Harako: Profesor ayudante de la misma (Antropología física)
Participantes peruanos: Lorenzo Samaniego, Arturo Ruiz, Carmen Rosa
Rivera, Fernando Chaud, Carlos Chaud
Ahora se rompe la relación con la geografía mantenida desde el inicio del
estudio. Parece estar interrumpido el estudio geográfico financiado por el
subsidio del ministerio hasta 1970 cuando murió Izumi. Además, el estudio
geográfico realizado en 1970 fue dirigido por la Universidad Metropolitana de
Tokyo y el Instituto de Investigación Sismológica de la Universidad de Tokyo
y posiblemente tendría relación con el terremoto ocurrido en ese mismo año.
En lugar de la geografía, las especialidades que se integran en la de 1966 son la
etnología y la antropología física. Con todo, sus investigaciones se llevaron a
cabo con la visión de los Andes en general sin limitarse al área de Kotosh y no
tuvieron relación directa con la excavación arqueológica. Especialmente Kondo
y Harako se encargaron del tema de la adaptación del cuerpo humano en la sierra
y se dedicaron a otro estudio en el altiplano central peruano (Terada, 1971:
384 409). También se incluía el estudio de los inmigrantes japoneses apoyado por el
Ministerio de Asuntos Exteriores (llevado a cabo por Masuda y Tomoeda), sin
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

que la Expedición tuviera un tema común que atravesara todas las disciplinas
participantes. Como señala Terada, no se juntaron todos los miembros en el
lugar de excavación como lo hacían antes, sino cada uno se movía por separado
(Terada, 1971: 409-410).
Durante la investigación arqueológica de 1966, se continuó por una
parte la excavación del sitio de Kotosh y por otra, se estudiaron otros
asentamientos cercanos como Shillacoto y Wairajirca. Esto sirvió para
reconfirmar la evolución del período anterior a Chavín y el Precerámico
detectados en Kotosh, dando así por concluida la investigación de Kotosh
(Terada, 1971: 410).
Para el estudio de 1969, que iba a ser el último para Izumi, se elegieron los
siguientes miembros:
Líder: Seiichi Izumi: Catedrático de la Universidad de Tokyo
Miembros
• Kazuo Terada: Profesor asistente de la misma (Antropología cultural)
• Tsuguo Matsuzawa: Oficial técnico de la misma (Arqueología)
• Yoshio Onuki: Posgraduado de la misma (Antropología cultural)
• Tatsuhiko Fujii: Posgraduado de la misma (Arqueología)
• Chiaki Kano: Profesor ayudante de la misma (Arqueología)
• Tsuyoshi Ueno: Posgraduado de la misma (Arqueología)
• Tamotsu Ogata: Catedrático de la Universidad de Niigata (Antropología
física)
• Masanao Murai: Investigador de la misma (Antropología física)
Aquí el estudio etnológico también se ha separado. La mayoría de los miembros
eran los que se dedicarían básicamente a la excavación, independientemente
de su procedencia, sea la antropología cultural, sea el Departamento de
Arqueología de la facultad de Letras. Como el estudio de Kotosh se había
dado por terminado con la expedición anterior, en 1969 algunos hicieron un
nuevo estudio general para identificar posibles objetos de estudio futuro. La
mejora en la capacidad de estudio de los miembros permitió realizar varias
excavaciones de menor escala paralelas dividiéndose en grupos: Kano la hizo
en Shillacoto y Onuki y Fujii, en La Pampa, Áncash, mientras Matsuzawa y
Ueno excavaron en Las Haldas, cerca del valle Casma, norte de la costa central.
De todas formas, a partir de la segunda mitad de los años 1960, se promovía 385
mayor especialización científica y la expedición a los Andes se organizaba
Yuji Seki

exclusivamente para la investigación arqueológica. Los únicos especialistas


de otro campo eran de la antropología física y podían establecer un trabajo
conjunto en el análisis de los restos humanos encontrados. En realidad,
sin embargo, identificaron únicamente los restos humanos de Las Haldas
(correspondencia personal de Onuki), y no estaba muy claro el rol que les
correspondía dentro de la expedición. En definitiva, a partir de este momento,
habría que esperar hasta la segunda mitad del tercer período de la Expedición
para volver a contar con especialistas de otras disciplinas.
En conclusión, la antropología general que pretendía Izumi tendría ahora
mayores dificultades para establecerse como un campo científico y académico.
No se descartaría la posibilidad de engendrar algo nuevo mediante la asociación
de varias disciplinas, pero sería muy difícil su integración o unificación
sin contar con una visión interdisciplinaria. No obstante, esa posición ha
aportado en gran medida a la Expedición de los Andes en términos de la
formación de investigadores. Esto es así puesto que varios grupos científicos
continúan actividades, además de la Arqueología, de otros campos como la
Botánica, la Etnología y la Antropología Social, y naturalmente fue Izumi
quien estableció su base.
En cuanto a la expedición de 1969, escasean documentos como ensayos y libros
generales que describieran la tendencia del estudio de Izumi, excepto su informe.
Sin embargo, en una conocida colección de ensayos de Izumi Montañas lejanas
(1971d), hay un párrafo titulado «El pésimo año 1968», en que comenta sobre
la situación del año anterior. Mientras estaba sumamente ocupado por las tareas
como secretario general del octavo Congreso Internacional de Antropología
y Etnología a ser celebrado en 1968 en Tokyo y Kyoto, se intensificó el
movimiento estudiantil en la Universidad de Tokyo y el consejo estudiantil
bloqueó el departamento de Antropología Cultural. A esto se agregó la muerte
de Toshihiko Sono, jefe de la excavación de Kotosh en 1960 y 1963, seguido del
fallecimiento, en el mismo año, de Eiichiro Ishida, líder de la primera expedición.
Debió ser un año penoso y duro para Izumi y la noticia de la muerte de Ishida
la recibió en Guatemala. Izumi se encontraba en el país centroamericano vía
México, tras acompañar como asesor del club estudiantil de exploración de la
Universidad de Tokyo a un grupo que hacía travesía longitudinal de América
Latina, después de asistir a un simposio celebrado por la Fundación Dumbarton
Oaks en Washington, EE.UU.
Se publicó un libro sobre esta expedición en 1971 cuando ya había fallecido
386 Izumi. Fue Shozo (Yoshiro) Masuda colega de Izumi en el departamento,
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

quien en su lugar escribió su celebre prólogo titulado «Impresión». Allí


Masuda confiesa su pesar de no haber podido detener a Izumi quien
se marchaba abandonando el lugar de trabajo en medio del conflicto
que afrontaba la universidad por el movimiento estudiantil, aunque
sí manifiesta mayor simpatía con los jóvenes que iban de exploración
que con los estudiantes metidos en el conflicto universitario (Masuda,
1971: 19-26). Izumi mismo afirma «que se marchaba con mucho dolor
en esa ocasión», pero se entiende que fue por el estado preocupante de
la salud de Ishida más que por el conflicto universitario (Izumi, 1971c:
333). Probablemente Izumi quiso viajar fuera, por supuesto para asistir
al congreso en Washington. Si acompañó a la expedición estudiantil, tal
vez es por escapar del conflicto universitario, a parte de ser empujado
naturalmente por una pura ansia académica de conocer otros países
latinoamericanos por estar dedicando todos los esfuerzos solo al Perú
(Izumi, 1971c: 332).

12. Exposiciones y medios de comunicación


Aparte de los resultados del estudio, se trataba de saber cómo estos iban a ser
comunicados a la sociedad en general. La metodología más tradicional será
la publicación de libros, las conferencias y la colaboración en los periódicos.
No es algo exclusivo de la Expedición de la Universidad de Tokyo, sino eran
metodologías generalizadas entre los equipos de investigación de otros países,
y según palabras de Iida, se trata de una estrategia basada en la franquicia
de medios (Iida, 2007: 262-263). En este sentido, lo relevante de Izumi
fue que publicara numerosos libros generales instructivos. Otra repercusión
social provocada por Izumi fue la planificación y celebración de exposiciones.
En ese sentido, la Expedición dirigida por Izumi organizó desde su inicio,
varias exposiciones para presentar las antiguas civilizaciones de los Andes.
Según Terada, Izumi ya abrazaba proyectos de exposición antes del inicio de
la primera expedición, aun cuando estaba en EE UU (Terada, 1971: 402).
Lo que proyectaba Izumi era exhibir en el Japón las piezas de cerámica y
tejido recolectadas por Yoshitaro Amano quien había contagiado a Izumi el
encanto por los Andes y que servía de líder de la misión japonesa, a fin de
despertar el interés por las civilizaciones de los Andes entre el pueblo japonés.
Actualmente ya constituye una especie de obligación devolver a la sociedad los
frutos de los estudios y esforzarse en conseguir mayor comprensión pública
sobre esas actividades científicas. Aunque no tendría esta misma visión, Izumi 387
Yuji Seki

ya intuiría que no habría fondos ni sistema que sostuvieran la investigación


científica cuando no hubiera comprensión general de los ciudadanos.
En fin, en mayo de 1958, antes del envío de la primera expedición, Yomiuri
Shinbunsha, editora del diario Yomiuri Shinbun, organizó la «Exposición de
la Cultura Incaica, llena de misterios y milagros: Búsqueda de la Civilización
Andina» en Isetan, uno de los grandes almacenes más conocidos en Shinjuku,
Tokyo (Yomiuri Shinbunsha, 1958). Se trataba de la primera exhibición a
gran escala de las civilizaciones de los Andes en el Japón, despertando tanto
interés entre los japoneses que nació una especie de «mito» de que «la cola de
visitantes llegó a dar siete vueltas al edificio de Isetan» (Ishida, 1971: 142).
En el salón de exhibición de Tokyo, Izumi, Amano y Terada desmontaron
un fardo funerario como una especie de espectáculo. El cuadro 1 muestra
las exposiciones en que participó la Expedición. La de 1971 está incluida en
la lista, porque el proyecto se desarrollaba antes de la muerte de Izumi y su
nombre está en la comisión organizadora, aun difunto.
Como muestra el cuadro, se celebraron o planificaron ocho exhibiciones
durante catorce años desde que comenzó la expedición en 1958 hasta 1971,
año siguiente del fallecimiento de Izumi. Normalmente cuando se organizan
exposiciones de gran escala, se requiere un sinfín de arreglos como trámites para
solicitar el préstamo de los objetos arqueológicos a otros países, elaboración
de catálogos y reuniones para definir el contenido del proyecto y método
de exhibición, por lo que deberían invertir enormes esfuerzos y tiempo
en la preparación de cada una de estas exposiciones. Sobre todo, estamos
hablando de una época cuando todavía no había agentes especializados para
tal fin. También el cuadro muestra que la organización de las exhibiciones
tenía mucha relación generalmente con Yomiuri Shinbunsha que empezó
apoyando a la expedición de 1958, aunque posteriormente otra editora del
periódico, Asahi Shinbunsha, también participaría en los proyectos.
Aunque no salen en el cuadro, en muchas ocasiones se crearon sendas
comisiones organizadoras de exposiciones. Por ejemplo, para celebrar la
Exhibición de Tesoros de las Culturas Pre-incaicas en 1964, la comisión fue
presidida por el príncipe Mikasa y la asistían como asesores honoríficos el
Primer Ministro, el Ministro de Asuntos Exteriores y el de Educación. El
presidente honorífico fue el presidente de Yomiuri Shinbunsha y el director
y comisionados honoríficos fueron: el embajador peruano en el Japón, el
embajador japonés en el Perú, el director general del Ministerio de Asuntos
388
Exteriores, el gobernador de Tokyo, el rector de la Universidad de Tokyo, los
Cuadro 1 – Exposiciones en que ha participado la Expedición Científica de la Universidad de Tokyo a los Andes

Lugares de exposición por orden de


Año Nombre de la exposición Organizadores Colaboradores Patrocinadores
celebración
Exposición de la Cultura Incai- Yomiuri Shinbunsha Ministerio de Asuntos Exteriores, Minis-
ca, llena de misterios y milagros: Chubunippon Shinbunsha terio de Educación, Museo Nacional de
1958   Tokyo, Osaka, Nagoya, Fukuoka
Búsqueda de la Civilización An- (Nagoya) y Yukan Fukuni- Tokyo, Embajada peruana y Asociación
dina chi (Fukuoka) Nippon-Peruana

Ministerio de Asuntos Exteriores,


Exposición de Sitios Arqueológi- Ministerio de Educación, Embaja- Tokyo, Sendai, Osaka, Yokohama,Ya-
1959 
cos Andinos: Explorando áreas Yomiuri Shinbunsha   da peruana, Consulado de Bolivia y magata, Niigata, Nagoya, Hiroshima,
~1960
más secretas de Inca Expedición Científica de la Univ. de To- Fukuoka, Shizuoka, Hakodate , Otaru
kyo a los Andes

Comisión del Museo de


Exposición de Antiguas Culturas Bellas Artes de la Facultad Expedición Científica de la Museo de Bellas Artes de la Facultad de
1961  
en los Andes de Artes y Ciencias de la Univ. de Tokyo a los Andes Artes y Ciencias de la Univ. de Tokyo
Univ. de Tokyo

Ministerio de Asuntos Exteriores, Minis-


Exposición de Oro del Imperio
1961 Yomiuri Shinbunsha   terio de Educación, Museo Nacional de Tokyo, Osaka, Nagoya
Incaico
Tokyo y Embajada peruana
Ministerio de Asuntos Exteriores,
Ministerio de Educación, Expedición
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

Científica de la Univ. de Tokyo a los


Andes, Embajada de Perú, Museo
La Exhibición de Tesoros de las Yomiuri Shinbunsha Na- Nacional de Tokyo y Nippon Television
1964   Tokyo, Nagoya ,Osaka
Culturas Pre-incaicas goya TV (Nagoya) Network (Tokyo); Gobernaciones de
Aichi, Mie y Gifu y Municipalidad de
Nagoya y la comisión de educación de
cada gobierno local (Nagoya); Yomiuri
TV (Osaka)
Exposición de Artes de Oro Co- Oficina de la Expedición Cientí-
Ministerio de Asuntos Exteriores y Em-
1968 lombianos: Tesoros Secretos de Asahi Shinbunsha fica de la Univ. de Tokyo a los Tokyo, Osaka, Nagyoya, Hiroshima
bajada de Colombia
las civilizaciones de los Andes Andes
Exposición del Imperio Inca: Ex-
Expedición Científica de la Tokyo, Fukushima, Yamagata, Miyagi,
1969 ploración de las culturas antiguas Embajada de Perú Ministerio de Educación
Univ. de Tokyo a los Andes Niigata, Ishikawa
de los Andes

389
Yuji Seki

presidentes y los ejecutivos de Yomiuri Shinbunsha, de Nippon Television


Network Corporation y de los grandes almacenes Matsuzakaya que ofrecía el
espacio de exposición. Entre los comisionados se encontraban funcionarios
de los Ministerios de Asuntos Exteriores y de Educación, al igual que Izumi
y los investigadores de la expedición. Para la «Exposición de Oro del Imperio
Incaico» de 1961, se tiene una estructura similar. Esto indica claramente
que las primeras exposiciones se organizaban con pleno apoyo del Estado
involucrando hasta la Casa Imperial. La aceptación de la presidencia de
la comisión por parte del príncipe Mikasa tendría que ver con su gran
conocimiento sobre las civilizaciones de Asia Occidental y con el vínculo
que sentiría con la misión de la Universidad de Tokyo, pues la partida de la
primera expedición a los Andes coincidió con la visita oficial a Brasil y al Perú
del príncipe Mikasa, por lo que su líder Eiichiro Ishida y el sublíder Seiichi
Izumi le acompañaron en el avión especial.
Como se ha mencionado antes, indudablemente Izumi esperaría que esas
exposiciones despertaran interés por las civilizaciones andinas a los visitantes
y que apoyaran social y económicamente a las investigaciones, y finalmente
parece haber acertado. No obstante, me permito indicar cierto tipo de
problema: las exposiciones llevaban el término «Inca» en los títulos, pero no
contenían artículos sustanciales del Período Incaico. Con otras que llevaban
el nombre «los Andes», pasaba lo mismo.
Sabemos que el Período Incaico fue corto y antes de esto, la región andina
había experimentado vicisitudes de una larga historia preincaica de más de
cuatro mil años. Lo Inca muestra efectivamente alto nivel en la arquitectura
como lo evidencia su mampostería suntuosa, pero en cuanto a otras
culturales materiales, las civilizaciones anteriores tienen mayor diversidad y
gozan generalmente de mayor popularidad. Por consiguiente, en cualquier
exhibición de los Andes organizada en cualquier rincón del mundo, los
principales objetos de exposición son preincaicos y en muchas ocasiones se
limita a presentar el Período Incaico simplemente con paneles sencillos. En
la exposición celebrada en 1958, se ven detalles importantes, al clasificar los
períodos incaico y preincaico, además de presentar el Perú contemporáneo,
pero el contenido principal de exposición fue preincaico. No se puede
descartar la posible estrategia de los patrocinadores del evento, que esperaban
mayor número de visitantes, al incluir «Inca» en el título del evento. No se
podrá culpar solo a las exposiciones, pero este modo de difusión cultural
390 podría contribuir a que se creara en el Japón una imagen andina que oscurece
La expedición japonesa: la época dirigida por Seiichi Izumi

a las otras civilizaciones andinas, especialmente la diversidad del período


preincaico con el término «Inca».
Junto con las exposiciones, Izumi participaba activamente en los medios
visuales. Iida indica que en una época de la posguerra japonesa hubo
asociación entre las expediciones al exterior y la industria cinematográfica
informativa o parte de la televisión. La investigación de los Andes no era
una excepción y el video de la primera expedición en 1958 fue transmitido
por la red de Nippon Televisión en un programa titulado «Inca Land» (Iida,
2007: 257). No acompañó a la misión ningún camarógrafo profesional del
canal e Izumi mismo filmó con los equipos de video prestados por Yomiuri
Shinbunsha. Incluso los videos y fotos archivados de la Expedición guardan
huellas de participación activa del líder y su equipo en la programación de
televisión. Según esos datos, Izumi y Terada salieron en un programa del canal
Fuji «Show de Maravillas del Mundo» transmitido el 11 de julio de 1969,
junto con el arqueólogo peruano Jiménez Borja, haciendo demostración
del desmontaje de un fardo funerario (Yomiuri Shinbun, 10 de julio de
1969). No fue un evento relacionado con alguna exposición, sino que la
delegación peruana del Club de Leones, que asistía al 52 Congreso Mundial
del club, había sacado una momia del país bajo la autorización especial del
gobierno peruano con la finalidad de promover la amistad internacional y fue
transmitido en el programa más popular de esos tiempos. Este autor también
ha oído a Terada comentar que algunos miembros de la Expedición salieron
en otros programas de televisión como tertulias y concursos. La participación
en la televisión estaría motivada más por la recaudación de fondos para el
estudio que por la colaboración en la producción de documentales, pero al
igual que las exposiciones, constituye parte de las actividades de difusión.
Izumi y su gente parecían saber responder sensiblemente a una industria
mediática con gran potencial de crecimiento futuro como la de la televisión.

Conclusión
Hemos visto que la expedición dirigida por Izumi empezó como un estudio
general con una visión panorámica de la región andina en general; y que
pudo lograr una especie de verificación científica al acertar con un yacimiento
tan decisivo como Kotosh, aun en medio de los debates sobre las teorías
del origen de las civilizaciones entre los investigadores occidentales y los
peruanos, basadas en la situación arqueológica y política del Perú. Izumi 391
Yuji Seki

apostaba por la antropología general y por la organización de un equipo de


investigación interdisciplinaria, pero acabó como una misión arqueológica.
Por otra parte, independientemente de la teoría del origen de las civilizaciones,
Izumi falleció antes de establecer una teoría sobre el proceso de civilización.
Quedó como una de las tareas pendientes para los investigadores posteriores a
Izumi. Hemos visto también que las actividades de difusión promovidas por
Izumi a través de exposiciones y medios de comunicación contribuyeron a
popularizar el nombre de las civilizaciones andinas por todo el Japón.

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394
La arqueología italiana en el Perú del siglo XX

La arqueología italiana en el Perú del


Siglo XX
Giuseppe Orefici

Introducción
Los testimonios más lejanos sobre el interés de científicos italianos hacia el
Perú se deben a la contribución de un viajero infatigable, un hombre que
todavía sigue siendo una figura muy querida y estimada, el milanés Antonio
Raimondi. En el siglo XIX todavía no estaban bien delineadas las figuras del
arqueólogo, del botánico o del antropólogo, puesto que el interés por las
antiguas culturas americanas se resumía a exploraciones dirigidas a recuperar
el mayor número posible de datos. Raimondi, después de su llegada en 1850,
recorrió todo el territorio peruano, clasificando plantas, animales, minerales,
levantando mapas y documentando numerosos sitios arqueológicos y
elementos etnográficos; a él se debe el hallazgo de la Estela Raimondi en
Chavín de Huántar.
Tuvo que pasar más de un siglo, durante el cual se dieron las bases de la
moderna investigación arqueológica, antes que, en 1962, la Universidad de
Roma planeara un programa de investigaciones en el sitio de Cajamarquilla.
En el campo histórico cabe mencionar a Antonello Gerbi que, debido a las
leyes raciales de 1938, se transfirió a Lima, trabajando en el Departamento
de Investigaciones del Banco Italiano, donde permaneció diez años. Su exilio
395
fue ocasión para desarrollar estudios detallados de la historia peruana, que se
Giuseppe Orefici

concretizaron en su obra más conocida, La disputa del Nuovo Mondo. Storia


di una polemica, 1750-1900 (Gerbi, 1955; 1960 ed. española).
Es necesario explicar cuál fue el motivo del interés de varias misiones
extranjeras y, en este caso, europeas, hacia las antiguas culturas precolombinas.
Inicialmente esto se debió a la curiosidad que despertó en los museos la
presencia de hallazgos que eran considerados productos de civilizaciones
poco documentadas. Esto impulsó estudios que debían tener en cuenta los
resultados de las investigaciones que se estaban incrementando en los países
de origen. Sucesivamente, el desarrollo de las investigaciones antropológicas
y etnográficas llevó a tomar en consideración también la producción cultural
de los pueblos estudiados y, consecuentemente, los procesos evolutivos que
determinaron su diferenciación. Se formaron así las secciones especializadas
en los museos, la enseñanza en las universidades, las asociaciones de
americanistas e, inmediatamente, se determinó la diferenciación entre los
intereses respecto al territorio, cultura y periodo cronológico.
Desde el siglo pasado hasta la fecha, operan en el Perú varias misiones
extranjeras, cuyos proyectos están articulados según programas plurianuales,
con objetivos en periodos culturales o cronológicos bien precisos (Cerulli,
1967; 1969).

1. Los proyectos arqueológicos italianos en el Perú


Como ya se mencionó, la primera actividad científica italiana en el ámbito
arqueológico se debe a una expedición del Museo Prehistórico Etnográfico
«Luigi Pigorini», dirigida por Claudio Pellegrino Sestieri en 1962, en
Cajamarquilla (Provincia de Huarochirí, departamento de Lima, en la margen
derecha del río Rímac). En el proyecto participaron estudiosos que luego se
dedicaron a la investigación de las culturas peruanas, entre ellos Mario Polia,
Claudio Cavatrunci y Ernesta Cerulli. El programa de excavaciones a largo
plazo continuó hasta 1971 y, debido a su duración y a la cantidad de material
recuperado, la Misión Arqueológica Italiana (MAI) brindó resultados que
fueron básicos para el desarrollo de las investigaciones sucesivas.
A pesar de algunas opiniones sobre la brevedad de los informes, hay
descripciones exhaustivas de las evidencias (Cavatrunci, 1972; 19990;
Sestieri, 1971). Inicialmente el proyecto intervino en varios sectores
396 (Conjunto Laberinto y Conjunto Sestieri), pero muy pronto se concentró
en lo que es conocido como Conjunto Julio C. Tello, que pertenece a un
La arqueología italiana en el Perú del siglo XX

grupo en el que predomina una estructura piramidal. De estas excavaciones


sobresale el hallazgo de numerosas tumbas que fueron asociadas cronológica
y estilísticamente al Horizonte Medio 1B y 2A, quedando demostrada una
marcada correspondencia con las excavaciones de Max Uhle en el cementerio
de Nievería y permitiendo comparar los resultados obtenidos con varios
centros del área mayormente investigados, como el de Pachacamac y otros
correspondientes a la cultura Lima.
Si bien falta todavía una mayor información sobre la totalidad del sitio, las
investigaciones en Cajamarquilla fueron motivo de varias interpretaciones
respecto a la naturaleza de la ocupación del asentamiento y sobre la hipotética
influencia que tuvo la cultura Huari en su desarrollo, cuestiones que todavía
están en fase de debate, aunque las indagaciones recientes están aclarando
la secuencia de ocupación del lugar con datos comprobados (Sestieri, 1963;
Sestieri & Cerulli, 1967).
La Misión Arqueológica Italiana finalizó sus trabajos en Cajamarquilla en
1971; en 1973 y 1974 emprendió un proyecto en Aypate (Piura), trabajo que
fue continuado por Claudio Cavatrunci y Mario Polia, debido al fallecimiento
prematuro de Sestieri en 1974.
Mario Polia, después de su experiencia en Cajamarquilla y Aypate (Polia,
1972a), continuó su actividad en el campo arqueológico con especial énfasis
en las culturas que se desarrollaron en el área septentrional de los Andes y
en el departamento de Piura, bajo los auspicios de la Universidad de Piura.
Fue nombrado también docente de Antropología Médica en la Pontificia
Universidad Católica del Perú de Lima. En 1987 dirigió el «Proyecto Andes
Septentrionales» en la Cordillera de Wamaní, patrocinado por el Centro Studi
Ricerche Ligabue de Venecia y por el Ministero degli Affari Esteri italiano.
Inicialmente tenía como objetivos el análisis de una de las más importantes
áreas con arte rupestre en la Provincia de Ayabaca (Samanga) (Polia, 1972b)
y la individuación de los restos de una compleja cultura en la Provincia de
Huancabamba, cuya existencia y desarrollo están atestiguados por los restos
de conjuntos ceremoniales y necrópolis. La cultura Wayakuntur, que contaba
con una muy escasa documentación arqueológica, recuperó su debida
dimensión histórica gracias a las investigaciones intensivas de Mario Polia.
Durante las excavaciones de 1993, en la zona de Ahuayco fue hallada una
necrópolis atribuible a la clase popular, caracterizada por la presencia de
inhumaciones en urnas, colocadas al interior de tumbas en forma de botín 397
y en fosas, cubiertas por piedras. Esta tipología constituye una novedad en
Giuseppe Orefici

el contexto de la sierra, ya que ejemplos similares de sepultura se habían


documentado hasta la fecha solo en la costa ecuatoriana, en Esmeraldas. Las
tumbas pertenecían mayormente a individuos adultos colocados en posición
acuclillada, mientras que, en el caso de entierros en urna de infantes, fue
observado que se trataba de gemelos; basándose en fuentes españolas de los
siglos XVI y XVII, Polia observó que había testimonios de prácticas funerarias
similares en el caso de mellizos (kuri o hijos del rayo). El ajuar funerario
incluía ofrendas de cerámica e instrumentos líticos, especialmente botellas de
forma lenticular y hachas de piedra tallada.
En 1994 se amplió la investigación incluyendo una alta colina frente a la
necrópolis. Ahí fue hallada la tumba de un curaca conteniendo un rico ajuar
con objetos de oro, una colección de artefactos de cobre (tumi, cuchillos, etc.)
atribuibles, estilísticamente, a Moche 1, es decir correspondientes al Período
Intermedio Temprano, confirmando la influencia significativa de esta cultura
en una región muy lejana de su área nuclear. Este hallazgo impuso un más
atento análisis cronológico de todo el contexto y de las influencias que el
territorio tuvo desde el norte y el sur. También fue posible registrar la evidencia
de una sociedad estratificada en categorías sociales diferenciadas también en
la muerte. El curaca o «Señor de Olleros» fue enterrado en decúbito dorsal,
con las manos apoyadas en su pecho y al oeste de la fosa fueron sepultados tres
«acompañantes», expresamente sacrificados, también inhumados en posición
extendida. Según Polia, el ajuar del personaje hace resaltar los gustos de un
gobernante local que había adoptado una moda cultural ajena a su mundo,
importando del área Moche toda una serie de instrumentos metálicos de tipo
quirúrgico, entre los cuales sobresalen los tumis felínicos con incrustaciones
de madreperla o nácar. Entre las otras ofrendas no comunes cabe señalar un
collar de jade, quizás procedente del área colombiana, con una longitud de
1,50 m y compuesto de cuatros hilos unidos por elementos con el emblema
de la serpiente bicéfala en forma de espiral.
Otro carácter distintivo fue registrado en el sistema de relleno de las sepulturas.
Mientras las fosas de la gente común contenían arena recolectada en el lugar,
la tumba del curaca había sido rellenada con arena de río traída de un sitio
distante de varias horas de camino. Los tres acompañantes también fueron
inhumados según un ritual no común: debajo de una cobertura superficial
de arcilla había una capa de piedras de río seleccionadas de forma alargada.
Al lado de las inhumaciones se halló también la tumba de un shamán con
398 ofrenda de cristales de cuarzo.
La arqueología italiana en el Perú del siglo XX

Las investigaciones de Polia son apoyadas actualmente por la Asociación Perigeo,


una ONG que actúa a favor de la tutela y valorización del patrimonio cultural
de los pueblos. Los hallazgos de Mario Polia abren nuevas perspectivas sobre
el origen de la antigua población del territorio, favoreciendo la hipótesis de su
probable procedencia de la cercana área alto-amazónica (Polia, 1989; 1995).
El arqueólogo Claudio Cavatrunci, uno de los primeros colaboradores del
Prof. Sestieri, fue durante muchos años el Curador Responsable de la Sección
América del Museo Prehistórico-Etnográfico «Luigi Pigorini» de Roma.
Siguiendo la impronta de la vocación peruanista del Museo, desde 1989 dirige
la Misión Arqueológica y Etnológica en los Andes Meridionales del Perú,
denominada «Proyecto Tambo». La Misión actúa en el territorio ubicado entre
los departamentos de Arequipa y Moquegua, gracias al apoyo del Ministero
per i Beni e le Attività Culturali y del Ministero degli Affari Esteri italianos, en
colaboración con el otrora Instituto Nacional de Cultura de Arequipa.
En la fase inicial, la misión se propuso ubicar un área que pudiera ofrecer
suficientes evidencias arqueológicas para permitir la elaboración de un
cuadro cronológico general y, al mismo tiempo, garantizar condiciones de
seguridad que consintieran el desarrollo de un proyecto de larga duración.
El territorio escogido fue el valle del río Tambo, el curso de agua más largo
de la costa peruana, un área cultural todavía poco documentada, si no se
tiene en consideración algunos estudios sobre los conchales, recolecciones de
superficie en la zona de la laguna de Salinas y unas excavaciones realizadas en
Ichuña, a proximidad de las nacientes del río. Este valle tiene gran importancia
histórica y cultural porque fue el medio de comunicación principal entre el
árido desierto costanero y el altiplano del Collao, sometido a lo largo del
tiempo a las influencias procedentes de las más desarrolladas sociedades de la
sierra (Tiwanaku, Wari, Inka).
En los años 1990-1991 se llevó a cabo una prospección arqueológica
completa de todo el valle, desde los conchales de Matarani, las estructuras
arquitectónicas de San Juan de Moro y la necrópolis de Frisco, hasta el
extenso asentamiento de Poroqueña, en el valle alto, que resultó ser el sitio
de mayor interés para realizar excavaciones. Se tomaron como referencia los
datos publicados por el programa Contisuyu del Field Museum de Chicago,
que desde años está trabajando en el valle de Osmore (Moquegua). Fueron
registradas las huellas de una antigua presencia de cazadores-recolectores y de
mariscadores en la parte superior del valle (en Ichuña), en su tramo mediano 399
Giuseppe Orefici

(laguna de Salinas) y en la proximidad del delta del río (conchales de Punta


de Bombón y de Matarani).
Tomando en cuenta los datos conocidos del valle de Osmore, la hipótesis de
trabajo se concentró en averiguar si la cuenca del Tambo, perteneciente a un
área geográfico-cultural con excelentes recursos marinos y agrícolas (a pesar
de la aridez del clima, están presentes los principales cultígenos, como maíz,
algodón, frijoles, calabaza, etc.), pudiera representar una aplicación evidente
y funcional del concepto de complementariedad ecológica sostenido por
Murra (1975). Por ende, gracias a la investigación arqueológica coordinada
por Pablo de la Vera Cruz, del entonces INC de Arequipa, que se propuso
definir la presencia en el valle de los rasgos típicos del altiplano al interior de
los desarrollos culturales locales y averiguar el efectivo funcionamiento del
modelo «murriano», fue posible tener mayores datos sobre los límites y la
efectiva consistencia de la colonización Tiwanaku.
Las excavaciones en la necrópolis de Tambillo (valle de Sihuas) y en los sitios
de Quelapi y Maukallakta (cerca de Ubinas) han permitido conocer más en
detalle algunos elementos característicos de la cultura Chuquibamba y del
desarrollo urbano en la zona. Quelapi es un asentamiento con estructura
nuclear, cronológicamente atribuible al Horizonte Tardío que presenta
estructuras de vivienda y andenes en la sumidad y en las vertientes de un
cerro que domina el valle de Ubinas hacia el N-W. Maukallakta es un centro
habitacional con amplias estructuras arquitectónicas de forma rectangular,
edificadas con piedras no labradas y que encierran un patio central. Aquí
se excavaron dos pequeños sectores y 13 conjuntos funerarios en una
necrópolis ubicada en el lado más abrupto de la colina. Las tumbas tenían
una morfología cuadrangular conformada por gruesas lajas de piedra y con
dos cámaras superpuestas.
Los trabajos continuaron hasta 1994, realizándose también un estudio de la
superficie de los sitios de San Miguel y Poroqueña, lugar donde se hallaron
grandes estructuras cuadrangulares recubiertas por una espesa vegetación, con
fragmentos de cerámica del estilo Ubinas e Inka provincial. Incluso fue hallada
una copa entera del estilo Tiwanaku Expansivo, que testimonió la presencia
en el valle de elementos culturales del altiplano ya en el Horizonte Medio.
En Poroqueña, edificadas en las orillas del río, se registraron imponentes
estructuras de piedra, chullpas y amplias plazas o recintos con función
ceremonial. Como resultado de esta campaña fue posible reconocer un estilo
400
Ubinas, típico del valle, caracterizado por recipientes de variada morfología
La arqueología italiana en el Perú del siglo XX

(mayormente jarras y cuencos), con una peculiar decoración pintada con


motivos geométricos sobre engobe rojo. Este estilo tiene fuertes influencias
que se remontan a la época postiwanaku, presentes en gran cantidad en la
producción alfarera de las culturas que se desarrollaron paralelamente en
los valles cercanos, como la Chiribaya y la Churajón, propias de simples
agricultores y pastores de camélidos. Estas sociedades obviaron la constante
carencia de terrenos de cultivos a través del uso difundido de andenes y de un
intenso comercio dirigido al intercambio de bienes primarios, tanto con las
poblaciones del Collao, como entre ellas mismas.
Al mismo tiempo, la misión dirigida por Cavatrunci se dedicó también a
un análisis etnográfico en la comunidad de Ubinas, pueblo que vive en la
parte alta del valle, a los pies de un volcán (5  632 m) que lleva el mismo
nombre. Durante un mes de permanencia al interior del pueblo, fue posible
documentar y profundizar algunos de los aspectos esenciales de una sociedad
en su mayoría mestiza y en su mayoría bilingüe (castellano-quechua), aspectos
vinculados con el problema de la propiedad de la tierra, la disponibilidad
de agua para el riego, la religión, las tradiciones orales sobre la actividad de
seres míticos y potencialmente peligrosos y, finalmente, las relaciones con
la ciudad de Arequipa e, incluso, los fenómenos conexos con la migración.
En una segunda etapa de la investigación el interés se concentró en la que es
considerada la fiesta principal de la población, la Inmaculada Concepción,
documentando exhaustivamente cada aspecto de este evento, analizando en
modo especial la figura del «devoto», el personaje sobre el cual gravan los
gastos, la organización y el éxito de la fiesta.
Uno de los programas de investigación italianos con más años de permanencia
en el Perú es el «Proyecto Nasca», dirigido por el autor y patrocinado por el
Centro Italiano Studi e Ricerche Archeologiche Precolombiane (CISRAP)
de Brescia. Esta misión arqueológica forma parte, desde hace varios años, de
los proyectos patrocinados por el Ministero degli Affari Esteri y por ende se
ha renovado su inclusión en los Protocolos Ejecutivos del Convenio Cultural
entre el gobierno de la República Italiana y el gobierno de la República del
Perú. El programa de investigación, todavía en fase ejecutiva, se apoya en
los datos recuperados en los años anteriores, desde 1982 hasta la fecha, en
los sitios de Pueblo Viejo (1983-1988), Cahuachi —el centro ceremonial
en adobe existente más grande— (1984-2011), Estaquería (1997-2002)
y Huayurí (1984-1985), pequeña ciudad del Período Intermedio Tardío,
ubicada en la margen izquierda del río Santa Cruz, cerca de Palpa. 401
Giuseppe Orefici

En una primera etapa (1982) el Proyecto se propuso determinar la relación


entre los principales sitios habitacionales con el gran centro ceremonial de
Cahuachi y los geoglifos de la Pampa, incluyendo el catastro y relevación de
las principales estaciones de arte rupestre ubicadas en los valles secundarios.
Hasta 1985 las excavaciones fueron conducidas en San José (Ingenio), Pueblo
Viejo, Cahuachi y Huayurí. Entre los principales resultados obtenidos en
esta fase se puede contar: el descubrimiento, en Pueblo Viejo, de una serie de
estructuras habitacionales aterrazadas de época Paracas-Nasca; un importante
patrimonio de datos sobre la antigua población del valle, obtenido del estudio
de los hallazgos óseos encontrados en las necrópolis; la determinación, en
Cahuachi, de diferentes momentos de remodelación arquitectónica de las
estructuras; la posibilidad de proponer una nueva y más correcta seriación
cerámica justificada por la posición estratigráfica de los hallazgos.
Entre 1986 y 1988 las investigaciones se concentraron únicamente en
Pueblo Viejo y Cahuachi, efectuando paralelamente importantes obras de
conservación y puesta en valor de los sitios (letreros de señalización, recorridos
para los visitantes, tres casas para los guardianes, obras de cercado). En esta fase
la investigación asumió un carácter predominantemente pluridisciplinario,
integrando el personal científico de la misión con numerosos especialistas
italianos y extranjeros. Eso ha permitido analizar los sitios y los materiales
no solo desde un punto de vista arqueológico de la cultura material, sino
también bajo el perfil arquitectónico, botánico, antropológico-físico,
geológico, arqueo-astronómico, arqueo-zoológico, arqueo-musicológico,
etc., realizando estudios específicos en estos campos. En el curso de estas
excavaciones, en Cahuachi ha sido descubierto un templo con la fachada
decorada por un friso geométrico escalonado, único ejemplo en toda la
región. Además ha sido encontrado un yacimiento arqueológico del Período
Precerámico, considerablemente anterior a la edificación de los templos, que
se remonta al 4282 a. C.
Después de una campaña de prospección en los valles cercanos, a partir
de 1989 el Proyecto ha enfocado sus investigaciones en Cahuachi, con el
objetivo de estudiar con más esmero el destino de las distintas áreas templarias
y el trazado urbanístico original. Sin embargo, el hallazgo de estructuras
arquitectónicas mucho más antiguas (1700 a. C.) respecto al contexto urbano
de época Paracas-Nasca (400 a. C.-550 d. C.), abre nuevas perspectivas sobre
la continuidad de ocupación del sitio y la importancia que puede haber
402 tenido como lugar de culto milenario (Orefici, 1992; 1993).
La arqueología italiana en el Perú del siglo XX

En 1994 las excavaciones han continuado en Cahuachi, operando tanto


en el conjunto templar central (Zona A) como en el sector más occidental
(Zona B) donde, en 1991, ha sido descubierta una ofrenda-sacrificio de 64
camélidos (llama) en un único recinto ceremonial. Desde 1997 se ampliaron
las excavaciones hacia el oeste, en la que denominamos Zona C, incluyendo
el sitio de Estaquería.
El Proyecto ha excavado en total 156 áreas, ubicadas en 23 diferentes conjuntos
templares, determinando en Cahuachi la existencia de 5 fases arquitectónicas
y una secuencia estratigráfica controlada por más de 80 dataciones absolutas
(C14). Toda la última fase del Proyecto ha sido dedicada a la profundización
del conocimiento de las actividades desarrolladas al interior del centro
ceremonial de Cahuachi, de la dinámica de los eventos que antecedieron
su abandono y de la ubicación del lugar elegido para establecer la última
«capital» Nasca, que funcionó entre el 350 y el 550 d. C. aproximadamente.
Desde 1991, el estudio geológico completo del área permitió individuar los
dos factores principales y más probables que determinaron el abandono del
gran centro ceremonial: un terremoto de inaudita violencia paralelamente
a un aluvión catastrófico. Se ha comprobado que, en la fase anterior
al abandono final, todos los sectores de Cahuachi fueron el escenario de
una serie de rituales con sacrificios humanos y de animales y con el uso de
materiales ceremoniales (entre los que hay una gran cantidad de instrumentos
musicales) en la fase anterior al abandono final. En esta fase, la élite sacerdotal
Nasca desarrolló un proyecto destructivo de dimensiones macroscópicas,
que tuvo como sujeto la misma capital teocrática. Después de una actividad
ceremonial intensa, fueron incendiadas las estructuras lignarias de la mayor
parte de los templos, aniquilando así siglos de historia de una civilización
nacida con todas las prerrogativas de quererse renovar cíclicamente, más allá
de la función del tiempo.
Sin embargo, las investigaciones del Proyecto Nasca han permitido reconstruir
también los momentos sucesivos a los actos destructivos. En efecto, sobre
las antiguas ruinas templares, todavía incandescentes, han sido ubicadas las
bases de arcilla de las nuevas estructuras, con huellas de cocción en su parte
inferior, debido al calor de las brasas subyacentes. Esto confirmaría que ya
durante la fase final del incendio, se estaban erigiendo aquellas estructuras a
utilizarse de forma provisional, para realizar ofrendas y ulteriores sacrificios.
Luego los conjuntos piramidales fueron cubiertos con un relleno procedente
403
de la destrucción del centro ceremonial, mezclándolo con una gran
Giuseppe Orefici

cantidad de ofrendas que provenían de las actividades anteriores. A todas


las construcciones fue dada una forma de edificio escalonado, ocultando las
antiguas bajo la cobertura del material aportado. El último acto, que costó un
esfuerzo económico y humano inmenso, fue el sellado final de las estructuras
con una capa de arcilla de espesor variable que transformó Cahuachi en un
monumento perenne, que todavía hoy se enfrenta al deterioro producido por
el tiempo.
Desde 1997 hasta 2002, el «Proyecto Nasca» desarrolló campañas de
excavaciones en el área de Estaquería, 4 km al oeste de Cahuachi, con el fin de
conocer la dinámica cultural que se desarrolló en el valle, en concomitancia
con el ocaso de Cahuachi, entre el 400-550 d. C. Antes de las excavaciones de
1997 solo se conocía una plataforma perteneciente al Horizonte Medio (550-
1000 d. C.), sobre la cual se erguían los restos de las columnas de un templo.
Pero, examinado más esmeradamente el territorio demostró ser mucho más
rico en construcciones monumentales, con templos en intervalos asociados
con plataformas y plazas, completamente recubiertos por el catastrófico
aporte aluvial de finales del I milenio d. C.; un evento de dimensiones aún
mayores de aquel que afectó a Cahuachi en su fase final. Los nuevos sectores
indagados ofrecieron nuevos datos sobre la cronología del sitio. Actualmente
no cabe duda alguna sobre el hecho que este centro fue un núcleo importante
ya en época Paracas, pero también se pudo determinar que la ocupación del
mismo se realizó en forma continua y que se reforzó aún más después del
abandono de Cahuachi. La abundancia de tiestos cerámicos de las fases 5, 6
y 7 de Nasca, asociada a estructuras de tipo monumental, testimonia a favor
de la hipótesis que este centro fuese probablemente la última «capital» Nasca,
antes de la conquista por parte de Wari, en el Horizonte Medio.
Desde el 2002 hasta la fecha el Proyecto está llevando a cabo un programa
que tiene el objetivo de realizar excavaciones arqueológicas con el propósito
de la puesta en valor final de Cahuachi. El primer grupo de monumentos, en
los cuales se está trabajando, comprende la Gran Pirámide (fachada Norte),
el Montículo 1 (denominado Y1), el Templo del Escalonado (sorprendente
ejemplo de arquitectura monumental de origen Paracas, con frisos que
presentan incisiones de motivos escalonados especulares), la adyacente
pirámide Naranja, que ha sido el conjunto donde se han encontrado ofrendas
extraordinarias, incluido el hallazgo de una niña de alto rango con un ajuar
funerario que comprendía una nariguera de oro plateada, collares de varia
404 naturaleza, ofrendas cerámicas, de animales, de cestería (Orefici, 2009;
Orefici & Drusini, 2003).
La arqueología italiana en el Perú del siglo XX

La colaboración entre el Proyecto del CISRAP y las autoridades municipales


de Nasca es un hecho concreto, tanto así que la Municipalidad de Nasca ha
concedido un terreno de 4  200 m2 sobre el cual se ha edificado una filial
del Centro, con laboratorios, sala de conferencias, un museo arqueológico
didáctico (Museo Antonini), en el cual se conserva y estudia el material
procedente de los trabajos de investigación en Cahuachi, Pueblo Viejo,
Huayurí, Estaquería y otros importantes yacimientos del valle del río Nasca.
En tiempos más recientes otros proyectos italianos han emprendido
investigaciones en el territorio peruano. Entre ellos, la «Misión Raimondi»,
con fines arqueológicos y antropológicos, que opera en la región de Chacas,
en la sierra de Ancash. En principio, la misión tuvo los auspicios de la
Universidad de Bolonia, tomando como base a unos trabajos realizados por
Laura Laurencich Minelli entre 1996 y 1999. Luego, entre 2003 y 2004, la
dirección de este proyecto fue asumida por Claudio Salsi y Carolina Orsini,
con el auspicio de las Raccolte Extraeuropee y Civiche Raccolte di Arte Applicata
del Castello Sforzesco de Milán, junto al patrocinio del Ministero degli Affari
Esteri de Italia. Hasta la fecha ha realizado un trabajo de mapeo de la región
y ha conducido varias campañas de excavaciones que han llevado al hallazgo
del sitio de Taypucru (Orsini, 2007).
Desde 2001, en el sitio de Chan Chan, la Misión Italiana en el Perú (MIPE)
del CNR-ITBC (Istituto per le Tecnologie applícate ai Beni Culturali del
Consiglio Nazionale delle Ricerche) está realizando trabajos sistemáticos de
relevamiento, dirigida por Francesca Colosi y Roberto Orazi. La misión ha
realizado el relevamiento con GPS diferencial de todo el tejido urbano de
la metrópolis Chimú, incluyendo caminos, palacios, huacas, humedales,
etc. Uno de los objetivos es la realización de un Parque Arqueológico y,
paralelamente, se está efectuando el levantamiento tridimensional de las
estructuras más importantes, para contrastar el crecimiento incontrolado de
los barrios periféricos de Trujillo y recoger los datos para la conservación y
restauración del Palacio Rivero (Colosi et al., 2006).
Un proyecto que difiere de los anteriores es un programa binacional de la
Unimi (Università degli Studi de Milán) que opera en el marco del Proyecto
Prodesipán financiado por el FIP (Fondo Italo-peruano), con el compromiso
de varias instituciones (Caritas del Perú, Museo Tumbas Reales de Sipán). Este
programa ha finalizado en 2009, después de haber contribuido a mejorar las
condiciones de vida de la población de Sipán, con infraestructuras destinadas
405
a recibir un turismo responsable (sistemas de agua potable, desagües, cursos
Giuseppe Orefici

de formación). Entre los aportes más significativos a nivel arqueológicos, cabe


señalar la excavación de la Tumba 14 de Sipán y la realización del Museo de
Sitio. Las actividades de la Unimi, bajo la dirección de Antonio Aimi y Emilia
Perassi, se han dirigido a la curaduría de las publicaciones que han divulgado
el proyecto (Aimi et al., 2008) y los hallazgos arqueológicos y al proyecto del
Museo luego realizado con Walter Alva y Quirino Olivera.

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407
La arqueología británica en el Perú, siglos XIX y XX

La arqueología británica en el Perú en


los siglos XIX y XX
Colin McEwan
Bill Sillar

Introducción
Luego de la independencia del Perú, durante el transcurso del siglo XIX, un
número cada vez mayor de viajeros británicos arribó al Perú, junto a quienes
se asentaron en búsqueda de intereses agrícolas y de negocios. Algunos se
avocaron a la colección y compra casual de antigüedades peruanas, y esto
continuó durante los inicios del siglo XX, junto con la ocasional excavación
informal a mayor escala. Un creciente interés en la arqueología precolombina
por parte de Gran Bretaña se refleja en los libros pioneros de Clements
Markham (1856; 1910) y Thomas Joyce (1912). Aunque la creciente
exhibición de antigüedades peruanas en Londres a inicios del siglo XX generó
curiosidad especulativa, no fue sino muchas décadas después que historiadores
y arqueólogos profesionalmente preparados comenzaron a estudiar las
culturas precolombinas del Perú y a involucrarse en trabajos de campo
serios y científicos. Un destacado ejemplo de un esfuerzo de investigación
interdisciplinario a gran escala fue el del Proyecto Cusichaca, dirigido por
la Dra. Ann Kendall desde finales de 1970 en adelante. La prospección y
excavación del terreno llevada a cabo por el equipo del proyecto fue unida
al trabajo de la comunidad para restaurar y reactivar antiguos sistemas de 409
irrigación. De esto emergió un fuerte énfasis en paleoecología y en mayores
Colin McEwan, Bill Sillar

estudios acerca de arquitectura y medioambiente, que también reflejaban


la influencia de la enseñanza y preparación en el Instituto de Arqueología,
Londres. Consecuentemente, una variedad de proyectos a menor escala, que
incluían prospección, excavación y ocasionales estudios etnoarqueológicos
han sido llevados a cabo tanto en los Andes como en la costa peruana.
Hacia fines del siglo XX, existía un sostenido compromiso por parte de
proyectos arqueológicos dirigidos o financiados por el Reino Unido, que
han contribuido con innovadoras aproximaciones teóricas y han aplicado
nuevas metodologías de campo. Esto, en paralelo a investigaciones acerca de
colecciones arqueológicas peruanas, realizadas tanto por museos nacionales
como regionales a lo largo del Reino Unido. En suma, las principales
contribuciones por parte de los arqueólogos británicos se han concentrado
en estudios acerca del paisaje y medioambiente, análisis de materiales, y en
investigaciones de colecciones en lugar de excavaciones a gran escala o de
descubrimientos espectaculares.

1. La llegada de antigüedades peruanas a Gran Bretaña


La contribución británica a la investigación arqueológica peruana del siglo
XX es más notable durante los últimos 30 años del siglo, pero para ubicar
este desarrollo en un contexto mayor, iniciaremos nuestra discusión con
algunas consideraciones acerca del siglo XIX. Esta fase es principalmente
caracterizada por un deseo de adquisición con poco o ningún interés por
registrar el contexto o proveniencia arqueológica. Ha tenido, sin embargo,
consecuencias significativas que acumulativamente han llevado a la creciente
exhibición de antigüedades peruanas en colecciones británicas y al interés por
la prehistoria peruana.
La intervención británica en la arqueología peruana es inicialmente bastante
limitada, y mejor comprendida bajo el contexto del colonialismo europeo
en general. Las disciplinas de Arqueología y Antropología surgen cuando los
colonizadores buscaban caracterizar, explicar y controlar la diversidad cultural
que hallaban (Stocking, 1987; Trigger, 1989; Jones, 1997; Gosden, 1999). La
investigación arqueológica británica fue la más efectivamente practicada y
tuvo el mayor impacto en antiguas partes del Imperio Británico, como África
(incluyendo Egipto), Asia del Este, India, Australasia, y Norteamérica. En
contraste, el interés político y económico de Gran Bretaña en Latinoamérica
410 tuvo lugar a través de negocios, intercambio y diplomacia, en lugar de una
administración colonial directamente impuesta; y la intervención de Gran
La arqueología británica en el Perú, siglos XIX y XX

Bretaña en la arqueología peruana estaba principalmente caracterizada por


la adquisición informal y exportación de antigüedades del Perú en lugar de
una profunda investigación científica. Mientras Gran Bretaña contribuyó
significativamente al temprano desarrollo de métodos arqueológicos y
teorías a través de figuras como el General Pitt-Rivers (1887), Flinders Petrie
(1904), Gordon Childe (1936; 1942; 1956) y Mortimer Wheeler (1954),
sus ideas y metodologías de campo no fueron promovidas a través de ningún
compromiso personal con el Perú o con Latinoamérica en general.
Al haber apoyado a los libertadores durante la Guerra de Independencia,
el interés político y comercial de Gran Bretaña en Latinoamérica pronto se
hizo evidente. Tanto antes como después de la Guerra del Pacífico (1879-
1883), la marina británica y los barcos mercantes frecuentaban las costas del
Pacífico, y una nota en el Journal of the Anthropological Institute, de febrero
de 1889 nos proporciona información acerca de los resultados de tales viajes.
En un reporte titulado «Exhibición de las Antiguas armaduras peruanas»,
el presidente del Royal Anthropological Institute, Francis Galton Esq., FRS,
registra que «el presidente exhibió una armadura dorada, de 9 1/2 por trece
pulgadas de largo, toscamente repujada, que había sido hallada sobre el cuerpo
de un peruano cuya tumba había sido accidentalmente descubierta en 1824,
mientras se removían unos montículos de tierra en el valle de Camaná, en la
costa marítima del Perú, a una latitud de 16 grados y 8 minutos al sur. Junto
con este cuerpo fueron hallados muchos otros, pero no igualmente adornados,
cada uno bajo un montículo distinto. Este ejemplar, de su pertenencia, fue
traído a casa por un pariente suyo, Capitán, después Almirante Maling, y
luego a cargo de la Estación del Pacífico. El interés por el ejemplar yacía en
que el acto para el que fue empleado había sido observado y descrito. Existían
dos láminas de oro similares en el Museo Británico; pero allí él había sido
informado por el Sr. Franks1 que su uso era desconocido, y que la información
provista por el presente ejemplar era muy aceptable. Los adornos peruanos,
que estaban elaborados en oro que, en su momento, eran faciles de obtener,
pero ahora, debido a la largamente establecida práctica de saquear las tumbas
y derretir todo el oro hallado en ellas, los ejemplares de cualquier tipo rara
vez eran conocidos, y uno de la talla del ahora exhibido era excesivamente
excepcional» (Galton, 1889: 174 citado en McEwan & Haeberli, 2000;
McEwan, 2001). Las primeras etapas de esta colección de ‘curiosidades’ es
difícilmente documentada de modo sistemático, pero otro ejemplo se puede

411
1 Augustus Wollanston Franks, Curador del área medieval y de etnografía entre 1866 y 1896.
Colin McEwan, Bill Sillar

hallar en una serie de dibujos de buena parte de piezas arqueológicas mexicanas


recopiladas en la ciudad de México por el artista Francks durante los años
1830. Un dibujo incluye una vasija Chimú, lo que sugiere que ya existía cierto
interés internacional por la adquisición de estos artefactos.
Luego de la Independencia del Perú, durante el curso del siglo XIX, un
número cada vez mayor de viajeros británicos visitó al Perú, mientras muchos
otros se asentaron en el Perú en busca de cumplir sus intereses agrícolas y
de negocios. Los empresarios británicos comenzaron a proveer capital y
conocimientos prácticos para la construcción de los primeros ferrocarriles,
con la Peruvian Corporation formada como una compañía británica para
dirigir las vías férreas peruanas. Esto fue seguido por inversiones en la minería
de nitratos y de cobre, así como en empresas de agricultura comercial, como
las plantaciones de azúcar. Algunos de estos visitantes y residentes británicos
desarrollaron una afición por las culturas precolombinas de Perú a través de la
colección y compra informal. Esto formó parte de una creciente circulación
de objetos arqueológicos que dejaron las costas peruanas en las manos de
emigrantes de diferentes nacionalidades, principalmente con Europa y
Norteamérica como destinos. Las compañías británicas fueron pioneras en la
explotación de los depósitos de guano en las islas costeras y miles de toneladas
del mismo fueron exportadas como fertilizante. En la isla Macabi, estas
operaciones revelaron artefactos Moche, incluyendo esculturas de madera que
representaban a prisioneros atados y desnudos, que ahora forman parte de la
colección del Museo Británico. Hacia fines del siglo XIX, arqueólogos como
Pitt-Rivers (1887) y Flinders Petrie (1904) estaban desarrollando métodos
para la excavación y el registro detallado de la estratigrafía arqueológica; no
obstante, existe una mínima aplicación de estos principios en la excavaciones
británicas en Perú (fig. 1). De hecho, mientras algunas primeras adquisiciones
eran realizadas por diplomáticos y viajeros británicos, hacia finales del siglo
XIX y durante los inicios del siglo XX la mayoría de artefactos eran adquiridos
en grandes colecciones como bienes exóticos, a través de intermediarios
que alimentaban una creciente demanda del extranjero por llamativas
curiosidades. Es en este momento en que numerosos sitios arqueológicos en
los valles del norte, centro y sur de la costa del Perú fueron «explorados» por
dueños de hacienda, y comenzaron a sufrir la primera explotación sistemática
por huaqueros. Esta se convirtió en la fuente de muchas grandes colecciones
privadas y de museo, tanto al interior del Perú como en el exterior. Algunas
412 de estas fueron importadas a Gran Bretaña por barcos navales y mercantes que
trabajaban a lo largo de la costa del Pacífico en Perú. Posteriormente, aquellas
La arqueología británica en el Perú, siglos XIX y XX

fueron distribuidas a través de una red de barcos mercantes, intermediarios,


casas de subasta y anticuarios. En Gran Bretaña, una cantidad de este tipo de
colecciones de material arqueológico fue adquirida mediante la combinación
de compra y donaciones por diversos museos, incluyendo el British Museum, el
Museum of Archaeology and Anthropology de la Universidad de Cambridge,
el Horniman Museum, la Kelvingrove Art Gallery, y el Museo de Glasgow, la
National Museum of Scotland en Edimburgo y el Manchester Museum, así
como algunos otros museos regionales y locales. Un factor clave dentro de esto
es el papel que jugaron las casas de subasta en la adquisición y distribución de
colecciones. La potencial ganancia a través de la venta en estas casas de subasta
era claramente comprendida, tal como reportó The New York Times (26 de
agosto, 1901), Spenser St. John, un ex embajador británico en el Perú, se hallaba
planificando vender 400 piezas de cerámica peruana que había adquirido en
una subasta en Londres. Una investigación más detallada del material que
desfiló por las salas de venta Puttick y Simpson y por las de la Stevens Auction
así como por instituciones similares en Estados Unidos y Alemania, podría
ayudar a revelar la historia de este saqueo y, quizá a recuperar una información
más detallada sobre la procedencia del material que proviene en gran parte
de sitios arqueológicos y cementerios en los alrededores de Trujillo, Ancón y
Paracas. Un personaje importante para este momento fue Louis Clarke, quien
había viajado por Sur y Centroamérica antes de sus labores como curador del
museo de Arqueología y Antropología en Cambridge desde 1922 (hasta que
se convirtió en director del Fitzwilliam Museum en 1937). Clarke hizo uso de
sus amplios contactos para adquirir material de Suramérica para el Museo de
Cambridge, el Pitt Rivers y el Museo Británico.
Para inicios del siglo XX algunos artefactos tenían orígenes más claros y eran
específicamente buscados por los museos. Por ejemplo, un bien conservado
khipu de 300 cuerdas fue adquirido por el Pitt Rivers Museum en Oxford,
por Henry Ogg Forbes. Existe cierta correspondencia contemporánea en
relación a la adquisición de este khipu en el Perú durante 1928; en ella se
menciona la necesidad de autentificación debido a la existencia de khipus
falsos elaborados en Alemania. El khipu fue comprado en el Perú por el Sr.
Hope-Jones, quien los adquirió de «un hombre profundamente interesado
en la investigación arqueológica, bajo su propia mano fue excavado en
Lurín cerca de Pachacamac, a no gran distancia de Lima». Luego este fue
autentificado antes de su exportación de Perú por Julio Tello.
La contribución británica más valiosa a la investigación peruana en este 413
momento fue realizada por Clements Markham (1830-1916). Markham
Colin McEwan, Bill Sillar

inicialmente partió a Suramérica como cadete en la British Royal Navy en


1844. Luego de buscar el consejo de W. H. Prescott decidió dejar la marina
para viajar nuevamente al Perú, en 1852-1853, explorando los sitios Inca
y las selvas de los Andes orientales, que publicó en 1856 como Cuzco, a
Journey to the Ancient Capital of Peru, informando sobre la historia, geografía
y arqueología de la región. Sin embargo, desde 1854 Markham trabajó en la
«India Office» y fue comisionado para exportar semillas del árbol de cinchona,
la fuente de quinina, del Perú. Su viaje tuvo éxito y proveyó la semilla para
establecer plantaciones en India y Ceilán. En retrospectiva, este acto de «bio-
piratería» puede ser comparado con el paralelo proceso de depredación cultural
implicado en la extracción de las antigüedades de los sitios arqueológicos
del Perú. Desautorizó el control del Perú sobre el comercio de quinina y se
encontró con la justificada hostilidad de las autoridades peruanas, lo que
puede explicar por qué Markham nunca más regresó al Perú. A pesar de
ello, continuó publicando libros populares acerca del Perú, como Travels in
Peru and India (1862) e Incas of Peru (1910). Esto luego contribuyó en gran
medida a despertar el interés en Gran Bretaña y fuera de ella por la arqueología
y cultura peruanas, y fue extensamente citado por Hiram Bingham con quien
Markham intercambio correspondencia previamente al descubrimiento de
Macchu Picchu. Los diccionarios de Quechua elaborados por Markham
(1864; 1907) y su traducción de Ollanta (1871) son unos de los primeros
trabajos ingleses en lengua Quechua. Luego de dejar la India Office, Markham
atendió tanto de secretario (1863-1888) como de presidente (1893-1905) de
la Royal Geographical Society, transformando y reavivando las reuniones y
publicaciones de la sociedad. Asimismo, fue también secretario (1858-1886)
y luego presidente (1889-1910) de la Hakluyt Society, de la que editó unos
treinta volúmenes, gran parte de ellos traducciones de las crónicas españolas
relacionadas a la conquista y colonización del Perú. A pesar de las fuerzas
combinadas de su interés por el pasado del Perú y de su posición en el centro
de la vida institucional británica durante los inicios del siglo XX, Markham
no parece haber apoyado alguna otra expedición o investigación en el Perú.
El 4 de diciembre de 1909, la Illustrated London News anunció la llegada a
Londres de una exótica colección de antigua cerámica peruana. Esta había
sido excavada algunos años antes por Thomas H. Myring, un inglés que inició
su paso por Suramérica trabajando en los altiplanos bolivianos. Allí sufrió
complicaciones por un caso severo de mal de altura, y en un intento por sanar
414 su malestar, aceptó la invitación de un amigo para visitar una gran plantación
de caña de azúcar en el valle de Chicama, en la Costa Norte del Perú. En
La arqueología británica en el Perú, siglos XIX y XX

tanto recuperaba su salud, Myring


organizó una expedición para buscar
el así llamado tesoro «Inca» de oro, que
se rumoreaba haber sido enterrado en
un lugar oculto. Lo que halló en su
lugar fue un gran cementerio Moche.
La presentación en Londres de estos
asombrosos objetos venidos de lejos
generó una mínima reacción en el
momento (fig. 1). El Illustrated London
Figura 1 – Excavaciones en el valle de Chicama (detalle)
News muestra fotografías y dibujos de
Extraído de Illustrated London News la excavación realizados por Myring
y expresa su asombro por este arte
prehistórico que, como lo informa el artículo, fue producido por «un pueblo
altamente civilizado que vivió y floreció alrededor de los 5000 a. C., cuando
nuestra Inglaterra era habitada, si acaso, por una raza de desnudos salvajes.»
(de Bock & McEwan, 2005). Este, por supuesto, era un momento en el que
no existía ningún tipo de marco cronológico objetivo para comprender la
evolución de la civilización indígena en los Andes. Más aún, si las culturas no
occidentales podían producir «verdadero arte» era enérgicamente debatido en
ciertos círculos culturales.
La curiosidad despertada por la llegada de las antigüedades peruanas a
Londres probablemente estimuló o quizás directamente inspiró los esfuerzos
de Thomas Joyce cuando escribió su síntesis pionera The Archaeology of
South America (1912). Él hizo uso de una extensa literatura arqueológica y
de una creciente red de contactos, incluyendo a Max Uhle, en el Perú. Su
libro fue publicado en 1912 y la portada muestra una vívida representación
en acuarelas de una vasija Nasca, provista, a pedido de Joyce, por Max Uhle,
el primer director del recién creado Museo Nacional de Arqueología, en
Lima (fig. 2).
Los intereses comerciales británicos por el Perú comenzaron a decaer alrededor
de la Primera Guerra Mundial, cuando muchos de los primeros inversionistas
fracasaron y consecuentemente la inversión económica de Norteamérica
aumentó. Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, los museos en
Gran Bretaña dejaron de adquirir objetos directamente de Suramérica,
aunque seguían aceptando material donado de algunas personas particulares,
quienes habían ofrecido sus colecciones, incluyendo la notable colección 415
Colin McEwan, Bill Sillar

Figura 2 – Acuarelas de vasijas Nasca de la portada del libro The


Archaeology of South America (1912) de Thomas Joyce

de Henry Wellcome. A pesar del crecimiento de la enseñanza universitaria


de la Arqueología desde 1940 hasta 1970, por muchos años, la arqueología
suramericana no fue impartida en ninguna universidad británica.
La principal excepción a esto fue Geoffrey Bushnell, quien representa una
suerte de puente entre los dos periodos discutidos aquí. Bushnell había
excavado e investigado con anterioridad en Ecuador (Bushnell, 1951), antes
de convertirse en curador del Museo de Arqueología y Antropología en la
Universidad de Cambridge (1948 a 1970). El Museo de Cambridge posee una
gran colección de material del Reino Unido y de alrededor del mundo, y esta
ya incluía una notable colección de material de Suramérica que Louis Clarke
había previamente custodiado. Bushnell empleó sus contactos con arqueólogos
peruanos y norteamericanos (incluyendo una estrecha relación con Larco
Hoyle) para obtener ventajas en la adquisición de una mayor cantidad de
material de Suramérica. Como Markham, y como Joyce antes que él, el
amplio conocimiento de Bushnell y sus excelentes contactos facilitaron su útil
síntesis del conocimiento contemporáneo y de la investigación en desarrollo
en la arqueología peruana, que fue publicada en la serie Ancient People and
Places Series de la influyente editorial Thames & Hudson (Bushnell, 1967).
Bushnell hizo las colecciones de Cambridge más accesibles para cualquiera que
mostrara interés, aunque solo impartió algunas clases ocasionales a estudiantes
416
de arqueología, incluyendo a Warwick Bray y Norman Hammond. Aunque
La arqueología británica en el Perú, siglos XIX y XX

algo imperceptible, su influencia desencadenó una nueva era de investigación,


más rigurosa; así también, marcó el final de las adquisiciones en el Perú.

2. Contribuciones británicas a la arqueología peruana


El legado del periodo colonial esbozado arriba significa que hasta fines
del siglo XX la institución académica en Gran Bretaña privilegió estudios
acerca de Europa, África, Asia del Este e India, dejando a Latinoamérica
palidecer ante ellos. Esto es ilustrado, por ejemplo, por el trabajo de Gordon
Childe (1925), cuyo conocimiento de la cultura material arqueológica a
lo largo de Europa y el Cercano Oriente proveyó una amplia perspectiva
acerca del cambio cultural, que le permitió desarrollar sus conceptos de las
revoluciones neolítica y urbana. Aun así, su limitado interés en los sitios y
culturas de América significó que estos fueran escasamente mencionados en
sus publicaciones; aunque como marxista y materialista histórico, las ideas de
Childe (1951) influenciaron una nueva generación de arqueólogos peruanos y
mexicanos (ver Lumbreras en este volumen). Afortunadamente esta situación
comenzó a cambiar progresivamente y, desde mediados de la década de
1970, las entidades becarias se tornaron más dispuestas a aceptar propuestas
de investigación latinoamericanas, y mostraron un renovado interés por la
arqueología suramericana. Gran Bretaña ha continuado desempeñando
un importante papel en el desarrollo de métodos arqueológicos y teorías,
incluyendo avances en investigación medioambiental, análisis de material,
arqueología del paisaje y arqueología teórica. Estos avances han orientado
las aproximaciones desarrolladas por los arqueólogos británicos trabajando
en el Perú; y como respuesta a ello, algunos aspectos de la arqueología
peruana, como las Arqueología Social de Lumbreras (1984 [1976]) también
han generado impacto en los latinoamericanistas británicos. Paralelamente,
talentosos investigadores como Barbara Pickersgill trabajaron como parte del
equipo arqueobotánico en el proyecto de MacNeish en Ayacucho, con un
particular interés en la domesticación del ají (Pickersgill, 1969).
Warwick Bray fue designado en 1967 como profesor de Arqueología
Latinoamericana en el Instituto de Arqueología de la Universidad de Londres
(llegando justo en el momento en que Gordon Childe se retiraba del cargo de
director del instituto). Este fue el primer cargo laboral de este tipo en Gran
Bretaña, y es así como desarrolló su propia investigación (particularmente en
Colombia); Warwick se convirtió también en un agudo y dedicado guía para 417
Colin McEwan, Bill Sillar

muchos investigadores, con un significativo número de alumnos trabajando


en el Perú. Uno de los primeros entre ellos fue George Bankes —quien trabajó
en el gran proyecto de Chan Chan dirigido por Michael Moseley y Carol
Mackey, y completó su doctorado acerca de Moche (Bankes, 1971; 1972)—.
Entre los estudiantes posteriores se incluían: Ann Kendall, en 1974 acerca de
la arquitectura Inca en la región del Cuzco; Jane Feltham en 1983, acerca de
los periodos Intermedio Tardío e Inca en el valle de Lurín; Frank Meddens
en 1985, acerca de la ocupación durante el Horizonte Medio en el valle de
Chicha/Soras (Meddens, 1991); Sara Lunt en 1987, acerca de la cerámica
Inca y pre-Inca en Cusichaca (Lunt, 1988); Gill Hey en 1999, acerca de la
ocupación durante el periodo Formativo del valle de Cusichaca (Hey, 1984);
Tim Holden en 1999, acerca de los contenidos estomacales preservados y
las prácticas alimenticias en Atacama; y Alexandra Morgan en 1996 acerca
del estilo, cronología y función de las figurinas de arcilla a lo largo de la
costa peruana (Morgan, 1988; 2009). En 1993, Bray (1994) realizó una
sólida petición para ampliar y desarrollar el estudio de las Américas, y en este
sentido, se nombraron profesores en el Instituto de Arqueología (José Oliver
y más reciente Elizabeth Graham y Bill Sillar) (véase también Bray & Glover
(1987) acerca de la ética en las investigaciones en Suramérica). Las décadas
de los años 1980 y 1990 fue un periodo de expansión de los departamentos
de arqueología en Gran Bretaña, y numerosas universidades comenzaron a
designar estudiosos para dictar arqueología latinoamericana e historia del arte.
Esto incluía a Joanne Pillsbury, Steve Bourget y luego a George Lau (University
of East Anglia); Valerie Fraser (Essex University); Penny Dransart (University
of Wales en Lampeter); Elizabeth DeMarrais (University of Cambridge) y,
más recientemente José Iriarte y Marisa Lazzari (Exeter University). Luego
del World Archaeology Congress de 1990 en Venezuela, Tim Holden y Gill
Hey, promovieron un Seminario de Arqueología Suramericana en Londres,
para presentar y discutir trabajos actuales. Estas reuniones continúan
brindando un espacio útil para el desarrollo de una comunidad internacional
de investigadores acerca de Suramérica.
El destacado ejemplo de un esfuerzo por una constante investigación
a gran escala fue iniciado por Ann Kendall a mediados de la década de
1970. El doctorado de Kendall (1985) ha comparado detallados planos de
sitios arqueológicos con descripciones históricas acerca de las instituciones
Inka, teniendo a Cusichaca como su principal área de estudio. El Proyecto
418 Arqueológico Cusichaca (1978 a 1986) fue concebido en parte para evaluar
La arqueología británica en el Perú, siglos XIX y XX

y examinar sus interpretaciones acerca del uso del espacio por los inka, a
través de prospecciones más detalladas y excavaciones a gran escala. Una
preocupación adicional era el desarrollo a largo plazo de la región Cusichaca,
desde el Formativo en adelante, para entender el contexto social dentro del
que la actividad Inca se ubicó. Un objetivo específico fue el aterrazamiento a
gran escala y la construcción de canales, que incrementaron significativamente
la producción agrícola en la zona, para entender la intensificación agrícola
prehistórica, y para rehabilitar el canal Inca y mejorar la calidad de vida de
los ocupantes actuales. El proyecto unificó un amplio grupo de voluntarios
peruanos y británicos, estudiantes y especialistas para trabajar como un
equipo integrado con un fuerte énfasis en estudios paleoecológicos y
medioambientales, reflejando la influencia de las nuevas tendencias en teoría y
metodología de campo, incluyendo la aplicación de la matriz de Harris para el
registro de contextos particulares dentro de excavaciones en área (Hay, 1999),
hidrología de canales (Farrington, 1979; 1984; 1985), petrología cerámica
(Ixer & Lunt, 1991), arqueobotánica
(Holden), y análisis de suelo (Keeley,
1984); así como reconocimientos
y prospección más tradicionales
(Drew, 1984) y la distribución de
infraestructura de aterrazamiento e
irrigación (Kendall, 1991) (fig. 3).
Un gran número de estudiantes y
voluntarios fue empleado durante los
8 años en que el proyecto demandó
apoyo logístico; desde 1978 a 1981
este apoyo logístico fue provisto por
la armada británica en la Malvinas.
Muchos de los estudiantes que
trabajaron en el proyecto continuaron
en busca de desarrollar sus propios
proyectos de campo en el Perú, entre
ellos están Fernando Astete, Brian
Bauer, Frank Meddens, Bill Sillar y
Julinho Zapata.

Figura 3 – Excavaciones de 1981 en un sistema de


Un objetivo importante del Proyecto
regadío prehispánico por el Proyecto Cusichaca Cusichaca original fue trabajar con 419
Foto: Equipo del Proyecto Cusichaca las comunidades locales para restaurar
Colin McEwan, Bill Sillar

algunas partes útiles de los antiguos aterrazamientos y sistemas de irrigación


como medio para aminorar la pobreza en las comunidades andinas del
presente. Es necesario considerar el contexto político de este trabajo durante
los primeros años del proyecto cuando las reformas agrarias llevadas a cabo
por el gobierno militar de Velasco (1968-1975) permitieron a los campesinos
locales obtener el control sobre sus tierras frente al hacendado. En la parte baja
del valle de Cusichaca, la recientemente constituida comunidad de Chamana
estaba mayormente conformada por antiguos trabajadores de hacienda, muchos
de los cuales no eran oriundos de la zona. Esto significó que la comunidad
tuviera un especial interés en trabajar unidos en busca del mejoramiento
de su productividad (fig. 4). Inicialmente, la investigación arqueológica se
concentró en el estudio del sistema de regadío de Quishuarpata, y su desarrollo
a lo largo de un periodo de mil años (Kendall, 1991b). El reconocimiento y
excavación arqueológicos fueron combinados con estudios agroecológicos, de
vegetación y de suelos, y estos resultados revelaron cómo las terrazas de los
periodos Intermedio Tardío e Inca fueron elaboradas en base a una selección
del terreno adecuado, al control de la
velocidad del flujo de agua en los canales,
el escoger cuidadosamente las rocas para
la construcción, arcilla para sellar bajo el
agua, y arena y gravilla para un adecuado
drenaje que facilite la producción de
dos cosechas al año. Aunque estos tipos
de estructuras poseen una larga historia
en los Andes, originalmente fueron
construidos y mantenidos mediante una
buena organización del trabajo y para los
años 1970, muchos sistemas de canales
habían caído parcialmente en desuso o
incluso en el completo abandono.
Numerosos aspectos de la investigación
arqueológica fueron específicamente
diseñados para investigar la antigua
tecnología agrícola, incluyendo los
estudios de la ruta del canal principal,
de ingeniería hidráulica y topografía, de
Figura 4 – Estudio y rehabilitación de los canales de
420 la compleja ingeniería para controlar la regadío, en Ayacucho
velocidad del agua y su distribución, y la Foto: Equipo del Proyecto Cusichaca
La arqueología británica en el Perú, siglos XIX y XX

construcción de terrazas en relación a la fertilidad de los suelos modernos;


en tanto los estudios sociológicos y antropológicos facilitaron análisis acerca
del comercio local y el potencial de mayores mercados a considerar si la
mejorada productividad resultara económicamente beneficiosa. Durante la
restauración del canal tradicional de Quishuarpata la tecnología fue estudiada
y aplicada lo mejor que se pudo, empleando materiales locales de piedra, arena
y arcilla, y trabajando con la comunidad local para educar a generaciones
futuras en la práctica de esta tecnología andina. Un aspecto importante de
este ‘proyecto de desarrollo’ fue que la información obtenida de los proyectos
de restauración agrícola permitieron interpretar la información arqueológica
acerca de la tecnología y organización social de los sistemas agrícolas andinos,
y ha influenciado en cómo es entendido el Periodo Intermedio Tardío en la
región del Cuzco, con fuerte evidencia del surgimiento de la complejidad
y el desarrollo agrícola que anteceden a lo Inca como un estado expansivo
(Kendall, 1991a; 1996).
El experimento en Cusichaca logró un éxito notable. No solo rehabilitó
canales y retornó campos aterrazados a la producción, sino que a través de la
participación local en este trabajo la comunidad de Cusichaca se unificó más
y desarrolló entidades políticas mejor cimentadas, incluyendo un calendario
estructurado para el trabajo de mantenimiento en relación a la distribución
del agua irrigada. Hacia finales de las labores en el valle de Cusichaca,
Ann Kendall empleó esta experiencia para conformar el Fondo Cusichaca
(Cusichaca Trust) como una ONG que trabaja con comunidades rurales
deseosas de restaurar las tradicionales terrazas agrícolas andinas y canales de
regadío, así como otros trabajos de desarrollo (como el agua potable, salud
y nutrición) que buscan reducir la pobreza e incrementar la autosuficiencia.
El fondo ha mostrado que los logros tecnológicos del pasado no son
sencillamente objeto para la investigación académica, sino que, a través de la
«arqueología aplicada», el conocimiento puede ser empleado para solucionar
problemas contemporáneos. Entre 1987 y 1997 otros proyectos similares
fueron implementados en el valle de Patacancha ubicado en Ollantaytambo.
Esto fue durante el auge de las actividades de Sendero Luminoso, un periodo
de tensión y desconfianza durante el que numerosos proyectos abandonaron
sus actividades en el Perú. Desde 1998 hasta la actualidad, un proyecto del
Fondo Cusichaca trabaja en la zona de Andahuaylas, Apurímac. Aunque
estos proyectos han tenido un fuerte enfoque en proyectos de desarrollo,
han sido siempre combinados con investigación arqueológica acerca de los 421
desarrollos culturales en el área —particularmente en relación a los periodos
Colin McEwan, Bill Sillar

Intermedio Tardío e Inca (e.g. Kendall, 1992; Kendall & Sillar, 1995)—.
De especial significancia ha sido el trabajo medioambiental para investigar
acerca de los cambios en las prácticas agrícolas y de los periodos previos de
intensificación agrícola en relación al cambio climático (e.g. Chepstow-Lusty
et al., 1996; 1997; 1998; 2003; Chepstow-Lusty & Winfield, 2000; Branch
et al., 2007). La información obtenida de esta investigación arqueológica y
medioambiental ha sido el eje del Fondo Cusichaca en su compromiso con el
desarrollo sostenible, incluyendo la asesoría para restauraciones de canales y
terrazas (Kendall, 1992; 199; Kendall & Rodríguez, 2001).
Un gran número de proyectos de campo arqueológicos de varias temporadas
tuvieron lugar durante las últimas tres décadas del siglo XX y la primera
década del siglo XXI. Frank Meddens dirigió una prospección y excavación
en la cuenca del Chicha-Soras, concentrándose en una evaluación del
imperialismo Wari. Aunque Chincha-Soras no fue un área central de control
Wari, la ocupación Wari se inicia durante el Horizonte Medio 1 con mayor
cantidad de sitios y una creciente intensificación agrícola durante el periodo
Wari (Meddens, 1985; 1991). Meddens también identificó la ocupación Inka,
incluyendo ofrendas Inca en sitios Wari (1994) y plataformas a gran altura
que fueron posteriormente investigadas por el Proyecto Ushnu (véase abajo).
Otros proyectos incluyen la prospección de Jane Feltham (1983; 1984) de la
ocupación del valle de Lurín durante los periodos Intermedio Tardío e Inca.
David Browne hizo un trabajo de prospección en sitios Nazca en la provincia
de Palpa (Browne & Baraybar, 1988; Browne, 1992; Browne et al., 1993);
Bill Sillar exploró y excavó en Raqchi, investigando la construcción y función
del centro ritual Inka, identificando un importante centro administrativo del
Horizonte Medio en el sitio, así como realizando una prospección regional
junto a Emily Dean y Amelia Perez Trujillo, que se concentró en la ocupación
de mayor alcance durante el Periodo Intermedio Tardío (Sillar, 2002; Sillar
& Dean, 2004). Steve Bourget (quien obtuvo su doctorado en Montreal,
Canadá en 1994) se encontraba en el Sainsbury Centre, de la University
of East Anglia entre 1995 y 2001 combinando sus estudios de iconografía
Moche con el trabajo arqueológico de campo en Huaca de la Luna (1995-
1998), donde identificó y excavó un centro principal de sacrificios asociado
a entierros de élite, brindando nuevos enfoques acerca de la naturaleza de la
religión y sociedad Moche (Bourget, 2001; 2006). El doctorado de César
Astuhuamán (en el Instituto de Arqueología, UCL) empleó una extensa
422 prospección regional iniciada dentro del marco del proyecto Qhapaq Ñan,
para enfocarse en el sistema vial Inka, con excavaciones controladas para
La arqueología británica en el Perú, siglos XIX y XX

evaluar modelos de la organización provincial Inka en Piura. Así mismo, son


destacables los doctorados de Alexander Herrera y Kevin Lane acerca de los
periodos tardíos en la Región Ancash, y de David Beresford-Jones acerca de la
paleobotánica de la Región Ica, todos ellos desarrollados en la Universidad de
Cambridge. Finalmente, hay que mencionar el doctorado de Gabriel Ramón
en la University of East Anglia acerca de la etnoarqueología de los olleros en
el norte del Perú y su posterior participación en el Proyecto Ushnu.

3. Perspectivas históricas y coloniales


El uso que Markham le dio a los documentos históricos fue continuado
por John Hemming, quien también trabajó como Presidente de la Royal
Geographical Society entre 1975 y 1996. Al igual que Markham, Hemming
había viajado, investigado y escrito acerca de la Amazonía brasilera, pero su
primer libro fue el influyente Conquest of the Incas (1970) que elaboró en base
a documentos históricos acerca de los primeros años de la conquista española
y la resistencia inca. Un libro posterior, Monuments of the Incas (1982,
revisado en 2010) publicado con el fotógrafo americano Edward Ranney
combinó sorprendentes imágenes en blanco y negro con descripciones vividas
y detalladas de sitios clave. En ambos casos, es el empleo que Hemming le dio
a los documentos y su atento análisis lo que destacan en sus rememorativas
descripciones. Hugh Thomson ha continuado en esta corriente con mayores
interpretaciones de sitios tanto reutilizados como Inka y pre Inka en los dos
volúmenes de The White Rock: An Exploration of the Inca Heartland (2001) y
Cochineal Red: Travels through Ancient Peru (2006).
Una innovadora investigación de archivo ha sido realizada por Gabriela Ramos
(2010) (University of Cambridge), destacando los cambios en las prácticas
funerarias en Death and Conversion in the Andes. Lima and Cuzco 1532-1670.
Valerie Fraser (University of Essex) ha investigado el arte y la arquitectura del
Perú colonial temprano, particularmente The Architecture of Conquest: Building
in the Viceroyalty of Peru, 1535-1635 (1990). Así mismo, Fraser ha supervisado
también una serie de doctorados enfocados en los Andes, incluyendo la tesis
de Adrian Locke (2001) acerca de la práctica religiosa colonial en Cuzco
y Lima, el trabajo de Paul Steele (2003) acerca de los orígenes míticos
de los inka, y el de Cristiana Bertazoni (2007) acerca de las acciones Inca
frente a sus territorios orientales en el Antisuyu. Un factor adicional en el
desarrollo de las aproximaciones a la investigación en los Andes ha sido la
influencia de antropólogos británicos trabajando en Bolivia, particularmente 423
Colin McEwan, Bill Sillar

el trabajo de Tristan Platt, Olivia Harris y Denise Arnold, quienes han


empleado documentos históricos para obtener una mejor comprensión de
la organización social precolombina. En el Centre for Amerindian Studies en
la University of St. Andrews, Scotland Douglas Gifford, Leslie Hoggarth y
Tristan Platt han supervisado a un amplio número de estudiantes de doctorado
y presidido importantes conferencias, incluyendo «Andean Studies» (1985);
«Archaeoastronomy» (1990); «Andean Kinship and marriage» (1994); y
«Andes-Amazon: Comparisons, Connections and Frontiers» (2006).

4. Colecciones de museo e investigación de artefactos


Los artefactos peruanos en Gran Bretaña que fueron adquiridos durante el siglo
XIX e inicios del XX han sido objeto de las más recientes investigaciones basadas
en colecciones, algunas veces complementadas con trabajo de campo. Por
ejemplo, una colección de 600 vasija cerámicas, principalmente Chimú, de la
región de Pacasmayo, originalmente adquirida por J. H. Spottiswode, fue luego
de propiedad del British Museum y algunas vasijas fueron trasladadas a Oxford,
Cambridge, Bristol, Liverpool y Salford. Dos importantes trabajos de Linda
Mowat (1986-1987; 1988) investigan acerca de la tecnología de producción de
estas piezas, identificando un pequeño número de vasijas semejantes elaboradas
en el mismo molde. Kirsten Halliday ha utilizado desde entonces la colección
Chimú del British Museum (c. 900 vasijas Chimú y asociadas a este estilo, y 100
textiles estilo Chimú) complementando el material excavado mantenido en el
Perú, para análisis comparativo de las técnicas aplicadas para crear la iconografía
Chimú y evaluar el grado de control estatal sobre la producción. Mayores trabajos
acerca del material peruano han sido realizados por Colin McEwan, incluyendo
investigaciones acerca de las técnicas alfareras y del trabajo en oro, lo que ha
generado exhibiciones y conferencias llevadas a cabo en el British Museum
(McEwan, 1997; 2001; McEwan & de Bock, 2003; de Bock & McEwan,
2005). Ha existido un constante interés por los textiles peruanos, incluyendo el
primer catálogo de los textiles custodiados por el Victoria and Albert Museum,
elaborado por Smith (1926). En años recientes, el trabajo de Jane Feltham se ha
enfocado en los textiles de la zona de Pachacamac (2002; 2006; 2007; 2010) y
el de Penny Dransart en la relación entre el pastoreo de camélidos, los textiles y
la vestimenta (Dransart, 1992; 1993; 1995; 2000; 2002). El doctorado de Ian
MacKay (1998) en la Universidad de St. Andrews fue también una investigación
acerca de textiles prehispánicos, analizando cómo las técnicas de producción
424
de vestimenta influenciaron en tecnologías más complejas y en el simbolismo.
La arqueología británica en el Perú, siglos XIX y XX

Actualmente, el enfoque en los textiles peruanos ha sido desarrollado a través


de proyectos integrales auspiciados por el British Museum, para mejorar la
identificación de tintes, colorantes y pigmentos aplicados en los textiles andinos.
George Bankes (1980; 1984; Bankes & Baquedano, 1992) continúa en su interés
por los ceramios Moche, combinando un enfoque en el material custodiado por
el Manchester Museum, donde fue curador, con su trabajo etnográfico acerca
de los ceramistas de la Costa Norte. Alexandra Morgan (1996; 2009) investigó
acerca del desarrollo y estilos regionales de las figurinas de arcilla. John Merkel ha
forjado una permanente colaboración con Izumi Shimada desde sus excavaciones
en Batán Grande, contribuyendo con un detallado análisis de las aleaciones de
cobre al enfoque del proyecto acerca del contexto social de la tecnología andina
(Merkel et al., 1994; 1995; 2000; Shimada & Merkel, 1991; Shimada et al.,
1999). George Lau (2011) ha combinado el trabajo arqueológico de campo con
interpretaciones de la cerámica iconográfica para desarrollar un conocimiento
más profundo de la cultura Recuay. Gran parte del trabajo de Lau se ha centrado
en el papel del culto a los ancestros, la guerra y el arte (Lau, 2002; 2004; 2005;
2006; 2010; 2011 —ver figura 5—. El trabajo de Lau, así como el de Joanne
Pillsbury y Steve Bourget (quienes estuvieron previamente en el Sainsbury
Centre, de la University of East Anglia), y del mismo modo, el de sus estudiantes
Jean-Francois Millaire y David
Chicoine ha combinado
el trabajo de campo con la
investigación de las colecciones
de museo para concentrarse en
las relaciones entre personas,
objetos y arquitectura. Sus
trabajos han sido influenciados
por estudios acerca de la cultura
material y por los departamentos
de antropología, especialmente
en el Reino Unido, pero también
en el continente europeo y
en los Estados Unidos. Este
es un campo que esperamos
desarrollar intensamente en el
futuro, en la medida que nuestra
Figura 5 – Recinto fortificado de Yayno, Ancash, un sitio apreciación es que la iconografía
asociado a la sociedad Recuay
puede ser comprendida de mejor 425
Foto: George Lau
Colin McEwan, Bill Sillar

manera a través del análisis de los materiales y las técnicas empleadas para
darle forma, y que esto puede proveer enfoques útiles acerca de la organización
social de sociedades pasadas. El continuo desarrollo de habilidades, equipos
y aproximaciones teóricas requeridas para el detallado análisis de artefactos,
combinado con la oportunidad de trabajo integral que relacione las colecciones
de museo con una mayor cantidad de material recientemente excavado y con
un mejor conocimiento de las arqueologías regionales, puede brindar grandes
oportunidades de trabajo a futuro en los Andes.

5. Metodologías de campo interdisciplinarias


Estudios etnográficos de la producción contemporánea de cerámica también
han sido empleados como un medio para obtener un mejor conocimiento
de la antigua tecnología y contexto social andinos. Este trabajo tuvo un
sólido inicio con el registro que George Bankes realizó acerca del uso de la
producción de la paleta y el yunque en la Costa Norte del Perú, y comparó
esto con la cerámica Moche (Bankes, 1985; 1988; 2003). Bill Sillar continuó
realizando estudios etnográficos en el departamento de Cuzco, Perú, acerca de
las variaciones en la producción cerámica, intercambio, y uso en relación a la
organización de las estructuras familiares y comunales. Ha registrado métodos
de preparación de arcilla, técnicas de dar forma y de cocción, la organización
de las comunidades con diferentes especializaciones en manufactura, y los
cambios estacionales en las actividades de manufactura y agrícola. Distintos
tipos de bienes (v.g. cerámica, producción agrícola, u objetos rituales) son
producidos e intercambiados de modos diferentes, dependiendo del momento
del año y las obligaciones sociales locales, y esto tiene implicancias para los
modelos etnohistóricos que los arqueólogos emplean (1996; 1997b; 2000;
2010). Asimismo, él analiza el papel de la cerámica en la preparación y servido
de la comida y bebida en las comidas diarias y en los festivales anuales, en torno
a las relaciones sociales que estas actividades generan. El trabajo etnográfico
de campo ha sido útil también para el estudio del papel de las miniaturas y
preparación de ofrendas, al analizar las implicancias del animismo andino en
las interpretaciones arqueológicas (Sillar, 1997; 2004; 2009; Dransart, 1995;
2000). Más recientemente, el trabajo doctoral de Gabriel Ramón (2008) (en
la University of East Anglia) empleó un estudio etnográfico de los ceramistas
en los alrededores de Piura, concentrándose en la identificación de diferencias
en los métodos de elaboración de cerámica al utilizar distintos conjuntos
426
de herramientas y técnicas en diferentes comunidades; y cómo estos «estilos
La arqueología británica en el Perú, siglos XIX y XX

técnicos» reflejaban un largo proceso de aprendizaje en torno a las arcillas


y herramientas, permitiendo una mejor comprensión de la distribución
espacial de la producción cerámica. Esto se complica aún más por el papel de
los ceramistas itinerantes (denominados como ceramistas golondrinos, por su
migración estacional de sus hogares para elaborar cerámicas en comunidades
más distantes), y por las implicancias de esto para los estudios de cerámica y
distribución en arqueología (Ramón, 2011).
Se han desarrollado una cantidad de proyectos de campo dirigidos por
investigadores británicos, especialmente con la influencia del Institute of
Archaeology de Londres, donde existe una fuerte tradición de enseñanza y
entrenamiento en estudios paleoecológicos y más amplias investigaciones
acerca de arquitectura y paisaje. Hacia fines del siglo XX ha generado un fuerte
compromiso por parte de los proyectos arqueológicos dirigidos o financiados
desde el Reino Unido, que ha contribuido con innovadoras aproximaciones
teóricas y aplicado nuevas metodologías de campo. Ian Farrington, por
ejemplo, desarrolló en los años 1980 la arqueología del paisaje y el estudio
de las fincas Inca, que luego fue desarrollado más ampliamente por el trabajo
de Ken Heffernan (1996) en la zona de Limatambo, e influenció el posterior
trabajo de Farrington acerca del concepto de Cuzco (Farrington, 1998; 2010a;
2010b). Más recientemente, Simon Hillson (2004) ha venido trabajando con
Sonia Guillén en la investigación de la salud y nutrición mediante el análisis
de los restos humanos, particularmente el estudio de los dientes, en el valle de
Ilo y la región de Chachapoyas.
Elizabeth DeMarrais fue designada como catedrática de Arqueología de la
Américas en la University of Cambridge. En tanto, su propio trabajo de
campo se había enfocado en el Noroeste argentino; ella supervisó un grupo
de estudiantes de doctorado que trabajaban en el Perú, incluyendo a Melissa
Goodman, cuyo trabajo trataba acerca de los aterrazamientos y la fertilidad
del suelo en el valle del Mantaro. También asesoró a Alexander Herrera (2005;
2007), quien trató acerca del paisaje y los patrones de asentamiento en el Alto
Marañón; y a Kevin Lane (2006; 2009), quien se centró en las adaptaciones
agropastoriles, incluyendo el manejo del agua y de las terrazas en los Andes del
norte; también han trabajado juntos para promover una mayor integración
en la investigación de la región de Ancash (Lane et al., 2006).
En la Costa Sur, David Beresford-Jones (University of Cambridge) ha
dirigido un grupo que investiga la interacción hombre-paisaje en el valle de
427
Ica durante la ocupación Nasca. Las ideas de «colapso» han impregnado las
Colin McEwan, Bill Sillar

interpretaciones arqueológicas a nivel mundial, pero quizá en ningún lugar


en mayor grado que en los Andes Centrales. Aquí, el cambio cultural ha sido
largamente explicado por el modelo de «equilibrio interrumpido», afectado
por las perturbaciones climáticas de El Niño. La investigación de Beresford-
Jones aborda el caso de Nasca, que floreció a lo largo del oasis ribereño en
la hiperárida costa sur del
Perú, hasta el 500 d.n.e.
aproximadamente (fig. 6).
En tanto él halla mayor
evidencia de una gran
inundación causada por El
Niño alrededor del tiempo
del colapso y fragmentación
de los nasca, su
investigación trata también
una secuencia de eventos
más paulatinos, inducidos
por el hombre, que se
implican bajo este supuesto
Figura 6 – Vista de un sector del valle de Ica sobre el cual se colapso catastrófico: en
dieron estudios de paisaje paleo-ambiental
Foto: David Beresford-Jones particular, la deforestación
del bosque ribereño para
generar espacio para el maíz, algodón y otras cosechas. Beresford-Jones
argumenta que los valles costeros del sur del Perú permanecieron densamente
forestados hasta bien entrado el periodo Nasca, atenuando el impacto de
los eventos causados por El Niño, y permitiendo adaptaciones agroforestales
hasta ahora menospreciadas. La deforestación gradual eventualmente
permitió la crisis ambiental, a pesar del incremento dramático del nivel del
río y la erosión del viento, y precipitó la desertificación radical. Más aún, este
proceso gradual generó y culminó, durante el posterior Horizonte Medio
(c. 750 AD), en un periodo de marcado cambio cultural en la Costa Sur
(Beresford-Jones, 2011; Beresford-Jones et al., 2009; 2011).
Paul Heggarty y David Beresford-Jones (2010; 2012) han colaborado al
explorar la relación entre la evidencia arqueológica y lingüística en relación al
cambio cultural y el movimiento de población en la prehistoria, proponiendo
sus propios argumentos acerca de que el cambio lingüístico puede ser
428 relacionado con las expansiones Chavín y, particularmente, Wari; sugiriendo
que estos horizontes se relacionan con cambios mayores en la productividad
La arqueología británica en el Perú, siglos XIX y XX

agrícola y aumento de la población, así como su aproximación al momento


señalado por las propuestas lingüísticas para la expansión, primero, del
Aimara, y luego del Quechua. Quizá, más importante que sus propias
interpretaciones han sido la serie de conferencias que han organizado en
Cambridge, Londres, Lima y Leipzig, que han servido para animar un fuerte
debate interdisciplinario y publicaciones acerca de estos temas (Heggarty &
Pearce, 2011; Kaulicke et al., 2012; Heggarty & Beresford-Jones, 2012).
En los Andes Sur-centrales, Frank Meddens inició la investigación acerca
de las plataformas Inca en los picos de montaña alrededor de la cuenca de
Ayacucho, junto con su colega peruano Cirilo Vivanco, quien había iniciado
la identificación de estos sitios en el marco del proyecto Qhapac Ñan
(Meddens, 1997). Posteriormente, se unió a él el especialista en suelos, Nick
Branch (Reading University), y Colin McEwan (Museo Británico), quienes
han dirigido en conjunto el registro sistemático y estudio interdisciplinario de
esta nueva categoría de estructuras Inca en elevadas alturas (fig. 7) (Meddens
et al., 2010).

Figura 7 – Plataforma Inca de altura, Cuenca del Ayacucho


Foto: Colin McEwan

Conclusiones
Nuestro entendimiento de la arqueología peruana se ha desarrollado
significativamente en años recientes, y los investigadores británicos han
429
sido capaces de contribuir con este desarrollo. Estas contribuciones han
Colin McEwan, Bill Sillar

sido más importantes para los campos de estudios del paisaje, investigación
medioambiental, y análisis de material, antes que para excavaciones a gran
escala o descubrimientos asombrosos.
En la primera parte de este trabajo, posicionamos el papel de Gran Bretaña en
la adquisición de antigüedades peruanas, no solo dentro del amplio contexto
político y económico del periodo, sino también en relación a un grupo de
personajes (Markham, Joyce, Bushnell), quienes sintetizaron el conocimiento
y la literatura que se encontraba disponible para ellos al producir sus propios
e innovadores estudios. Las colecciones de museo conformadas durante
finales del siglo XVIII hasta los inicios del siglo XX poseen un potencial de
investigación que recién ha comenzado a ser asimilado en años recientes.
Existen oportunidades para reconstruir las historias ocultas de estas
colecciones, de rastrear la biografía de artefactos en particular, curadores y
coleccionistas, con la finalidad de identificar dónde y cuándo el material fue
obtenido en el Perú. Estas también pueden ser analizadas junto con el material
recientemente excavado, para tratar temas que abarquen desde iconografía,
tecnología y análisis de material. En tanto se ha marcado un punto de partida,
claramente queda mucho por hacer.
La fase de adquisición de material del Perú llegó a su fin durante el descenso
económico entre las dos guerras mundiales, pero no fue sino hasta fines de la
década de 1960 que arqueólogos profesionales de Gran Bretaña comenzaron
a investigar en el Perú. Estos investigadores se han unido a colegas peruanos
para explorar la aplicación y adaptación de investigaciones medioambientales,
análisis de material, GIS, aproximaciones paisajísticas y teóricas en diferentes
configuraciones ambientales. Es importante enfatizar que este no ha sido
un proceso unilateral, en medida que los descubrimientos e ideas de Tello,
así como la arqueología social de Lumbreras, entre otros han tenido un
significativo impacto en el pensamiento británico. Es de esperarse que dentro
de los próximos 100 años podamos comenzar a reportar la influencia de la
arqueología peruana en Gran Bretaña, y deseamos, recibir una expedición
peruana para realizar investigación arqueológica en el Reino Unido.

Agradecimientos
Los autores deseamos extender un agradecimiento especial a Henry Tantaleán y César
Astuhuamán por su invitación a contribuir al simposio y a este volumen. También
430 estamos agradecidos por los comentarios y sugerencias ofrecidas generosamente por
La arqueología británica en el Perú, siglos XIX y XX

Warwick Bray y George Bankes así como también la información adicional sobre los
proyectos individuales suministrada por Ann Kendall, Frank Meddens, George Lau
y David Beresford-Jones. También queremos agradecer a Cristiana Bertazoni por su
asistencia con las imágenes. Los autores somos los únicos responsables por cualquiera
de los errores involuntarios de omisión o comisión.

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442
La relación de los investigadores cubanos con la arqueología peruana (1953-2008)

La relación de los investigadores cubanos


con la arqueología peruana (1953-2008)

Racso Fernández Ortega


Anderson Calzada Escalona

Introducción
Poco o nada se conoce sobre los trabajos de especialistas cubanos en tierras
peruanas. Sin embargo, desde la década de 1950, se han ido sucediendo las
incursiones de algunos colegas en campañas e investigaciones arqueológicas en
esas tierras. Sus obras han tenido una repercusión favorable dentro del ámbito
académico de la disciplina no solo en el área suramericana, sino también en
otras regiones del orbe. No caben dudas de que los científicos cubanos más
conocidos en el terreno de la arqueología peruana fueron los Drs. Ernesto E.
Tabío Palma (1911-1984) y Antonio Núñez Jiménez (1923-1998), aunque
no fueron los únicos que brindaron su aporte a estos estudios, pues otros
también lo han hecho como miembros de diversos proyectos internacionales
cooperando con instituciones investigativas y docentes del Perú.
Este breve escrito es un reporte sobre los estudiosos cubanos que, en su afán
por develar a la ciencia los misterios ocultos de la arqueología, traspasaron
las fronteras geográficas de su propio país para contribuir con su esfuerzo y
constancia al conocimiento, también atrayente, de la arqueología peruana.
443
Pero antes, se impone hacer un recuento sucinto de los avatares históricos de
Racso Fernández Ortega, Anderson Calzada Escalona

la región andina, así como del desarrollo de los estudios arqueológicos en esta
zona geográfica.
Cuando en 1526, en la isla del Gallo, situada junto a la actual ciudad
colombiana de Tumaco, Francisco Pizarro, advirtiendo el descontento de la
tropa que comandaba hacia la conquista de «El Birú» —como se conocía
al Perú en esa época—, y las infructuosas tentativas que realizó para que los
soldados siguieran adelante, trazó con su espada sobre el suelo la raya que
garantizaba —según él— fama y riquezas para los que la cruzaran y todo
lo contrario para los que decidieran regresar. Entonces solo trece aguerridos
compatriotas suyos —los Trece de la Fama—, decidieron cruzar la línea. Este
acontecimiento tan baladí en apariencia, selló la suerte del Imperio incaico.
Tras la conquista y ocupación del territorio peruano, la España imperial de
Carlos V estableció en 1548 el Virreinato del Perú que duró hasta 1824
cuando, tras la batalla de Ayacucho —último gran enfrentamiento dentro de
las campañas terrestres de las guerras de independencia hispanoamericanas—,
se sentaron las bases para la consolidación del poder republicano en el Perú,
que ha llegado hasta nuestros días.
Dentro de este marco cronológico el interés, conocimiento y estudio del Perú
antiguo, a través de sus restos materiales, así como de los descubrimientos,
exploraciones e investigaciones arqueológicas, se han ido acrecentando. Los
primeros interesados en transmitirnos datos, a veces no tan fidedignos, sobre
el proceso cultural de los antiguos pueblos del Perú, fueron los cronistas
de Indias, entre los que podemos mencionar a Pedro Cieza de León y al
Inca Garcilaso de la Vega. Aunque nos legaron datos en sus obras de sumo
interés etnográfico, con respecto a los monumentos indígenas de específico
valor arqueológico se limitaron —y esto es comprensible dado el nivel de
conocimientos que poseían sobre los mismos— a detalles circunstanciales o
descriptivos.
Sin embargo, cabe destacar que en este período los primeros registros de
interés arqueológico lo constituyen las «Actas de fundición, quilatación y
reparto del Rescate de Atahualpa y Tesoros del Cusco», de 1533, así como
las noticias e inventarios de las piezas enviadas al rey de España como parte
del quinto real, en 1534. Al ser confeccionadas con fines totalmente ajenos al
interés científico, su valor, aunque real, es testimonial más que arqueológico.
Andando el tiempo, el desconocimiento del tesoro patrimonial peruano se
444 convirtió en curiosidad. El siglo XVIII y la primera mitad del XIX, hicieron
gala de esta cualidad, cuando al volver la vista hacia épocas anteriores, se quiso
La relación de los investigadores cubanos con la arqueología peruana (1953-2008)

inquirir sobre civilizaciones desaparecidas e interesarse por los objetos de los


antiguos. Fueron sobre todo los viajeros quienes motivaron a «curiosear» sobre
el pasado indígena. Si bien en sus obras hay datos útiles para la Arqueología,
estas no son textos de carácter arqueológico, pues dichos viajeros, ante todo
fueron naturalistas y como tales observaron el país. Por ejemplo, el naturalista
alemán Eduardo Federico Poepigg escribió una obra geográfica impresionante
entre 1835 y 1836, Viajes por Chile, Perú y el Amazonas; y el geógrafo italiano
Antonio Raimondi, que vivió durante cuarenta años en el Perú, desde 1850
hasta su muerte en 1890, publicó en 1876 una descripción geográfica general
del Perú, resultado de sus exploraciones en esta área (Raimondi, 1876).
La proclamación de la Independencia y el inicio de la República no tuvieron
mayor significado en cuanto al desarrollo formal de las investigaciones
arqueológicas propiamente dichas. Sin embargo, entre 1824 y 1860, se marcó
un nuevo concepto en cuanto a la valoración de las antigüedades peruanas
como necesidad de identificación nacional y de contribución a la formación
del nuevo Estado que surgía como nación independiente.
Corresponde a la segunda mitad del siglo XIX la cabal iniciación en la
investigación arqueológica. No obstante, conviene señalar que las primeras
excavaciones de interés arqueológico se realizaron en el siglo XVIII y las
condujeron Louis de Feuillée entre 1709 y 1711, François Amadeo Frezier,
entre 1712 y 1714 y Joseph Dombey, entre 1778 y 1785, quien salvo unas
centenas de vasijas de cerámica y un tejido que envió como presente al rey de
Francia, Luís XVI; de su trabajo no queda nada sustantivo.
La publicación de Historia de la conquista del Perú de William H. Prescott en
1847, constituyó un verdadero estímulo intelectual que condujo a diversos
investigadores extranjeros a emprender la exploración sistemática del Perú,
sea para conocer la vida de sus antiguos habitantes, sea para reunir colecciones
de objetos prehispánicos, destinadas a los grandes museos europeos y de los
Estados Unidos que, por entonces, se formaban.
La nueva conciencia sobre el pasado peruano se revelaba muy lentamente.
A mediados del siglo XIX los hallazgos realizados durante los trabajos de
expansión agrícola, así como de construcción vial y tendido de líneas férreas
permitieron la formación de colecciones arqueológicas privadas, a la vez que
dieron pábulo a que buscadores de tesoros y anticuarios se lanzaran con gran
acuciosidad sobre cementerios y huacas en busca de tesoros fabulosos. Muy
poco eran entonces los interesados en la información científica que pudiera 445
obtenerse de tales repositorios.
Racso Fernández Ortega, Anderson Calzada Escalona

En este punto debe destacarse la obra inicial de Mariano Eduardo de Rivero


y Ustariz, culminada en 1851 con la publicación del primer manual de
arqueología del Perú, Antigüedades Peruanas. Otros investigadores comienzan
a hacer aportes a la arqueología peruana: Sir Clements R. Markham establece
la primera periodización del Perú prehispánico: incaico y preincaico; Ephraim
G. Squier hace la primera exploración arqueológica de todo el territorio,
practica las primeras excavaciones científicas y registra las asociaciones de
las tumbas; Ernst Middendorf señala la importancia de los estratos Chavín;
entre otros. Pero los trabajos arqueológicos propiamente dichos se inician
con las excavaciones en Ancón por Wilhelm Reiss y Moritz Alfons Stübel. Su
libro Das Todtenfeld von Ancón in Perú. Ein Beitrag zur Kenntnis der Kultur
und Industrie des Inca-Reiches (1880-1887) (El cementerio de Ancón en Perú.
Un aporte al conocimiento de la cultura y la industria del Imperio inca), es
en la arqueología del país andino el primer informe sistemático sobre una
excavación a gran escala.
Deben mencionarse además a Charles Wiener, Thomas Joseph Hutchinson y
Knut Hjalmar Stolpe; este último fue el que creó en 1871 la técnica moderna
para la excavación de tumbas. Lamentablemente, de sus excavaciones en
los cementerios de Ancón en 1884, lo único que queda son las colecciones
depositadas actualmente en el Museo Etnográfico de Estocolmo, pues sus
notas de campo desaparecieron.
Dirigida por George Amos Dorsey se realizó la primera expedición
arqueológica al Perú, entre 1891 y 1892, cuando se excavó en Ancón,
Chancay, Santa, Cusco y Tiahuanaco; bajo los auspicios del primer programa
de investigaciones arqueológicas organizado en los Estados Unidos con motivo
de la Exposición Mundial Colombina de Chicago, que estaba dirigida por
Frederic W. Putnam. Posteriormente, entre 1892 y 1898, Adolph F. Bandelier,
con los auspicios del American Museum of Natural History trabajó en el Perú
y Bolivia. Por su parte, entre 1893 y 1903, Max Friedrich Uhle, ayudado
primero por la Universidad de Pennsylvania y luego por la Universidad de
California, Berkeley, excavaría en Pachacamac, Ancón, Moche, Chancay, Ica
y Nazca, sentando las bases definitivas de la arqueología peruana.
De 1905 a 1939 fueron numerosas las expediciones extranjeras que realizaron
investigaciones arqueológicas en el país. Cabe destacar entre otras las dirigidas
por Hiram Bingham —el descubridor para la ciencia de Machu Picchu en
1911—, Alfred L. Kroeber, Samuel K. Lothrop, y entre los peruanos la
446
figura cimera de Julio C. Tello, a quien se le reconoce como el iniciador
La relación de los investigadores cubanos con la arqueología peruana (1953-2008)

de los estudios arqueológicos peruanos. A lo largo de estas investigaciones,


las contribuciones realizadas dan cuenta del desarrollo sistemático de la
disciplina arqueológica, que logró una técnica rigurosa de excavación, índice
de su gradual perfeccionamiento.
Algunas de las contribuciones más importantes realizadas durante el primer
tercio del siglo XX fueron, entre otras, el estudio sobre los tejidos antiguos del
Perú, realizado por Lila M. O’Neale y Alfred L. Kroeber y publicado en 1930,
que establece el primer sistema cronológico para los tejidos prehispánicos;
la identificación, en 1934, del estilo Cupisnique por Rafael Larco Hoyle;
la identificación de la cerámica Kotosh, en Huánuco, por Julio C. Tello,
en 1935 y la inauguración en 1938 del Museo Nacional de Antropología y
Arqueología, organizado por Julio C. Tello.
Válido es decir que gracias al Instituto de Investigaciones Andinas de Nueva
York, creado en 1937, se organizó un programa de exploraciones arqueológicas
en Centroamérica y países andinos donde cuatro de los proyectos de los que
se componía dicho programa, correspondían al Perú. Como resultados de
esos proyectos se hicieron excavaciones en Huamachuco y Cajabamba; en la
costa central del Perú: Ancón, Chancay, Pachacamac y Supe, explorándose
además el Cusco.
Unos de los problemas a los cuales se enfrentaron los arqueólogos que
estudiaron el Perú, fue el de la secuencia cronológica de sus distintas culturas.
Entre los que trataron de resolver esta cuestión se encuentran Sir Clements R.
Markham, al cual mencionamos anteriormente, Max Uhle, que sustentó en
1900 la primera secuencia cronológica de las culturas antiguas del Perú; Julio
C. Tello, entre 1919 y 1942, trató afanosamente de explicar el desarrollo de las
civilizaciones prehispánicas andinas con una interpretación eminentemente
histórico cultural y evolucionista. En 1925 Alfred L. Kroeber, elaboró el
primer esquema cronológico de las culturas andinas, con el propósito que
el cuadro de estilos alfareros pasara a ser una narración cronológica de
acontecimientos.
A partir de estos esquemas, en la Mesa Redonda de Chiclín, celebrada el 7 y
8 de agosto de 1946, Rafael Larco Hoyle estructuró un cuadro cronológico
para la costa norte siguiendo un patrón eminentemente evolutivo. A partir de
entonces, la sistematización de los datos arqueológicos y su ordenamiento en
una secuencia cronológica relativa caracterizan y definen los años posteriores,
teniendo como base los datos procedentes de los trabajos realizados en los 447
valles de Chicama-Virú (1946-1947) e Ica-Nasca (1952-1953).
Racso Fernández Ortega, Anderson Calzada Escalona

El Proyecto Virú, del Instituto de Investigaciones Andinas, con la


participación de las Universidades de Columbia y Yale, y de los Museos de
Historia Natural de Chicago y Nueva York y de la Smithsonian Institution de
Washington, planteó por primera vez la necesidad de elaborar una secuencia
maestra, que permitiera en un área geográfica limitada la ubicación temporal
y la interpretación del proceso cultural, a la vez que sirviera para correlaciones
cronológicas. Por primera vez, los arqueólogos disponían de datos que les
permitían examinar e inferir sobre aspectos tecnológicos, sociológicos
y religiosos a través de un largo período y observar la historia de varias
instituciones sin la necesaria presencia de las propias sociedades indígenas.
A finales de la década de 1940 y comienzos de los años 1950, dos
acontecimientos marcaron la historia del arqueología peruana: los trabajos
de la Misión Etnológica Francesa a los Andes Septentrionales, realizados
entre 1947 y 1948, bajo la dirección de Henry Reichlen (ver Lavallée, en
este mismo volumen), y la expedición de la Universidad de Columbia en
Nasca e Ica entre 1952 y 1953, bajo la dirección de William D. Strong. La
Misión Francesa culminó con el establecimiento de una primera cronología
relativa para un valle de la sierra: Cajamarca; y la expedición norteamericana
estableció la primera secuencia relativa para los estilos Paracas y Nasca.

1. Se inicia la colaboración
Precisamente, es en los años cincuenta, cuando el arqueólogo cubano
Ernesto E. Tabío Palma, comienza sus trabajos científicos en el Perú. Tabío se
encontraba en este país como funcionario de la Organización Internacional
de Aviación Civil de las Naciones Unidas, en calidad de Subdirector Regional
de la Oficina Sudamericana de ese organismo, con sede en Lima, luego de
que en junio de 1953 renunciara al cargo de Meteorólogo de la Aviación del
Ejército cubano.
Ernesto E. Tabío Palma desde finales de los años 1940 era miembro del
Grupo Arqueológico Guamá integrado por figuras de gran prestigio en el
ámbito arqueológico cubano y caribeño. Es considerado uno los fundadores
de la Comisión de la Academia de Ciencias de Cuba (1962), luego del triunfo
de la Revolución en 1959. Desde su creación en 1964, es nombrado Director
del Departamento de Antropología de la propia academia, función que
desempeñó hasta 1969. Realizó excavaciones arqueológicas durante más de
448 30 años, destacándose por sus aportes teóricos en el diseño y discusión de
La relación de los investigadores cubanos con la arqueología peruana (1953-2008)

esquemas de periodización, así como en la adopción de una posición teórica


de base marxista que abrió nuevos caminos en el campo de la arqueología
latinoamericana, donde sostuvo importantes y enconadas polémicas de
índole teórica con algunos de los fundadores de la Arqueología Social
Latinoamericana (ver Lumbreras, en este mismo volumen). Con una extensa
obra publicada se destacó por su actividad docente y como asesor científico
dentro y fuera de nuestro país. Su deceso se produjo en el año 1984.
Durante el mes de marzo del año 1954 Tabío emprendió una amplia
prospección del valle del río Chillón, reconociendo la Quebrada de
Huanchok en la que visita junto a Francisco Iriarte, un sitio de población en
Tembladeras, con construcciones domésticas de piedra y adobe en bastante
mal estado de conservación; también aprecian sepulturas saqueadas y gran
cantidad de cráneos dispersos en superficie. Otros sitios observados fueron
el cementerio de Quillca, con un deplorable estado de conservación con
numerosos restos óseos humanos aborígenes al descubierto. Por último, en
esa campaña recorrieron en Collique, la conocida fortaleza de Pukara en lo
alto de un cerro, en el que aún se conservaban segmentos de los paramentos
que la conformaban, de considerables dimensiones.
En el año 1955 había sido designado Miembro Honorario del Instituto de
Investigaciones Antropológicas de Lima, Perú. Su estancia de casi ocho años
en este país, sería decisiva y trascendental para su reconocimiento como
arqueólogo, pues años después —en 1971— defendería su tesis doctoral
precisamente con el tema de sus excavaciones en la costa central peruana,
ante el Consejo Científico del Instituto de Etnografía de la Academia de
Ciencias de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) «Miklujo
Maklai», en Moscú.
A mediados de 1955 la Dirección de Arqueología e Historia del Perú, que
dirigía el doctor Jorge C. Muelle, teniendo conocimiento de que se iba a
proceder a la urbanización de la hasta entonces despoblada zona de Playa
Grande, decidió efectuar un estudio completo de dicha área antes de que las
evidencias arqueológicas que pudieran existir allí fueran destruidas por los
trabajos que proyectaba llevar a cabo en la playa la Compañía Urbanizadora
«Santa Rosa, S.A.». Es en esta oportunidad que Tabío fue invitado por el
Dr. Muelle a colaborar activamente en el proyecto general de investigación
mencionado anteriormente, donde supervisó la excavación de un pozo
estratigráfico y practicó diversos cateos en el área bajo estudio.
449
Racso Fernández Ortega, Anderson Calzada Escalona

Además de la zona de Playa Grande, Tabío estuvo involucrado en los trabajos


arqueológicos que se llevaron a cabo en un basural depositado por culturas
de los periodos Cultista y Experimental en las Colinas de Ancón (figs. 1, 2).
Esta área está situada a unos 30 kilómetros al norte de La Punta, extremo sur
del Puerto del Callao, en Lima y a 3 kilómetros al norte de Playa Grande. En
septiembre de 1955 se hizo una exploración superficial en esta zona donde
se localizó un sitio en el que aparecían a simple vista gruesas capas de basura
arqueológica que contenían una apreciable cantidad de fragmentos de cerámica
de la cultura temprana denominada Chavinoide/Ancón o «fase Colinas 2». Por
tal motivo, el Dr. Muelle encomendó hacer allí, por cuenta del Instituto de
Investigaciones Antropológicas del Perú, una excavación de tipo estratigráfico.

Figura 1 – El Dr. Ernesto E. Tabío


observa el perfil arqueológico en
Playa La Horadada, Ancón
Foto: expediente Ernesto Tabío Palma
(E.T.P.). Archivo del Instituto Cubano
de Antropología

Figura 2 – Perfil estratigráfico en la


necrópolis de Playa Grande, Ancón
Foto: expediente Ernesto Tabío Palma
(E.T.P.). Archivo del Instituto Cubano
de Antropología

Por diversos motivos, los trabajos no pudieron ser llevados a cabo sino
hasta julio de 1956 en cuya oportunidad, con la gentil colaboración de los
señores Edward Lanning, a la sazón joven arqueólogo de la Universidad de
450 California, y Frederic Engel, laborioso investigador francés a quien mucho se
le debe en el conocimiento de las culturas precerámicas del Perú, Tabío inició
La relación de los investigadores cubanos con la arqueología peruana (1953-2008)

la excavación de un pequeño pozo estratigráfico que denominaron pozo 1,


aunque más tarde Lanning en sus trabajos lo denominó pozo A.
Los trabajos se interrumpieron de nuevo por circunstancias ajenas a los
investigadores y no se reanudaron hasta agosto de 1957. Por haber existido
cierta infortunada confusión por parte del personal del laboratorio que marcó
los fragmentos y demás testimonios colectados en la primera fase de la nueva
excavación, que hacía imposible el estudio sistemático de ese material, se
decidió hacer un nuevo pozo estratigráfico, al que denominaron pozo 2 y que
Lanning llamó pozo B. A Tabío le fue imposible continuar trabajando en este
pozo, por cuya razón Lanning se hizo cargo por completo de la excavación,
que se pudo completar entre los meses de junio y julio de 1958, con la
colaboración de Dwight Wallace, también arqueólogo de la Universidad de
California.
Tabío también participó en el descubrimiento de una tumba tardía del
Período Urbanista en un cementerio localizado junto al Museo de Sitio de
Puruchuco, Lima, junto al doctor e investigador peruano Arturo Jiménez
Borja. Desde 1953 este investigador había estado a cargo de los trabajos
de restauración de las ruinas de estructuras de adobe que aparecieron en la
Hacienda Vista Alegre, cerca de Lima. Entre estas ruinas se destacaba la de
Puruchuco, denominada así por Jiménez Borja. Allí apareció en 1956 una
tumba, donde se encontró un fardo que contenía un entierro cuádruple: los
cuerpos momificados de dos adultos y dos criaturas.
Durante estas excavaciones, Ernesto Tabío tuvo el apoyo y la colaboración
de distintos arqueólogos, además de los ya mencionados que, como él,
estudiaban la arqueología peruana. Podemos mencionar a Toribio Mejía
Xesspe, subdirector del Museo Nacional de Antropología y Arqueología; al
arqueólogo norteamericano Louis M. Stumer; al arqueólogo alemán Hans
Horkheimer y a su amigo y arqueólogo Duccio Bonavia.
En otro instante en el año 1957 realiza un recorrido de inspección a las huacas
del Cerro Campana, nuevamente en el valle del río Chillón; en esta ocasión
viajaron junto a él los arqueólogos peruano Luís Guillermo Lumbreras y el
norteamericano Edward Lanning, el primero del Museo de la Universidad Mayor
de San Marcos de Lima y el segundo de la Universidad de California, con los
cuales mantuvo estrechos lazos de amistad personal y profesional (figs 3, 4, 5).
Como resultado de estas exploraciones y excavaciones por la costa peruana
pudieron colectar miles de evidencias —mayormente cerámicas— que se 451
Racso Fernández Ortega, Anderson Calzada Escalona

Figura 3 – Recorrido por las huacas


del Cerro Campana en el valle del río
Chillón
Foto: expediente Ernesto Tabío Palma
(E.T.P.). Archivo del Instituto Cubano de
Antropología

Figura 4 – Recorrido por las huacas


del Cerro Campana en el valle del río
Chillón
Foto: expediente Ernesto Tabío Palma
(E.T.P.). Archivo del Instituto Cubano de
Antropología

Figura 5 – En este recorrido Tabío


es acompañado por los arqueólogos
Luís Guillermo Lumbreras, peruano y
Edward Lanning, norteamericano
Foto: expediente Ernesto Tabío Palma
(E.T.P.). Archivo del Instituto Cubano
de Antropología

depositaron en distintas instituciones peruanas, principalmente en el Museo


de Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y en el
Museo Nacional de Antropología y Arqueología, ambos en Lima, así como
también en el Museo Regional de Ica.
A su regreso a Cuba y ya conformado el Departamento de Antropología, se
dedicó a la formación profesional de los jóvenes especialistas que, procedentes
de los grupos de aficionados a la Arqueología o integrantes de los grupos de la
452
Sociedad Espeleológica de Cuba, se incorporaron a la nueva institución. En
La relación de los investigadores cubanos con la arqueología peruana (1953-2008)

el currículo de la especialidad se había incluido un curso de arqueología del


Perú, que él mismo impartía con 26 sesiones de una hora por espacio de tres
meses entre octubre y diciembre de 1967.

2. Registro y documentación de los petroglifos del Perú


Hubo que esperar hasta después del triunfo de la Revolución para que otro
investigador cubano pisara el territorio peruano para estudiarlo. Entre 1972 y
1979 se exploraron muchas localidades peruanas en busca del dibujo rupestre
existente en esos lugares, situados entre las fronteras de Chile y Ecuador y entre
el Océano Pacífico y las estribaciones orientales de la Cordillera de los Andes.
El honor le correspondió al Dr. Antonio Núñez Jiménez, al mismo tiempo
que se desempeñaba como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de
la República de Cuba en el Perú.
Antonio Núñez Jiménez fundó en 1940 la Sociedad Espeleológica de Cuba
y en 1945 organizó la Expedición Geográfica a la entonces provincia del
Oriente. Es considerado como el «Padre de la Espeleología cubana» por el
vasto legado en estudios y publicaciones que dejó. Entre sus obras destacan
el Mapa Carsológico de Cuba, dirigió la realización del Atlas Nacional de
Cuba así como unos diez títulos de geografía, historia y arqueología. Después
del triunfo revolucionario de enero de 1959 se desempeño como Director
Ejecutivo del Instituto Nacional de Reforma Agraria, Presidente del Banco
Nacional de Cuba y Presidente de la Academia de Ciencias de Cuba, entre
otras responsabilidades.
Fue promotor y director de la expedición «En canoas del Amazonas al
Caribe», por el V Centenario del encontronazo entre las culturas americanas
y europeas, en la que participó un numeroso colectivo de especialistas
latinoamericanos de las ciencias naturales y sociales. La misma se inició en el
río Napo y concluyó con el arribo de la expedición a la isla de Guananí o San
Salvador en Las Bahamas.
Aquel trabajo descomunal emprendido entre 1972 y 1979 para registrar
los petroglifos peruanos y en el cual colaboraron prestigiosos especialistas
peruanos como los Dres. Eloy Linares Málaga1 y Rogger Ravines (fig. 6),

1El recientemente fallecido Dr. Eloy Linares Málaga, fue Catedrático y Profesor Emérito de la
Universidad de San Agustín de Arequipa y fue considerado por muchos el «mejor rupestrólogo 453
peruano».
Racso Fernández Ortega, Anderson Calzada Escalona

Figura 6 – El Dr. Núñez Jiménez en compañía de Rikard


Holmbert (izq.) y Rogger Ravines en la urbanización Santa
Felicia en Lima
Foto: tomada de (Núñez 1986a, t. 2: 11)

fue coronado con una obra emblemática sobre el dibujo rupestre peruano
y universal: Petroglifos del Perú. Panorama mundial del arte rupestre (Núñez,
1986a), que no estuvo exenta de serias dificultades en su realización, ya que,
después de varios años de investigaciones, el laboratorio donde se encontraba
mucho de ese material recolectado —fotos, manuscritos, diapositivas, etc.—,
y en el que se llevaba a cabo la realización de aquella obra, quedó sepultado
por las inundaciones acaecidas al este de La Habana a inicio de los años 1980.
Esto obligó a los investigadores a iniciarlo nuevamente para dar culminación
a esta labor, lo que felizmente se logró en 1986.
En sus páginas se recoge parte del universo del registro rupestre peruano,
pero exclusivamente los ejecutados por la técnica del grabado; el estudio
sistemático de los petroglifos condujo a los investigadores hasta los muros de
las fortalezas y templos preincaicos, donde sus constructores tallaron glifos
que constituyen las fronteras finales del dibujo rupestre, representados por
altos y bajos relieves. El Dr. Antonio Núñez Jiménez constató la existencia
de dos tipos de localidades petroglíficas en el Perú: las que aparecen en sitios
donde existen decenas de rocas talladas, como por ejemplo Cochineros, en el
valle de Mala (fig. 7), y aún miles de ellas, como en Toro Muerto; mientras
que en otros sitios solo se halla una sola roca, con una o numerosas figuras. En
este caso constituye un muestrario de muy diversos temas como en Sillustani,
454
en el departamento de Puno y en la Piedra de Challatita, en el de Tacna.
La relación de los investigadores cubanos con la arqueología peruana (1953-2008)

Figura 7 –En la piedra 4 del sitio Cochineros en el


departamento de Lima (Núñez, 1986a, t. 2: 11 y 50)
Foto tomada de (Núñez 1986a, t. 2: 50)

El gran valor de estas investigaciones es que rescató de la destrucción constante


a que eran sometidas —y aún lo son— estas importantísimas manifestaciones
del dibujo rupestre, al reproducirlas y legarlas a la posteridad. Fue precisamente
por las depredaciones a que era sometida esta relevante manifestación de la
ideología y el pensar de los pueblos originarios —a menudo denunciada en los
diarios limeños— que el Dr. Núñez Jiménez se motivó a comenzar una labor
que en nada le resultaba ajena, pues las investigaciones del registro rupestre
cubano las inició en los años 1940 junto con los Dres. Manuel Rivero de la
Calle y José M. Guarch, así como los arqueólogos Ramón Dacal, Eduardo
Queral y Orlando Pariente, entre otros.
Al Dr. Antonio Núñez Jiménez, por su relevante actividad en defensa y
salvaguarda del recurso patrimonial peruano e internacional se le concedió en
1974 el título de Investigador Honorario del Museo Nacional de Antropología
y Arqueología del Perú.
En el año 1986, por su incalculable valor documental de registrar un total
de 72 estaciones rupestre a lo largo de prácticamente todo el territorio
peruano como en los distantes departamentos de Puno y Cajamarca, el
proyecto Regional de Patrimonio Cultural y Desarrollo PNUD/Unesco, en
colaboración con el Instituto de Cooperación Iberoamericana y el Centro
de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo, deciden publicar una
separata de la obra Petroglifos del Perú: Panorama Mundial del arte Rupestre
bajo el título de El libro de piedra de Toro Muerto (Núñez, 1986b) debido a
la necesidad, aún urgente, de proteger ese valioso tesoro de la humanidad
descubierto en la década de los años 1950 por el Dr. Eloy Linares Málaga, 455
quien acompañara a su amigo Núñez Jiménez durante su recorrido para
Racso Fernández Ortega, Anderson Calzada Escalona

registrar y documentar una parte importante de los cientos de piedras


grabadas que conforman este repositorio.

3. Una momia Wancho visita La Habana


En el segundo semestre del año 1975 visitó La Habana una amplia muestra
arqueológica de las culturas prehispánicas del Perú, que recibió el título de
«Tesoros del Perú»; la exposición tuvo lugar en la sede del Museo Nacional
de Cuba (en este sitio actualmente se ubica la Colección Cubana del Palacio
de Bellas Artes).
Entre el material exhibido se encontraba un fardo funerario de la cultura
Wancho (ahora a esta cultura se le denomina como Ychma) de entre los
siglos XIV y XV d.n.e., extraída junto con otros trescientos en el período
de julio-agosto de 1974 —n.o de Catalogación T-74 del Museo Nacional de
Arqueología y Antropología de Perú (MNAAP)—, durante las excavaciones
de rescate efectuadas por el arqueólogo peruano Alfredo Sandoval, en la
urbanización «El Sol de la Molina» en Monterrico hacia el este de la ciudad,
en las afueras de Lima, muy cerca del valle de Rímac (fig. 8).
Gracias a la colaboración y los estrechos lazos
de amistad que durante años han mantenido
los pueblos de nuestras dos naciones, durante
la muestra un grupo de los más destacados
investigadores de diferentes especialidades,
tuvo la posibilidad de realizar las labores de
desenfardelamiento de la pieza mencionada,
actividad que se realizaba por primera vez en suelo
cubano (Guarch, 1976).
Para desarrollar las labores se conformaron dos
equipos: uno denominado «De trabajo» que
contó con una parte peruana y otra cubana, y uno
«Asesor»; de esta manera los equipos estuvieron
conformados como sigue:
Equipo de Trabajo, parte peruana: Dr. Luis Figura 8 – Radiografía de la momia
Guillermo Lumbreras y Arqla. Marcela Ríos, femenina de la cultura Wancho
Foto: expediente Momia Wancho
que se incorporan a las dos últimas jornadas. La
Archivo del Instituto Cubano de
456 parte cubana: José M. Guarch (arqueólogo, fig. Antropología
La relación de los investigadores cubanos con la arqueología peruana (1953-2008)

9), Caridad Rodríguez (dibujante), Zaida Sarol


(dibujante), Alberto Quevedo (auxiliar), Sergio
López (auxiliar), Pedro Jiménez (fotógrafo) y
José J. Vidal (fotógrafo) todos de la Academia
de Ciencias de Cuba.
El Equipo Asesor estuvo compuesto solamente
por personal cubano: Dr. Ernesto E. Tabío
(arqueólogo), Dr. Pedro P. Duarte (botánico),
Dr. Alaín Ruiz de Zarate (microbiólogo), Lic.
Ángel Vizoso (microbiólogo), Lic. Giraldo
Alayón (entomólogo), Luis R. Hernández (aux.
de entomología), todos de la Academia de
Ciencias de Cuba. También integraban el equipo
el Dr. Manuel Rivero de la Calle (antropólogo)
y el Lic. Ramón Dacal (arqueólogo) del Museo
Antropológico «Montané» de la Universidad de
Figura 9 – El Dr. José M. Guarch durante
La Habana; el Dr. Rolando Pereira (radiólogo)
las labores de desenfardelamiento y el Téc. Jorge Perera (rayos X) del Instituto de
Foto: expediente Momia Wancho Archivo Investigaciones y Cirugía Cardiovascular; y el
del Instituto Cubano de Antropología
Téc. Amer Campos (restaurador de tejidos) de
la Dirección Nacional de Museos y Monumentos del Ministerio de Cultura
(fig. 10).
El desenfardelamiento se efectuó durante 7 días en jornadas de 4 horas que
se iniciaron el 2 de diciembre y concluyeron el 10 del propio mes, con un
receso de las actividades entre los días del 5 y 8. Es oportuno destacar que
durante dos de las sesiones se permitió la entrada del público y la prensa a la
sala, mientras se ejecutaba el proceso.
El resultado de la operación arrojó la presencia de un fardo funerario
femenino de una edad aproximada de 40-50 años al fallecimiento, sin
deformaciones patológicas, traumáticas, congénitas o culturales visibles;
ciertas bandas coloreadas de azul en los brazos, sugirieron la posibilidad de
tatuajes. Por el tipo de ofrendas que la acompañaban y la gran cantidad de las
mismas, se asumió que debía corresponder a una tejedora relevante, máxime
si considerábamos la presencia de un «calero», así como de la laminilla de
plata que guardaba entre los sudarios.
457
Racso Fernández Ortega, Anderson Calzada Escalona

Figura 10 – Los arqueólogos Núñez Figura 11 – El arqueólogo Ernesto Tabío


Jiménez y Ramón Dacal preparando durante el proceso investigativo en la 6ta
condiciones para el desenfardelamiento Jornada Nacional de Arqueología en 1976
Foto: cortesía del Arql. Alfredo Rankin Foto: cortesía del Arql. Alfredo Rankin
Santander Santander

4. El Guerrero de la cultura Chancay


En 1976 durante la 6ta Jornada Nacional de Arqueología, celebrada bajo los
auspicios del Museo Arqueológico «Guamuhaya» de la ciudad colonial de
Trinidad, se efectuó por segunda ocasión en el país el desenfardelamiento de
una momia peruana, pero en esta oportunidad de la cultura Chancay oriunda
del valle de este mismo nombre, en la costa central de Perú, a unos 60 km al
noroeste de la actual ciudad de Lima, que floreció aproximadamente durante
el siglo XIV (fig. 11).
Para realizar esta interesante intervención también se conformó un equipo
asesor en el que nuevamente estarían presentes destacados especialistas cubanos
de la talla del Dr. Ernesto E. Tabío (arqueólogo), Dr. José Manuel Guarch
(arqueólogo), Lic. Giraldo Alayón (entomólogo) todos de la Academia de
Ciencias de Cuba; así como el Dr. Manuel Rivero de la Calle (antropólogo)
y el M.Sc. Ramón Dacal (arqueólogo) del Museo Antropológico «Montané»
de la Universidad de La Habana, y el Dr. Antonio Núñez Jiménez, Presidente
458
de la Comisión Nacional de Monumentos del Ministerio de Cultura.
La relación de los investigadores cubanos con la arqueología peruana (1953-2008)

Entre otros colegas que participaron de la experiencia se encontraban los


arqueólogos M.Sc. Alfredo Rankin Santander, Director de la institución
anfitriona, y Ercilio Vento Canosa, médico forense, actual presidente de la
Sociedad Espeleológica de Cuba. Es oportuno destacar que de las islas vecinas
del Caribe nos honraban con su presencia el Sr. Manuel García Arévalo Jr. y el
Dr. Ricardo Alegría de República Dominicana y Puerto Rico respectivamente,
quienes habían asistido en calidad de ponentes al evento.
Las labores de desenfardelamiento pusieron en evidencia que la momia
chancay pertenecía a un individuo masculino adulto, que había sido
decapitado. Junto a la osamenta los especialistas encontraron una ofrenda
consistente en una punta metálica de lanza, por lo que fue bautizado con el
sobrenombre de «El guerrero chancay».
Esta valiosa y singular pieza de la arqueología peruana, se exhibe en la
actualidad en la sala museo de la filial de la Fundación Antonio Núñez
Jiménez de la Naturaleza y el Hombre en la provincia de Sancti Spíritus, al
centro del país.

5. Excavaciones en el valle de Nazca


No es hasta el año 1996 que arqueólogos cubanos vuelven a encontrarse con
el fascinante mundo de las culturas prehispánicas peruanas. En esta ocasión
la suerte recayó en la investigadora Lic. Sandra Camila Rodríguez Pérez, de la
Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana, que fue invitada a prestar
su colaboración en las labores que se efectuaban en el valle de Nazca.
La estudiosa Sandra Camila Rodríguez Pérez, es graduada de Licenciatura
en Historia de la Universidad de La Habana, era miembro colectivo de la
Sociedad Espeleológica de Cuba y trabajaba como especialista en arqueología
histórica y Jefe de Grupo de Investigaciones, en el Gabinete de Arqueología.
Es así que por invitación del Dr. Giuseppe Orefici —quien dirigía la
Misión Arqueológica Internacional sobre Investigaciones y Estudios
Precolombinos— participó en una campaña de excavaciones por un período
de un mes en el Centro Ceremonial Cahuachi, ubicado a 530 km al sudoeste
de la capital peruana y considerado el más grande del mundo construido
con ladrillos de adobe, con una extensión territorial de 24 km2 (también ver
Orefici en este volumen).
459
Racso Fernández Ortega, Anderson Calzada Escalona

6. En busca del Qhapaq Ñan en la sierra de Huancabamba


Durante el año 1998 se emprendió el proyecto de investigación «El Camino
Real Inca en la Sierra de Huancabamba, Piura» de la Universidad Nacional
de Piura dirigido por la Arqla. Rosa Palacios Ramírez, y la colaboración
directa de la también Arqla. Lorena Zúñiga Saavedra; el mismo se pudo
realizar gracias a los auspicios de la Empresa Eléctrica de Piura S. A. (E. E. P.
S. A.). Durante su ejecución estaba prevista la exploración de los territorios
comprendidos entre los caseríos de Pulún y Santa Rosa en el distrito El
Carmen de la Frontera (fig. 12).


Figura 12 – Ubicación del Qhapaq Ñan en Huancabamba y el área de las estaciones rupestres
460 de San Miguel de El Faique, Piura, Perú
Modificado de Palacios et al., 1998
La relación de los investigadores cubanos con la arqueología peruana (1953-2008)

Conocida la posibilidad de registrar y documentar numerosas estaciones


rupestres durante las labores de prospección en el área señalada, es que se
decide invitar para que participe como miembro del equipo de investigación al
arqueólogo cubano Racso Fernández Ortega, especialista en dibujo rupestre,
con el fin de que se encargara fundamentalmente de estas actividades.
El Ing. Racso Fernández Ortega es graduado de Ingeniería Industrial en el
Instituto Superior Politécnico de Tashkent en la antigua Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas y es Master en Antropología de la Universidad de La
Habana. Es Director del Departamento de Arqueología del Instituto Cubano
de Antropología (ICAN) y de la Disciplina La Arqueología en el Patrimonio de
la titulación «Preservación y Gestión del Patrimonio Histórico-cultural» que se
imparte en el Colegio de San Gerónimo de La Habana, facultad extra campus
de la Universidad de La Habana. Es el Coordinador General del Grupo Cubano
de Investigaciones de Arte Rupestre (GCIAR) y es miembro de la Subcomisión
de Arqueología de la Comisión Nacional de Monumentos de Cuba.
La provincia de Huancabamba se ubica al SE del departamento de Piura,
limitando por el norte con el Ecuador, al noreste con la provincia de
Ayabaca, al oeste con Morropón y al sur con Lambayeque. Esta provincia
conocida internacionalmente por sus lagunas sagradas (Huaringas) guarda
un importante legado patrimonial compuesto por numerosas estaciones
con registros rupestres, sitios de habitación, funerarios y ceremoniales con
destacados representantes de la arquitectura prehispánica como el Qhapaq
Ñan o Real Camino Inca de la Sierra, que permanecía sin ubicar.
En la campaña emprendida entre los días 29 de noviembre y 9 de diciembre
de 1998, se localizó un tramo de aproximadamente 1000 m del Qhapaq
Ñan conformado por una calzada empedrada de entre 6-7 m de ancho con
sus dos muros perimetrales laterales, el del lado W con una altura de 1,50 m
y el del lado E de 0,90 m; en el área entre los cerros Sural y Pico de Loro, a
3100 metros sobre el nivel del mar, flanqueando al distrito de El Carmen de
la Frontera (Palacios et al., 1998, Neyra, 1999b) (figs 13, 14).
Además se ubicaron las ruinas de numerosas estructuras domésticas lo que
fue considerado en el momento, como evidencias de la antigua existencia de
un tambo o ciudadela estructurada con muros de roca granítica unidos por
mortero de barro, que formaban recintos, plataformas y terrazas (Palacios et
al., 1998; Expreso, 8 de marzo de 1999, El Tiempo, 20 de enero de 1999).
461
Racso Fernández Ortega, Anderson Calzada Escalona

Figura 13 – Limpieza de uno


de los muros perimetrales del
Qhapaq Ñan
Foto: cortesía de la Arql. Lorena
Zuñiga Saavedra

Figura 14 – Vista del lecho del


camino entre los cerros Sural
y Pico de Loro, a 3 100 metros
sobre el nivel del mar
Foto: cortesía de la Arql. Lorena
Zuñiga Saavedra

7. Las estaciones rupestres de San Miguel de El Faique


En la ruta hacia Huancabamba se localiza un pequeño poblado bautizado
con el patronímico de San Miguel de El Faique, a 1 050 metros sobre el nivel
del mar. Allí se encuentra el valle Villaflor que está rodeado por los cerros
Huayanay Grande y Chico, Huando y San Antonio; se encuentran ubicados
en el piso ecológico conocido como yunga ubicado entre los 500 y 2  300
metros de altura.
Este fue el paraje que motivó la permanencia por espacio de una semana en
el mes de diciembre de 1998, de los especialistas Racso Fernández, Lorena
Zuñiga y Rosa Palacios, para el estudio de numerosas estaciones petroglíficas
que habían conocido de forma oral durante su presencia en el pequeño
poblado tras las huellas del Qhapaq Ñan de la sierra, y por que la investigadora
462 Rosa Palacios ya había visitado dos de las estaciones con anterioridad.
La relación de los investigadores cubanos con la arqueología peruana (1953-2008)

Desde mediados de la década de 1990, se conocían en esta área las estaciones


rupestrológicas de Tres Mangos y La Línea (Palacios & Morales, 1994); así
como La Casa de Agustín Salvador y Los Alamos (Guerrero, 1998).
La mayoría de los petroglifos fueron ejecutados con la técnica del percutido
y rayado en surco profundo realizado con un instrumento de mucho mayor
dureza, técnica descrita y denominada como T4 por el Dr. Antonio Núñez
Jiménez (Núñez, 1986a). Estos guardan una homogeneidad morfológica
formando retículas, zig-zag, círculos concéntricos, figuras geométricas y, en
ocasiones, imágenes antropomorfas que muestran el cuerpo completo o solo
el rostro (Neyra, 1999a; 1999b; Fernández et al., 2005).
En la generalidad de los casos los petroglifos suelen estar en rocas aisladas
a lo largo de los cursos de agua sean lagunas, cañadas, pequeños arroyos y
acequias. Este interesante conjunto de condiciones naturales propiciaron
que el hombre antiguo le concediera propiedades mágicas y sagradas al valle
reconociendo a los cerros Huayanay Grande y Chico como apus destinados a
proteger a este apacible espacio (figs. 15A, 15B).
Durante el trabajo de prospección, registro y documentación se censaron
un total de 24 sitios arqueológicos por información oral. De ellos, trece son
estaciones rupestres de las que se documentaron un total de siete mediante

A B

Figura 15A, B – Petroglifos de las estaciones Los


Álamos I y II, San Miguel de El Faique, Huancabamba,
Piura, Perú
Sacado de Fernández et al., 2005. Foto de Racso 463
Fernández Ortega.
Racso Fernández Ortega, Anderson Calzada Escalona

el «tizado»2 de los petroglifos para realizar los calcos in situ con celofán o
papel mantequilla y marcadores o plumones; también se empleó la toma de
fotografías en negativo de las cuales se obtuvieron las diapositivas para corregir
los calcos (Neyra, 1999b; Nuevo Correo, 13 de marzo de 1999; Fernández et
al., 2005).

8. Prospección arqueológica en Sorochuco, Celendín, Cajamarca


La presencia cubana en esta región peruana, destacada como tantas otras por
las reconocidas culturas que la poblaron antes de la llegada del conquistador
europeo, estuvo motivada por la necesidad de realizar las labores de
prospección arqueológica por la licitación otorgada a la Empresa Minera
Placer Dome del Perú S. A. C. para la explotación del área denominada La
Carpa de aproximadamente unas 3 000 ha en el distrito de Sorochuco de la
provincia de Celendín en el departamento de Cajamarca.
Las áreas visitadas estaban prácticamente inexploradas hasta la ejecución del
estudio de prospección emprendido por el Museo «Horacio H. Urteaga» de
la Universidad Nacional de Cajamarca. Las labores fueron dirigidas por la
Arqla. Alicia Narro León, Directora de dicha institución, con la participación
de los investigadores Lorena Zuñiga, Rosa Palacios y Racso Fernández.
Entre los objetivos perseguidos se encontraban, además de la prospección
arqueológica, la elaboración de una secuencia cronológica de la zona
estudiada, la propuesta de identificación de las funciones sociales de cada
uno de los sitios prospectados y registrados, así como la realización de una
evaluación del estado de conservación de los mismos.
De esta forma se emprendieron las labores previstas en el área La Carpa
durante dos campañas de campo, la primera en diciembre del 1998, y la
segunda en enero 1999. La prospección realizada permitió identificar un total
de 24 sitios, de los cuales dos constituían centros ceremoniales, cuatro eran
espacios de habitación, trece funerarios y el resto plataformas, aterrazamientos
y caminos de herraduras (Narro et al., 1999a; 1999b) (figs 16, 17).

464 2Por esa fecha aún se empleaba este método invasivo de documentación que ya se encuentra en
desuso.
La relación de los investigadores cubanos con la arqueología peruana (1953-2008)

Figura 17 – Cripta funeraria de dos cámaras, La


Carpa, Sorochuco, Celendín, Cajamarca
Foto: Racso Fernández Ortega

Figura 16 – Paramento del Centro


Ceremonial del Cerro Collona
Foto: Racso Fernández Ortega

9. La presencia cubana en el tercer milenio


Ya entrado el tercer milenio, la participación cubana no se produce hasta la
segunda mitad de su primera década. En el año 2008 el Instituto Cultural
RVNA y el Centro de Estudios Huarinos de la Región Ancash en Huari,
habían recibido el encargo por parte de los gobiernos provincial de Huari y
municipal de Huachis de ejecutar las labores de diagnóstico, prospección y
puesta en valor de sitios arqueológicos con vistas al desarrollo de proyectos
de turismo regional.
Es de esta manera que el estudioso cubano Daniel Torres Etayo, fue invitado
a unirse al grupo de investigadores conformado por Ricardo Chirinos, Lucía
Borba, Bebel Ibarra, Nilton Ríos Palominos, Arturo Noel Espinoza, Leonel
Hurtado y Cristián Vizconde.
El investigador Daniel Torres Etayo es graduado en Licenciatura en Historia
por la Universidad de La Habana y es Master en Arqueología por el Instituto
Cubano de Antropología, institución perteneciente al Ministerio de Ciencia,
Tecnología y Medioambiente. En la actualidad se desempeña como Director
del Grupo de Arqueología del Centro de Conservación, Restauración y
465
Museología de La Habana (Cencrem), subordinado al Consejo Nacional de
Racso Fernández Ortega, Anderson Calzada Escalona

Patrimonio Cultura. También es miembro de la Subcomisión de Arqueología


de la Comisión Nacional de Monumentos de Cuba.
Con el equipo de investigadores antes señalado el M.Sc. Daniel Torres Etayo,
participó en la realización de la prospección arqueológica del sitio preincaico
Ñaupamarca ubicado a más de 4 000 m de altitud, en la región de Ancash en
la municipalidad de Huari en los Andes peruanos. Este sitio correspondiente
al horizonte cultural Huari, posee una cronología que corre desde 900 d.n.e.
hasta el período Inca (1500 d.n.e.).
Durante las labores encomendadas, el investigador cubano estuvo a cargo
de la prospección geoquímica de suelos de las estructuras arquitectónicas,
planteándose el objetivo de identificar la funcionalidad de las diferentes áreas
de habitación localizadas en la ciudadela. Entre los resultados obtenidos se
pudo identificar la existencia de al menos cuatro tipos de actividades bien
definidas correspondientes a su vez a cuatro tipologías constructivas presentes
en el sitio: estructuras circulares de habitación preincaica; estructuras circulares
ceremoniales preincaicas, patios de producción y habitaciones rectangulares
de ocupación inca. Su activa colaboración le permitió realizar así mismo estas
actividades en el sitio María Jiray, también correspondiente al período Huari
(Torres, 2008).

10. A manera de resumen


No resultaría ocioso apuntar que a lo largo de los cincuenta años transcurridos
desde la primera colaboración entre los arqueólogos de nuestras dos naciones
en 1958, son muchas las esferas que se han beneficiado con las labores de
exploración, prospección, documentación, excavación y análisis de los
resultados obtenidos.
La presencia de la colaboración cubano peruana que fue iniciada con los
destacados arqueólogos Dres. Ernesto Tabío Palma y Antonio Núñez Jiménez,
fue continuada en el tiempo por otros especialistas, lo que ha permitido que
se haya manifestado en casi toda la geografía del Perú y en particular en
la zona central —Lima, Ancón, etc.— y noreste —Piura y Cajamarca—.
Las investigaciones realizadas no se circunscribieron al suelo andino, sino
que también en dos ocasiones en ciudades cubanas, de manera excepcional,
se efectuaron las labores de desenfardelamiento de momias de las antiguas
466 culturas peruanas, permitiéndoles a los arqueólogos antillanos una particular
experiencia y un inigualable intercambio de saberes con los colegas peruanos.
La relación de los investigadores cubanos con la arqueología peruana (1953-2008)

En un futuro no muy lejano esperamos concretar el anhelo de desarrollar


un Encuentro Cubano-Peruano de Arqueólogos con el auspicio del Instituto
Cubano de Antropología y alguna entidad académica o docente peruana,
donde realizar el balance de estos 50 años y ampliar los marcos de la
cooperación trazando nuevas metas investigativas para el futuro reciente.

Referencias citadas

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momia de la cultura Wuancho del Perú; La Habana: Departamento de
Arqueología del Instituto Cubano de Antropología (Inédito).
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Historia y Estructura; San M. de El Faique: Municipalidad de San M.
de El Faique, Huancabamba, Piura.
NARRO, A., PALACIOS, R. & FERNÁNDEZ, R., 1999a – Informe de
Prospección Arqueológica en el Distrito de Sorochuco. Primer informe
parcial a la Empresa Minera Placer Dome del Perú S. A. C. Archivos
del Museo de Arqueología de la Universidad Nacional de Cajamarca.
Cajamarca. (Inédito).
NARRO, A., PALACIOS, R., ZUÑIGA, L. & FERNÁNDEZ, R., 1999b –
Informe de Prospección Arqueológica en el Distrito de Sorochuco.
Segundo informe parcial a la Empresa Minera Placer Dome del Perú S.
A. C. Archivos del Museo de Arqueología de la Universidad Nacional
de Cajamarca. Cajamarca. (Inédito).
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Habana: Editorial Ciencia y Técnica.
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Perú. American Archaeology and Ethnology, Vol. 28, n.o 2: 23-26;
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Huancabamba, Piura. Arqueología de Piura; Piura: Instituto Nacional
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PALACIOS, R., ZUÑIGA, L. & FERNÁNDEZ, R., 1998 – El Camino Real 467
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Racso Fernández Ortega, Anderson Calzada Escalona

de diciembre de 1998. Informe Parcial a la Empresa Eléctrica de Piura


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Lunes 8 de marzo, Año XXXVIII, n.o 13692: pág. 24; Piura.
PERIÓDICO NUEVO CORREO, 1999 – Estudian importante santuario
petroglífico. Arqueólogos lo descubren en San Miguel de El Faique,
Sábado 13 de marzo, n.o 13928: pág. 8. Piura.
PERIÓDICO EL TIEMPO, 1999 – En Huancabamba descubren camino
inca, Martes 20 de enero, Año 83, n.o 295531: pág. 8; Piura.
NEYRA, J., 1999a – Petroglifos de El Faique: Una pizarra de tres mil años.
Periódico El Tiempo, Martes 9 de marzo, Año 83, n.o 29601: pág. 23;
Piura.
NEYRA, J., 1999b – Huancabamba: Una mina para el turismo. Periódico El
Tiempo, Viernes 12 de marzo Año 83, n.o 29604: pág. 4; Piura.

468
Los trabajos de Uhle en el Perú y su impacto

Parte IV

Personajes de la
arqueología en el Perú
del siglo XX

469
Peter Kaulicke

470
Los trabajos de Uhle en el Perú y su impacto

Entre el Perú antiguo y el Perú moderno:


los trabajos de Uhle en el Perú y su
impacto

Peter Kaulicke

En la opinión general, Julio C. Tello (1880-1947) no solamente merece el


epíteto de Padre de la Arqueología del Perú con lo que se convierte en el
primer representante destacado de una profesión en ciernes. Aún, a más de seis
décadas de su muerte, sigue siendo considerado como el arqueólogo peruano
más destacado o «popular», lo cual no se limita a un fenómeno «nacional», sino
que va más allá de las fronteras del Perú (véase Burger, 2009). Aparentemente,
es producto de una mitificación y, en el caso del propio Tello, de una eficaz
automitificación. Se enfatiza la imagen del indio reivindicado, del «primer
arqueólogo indígena» a nivel panamericano (Burger, 2009). Es el artífice del
autóctono origen glorioso de la nacionalidad peruana y lo defendió ante un
extranjero al que el mismo Tello le concedió el título de Padre de la Arqueología
científica en el Perú (Tello, 1921: 1): el alemán Friedrich Max Uhle (1856-1944).
La reputación de este último cuyo «pecado» principal fue el de proponer un
origen «importado», por ende, se convierte en algo contradictorio. Se le concede,
en el Perú, un cierto mérito por haber propuesto una periodificación que sigue
siendo básicamente válida, pero esta, en la opinión de muchos arqueólogos
peruanos, es de un valor algo reducido y casi prescindible. Menos halagadoras
son calificaciones como expoliador de antigüedades, antipatriota, imperialista 471
Peter Kaulicke

recalcitrante, desinteresado en la relación del pasado con el presente, etc. Estas,


a menudo, se deben a reacciones irritadas de colegas de otras disciplinas cuyos
aportes fueron criticados por Uhle (véase Kaulicke, 2010b). Cabe señalar, sin
embargo, que su fama es bastante más positiva en otros países como Estados
Unidos, Chile o Argentina (véase Kaulicke, 2001; Nastri, 2010; Núñez, 2010;
Santoro et al., 2010). Evidentemente, el caso de Uhle en el Perú es la cara opuesta
de la mitificación de Tello, teñida de xenofobia al servicio de variados intereses
como lo es el racismo benevolente y no tan benevolente en el caso de Tello.
Son estas actitudes estereotipificadas que provocan la exclusión y, por tanto,
ignoran de modo enteramente intencional las complejas interrelaciones entre
los arqueólogos peruanos y extranjeros. Estas interrelaciones, sin embargo, son
esenciales hasta el punto que sin ellas no existiría una arqueología en el Perú,
al menos en el sentido que ha adquirido en la actualidad. Estereotipificaciones
o calificaciones simplificadas y, de ahí falsificadoras, presentan un problema
fundamental que también se observa en otros aspectos de la práctica de los
arqueólogos que valdría la pena especificar pero que tomaría demasiado tiempo
para discutirlas en detalle en este contexto. Obviamente, esta actitud produce
estas mitificaciones politizadas que son más longevas que el reconocimiento y
el análisis pormenorizado de los particulares logros específicos y notables de
Tello y Uhle los que, a menudo, resultan desconocidos por la mayoría de los no
arqueólogos e incluso de muchos arqueólogos (Kaulicke, 1998: 70). El resultado
es esta contraposición que no se debe a evaluaciones y discusiones críticas de
las posiciones originalmente planteadas por ambos sino a reinterpretaciones
posteriores basadas en opiniones personales de segunda mano.
De esta problemática quiero destacar algunos puntos que requieren un
análisis más detenido. Un problema básico son las definiciones de lo que es la
Arqueología y de aquellos que se llaman arqueólogos. ¿A partir de qué situación
se puede hablar de Arqueología y cómo podría imaginarse una situación «pre-
arqueológica»? Otra pregunta sería la de reflexionar sobre la evolución en esta
disciplina. Aplicado a nuestro caso ¿qué es lo que se convierte en obsoleto,
como quizá la «periodificación» de Uhle y en qué reside la sorprendente
«actualidad» incólume de Tello tomando en cuenta, con ambos, se inicia la
arqueología? Relacionado con ello cabe reflexionar sobre el hecho que ambos
se convierten en arqueólogos después de haberse formado en otras disciplinas:
Tello en el campo de la medicina y Uhle en el de la lingüística lo que es un
fenómeno bastante común aún después de ellos.

472 Si nos concentramos primero en un intento de definición del término arqueología


sería conveniente partir de la situación europea o más específicamente alemana,
Los trabajos de Uhle en el Perú y su impacto

de la que proviene Uhle. En el siglo XIX la Arqueología estaba relacionada con


el estudio de la Antigüedad Clásica. De ahí no es casualidad que el Instituto
Arqueológico Alemán fuera fundado en Roma, en 1829, y en la terminología
alemana actual esta asociación se mantiene tanto como disciplina académica
como en el uso popular, aunque una definición más general también existe.
Por tanto, su campo está restringido al Mediterráneo y a aquellas áreas
influenciadas directamente en base a la presencia de fuentes escritas y/o
evidencias materiales pertinentes. El estudio de los restos materiales en países
fuera de este ámbito se debe a evidencias que anteceden a fuentes escritas
por lo que se llama Prehistoria. Esta también se limita al Mediterráneo y a
la Europa moderna por lo que «el resto del mundo» corresponde al campo
de la Etnología o Antropología. Esta separación arbitraria es producto de un
eurocentrismo abierto ya que abarca sistemas sociales comparables (Kaulicke,
2000: 165-166). Este concepto de antropología se parece al de los Estados
Unidos y otros países anglófonos donde la Arqueología forma parte de un
conglomerado de disciplinas cuyo objetivo es tanto el estudio de sociedades
modernas como de las del pasado. De ahí resulta otro problema enfocado en
la frase categórica atribuida a Willey, pero aparentemente algo mal entendida,
que «la arqueología es antropología o no es nada» en un sentido diferente al
que se mencionó para Alemania. El término antropología (física) también se
aplica al estudio de la anatomía moderna del hombre moderno o de homínidos
extinguidos.
En el Perú, la situación es algo diferente ya que, en los inicios, esfuerzos
correspondientes de parte de los intelectuales criollos se caracterizaban por
fuertes influencias desde Europa. Emergen en un ambiente colonial y, por
tanto, en relaciones de fricción entre diversos intereses internos y externos
con un cierto paternalismo europeizante frente a los llamados indígenas.
Estos intereses, entre los que se sitúan los de situaciones y vestigios materiales
pre-europeos, se inician ya en la colonia temprana. Se centran en la relación
entre el «Viejo» y el «Nuevo Mundo» que, por razonamientos jurídicos y
teológicos tiende a inclinarse por un origen externo, opuesto y revertido en
una lógica basada en la autodefensa por el indigenismo mestizo que cuenta
con simpatías de algunos europeos. En este ambiente, el interés en el pasado
materializado se limita básicamente a la expoliación, pero hay algunos, como
Pedro Cieza de León, un observador agudo de la diversidad de sociedades
andinas de su tiempo que conservan condiciones pre-europeas pero
consciente de un pasado diferente y más lejano por lo que algunos entusiastas 473
no dudan en otorgarle el título de Padre de la Arqueología. No sorprende
Peter Kaulicke

que Tello prefiera a Guamán Poma con sus visiones del pasado lo que incluye
la cronología prehispánica propuesta por el último. De ahí se produce, por
tanto, una controversia longeva en la que el pasado pre-europeo es utilizado
para fomentar politizaciones europeizantes o imperialistas (véase Gänger,
2006, para un caso particular como el de Rivero-Tschudi véase Kaulicke,
2003) e indigenista-nacionalistas que lleva a la que nos ocupa. Dentro de esta
lógica es evidente que el «indio» Tello goza de un reconocimiento mucho más
elevado que el «teutón» Uhle.
Se observa, por tanto, que la definición de la Arqueología en un sentido
amplio de la preocupación o utilización del pasado es difícil debido a sus
complejas interrelaciones entre lo expresamente arqueológico (en el sentido
de la obtención de datos empíricos, su análisis y su interpretación) y las
disciplinas afines, tanto de las ciencias humanas como sociales y las ciencias
naturales. Es esta interrelación, hoy llamada interdisciplinariedad, la que
caracteriza (o debería caracterizar) a la Arqueología, y por ende, al arqueólogo
profesional. Esta interdisciplinariedad es a menudo considerada como un
logro o mejor dicho una meta reciente, ya que sigue siendo un postulado pocas
veces realizado en el Perú, pero esta más bien ha sido, desde los principios,
una actitud casi natural en la mayoría de los arqueólogos pioneros. Uhle
no solamente era un lingüista dotado y bien formado como lo reconocen
muchos lingüistas de la actualidad (véase Cerrón-Palomino, 1998; 2010),
sino que se destacó por aportes significativos en el campo de la (etno)historia
y de la etnografía (véase Kaulicke, 2010; Kaulicke (ed.), 1998). Sus estudios
no solo se dirigieron hacia un ordenamiento cronológico del pasado:
Como en el mundo antiguo en la arqueolojía ejipcia, babilónica,
prehelénica, etc., no solo se buscan i describen nuevos restos no
conocidos, sino se los usa al mismo tiempo para la reconstrucción del
desarrollo de las civilizaciones... de los factores que han contribuido a
formarlas, de su migraciones... de las causas que sirvieron a producirlas
i después de perderlas... (Uhle, 1917: 387-388).
En esta visión histórica, con cierto aire procesualista, la «cultura tradicional»
de las comunidades andinas actuales es vista como una especie de herencia
viva y, por ende, indispensable en un estudio «holístico»:
Todo lo que todavía podemos oir, ver y observar en el Perú... hasta la
antigua organización gentil, existe todavía en la sierra, como también
474 el título y el oficio de los Incas. (Uhle, 1906: 413)
Los trabajos de Uhle en el Perú y su impacto

Es este afán «holístico» que no solo se percibe en Uhle, sino también en


Tello. Cabe señalar que la diferenciación marcada entre las ciencias sociales
y las naturales que se ha hecho común en la actualidad era esencialmente
desconocida en la percepción de ciencia de buena parte del siglo XIX y solo
hace poco vuelve a cuestionarse.
Desde un punto de vista epistemológico la Arqueología y otras disciplinas
involucradas tienen como meta la descripción y la explicación (o
interpretación) sistemáticas y empíricamente controladas del modo de la
vida humana como un total que está originado y sostenido por la acción
o el comportamiento social interindividual que se expresa en forma
específica como patrones de interacción, grupos, organizaciones o sociedades
cuya existencia y evolución se debe a leyes específicas. Pero, en general, la
definición de Sociología (y, por ende, de la Arqueología) se complica por
las controversias y problemas relacionados con el materialismo histórico, los
principios metodológicos cambiantes, las relaciones con el objeto de estudio
y los conceptos teóricos que incluyen el amplio campo del saber común.
Seres humanos, el objeto del estudio, tienen posiciones propias de sus propias
actividades y, por ende, influencian indirectamente las investigaciones y las
convierten en subjetivas. A ello se suma el estudio de lo ajeno, del «otro» que
es estrictamente incomprensible y de ahí anticientífico, lo cual constituye
un problema central de la Antropología. La complejidad de los fenómenos
sociales además dificulta la abstracción, de modo que se debe abandonar la
posibilidad de llegar a generalizaciones a modo de leyes para concentrarse en
la comprensión interpretativa a menudo concentrada en la hermenéutica.
Vista de esta perspectiva teórica, la Arqueología se constituye como tarea
aún más compleja ya que se enfrenta a enormes dimensiones de tiempo
que desafían la interpretación. Tenemos que concluir también que, en este
sentido, los aportes de Uhle y de Tello no se excluyen mutuamente, tampoco
son superados por más que la base empírica se haya ampliada de manera
sustancial. Los trabajos de Uhle en muchos sitios del Perú aún sirven de guía
para proyectos llevados a cabo en la actualidad tal como fue expuesto en un
simposio de 2006 cuyas actas fueron publicadas recientemente (Kaulicke et
al., 2010). Si se emplea la hermenéutica en la comprensión interpretativa,
es preciso reconocer una amplia gama de enfoques válidos pese a sus
diferencias. Es precisamente la abundancia de significados que enriquece la
interpretación. Esta abundancia refleja una enorme dinámica fluida entre lo 475
sincrónico y lo diacrónico que no se resuelve por la multidisciplinariedad o
Peter Kaulicke

una especialización extrema. Estas últimas contribuyen significativamente a


la ampliación de bancos de datos, pero no necesariamente a la formulación
de nuevas interpretaciones de orden más teórico.
De lo expuesto queda claro que existe también una interrelación estrecha
entre la práctica y la teoría. Es la primera la que está ocupando cada vez más
espacio e involucra a muchas personas más que a los arqueólogos inscritos en
el RNA (Registro Nacional de Arqueólogos). Esta tendencia está tan marcada
que los arqueólogos-investigadores pueden convertirse en una especie en
peligro de extinción. Prioridades dictadas por el mercado como el turismo, la
divulgación o venta de la arqueología a modo de Indiana Jones y el impacto
ambiental requieren servicios como técnicos de diversa índole o promotores/
empresarios. Esto lleva, por un lado, a la reducción del arqueólogo académico
—y todos los arqueólogos peruanos todavía lo son— a técnico de mando
medio o menos que medio y, por otro, a una especie de negociante. La
eficiencia del último depende de sus habilidades por generar recursos y
presentarse como promotor de su propia imagen que, a su vez, depende de
una imagen del pasado materializado tanto en forma de sitios vistosos como
de material de alto valor estético apto para exhibirse en museos, con el fin
de atraer el interés del turista. El material exhibido, sin embargo, a menudo
no proviene de excavaciones controladas sino son productos de otra clase de
«arqueólogos» que se dedican a destruir y enriquecerse con el patrimonio,
guiados por el afán de beneficiarse del insaciable mercado de antigüedades.
De ahí, existe otro grupo de arqueólogos (y no arqueólogos) que se especializan
en la protección del patrimonio arqueológico. Este es un tema particularmente
agobiante por básicamente dos razones: a) la legislación nacional e internacional
es deficiente por la inexistencia de un eficiente aparato controlador que permita
reconocer destrucciones a tiempo y disponer de contramedidas eficientes salvo
en contadas excepciones; b) la naturaleza del trabajo arqueológico que también
destruye contextos. En los frecuentes casos en que estos no se documentan
debidamente y se hacen asequibles a colegas y al público interesado, la diferencia
entre ellos y los huaqueros no resulta tan nítida como se quiere creer. Quizá
esto tenga relación con un control cada vez más estricto de los arqueólogos que
trabajan en el campo cuyo efecto positivo es mínimo ya que favorece a otros
grupos menos controlados y castiga a los que se rigen por el interés científico
en su disciplina.
Evidentemente, a Uhle y Tello también les preocupaba la destrucción del
476
patrimonio. En un trabajo poco conocido de Uhle (Uhle, 1917, reeditado
Los trabajos de Uhle en el Perú y su impacto

en Kaulicke [ed.], 1998: 301-335), el autor fundamenta una ley, después de


presentar un balance bastante lúgubre de la situación del patrimonio y del poco
interés en protegerlo de modo eficaz y de recomendaciones que merecen citarse:
Ya es hora de que todos los países americanos se acuerden del deber que
tienen para con los restos del pasado precolombino de su propio suelo,
para hacer renacer de ellos la historia del pasado como mejor panacea
de su propio porvenir. En cada estado debería haber al menos un museo
de antigüedades nacionales, con un personal en parte científico, en
parte técnico adecuado. No debería faltar la dotación necesaria para su
administración i para expediciones con que se hubieran de solucionar
las cuestiones del desarrollo de las civilizaciones pasadas. Los museos
deberían abrirse al público gratuitamente, porque la dilucidación del
pasado no es una ciencia con fines esotéricos sino para el uso del pueblo
mismo, i si es posible, debería ofrecérsele la ocasión de conocer este
pasado por conferencias, explicación de las colecciones, i orientación
expositiva por las ruinas no muy apartadas.
Presenta otras recomendaciones que suenan bastante modernas, todo para
sustentar un jus historiae antiquae americanae es decir una ley que sea
compartida por todos los países americanos como un necesidad vital para la
consolidación de sus respectivas identificaciones con su pasado como historia
que justifica el presente y lo orienta. Queda evidente que esta visión de Uhle
no se ha podido realizar hasta la actualidad por lo que se mantienen muchos
de los problemas ya observados por él hace casi cien años.

Conclusiones
Pese a las orientaciones e intereses personales que difieren en las vidas y obras
de Uhle y Tello debe haber quedado claro que, entre ambos, hubo muchos
puntos en común por lo cual las mitificaciones y automitificaciones, positivas
y negativas, crean innecesarias imágenes contraproducentes. Es por ello que
habría que destacar los méritos de ambos en aspectos más directamente ligados
a la Arqueología. De este modo se contesta también las preguntas planteadas
al inicio. La cronología establecida por Uhle es un aporte fundamental, en
palabras de Rowe (1998: 18) «una hazaña intelectual de primer orden». Está
muy lejos de la arbitrariedad que algunos peruanos sospechan en cualquier
intento de «periodificación», sino la columna vertebral si se entiende la
Arqueología como una disciplina histórica, la que evidentemente es —y tanto 477
Peter Kaulicke

Uhle como Tello estaban convencidos de ello—, tanto en el Perú como en


cualquier otra parte del mundo. Solo que esta historia se basa en mecanismos de
definición de tiempo que requieren evidencias temporales materializadas. No
es, por tanto, la especulación teórica con préstamos libres de otras disciplinas
como Sociología, Antropología, Filosofía o Ecología que se imponen sobre
lo material, sino es precisamente al revés. Cualquier teoría arqueológica
requiere el sustento en las evidencias materiales para servir de un medio
de comprensión fundamentada del pasado en situaciones y circunstancias
concretas en vez de difusos procesos generalizantes. La construcción de estas
cronologías es complicada y no se resuelve por la aplicación irreflexiva del 14C
que algunos toman como la solución «elegante» del fastidioso trabajo que
implica su construcción (Kaulicke, 2010a).
Uno de los aportes más relevantes de Tello no es tanto su concepto de «origen
reivindicador» o la nacionalización de un origen glorioso, sino el hecho de
haber consolidado, casi en forma unipersonal, la base empírica del Formativo.
Descubrió y excavó la mayoría de sitios principales en la costa lo que resulta
particularmente evidente en los complejos de los valles de Casma y Nepeña.
Publicó el único catálogo de piezas líticas de Cerro Sechín (Tello, 1956:
146-228) hasta 1995 cuando se produjo otro más completo (Samaniego
& Cárdenas, 1995). Publicó asimismo el único catálogo de piezas líticas
en Chavín de Huántar (Tello, 1960: 172-304) pese a que se considera que
estas piezas definen el estilo Chavín (en el sentido del arte del Formativo
en general). También es el que más ha contribuido a la interpretación del
trasfondo religioso de este arte en una serie de trabajos poco conocidos o
considerados en la actualidad (Tello, 1923; 1942 entre otros). El material de
excavación pertinente (particularmente la cerámica) solo publicada por él en
forma muy seleccionada no ha sido reubicado y reanalizado hasta la actualidad;
un destino parecido sufrió el cuantioso material de Uhle pese a que mucho de
ello es perfectamente asequible en museos de universidades estadounidenses.
Reconocer la enorme complejidad de los pasados exige una actitud respetuosa
de sus relictos materiales y el diseño de enfoques holísticos que requieren
la colaboración estrecha y sostenida de muchos expertos, entre los que se
encuentran los arqueólogos.
Respeto significa también la accesibilidad al material en forma de catálogo
y análisis respectivos. Enfoques de este tipo deben aplicarse de manera
comparativa lo que implica colaboración más allá de las fronteras modernas
478
de los estados nacionales.
Los trabajos de Uhle en el Perú y su impacto

De todo lo expuesto debe haber quedado claro que hasta los llamados Padres
de la Arqueología del Perú, en efecto, tienen mucho de vigente y poco de
obsoleto. El caso de Uhle es al menos tan apropiado en este respecto como
el de Tello y los aportes de ambos se complementan en vez de representar
«pilares opuestos de la arqueología peruana» (Morales, 1993: 19).

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481
Tras los pasos perdidos de Julio C. Tello, 1909-1919

Tras los pasos perdidos de Julio C. Tello,


1909-1919
César W. Astuhuamán Gonzáles

Julio C. Tello nos es familiar con los temas de Chavín, Paracas, Moche,
Museos, Orígenes de la Civilización Andina, Chavín la Cultura Matriz,
Etnografía, Arqueología Indígena; pero esta es la imagen del Tello maduro, en
la plenitud de su obra. En este trabajo nos interesa abordar la etapa del joven
Julio C. Tello, y tenemos dos objetivos al hacerlo; primero, aproximarnos a la
biografía, real, de Julio C. Tello; además, entender la formación de posgrado
de Julio C. Tello, sus primeras expediciones científicas, y las implicancias
futuras que ello tuvo en su obra.
Para la realización de esta investigación hemos recurrido a la revisión de
documentos publicados (biografías oficiales) e inéditos (correspondencia
y documentos administrativos); estos últimos han sido consultados en el
Archivo Tello de la UNMSM y en los archivos de la Universidad de Harvard,
del Instituto Iberoamericano (Berlín), y el de la Universidad de Londres.
Asimismo, se ha realizado trabajo de campo (reconocimiento) para identificar
los lugares descritos en los documentos consultados.
Hemos elegido algunos hechos relevantes en la biografía del joven Tello;
empezamos con su tesis acerca de la antigüedad de la sífilis en el Perú (1909);
seguimos con sus años de becario en Estados Unidos y Europa (1909-1911);
483
continuamos con su participación en las primeras expediciones (1913-
César W. Astuhuamán Gonzáles

1916); luego, destacamos sus primeras obras; y, finalmente, concluimos


con la importancia de los años formativos de Julio César Tello Rojas y su
transformación en Julio C. Tello, considerado años más tarde como el Padre
de la Arqueología Peruana.

1. La antigüedad de la sífilis en el Perú (1909)


A comienzos de marzo de 1900, Tello ingresó a la Facultad de Ciencias de
la Universidad Mayor de San Marcos, y hacia fines de marzo de 1902, fue
promovido a la Facultad de Medicina de San Fernando. Luego, a inicios de
mayo de 1906, Tello, alumno ya del quinto año de Medicina, ofreció una
conferencia titulada «La craniectomía en el Perú Prehistórico». A mediados
de mayo de 1907, luego de ganar la plaza por concurso, Tello empezó su
internado en el Hospital Dos de Mayo de Lima (Tello, 1906); se dedicó
también a terminar su investigación para graduarse con tesis (Mejia, 1948:
8-9; Daggett, 1992: 3-5).
El 16 de noviembre de 1908, Julio C. Tello sustentó exitosamente su tesis «La
antigüedad de la sífilis en el Perú», para optar el grado de Bachiller, la misma
que fue aprobada por aclamación, distinción otorgada excepcionalmente. En
una carta del 12 de marzo de 1909, Ricardo Palma escribe al respecto:
… La tesis de Tello es la
primera, en los tres siglos
de existencia que lleva la
Universidad de Lima, que
se aprueba por aclamación.
(Palma & Rodríguez, 2006
[1909]: 57).
Su tesis, que tenía por objetivo
conocer las motivaciones que
ocasionaron las trepanaciones
craneanas, es un trabajo pionero
de los estudios interdisciplinarios,
pues integra información
arqueológica, etnohistórica, médica
y antropológica. Tello contrastó
Figura 1 – El joven Julio César Tello Rojas
484 dicha información con su hipótesis: Foto: Archivo Tello. Universidad Nacional Mayor de San
Marcos
Tras los pasos perdidos de Julio C. Tello, 1909-1919

la sífilis sería autóctona y una de las causas de las trepanaciones (Espejo, 1959:
10, 28-40).
Se dispuso la publicación de su tesis por acuerdo de la Facultad de Medicina;
la misma que también solicitó al gobierno nacional que comprase la colección
de quince mil cráneos en propiedad de Tello, reunida durante varios años,
con el propósito de crear el Museo de Anatomía y Patología. La mayor parte
de esta colección sería adquirida por la Universidad de Harvard en 1911
(Espejo, 1959: 28-29; Mejía, 1964: 77; Miró, 1969: 23, 170; Daggett, 1992:
3, 13). En la dedicatoria de la tesis, Tello le agradece a Don Ricardo Palma
por el ejemplo y los consejos que contribuyeron a la formación de su carácter,
y por la valiosa ayuda brindada (Espejo, 1959: 22). Palma fue la persona que
más influyó en la formación universitaria de Tello, a quien consideraba un
«… hijo de la dicha…» (Miró, 1969: 168). Es precisamente en su tesis de
1908, donde Tello planteó la siguiente disyuntiva «… O la sífilis es exótica,
importada de un lugar americano más ó menos, distante ó de otro continente,
ó es autóctona de nuestro suelo.» (Tello, 1909: 176-177), la cual retomará
en sus trabajos de 1921 y 1929, al plantear el problema de los orígenes de la
Civilización Andina, estableciendo un paralelo entre ambas.
En enero de 1909, Tello asistió a una cena en honor a los recién graduados,
en especial a García Calderón, quien había publicado El Perú Contemporáneo
en 1907 (García Calderón, 2001 [1907]. En la reunión, Don Ricardo Palma
declaró que los homenajeados, Tello y Riva Agüero, eran los mejores de su
generación, posteriormente denominada del Novecientos. Todos ellos seguirían
rumbos distintos y asumirían diferentes posiciones frente a los indígenas y el
pasado prehispánico (Tealdo, 1942: 75; Espejo, 1959: 40; Flores Galindo,
1987: 227, 237-239; Castillo & Moscoso 2002: 166, 181). A fines de abril
de 1909, Tello recibió el grado de Médico y Cirujano, y por un tiempo tuvo
su consultorio y ejerció la profesión, pero vivía en un modesto apartamento
en la calle Chillón n.° 145 (Mejía, 1967: viii; Espejo, 1959: 50).
En el primer semestre de 1909, se publicó su tesis como un libro (Tello,
1909; Mejía, 1967: viii). Convertido en una celebridad por sus méritos,
Tello fue premiado durante las Fiestas Patrias con una medalla de oro por la
Municipalidad de Lima, siendo alcalde Billinghurst, debido a la excelencia
de su grado académico (Miró, 1969: 23). El 21 de agosto, una resolución
suprema del gobierno de Leguía, a solicitud de la Facultad de Medicina, le
otorgó una beca de perfeccionamiento por dos años para estudiar Antropología
485
en la Universidad de Harvard; aunque primero Tello tuvo que decidir entre
César W. Astuhuamán Gonzáles

Francia y Estados Unidos (Lohtrop, 1948: 51; Espejo, 1959: 50; Mejía,
1967: vi). Así, luego de renunciar a sus dos trabajos, en la biblioteca y el
hospital, partió el 14 de setiembre rumbo a Nueva York vía Panamá a bordo
del vapor Loa (Mejía, 1964: 80; Mejía, 1967: viii; Miró, 1969: 39). En 1910,
el Gobierno de Perú lo nombró su representante ad honorem ante la Junta de
la Asociación de Cirujanos del Ejército de los Estados Unidos de América,
con sede en Richmond, Virginia (Mejía, 1948: 30). A fines de ese año fue
elegido miembro de la Asociación de Antropología Americana (Mac Curdy,
1911: 100), y participó en los encuentros anuales de 1910 y 1911.

2. El becario Julio C. Tello (1909-1911)


Desde octubre de 1909, Tello fue alumno becario en la Escuela de
Graduados de la Universidad de Harvard, en la Facultad de Artes y Ciencias
(ver fig.  2). Esto le permitió completar la beca del gobierno peruano «…
para que perfeccione sus estudios antropológicos…» (Palma & Rodríguez,
[1909] 2006: 86), pues Harvard asumió los costos de la enseñanza. En el
Departamento de Antropología participó, según Mejía, en los cursos de
Antropología General y Americana, Arqueología, Etnología, Sociología y
Lingüística (Mejía, 1967: viii-ix); aunque contrastando el certificado de notas
de Tello con la relación de cursos que se enseñaron entre 1909 y 1911 es
más probable que haya participado en los cursos de Arqueología Americana
y Etnografía (Dixon), Lenguajes Indios Americanos (Dixon), Etnografía
General (Dixon), Somatología (Farabee), y Arqueología y Etnografía de
México (Tozzer), entre otros. En el certificado de notas de Tello figura que
durante el primer año (1909-1910) él participó en un curso de Zoología y
cuatro de Antropología; en el segundo año (1910-1911), en cuatro cursos de
Antropología. Sin embargo, no se especifican los nombres de los mismos, y
de la relación de cursos y participantes se deduce que en varios de ellos solo
hubo uno o dos alumnos.
El Departamento de Antropología de la Universidad de Harvard se fundó
en 1886 y formó a muchos antropólogos. En aquellos años era notable el
crecimiento de la profesionalización en Arqueología en Estados Unidos.
La Antropología norteamericana estaba fuertemente influenciada por los
planteamientos difusionistas, el particularismo histórico y el concepto de
cultura de Franz Boas. Este formó a dos generaciones de antropólogos en la
486 Universidad de Columbia y era opositor de las teorías racistas. Boas consideraba
que la principal tarea de la Antropología era recolectar y sistematizar la
Tras los pasos perdidos de Julio C. Tello, 1909-1919

Figura 2 – Plano del campus de la Universidad de Harvard a comienzos del siglo XX,
observar el Museo Peabody y el Museo Universitario hacia la derecha

información acerca de las culturas, y luego teorizar; también, que existían


cuatro campos de aproximación y especialización: Lingüística, Antropología
Física, Arqueología y Antropología Cultural (Eriksen & Nielsen, 2001: 39-
41). El planteamiento boasiano de reunir la mayor cantidad de información
en el campo y solo después plantear conclusiones y teorías, influiría mucho
en Tello (Carrión, 1948: 20-21).
En Harvard, el idioma inglés (Lothrop, 1948: 51) y el exigente nivel
académico fueron, inicialmente, sus principales dificultades, las cuales superó
gradualmente en los cursos en los que participó. Tello extrañaba mucho su
tierra natal, tal como lo expresa Ricardo Palma en una carta del 7 de octubre
de 1909: «... En su carta se revela nostálgico como los puneños que van a
París. Vamos a ver si se aclimata y connaturaliza...” (Miró, 1969: 45), y en 487
otra del 17 de noviembre, Palma escribe: «… Tello se muere de nostalgia…»
César W. Astuhuamán Gonzáles

(Miró, 1969: 60). Finalmente, él superó sus problemas, así lo comenta Palma
en una carta del 10 de enero de 1911:
Recibí una carta muy interesante de Tello sobre sus adelantos en los
estudios universitarios. (Miró, 1969: 143)
Fueron maestros de Tello mientras estudió en Harvard, William Farabee,
especialista en la Amazonía peruana y metales; Alfred Tozzer, especialista
en Arqueología mesoamericana; y Roland Dixon, quien planteaba que el
movimiento poblacional explicaba el cambio en el registro arqueológico;
además lo ayudó a mejorar su inglés, por lo cual Tello siempre lo recordó con
gratitud (Espejo, 1959: 51; Mejía, 1967: ix; Ravines, 1989: 115; Trigger, 1989).
Mientras estudió en Estados Unidos, el
interés de Tello continuó orientándose
hacia el estudio de restos óseos humanos,
la lingüística y los museos. Viajó por el
país; asistió a certamenes académicos;
visitó museos, en especial los que tenían
colecciones de material óseo provenientes
del Perú. Tello, ya menos nostálgico, tuvo
muy gratos momentos mientras estudió
en Harvard, participaba en las tertulias
semanales organizadas por las familias
de sus profesores, según relata en una
carta, fechada el 5 de diciembre de 1909,
enviada al tradicionalista Ricardo Palma:
Entre más de mil personas que
Figura 3 – Julio C. Tello el día de su graduación como
se reunen, japoneses, chinos, Master of Arts en la Universidad de Harvard
alemanes, latinos, yankees y Foto: Museo Nacional de Antropología, Arqueología e Historia
sudamericanos, todos se tratan con
cariño verdaderamente democrático, y las niñas se acercaban a mí con
una naturalidad y llaneza como si me conocieran de mucho tiempo.
He pasado, como muy pocas veces en mi vida, ratos verdaderamente
de expansión. (Miró, 1969: 71)
A fines de junio de 1911, Tello obtuvo el grado de Master of Arts con
especialización en Antropología (Mejía, 1948: 10; Espejo, 1959: 51-52;
Mejía, 1967: ix); en 1911 solo hubo dos graduados en Master of Arts (fig. 3).
488
Tras los pasos perdidos de Julio C. Tello, 1909-1919

Tello esperaba continuar con sus estudios de doctorado en filosofia en la


Universidad de Harvard e incluso planificó su viaje a Alemania desde enero
de 1911 para aprender el idioma alemán, tal como consta en su formulario
de postulación para obtener un grado en Artes, y en un reporte de Tozzer de
mayo de 1911 en el que recomienda la obtención de su grado. A comienzos
de setiembre de 1911, previa intermediación de Ricardo Palma (Miró, 1969:
161-162, 164-166, 168), el gobierno de Leguía le otorgó a Tello otra beca
para estudiar Antropología en Europa. Partió de Nueva York a Alemania a
mediados de setiembre, para asistir a los cursos de Antropología General a
cargo de Felix von Luschan, experto en Antropología Física, en la Universidad
de Berlín, y estudiar las colecciones peruanas del Museo Etnográfico (Mejía,
1967: ix) (ver fig. 4).
Luego, viajó a Inglaterra para participar en el XVIII Congreso Internacional de
Americanistas, que se desarrolló en Londres, para el cual el gobierno peruano
le encargó presentar una ponencia y lo nombró su delegado ad honorem,
junto a Ricardo Palma (hijo) y Sir Clements Markham (Palma, 2006 [1913]:

Figura 4 – El Museo Etnográfico de Berlín, a la derecha, a comienzos del siglo XX 489


Foto: Landesarchiv, Berlín
César W. Astuhuamán Gonzáles

293; Espejo, 1959: 52; Mejía, 1964: 81-82). En mayo de 1912, expuso en
dicho congreso su ponencia «Trepanaciones prehistóricas entre los Yauyos
de Perú» (ver fig. 5). Tello informó que parte de su colección de restos óseos
se encontraba depositada en el Museo Warren de la Escuela de Medicina de
la Universidad de Harvard (Tello, 1912: 76). Durante el debate que siguió
a la ponencia, Tello fue felicitado por el Dr. Ales Hrdlicka, del Smithsonian
Institution, quien había estudiado el material de aquel en Harvard (Editor,
1912: xxxix; Espejo, 1959: 66; Daggett, 1992: 3, 13).

Figura 5 – Ponencia de Tello en 1912


«Trepanaciones prehistóricas entre los
Yauyos de Perú»

Tello conoció las principales universidades, museos y bibliotecas de Inglaterra


y Europa, aprendiendo de su organización y funcionamiento. Luego del
congreso viajó a Francia para estudiar las colecciones óseas de los museos
(Tello, 1913). Tello regresó a Londres, donde permaneció entre setiembre
y diciembre de 1912, frecuentando el centro académico conformado por la
Universidad de Londres, el Museo y la Biblioteca Británica (Mejía, 1967:
ix); también visitó Cambridge y Oxford (Carrion, 1947: 3). En la biblioteca
del Museo Británico, Tello trascribió varias crónicas y documentos coloniales
acerca de los incas y el Perú (Valcárcel, 1966: 86-87).
Gobernaba Inglaterra Jorge V, quien manejaba el más grande imperio
colonial de esos tiempos; Londres destacaba como cosmopolita (White,
2001: 7-9, 103). Tello se enamoró y casó con Olive Mabel Cheeseman, el
20 de noviembre de 1912, en el distrito de Brentford, condado de Middlesex
(Lothrop, 1948: 51; Mejía, 1948: 10; Espejo, 1959: 52). Cuando se casaron,
él tenía 31 y ella 18; vivían en The Avenue n.° 29, Ealing, en el oeste de
490
Londres, según consta en su certificado de matrimonio. Con su esposa
Tras los pasos perdidos de Julio C. Tello, 1909-1919

tendría tres hijas, Grace, Elena y Rosa. Para ese entonces, Julio Tello Dueñas,
primogénito de Julio César, ya había nacido, de otro compromiso que tuvo
Tello anteriormente. Un mes después de casarse, y gracias a la ayuda del
Profesor Putnam (director emérito del Museo Peabody de la Universidad de
Harvard), Tello y su esposa se embarcaron hacia Lima (Lothrop, 1948: 51;
Mejía, 1964: 83; Mejía, 1967: ix).
La destacada trayectoria universitaria de Tello se debió a diversos factores,
principalmente a su esfuerzo, perseverancia y a una constructiva ambición,
pues venció muchos obstáculos de orden social y económico; estos rasgos de su
personalidad le ayudarían a lograr sus objetivos (Rowe, 1954: 24-25; Espejo,
1959; Mejía, 1967: vi). Pero también a una serie de afortunadas coincidencias,
al tomar las decisiones acertadas y conocer a personas indicadas. La sólida
formación universitaria de Tello en el Perú y en el extranjero, su origen
andino, su fuerte carácter e intuiciones geniales, le permitirían perseverar
en los años futuros, en medio de la adversidad, y ser fiel a su vocación de
investigador (Mejía, 1967: ix, xiv-xv; Jave, 1981: 31).
Estudiar becado en el extranjero le permitió a Tello dominar otros idiomas,
conocer otras realidades y culturas; establecer contactos e insertarse en los
círculos académicos internacionales, y principalmente, aprender Antropología.
Aprendió acerca de las recientes problemáticas teóricas y metodológicas
de su especialidad; los primeros homínidos y su ubicación en la secuencia
evolutiva, el poblamiento de América, las investigaciones acerca de la religión,
la procedencia de las poblaciones a partir de sus diferencias físicas, entre otros
temas (Duckworth, 1913: 147-155; Marett, 1913: 155-162). Todo ello le
permitiría posteriormente situar sus problemas de investigación en contextos
más amplios y debatir con otros científicos. También conoció las instituciones
académicas y sus grandes proyectos de exploración, y valoró la importancia
de la cooperación entre la investigación antropológica, las universidades, el
gobierno y los museos para obtener resultados (Marett, 1913: 159); pero
también observó en el Viejo Mundo, los excesos a los que podía llegar la
exacerbación de los nacionalismos, y que condujeron a sangrientos conflictos
armados (Kohl & Fawcett, 1995; Diaz-Andreu & Champion, 1996).

3. Las primeras expediciones (1913-1916)


En la primera década del siglo XX, los estudios arqueológicos en el Perú estaban
iniciándose, destacando los trabajos de Uhle. Los principales problemas eran 491
César W. Astuhuamán Gonzáles

la falta de instituciones debidamente organizadas, la escasez de investigadores


nacionales, el saqueo del patrimonio cultural y la falta de apoyo económico
por parte del Estado (Mejía, 1967: ix-x). Luego de la renuncia de Uhle a la
dirección del Museo Nacional de Historia (1907-1911), ubicado en el antiguo
Palacio de la Exposición (Rowe, 1954: 12-13), una comisión se hizo cargo y,
a comienzos de marzo de 1912, el historiador Gutiérrez de Quintanilla fue
nombrado director interino (Tello & Mejía, 1967: 78).
Luego de arribar al Callao la segunda quincena de enero de 1913, Tello
tramitó ante el gobierno peruano el integrar, como investigador adjunto,
la Expedición Antropológica del Museo Nacional de Washington. Fue
comisionado por el Ministerio de Fomento mediante un permiso oficial
emitido a fines de enero. La expedición dirigida por Hrdlicka se realizó en
febrero, y consistió en una exploración en Huarochirí y los valles de Huaura,
Chancay, Chillón, Rímac, Lurín, Chilca y Mala (Tello, 1913; Hrdlicka,
1914; Mejía, 1948; Mejía, 1967: xvii; Daggett, 1992: 1-8). Las principales
razones de Hrdlicka para venir al Perú en 1913 eran recolectar restos óseos
para una exposición internacional, y continuar sus investigaciones acerca del
poblamiento americano iniciadas en 1910. Los objetivos de la expedición
fueron determinar la relación antropológica entre el hombre de la sierra y el
de la costa, observar la distribución del tipo costeño, caracterizar al tipo de
población del grupo Nasca, y ampliar las investigaciones escritas con relación
a la patología andina y precolombina (Daggett, 1992: 2-3). Ricardo Palma
escribe acerca de los primeros meses de Tello en Lima, en una carta del 12 de
abril de 1913:
… no ejerce su profesión de médico y vive consagrado por completo al
estudio de antiguallas. (Palma, 2006 [1913]: 293)
Hrdlicka inició la exploración en Cajamarquilla, Chosica y Matucana
(Daggett, 1992: 5). En las proximidades de San Damián (Huarochirí)
recolectaron restos óseos en los sitios de Pueblo Viejo, Ulculla y Cinco Cerros.
Tello acompañó a la expedición en Huarochirí, pero no prosiguió con ellos
hacia el Sur. Es probable que él y Hrdlicka tuvieran problemas derivados de
sus fuertes personalidades y sus diferentes relaciones con las comunidades
locales. Hrdlicka no quedó satisfecho con el trabajo del joven Tello (1992: 7:
7), a pesar de su manejo de idiomas, su conocimiento de la Arqueología de la
región y su gente, así como del material óseo. Otra posibilidad por la que Tello
habría desistido de continuar con la expedición de Hrdlicka, es porque debía
492
regresar a Lima para obtener un puesto en el Museo Nacional de Historia
Tras los pasos perdidos de Julio C. Tello, 1909-1919

y reunirse con su familia. Superando sus diferencias en la expedición de


1913, ambos científicos manifestaron posteriormente su mutua admiración
profesional (Daggett, 1992: 8).
Respecto al destino de los materiales recuperados durante la expedición de
1913, una parte de los restos óseos recolectados fue exhibida y estudiada
en California, integrando después el Museo del Hombre, en San Diego.
Otra parte permaneció en Washington D. C., en el Smithsonian Institution,
y el Museo Nacional (Lothrop, 1948: 51; Rogers, citado en Daggett,
1992: 12). Pero la mayor parte se quedó en el Perú, y fueron la base para
la posterior creación del Museo de Arqueología de la Universidad de San
Marcos, destacando los cráneos trepanados y los huesos largos con huellas de
enfermedades (Carrión, 1947: 5).
A fines de marzo de 1913, Tello solicitó al gobierno de Billinghurst la creación de
una sección de Arqueología en el Museo Nacional de Historia, con la finalidad
de detener el vandalismo que afectaba a los monumentos prehispánicos, petición
que fue aceptada en junio (Tello & Mejía, 1967: 82-83). En 1912, Guillermo
Billinghurst había sido elegido Presidente de la República y gobernaría hasta
1914, representando las exigencias populares y a los sectores progresistas de la
clase dominante (Davies, 1974: 44; Cotler, 1988: 171).
A mediados de julio de 1913, Tello propuso en el informe «Presente y
Futuro del Museo Nacional» que dicho museo fuese reorganizado con base
científica bajo la forma de un museo nacional de Arqueología. Esto condujo a
comienzos de diciembre de 1913, y con el apoyo de Billinghurst, a la creación
de un independiente Museo de Arqueología y Antropología, con Tello como
director (Tello & Mejía, 1967: 84-95). Este hecho acrecentó el conflicto con
Gutiérrez de Quintanilla, debido a la autonomía y creciente poder de Tello
(Gutiérrez, 1922; Mejía, 1967; xix; Tello & Mejía, 1967: 82-84; Silverman,
1996: 9-10). De esta época también datan las polémicas periodísticas entre
Horacio Urteaga y Tello (e.g. Tello, 1914), acerca de las disciplinas encargadas
de estudiar los sitios prehispánicos de la Nación, en concreto los de Lima.
Debido a los conflictos internos existentes en el museo, a la falta de apoyo
económico del nuevo gobierno, y a los sentimientos antinorteamericanos
imperantes en el país, Tello renunció a su puesto de director a mediados de
marzo de 1915, tras el golpe de estado de Benavides en 1914 y la elección de
Pardo como presidente (1915-1919) (Tello & Mejía, 1967: 96-100; Davies,
1974: 44; Cotler, 1988: 176; Castillo & Moscoso, 2002: 168). Gutiérrez 493
de Quintanilla continuaría siendo director del Museo de Historia Nacional
César W. Astuhuamán Gonzáles

hasta 1935, y se convirtió en uno de los más fuertes adversarios de Tello


durante muchos años. Quintanilla era la expresión de la minoritaria élite
costeña dominante, para quien el museo debía enfatizar el Arte y la Historia,
mientras que Tello proponía que estuviera centrado en la Arqueología y la
Antropología. A partir de la presencia emergente de los migrantes en las
ciudades, la clase obrera y las nuevas corrientes ideológicas, las instituciones
culturales y el Estado fueron cuestionados en su concepción, organización y
utilidad a la sociedad (Jave, 1981: 15-16).
En las primeras décadas del siglo XX comenzó a desarrollarse el indigenismo en
los círculos intelectuales limeños y provincianos. Tello participó activamente
de este movimiento en sus inicios al integrar la Asociación Pro-Indígena, de la
cual se alejaría en 1922 por discrepancias metodológicas, teóricas y políticas
con sus principales exponentes. Tello consideraba que no era un problema
étnico sino sociopolítico y económico derivado de la conquista europea (Tello
& Mejía, 1967: 51; Shady, 1997: 4; Castillo & Moscoso, 2002: 167, 179-
180; Arroyo, 2003). Aunque heredó apellidos hispanos, Tello tenía rasgos
indígenas, que han quedado descritos por Rebeca Carrión:
... rostro curtido por el sol de las alturas, frente de profundo pensador,
mirada honda y triste, nariz de águila, mentón altivo y rebelde
cabellera... (1948: 7)
El fenómeno más importante en la cultura peruana del siglo XX fue
el aumento de la toma de conciencia acerca de los indígenas entre los
intelectuales, científicos y políticos. Sin embargo, siendo una actitud que
invitaba a encontrar la esencia del país en el mundo andino, el indigenismo
no fue un movimiento cohesionado (Flores Galindo, 1987: 241-248, 266-
267, 280).
Entre 1914 y 1915, hasta el fallecimiento del Profesor Putnam, del Museo
Peabody, Tello mantuvo una estrecha relación con la Universidad de
Harvard, y desarrolló actividades de recolección de artefactos arqueológicos y
etnográficos, los cuales enviaba periódicamente al Museo Peabody, tal como
una carta del 13 de octubre de 1914 lo atestigua (fig. 6).
En 1915, Tello exploró el sur del Perú con el auspicio de Victoria Aguirre,
de Argentina, y el Profesor Putnam, y respaldado por los delegados de la
Asociación Pro-Indígena en la región (Castillo & Moscoso, 2002: 167, 170-
171). Realizó exploraciones en Puno, Cuzco y Tiahuanaco entre abril y julio
494 de 1915 (Palma, 2006 [1915]: 325, 330); luego, excavaciones en los valles
Tras los pasos perdidos de Julio C. Tello, 1909-1919

Figura 6 – Carta del 13 de octubre de 1914 de Julio C. Tello a Profesor Putnam

de Chala, Atico, Sabandia, Yauca, Acarí, Río Grande de Nasca, Ica, Pisco
y Chincha. Principalmente registró tumbas y cementerios Nazca (Tello,
1959: 44-47; Mejía, 1964: 87-91; Mejía, 1967: xvii); estudió la colección de
cerámica Nazca de Enrique Fracchia (conformada por dos mil cuatrocientos
artefactos) y compró una colección de textiles por encargo. Los artefactos
recuperados durante esta expedición integraron posteriormente el Museo de
Arqueología de la Universidad de San Marcos (Carrión, 1947: 5-6; Lothrop,
1948: 51; Mejía, 1967: xviii; Daggett, 1992). Gran parte de los materiales
de Nazca se encuentra actualmente en el Museo Peabody de la Universidad
de Harvard, y se puede consultar online (ver fig. 7). También en 1915, Tello
publicó diversos artículos periodísticos acerca de la Arqueología de Lima
y trepanaciones craneanas en diarios de la capital, como era usual en esos
tiempos, ante la falta de revistas especializadas (Espejo, 1948b: 14; Valcárcel, 495
1966: 87).
César W. Astuhuamán Gonzáles

Figura 7 – Lista de materiales de Nazca; se encuentra actualmente en el Museo Peabody de


la Universidad de Harvard

A fines de diciembre de 1915, asistió como representante del Perú, y con apoyo
de la Fundación Carnegie, al XIX Congreso Internacional de Americanistas
desarrollado en Washington D.C., donde presentó una ponencia y exhibió
los materiales recolectados en su exploración en el sur del Perú (Hodge,
1917: xviii, lii; Palma, 2006 [1916]: 339). En enero de 1916, Tello expuso
su ponencia «Los antiguos cementerios del valle de Nasca» en el II Congreso
Científico Panamericano, que se realizó en Washington D.C., y también
ayudó a realizar algunas transacciones con el Museo de Bellas Artes de Boston
(Tello, 1917; Gutiérrez de Quintanilla, 1922: 134-137; Daggett, 1992: 8).
Hrdlicka asistió al certamen y elogió su trabajo (Tello, 1917: 291).
A inicios de abril de 1916, Tello fue nombrado Socio Correspondiente de la
Academia Nacional de Historia de Colombia (Mejía, 1948: 30); y a mediados
de año, exploró diversos sitios arqueológicos en los valles del Santa, Virú,
Moche, Chicama, Jequetepeque y Lambayeque, en la costa norte (Mejía,
1964: 93).

496 En el mes de julio de 1916, Tello se unió en Piura a la Expedición Peruana de


la Universidad de Harvard, auspiciada por el Museo de Zoología Comparativa
Tras los pasos perdidos de Julio C. Tello, 1909-1919

y la Escuela de Medicina Tropical de dicha universidad. La expedición fue


dirigida por el Dr. William Moss. Tello fue el antropólogo de esta exploración,
a la cual se había comprometido en apoyar en su reciente viaje a Estados
Unidos. El principal objetivo de la Expedición de 1916 fue «… realizar un
reconocimiento zoológico y antropológico de una de las regiones menos
conocidas del país...» (Noble, citado en Daggett, 1992: 8). Sus integrantes
tenían diversos intereses, desde el arqueológico y antropológico hasta la
investigación de los grupos sanguíneos y las enfermedades tropicales, además
de recolectar especímenes de reptiles, serpientes, anfibios y aves (Noble,
citado en Daggett, 1992: 8-9). En una de sus últimas referencias a Tello,
Ricardo Palma escribió el 13 octubre de 1916:
... está ahora en viaje de exploración por las montañas en misión de
varios profesores enviados por la Universidad de Harvard... (Palma
2006 [1916]: 354)
Integrando la expedición de 1916, Tello exploró la costa piurana, las
provincias de Huancabamba, Ayabaca y Jaén; registró cerámica monocroma
con decoración incisa (Mejía, 1967: xv), que después consideraría una de las
primeras evidencias de cerámica Chavín. De Huancabamba, la expedición
partió hacia Tabaconas, y de allí a Perico, donde estableció otra base de
operaciones. Tello realizó investigaciones etnográficas y lingüísticas acerca
de los aguaruna (Daggett, 1992: 16, nota 27). Prosiguieron a Tutemberos
(Amazonas) y Bellavista; descendieron luego a la costa por Querocotillo,
Huambos, Chongoyape y llegaron finalmente a Chiclayo a mediados de
octubre donde se alojaron en el antiguo Hotel Royal.
La reconstrucción del itinerario que siguió la expedición de 1916 se puede
realizar a partir de las publicaciones de Moss y Noble (Daggett, 1992); de la
relación de una parte de los materiales arqueológicos recolectados y enviados
al Museo Peabody de la Universidad de Harvard; y de los siete cuadernos de
campo de Tello, de 1916 (ver fig. 8). La expedición llegó a Sullana a fines
de julio de 1916 y luego partió hacia Huancabamba. Durante la travesía,
Tello describe las colecciones y sitios arqueológicos, también los problemas
logísticos derivados de la conducción del proyecto. Al llegar a su primer
destino, a mediados de agosto, establecieron su primera base de operaciones
en una casona de Huancabamba y exploraron los alrededores durante casi
un mes en un radio de 40 km. Tello registró evidencias arqueológicas en una
cueva de cerro El Burro, Baño del Inca (Caxas), laguna Warinja, Sondor,
497
Huancabamba y cerro Pariakaka (Astuhuamán & Daggett, 2005); recolectó
César W. Astuhuamán Gonzáles

aproximadamente siete fardos funerarios del cerro


El Burro, cubiertos de textiles con diseños Inca y
Chancay o Chimú. Del cerro San Antonio, al norte
de Huancabamba, Tello también recuperó fardos
funerarios, vestimentas y utensilios (Ramírez, 1966:
34). En base a los asentamientos y cementerios
reportados, él planteó la fuerte presencia Inca en
la región. En la laguna Shimbe, en las Huarinjas,
registró las prácticas y rituales curanderiles, así como
las creencias acerca de las deidades que moran en los
cerros y lagunas, en lo que podría considerarse uno
de los primeros registros de Antropología médica y
etnografía religiosa.
Así, gran parte de los materiales reunidos por Tello
durante las expediciones de 1913, 1914, 1915 y
1916, también integraron el Museo de Arqueología
de la Universidad de San Marcos (Carrión, 1947: Figura 8 – Libreta de campo de Julio C.
Tello, 1916
5; Mejía, 1948: 19; Daggett, 1992: 11, 16). Sin
embargo, la mayor parte del material arqueológico
fue enviado a los Estados Unidos, especialmente al Museo Peabody de la
Universidad de Harvard, donde permanecen en perfectas condiciones de
conservación hasta la actualidad, tal como lo pude registrar en 2006 (ver
fig. 9); además se puede consultar en línea (http://pmem.unix.fas.harvard.
edu:8080/peabody/). Suponemos que las condiciones del permiso del
gobierno así lo estipulaban, pues la legislación peruana sobre antigüedades
(patrimonio arqueológico), vigente entre 1911 y 1921, y promulgada por el
presidente Leguía en agosto de 1911 (un mes después del redescubrimiento
de Machu Picchu por Hiram Bingham), en el artículo 4º indica:
... queda prohibida absolutamente la exportación de ellas, cualquiera
que sea su clase y condición, excepto el caso de duplicado...
Bajo el amparo de dicha ley, Uhle, a fines de 1911, ya como Director del
Museo Nacional de Historia, reunió y exportó una colección de objetos
arqueológicos de representativos estilos prehispánicos al Museo Paulista,
pasando por alto las restricciones existentes para las exportaciones de
antigüedades, por ser un pedido oficial del gobierno de Brasil y, en aquellos
tiempos, una expresión de cortesía internacional (Rowe, 1954: 14, nota 2).
498
También Hiram Bingham, a fines de octubre de 1912, mediante un decreto
Tras los pasos perdidos de Julio C. Tello, 1909-1919

Figura 9 – Restos del fardo funerario («momia») 65 almacenado


en el Museo Peabody de la Universidad de Harvard, procedente de
Huancabamba, recolectado por la expedición de 1916
Foto: César Astuhuamán

supremo, exportó los objetos duplicados excavados en Machu Picchu y otros


sitios del Cuzco a los Estados Unidos, donde permanecen hasta el presente
en el Museo Peabody de Historia Natural de la Universidad de Yale. Sin
embargo, el Gobierno del Perú se reservó el derecho de exigir la devolución
de los objetos únicos y los duplicados extraídos (Ravines, 1989: 22), tal como
recientemente ha sucedido.
Las primeras investigaciones de Tello estuvieron principalmente relacionadas
a restos óseos humanos. Reunió la información necesaria para la elaboración
de su tesis doctoral, la cual seguiría la misma orientación de su tesis de
bachillerato. Es necesario contrastar la información de los cuadernos de
campo de Tello durante su participación en las primeras expediciones, con
los materiales depositados en los museos del Perú y Estados Unidos, con
la finalidad de conocer su gradual proceso de aprendizaje en las tareas de
dirección y registro arqueológico, que le permitirían tener la experiencia y
madurez para dirigir grandes proyectos.
En enero de 1917, a pedido de los pobladores de su tierra, Tello inició su
campaña para obtener un escaño en la Cámara de Diputados por Huarochirí,
compitiendo contra un poderoso personaje de Lima. Integró el Partido 499
Nacional-Democrático, formado por el joven Riva-Agüero, al que se unió por
César W. Astuhuamán Gonzáles

solidaridad generacional y por el ideal de buscar una renovación de la clase


política, antes que por una aproximación ideológica. Ganó la elección en junio
y fue el único miembro electo de su partido. Destacó por ser independiente
y progresista (Mejía, 1964: 94-96; Jave, 1981: 18-22). Como diputado, Tello
presentó un proyecto de ley acerca del control técnico y administrativo del
Museo de Arqueología de la Universidad de San Marcos (Jave, 1981: 16).

4. Las primeras obras


En 1918, Tello comenzó a dar clases de
Arqueología en la Universidad de San
Marcos. A mediados de julio se graduó
como Doctor en Ciencias Naturales
en la Facultad de Ciencias. El título
de su tesis fue «El uso de las cabezas
humanas artificialmente momificadas y su
representación en el antiguo arte peruano»
(ver fig. 10), la cual daría a conocer en la
Revista Universitaria (Tello, 1918; Espejo,
1948b: 14; Santisteban, 1956: 20; Espejo,
1959: 20-21).
Luego de 1919, Tello continuó publicando
sus primeras obras. Así en 1921, Tello
publicó Introducción a la Historia Antigua
del Perú, una síntesis de los resultados de la
expedición de 1919 e importante trabajo
teórico donde describe por primera vez a
Chavín como una civilización avanzada
con orígenes amazónicos, y cuyos primeros
indicios ya había observado en la expedición
de 1916 y en varias colecciones. Planteó
la naturaleza autóctona y no importada
de la civilización peruana, la cual se
Figura 10 – Portada de la tesis doctoral de Julio
extendería de oriente hacia occidente, C. Tello, 1918
de la montaña a la costa, diferenciando
además entre las culturas Chavín y Huaylas. Las ideas de Tello eran opuestas
500 a los planteamientos de Uhle, desarrollados entre 1904 y 1917, acerca de las
Tras los pasos perdidos de Julio C. Tello, 1909-1919

conexiones entre las culturas de América Central y Sudamérica (Tello, 1921;


Lothrop, 1948: 51; Carrión, 1948: 11-12; Rowe, 1954: 21; Mejía, 1967:
xxi). Las ideas de Uhle y anteriores propuestas difusionistas, habían sido
bien acogidas por el minoritario grupo étnico dominante para justificar su
supuesta superioridad y procedencia foránea, y plantear que históricamente
los indígenas eran dependientes y sin capacidad de crear civilización propia;
que eran, además, un problema para el desarrollo del país, el cual era necesario
solucionar. La dominación estaba cargada de un fuerte componente étnico
(Cotler, 1988: 235-236; Lumbreras, 1997: 7). También el racismo ideológico
estuvo presente en la literatura entre 1907 y 1919, a través de los intelectuales
oligárquicos (Flores Galindo, 1987: 238-239).
En 1922, Tello realizó una exploración arqueológica y una investigación de
etnografía religiosa en San Pedro de Casta, Huarochirí, cuyos resultados fueron
publicados con el titulo de Wallallo el año siguiente en la revista Inca, por el
Museo de Arqueología de la Universidad (Espejo, 1948a: 21-22; Mejía, 1967:
xvii). Cuando niño, Tello había escuchado los relatos acerca de las antiguas
deidades de la región, Pariacaca y Wallallo. Allí conoció los lugares donde se
desarrollaron sus hazañas, descritas en el manuscrito del siglo XVII; aprendió
las costumbres de su comunidad; entendió la importancia de la naturaleza en los
ciclos agropecuarios, y que era una entidad viviente y animada (Tello & Mejía,
1979: 36). En el artículo en torno a Wallallo, una de las principales deidades
de la sierra de Lima, se integra armoniosamente la información arqueológica, la
etnohistórica y la etnográfica (Tello & Miranda, 1923; Arroyo, 2003). Propone
que los asentamientos prehispánicos de la zona estaban dispuestos alrededor
de cerros (moradas de los apus), y todos ellos en torno al templo de Wallallo,
ubicado en Marcahuasi. Los asentamientos de la zona de San Pedro de Casta
eran controlados por el asentamiento importante del Templo de Wallallo,
en Markawasi. El patrón de asentamiento era caracterizado por ser nucleado
alrededor de cerros importantes (apus): Kuri Pata, Soxta Kuri, Koway Kuri, Puku
Wanka Kuri, Pokle Kuri y Kairi Achin Kuri. En trabajos posteriores, editados
póstumamente (Tello & Mejía, 1979; Tello et al., 1999), Tello reconstruye el
sistema religioso, el panteón de dioses y héroes del centro andino.
En 1923, Tello publicó su inconcluso artículo «Wira Kocha», también en la
revista Inca, valioso desde un punto de vista teórico y metodológico: integra
diferentes fuentes de información acerca de la más importante deidad andina
(Wira Kocha), analiza el aspecto iconográfico y adopta una perspectiva que
hoy podría ser considerada estructuralista. Tello planteó que los grandes 501
César W. Astuhuamán Gonzáles

estilos artísticos de los Andes Centrales fueron la representación de las ideas


religiosas en torno al dios felino y que la estructura de los mitos que analizó
era esencialmente la misma. Así, los antiguos peruanos habrían compartido
un común panteón de dioses (Silverman, 1996: 10-11).
Tello publicó su importante trabajo de 1929, Antiguo Perú; Primera Época
(ver figura 11). En él presentó los problemas
para explicar la presencia de una alta civilización
aborigen en los Andes. Planteó la hipótesis que
las culturas peruanas fueron el producto del
desenvolvimiento y diferenciación de culturas
primitivas llegadas al territorio andino en estado
rudimentario. Es en esta obra que Tello vuelve
a las preguntas de investigación de su tesis de
1908, veinte años después de su publicación en
1909, estableciendo un paralelo entre la sífilis
y la civilización al plantear el problema de los
orígenes de la Civilización Andina:
… cabría averiguar: 1.- Si las culturas
peruanas son el producto de las
modificaciones o degeneraciones de
altas culturas inmigradas, es decir si son
exóticas; o bien 2.- Si las culturas peruanas
son el producto del desenvolvimiento
y diferenciación de culturas primitivas
llegadas al Perú en estado rudimentario, es Figura 11 – Portada de la obra Antiguo
Perú, Primera Época, 1929
decir si son autóctonas. (Tello, 1929: 17)
En este mismo trabajo, Tello (1929) destacó la propagación del culto al dios
jaguar o Wiracocha, sosteniendo que esta deidad es la que da unidad y fisonomía
propia a la civilización peruana, siendo las religiones el factor integrador de las
diversas sociedades andinas antiguas y actuales (Campana, [s.d.]).

5. La importancia de los años formativos de Julio C. Tello


La década comprendida entre 1909 y 1919 es importante para entender la
biografía de Tello ya que al ser esta una etapa de expediciones organizadas
502 por universidades norteamericanas hacia el Perú, y de competencias por la
hegemonia, especialmente entre Harvard y Yale, se pueden entender mejor
Tras los pasos perdidos de Julio C. Tello, 1909-1919

las estrechas relaciones de Tello con la Universidad de Harvard. Asimismo,


la formación internacional de posgrado que recibió Julio C. Tello fue
influenciada por los planteamientos difusionistas y migracionistas de su
tiempo, durante el predominio de la arqueología histórico cultural. Sin
embargo, el planteamiento de la naturaleza autóctona de la Civilización
Andina y la existencia de una ‘cultura matriz’ permanecen como un legado
teórico en la arqueología andina. El vínculo mostrado entre la tesis de 1908 y
la obra de 1929 nos permite ver que las preguntas centrales de investigación
en torno a la civilización andina estuvieron constantes en Julio C. Tello
durante más de dos décadas.
Destaca también la participación de Tello en sus primeras expediciones, lo
que le permitió reunir información acerca de restos óseos humanos (cráneos)
para la elaboración de su tesis doctoral (1918). Fue durante su participación
en estas expediciones que se desarrolló el gradual proceso de aprendizaje de
Julio C. Tello en las tareas de dirección y trabajo de campo, lo cual es evidente
a partir de 1919 con la expedición a Ancash. Los materiales arqueológicos
recolectados durante ellas se encuentran depositados, principalmente, en
museos de Estados Unidos y el Perú.
Los temas que Tello aborda en sus primeras obras se centran en las religiones
andinas; las deidades, los paisajes sagrados y los cultos a los ancestros serán
una constante en la producción de Tello.
Finalmente, la imagen del hombre que se hizo a sí mismo y los logros de
Tello, queda mejor entendida, por su activa participación política, el apoyo
que recibió de Don Ricardo Palma ante la elite limeña e internacional, y el
apoyo que obtuvo de los gobiernos de turno. Es en este contexto que Tello
transitará en los años venideros por los complicados caminos que vinculan a
los arqueólogos con los políticos en la escena nacional.

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507
La etapa cusqueña de Luis E. Valcárcel y la arqueología del Altiplano andino

La etapa cusqueña de Luis E. Valcárcel y


la arqueología del Altiplano andino
Henry Tantaleán
Miguel Aguilar Díaz

«Está, pues, esclarecido que de la civilización inkaica, más que lo que ha muerto
nos preocupa lo que ha quedado. El problema de nuestro tiempo no está en saber
cómo ha sido el Perú. Está, más bien, en saber cómo es el Perú. El pasado nos
interesa en la medida en que puede servirnos para explicarnos el presente. Las
generaciones constructivas sienten el pasado como una raíz, como una causa. Jamás
lo sienten como un programa.»
José Carlos Mariátegui 2007 [1928]: 283
Introducción
Tal y como escribió el arqueólogo Mario Sanoja, el Perú fue asiento del
conjunto más desarrollado de la civilización suramericana, y una de las
más avanzadas civilizaciones originarias del mundo (Sanoja, 2007: 72). Un
pasado glorioso para una nación frustrada, heredera del colonialismo hispano
y el endocolonialismo criollo, un territorio separado por fronteras culturales
y económicas intransitables, incomunicadas por esos «abismos sociales» a
los que se refería Jorge Basadre. Sin embargo, tal pasado contrastaba con
la realidad del indígena andino, a pesar del mantenimiento de algunas de
las estructuras políticas del imperio inca durante la época de la Conquista
y la Colonia. No obstante aquel contraste, el imaginario del Tawantinsuyu
509
Henry Tantaleán, Miguel Aguilar Díaz

sobrevivía con fuerza no solo en el fuerte de la clase indígena, sino en un grupo


de intelectuales sociales quienes crearon un discurso político inspirado en el
pasado glorioso del sector étnico que hacia inicios del siglo XX representaba
el 66 % de la población (Espinoza, 1995). Este movimiento era conocido
como el indigenismo.
El movimiento indigenista nació como una respuesta formal contra el
poder establecido de la academia tradicional limeña, relacionada con la
clase terrateniente y gamonal y las abundantes clientelas alrededor de ellos
(Espinoza, 1995). El proyecto indigenista consistía en revalorar y reconocer
los derechos del indígena, colocándolo al mismo nivel que los demás grupos
étnicos relacionados con el poder desde el Estado, la capital del país y en
las mismas cabeceras departamentales, como Cusco, Puno y Arequipa.
Entre estos intelectuales surgió Luis Valcárcel, cuyo proyecto consistía
en el estudio de la historia antigua del Perú que constituía el pilar central
para reivindicar al indígena del siglo XX, heredero de las altas culturas y
civilizaciones prehispánicas (es decir, el estudio de la prehistoria en términos
de los intelectuales criollos e hispanistas).
En este contexto, Luis E. Valcárcel (Ilo 1891-Lima 1987), ha sido estudiado
desde diferentes perspectivas, sobre todo, enfocadas en su aproximación
etnohistórica y antropológica. Sin embargo, coincidentemente con sus
primeros años como investigador social en el Cuzco, Valcárcel realizó una
serie de investigaciones arqueológicas relacionadas con la zona de Puno donde
comenzó a estudiar científicamente los restos materiales de lo que él mismo
denominó la «cultura Pukara», describiendo e interpretando a los objetos y
sitios vinculados con esta sociedad prehispánica. Durante esos mismos años,
Valcárcel dirigió el Museo de Arqueología de la Universidad Nacional San
Antonio Abad del Cusco (actualmente Museo Inka), al cual llevó algunos de
los objetos arqueológicos de la sociedad prehispánica mencionada. De esta
manera, Valcárcel se erige como uno de los primeros constructores de espacios
museísticos e instituciones relacionadas con la explicación y protección del
pasado andino material.
En este capítulo se trata de ubicar las investigaciones e interpretaciones
arqueológicas y etnológicas de este «Valcárcel joven» y regional dentro de
su contexto socioeconómico, sociopolítico y socioideológico y su proyecto
científico y político relacionado con la construcción de la prehistoria de la
zona de Puno y el Cusco hasta 1930, año en que emigra definitivamente
510
hacia Lima.
La etapa cusqueña de Luis E. Valcárcel y la arqueología del Altiplano andino

1. El joven Valcárcel y el indigenismo regional


Cuando todo el ámbito intelectual capitalino fue hegemonizado por los
grupos conservadores, en la segunda década del siglo XX, el indigenismo se
refugió en círculos intelectuales provincianos y en algunos limeños, como la
«Asociación Pro-Indígena»1 aunque estos últimos con un conocimiento más
bien limitado de la realidad indígena2. De los debates de reivindicación de la
clase indígena y la denuncia de los abusos contra el indio, se consolidó una
tradición de estudio en la Universidad San Antonio Abad del Cusco donde ya
en 1909 se había reformado esta casa de estudios a consecuencia de la primera
huelga universitaria de Sudamérica en la que participó Valcárcel3.
Claramente, la reforma Universitaria de 1909 actualizó a la universidad con
la sociedad cusqueña. Hasta el momento de la huelga, dicha casa de estudios
se había demostrado corrupta, mediocre y conservadora. A partir del cierre
y reapertura dicha universidad se convirtió en un espacio de producción y
difusión de ideas progresistas, entre ellas las inspiradas previamente por el
pensamiento con respecto al indígena de Manuel González Prada desde Lima
y Clorinda Matto de Turner en el Cusco.
Esta época fue denominada por Francisco García Calderón como de la
«Escuela Cusqueña» con un pensamiento claramente Indigenista4 que según

1 Fundada en 1909 tenía entre sus dirigentes a Pedro Zulén, Dora Mayer y Joaquín Capelo.
Valcárcel se integraría poco después a esta asociación.
2 Como el mismo Valcárcel (1981: 185) deslinda: «El punto central de nuestro programa de acción

era rescatar el regionalismo del arte en el Perú, como norma única de actividad intelectual, a partir
de la cual la literatura nacional ganaría cohesión y personalidad propia. Esa posición regionalista
radical era una reacción contra el «snobismo» tan arraigado en la intelectualidad limeña, muchos
de cuyos exponentes llegaban a afirmar que en el Perú adolecíamos de temas locales, cometiendo el
clamoroso error de olvidar que la belleza artística es ante todo sensación y que de ninguna manera
reside en las cosas mismas. Tal como lo muestra la producción literaria y artística de la época,
hubo una cabal diferencia de motivaciones entre nuestro grupo cusqueño y sus contemporáneos
limeños. Había entre nosotros un marcado regionalismo y la decisión de exaltar la vida indígena.
Años más tarde los primeros pintores y literatos indigenistas causarían desconcierto y controversia
en el cerrado ambiente intelectual limeño, al mostrar en sus obras un paisaje, un hombre y una
cultura cuya existencia había sido negada sistemáticamente por la mayoría de «hombres cultos» de
la capital. Nuestra desventaja residía en que a nuestro medio provinciano demoraban en llegar las
últimas novedades bibliográficas.»
3 Como el mismo Valcárcel (1981: 42) señala: «A medida que el Cusco fue cambiando y

modernizándose, sobre todo luego de la reforma universitaria, las ideologías de protesta y cambio
fueron tomando fuerza.»
4 Según las propias palabras de Valcárcel (1981: 148): «Al reabrirse la Universidad, la propaganda
511
indigenista se hizo más extensa, primero abarcando a toda la población universitaria y luego
Henry Tantaleán, Miguel Aguilar Díaz

el mismo Valcárcel se inició en 1910 y


se disolvió en 1930 coincidiendo con su
emigración hacia Lima (Valcárcel, 1981:
141). Esta es la etapa en la cual se insertan
sus principales estudios con relación a la
arqueología del altiplano peruano: Puno.
Como dijimos, la también denominada
por Tamayo Herrera como la «Edad de
Oro» de la Universidad Nacional San
Antonio de Abad del Cusco, se debió
en gran parte a las reformas posteriores
a la huelga universitaria de 1909 y a
su reapertura al año siguiente bajo la
dirección del norteamericano Alberto
Giesecke (rector hasta 1923) quien
orientó a la comunidad universitaria
hacia la compresión y resolución de los
Figura 1 – Luis E. Valcárcel en 1917 problemas locales desde un pragmatismo
Tomado de Valcárcel (1981) que posibilitó también el estudio de
su pasado5. De hecho, Giesecke, quien
tenía mucho interés por la «ciudad de los Incas» y los restos prehispánicos6,
organizó el Museo Arqueológico de la Universidad, para lo cual adquirió la
colección particular del Dr. José Lucas Caparó Muñiz, colección que iba a
ser llevada a Lima por el Dr. Julio C. Tello. Este Museo fue dirigido desde
1917 hasta 1930 por Valcárcel7. Su actividad relacionada con la investigación

fuera de los claustros. Paulatinamente dejó de ser simplemente la defensa de las comunidades y la
denuncia de los ataques que sufrían por parte de los gamonales o de las autoridades. Sin descuidar
ese aspecto práctico, asumió la forma de una doctrina nueva, de una visión del mundo que partía
de la valorización de la población indígena, vista como representativa de la cultura peruana en su
condición de heredera de la antigua civilización incaica. Así, el indigenismo fue convirtiéndose en
una filosofía que buscaba revalorar los aportes indígenas a la cultura universal en todos los campos:
científico, artístico, literario, socioeconómico.»
5 Por ejemplo, la tesis universitaria de Valcárcel en esa universidad se tituló La cuestión agraria en

el Cusco (1979 [1913]).


6 Resulta interesante que Giesecke se reunió con Hiram Bingham y le confirmó la existencia de la

ruinas de Macchu Picchu antes de que este último realizará su famosa expedición de 1911(Vilela
& De la Puente, 2011: 35).
512 7 Valcárcel relata algo sobre la colección Caparó en sus Memorias (1981: 133): «Quechuistas

destacados como el médico Leonardo Villar, amigo de Clorinda Matto, o el abogado José Lucas
La etapa cusqueña de Luis E. Valcárcel y la arqueología del Altiplano andino

arqueológica se impulsó desde ese museo. Desde allí se dirigieron los trabajos
para conservar el patrimonio arqueológico del Cusco.
Como el mismo Valcárcel (1981: 215) señala:
La labor de protección de los monumentos arqueológicos cusqueños
fue difícil, ya que éstos eran muchos y los recursos escasos. Por entonces
se comenzaba a tener conciencia de la importancia de esa tarea. Gracias
a la preocupación de algunos parlamentarios como Víctor J. Guevara,
se consiguieron pequeñas asignaciones que permitieron realizar labores
de limpieza en Sacsahuaman, Pucará, Tambomachay, Ollantaytambo
y Machu Picchu. (…). También se logró colocar vigilantes en los
principales monumentos, como una forma de impedir su depredación.
En 1925 propuse un plan de limpieza, control e inventario de los restos
arqueológicos cercanos a la ciudad, así como la construcción de sus
respectivas rutas de acceso. Sin embargo, no fue posible realizarlo, la
causa era siempre la misma: falta de recursos, pero también de interés
y convicción. A pesar de nuestros esfuerzos, ese implacable destructor
que es el tiempo, más aún cuando actúa en complicidad con la mano del
hombre, seguía manifestándose sin que contásemos con los elementos
suficientes para contenerlo.
En esas dos décadas, de 1910 a 1930, encontramos a Valcárcel en una gran
actividad, primero política y luego académica que giraba en torno a la

Caparó Muñiz, quien llegó a ser juez en Paruro, fueron promoviendo el interés por el indígena y
sus manifestaciones culturales. Este último formó una colección de antigüedades incaicas. Dedicó
buena parte de su vida, unos 15 años, a la recolección paciente de piezas prehispánicas en una
época en que dicha afición era vista como excéntrica y no había el menor apoyo para proteger
el patrimonio arqueológico. Guardaba objetos de piedra, armas de guerra, hihuayas, maccanas,
huarakas, vasos y bebederas, huincos, ccochas, ídolos, morteros, silbadores, objetos de oro y plata,
orejeras, objetos de champi, de arcilla, herramientas, cántaros, tejidos, objetos de hueso, etc.,
habiendo obtenido algunas piezas en excavaciones personales. El valor de su colección contrastaba
con las versiones que Caparó había inventado sobre cada una de las piezas, algunas de ellas ridículas.
A fines del siglo XIX esa colección era la más importante en el país, pues reunía un nutrido y
calificado material inca. Tanto Tello como Larco Herrera quisieron comprársela pero Caparó, con
un notable sentido regionalista, prefirió venderla a la Universidad del Cusco, a un precio inferior al
que le ofrecían. Lamentablemente hubo muy pocos gestos como ese en el Cusco de aquellos años.
Las piezas que debían haber existido en el llamado Museo Erudito y en la Biblioteca-Museo habían
desaparecido o se habían deteriorado mucho desde cuando las vi por primera vez. Entre 1840 y
1842 la Universidad había formado un museo, pero solamente llegó a tener una cantidad limitada
de piezas, que se unieron a las de Caparó cuando su colección fue adquirida por la Universidad. 513
Hoy pueden admirarse en el Museo Arqueológico del Cusco.»
Henry Tantaleán, Miguel Aguilar Díaz

revaloración del pasado andino. Ejemplo de esto fueron sus actividades basadas
en la tradición oral andina trasvasada a la literatura española temprana, como
en el drama Ollantay que fue llevada a escenificar por él mismo en ciudades
como Buenos Aires (1923).

Figura 2 – En 1923 Valcárcel preside la Misión Arte Incaico en el extranjero


Foto: Archivo Luis E. Valcárcel

Asimismo, en 1924 impulsa junto a otros colegas la constitución de las


Universidades populares, siguiendo las ideas populares de Manuel Gonzáles
Prada. Medios que ya habían sido gestados como La Sierra, donde se
publicaron las principales ideas progresistas y contestatarias al status quo de
la Universidad antes y después de la huelga universitaria de 1909, fueron
canales en los cuales las nuevas ideas eran materializadas. Asimismo, la Revista
Universitaria era un medio de difusión importante de las investigaciones
históricas, antropológicas y arqueológicas después de la reapertura de la
Universidad en 1910 y en la que colaboraron muchos de los intelectuales
asimilados a la nueva universidad del Cusco, entre ellos Valcárcel.
Su relación directa con Mariátegui a partir de 1924, hace que muchas ideas
marxistas tomen mayor preponderancia en sus escritos indigenistas, puesto
que ambos buscaban la denuncia del abuso histórico contra el indígena andino
y su reivindicación y liberación objetiva. «Tempestad en los Andes» es, quizá,
514 uno de sus textos que recogieron mucho del marxismo que asimiló en su
relación con Mariátegui, quien le insistió en publicar dicho texto que recogía
La etapa cusqueña de Luis E. Valcárcel y la arqueología del Altiplano andino

con mucho detalle la forma de la vida del indígena de la zona del Cusco8. Es
este texto, quizá la muestra más clara de la estrecha relación de la práctica
política y la práctica académica en el joven Valcárcel. Él era consciente que el
estudio científico de las sociedades prehispánicas andinas se realizaban en el
mismo contexto en el cual se elaboraba el discurso de la revolución indígena,
de los movimientos telúricos y de un nuevo proyecto de sociedad.

2. Política, Etnología y Arqueología


Luis Valcárcel poseía una visión antropológica general en la cual las sociedades
antiguas y contemporáneas andinas, a pesar de su distancia temporal y sus
diferencias económicas y políticas, mantenían tradiciones que las vinculaban
de una forma trascendental y esencial. Así lo notó Mariátegui en el epígrafe al
inicio de este capítulo (2007 [1928]: 283), y así lo notó también Valcárcel en
su época cusqueña, a partir de textos que buscaban conocer a fondo la cultura
andina, como el manuscrito anónimo generalmente atribuido al sacerdote
doctrinero Francisco de Ávila del siglo XVI que José María Arguedas y Gerald
Taylor tradujeran más tarde del quechua al castellano.
Desde esa perspectiva, Valcárcel comparó antropológicamente el registro
material de las culturas que habitaron el altiplano del Titicaca con el registro
documental estableciendo una primigenia y original línea de investigación
para llegar a la identidad étnica de los grupos que la habitaron, una identidad
que él entendía como viva y marginada. De este modo, propuso un método
de análisis, que si bien es cierto es parte arqueológico y parte histórico, poseía

8 Como el mismo Valcárcel (1981: 244) señala: «Más allá de presentar una serie de estampas de la
vida indígena, Tempestad en los Andes fue la síntesis de las principales preocupaciones que tuve
durante los años 20; el indio, el indigenismo, el socialismo, la nacionalidad peruana. Sin embargo,
no hay ahí ni la discusión teórica de tales temas ni el programa político de la liberación indígena.
Había una cuestión evidente que era la explotación de los indios, lo que sin requerir mayores
rodeos había que mostrar ante el público costeño, que poco o nada conocía de esa cruel situación.
Nuestra proximidad al indio nos había revelado que en él estaba latente un resurgimiento espiritual
y el anuncio de su renacimiento, por eso dijimos: “La nueva conciencia aquí está en el silencio
anunciador, en las tinieblas predecesoras. La sentimos latir en el viejo cuerpo de la raza, como si
de la cegada fuente volviera a manar el agua viva, el muerto corazón, la oculta entraña. . .” Como
afirmé que la cultura bajaría nuevamente de los Andes, muchos pensaron que proponía retrasar el
reloj de la historia; en realidad tenía la vista puesta en el futuro, por eso Tempestad en los Andes fue
la clarinada de un cambio fundamental en la vida peruana. Como el mismo Mariátegui dijera en
el generoso prólogo que escribió, Tempestad en los Andes fue la “profecía apasionada que anuncia 515
el nuevo Perú”.»
Henry Tantaleán, Miguel Aguilar Díaz

a la vez un método propio. De esta manera, esta visión antropológica de


la cultura material y la historia registrada de los grupos étnicos andinos
conforma las primeras prácticas formales de lo que conocemos ahora como
Etnohistoria. Valcárcel fundó, en este sentido, una etnología andina a la luz
de las ciencias sociales, y la insertó en el campo de la interdisciplinariedad
(Valcárcel, 1959).
En este sentido, podemos caracterizar los orígenes del pensamiento
arqueológico y etnológico en el Perú como los orígenes del debate acerca
de la procedencia de la alta cultura en el territorio y la confrontación de dos
grandes tendencias y teorías sobre la explicación de este proceso. En ese campo,
Valcárcel y Tello desde el Perú fueron gravitantes para la construcción de una
arqueología hecha por peruanos, aunque en un contexto donde ya se habían
dado pasos importantes como la de los viajeros europeos y norteamericanos
o los primeros científicos como el alemán Max Uhle.
Pese al ambiente académico en que se dieron estos planteamientos y
discusiones, queda claro que la filiación política no estuvo exenta en estos
debates, no solo sobre el origen de las altas culturas y civilizaciones, sino por
la propia reivindicación histórica del indígena andino. La labor cumplida
por antropólogos-arqueólogos como Valcárcel y Julio C. Tello fue en esencia
política relacionada con la academia y la fundación de tradiciones científicas
de estudio, así como de defensa de la cultura indígena. El discurso ideológico
reivindicativo del pasado indígena se visualizaba claramente en sus mismos
descubrimientos arqueológicos, aquellos que les indicaron antigüedades
considerables de origen muy anterior a la de los incas, estableciendo secuencias
que ya hablaban de una serie de culturas históricamente relacionadas y que
forjaron al hombre andino del presente. Pese a que los avances metodológicos
en la arqueología de inicios del siglo pasado eran limitados a comparación
de las décadas posteriores, estos investigadores trabajaron y desarrollaron
numerosas hipótesis e inferencias sobre esta gran antigüedad de la alta cultura
andina. El origen autóctono de la civilización andina por lo tanto, debía ser
demostrado a partir de argumentos científicos que sustentaran los discursos
políticos, para crear las bases sólidas de que la civilización destruida por los
españoles era «mejor» en el pasado, y los indígenas actuales eran conspicuos
aunque, a la vez, pobres herederos.
El resultado de la práctica política en los escritos y actos académicos de
Valcárcel en sus primeros años en el Cusco, es una especie de labor política
516
ligada al trabajo del científico social construyendo un espacio de reivindicación
La etapa cusqueña de Luis E. Valcárcel y la arqueología del Altiplano andino

indígena y social, y una palestra de defensa del pasado testimonial andino.


Por este motivo, uno de sus principales temas de estudio se constituyó en el
Imperio Inca9.
Valcárcel, desde su época de estudiante en el Cusco tuvo filiaciones políticas
que le depararon diversas fortunas. Es así que apoyó a diferentes políticos
como José Pardo o Guillermo Billinghurst, este último, le permitió obtener el
importante cargo de Inspector Departamental de Educación. Posteriormente,
fue elegido como diputado por Chumbivilcas en 1919 por el partido de Pardo.
No obstante, el golpe de Augusto B. Leguía le impidió poder asumir dicho
cargo en el Congreso en Lima. A partir de entonces, Valcárcel se dedicó desde
el periodismo a criticar a Leguía. A diferencia de su situación, fue durante
el Oncenio de Leguía cuando Julio C. Tello ocupó el protagonismo de los
estudios del pasado prehispánico en el Perú, aunque también fue durante
el segundo gobierno de Leguía, cuando Valcárcel publicó su célebre texto
titulado «Tempestad en los Andes» (1927), su verdadero posicionamiento
indigenista-político en medio de la segunda gran huelga universitaria y su
encarcelamiento en la Isla San Lorenzo. Como describe Rodrigo Montoya
(1998: 244):
‘Tempestad en los Andes’, fue el panfleto semiliterario y semipolítico
de Luis E. Valcárcel, el joven radical indigenista de los años veinte,
ardiente y fogoso, que anunciaba la llegada de una revolución india
que bajaría desde los Andes y que estaba sólo a la espera del Lenín que
la dirigiera.
Sin embargo, a pesar que el indigenismo regionalista del Valcárcel joven
estaba íntimamente relacionado con los movimientos políticos libertarios

9 Su interés por la historia Inca se puede entender desde la siguiente cita: «Sin embargo, ningún
otro tema de nuestro pasado histórico me atraía más que el incaico. Conforme profundizaba en
dicho estudio, se hacía más evidente la insuficiencia de los textos de consulta con que contábamos,
que se limitaban a repetir a los cronistas aceptando el Imperio como una realidad consumada,
elaborando cronologías de sus gobernantes y relatos épicos sobre sus guerras de conquista
o fantasiosas apreciaciones sobre su organización política y vida religiosa. Por el contrario, me
interesaba conocer la manera como se había formado el Imperio, es decir, los cambios operados
en la vida andina que culminaron en el Tawantinsuyu. Pero no contábamos con los elementos
necesarios para absolver ese interrogante; la arqueología peruana estaba en ciernes, los archivos se
reducían a confusos depósitos de documentos carentes del menor orden. Un estudio serio sobre
los orígenes del Imperio tenía que partir del ayllu, la célula fundamental de la sociedad andina. De
esa manera abordé el tema en mi tesis de bachiller en Jurisprudencia, titulada Del ayllu al imperio, 517
escrita en 1916.»
Henry Tantaleán, Miguel Aguilar Díaz

como el anarquismo en primera instancia y posteriormente en la década


de 1920, con el marxismo, los pensamientos políticos que lo llevarían a
radicalizarse no estaban sujetos a un dogma o un partidarismo ortodoxo sino
más bien relacionados con una reivindicación del indígena que procedía de
su convivencia y relación directa y consciente con este.

3. Valcárcel y la arqueologia del altiplano andino


Valcárcel, a quien el descubrimiento científico de Machu Picchu por Hiram
Bingham10, uno de los acontecimientos más importantes de comienzos de
siglo le impresionara sobremanera, fue uno de los primeros investigadores
que llamó la atención acerca de los sitios arqueológicos del Cusco desde su
cargo como profesor en la Universidad
Nacional del Cusco11.
Por ejemplo, de sus primeros trabajos que
se podrían catalogar como arqueológicos
están su descripción de los petroglifos de
La Convención y sus investigaciones en
la ciudad Wari de Pikillacta (Valcárcel,
1925a; 1926), al sur de la ciudad del
Cusco, donde señala el descubrimiento de
40 figurillas de turquesa (Valcárcel, 1981:
216). Más adelante, Valcárcel dirigió su
Figura 3 – Valcárcel y acompañante contemplan
primera expedición arqueológica hacia una roca con grabados zoomorfos localizados
la zona de Pucara en el altiplano puneño posiblemente en el departamento del Cusco
(Valcárcel, 1925b; 1932a: 7), siendo de Foto Archivo Luis E. Valcárcel
esta manera el descubridor científico de
esta «cultura», pues, como él mismo afirma, «ningún arqueólogo antiguo o
moderno había examinado los monumentos de que es poseedor este pueblo»
(Valcárcel, 1925b: 14).

10 El sitio, sin embargo ya había sido descrito y registrado por viajeros peruanos e ingleses (ver más
ampliamente en Aguilar, 2011).
11 Por ejemplo esto es lo que pensaba sobre la arqueología en 1920: «Cualquier objeto, por

insignificante que sea, contiene siempre una verdad reveladora. Nuestra historia precolombina
carece de documentos; pero posee un copioso conjunto de monumentos que nos proporcionan
518 datos importantísimos para restaurar esa parte considerable de nuestro pasado». (Valcárcel, 1981:
214)
La etapa cusqueña de Luis E. Valcárcel y la arqueología del Altiplano andino

Desde su infancia hasta su emigración definitiva hacia Lima, Valcárcel


había tenido contacto con muchos personajes de diferentes clases sociales
procedentes del altiplano puneño. Entre ellos, uno de los que fue capital para
su acercamiento a la arqueología de la zona fue José Frisancho, eminente
abogado y juez de la Corte Superior del Cusco y quien había asumido la
defensa legal del indígena en una época en la cual muchos de los hacendados
hacían prevalecer su posición económico y social para poner de su parte a la
justicia del Estado.
Valcárcel (1981: 135), describe a Frisancho y relata su llegada a Puno de la
mano de este magistrado de la siguiente manera:
Frisancho era de origen puneño y tenía rasgos indígenas, hablaba aymara
y quechua y era un tipo estricto pero de carácter sociable. Cercano a
los cuarenta años se casó con una de las más bellas mujeres cusqueñas,
Juanita Pineda, que vivía en la calle Malambo, con la que tuvo cuatro
hijos. Con el tiempo llegamos a ser amigos, en 1925 viajamos a una
de sus haciendas en Puno, donde hice excavaciones arqueológicas
ubicando restos de la cultura Pukara. (subrayado nuestro)
Esta visita, tal como quedó documentada en el «Informe sobre la exploración
arqueológica de Pukara» publicado en el número 48 de la Revista Universitaria,
se realizó entre el 14 y 20 de julio de 1925 (Valcárcel, 1925b) y, donde además
del Sr. Frisancho, los acompañó el reconocido dibujante de la universidad,
Víctor Guillén.
Valcárcel, en este contexto y a diferencia de las prácticas coloniales de
exploradores como Hiram Bingham, quería relacionar estos tempranos
hallazgos y establecer el vínculo entre el pasado material y el indígena del
presente. Como señala en sus Memorias (1981: 216):
Del reconocimiento que hice en monumentos arqueológicos vale la
pena referirse a dos de ellos. En una excavación hecha en Pukará, en
el departamento de Puno, hallé algunos ceramios y figuras de piedra;
pensé que pertenecían a Tiawanaku, pero luego de un estudio detallado
determiné que eran de un estilo distinto en el cual, a diferencia de lo
que ocurría en Tiawanaku, el hombre estaba representado con garras y
dientes de felino. Se trataba de un estilo particular parecido al modelo
Chavín. Dejé en la Municipalidad de Pukará los objetos hallados,
con la esperanza de que fuesen el comienzo de un museo local, que
lamentablemente no se ha hecho. 519
Henry Tantaleán, Miguel Aguilar Díaz

En su primer reporte de 1925,


Valcárcel hace gala de su
conocimiento etnohistórico de
la zona y plantea tempranamente
que el sitio de Pukara habría
sido un «santuario visitadísimo»
o centro de peregrinación, un
planteamiento que se haría
muy popular en la arqueología
andina con el correr de los
años. Asimismo, describe
lo poco que se veía de la
arquitectura en superficie,
resaltando los «templos» del
sector denominado Qalasaya
comparándolos con los de
Tiwanaku (fig. 4). Además,
informa sobre la «pilastra de la
lluvia o el rayo», la escultura de
estilo Pukara más sobresaliente
encontrada en el sitio mismo.
También reporta, por primera
vez, al «Sacrificador» o
Figura 4 – Vista moderna del edificio principal del sitio
«Ñák’aj» de quien publicará
de pukara
Foto: Henry Tantaleán posteriormente un texto más
extenso. Concluye dicho
informe vinculando a Pukara con Tiwanaku y planteándolo como un centro
irradiador de cultura:
Es un fundadísimo «posible» que la Gran Cultura Andina, se expandió
por las mesetas peruanas, derramándose después a los valles de la costa
y de la sierra. Pukara es un jalón en el gigantesco recorrido de la Raza.
(Valcárcel, 1925b: 21)
Finalmente, resulta curioso que en sus Memorias señale que hizo excavaciones
en Pukara y en el informe señalado no las reporte, incluso señalando la ausencia
y necesidad de estas. Quizá, haya que seguir investigando en sus archivos para
ver si realmente excavó en el sitio. De todas maneras, por sus publicaciones
520 sabemos que recuperó material arqueológico cerámico del estilo Pukara
La etapa cusqueña de Luis E. Valcárcel y la arqueología del Altiplano andino

Polícromo, el cual podría proceder de excavaciones arqueológicas aunque


también de recolecciones superficiales que el mismo Valcárcel realizaría
durante sus estadías en el sitio.
Posteriormente, con el material recolectado y ya asentado en Lima, Valcárcel
publicó una serie de artículos en la Revista del Museo Nacional (Valcárcel,
1932a; 1932b; 1935). Para esa época ejercía como Director del Museo
Arqueológico, institución encargada de publicar dicha revista, uno de los
principales medios de difusión de sus ideas y por la cual su imagen en Lima
comenzó a brillar, opacando sin duda a la del arqueólogo Julio C. Tello,
quien había ejercido de diputado por la provincia de Huarochirí dentro del
gobierno de Augusto Leguía; consecuentemente su figura se encontraba más
bien relacionada a la de un político oficialista.
Regresando a los descubrimientos de Valcárcel en Puno, además de producir
los primeros inventarios y hallazgos científicos de la zona, trató de ofrecer una
explicación acerca de estos artefactos, especialmente de los seres representados
en los monolitos y cerámica de Pukara. Su explicación se realizaba mediante
la utilización de mitos, comparaciones iconográficas, toponimias, etc., en un
estudio bastante clásico de esta época dentro de un enfoque etnológico. Esta
metodología de investigación se aprecia en su artículo: «El Gato de Agua»
(1932b), donde define a la representación de la «nutria» como el principal
icono reconocible en la mayoría de estelas líticas Pukara (ver fig. 5). Pero
más allá de esta observación, algo muy importante en las publicaciones de
Valcárcel es que establece tempranamente la conexión entre la sociedad
Pukara y las de la costa sur, es decir, con Paracas y Nazca12:
Se ha reunido un pequeño número de datos, importantes en calidad,
que ligan entre sí, enfocando aspectos diversos. Todo hace presumir
una estrecha vinculación entre Pukara y Naska, el altiplano y el litoral.
(Valcárcel, 1932b: 3)
Además, advirtió tempranamente que ciertos motivos pukarenses se
encontraban también representados en la iconografía de Tiwanaku, aunque
ya para la década de 1930 los supo distinguir claramente.
En el mismo año, Valcárcel (1932a), recogiendo el enfoque difusionista en
su artículo «El Personaje Mítico de Pukara» establece las vinculaciones entre

521
12 Conexión que más tarde será examinada por Paul Goldstein (2000).
Henry Tantaleán, Miguel Aguilar Díaz

Figura 5 – Ilustracion del «gato de agua Figura 6 – Ilustración del «degollador o hatun
de pukara» ñakaj» de pukara
Tomado de Valcarcel (1932b) Tomado de Valcárcel (1932a)

Pukara, Paracas y Nasca ya mencionadas, pero amplía dicha vinculación hasta


la estatuaria de San Agustín en Colombia, donde también existen litoesculturas
que representarían al degollador o Ñakaj del que hablaba tempranamente
en su informe de 1925 (fig. 6). La mayor cantidad de comparaciones que
realiza entre objetos arqueológicos, a partir de ese entonces, claramente se
debe a que tiene un mayor acceso a las colecciones del Museo Arqueológico
y seguramente a sus conversaciones con Jorge C. Muelle, un cercano
colaborador suyo formado en la Escuela de Bellas Artes de Lima, pues en ese
y otros textos es donde también comienza a hablar de la Historia del Arte en
los Andes.
Más adelante, en 1935, en su artículo «Litoesculturas y cerámica de Pukara»,
señaló a Pukara «como otro gran centro de la cultura del Altiplano» (Valcárcel,
1935: 25). En la misma publicación también ofrece a los lectores otras muestras
de la materialidad social de Pukara (fig. 7). De interés para el especialista en
la arqueología de la zona es que, por primera vez, un investigador se refiere al
sitio de «Kala Uyu», muy cercano a Pukara, lugar que posiblemente es el área
522 conocida en la actualidad como Qaluyu y que, posteriomente, fue visitada por
Alfred Kidder en 1939 para excavar algunas otras litoesculturas del estilo Pukara.
La etapa cusqueña de Luis E. Valcárcel y la arqueología del Altiplano andino

Figura 7 – Dibujo de ceramica pukara clásica realizada por Pedro


Rojas Ponce «wariwillka»

En todos estos trabajos mencionados, queda claro que la descripción


prima sobre la explicación. Y aún cuando esta se realiza, solo se refiere a la
iconografía representada en los materiales arqueológicos y a su comparación
con otras «culturas». En ese sentido, para Valcárcel, los mitos y leyendas
fueron su principal fundamento para explicar los diseños en esa escultura
lítica y en la decoración de la cerámica. Entre estos mitos al que se refiere
constantemente es al de Wiracocha, una influencia que, posiblemente, se debe
al escrito que había titulado con ese mismo nombre Julio C. Tello en 1923
(ver Astuhuamán en este volumen). Asimismo, aplicó el método etnológico,
dada su amplia utilización, en ese entonces, como medio de explicación
de la realidad pasada, como se venía haciendo en esos años en los Estados
Unidos y que estaba inspirado en el método histórico directo de tradición
morganiana. Dicho método va a arrastrar serios problemas ontológicos y
epistemológicos, además de su empleo ideológico, problemas que Valcárcel
también reprodujo al utilizarlo. Como él mismo afirma, Darwin y Spencer
fueron sus principales fuentes de inspiración para sus explicaciones sociales
desde su época de estudiante en el Cusco. Sin embargo, Valcárcel asumió un
difusionismo algo más sofisticado gracias a su conocimiento de los beneficios
que provenían de las excavaciones arqueológicas estratigráficas, como las que
conocía por los trabajos de Max Uhle en Pachacamac, lo que se deja entrever 523
cuando advierte que:
Henry Tantaleán, Miguel Aguilar Díaz

Monolitos y cerámica orientarán a los arqueólogos no sólo en el


sentido horizontal de difusión, sino también en el perpendicular
o estratigráfico, que fija los pilotes para el edificio de la historia.
(Valcárcel, 1935: 28)
Sin embargo, esa postura difusionista para explicar la aparición de artefactos
con semejanza formal en diferentes espacios geográficos encontrará su mayor
representante en la arqueología peruana en la figura de Julio C. Tello, con el
cual, en ese momento, ya estaba compitiendo en la escena nacional como el
principal investigador del pasado andino peruano13.

4. Comentarios finales
En este capítulo hemos querido dejar patente que, desde su época en el Cusco,
Valcárcel, a pesar de su falta de formación como arqueólogo, contribuyó
como investigador social en la explicación de las sociedades altiplánicas,
especialmente de la sociedad que él denominó Pukara. Para hacer esto, estuvo
principalmente influido por sus perspectivas indigenistas regionales matizadas
con el marxismo. También, en el plano político sus diferentes encargos
institucionales por parte primero del gobierno democrático de Billinghurst
y más tarde con el dictador Sánchez Cerro, tuvieron un impacto importante
en su visibilidad académica y política lo cual tuvo profundas implicancias en
la historia de la arqueología en el Perú. En este sentido, en la relación de la
práctica política con la ciencia no se diferencia con la práctica de Julio C. Tello,
quien en su compromiso con la dictadura de Leguía llegó a defender su causa
indigenista desde una perspectiva paternalista, en un gobierno que motivó el
cambio de estatus de indígena a trabajador asalariado, y a veces refiriéndose al
cuerpo indígena como la nueva clase «proletaria» (Tello, 1973 [1936]).
Valcárcel conoció a Luis Sánchez Cerro en 1922 durante su actividad crítica
contra el gobierno de Leguía. A consecuencia de esta oposición a Leguía,
Valcárcel también fue perseguido y encarcelado por este gobierno (1927).

13 Interesantemente, Jorge C. Muelle y Camilo Blas refieren en su texto de 1936 que «En 1934
el Dr. Valcárcel y después en 1936 él y el Dr. Tello, obtuvieron en basurales de Pucara (Puno)
importantes fragmentos de una cerámica de estilo nuevo para la arqueología». Esto supone que
Valcárcel habría realizado un viaje más a Pukara y que, posteriormente, fue acompañado por el
524 mismo Tello. En su publicación de 1943, Tello refiere una estadía en Pukara en octubre de 1935.
Sin embargo, allí no menciona a Valcárcel.
La etapa cusqueña de Luis E. Valcárcel y la arqueología del Altiplano andino

Cuando Sánchez Cerro sube al poder en 1930, Valcárcel deja el Cusco y


se convierte en el intelectual orgánico de este gobierno. Al hacer eso releva,
en primera instancia, a Tello, declarado leguiísta, de la dirección del Museo
Arqueológico y, comienza desde ese mismo momento, a ser un personaje
importante en la escena política y académica peruana y que, como vimos
previamente, estaba más restringida a su región andina de origen.
A partir de 1934 se inicia su relación con lo que él denomina la «etnología
norteamericana», que es básicamente lo que conocemos ahora como la escuela
histórico cultural, vehiculizada hacia América por medio de los alumnos
de Franz Boas de la Universidad de Columbia. Tello, quien ya había sido
impactado por esa forma de explicación arqueológica gracias a sus viajes a los
Estados Unidos y Europa, también empezaba a definir a Chavín de Huántar
como el centro de su círculo cultural prístino de la cultura andina. Resulta
significativo reconocer en ambos investigadores cómo, a pesar de expresar y
resaltar la particularidad del indígena y de la «cultura andina», utilizaron las
teorías sociales foráneas para darle solidez a sus argumentaciones y reivindicar
las raíces andinas de la sociedad peruana. Posiblemente, esto se explica porque
su formación universitaria y política estaba influida por el pensamiento
occidental y hegemónico, y por su carácter fundacional de la Antropología y
Arqueología en el Perú. Sin embargo, Valcárcel siempre estableció que había
que explicar a la sociedad peruana desde dentro, y hacia adentro.
En este capítulo se ha explorado con especial énfasis la época de Valcárcel
previa a su emigración definitiva a Lima ocurrida en 1930 que cierra su
etapa cusqueña. Consideramos que estudios más profundos posteriores
a dicha emigración, realizada para desempeñar cargos públicos claves,
seguramente nos brindarán información muy relevante para entender
la institucionalización de la Arqueología y la Etnohistoria en el Perú, su
explicación histórica a través de los museos y la forma en la que se gestaron
las diversas relaciones entre investigadores extranjeros y nacionales adentro de
las nuevas relaciones hegemónico-periféricas que sin dejar de ser académicas,
también se vislumbran políticas (por ejemplo Prieto, 2010). Sin embargo,
como hemos tratado de hacer aquí, para poder entender realmente las bases
fundamentales del pensamiento de Valcárcel, hay que revisitar a su etapa
cusqueña donde realmente se formó como intelectual y político pero, sobre
todo, como ser humano al tomar conciencia de la importancia de lo indígena
en la construcción de una sociedad peruana más justa y equitativa.
525
Henry Tantaleán, Miguel Aguilar Díaz

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VALCÁRCEL, L. E., 1981 – Luis E. Valcárcel. Memorias, 478 pp.; Lima: IEP.
Editadas por José Matos Mar, José Deustua y José Luis Rénique.
VILELA, S. & DE LA PUENTE, J., 2011 – El Último Secreto de Macchu
Picchu. Quién es el Dueño de la Ciudadela de los Incas? El Comercio;
Lima.

527
Una aproximación a la obra de Rebeca Carrión Cachot entre 1947 y 1960

Una aproximación a la obra de Rebeca


Carrión Cachot entre 1947 y 1960
Pedro Novoa Bellota

Introducción
En este capítulo se presenta una revisión de las actividades que desarrolló la
arqueóloga Rebeca Carrión Cachot entre los años 1947 y 1960, lapso en el
cual ocupó la dirección del Museo Nacional de Arqueología y Antropología
y, posteriormente, pasó a radicar en Guatemala, hasta su prematura muerte.
Se examinan sus actividades como investigadora, difusora y defensora del
patrimonio arqueológico nacional.
En primer lugar, se trata de su relación con el legado dejado por Julio C. Tello:
cuáles fueron sus gestiones para con el archivo de los documentos del sabio
y cómo prosiguió con las investigaciones iniciadas por él. A continuación,
se exponen las actividades que desplegó al frente del Museo Nacional de
Arqueología y Antropología, las investigaciones que realizó, la defensa del
patrimonio arqueológico, y la intensa difusión, nacional e internacional, que
hizo de la arqueología peruana.
Finalmente se expone la obra que desarrolló desde Centroamérica, en donde
vivió desde 1956 a raíz de su matrimonio con Rafael Girard. Se mencionan
sus publicaciones sobre Maya y Chavín, así como el libro que dejó inconcluso,
y su archivo de documentos. 529
Pedro Novoa Bellota

1. Rebeca Carrión Cachot y la arqueología en el Perú después de Tello


El 3 de junio de 1947, después de una penosa enfermedad, murió Julio
C. Tello, padre de la arqueología peruana. Aún en medio de la tristeza
generada por este hecho, debió atenderse a la sucesión en la dirección del
Museo Nacional de Antropología y Arqueología, institución que Tello había
establecido en 1938 y consolidado en 1945 (Tello & Mejía, 1967: 222, 235),
y que era su obra más acabada para impulsar el desarrollo de la arqueología
nacional. Por ello, la dirección del Museo debería recaer en la persona más
capaz y reconocida para continuar con esa última labor.
No sorprende que esta sucesión se resolviera dentro del propio equipo que
acompañó a Tello durante su carrera. La dirección del Museo recayó en la
doctora Rebeca Carrión Cachot, quien venía colaborando con Tello desde
1921. La subdirección del Museo la asumió el señor Manuel Toribio Mejía
Xesspe, quien se había unido al equipo de Tello a fines de 1924 (Mejía,
1977: 8).
Esta situación revela la situación de liderazgo de ambos personajes en la
arqueología peruana de entonces. Personalmente, Tello había sugerido en
su testamento, escrito doce días antes de morir, que ambos discípulos lo
sucedieran en sus labores (Tello, 1947: Séptima). En la práctica, en el equipo
que Tello formó y dirigió, Carrión había sido la directora del gabinete y Mejía,
el director de campo. La presencia de Carrión y Mejía, como manifestara
Tello en su testamento, garantizaría la continuidad de las novedosas labores
arqueológicas que había iniciado e impulsado durante toda la primera mitad
del siglo XX.
La primera actividad que cupo a Carrión y Mejía después de la muerte
de Tello fue la organización y transferencia del Archivo de documentos y
Biblioteca de su maestro a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Tello había nombrado específicamente a ambos como conocedores de los
documentos que debían entregarse a la Universidad (Tello, 1947: Segunda-e),
aunque es muy posible que ellos no estuvieran del todo de acuerdo con esa
decisión. No solo tendrían que desprenderse de los registros originales de los
materiales arqueológicos que tenían reunidos y bajo su dominio en el Museo
Nacional, sino que, para acceder a ellos, tendrían que tratar con personajes
y procedimientos extraños a sus costumbres. La historia oficial informa que,
de acuerdo con el deseo de Tello, Carrión y Mejía cumplieron con organizar,
530 inventariar y entregar a la Universidad de San Marcos todos los documentos
del sabio en 1947.
Una aproximación a la obra de Rebeca Carrión Cachot entre 1947 y 1960

Para recibir la Biblioteca y el Archivo de Tello, las autoridades universitarias


nombraron una comisión presidida por el doctor Luis Eduardo Valcárcel e
integrada también por Carrión y Mejía (UNMSM, 1947). Si recordamos
la intempestiva remoción de Tello de la dirección del Museo Nacional en
1930, su reemplazo por el mismo Valcárcel (Tello & Mejía, 1967: 172), y la
consiguiente renuncia de Carrión y Mejía a esa institución (Daggett, 1991:
49; también ver Tantaleán y Aguilar en este volumen), podemos asumir que
la relación entre los integrantes de la comisión no sería muy fluida.
La entrega de los libros de Tello —se habló de
miles— se produjo sin mayores observaciones,
pero ahora es evidente que, en cuanto al
Archivo, Carrión y Mejía retuvieron en su
poder por lo menos la cuarta parte del mismo,
sin ningún aviso. De hecho, en septiembre
de 1947, casi inmediatamente después de
la entrega de los papeles, ellos solicitaron
formalmente a la Universidad el retorno
del Archivo a las instalaciones del Museo
Nacional, donde probablemente guardaban los
documentos retenidos. Como era de esperarse,
el Consejo Universitario no aprobó la solicitud,
y el Archivo Tello quedó dividido en dos
instituciones (Aponte & Novoa, 1999: 15-
17). Por ello, el inventario de los papeles que
Carrión y Mejía entregaron a la Universidad
—y que publicó Carlos Daniel Valcárcel en
1966, bajo el título de El Archivo Tello, sin
Rebeca Carrión Cachot
mencionar a sus autores (Valcárcel, 1966;
Aponte & Novoa, 1999: 18)—, no menciona
aquellos documentos que retuvieron en el Museo Nacional. Cabe agregar aquí
que Mejía trasladaría parte de esos papeles reservados a su domicilio, de donde,
junto con su propio archivo, después de su deceso, finalmente serían trasladados
al Archivo Riva Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Por su parte, después de la negativa del Consejo Universitario, Carrión no se
involucraría públicamente con los papeles de Tello, ni participaría en alguna
edición póstuma de la obra de su maestro. 531
Pedro Novoa Bellota

En la misma solicitud que hemos mencionado, Carrión y Mejía indicaron que


el Archivo Tello no podía ser abierto al público, pues en él se guardaban los
inéditos de los volúmenes —calculaban unos 40— que debían ser publicados
por la Universidad. De esta manera, el Archivo Tello, por un tema de propiedad
intelectual, quedó cerrado a los investigadores. El Consejo Universitario
dispuso el pase de los libros de Tello a la sala Olaechea de la Biblioteca de la
Universidad, donde con el paso del tiempo fueron descuidados de una forma
que hoy solo queda disponible una pequeña parte de ellos.
Desde la dirección del Museo Nacional, Carrión asumió su papel de biógrafa
principal de Tello. En cada ocasión y homenaje que se rendía a su memoria
ella presentaba alguna semblanza del sabio, y se preocupó para que esos textos
fueran publicados casi de inmediato. Así aparecieron La obra universitaria
de Julio C. Tello en el número 1 de la revista de San Marcos y Las teorías
arqueológicas del doctor Julio C. Tello en el número 255 del Mercurio Peruano.
Julio C. Tello y la Arqueología Peruana fue publicado en el primer número
del segundo volumen de la Revista del Museo Nacional de Antropología y
Arqueología (Carrión, 1948a).
La presentación de este segundo volumen de la Revista del Museo Nacional
reveló el papel de editora que Carrión había venido jugando en el equipo
de Tello. En esa revista ella escribió la nota editorial y tres artículos que
comentaremos a continuación.
Julio C. Tello y la Arqueología Peruana es el texto del discurso presentado por
Carrión en el homenaje a Tello realizado por la Universidad de San Marcos
al cumplirse seis meses de su fallecimiento, cuando se develó el busto del
sabio que hiciera el escultor Victorio Macho y que se ubica en la Casona
Universitaria. En este artículo sobre la vida y el significado de la obra de Tello,
Carrión sentó afirmaciones que nos acompañan hasta hoy. Por ejemplo, es
aquí donde presentó la oposición Uhle-Tello, pero no como una diferencia
personal entre ambos, sino por las consecuencias de sus planteamientos.
Carrión indicó que Uhle se centró en estudiar a las sociedades de la costa, que
su presencia en el altiplano fue incidental, y que por ello no pudo entender
el proceso originario andino, y lo atribuyó a un origen mesoamericano. En
cambio, Tello exploró extensamente la sierra y llegó a las cabeceras de la
floresta, y con el descubrimiento de Chavín demostró el origen florestal de la
civilización andina, que lograría su primer gran desarrollo en las alturas de la
532 sierra. Carrión sugirió que del postulado de Uhle se desprendía la inferioridad
de los andinos, y del de Tello, el orgullo de la raza andina. Se percibe a Uhle
Una aproximación a la obra de Rebeca Carrión Cachot entre 1947 y 1960

como un académico prácticamente encerrado en un Museo, y a Tello como el


incansable descubridor y, sobre todo, difusor de la historia antigua peruana.
Es a Tello a quien se debe que los peruanos, y sobre todo los andinos, hayan
conocido su glorioso pasado, y la demostración que su raza, en los términos
de entonces, no era inferior, sino que su situación de atraso era incidental
(Carrión, 1948a: 10-12).
Es interesante notar que en este texto, además de señalar los aportes y
logros de Tello en cuanto a la modernización del sistema universitario y la
consolidación del Museo Nacional, así como su papel de constructor del
americanismo, Carrión echó las bases de la obra que desarrollaría durante
el resto de su vida. Se trató de actividades que darían continuidad a las
labores de Tello: la investigación sobre Chavín y los orígenes de la civilización
peruana, el estudio de las manifestaciones culturales andinas y la difusión y
defensa del patrimonio arqueológico, a través de exposiciones museográficas,
conferencias y publicaciones.
El artículo La Cultura Chavín. Dos nuevas colonias: Kuntur Wasi y Ancón es
la continuación de la investigación de Tello sobre el tema. Carrión expone
la idea del Chavín floresta y sus expansiones andinas y costeñas sobre la
base del análisis de los materiales encontrados en esos dos lugares. Aunque
la cronología de los sitios no resulta clara, Carrión descarta de plano el
origen costeño de Chavín. La observación de los materiales le permite hacer
afirmaciones de tipo general sobre la religión, que asume válidas para toda
el área andina. Plantea la existencia de un gran imperio megalítico Chavín.
Ensaya sobre el arte y la técnica de la época, considerándola como una «Edad
de Oro» (Carrión, 1948b: 99-172).
En El Museo Nacional de Antropología y Arqueología presentó y justificó las
labores que realizaba esa institución, dando continuidad a los pensamientos
de Tello sobre sus fines, proyecciones a la comunidad y a la organización de
las colecciones arqueológicas (Carrión, 1948c: 173-187).
Después de opinar en la prensa que el patrimonio arqueológico debía ser
respetado (Editor, 1948), en el primer trimestre de 1949 Carrión presentó
en el diario El Comercio de Lima, artículos dedicados a las excavaciones en
Ancón, que Tello había iniciado en 1946. Titulados Crónica de una visita a la
necrópolis de Ancón e Importancia de las necrópolis de Ancón (Carrión, 1949a;
b), presentaron las excavaciones en el lugar, las cuales en realidad se redujeron
a la identificación de las bocas de las tumbas, la extracción de sus contenidos 533
y la adscripción de los mismos a las culturas ya conocidas.
Pedro Novoa Bellota

El 26 de marzo de 1949, con motivo del Segundo Congreso Peruano de


Cirugía, Carrión presentó en el diario El Comercio de Lima, Medicina y cirugía
en el antiguo Perú. En dicho artículo hizo comentarios sobre la población
peruana en el pasado, la que consideraba fuerte, vegetariana y saludable.
Manifiesta que en los cementerios prehispánicos había pocas muestras de
enfermedades, y en los que hay, se trataría de cementerios cercanos a los
sanatorios de entonces (Carrión, 1949c). Es una exaltación de la vida
prehispánica.
En junio empezó a gestionar, ante el gobierno peruano, el envío de una
momia de Paracas a los Estados Unidos, para su apertura frente a las cámaras
de televisión. A fines de ese mismo mes participó como delegada peruana
en el II Congreso Indigenista Interamericano, que estableció definiciones
sobre el «indio», como descendiente de pueblos y naciones antiguas con sus
propios sistemas de trabajo, lengua y tradición (Bonfil, 1972: 109 nota 12).
Asimismo, se sustentó el respeto que deberían tener los estados nacionales
ante esta realidad.
Con motivo de las fiestas patrias, preparó el escrito titulado Algunos factores
que hicieron la grandeza del imperio de los Incas (Carrión, 1949d), que publicó
en el diario La Prensa del 28 de julio de 1949. La traducción del texto,
Some factors that made for the grandeur of the Inca Empire, le serviría como
material de difusión para el viaje que tenía programado al extranjero. En
dicho artículo ensalza al Imperio Inca, a través de sus cuatro mayores logros:
los incas habrían conseguido la explotación máxima de la tierra, la mejor
organización social a través del ayllu, el trabajo cooperativo o comunal y
eficientes sistemas de previsión social (Carrión, 1949e).
Como antesala a su participación en el XXIX Congreso Internacional de
Americanistas, que se realizaría en la ciudad de Nueva York, publicó además
el libro Paracas Cultural Elements. Aunque poco conocido actualmente en
el país, es uno de los libros de base para los estudios sobre Paracas en el
extranjero. Presenta de modo descriptivo los tejidos, cerámica, materiales
orgánicos, hueso, metales y remodelaciones y trepanaciones craneanas
practicadas por la sociedad de Paracas (Carrión, 1949f ).
A fines del mes de agosto embarcó hacia Nueva York el fardo 49 de Paracas,
para desenfardarlo en esa ciudad (Carrión, 1949h).
En septiembre viajó a Nueva York, donde el día 9 leyó la ponencia The
534
cronological position of Paracas culture, que no fue publicada (Tax, 1952: 25).
Una aproximación a la obra de Rebeca Carrión Cachot entre 1947 y 1960

Al término del Congreso, acompañada por Junius Bird, durante tres días,
abrió el fardo mencionado frente a la prensa y televisión norteamericanas.
Este hecho causó una fuerte impresión en el público norteamericano, y una
gran publicidad para el Perú (Associated Press, 1949: 4909200208). Durante
meses el fardo y su momia fueron noticia en los medios estadounidenses.
Mientras tanto, Carrión aprovechó su estadía para visitar al médico que años
antes la había operado —ella dijo que a los ojos—. Los papeles del archivo
de Carrión muestran que ella buscaba informarse sobre los avances de la
medicina contra el cáncer.
Carrión retornó en noviembre de los Estados Unidos, mientras los materiales
del fardo y la momia volvieron al Perú en enero de 1950.
Como sustento a su trabajo frente al Museo, el 7 de febrero Carrión publicó
Labor científica que desarrolla el Museo de Antropología y Arqueología en el
diario El Comercio de Lima (Carrión, 1950a). En este punto, cabe mencionar
que, en palabras de Eloy Linares, quien hizo una pasantía en el Museo
Nacional en 1949 —y a quien Carrión no facilitó el trabajo, a pesar que
venía por encargo de la Universidad Nacional San Agustín de Arequipa— el
personal del Museo tenía pánico a Carrión por su carácter. Por su parte, ella
refería que «la mayoría del [personal] del Museo solo se dedica a cobrar y a
protestar y a leer el periódico» (Echevarría, 2011; 167-168).
El 31 de mayo, diez días después de un terremoto ocurrido en el Cuzco,
publicó en el diario El Comercio de Lima Los monumentos del Cuzco y su
perdurabilidad a través de las edades. En dicho artículo planteó que Chavín
florestal había sido destruido por un cataclismo, y que lo sucedió una
civilización francamente andina. Presentó un esquema de cuatro edades para
el Qosqo: la Chavín (Chanapata), de la piedra rectangular (Tiahuanaco), de
la piedra poligonal (cerámica tipo kero, Sacsayhuaman) y de la piedra celular
(Carrión, 1950b)
Continuando con el tema Inca, en julio publicó en el diario El Comercio
de Lima El Imperio de los Inkas a la llegada de los Españoles. Afirmó que la
arqueología puede contribuir a la imparcial reconstrucción de la historia
peruana. Hizo una serie de afirmaciones, animada por las discusiones de la
época, que pretendían que la causa del atraso peruano se debía a los indígenas.
Magnificó al Imperio Inca, como fin de una construcción social de cuatro
edades, diseñada–adaptada a la medida del territorio y del desarrollo de una
sociedad con complejas instituciones. Señaló los logros en la arquitectura, arte, 535
producción, caminos, sistemas de registro, elites, ayllu, etc. (Carrión, 1950c).
Pedro Novoa Bellota

En agosto visitó Ancón, junto con Pedro Rojas, para constatar que Aquiles
Rally, antiguo trabajador de Tello, estaba extrayendo tumbas por anegamiento.
Antes que pudiera denunciarlo, Rally llamó a la policía, que llevó a Carrión a
la Comisaría de Ancón, a pesar de su protesta y de acreditarse como directora
del Museo Nacional (Senado de la República, 1953: 50).
En enero de 1951 se dieron a conocer los resultados de los análisis
radiocarbónicos practicados a la momia de Paracas que abrió en 1949. Se
anunció que tenía una antigüedad de 2500 años (Editor, 1951).
En marzo Carrión denunció en los medios un saqueo ocurrido en Paracas. En
abril, alertó sobre el abandono de las ruinas de Chavín.
En 1951, en el Primer Congreso Internacional de Peruanistas, promovido
por Raúl Porras Barrenechea, por el cuarto centenario de la Universidad de
San Marcos, Carrión leyó una ponencia titulada Un mito cultural del norte
del Perú. Su argumentación, algo oscura, sugiere que, en épocas tardías, una
ola cultural venida del septentrión influyó en toda la costa peruana, hecho
que se vio expresado en un mismo icono repetido casi obsesivamente sobre
los objetos: una diosa alada con tocado semicircular que ella denomina ser
ornitomorfo, asociado con la luna. Después puntualizó que esa influencia
habría sido consecuencia de una ocupación Chimú sobre toda la costa, a
la par de cataclismos —que ocurrían cada cierto tiempo— en los Andes.
Aparentemente, en medio de un fenómeno del Niño, el ser aludido llegó a la
costa y su culto se difundió a lo largo de ella (Carrión, 1953c).
Como parte de las actividades del mismo congreso, Carrión presentó una
exposición museográfica sobre Ancón, que contó con una publicación
titulada Ancón. Elementos culturales de tres épocas hallados en las necrópolis de
Ancón. En ella, afirmó que en dicho lugar se excavaron 1  356 tumbas de
las culturas Chavín y sub Chavín, Huaura de Ancón y Chancay-Inka. El
método de la exposición consistió en la separación de los objetos por épocas,
su reunión por tipos, y su consideración como muestras del «arte» de cada
época (Carrión, 1951).
Al cumplirse un lustro de la muerte de Tello, en 1952, Carrión escribió La
obra nacionalista del doctor Tello - Homenaje de respeto y gratitud, en el diario
El Comercio de Lima. En este artículo puso de relieve el aspecto nacionalista
de Tello, sumándose a la tendencia política de contemplar su obra desde esta
536 perspectiva, antes que la propiamente arqueológica (Carrión, 1952a).
Una aproximación a la obra de Rebeca Carrión Cachot entre 1947 y 1960

A mediados de ese año se sumó, como asesora, a la Comisión Especial de


Investigación del Estado de los Monumentos y Objetos Arqueológicos del
Senado de la República, integrada por José A. Encinas, Pío Max Medina,
Rafael Aguilar y Luis Enrique Galván. Ellos acordaron invitar a Carrión
como asesora y juntos visitaron, entre mayo y junio, Pachacamac, Ancón,
Cajamarquilla, Mangomarca, Juliana y el Museo Nacional; Paramonga,
Moche, Chan Chan y los museos de Chiclín y de la Universidad Nacional
de Trujillo; Cajamarca, Otuzco, Cumbemayo, La Centinela, Paracas y el
Museo Regional de Ica; y Cuzco, Ollantaytambo, Machu Picchu y el Museo
Arqueológico del Cuzco. El informe de la Comisión, elevado en noviembre
del mismo año, propuso una Ley para la conservación y protección del
Patrimonio Cultural mueble e inmueble. Fue publicado al año siguiente bajo
el título Los monumentos arqueológicos del Perú, e incluyó el planteamiento del
senador Luis Enrique Galván para crear la Escuela Nacional de Antropología
y Arqueología y la profesión de arqueólogo peruano (Senado de la República,
1953). Las propuestas no prosperaron.
El mismo año Carrión viajó a Cambridge para participar del XXX Congreso
Internacional de Americanistas. El 19 de agosto leyó las ponencias Los
caminos precolombinos del Perú y la unidad de la cultura aborigen y Las islas
del Pacífico y los recursos del mar en la economía del Imperio Incaico, que no
fueron publicadas (The Royal Anthropological Institute, 1952: XV). Para
redactarlas se valió de datos etnohistóricos y arqueológicos.
No desaprovechó su estancia en el extranjero. Hasta el mes de noviembre visitó
varias ciudades europeas: Gotemburgo, Hamburgo, Bonn, Roma, Venecia y
Madrid, y Egipto, en el África. Buscó ingresar a los depósitos de los museos
europeos para observar las colecciones de objetos andinos. Paralelamente, dio
una serie de conferencias sobre el Perú. Al retorno de su viaje, en diciembre,
en un diario comentó que «en Berlín se salvaron en depósitos de acero 50 mil
antigüedades del Perú», y solicitó el inicio de las gestiones para repatriar la
colección que Tello enviara a Sevilla en 1929 (Carrión, 1952b), y que aún no
ha sido devuelta al país.
Como asesora del Patronato de Arqueología, en 1953 opinó sobre las
construcciones y reconstrucciones que se estaban realizando en el Cuzco,
solicitando la conservación de los monumentos antiguos.
En marzo del mismo año Carrión sostuvo una polémica con Porras. El día
22 ella publicó en el diario El Comercio de Lima un artículo titulado El
537
mapa arqueológico del Perú, donde al comentar la necesidad de contar con
Pedro Novoa Bellota

un documento de ese tipo, mencionó que en el Museo del Vaticano, el 21 de


octubre de 1952, había descubierto la carta geográfica más antigua del Perú,
hecha por Diego Rivero en 1529 (Carrión, 1953a).
Desde su casa de verano en Ancón, Porras respondió a la nota inmediatamente,
manifestando que esa carta era de sobra conocida, y que no se había
descubierto nada nuevo (Porras, 1953a). Carrión respondió con otra nota
titulada El mapa de Diego Rivero existente en el Museo del Vaticano, el 28 de
marzo, precisando que el documento que ella había visto no era la misma
copia a la que se refería Porras, y quejándose que él no le hubiera permitido
observar la imagen que manifestaba tener (Carrión, 1953b).
La respuesta de Porras, titulada Los primeros mapas del Perú (Porras, 1953b),
fue apabullante. En el recorte de la misma, que se guarda en el Archivo
Carrión, se puede leer una nota al margen que dice más o menos: no voy a
responder a semejante descortesía (Archivo Carrión, 1953: Documento 1128).
En agosto de 1954 Carrión acudió al XXXI Congreso Internacional de
Americanistas, que se celebró en Sao Paulo, donde presentó uno de sus estudios
más célebres: La Paccha, elemento cultural Pan–andino, que fue incluido en
las actas de dicho congreso. En abril de 1955 lo publicó nuevamente bajo
el título de El culto al agua en el antiguo Perú. La paccha, elemento cultural
Pan-andino en la Revista del Museo Nacional de Antropología y Arqueología, en
Lima (Carrión, 1955), y como El culto al agua en el antiguo Perú en la Revista
del Museo e Instituto Arqueológico del Cuzco.
En este estudio, inspirado en la revisión de The “Paccha” of Ancient Peru de
Thomas Joyce (1922), cuya traducción fuera publicada por Tello en la revista
Inca (Joyce, 1923), Carrión desarrolló tres grandes temas:
En las generalidades sobre el culto al agua analizó crónicas y algunos elementos,
como la roca de Saihuite, donde se hace evidente la importancia del agua,
así como las representaciones de fuentes y manantiales. Luego identificó la
paccha en las tres edades de las diversas culturas precolombinas, informando
sobre los materiales con los que fue confeccionada, sobre todo en cerámica.
Finalmente, mostró una extensa recopilación de relatos etnohistóricos y
etnográficos, sobre el particular, con sus respectivos análisis.
A través de este trabajo, Carrión mostró el potencial de la convergencia
de los datos arqueológicos, etnográficos y etnohistóricos para resolver la
538 problemática de un tema en particular. Es un estudio tan poderoso, que sigue
Una aproximación a la obra de Rebeca Carrión Cachot entre 1947 y 1960

siendo de citación obligatoria en cualquier investigación relacionada con el


culto al agua en los Andes. Fue reeditado en 2005 (Carrión, 2005a).

2. Rebeca Carrión Cachot y su contacto con Centroamérica


Días después de la presentación de El culto al agua en el antiguo Perú en
Lima, Carrión viajó a México para la inauguración y promoción de la I
Exposición de Arte Peruano en ese país (Editor, 1955a). En mayo pasó a
Guatemala, donde integró una expedición etnoarqueológica a Copán junto
con el antropólogo Rafael Girard (Editor, 1955b). Volvió al Perú en junio, y
visitó Chavín de Huántar, donde se estaban tomando calcos a las columnas
cilíndricas descubiertas en ese lugar.
Entre agosto y septiembre Carrión hizo un llamado a la mayor difusión de
los trabajos de los arqueólogos nacionales frente a los extranjeros (Editor,
1955c), y denunció las intenciones de un hacendado de Nazca, que pretendía
irrigar la pampa donde se ubicaban los famosos geoglifos (Editor, 1955d).
Aparentemente, como respuesta ante esta última denuncia, en octubre,
algunos diputados denunciaron el abandono en que se encontraba el Museo
Nacional (Editor, 1955e).
En este punto, cabe anotar que al ser consultada Carrión sobre la posibilidad
de la aprobación del voto femenino en el Perú, que entonces, en el gobierno de
Odría, se encontraba bajo discusión, no se manifestó a favor (Editor, 1955c).
A fines de noviembre Carrión se casó con Girard. A principios de diciembre
se despidió de los trabajadores del Museo Nacional. Llegó a Guatemala para
radicar allí, en enero de 1956. En Guatemala participaría en las expediciones
de Girard a Tikal, Quiriguá, Kaminal Juyú y Zaculeo.
Desde Centroamérica, concretó las gestiones que había iniciado para que el
gobierno peruano regalara un fardo de Paracas, el número 294, a El Salvador,
como muestra de amistad. Los primeros días de julio el fardo fue llevado al
Museo Nacional de El Salvador, y el día 10, Carrión y Girard lo abrieron
públicamente (Editor, 1956). La momia quedó en exhibición en el museo
aludido. Por su parte, Carrión remitió al Perú la información sobre el fardo,
que sería publicada en el diario El Comercio de Lima (Carrión, 1956a).
A partir de las experiencias obtenidas en las expediciones que realizó con
Girard, Carrión escribió Cultura Maya pasada y presente, que publicó en el
diario El Imparcial de Guatemala (Carrión, 1956b) y posteriormente en El 539
Pedro Novoa Bellota

Comercio de Lima (Carrión, 1957b). Allí contó su visita a los principales


templos Maya y sus impresiones sobre los chortí. También dio testimonio
de su participación en ceremonias de indígenas que no habían sido filmadas
hasta entonces. Hizo razonamientos sobre el carácter inconmovible de la
religión, que actúa como un marcador de la raza.
En el mes de agosto asistió al XXXII Congreso Internacional de Americanistas,
en Copenhague, donde dio la conferencia Revisión del problema Chavín.
Pruebas de la mayor antigüedad de Chavín sobre las culturas de la costa peruana,
que se publicó en las actas de dicho congreso. Propuso la identificación de
un verdadero sistema religioso Chavín, común a los pueblos del ciclo cultural
más antiguo del Perú. Dio pruebas que los focos costeños fueron derivados
de Chavín. Presentó testimonios para una nueva apreciación del problema
Chavín. Aclaró que Chavín no era solamente un culto al felino. Afirmó que
el complejo religioso estaba conformado por un dios supremo, un dios dual
masculino femenino, un dios solar y una diosa lunar o tierra.
En cuanto a la cronología, manifestó que en Chavín no había representaciones
marinas correspondientes a una irradiación costeña. Le parecía más bien que
la costa muestra un arte degenerado del felino, cóndor y serpiente, que no
son propios de esa región. En la sierra hubo cerámica modelada, mientras en
la costa, moldeada. Sostuvo que la religión puede ser un instrumento para
reconocer filiaciones culturales (Carrión, 1958).
Parece que en esa reunión no le cayó muy bien a todos los académicos. En
la relatoría del Congreso, el médico y arqueólogo austriaco Hans Feriz le
dedicó algunos comentarios irónicos, dirigidos a su hipernacionalismo y a la
exaltación que hacía del megalitismo chavín (Feriz, 1956: 4, 10).
En adelante, Carrión se dedicó a escribir una serie de artículos sobre Chavín,
actualmente poco conocida porque apareció solamente en diarios limeños.
En diciembre de 1956 escribió Los dioses del antiguo Perú. La deidad “dual”
de Chavín, que se publicó en La Crónica, donde desarrolló su concepción
sobre una deidad dual que tiene su primera expresión en el obelisco Tello, y
le buscó paralelos en otras culturas (Carrión, 1957a).
En enero de 1957 escribió Posición cronológica de Chavín, que se publicó en
el diario El Comercio. Respondió a las sugestiones de Muelle, aclarando que el
arte Chavín era anterior a Nasca (Carrión, 1957c). El 18 de febrero terminó
de escribir Sentido religioso del templo de Chavín y de las representaciones
540 míticas, que se publicó en el diario La Crónica. Hizo una apreciación del
Una aproximación a la obra de Rebeca Carrión Cachot entre 1947 y 1960

Templo de Chavín por sí mismo, como un lugar de observación astronómica


y calendárica. Señaló su relación con los recorridos del Sol, la Luna y
otros astros (Carrión, 1957d). Se aprecia la influencia de Girard, desde su
perspectiva Maya.
El 11 de abril presentó La Deidad Solar Ornitomorfa Chavín, que se publicó
en el diario La Crónica. Trató el tema del cóndor y sus representaciones
posteriores en las diferentes culturas andinas (Carrión, 1957e). El 23 de
junio terminó La deidad lunar Chavín, publicada en el diario La Crónica,
donde trató sobre las representaciones ictiomorfas del arte de esa cultura
(Carrión, 1957g).
El 7 de julio se publicó en El Comercio de Lima Morfología de los Dioses
Chavín. Declaró que la religión es la supervivencia del pasado, a través de la
cual podemos lograr la mayor comprensión de los pueblos. Invocó a los valores
eternos de la nacionalidad peruana y su unidad cultural (Carrión, 1957f ).
En agosto de 1957 Carrión retornó al Perú, en compañía de su esposo.
Ofreció declaraciones a la prensa en las cuales dejó entrever críticas a la labor
de Jorge C. Muelle frente al Museo Nacional. Por su parte, Girard inició una
extensa expedición a la amazonia peruana, cuyo informe sería publicado en
1958 con el nombre Indios selváticos de la Amazonía peruana (Girard, 1958)
En julio de 1958 asistió al 33 Congreso Internacional de Americanistas,
celebrado en San José de Costa Rica. Expuso Últimos descubrimientos en
Chavín. La serpiente, símbolo de las lluvias y de la fecundidad, que se publicó
en las actas de la mencionada reunión. Entonces planteó que la serpiente era
un ser que antes no había sido reconocido en el panteón Chavín, y que por
ello quedaron fuera de su órbita las evidencias del norte peruano. Sugirió
también la idea de una escritura ideográfica para esa época (Carrión, 1959b).
Aunque el artículo no incluyó una bibliografía, se deja sentir la influencia de
los trabajos de Girard, más dirigidos a la construcción de una cosmogonía, un
intento de comprensión desde dentro.
En el mismo congreso expuso Observatorio astronómico y calendario peruano
precolombino, que no fue publicado. Sin embargo, en abril de 1959 presentó
El calendario en el antiguo Perú al Festival de Escritoras Peruanas de hoy,
probablemente escrito sobre la base de su conferencia anterior. En dicho
artículo hizo una revisión del edificio-calendario de Chavín de Huántar,
el observatorio astronómico de Sechín, el manto calendario de Paracas, el
calendario del Kalasasaya, y el calendario Inca, este último sobre las evidencias
proporcionadas por los cronistas (Carrión, 1959a). 541
Pedro Novoa Bellota

Del 16 al 26 de mayo participó como representante peruana en el IV Congreso


Indigenista Interamericano, realizado en Guatemala (Instituto Indigenista
Interamericano, 1959).
A principios de noviembre presentó su célebre La Religión en el Antiguo
Perú: Norte y Centro de la Costa, Período Post-clásico, una obra de consulta
básica para los estudiosos de la antropología de la religión. Se trata de un
estudio notable, que ella manifiesta haber tenido listo desde 1954, pero
que aparentemente fue completando con la provisión de dibujos de Pedro
Rojas Ponce y Cirilo Huapaya Manco, a lo largo de los años. En él hizo
identificaciones de deidades e interpretaciones del universo religioso a través,
sobre todo, de la cerámica impresa de la costa norcentral, elaborada en los
periodos Horizonte Medio e Intermedio Tardío. Es un ejemplo de estudio
de la cosmovisión andina basado fuertemente en la evidencia arqueológica,
confrontándola con las crónicas y las tradiciones orales (Carrión, 1959c).
Dorothy Menzel hizo un comentario sobre la publicación, en el cual puede
verse la confrontación de dos estilos de hacer arqueología: Menzel remarca el
valor del libro por la riqueza de los dibujos y su asociación con las formas de
la cerámica, que le permiten deducir que los materiales presentados son del
Horizonte Medio 2-3. En cuanto a las interpretaciones ofrecidas, se muestra
escéptica (Menzel, 1960). Sin embargo, con el paso del tiempo, el estudio de
Carrión ha sido utilizado y revalorado por una serie de estudiosos, no solo de
la arqueología (p.e. Ortmann, 2002: 32-33). La Religión en el Antiguo Perú
fue reeditado en 2005 (Carrión, 2005b).
En enero de 1960 Carrión volvió a Guatemala, donde murió sorpresivamente
el 6 de abril. Se informó que tuvo una complicación respiratoria. Sus restos
fueron repatriados y enterrados en Lima, el 12 de abril, en una sencilla
ceremonia.
En octubre de 1966 Girard anunció que había puesto a disposición de la
familia de Carrión los originales de la obra «La religión en Chavín», que ella
dejó bastante avanzada (Editor, 1966). Sin embargo, se dice también que
la familia receló de entregarla a Muelle, aún director del Museo Nacional,
para su publicación. Según el testimonio de Ernesto Nava Carrión, quien es
sobrino de Carrión, y uno de los principales estudiosos y difusores de su obra
(Nava, 1998; 2001; 2002; 2011), «la obra Chavín fue pasando de mano en
mano, achicándose cada vez más, hasta desaparecer» (Nava, com. pers., 1998).
542 No está clara la fecha en que los papeles de Carrión fueron ingresados al
Una aproximación a la obra de Rebeca Carrión Cachot entre 1947 y 1960

Archivo Tello del Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad de


San Marcos. Es posible que Mejía los entregara junto con los documentos de
Paracas que devolvió al Museo de la Universidad en 1983, pocos meses antes
de su fallecimiento.
En 1998, bajo la dirección de la doctora Ruth Shady, colaboré en la verificación
e inventario de los papeles del Archivo Tello, en el Museo de Arqueología y
Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En esa labor
participaron, además, Julio Tello, Delia Aponte y un veedor de la Universidad.
Esa verificación incluyó el registro de los documentos de Carrión, así como
su conservación preventiva. Este capítulo resume la segunda parte de la
investigación preliminar que desarrollé para la organización de ese Archivo.

3. Apreciaciones finales
A partir de lo expuesto, sobre las actividades de Rebeca Carrión entre 1947 y
1960, se puede afirmar:
Obra y Archivo de Julio C. Tello
1. Fue biógrafa oficial de Tello y estableció las bases de la evaluación de la obra
del sabio en cuanto a la arqueología peruana, la enseñanza universitaria y la
construcción nacional.
2. Se encargó, junto con Mejía, de la organización, inventario y entrega de los
documentos del Archivo Tello a la Universidad de San Marcos; pero retuvo
parte de ellos en el Museo Nacional.
3. Formó parte de la Comisión creada por la Universidad de San Marcos
para el tratamiento y publicación del Archivo Tello, y desde ella solicitó
la devolución inmediata de ese archivo al Museo Nacional —que no
prosperó—.
4. Asimismo, sostuvo que el Archivo Tello no podía ser abierto a los
investigadores por la cantidad de documentos inéditos que contenía, los
que debían ser publicados antes de ser puestos a disposición.
5. Al no lograr el retorno del Archivo Tello al Museo Nacional, en lo sucesivo
no participó en ninguna actividad relacionada con él. La edición de las
publicaciones póstumas del Archivo Tello correspondió a Mejía: la primera
de ellas, Arqueología del valle de Casma, comenzó en marzo de 1954 y la
segunda, Chavín, en diciembre de 1956. 543
Pedro Novoa Bellota

Museo Nacional
1. Conservó y afinó la estructura organizativa de la institución. Mantuvo la
unidad de la colección arqueológica que albergaba, y conservó la exposición
permanente, establecidas por Tello.
2. Desarrolló investigaciones sobre la base de las colecciones del Museo, con
la participación de algunos trabajadores del mismo, las que se preocupó de
publicar.
3. Mantuvo un estilo autoritario, y desplazó a parte del personal que venía
de haber trabajado con Tello. Sus colaboradores más cercanos fueron
Cirilo Huapaya Manco y Pedro Rojas Ponce, este último casado con Rosa
Carrión, su hermana.

Investigaciones arqueológicas
1. Continuó los trabajos iniciados por Tello en Kuntur Wasi y Ancón, y
publicó los resultados.
2. Puso especial atención al avance de la investigación de Chavín, Paracas e
Inca.
3. Incursionó en el estudio de determinados aspectos culturales andinos, sobre
todo de la religión, la medicina, las vías de comunicación, la producción en
las islas y el calendario.
4. Para sus interpretaciones se basó, sobre todo, en el análisis formal
e iconográfico de los materiales arqueológicos, las informaciones
etnohistóricas, la lingüística y la comparación etnográfica.
5. A partir de su vinculación con Girard, y el conocimiento de este etnógrafo
sobre las tradiciones centroamericanas, Carrión dio un mayor énfasis a sus
investigaciones sobre la religión, especialmente en Chavín.

Difusión arqueológica
1. Tuvo una actitud muy proactiva, y aprovechó cada oportunidad que se le
presentaba para la difusión arqueológica.
2. Durante el tiempo de sus actividades, permanentemente dio conferencias
544 sobre arqueología peruana, en museos, universidades, institutos, colegios,
asociaciones, nacionales y extranjeros.
Una aproximación a la obra de Rebeca Carrión Cachot entre 1947 y 1960

3. Preparó y presentó exposiciones museográficas. Participó frecuentemente


en los Congresos Internacionales de Americanistas.
4. Publicó la mayoría de sus investigaciones. Hizo uso intensivo de los diarios
para mostrar los avances de sus estudios. Esto tuvo un gran efecto para el
conocimiento público de la Arqueología, aunque también, por el carácter
efímero del medio, limitó la difusión de sus trabajos entre los arqueólogos
posteriores.
5. Hizo labor docente en colegios y universidades, pero en estricto no formó
discípulos.

Defensa del patrimonio nacional


1. Fue una permanente defensora del patrimonio. Periódicamente solicitó la
atención pública sobre la conservación de los monumentos arqueológicos,
muebles e inmuebles.
2. Participó en la Comisión de Evaluación del Senado de la República, cuyas
propuestas de avanzada, no fueron acogidas.
3. Solicitó la devolución de los objetos arqueológicos que se encontraban en
el extranjero, como la colección arqueológica enviada para la Exposición
de Sevilla de 1929, que aún está en España.

Participación social
1. Fue el referente arqueológico de su tiempo. Sus actividades y opiniones
sobre temas arqueológicos, y otros, fueron seguidas por los medios de
prensa.
2. Aunque se le considera actualmente como una precursora del feminismo
peruano, sobre todo por sus publicaciones sobre la mujer en los años
1920, no hay mayores evidencias que se involucrara activamente en ese
movimiento.
3. Mantuvo una postura abierta a favor de los pueblos originarios, y participó
como representante en los congresos y debates sobre el tema.

545
Pedro Novoa Bellota

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550
John Victor Murra, arqueólogo accidental: de Cerro Narrío a Huánuco Pampa

John Victor Murra, arqueólogo


accidental: de Cerro Narrío a Huánuco
Pampa

Monica Barnes

Aunque se le conoce como un antropólogo y etnohistoriador, John Murra


tuvo dos grandes intervenciones en la arqueología sudamericana. Con Donald
Collier llevó a cabo exploraciones en el Ecuador entre 1941 y 1942. Durante
su segunda intervención (1965) Murra dirigió excavaciones y restauración
de Huánuco Pampa. Reconstruyó los muros del Ushnu, las kallankas, los
portales y una collca. Demolió edificios en la plaza del Ushnu, los cuales
consideró eran los restos del asentamiento español. El poco conocido trabajo
arqueológico de Murra en Huánuco está documentado en más de 232
rollos de película y aproximadamente dos pies lineales de notas de campo.
Este archivo se encuentra en el American Museum of Natural History en
Nueva York. Desde febrero de 2010 vengo digitalizando y estudiando esta
documentación y aquí la reporto.

1. Ecuador
Aunque se le conoce fundamentalmente como antropólogo y etnohistoridor,
John Victor Murra tuvo dos importantes intervenciones en la arqueología 551
sudamericana, primero en el Ecuador y luego en el Perú. Desde agosto
Monica Barnes

de 1941 hasta febrero de 1942, Donald Collier y John Murra efectuaron


exploraciones y cateos en el sur del Ecuador, lo que incluyó el célebre sitio
formativo de Cerro Narrío (Collier & Murra, 1943; Murra, 1942). Podemos
incluir a Collier y Murra entre los fundadores de la arqueología ecuatoriana,
junto a Jacinto Jijón y Camaaño (1989), Max Uhle (Kaulike et al., 2010;
Rowe, 1954), Marshall H. Saville (Saville, 1907-1910), Edwin Ferdon
(Lubensky, 2007) y René Verneau y Paul Rivet (Verneau & Rivet, 1922).
Las heridas que Murra sufriera en combate durante la Guerra Civil Española
impidieron que sirviera en las fuerzas armadas de Estados Unidos (Barnes,
2009, ver nota 16). A pesar de ello, estaba lo suficientemente en forma como
para tomar parte en un trabajo de campo a gran altura, en una parte del
mundo que entonces carecía de infraestructura moderna. La investigación
ecuatoriana de Murra fue arreglada por Fay-Cooper Cole de la Universidad
de Chicago, su mentor, quien en ese entonces era una fuerza poderosa tanto
en la arqueología estadounidense como en la política nacional. Aunque la
experiencia previa de Murra en arqueología quedaba limitada al Illinois Field
School de Fay-Cooper Cole, algunos ensayos en sus cursos y el tiempo que
pasó lavando cerámica para Cole, su capacidad de hablar tanto español como
inglés era algo sumamente necesario para la expedición propuesta (Barnes,
2009: 9). Además, la situación financiera de Murra era precaria y tenía que
conseguir un puesto académico remunerado, incluso uno de corta duración.
El trabajo en Ecuador formó parte de una serie más amplia de proyectos
arqueológicos entrelazados, financiados en última instancia por el
Departamento de Estado de EE.UU. La meta académica global de estos
proyectos, que también operaron en Chile, Cuba, El Salvador, Colombia,
México, Perú y Venezuela, era construir una secuencia temporal-cultural
vinculada a la América antigua. Esto se intentó antes del desarrollo del
fechado radiocarbónico, por ende dependía necesariamente de unas complejas
seriaciones interrelacionadas (Barnes, 2009; Barnes, 2010).
Además de sus metas académicas, estos proyectos formaban parte de la
inteligencia estadounidense en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.
Nelson Rockefeller, en ese entonces Coordinador de Asuntos Interamericanos
de EE.UU. y Director de la Comisión de Desarrollo Interamericano, deseaba
colocar observadores bien educados en lugares clave de Latinoamérica. Allí
podrían buscar simpatizantes fascistas y actividades a favor del Eje (Barnes, 2009;
Barnes, 2010). Dado que a comienzos de la década de 1940 no se conocían
552
bien los contornos de la arqueología sudamericana, resultaba razonable que los
John Victor Murra, arqueólogo accidental: de Cerro Narrío a Huánuco Pampa

arqueólogos viajaran rápidamente por vastas zonas, que visitaran una colección
privada aquí, hicieran una colección de superficie allá y efectuaran unos cuantos
cateos en algún otro lugar (c.f. Bennett, 1936). Este enfoque también servía para
los fines de una recolección de inteligencia superficial.
Aunque la eficacia de Collier y Murra como espías no queda clara, el trabajo
arqueológico que hicieron jamás ha quedado fuera de catálogo y continúa
siendo de fundamental importancia para la prehistoria ecuatoriana1. Collier
y Murra deseaban trabajar primero en el extremo meridional del Ecuador,
lo cual resultaba lógico dada sus instrucciones de vincular las secuencias
culturales del Ecuador con las del norte peruano, las que eran algo mejor
conocidas. También deseaban evitar las zonas donde Saville, Jijón y Camaaño
y Ferdon habían trabajado o venían haciéndolo, para así cubrir vacíos en
la prehistoria ecuatoriana. Sin embargo, el activo conflicto militar entre
Ecuador y Perú les hizo alterar sus planes.
En lugar de ello, operaron en las provincias de Chimborazo, Cañar, Azuay y
Loja (Collier & Murra, 1943: 15). Comenzando en la vasta Hacienda Zula
cerca de Achupallas, donde llevaron a cabo una breve exploración y cateos,
Collier y Murra rápidamente avanzaron hacia el sur, a Riobamba y Punín,
donde se familiarizaron con el terreno y estudiaron colecciones privadas.
En Alusi examinaron otra colección más. A Cuenca viajaron en tren y en
automóvil. Desde allí hicieron una prospección de un mes de duración por
las provincias de Azuay, Cañar y Loja, y continuaron examinando colecciones
privadas. En Loja visitaron un sitio vecino y dos en el valle de Catamayo,
al oeste. En el cantón de Saraguro visitaron cuatro sitios: Carapali, Chilpas
(cerca de la Hacienda Seucer), Guando (accesible desde la Hacienda Uduzhí)
y Sumay Pamba, en el río Jubones. En lo que restaba de su trabajo de campo,
Collier y Murra excavaron Cerro Narrío, un sitio bastante saqueado del
Formativo, excavado ya antes por Uhle (Collier & Murra, 1943: 15-17).
Las excavaciones de Collier y Murra en Cerro Narrío duraron alrededor
de un mes. Hicieron dieciséis trincheras y pozos de prueba con ayuda de
ocho trabajadores (Collier & Murra, 1943: 36). Las excavaciones revelaron

1 Desde su primera publicación en 1943 por el Field Museum (Collier & Murra, 1943), Survey and
Excavations in Southern Ecuador, ha aparecido también en español en 1982 como Reconocimientos
y excavaciones en el sur del Ecuador, publicado por el Centro de Estudios Históricos y Geográficos
de Cuenca, y en 2007 como Reconocimientos y excavaciones en el austro ecuatoriano, publicado por 553
la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay.
Monica Barnes

estructuras (Collier & Murra, 1943: 70-72, figuras 6-9, lámina 14 abajo,
lámina 15 arriba) y nueve entierros humanos (Collier & Murra, 1943: 72-73,
figura 5), así como cantidades de tiestos (láminas 16-29, 31-46, 52, 53), unos
cuantos objetos de piedra (Collier & Murra, 1943: 67-68, lámina 47), hueso
(Collier & Murra, 1943: 6-69, lámina 48), concha (Collier & Murra, 1943:
69, lámina 49) y metal (Collier & Murra, 1943: 69-70, lámina 50), así como
un fragmento de una figurilla, alisadores de cerámica, piruros de cerámica
(Collier & Murra, 1943: 70, lámina 51), y asientos de cerámica o tambores
(Collier & Murra, 1943: 56, 70, lámina 30), y una pequeña estratigrafía
no perturbada previamente (Collier & Murra, 1943: figura 5). La mayor
parte del informe de Collier y Murra sobre Cerro Narrío está dedicado a la
tipología alfarera (Collier & Murra, 1943: 44-67).
La secuencia alfarera de Collier y Murra para Cerro Narrío es necesariamente
tosca, dado el estado global del estudio de la prehistoria ecuatoriana en
el momento en que trabajaron en dicho país. Esta consta de un Periodo
temprano, un Periodo tardío y un Horizonte Inca (Collier & Murra, 1943:
80-82, figura 17).
Dada la velocidad con la que se desplazaron de un lugar a otro, no sorprende
que el informe de Collier y Murra sea casi literalmente superficial en el trato
que da a los diversos sitios que estudiaron. Por ejemplo, a las cuatrocientas
millas cuadradas de la Hacienda Zula se le dedican menos de cuatro páginas
completas de texto, dos planos sumamente simples y dos láminas fotográficas
que muestran once vasijas y un metate. Me parece que la experiencia de
Murra de un trabajo de campo rápido en Ecuador moldeó su metodología
posterior en Huánuco Pampa, y le permitió pensar que las grandes preguntas
podían ser respondidas satisfactoriamente a partir de unas cuantas semanas
de excavación.

2. El Perú
Para mediados de la década de 1960, la vida de John Victor Murra había alcanzado
un punto de inflexión. Por primera y única vez en su vida tuvo la dirección
global de un gran proyecto de campo, su esfuerzo interdisciplinario «Un estudio
de la vida provincial incaica», al que se conoce informalmente como su Proyecto
Huánuco. Fue este proyecto el que convirtió a Murra, de un antropólogo general
interesado por el Caribe y el África, así como por las culturas andinas, en uno de
554 los especialistas de los incas más reconocidos del mundo.
John Victor Murra, arqueólogo accidental: de Cerro Narrío a Huánuco Pampa

Las metas globales de Murra al inicio del proyecto quedaron esbozadas en


su exitosa propuesta presentada a la National Science Foundation, para el
trabajo que se inició en agosto de 19632. Su proyecto giraba en torno al
gran sitio incaico de Huánuco Pampa (al cual también se conocía como
Huánuco el Viejo). Desde el principio estaba pensado incluir la exploración
arqueológica y los cateos, así como investigaciones etnohistóricas,
etnográficas, lingüísticas y etnobotánicas. No estaba planeado, en cambio,
efectuar una gran exploración, excavación o reconstrucción del yacimiento
mismo de Huánuco Pampa. Aunque Donald Thompson, un arqueólogo con
experiencia previa en el Perú, formaba parte del equipo de Murra, a este
le interesaba más formar él mismo a jóvenes peruanos que reclutar colegas
profesionales con capacidades especializadas. Su equipo, por ende, no incluyó
ningún agrimensor, arquitecto, dibujante, fotógrafo, científico de suelos,
geomorfólogo, analista de fauna, antropólogo físicos, especialista de hallazgos
o conservador, aunque ya era usual que tales especialistas formaran parte de
los equipos arqueológicos, al menos en Europa y Asia occidental, y a veces en
Norteamérica (Atkinson, 1946; Badè, 1934; Cole & Deuel, 1937; Cookson,
1954; Cornwall, 1958; Crawford, 1928; 1953; Detweiler, 1948; Kenyon,
1952; Laming-Emperaire, 1952; Wheeler, 1954).
Para finales de la década de 1930, cuando Murra estudió Arqueología,
podemos ver, en los proyectos del Oriental Institute de la Universidad de
Chicago, el nivel de sofisticación que podían alcanzar los mejores equipos
profesionales que se dedicaban a la excavación, el registro y la reconstrucción
de grandes yacimientos remotos, con arquitectura compleja. Un buen ejemplo
de ello es el trabajo realizado en el Palacio de Sargón y en la portada de
Korsabad, Irak (Loud et al., 1936). Algunos de los problemas de excavación y
logísticos que presentara Korsabad son extrañamente similares a aquellos con
los que se toparían en Huánuco Pampa. Murra se habría familiarizado con los
resultados de este proyecto, célebre en todo el mundo, como estudiante en la
Universidad de Chicago, y posteriormente como profesor.

2Pueden encontrarse copias de esta propuesta en el John Murra Archive del Junius Bird Laboratory
of South American Archaeology, Anthropology Division, American Museum of Natural History
(en adelante Murra Archive, Bird Lab). Actualmente vengo ordenando y estudiando esta colección
de fotografías y notas de campo que Murra entregara al AMNH en 1998. También hay una copia
de los papeles de John Victor Murra en el National Anthropological Archive del Smithsonian 555
Institution (Series I, Box 26).
Monica Barnes

Para mediados de la década de 1960 la arqueología había avanzado


considerablemente desde los años de estudiante de Murra, especialmente en lo
que toca al estudio del medio ambiente. Sin embargo, desde que publicara su
estudio ecuatoriano en 1943 (Collier & Murra, 1943), Murra se había volcado
exclusivamente a la antropología sociocultural y a la etnohistoria (Barnes,
2009: 10-14, 18-28), aparentemente perdiéndose así un importante avance
arqueológico. Las excavaciones realizadas en Mucking, en Essex, Inglaterra,
son un ejemplo de la mejor arqueología de la segunda mitad del siglo XX
(Clark, 1993; Hurst & Clark, 2009). Aunque era incuestionablemente más
fácil llevar a cabo un trabajo de campo arqueológico en Inglaterra que en
la sierra peruana, y aunque Mucking no tenía nada de arquitectura en pie,
las excavaciones y los análisis posteriores a ellas, realizados a lo largo de los Figu
últimos 45 años, absorbieron hasta ahora el trabajo de unas 5 000 personas sep
Foto
a tiempo completo o parcial, incluso yo, a largo plazo o brevemente (Hurst Am
& Clark, 2009: 1; vidi 1971-1980). Este es un compromiso sostenido con la
arqueología de un único lugar, algo que John Murra jamás pudo hacer.
Aun así, el trabajo de Murra fue pionero y, por ello, no sorprende que sus
planes debieran ser modificados y ampliados durante los tres años de duración
de su proyecto. Un importante agente de cambio fue Carlos Showing Ferrari
(1893-1995), senador del departamento de Huánuco. Showing deseaba
tanto atraer la atención a su región del Perú, como para asignar fondos del
gobierno nacional para que trabajaran allí. Por iniciativa suya, el Patronato
Nacional de Arqueología, un componente de la Casa de Cultura y la entidad
gubernamental peruana en ese entonces responsable por los yacimientos
arqueológicos, le asignó un total de 114 000 soles a Huánuco Pampa (Murra,
1966a; 1966b; Murra & Hadden, 1966; Shea, 1966; 1967a; 1967b; John V.
Murra a John L. Cotter, 15 de junio de 1965, 25 de julio de 1965, ambos en
Murra Archive, John L. Cotter File, Bird Lab). Con la asignación de fondos
no llegó ninguna instrucción precisa.
Dado que posiblemente era la única persona que sabía bastante sobre Huánuco
Pampa, Murra se sintió presionado para aceptar sesenta mil soles «y hacer
algo», aun cuando no estaba preparado para trabajar en un yacimiento tan
vasto, complejo e importante. Pensó en rehusar pero decidió seguir adelante
por consideraciones políticas3.

556 3 «A tí te interesará lo sucedido en Huánuco Viejo. Nuestro interés ha hecho que los políticos
asignen 114,000 soles para 1965 para hacer algo en el lugar, nadie sabe qué. Obviamente tiene que
John Victor Murra, arqueólogo accidental: de Cerro Narrío a Huánuco Pampa

Donald Thompson no se encontraba en


ese momento en el Perú, de modo que en
consulta con Gordon Hadden, quien tenía
cierta experiencia previa en el St. Paul
Museum (hoy el Minnesota Museum of
Science), Murra decidió «limpiar» la parte
monumental de Huánuco Pampa (fig. 1) y
consolidar parte de su mampostería (Murra,
1966a, 1966b; Murra & Hadden, 1966;
Shea, 1966; 1967a; 1967b; figs. 2, 3). La
meta era hacer que Huánuco Pampa fuera
ura 1 – Excavación de la Kallanka Norte, Huánuco Pampa, físicamente accesible e intelectualmente
ptiembre de 1965 comprensible para los grupos de escolares,
o: Craig Morris, cortesía de la División de Antropología,
merican Museum of Natural History
estudiantes universitarios, investigadores
visitantes, funcionarios del gobierno,
turistas y el público en general.
Uno de estos grupos que visitó el lugar poco tiempo después de su restauración,
fueron los investigadores que habían tomado parte en una conferencia de
arte rupestre, celebrada en la Universidad Hermilio Valdizán de Huánuco en
1967. La difunta Ana María Soldi (2010: 29) narró su experiencia en el lugar
en esta ocasión:
Recuerdo que casi me perdí caminando sola entre los muros de
piedra, unos casi intactos, otros ruinosos y viendo a lo lejos cientos de
depósitos alineados en las faldas de las colinas al filo del horizonte, y
en aquel silencio . . .
Aunque para Soldi el lugar se veía prístino, su aspecto en realidad había sido

ser llamativo, para que así el dinero pueda ser visto como una dispensa del poderoso senador. Un
[político] local pidió permiso para hacer algo desde el patronato y le dijeron NO, [porque éste]
solamente toma personas capacitadas. Pero su equipo no cuenta con ninguna persona capacitada.
De modo que ahora el patronato desea pasarnos el bulto: nosotros debiéramos supervisar mientras
ellos “hacen”… Una forma es lavarnos las manos de todo esto, pero como nosotros, y yo en
particular, tenemos que seguir trabajando en este país, sigo pensando que algo puede hacerse en
esta área – por ejemplo usar algo de dicho dinero para cosas que de todos modos quisiéramos haber
hecho, particularmente en el sector Oriental, que de todos modos es la única parte del yacimiento
que el público ve.» (carta de John Victor Murra a John L. Cotter, 15 de junio de 1965, Murra 557
Archive, Cotter File, Bird Lab).
Monica Barnes

Figura 2 – Reconstrucción de la Kallanka Norte, Figura 3 – Reconstrucción del lado oeste


Huánuco Pampa, setiembre de 1965 del Ushnu, Huánuco Pampa, agosto de 1965
Foto: Craig Morris, cortesía de la División de Antropología, Foto: Craig Morris, cortesía de la División
American Museum of Natural History de Antropología, American Museum of
Natural History

modificado ya enormemente por las recientes intervenciones realizadas por


John Murra. En el transcurso de diez semanas, entre el 12 de agosto y el 21
de octubre de 1965, Murra y un equipo de jóvenes arqueólogos peruanos
y estadounidenses y voluntarios del Cuerpo de Paz, asistidos por unos
treinta trabajadores locales (Andean Past 9, 2009, cubierta; Block & Barnes,
2009: fotografía, p. 63; rollo 17, foto 31[A])4, limpiaron la vegetación de
parte monumentales de Huánuco Pampa, entre ellas el Ushnu, su plaza, las
Kallankas en la parte oriental del yacimiento, la línea de portadas orientales,
el santuario o «templete sin terminar» y el baño. Murra ordenó la remoción
de lo que a él le parecían depósitos de suelo posincaicos y paredes coloniales,
supervisó la reconstrucción de muchos muros y ordenó la creación de un
nuevo sistema de drenaje (Murra & Hadden, 1966; Shea, 1966: 108; 1967a;
1967b), al mismo tiempo que dejaba al descubierto partes del viejo sistema
de agua (Rollo 13: fotos 7, 8; Rollo 26: fotos 2, 5, 8, 26; Rollo 35: fotos 2,
3, 6, 7). Su equipo, asimismo, llevó a cabo cateos, por ejemplo dentro de una
casa que lindaba con la Plaza 2 de Huánuco Pampa (Rollo 18: fotos 20-24).
Ellos excavaron íntegramente y reconstruyeron parcialmente dos edificios a

4 Los números de las fotografías aluden a un inventario en el Murra Archive, Bird Lab. En las
referencias que hago a estas fotografías cito los números impresos en los rollos originales de negativo,
puesto que los autores de los inventarios de las fotos solamente listaron las que se podían utilizar
sin tener en cuenta los números impresos, razón por la cual a menudo no hay correspondencia
558 entre estos últimos y los del inventario. Por error humano, las descripciones frecuentemente no
coinciden perfectamente con los negativos reales.
John Victor Murra, arqueólogo accidental: de Cerro Narrío a Huánuco Pampa

los cuales denominaron casitas en la Terraza 2 del Ushnu5, y excavaron una


tumba situada dentro del edificio que comprendía las Portadas 5 y 6 (Barnes
et al. en prensa).
Trabajando directamente bajo las órdenes de Murra estaban Luis Barreda
Murillo (1929-2009), quien se forjaría una carrera arqueológica en el Cuzco;
Craig Morris (1939-2006), quien se convirtió en un experto reconocido en
los incas (Lynch & Barnes, 2007), y el arqueólogo Daniel Shea, así como
Gordon Hadden6. Storage in Tawantinsuyu, la tesis doctoral de Morris de 1967,
incorporó unos materiales considerables de Huánuco Pampa recuperados en
ese entonces. Shea escribió su tesis de maestría sobre la plaza de Huánuco
Pampa (Murra & Hadden, 1966; Shea 1967b; inventarios fotográficos,
Murra Archive, Bird Lab) y luego llevó a cabo trabajos de campo en otras
partes del Perú y en Chile (Barnes, 2009: nota 111). Entre los voluntarios
del Cuerpo de Paz estaban Peter S. Jenson, un estudiante de posgrado de
Arqueología que fundó los Amazon Explorama Lodges, y de la cual sería su
gerente por muchos años, junto con Lon Barash y James Stanton, este último
un ingeniero civil7. La restauración fue, en efecto, un proyecto dentro de
un proyecto. Arturo Jiménez Borja supervisó la restauración a nombre del
Patronato8.
Tenemos la fortuna de contar con un amplio registro fotográfico de este
subproyecto. El Junius Bird Laboratory of South American Archaeology, en la
División de Antropología del American Museum of Natural History, guarda
42 rollos de 35 mm y negativos de formato mediano en blanco y negro,
tomados por Murra y su equipo en ese entonces, junto con sus inventarios,
que forman parte del archivo más grande del trabajo llevado a cabo por John
Murra y su equipo en la región de Huánuco. Al crear este registro, operando

5 Éstas fueron llevadas a cabo por Daniel Shea y fueron reportadas en un artículo, en la monografía
de un curso y en su tesis de maestría (Shea, 1966; 1967a; 1967b).
6 Barnes 2009: 30, nota 113; Patronato Nacional de Arqueología, Casa de la Cultura, Perú,

Proyecto de Limpieza y Consolidación, Huánuco Viejo, 1966, julio-octubre de 1966, Murra


Archive, Bird Lab.
7 Barnes, 2009: 29; Jenson, 1965; Patronato Nacional de Arqueología, Proyecto de Limpieza y

Consolidación, Huánuco Viejo, 1966, julio-octubre de 1966, Murra Archive, Bird Lab; http://
www.explorama.com/ourteam.html, consultado el 22 de marzo de 2010.
8 Tercer y último reporte a Jorge Muelle, Presidente del Patronato Nacional de Arqueología, sobre

la limpieza y consolidación de Huánuco Pampa, por John V. Murra y Gordon Hadden, 23 de 559
noviembre de 1965, Murra Archive, Bird Lab.
Monica Barnes

ocasionalmente a veces él mismo una cámara réflex de doble objetivo, Murra


estaba siguiendo el consejo hecho por su mentor, el arqueólogo y etnógrafo
Fay-Cooper Cole, quien recomendaba tener un registro fotográfico completo
del trabajo de campo (Nash, 2010: 117). Estas fotografías parecen desmentir
mi caracterización anterior de Murra como alguien que mostraba «muy
poco interés por la cultura visual» (Barnes, 2009: 40). De otro lado, su tesis
doctoral está íntegramente desprovista de fotografías o dibujos (Murra, 1956),
ninguna de sus obras impresas está profusamente ilustrada, y las peores de
estas fotografías, tanto desde un punto de vista técnico como estético, fueron
tomadas por el mismo Murra9. Además de él, entre los fotógrafos estuvieron
Barash, Barreda, Hadden, Morris y Shea. Estas fotos, las leyendas que las
acompañan y en muchos casos las impresiones en gelatina de plata de la
época hechas con ellas, fueron conservadas por Murra hasta 1998, cuando
las entregó a la División de Antropología del American Museum of Natural
History. Solo unas cuantas de ellas fueron publicadas10.
El registro de la reconstrucción de Huánuco Pampa muestra el estado de
conservación de gran parte del lugar en 1965, y documenta los cambios que
Murra infligió. En cuanto tal, brinda una suerte de línea de base para todo
estudio subsiguiente, entre ellos el trabajo posterior realizado allí por Craig
Morris, el de José Luis Pino Matos, el actual investigador en Huánuco Pampa11,
y el de Alfredo Bar Esquivel, quien recientemente volvió a restaurar algunas
de las partes consolidadas hace cuarenta años por Murra y su equipo (http://
www.arqueologiadelperu.com.ar/hpampa.htm, consultado el 9 de marzo de
2011). Aunque hay algunas ilustraciones anteriores de Huánuco Pampa, por
ejemplo del Padre Sobreviela y el dibujante Sierra (1786), Mariano Rivero &
Juan Diego de Tschudi (1851), Antonio Raimondi (1874-1919), E. George
Squier (1877), Charles Wiener (1880), Pablo Chalon (1884), C. Reginald
Enock (1904; 1905; 1912), John Todd Zimmer12, Emilio Harth-Terré (1964)
y Pedro Rojas Ponce13, juntas ellas comprenden apenas unas cuantas docenas

9 Las mejores fueron tomadas por Luis Barreda Murillo.


10 Algunas aparecieron en el primer y único número de los Cuadernos de Investigación, publicados
por la Universidad Nacional Hermilio Valdizán, otras en un número de American Antiquity
(Thompson & Murra, 1966), y unas cuantas más en el segundo volumen de la Visita de la Provincia
de León de Huánuco (Ortiz de Zúñiga, 1972 [1562]), además de algunas publicaciones dispersas,
obra de Donald Thompson.
11 Para un ejemplo del trabajo realizado por Pino en Huánuco Pampa véase Pino, 2005.
560
12 Estas se encuentran en el Field Museum de Chicago.
John Victor Murra, arqueólogo accidental: de Cerro Narrío a Huánuco Pampa

de dibujos y fotografías, efectuados a menudo de prisa, en distintos puntos y


a lo largo de casi doscientos años. Las ilustraciones a veces están idealizadas,
para así presentarle al espectador una imagen reconstruida o más general14.
Sin embargo, la comparación de la arquitectura superviviente en Huánuco
Pampa con el plano de Sobreviela y Sierra revela que los agrimensores del
siglo XVIII registraron con precisión algunos detalles que Murra y Morris
pasaron por alto.
Además de las fotografías de la reconstrucción y sus inventarios, tenemos
también los informes que John Murra presentó antes, durante y después de
la «limpieza» y reconstrucción (cf. Murra & Hadden, 1966). En una carta al
senador Showing del 6 de agosto de 1965 (Murra Archive, Bird Lab), Murra
esbozó sus planes antes de comenzar. Él pensaba retirar todos los cactus y otra
vegetación que ponía en peligro los muros de la plaza del Ushnu al centro
del yacimiento, y de los edificios del palacio en el sector oriental, aquel que
tenía la serie de portadas alineadas que llevan al Ushnu15. Para demorar el
crecimiento de las plantas decidió aplicar herbicidas. Aquí probablemente
resultó útil la experiencia del arqueobotánico Robert McKelvy Bird, uno de los
participantes en el proyecto. Antes de unirse al «Estudio de la vida provincial
incaica» de Murra, Bird fue un especialista en el control de plantas de la
división de guerra química del ejército de Estados Unidos. Murra prometió
concentrar sus esfuerzos en el muro de contención occidental del «Castillo»
o Ushnu, donde los huaqueros habían infligido los daños más severos. Para
volver a colocar las piedras en su posición original, Murra propuso arrendar
cabrestantes y otros equipos pesados. Hasta ahora, sin embargo, no se ha
encontrado evidencia alguna que sugiera que realmente lo hizo. Las fotografías
disponibles muestran las piedras siendo levantadas por trabajadores, asistidos
con palancas improvisadas y sogas, bajo la dirección de James Stanton (fig. 3).
Murra sugirió colocar letreros educativos en diversos puntos del yacimiento.

13 Estas fueron encargadas por Junius Bird en 1958 y también se encuentran en el Bird Lab del
AMNH.
14 Por ejemplo, las portadas monumentales alineadas de Huánuco, tal como fueran ilustradas por

Rivero & Tschudi (1851: lámina LVI, arriba a la izquierda) parecen haber sido influidas por las
imágenes de la Puerta de los Leones de Micenas, que captó la atención internacional por vez
primera en 1841.
15 Esta es la Zona II, Sub-Zona B según Morris y Thompson; véase, por ejemplo Morris &
561
Thompson, 1985: figuras 12, 14.
Monica Barnes

También promovió la preparación de volantes y folletos como parte del


proceso de educar al público acerca de las funciones que Huánuco tenía en
la vida incaica. Aunque han pasado muchos años desde que Murra hiciera
estas recomendaciones, ellas quedaron parcialmente satisfechas en 1985 con
Huánuco Pampa: An Inca City and its Hinterland, el libro de Craig Morris
y Donald Thompson dirigido al público en general, y con la monografía
científica sobre este centro incaico obra de Craig Morris, Alan Covey y Pat
Stein, recientemente publicada en la serie Anthropological Papers del American
Museum of Natural History (Morris et al., 2011). Además, el Ministerio de
Cultura de Perú ahora distribuye un atractivo tríptico sobre Huánuco Pampa
(Perú, INC., s.f. [c. 2010]). Hay también diversas publicaciones de Donald
Thompson que exploran aspectos de la arqueología de Huánuco Pampa y su
región (Thompson, 1967; 1968a; 1968b; 1969; 1970a; 1970b; 1970c; 1971;
1972a; 1972b; 1972c; Thompson & Murra, 1966).
Huánuco Pampa a menudo es descrito como abandonado, y en efecto no fue
un centro importante desde la época
incaica. Sin embargo, a mediados
del siglo XX tenía sus usos para la
población local (fig. 4), usos a los
cuales John Murra deseaba darles
fin, de modo tal que las ruinas y
las tierras sobre las que se alzaba
pudieran ser reservadas para los fines
que él consideraba apropiados desde
el punto de vista del arqueólogo.
Huánuco Pampa había sido usada
para criar ganado desde al menos
el temprano siglo XVII (Vásquez
Figura 4 – Casas y una chacra de papas en la hacienda de Espinosa, 1969 [comienzos del
de Huánuco Pampa siglo XVII]). En efecto, en muchas
En la foto se ven a Rogger Ravines (izq.) y John Murra
(derecha), marzo de 1965
de las fotografías de Murra aparecen
Foto: Peter Jenson, cortesía de la División de bovinos. En 1786, dieciocho
Antropología, American Museum of Natural History estructuras techadas fueron
retratadas en una concentración
al lado noreste del sitio. Entre ellas había un gran edificio en forma de U,
nueve estructuras simples con techo a dos aguas, cinco estructuras de techo
562 plano, dos estructuras con techo cónico y una capilla (Sobreviela & Sierra,
1786). Esta última sobrevivió hasta mediados de la década de 1960, cuando
John Victor Murra, arqueólogo accidental: de Cerro Narrío a Huánuco Pampa

los agricultores de subsistencia aún ocupaban dicha parte de Huánuco Pampa


y tenían campos de papas cerca de ella. Además para ese entonces las ruinas
eran, al igual que hoy, un lugar popular donde realizar pachamancas o fiestas
comunales con carne, papas y otros tubérculos, cocinados en hoyos en la
tierra (José Luis Pino Matos, comunicación personal, 16 de junio de 2010).
Era también una fuente de materiales de construcción, tal como lo había
sido desde la temprana época colonial. No obstante, esta última función no
destruyó el aura sagrada que todas las ruinas de la zona poseían, y en ocasiones
se hacían ofrendas rituales dentro de los edificios prehispánicos. Un camino de
tierra, idóneo para los vehículos en buen clima, corría a través del yacimiento
sobre el camino incaico.
Resulta difícil imaginar qué pensaban los pobladores locales de los esfuerzos
de Murra. Según sus diarios, depositados en los National Anthropological
Archives del Smithsonian en Suitland, Maryland, él esperaba que se le
diera la bienvenida como el restaurador del legado indio. En lugar de eso se
consideró que era un buscador de oro que intentaba robarse las riquezas de
la tierra (véase Jenson, 1965 y el informe interino de Murra, presentado a
la National Science Foundation).
Murra insistió a pesar de todo.
Desbloqueó las entradas originales
en los casos en donde estas habían
sido cerradas para que los edificios
incaicos pudieran usarse como
corrales, pero a la inversa bloqueó
la pista que pasaba por las ruinas,
marcando una ruta alternativa con
piedras enjalbegadas. También
movió peñascos y otras piedras
grandes, para que así el tráfico Figura 5 – Reubicación de piedra, Kallanka Norte, Huánuco
a pie de los muchos visitantes Pampa, setiembre de 1965
que esperaba pudiera avanzar sin Foto: Craig Morris, cortesía de la División de Antropología,
American Museum of Natural History
obstáculos (fig. 5). Murra limpió
las paredes que le parecía que eran
coloniales y dispersó las piedras de construcción, las que usó para construir
pilas redondas y nuevas paredes de piedra. Esto tuvo el efecto bienvenido de
crear un campo de fútbol. También colocó alambrado para indicar las zonas
que consideraba no estaban al alcance de los visitantes. 563
Podemos discutir si los esfuerzos de Murra constituyen una reconstrucción,
Monica Barnes

en el sentido de reconstruir un monumento conocido o imaginado sobre


la base de los fragmentos que han quedado, o si más bien se trata de una
restauración, en el sentido de reparar unas estructuras dañadas pero
mayormente supervivientes, a las que se trata de retornar a su aspecto original.
En todo caso debiéramos recordar la observación hecha por Viollet-le-Duc,
una de las primeras personas en emprender la restauración de una estructura
importante, en este caso la catedral de Notre Dame de París:
Restaurar un edificio no significa hacerle el mantenimiento, reparar
o rehacer, sino reestablecerlo en un estado tan completo como podría
haber existido en cualquier momento dado (Viollet-le-Duc, 1854-
1868 s. v., traducción mía).
El registro fotográfico muestra que Murra y su equipo excavaron y
reconstruyeron simultáneamente a Huánuco Pampa, colocándolo así, con
toda certeza, en un estado en el que jamás se había encontrado antes.
Murra quería, en el limitado tiempo disponible, hacer lo más posible tanto en
lo que toca a la recuperación de la información arqueológica, como en revertir
los daños infligidos al yacimiento en los cuatro siglos anteriores por las fuerzas
naturales como los terremotos, el colapso de los muros de contención y la
formación del suelo y el actuar humano, lo que incluía el incendio del sitio
en la temprana época colonial (Morris, 1979: 210-211), el retiro de piedras
de construcción para otros proyectos, la búsqueda de objetos preciosos y la
reutilización de Huánuco Pampa para otros
fines, entre ellos la crianza de ganado.
En lugar de ello desató una nueva fuerza
destructiva sobre las ruinas: sus propias
excavaciones y limpieza, entusiastas pero
mal diseñadas. Las capas posteriores a 1532,
dentro y alrededor de los edificios finos de
Huánuco Pampa, eran excepcionalmente
profundas en comparación con las de
la mayoría de los restantes yacimientos
incaicos. En algunos casos estas superaban
los veinte centímetros (fig. 6), y a pesar
de la excavación no científica podemos
Figura 6 – Depósitos dentro del edificio formado por
distinguir la estratigrafía en algunas de los Portales 3 y 4, Huánuco Pampa, setiembre de 1965
564 las fotos de Murra. Este parece no haber Foto: Luis Barreda Murillo, cortesía de la División de
Antropología, American Museum of Natural History
John Victor Murra, arqueólogo accidental: de Cerro Narrío a Huánuco Pampa

considerado cómo fue que estos gruesos depósitos se formaron en un lapso


relativamente tan breve. Murra desafortunadamente decidió lanzarse al
trabajo en las áreas más céntricas, espectaculares y características del lugar. A
juzgar por el plano de Sobreviela y Sierra de 1786 y las fotografías de Murra,
algunas de las paredes removidas parecerían haber formado parte integral del
diseño prehispánico del lugar16. Desafortunadamente no hay indicio alguno
de que se hayan registrado los cortes, ni levantado planos, durante esta fase de
los trabajos en Huánuco Pampa, que se tamizara el suelo en busca de artefactos
y ecofactos, o que se hayan tomado muestras del suelo. Estoy buscando las
notas de excavación correspondientes, las cuales tal vez se encuentren entre
los papeles desorganizados y sin catalogar de Murra, depositados en el
American Museum. Los artefactos hallados fueron transferidos por Murra
a la Universidad Nacional Hermilio Valdizán y almacenados en una casa en
Huánuco. Aunque Murra explicó que los tiestos y otros objetos conformaban
una suerte de biblioteca, valiosa para investigaciones futuras, ellos fueron
desechados cuando se le dio otro uso a la casa (carta de Craig Morris a
Terence N. D’Altroy, 17 de noviembre de 1976, D’Altroy file, Bird Lab). Los
informes sobre los artefactos que he podido encontrar son insatisfactorios (cf.
Shea 1967a; 1967b; Thompson, 1968c)17.
Tal vez los gruesos depósitos removidos por Murra no eran sino el estiércol
animal acumulado durante los siglos en que Huánuco Pampa fue un rancho.
Sin embargo, sin un microexamen de los suelos que Murra retiró jamás lo
sabremos. En palabras de Craig Morris:
Los siete años inmediatamente posteriores a la conquista son de
particular importancia arqueológica, puesto que fue durante dicho
lapso que se formó la mayoría de las asociaciones de los artefactos en
los sectores incaicos del yacimiento, a medida que los patrones de uso
nativo quedaban descontinuados bajo distintos grados de perturbación,
tanto de los conquistadores europeos como de las rebeliones indígenas
contra el nuevo gobierno (Morris, 1979: 210).

16 Las evidencias que sustentan esta afirmación son sutiles y complejas, y deberán ser materia de
otro artículo.
17 Desafortunadamente, Huánuco Pampa no es el único yacimiento andino importante cuyo

potencial de investigación se encuentra enormemente restringido debido a las excavaciones y


reconstrucciones del pasado. Para los destructivos cambios inflingidos a Tiwanaku véase Vranich, 565
2010.
Monica Barnes

Tal vez algunos de los depósitos en Huánuco Pampa eran producto de la


caída de los grandes techos de paja que muy probablemente cubrían sus
finas edificaciones de piedra, o de muros de adobe que tal vez se alzaron
sobre los cimientos de piedra, o de materiales almacenados dentro de los
techos, o de lo que fuera que quedó sobre el piso cuando los incas finalmente
abandonaron el centro. Al excavar en el santuario incaico de Yurak Rumi,
en la región de Vilcabamba, Brian Bauer y sus colegas demostraron que
bajo ciertas condiciones, la caída de los techos puede realmente identificarse
(Bauer et al., 2011). El trabajo realizado por Murra en Huánuco Pampa
desafortunadamente impide que haya muchas posibilidades de averiguarlo
alguna vez18.
En años posteriores Murra no enfatizó su papel en la reconstrucción de
Huánuco Pampa, o en las excavaciones allí realizadas bajo su dirección. En
una entrevista de 1989 con Waldo Ansaldi y Fernando Calderón G., John
Murra afirmó lo siguiente:
A mí me interesa la gente misma, yo soy antropólogo, no soy un
historiador, trabajo con papeles históricos, pero soy un antropólogo
que hace comparaciones, me interesan los reinos precapitalistas.
Entonces es tal vez porque le restó importancia a sus actividades arqueológicas,
que pocos arqueólogos son conscientes de su intervención en la configuración
del aspecto actual de Huánuco (figs. 7, 8). Por ejemplo, en su tesis de maestría
en la Universidad de Texas, de 1999, José Fernando Olascoaga Mouchard
afirma que:
Las estructuras incaicas de piedra en la región del Cuzco que no fueron
ocupadas por asentamientos españoles, y que se encontraban a cierta
distancia de ellos, como Tambomachay, Písac, Tarahuasi, y sobre todo
el yacimiento arqueológico de Machu Picchu, no fueron alterados en
gran medida por manos humanas. Otros quedaron intactos en distintas
regiones del territorio incaico, como Incallacta en Bolivia, el Templo
del Sol en el lago Titicaca, las chulpas de Sillustani, las esculturas líticas
de Conchaca en Apurímac, la ciudad de Huánuco Pampa que fue
pronto abandonada por los españoles, las paredes de piedra incaicas

18La arqueología medioambiental estaba haciendo avances impresionantes en la década de


1960, especialmente en Gran Bretaña (cf Brothwell, 1963; Cornwall, 1958; Dimbleby, 1967),
566 apareciendo el primer número del Journal of Archaeological Sciences en 1974. Resulta desafortunado
que Murra haya excavado un lugar importante sin estar plenamente al tanto de estos avances.
John Victor Murra, arqueólogo accidental: de Cerro Narrío a Huánuco Pampa

Figura 7 – La collca mejor preservada en Figura 8 – La misma collca después de


Huánuco Pampa, setiembre de 1965 su reconstrucción por el equipo de John
El hombre en la foto es Craig Morris Murra, octubre de 1965
Foto: Luis Barreda Murillo, cortesía de la División Foto: Luis Barreda Murillo, cortesía de la
de Antropología, American Museum of Natural División de Antropología, American Museum
History of Natural History

en el templo de Pachacamac, los baños del Inca en Cajamarca, y el


templo elíptico de Ingapirca en Ecuador. Estos lugares aún conservan
su concepción original y solamente han estado sujetos a la acción de
agentes naturales como la lluvia, el granizo, los rayos, la humedad y los
terremotos (p. 86)19.
El trabajo realizado por Murra en Huánuco muestra que no sabía qué
consecuencias tendría lo que estaba haciendo. Antes de iniciar allí los trabajos
no había tenido ninguna capacitación o experiencia previa en reconstrucción
arquitectónica, y apenas si contaba con una modesta experiencia previa
en excavaciones arqueológicas (Barnes, 2009: 7-10). Aunque escribió un
artículo titulado «An Archaeological ‘Restudy’ of an Andean Ethnohistorical
Account» (Un ‘reestudio’ arqueológico de una relación etnohistórica andina),
publicado en American Antiquity, este apareció en 1962 antes de que Murra
siquiera hubiese iniciado su «reestudio» arqueológico. Se trata, en esencia, de
una propuesta de estudio y no de un informe de investigación. En ella Murra
resume los tipos de información contenidos en las dos visitas de Huánuco
publicadas por otros autores, la visita de 1549 al grupo étnico chupacho
(Helmer, 1955-1956) y una visita de 1562 al grupo étnico yacha, aparecida

19Durante el periodo colonial, Ingapirca fue arrasada casi por completo hasta el nivel del suelo
debido al reciclaje de las piedras de construcción. También fue sumamente reconstruida por
Gordon Hadden después de su trabajo con Murra en Huánuco (Barnes & Fleming, 1989). No he 567
logrado conseguir información detallada sobre esta reconstrucción.
Monica Barnes

en diversos números de la Revista del Archivo Nacional del Perú entre 1920 y
1925, y entre 1955 y 1962. Murra entonces hizo una serie de preguntas que
formuló sobre la base de las visitas, y sugirió que las evidencias arqueológicas
podrían ayudar a responderlas. Publicaciones como esta desvían la atención
del fracaso de Murra en difundir los resultados de sus trabajos arqueológicos
concretos en Huánuco. E irónicamente, su intervención en Huánuco Pampa
hizo que resultara mucho más difícil responder a las preguntas que él había
planteado.

Agradecimientos
A los organizadores del Simposio «Historia de la Arqueología en el Perú, Siglo
XX», Henry Tantaleán y César Astuhuamán; por las ilustraciones: Sumru Aricanli,
Charles Spencer, la División de Antropología y la Biblioteca del American Museum
of Natural History, British Library, Nina Cummings y el Field Museum, Heather
Lechtman, William Woods; por la traducción: Javier Flores Espinoza; por el apoyo
logístico: David Fleming, Oscar y Anita Weiss; por la bibliografía: Tony Cuello;
por su perspicacia extraordinaria: Thomas F. Lynch, Daniel H. Sandweiss; por la
inspiración: Malon Baresh, †Luis Barreda Murillo, Robert A. Benfer, Jr., †Donald
Collier, †Pablo F. Chalon,†C. Reginald Enock, †Felipe Guaman Poma de Ayala,
†Gordon Hadden, †Emilio Harth-Terré, †Peter S. Jenson, Ramiro Matos Mendieta,
†E. Craig Morris, Juan Ossio, José Luis Pino Matos, †Antonio Raimondi, Vicente
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574
Augusto Cardich y su contribución a la arqueología del Perú y de la Patagonia argentina

Desde Huánuco a La Plata: Augusto


Cardich y su contribución a la
arqueología del poblamiento de los
Andes peruanos y de la Patagonia
argentina
Gustavo G. Politis

Introducción
A comienzos de 1958 el Ingeniero Agrónomo Augusto Cardich descubrió
y realizó los primeros trabajos arqueológicos en las cuevas de Lauricocha
(Cardich, 1958) y dio a conocer una serie de dataciones tempranas. En la
cueva 2 obtuvo un fechado, el más antiguo del Perú para ese momento: 9520
± 250 años AP. Este fue un punto de inflexión en el tema del «precerámico»
americano por qué un investigador peruano incluía su voz en un debate que,
para los Andes centrales, había estado dominado por arqueólogos extranjeros
(i.e. Mac Bain, Engel, Lanning, Patterson, etc.), siendo los investigadores
locales una excepción (i.e. Larco Hoyle, 1948). Cardich continuó investigando
en el Perú y a principios de los años 1970 comenzó también excavaciones en
la Patagonia Argentina. En base a la información obtenida por él en estas
dos regiones, propuso su propia interpretación del proceso de poblamiento
americano y en los últimos años ha sostenido la vía australiana-antártica 575
Gustavo G. Politis

como una de las potenciales rutas de entrada de los primeros seres humanos
al continente (Cardich, 2001; 2003).
En este capítulo se analizará la contribución de Augusto Cardich en relación
al poblamiento americano, su más importante tema de interés aunque no
el único, y se discutirán sus aportes dentro el contexto de la arqueología
americana en la segunda mitad del siglo XX. También se considerará su
producción desde fines de los años 1950 hasta la actualidad, en articulación
con la evolución de los modelos de poblamiento americano. Por último,
este trabajo pretende entender, desde una perspectiva un tanto iconoclasta,
las circunstancias y la trama académica y sociopolítica que llevaron a este
ingeniero agrónomo peruano a ser un destacado profesor de arqueología en
Argentina y recibir premios y reconocimientos académicos importantes en su
país de origen.

1. ¿Quién es Augusto Cardich?


Augusto Cardich Loarte nació el 22 de abril de 1923 en La Unión, en la
provincia de Dos de Mayo, y es hijo de una familia de clase alta peruana
del departamento de Huánuco. Actualmente vive en La Plata, al cuidado
de sus hijos y ya retirado completamente de la actividad científica. En la
década del 1940 Cardich se fue a estudiar agronomía a la Universidad
Nacional de La Plata, Argentina, siguiendo el mismo derrotero de muchos
peruanos de su misma clase social, y se graduó en 1949. Ya con el título de
Ingeniero Agrónomo regresó a su país y quedó a cargo de la administración
de dos haciendas familiares, una de ellas Lauricocha, en donde halló el sitio
arqueológico que le dio fama y prestigio. En 1957, se puso en contacto con
el famoso prehistoriador austríaco Oswald Menghin quien fue su maestro y
mentor. A través de él llegó a la Arqueología, y fue sin duda quien ejerció una
influencia decisiva, no solo en Cardich sino también en toda una generación
de arqueólogos argentinos de la época (siendo Marcelo Bórmida y Ciro René
Lafón los más cercanos discípulos, Politis, 1992). En 1957 y 1958 Cardich
tomó dos cursos con Menghin: Prehistoria y Técnicas de Investigación, uno
en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y otro en la Universidad de La Plata
(UNLP). Entre 1957 y 1969 Menghin fue profesor en ambas universidades,
aunque había comenzado ya en 1948 en la primera de estas. Además de
estos cursos, que tuvieron un carácter intensivo y en los que recibía una
atención personalizada, participó en algunas excavaciones que Menghin
576
estaba llevando a cabo en sitios de la provincia de Buenos Aires; entre estas
Augusto Cardich y su contribución a la arqueología del Perú y de la Patagonia argentina

la experiencia más enriquecedora, según el propio Cardich, fue la excavación


del sitio Fortín Necochea (partido de Gral. La Madrid). Mientras tomaba
estos cursos, profesor y alumno tenían frecuentes entrevistas y reuniones
fuera de clase. Fue en esas «múltiples tertulias» donde Menghin «supo
inculcarme interesantes y completas enseñanzas sobre Prehistoria americana
y del Viejo Mundo» (Cardich, 1958). En una de esas reuniones Cardich le
mostró a Menghin algunos artefactos líticos que había hallado en la hacienda
de Lauricocha y este reconoció rápidamente su importancia y lo urgió a que
iniciara las excavaciones en las cuevas del lugar (Bonavia, 2004). Menghin le
dijo muy enfáticamente que ya estaba formado y que podía investigar solo
(aunque probablemente bajo su asesoramiento) los sitios precerámicos del
Perú (Cardich, com. pers.). Luego de este rito de pasaje (la «bendición» de
Menghin tuvo un efecto propiciatorio en él, como lo reconoció muchas veces
más tarde) Cardich comenzó sus excavaciones en las cuevas de Lauricocha
con un fuerte apoyo familiar (de hecho, las cuevas estaban en la hacienda
de su propiedad, la que fue expropiada durante la reforma agraria de la
«primera fase» del gobierno de Velasco Alvarado). Poco tiempo después, en
1961, siendo Menghin aún docente de la UNLP, Cardich fue nombrado
profesor de esta universidad y dictó clases en ella hasta su retiro a comienzos
de los años 2000. Durante casi 40 años estuvo al frente de la cátedra de
«Arqueología Americana I (culturas precerámicas)» y luego de la muerte del
Dr. Eduardo Cigliano (en 1977) se hizo cargo (por extensión de funciones,
ya que era Profesor con dedicación exclusiva o de tiempo completo) de la
cátedra «Métodos y Técnicas en la Investigación Arqueológica».
Durante su trayectoria como investigador Cardich estuvo profundamente
atraído por el estudio arqueológico del poblamiento de América (aunque
también se dedicó al arte rupestre, al desarrollo de la agricultura prehispánica y a
la mitología andina) y dividió sus esfuerzos e intereses entre las investigaciones
en los Andes peruanos y la Patagonia argentina. Su vida y sus afectos estuvieron
también repartidos entre ambos países. Aunque desde 1960 reside en La Plata,
ciudad donde formó su familia (su hijo mayor nació en 1958 en el Perú,
pero ya su segunda hija nació en Argentina) y tuvo un trabajo estable como
profesor de la UNLP, siempre retornó al Perú en donde desarrollaba una
parte de sus investigaciones y viven varios de sus familiares. Allí pasó extensas
temporada y en su casa del barrio de Miraflores recibía a jóvenes arqueólogos y
los incentivaba especialmente al estudio de los cazadores-recolectores andinos
(León Canales, com. pers.). Allí también tuvo un reconocimiento académico
577
significativo y recibió honores y homenajes.
Gustavo G. Politis

2. Menghin y su influencia temprana en la arqueología del


«preceramico» peruano
Como ya se expresó, Oswald Menghin tuvo un ascendiente decisivo en
la formación científica de Cardich y fue quien lo impulsó a comenzar sus
trabajos arqueológicos. Menghin (1888-1973) fue un ferviente defensor de
la teoría de los círculos culturales (Kulturkreise) una corriente difusionista
que en América del Sur se conoció con el nombre de la «Escuela Histórico-
Cultural Austro Alemana»; en algunos casos se denominó a la versión local
como «Escuela de Buenos Aires». Fue discípulo de Gustaf Kossina y fue
quien precisamente propuso la existencia de uno de estos círculos culturales:
el protolítico del hueso (Menghin, 1931). Desde su llegada a Argentina
en 1948, Menghin ejerció una fuerte influencia teórica en la arqueología
de los cazadores-recolectores americanos o como se lo denominaba en
aquel entonces del «precerámico americano», especialmente en el Cono
Sur (Argentina, Chile y Uruguay) (Schobinger, 1974-1975; Politis, 1992;
Kohl & Pérez Gollán, 2002). Desde el punto de vista político Menghin
tuvo una cercana relación con el régimen nazi en Austria y era el Ministro
de Educación del gabinete de Seyss-Inquart cuando Austria fue anexada
a Alemania (Kohl & Pérez Gollán, 2002). Al poco tiempo de la anexión
renunció a su cargo de Ministro pero siguió como uno de los profesores más
influyentes de Austria y más cercano al régimen nazi; tanto es así que solicitó
su afiliación al partido en 1942, la que fue mantenida en suspenso por las
dudas que generaba su pasado como activista de una agrupación católica
(Fontán, 2005). Al término de la segunda Guerra Mundial, Menghin y su
mujer estuvieron dos años (de mayo de 1945 a febrero de 1947) en un centro
de detención norteamericano mientras se decidía su situación ya que él había
sido parte del gabinete de Seyss-Inquart y, además, existían denuncias que lo
acusaban de antisemitismo. Aunque su cercanía al nazismo (Kohl & Pérez
Gollán, 2002; Fontán, 2005) y sus escritos antisemitas (ver por ejemplo Geist
und Blut, Menghin, 1934) fueron probados, no llegó a ser condenado y así
pudo emigrar de Austria en 1948. Inmediatamente llegó a Argentina, un país
que acogió a muchos refugiados vinculados al nazismo. Tuvo una posición
importante en la academia nacional y fue nombrado profesor extraordinario
contratado de la Universidad de Buenos Aires (Schobinger, 1974-1975; Politis,
1992). Allí comenzó una segunda y prolífica carrera con una nueva agenda de
investigación aunque con el mismo objetivo: luchar contra el evolucionismo
578 materialista norteamericano, que por aquellos tiempos de posguerra se hacía
más y más fuerte (Kohl & Pérez Gollán, 2002). El pasado oscuro de Menghin
Augusto Cardich y su contribución a la arqueología del Perú y de la Patagonia argentina

fue olvidado en Argentina, y en su nuevo país no tuvo ninguna militancia


política conocida y fue respetado como un ilustre prehistoriador europeo y
recordado con afecto y agradecimiento por sus discípulos locales (ver por
ejemplo Schobinger, 1974-1975). Su curiosa reseña en la prestigiosa revista
Anthropos del libro de Juan Domingo Perón (prologado por Imbelloni)
Toponimia patagónica de etimología araucana (Menghin, 1953) debe ser
entendida como un gesto hacia el gobierno del país que lo había acogido en
su hora más difícil.
Menghin encaró con ahínco esta segunda etapa de su carrera y realizó
investigaciones en varias regiones de Argentina y en Bolivia, Chile, Uruguay
y Brasil. En el Perú su influencia fue indirecta, tal como lo explica Bonavia
(2004) en un corto pero muy interesante artículo publicado en Current
Anthropologist como comentario del de Kohl & Pérez Gollán (2002) en la
misma revista. Menghin ya se había interesado por el «precerámico» peruano
en 1951 cuando entusiasmó al geólogo alemán Gerhard Schroeder para
que hiciera investigaciones arqueológicas en el departamento de Puno. Allí
Schroeder excavó (realmente sondeó) el sitio de Ichuña bajo el asesoramiento
epistolar de Menghin, quien luego interpretó los materiales líticos y juntos
publicaron un corto artículo en Acta Praehistorica (Menghin & Schroeder,
1957). En esa contribución, Menghin correlacionaba las puntas de proyectil
halladas en el sitio con un estado avanzado del Ayampitinense una «cultura
precerámica del Postglacial Medio» cuya primera fase databa en ca. 6000-4000
años a. C. (Ayampitinense I) y cuyo final estaba relacionado con la paulatina
introducción de la agricultura entre 1500 y 500 años a. C. (Ayampitinense
III). Según su esquema:
… puede inferirse que el horizonte inferior de la gruta de Ichuña se
remonta al tiempo del Ayampitinense II. (Menghin & Schroeder,
1957: 25)
También propusieron que Ichuña podía considerarse como una «arteria de
tránsito muy antigua entre la costa y la zona del Lago Titicaca». Una frase al
final del artículo ilustra claramente la concepción difusionista y Eurasiática
que tenía Menghin:
Por otro lado, la investigación detenida de la fase pre-neolítica nos
capacitará para apreciar mejor las capacidades evolutivas que residían
en aquellas culturas primitivas y nos proporcionará los criterios
intachables para comprobar que las altas civilizaciones americanas 579
no pudieron desenvolverse independientemente del Viejo Mundo en
Gustavo G. Politis

base a los elementos autóctonos, sino que su creación es inexplicable


sin la intervención de nuevos impulsos extranjeros, es decir desde
el Neolítico y Calcolítico de Asia oriental, teoría que fue defendida
desde hace mucho por los etnólogos de la escuela histórico-cultural
a raíz de la abrumadora cantidad de analogías culturales entre los dos
hemisferios (Menghin & Schroeder, 1957: 54).
En este trabajo quedan reflejados claramente los elementos teóricos y
metodológicos de Menghin, que pronto influirían en Cardich:
1. Un marcado difusionismo que interpretaba el motor de cambio como
impulsos culturales extra americanos (especialmente del Viejo Mundo).
2. Un uso intuitivo de la tipología lítica, basado en similitudes morfológicas
con los materiales europeos.
3. Una correlación mecánica entre los instrumentos líticos, su adscripción
a una cultura arqueológica (industria) y su ubicación temporal por
correlación morfológica.
En esas décadas, Menghin y sus discípulos (Marcelo Bórmida, Ciro René
Lafón, Juan Schobinger, Antonio Austral, etc.) inundaron de «industrias»
y «tradiciones precerámicas» la arqueología del Cono Sur americano. Estas
eran fácilmente identificables en la literatura argentina por el sufijo «ense»
que distinguía a estas unidades arqueológicas (i.e. Tandiliense, Toldense,
Riogalleguense, Blancagrandense, Palomarense, etc.).
El artículo termina con una arenga a la investigación del «modesto acervo
precerámico, descuidado demasiado en Sudamérica [que] se manifiesta
hoy como una de las tareas más urgentes de la ciencia prehistórica en este
subcontinente» (Menghin & Schroeder, 1957: 54). Iba a ser Cardich uno de
los primeros en recoger el guante, y al año siguiente, bajo la mirada atenta de
Menghin, comenzaba las excavaciones en las cuevas de Lauricocha e iniciaba
un nuevo capítulo en la arqueología andina.

3. Cardich excava Lauricocha


En 1958 había muy pocos arqueólogos, tanto peruanos como peruanistas,
interesados en el poblamiento de los Andes Centrales, en los cazadores-
recolectores prehispánicos andinos, o como se usaba en aquellos años, en el
precerámico. Se habían publicado además pocos trabajos al respecto (el ya
580
mencionado de Menghin y Schroeder de 1957 y los de Tschopik en Huancayo
Augusto Cardich y su contribución a la arqueología del Perú y de la Patagonia argentina

de 1946). El horizonte de referencia más cercano eran las investigaciones


de Bird (1948) en Huaca Prieta, en la Costa Norte, datados en 4300 años
AP y asignados al Precerámico Tardío. También en aquel momento Larco
Hoyle (1948) había planteado un cuadro cronológico cultural con cierta
profundidad temporal.
En esos tiempos Duccio Bonavia tomaba clases en la Universidad de
San Marcos y era uno de los pocos estudiantes locales interesados en el
«precerámico» del país (Bonavia, 2004). Al mismo tiempo Edward Lanning,
alumno de John Rowe, estaba en Lima terminando su doctorado en la
Universidad de Berkeley y también se dedicaba al tema. Juntos se asombraron
cuando Cardich presentó en la Semana de Arqueología Peruana en noviembre
de1959 la primera datación de las cuevas de Lauricocha: 9520 ± 250 años AP.
Con esta datación Cardich aumentaba en más de 5000 años la profundidad
de la ocupación humana de los Andes y cambiaba la perspectiva de análisis
sobre el surgimiento de las «civilizaciones andinas».
Cardich había descubierto en los niveles profundos de las cuevas de
Lauricocha 11 esqueletos humanos, para ese entonces los más antiguos de
América del Sur y consciente de la importancia del hallazgo y de sus propias
limitaciones profesionales invitó a que visitaran el sitio a varios arqueólogos
norteamericanos peruanistas (John Rowe, David Kelley, Dwight Wallace y
Louis Stumer) pero no tuvo éxito. Solo Jorge Muelle y Duccio Bonavia lo
acompañaron en una breve campaña entre el 10 y el 14 de octubre de 1959
(Bonavia, 2004). En algún momento también visitó la excavación Ramiro
Matos Mendieta, ante cuya presencia y certificación idónea, se extrajo la
muestra del nivel de ocupación más profundo de la cueva L-2 que dio 9520
años. Durante el proceso de investigación de Lauricocha, no es claro en qué
año, Cardich invitó a Menghin al Perú quien visitó ese país junto con su
mujer y recorrió varios sitios de los Andes Centrales (Cardich, com. pers.).
Maestro y discípulo pudieron discutir in situ los resultados de los trabajos en
marcha. La mirada y la opinión de Menghin eran cada vez más influyentes.
La serie de trabajos de campo en Lauricocha fue sostenida e intensa: comenzó
en febrero de 1958 y siguió anualmente hasta 1963. A lo largo de estas
campañas, probablemente con la ayuda de peones de la hacienda como lo
sugiere en el prólogo de 1958, se fueron ampliando las excavaciones a partir de
las cuadrículas originales. El primer informe fue publicado en 1958 en Studia
Praehistorica I (Cardich, 1958) y una monografía más completa del sitio salió
581
en 1968 (Cardich, 1964/1966) en Acta Praehistórica (ambas publicaciones
Gustavo G. Politis

del Centro Argentino del Estudios Prehistóricos de Buenos Aires, dirigido


por Menghin), en un número entero dedicado al sitio y con el riguroso
resumen en alemán de 9 hojas al final hecho por el mismo Menghin. Este
último había sido publicado dos años antes en Studia Praehistorica. Metido
de lleno dentro de la escuela de los Kulturkreise, Cardich propuso la existencia
de una «Tradición Lauricochense» formada por tres industrias: Lauricocha
I, II y III (fig 1). Esta tradición estaba caracterizada por las puntas bifaciales

Figura 1 – Esquema en donde Cardich muestra la secuencia arqueológica


582 altoandina en base a los estudios de las cuevas de Lauricocha
Tomado de Cardich, 1958
Augusto Cardich y su contribución a la arqueología del Perú y de la Patagonia argentina

foliáceas, correlacionables con Ayampitín (y por supuesto con Ichuña). Dada


la profundidad temporal, que superaba los 10 000 años y llegaba al periodo
colonial (pasando por niveles con cerámica chavinoide e inca) Cardich no
dudó en afirmar que Lauricocha era «el yacimiento sudamericano de mayor
seriación encontrado hasta ahora» (1958: 86), cosa que reafirmó 25 años
después en un artículo conmemorativo (Cardich, 1983: 157).
Es importante mencionar que los estudios arqueológicos estuvieron
acompañados por investigaciones glaciológicas, una de las disciplinas que
también atraían la atención de Cardich. De hecho ya había participado
en varias expediciones glaciológicas y geográficas, descubriendo que el río
Marañón se originaba en el Nevado Yarupá y era miembro de las Comisiones
de Glaciología y del Diccionario Geográfico de la Sociedad Geográfica de
Lima. Cardich fue probablemente el primero en proponer una secuencia de
avances y retroceso glaciales basándose en el estudio de las morrenas en la zona
de Lauricocha (ver León Canales, 2007). De alguna manera, estos estudios
paleoclimáticos y su correlación con las poblaciones humanas tuvieron un
carácter pionero en el Perú.
Los esqueletos de Lauricocha fueron luego estudiados por Marcelo Bórmida,
un joven italiano que había llegado también a Argentina luego de la Segunda
Guerra Mundial y se había convertido en uno de los alumnos dilectos de
Menghin. Bórmida (1964-1966) concluyó que «el hombre de Lauricocha»
correspondía al tipo Láguido de Imbelloni y que el cráneo «ofrece una
conformación dolicocéfala».
Uno de los esqueletos, el n.o 6, presentaba deformación tabular erecta. De
esta manera, el esquema del «precerámico» andino lograba también una
aproximación bio-antropológica dentro del esquema racial de la misma
escuela histórico cultural (ver por ejemplo Imbelloni, 1948).
Para esta época Cardich también revisitó algunos lugares en la zona cordillerana
del departamento de Pasco, en los cuales había estado años antes. Ahora,
y ya con las «valiosas indicaciones» de Menghin, como lo deja muy claro
en el segundo párrafo del artículo, se concentró en los numerosos abrigos
rocosos en el flanco suroccidental de la Cordillera Raura (Cardich, 1962).
En diciembre de 1958 estudió los sitios de Ranracancha en donde realizó tres
excavaciones y relevó pinturas rupestres en numerosos bloques caídos. En base
a la información obtenida y tomando como referencia Lauricocha, el autor
interpretó que la secuencia de los niveles cerámicos era similar a la de este
583
sitio y en términos generales, concordante con lo que se estaba proponiendo
Gustavo G. Politis

para los Andes peruanos. Con respecto a los niveles precerámicos, también
se correlacionaban con los de Lauricocha (en especial a los horizontes II y
III) «aunque con menor riqueza en artefactos y residuos óseos». Luego de
una somera descripción de los hallazgos y de una rápida discusión, el autor
concluyó que:
... la serie encontrada en Ranracancha habría empezado durante el
Postglacial medio (Optimun climaticum) y correspondería al gran
complejo Lauricochense, el que de acuerdo a los varios hallazgos
recientes, estaría evidenciándose como una de las culturas básicas del
precerámico peruano. (Cardich [1962] 2003: 128)
La adscripción a las categorías y conceptos menghinianos era plena. Como su
maestro, usaba la comparación tipológica como la estrategia analítica principal,
la correlación con eventos paleoclimáticos para inferir una cronología
aproximada, la asimilación de los hallazgos a una unidad arqueológica
mayor previamente definida por él (el «gran complejo Lauricochense») y, por
último, el esencialismo inherente a la postulación de «culturas básicas» tal
como Menghin (1957) lo había propuesto para la Patagonia, la Pampa y el
resto de América.

4. Después de Lauricocha:
el Toldense, la Caverna
de Huargo y el Complejo
Cumbe
A partir de su consolidación
profesional y ya afianzado
académicamente como profesor
universitario en la UNLP (está
a cargo de un curso a partir
de 1961), luego del retiro de
Menghin hacia 1968, Cardich
tomó su legado y se transformó
en uno de sus más fieles y leales
discípulos. De hecho, en 1971
con un subsidio del Consejo
Nacional de Investigaciones Figura 2 – Foto de la excavación de la cueva 3 de Los Toldos
584
Científicas y Técnicas de Tomada de Cardich et al., 1973
Augusto Cardich y su contribución a la arqueología del Perú y de la Patagonia argentina

Argentina (Conicet), retomó la excavación de la cueva 3 de los Toldos


(fig. 2), un sitio que ya había excavado Menghin en 1951 y 1952 que le había
servido para proponer sus «fundamentos cronológicos de la prehistoria de
Patagonia» (Menghin, 1952). Esto implicó un paso más en su fortalecimiento
profesional, ya que era el Conicet, la principal agencia científica de Argentina
la que lo financiaba, y marcó además el inicio de un equipo de investigaciones
dentro del cual se fueron formando varios arqueólogos de la UNLP. En esta
oportunidad lo acompañó el estudiante avanzado Adam Hajduk (fig. 3),
quien no solo participó en los trabajos de campo sino que también fue luego
coautor del artículo en donde se dieron a conocer los resultados obtenidos
(Cardich et al., 1973). Este artículo es uno de los más citados de la arqueología
patagónica, sobre todo fuera de Argentina.
En sus investigaciones en esta cueva, además de confirmar y datar con 14C
la secuencia propuesta por Menghin (las industrias Toldense-Casapedrense
y otras tardías de los niveles 1 a 4), Cardich detectó un conjunto lítico en el

Figura 3 – Augusto Cardich con Adam Hadjuk en 2003 en un


homenaje en el Museo de La Plata 585
Foto: cortesía Laura Miotti
Gustavo G. Politis

nivel más profundo de la cueva al que denominó Nivel 11. El material lítico
de este nivel era diferente al nivel supra yacentes (el Toldense, con puntas y
con tecnología bifacial) e implicaba una «industria» supuestamente anterior
sin puntas. Con algunos carbones dispersos de este nivel basal Cardich obtuvo
una datación radiocarbónica que procesó su hermano Lucio (en ese tiempo
estaba haciendo una especialización en el Laboratorio BVA Arsenal de Viena)
y que dio una edad de 12600 ± 600 años AP. La datación tuvo un carácter
experimental, la muestra no era muy adecuada y además no poseía código
de laboratorio: el FRA-98 que se le agregó luego entre paréntesis significa
Fechados Radiocarbónicos Argentinos, un listado de dataciones que se creó
en Argentina en la década de los años 1970 y que tuvo una vida muy corta.
Cuando los resultados llegaron a manos de Cardich, tal como había sucedido
unos años antes con los de Lauricocha, los dio a conocer a la prensa y tomaron
estado público. La foto de Cardich en el fondo de la trinchera junto con dos
jóvenes en la cueva 3 de Los Toldos (fig. 2) y la noticia de que era uno de los
sitios «más antiguos de la Argentina» recorrió el país.
A partir de ese momento, Cardich se aferró a la datación del Nivel 11 y la
presentó una y otra vez como la más antigua de Argentina y una de las más
antiguas de América. Siempre se mostró renuente a hacer nuevas dataciones de
este nivel, e incluso rechazó varios ofrecimientos que le hicieron arqueólogos
norteamericanos (i.e. Alan Bryan, Rob Bonnichsen y Tom Dillehay)
para redatar el sitio. A pesar de las varias críticas que se hicieron sobre la
fiabilidad de esta datación (por ejemplo Politis, 1999), la fecha —con poco
cuestionamientos— estuvo presente en muchos de los modelos y discusiones
sobre el poblamiento de América y de Argentina (ver por ejemplo Anderson
& Gillman, 2000), aunque en los últimos años finalmente ha quedado en
una especie de limbo y su mención ya es mucho menos frecuente.
En estos años, Cardich (1973) continúa sus investigaciones en otro sitio
del Perú: en las cavernas de Huargo en su provincia natal. En 1970 efectúa
excavaciones en la cueva 1, las que tuvieron un carácter preliminar y que
nunca completó más tarde. Los hallazgos eran predominantemente en los
niveles cerámicos en la capas superiores (1 a la 6) y pinturas rupestres; a
ambos registros el autor le dedicó una buena descripción y efectuó una
interpretación inicial. Sin embargo, lo que más atrajo su atención fueron los
restos óseos de fauna extinta (determinados en La Plata por el paleontólogo
Rosendo Pascual) que halló en los niveles más profundos en algunos de
586 los cuales identificó una señal humana. Cardich propuso que la evidencia
Augusto Cardich y su contribución a la arqueología del Perú y de la Patagonia argentina

de ocupación de la cueva se encontraba débilmente presente en la capa 8


en donde había algunos probables artefactos de hueso: una costilla de
Scelidotherium «modelada por el desgaste por uso humano luego de ser partida
en un extremo», y una punta hecha con el extremo de un hueso largo. Para
este nivel 8, Cardich presentó una datación sobre hueso también realizada
por su hermano Lucio en el Laboratorio BVA Arsenal de Viena que dio una
edad de 13460 ± 700 años AP. A pesar que la comparación inicial de estos
hallazgos la hizo con los niveles más profundos de la secuencia de Ayacucho
que Mac Neish (1971) empezaba a publicar (la similitud con los supuestos
artefactos de hueso era muy tentadora), no se puede negar que la sombra de
Menghin, aunque esta vez sin nombrarlo estaba atrás: esta industria ósea no
era otra que la del «protolítico del hueso», creado por su maestro 40 años
antes (Menghin, 1931).
En los años siguientes Mac Neish ya estaba publicando los materiales de
la cueva de Pikimachay en el departamento de Ayacucho y proponiendo
dataciones entre 20 000 y 11 000 años AP para las fases Pacaicasa y Ayacucho
(Mac Neish, 1979). La conformación de estas fases fue siempre dudosa y
desde los primeros tiempos fueron criticadas sobre todo por la ambigüedad
en el carácter humano de las piezas líticas y cierta confusión en la presentación
de las dataciones (Lynch, 1974; Rick, 1987). Cardich (com. pers.) miró
siempre con desconfianza los hallazgos de MacNeish en Pikimachay a pesar
de haberse entusiasmado luego de las primeras publicaciones cuando él estaba
excavando las cuevas de Huargo.
En esos tiempos, en los Andes Centrales, John Rick (19803) estaba haciendo
sus trabajos en la cueva de Pachamachay y obtenía dataciones de 11  800
años AP para los niveles inferiores. Rick también criticó los resultados y las
dataciones de Lauricocha (ver León Canales, 2007). Lynch presentaba sus
datos de la cueva del Guitarrero con alguna dataciones muy antiguas (12 560
años AP) y Pires Ferreira et al. (1976) daban a conocer el sitio temprano de
Uchcumachay. En la costa también comenzaron a proliferar las investigaciones
de sitios tempranos. La datación de Lauricocha ya no era la más antigua. El
«precerámico» peruano se hundía en el tiempo, tanto en los Andes como en
la costa pacífica.
Durante estos años, Cardich tuvo su primer espaldarazo internacional: en
1974 recibió la Beca de la John Simon Guggenheim Foundation. Este impulso
cristalizaría en la década siguiente la que marcó su proyección más allá de
587
América del Sur. No solo de su trabajo, que ya era reconocido y considerado
Gustavo G. Politis

en la academia norteamericana, sino de él como científico y arqueólogo. A


pesar que la popularidad de Lauricocha se estaba perdiendo entre críticas
varias (ver por ejemplo, Rick, 1983) y por otros sitios más antiguos que se iban
publicando, el impulso que le dio la datación del Nivel 11 de Los Toldos y la
publicación de algunos otros trabajos de envergadura en la década siguiente
(tales como «The fluctuating Upper Limits of Cultivation in the Central
Andes and their Impact on Peruvian Prehistory», publicado en Advances in
World Archaeology en 1985 y «Native Agriculture in the Highlands Peruvian
Andes» publicado en National Geographic Research en 1987a), generaron un
reposicionamiento de Cardich en el escenario americano. Esto se reflejó en
varias distinciones y subsidios internacionales: 1980, 1984 y 1987 Grants
de la National Geographic Foundation; 1988 Condecoración del Gobierno
del Perú las Palmas Magisteriales y en 1989 es invitado a la First Summit
Conference sobre el poblamiento de América, organizada por Rob Bonnichen
en la Universidad de Maine.
Esta última conferencia internacional, quizás la más grande en su tipo en
las últimas décadas, reunió a una gran cantidad de especialistas de América
del Norte, América del Sur, Asia y Europa. Cardich fue el único peruano
presente. Sorprendentemente, a pesar de su edad (tenía ya 66 años) y de
su ganado prestigio, fue para él su primer congreso internacional fuera del
Perú, de Argentina y Chile. Le fue difícil interactuar con la gran cantidad
y variedad de arqueólogos presentes, no solo debido al idioma (no habla
inglés) sino también a su natural retraimiento. Sin embargo, se reunió con
su colega y amigo, el arqueólogo colombiano Gonzalo Correal Urrego, con
quien compartió el Congreso. Ambos se profesan una admiración mutua y
tenían en aquel entonces visiones similares sobre el poblamiento de América.
A fines de la década de 1970 Cardich consolidó su equipo de investigación
con la incorporación de varios graduados jóvenes de la UNLP. Sus alumnos,
estudiantes avanzados o jóvenes arqueólogos haciendo el doctorado bajo su
dirección, realizaron análisis más completos y actualizados de los materiales
líticos y óseos, y llevaron a cabo nuevos trabajos de campo con técnicas más
precisas en el Cañadón de Los Toldos y en sitios cercanos, en la provincia de
Santa Cruz (fig 4). Entre los alumnos, ahora ya arqueólogos profesionales,
que más estrechamente se vincularon con Cardich se encontraban Nora
Flegenheimer, Estela Mansur, Laura Miotti, Alicia Castro, Rafael Paunero,
Andrés Laguens, Víctor Duran y Eduardo Moreno (Cardich & Flegenheimer,
588 1978; Cardich et al., 1982; Cardich & Miotti, 1983; Cardich & Laguens,
Augusto Cardich y su contribución a la arqueología del Perú y de la Patagonia argentina

Figura 4 – Excavación de la cueva 3 de Los Toldos en 1986


Foto: cortesía Laura Miotti

1984; Cardich & Paunero, 1991-1992; Cardich et al., 1993-1994) (ver


fig. 5). Todos ellos están investigando actualmente en la arqueología de los
cazadores-recolectores de Pampa, Patagonia, «Sierras Centrales» y Cuyo. Es
importante destacar que el equipo formado y dirigido por Cardich dio cabida
y contención a estudiantes y becarios durante una época difícil de Argentina
durante la última dictadura militar (1976-1983). En su laboratorio y bajo
su asesoramiento toda una generación de arqueólogos de la Universidad de
La Plata interesados en la arqueología de los cazadores-recolectores (sobre
todo de Patagonia) encontró un ambiente propicio para desarrollar sus
investigaciones, a partir de inicios de los años 1970, incluyendo un período
durante el cual las posibilidades de formación científica eran muy limitadas.
A pesar que la integración de un equipo con jóvenes investigadores produjo
un salto cualitativo de los estudios en Patagonia y una actualización
metodológica y analítica, Cardich siguió aferrado a la datación más antigua de
Los Toldos. Él estaba convencido de que el Nivel 11 representaba una entidad
cultural discreta (ver por ejemplo Cardich, 1987b), algo anterior a las puntas
«cola de pescado», una especie de horizonte «pre-puntas de proyectil». Esto
sesgó profundamente sus interpretaciones sobre el temprano poblamiento
Americano. 589
Gustavo G. Politis

Figura 5 – Parte del grupo de excavación de Los Toldos en 1986. De


izquierda a derecha: Rafael Paunero, Eduardo Moreno, Augusto Cardich,
Rubén Beltrán y Guillermo …
Foto: cortesía Rafael Paunero

En 1978 Cardich formó parte de la Comisión Directiva de la Sociedad


Argentina de Antropología (SAA), primero como vocal y luego, hasta 1989
como Secretario. Esto lo integró aún más a la comunidad arqueológica
argentina y significó un cambio en su estrategia de publicaciones. Hasta
fines de los años 1960 las dos revistas del Centro Argentino de Estudios
Prehistóricos (Studia Praehistorica y Acta Praehistórica) habían sido los medios
elegidos para dar a conocer sus trabajos más importantes. Disuelto el Centro,
a partir de 1973 comenzó a publicar en Relaciones de la Sociedad Argentina de
Antropología (la revista de más larga trayectoria en la disciplina), tendencia que
se acentuó cuando ingresó a la Comisión Directiva de la SAA. Desde mediados
de los años 1970 y durante toda la década de 1980, Cardich publicó en casi
todos los tomos (de frecuencia anual) algún artículo, solo o con miembros de
su equipo, sobre todo de arqueología de Patagonia (por ejemplo, Cardich &
Flegenheimer, 1978; Cardich, 1984-1985). Para dar a conocer sus ideas sobre
los límites del cultivo o sobre los orígenes de la civilización andina prefirió en
general otras revistas argentinas (siendo la Revista del Museo de La Plata una
de las más frecuentes) o peruanas y norteamericanas.

590 En 1987 Cardich abrió otro «frente precerámico» en el extremo Norte de los
Andes peruanos en Cajamarca y comenzó la excavación de varias cuevas en
Augusto Cardich y su contribución a la arqueología del Perú y de la Patagonia argentina

la ladera septentrional del cerro Condorgaga (Cardich, 1991). El sitio más


importante y más estudiado fue la cueva 1 de Cumbe, la que le dio el nombre
a una nueva entidad arqueológica: el complejo Cumbe. Básicamente este
complejo estaba caracterizado por una «industria lítica simple, con predominio
de lascas irregulares, chicas, obtenidas por percusión, … aprovechando los
filos naturales» (1991: 44). Se asociaba a restos de cérvido (Odocoileus) y
roedores (Cavia y Lagidium). La industria lítica no tenía variaciones en
las 4 capas precerámicas e, incluso, llegaba hasta los niveles cerámicos. Su
colaboradora en aquellos tiempos, Alicia Castro (UNLP), efectuó un análisis
de rastros de uso con microscopio. Obtuvo datación sobre carbón en los
niveles más profundos que dio 10 505 años AP. En base a la morfología lítica
y a su persistencia temporal, asoció al complejo Cumbe con el Abriense de
Colombia, datado en 12 450 años AP por Correal Urrego y con la industria
Amotape (Richarson, 1978).
En la década de 1990 un resumen de Matos Mendieta del «precerámico de
Junin» expresaba sus dudas sobre la antigüedad de 20 000 años del hallazgo
de Mac Neish (1975) en Pikimachay (Matos Mendieta, 1992: 327, pero ver
discusión reciente en León Canales & Yataco Capcha, 2008). Para las punas
de Junín este territorio no habría sido habitable antes de los 14  000 años
(Matos Mendieta, 1992: 331). Entre tanto, Lavallée (1985) desarrollaba
sus investigaciones también en Junín en Telarmachay. En esta discusión,
las evidencias humanas propuestas por Cardich para la caverna de Huargo
estaba ausente. Lauricocha ya no estaba solo. Las evidencias de ocupaciones
tempranas del territorio peruano se multiplicaban a lo largo y ancho del país.
Año tras años, la datación de Lauricocha se alejaba de ser la «más antigua»:
los dudosos artefactos de hueso de la caverna de Huargo y la datación del
pobremente publicado Complejo Cumbe no le devolvían el protagonismo
perdido en el escenario del estudio de las primeras ocupaciones andinas.

5. Su modelo de poblamiento americano


Anclado en la datación del Nivel 11 y en la «simpleza» tecnológica de este
conjunto lítico, Cardich planteó un modelo de poblamiento desde Australia
vía Antártida aunque nunca de manera muy completa ni desarrollado
formalmente (ver por ejemplo, Cardich, 2001; 2004: 21-39). Él mismo
viajó a Australia a fines de 1998 para revisar personalmente los artefactos
líticos más antiguos de ese continente. Siguió la metodología de Menghin:
591
una tipología intuitiva (en base a la cual su maestro le asignaba a ciertos
Gustavo G. Politis

artefactos líticos una pertenencia a algunos de los círculos culturales creados


por la escuela histórico cultural austro alemana) y una comparación técnico
morfológica entre artefactos de procedencias distantes. La similitud en la
forma y en la tecnología no podía explicarse de otra manera que no fuera por
una relación genética entre ambas, siendo obviamente la más antigua, en este
caso Australia, el punto de origen (fig. 6). Al respecto, Cardich expresaba:
Grande fue nuestra
impresión al encontrar
[en Australia] piezas líticas
muy similares sobre todo
las del Pleistoceno tardío
final que observamos
detenidamente en las
colecciones del Australian
Museum, entre las que
encontramos también las
de Tasmania, asimismo en
las colecciones de la Sidney
University… Se encontró
también en algunos sitios
de Patagonia grabados
rupestres algo similares a
los de Australia (Cardich,
2004: 32-33).
Cardich se fue convenciendo
de la conexión australiano
patagónica y para eso sugirió
también similitudes en el arte
rupestre, otra de los campos de
su interés arqueológico.
Hace diecisiete mil años
hubo un importante
Figura 6 – Tapa de la publicación Lecturas Emilio Choy Nro.
avance de los hielos en
23 en donde se traduce al castellano una entrevista a Cardich
ambos polos. Es probable publicada originalmente en inglés en The Mammoth Trumpet 16
que comunidades del (2) (marzo de 2001)
Pacífico hayan llegado a En el dibujo de la tapa se esquematizan las posibles vías de entrada
592 a América del Sur desde Australia tal cual sugería Cardich en la
esta parte del territorio entrevista
Augusto Cardich y su contribución a la arqueología del Perú y de la Patagonia argentina

patagónico con embarcaciones pequeñas que podían navegar utilizan-


do los hielos como costa (Revista Perú para el autoconocimiento del país,
2010).
La utilización de los hielos polares como costa para favorecer una migración
litoral también estaba siendo usada (y aún lo es) por Bradley & Stanford
(2004) para proponer un poblamiento americano Solutrense desde la costa
Cantábrica.
Una de las bases metodológicas para sostener esto era la similitud morfológica
y la falta de instrumentos similares en otras partes del mundo. Pero esto seguía
también una metodología que se basaba en la opinión de los expertos. Los
pocos trabajos sobre este modelo son básicamente conferencias o entrevistas
publicadas, alguna de las cuales son luego traducidas (ver por ejemplo Cardich,
2001, luego publicado en 2003: 671; Cardich, 2004). En estas desarrolla la
misma secuencia argumental: él lleva los artefactos del Nivel 11 a la reunión
de Paleoindio de Antofagasta en 1978 y los especialistas dicen que no vieron
materiales similares en América del Sur. Nora Flegenheimer (en ese entonces
su alumna) a fines de los 1970 le muestra a Don Crabtree las piezas del Nivel
11 y este dice que no había visto artefactos parecidos en América del Norte.
Luego el mismo Cardich los lleva a la World Summit Conference de Maine
en 1989 y especialistas de Asia afirman que no había nada similar en el Este
Asiático. Clive Gamble en su visita a La Plata en 1995 le comenta que son
piezas «equivalentes al Musteriense europeo, tipo La Quina». La palabra del
experto tiene siempre en él un peso importante, aunque en este caso eran
simples opiniones al pasar y no el resultado de análisis detallados. Usando
estos argumentos, bastante discutibles por cierto, propone que si no había
nada parecido en América del Norte ni en Asia, los materiales de los Toldos
en el extremo sur americano apoyaban su idea de que Australia podía ser el
origen de la antigua y meridional industria del continente: el Nivel 11.
Esta idea es la que cierra un volumen homenaje (Cardich, 2003: 681-686),
con sus artículos y capítulos más importantes, publicado por la Universidad
Nacional de La Plata en 2003. En este volumen, que es prologado por el
prestigioso arqueólogo argentino Alberto Rex González, se reúnen las
contribuciones de Cardich a la arqueología de América del Sur, pero en
especial, como lo expresa el subtítulo, a las «culturas tempranas de los Andes
Centrales y de Patagonia». El homenaje incluyó también la presentación del
libro, con una conferencia de Cardich en el auditorio del Museo de La Plata,
593
en donde Lauricocha no podía estar ausente.
Gustavo G. Politis

6. Consideraciones finales
Como fue expresado por muchos investigadores (Lavallée, 1985; Chauchat
1988; Bonavia 2004; León Canales, 2007, etc.), los estudios de Cardich en las
cuevas de Lauricocha marcaron un momentum en el estudio del poblamiento
temprano de los Andes Centrales. Para Chauchat «after Augusto Cardich´s
first publication of the Lauricocha cave sequences had given the antiquity of man
in Peru wide acceptance» (1988: 43). Como comentó Bonavía (2004: 267) al
referirse a la presentación de la datación de Lauricocha muchos años después
«This was a revolutionary announcement for Peruvian archaeology at the time».
Recordemos que la noticia salió inmediatamente en el noticiero «El Reporter
Esso» de Radio América (Deza Rivasplata, 2004: 11).
Sin duda, uno de los méritos de Cardich reside en haberse sustraído al imán del
estudio de las «grandes civilizaciones andinas» (aunque se refirió también varias
veces a este tema, ver por ejemplo Cardich, 1988) y enfocarse en un período
mucho menos atractivo para la época. Para esto contribuyeron dos hechos
decisivos. Uno era que los hallazgos estuvieran en la hacienda de su familia,
en las laderas que él escalaba de joven visitando glaciales; evidentemente había
causas emotivas y de pertenencia que marcaron sus intereses científicos. El
segundo fue la fuerte influencia de Menghin, su mentor, quien rápidamente
vislumbró la importancia de los artefactos líticos hallados por Cardich. En
su batalla contra el evolucionismo ahistórico norteamericano, Menghin
estaba más interesado en los círculos culturales antiguos que en las «grandes
civilizaciones» y esto se lo trasmitió a Cardich. Desde Lauricocha entonces,
él construyó una plataforma para participar en un debate en donde había
pocas voces peruanas. Luego, siguiendo el derrotero de Menghin, continuó
sus investigaciones en Patagonia, comenzando por Los Toldos, el mismo sitio
que había excavado su maestro.
Además, por lo menos desde Cardich en adelante y en parte gracias a él,
los estudios del poblamiento temprano en los Andes estuvieron fuertemente
ligados a la discusión sobre las glaciaciones y la articulación entre los avances
glaciales y los pulsos de ocupación humana temprana (ver León Canales,
2007). Esto se nota claramente en la monografía de Lauricocha (Cardich,
1964-1966) en donde las primeras 40 páginas están dedicadas al tema.
Luego, el tema de las glaciaciones y de las fluctuaciones climáticas para
entender el poblamiento de los Andes Centrales se hizo más frecuente (ver
por ejemplo Matos Mendieta, 1992, para la Puna de Junín) y él mismo lo
594 discutió intensamente para analizar la variación de los límites superiores de la
agricultura andina (Cardich, 1985).
Augusto Cardich y su contribución a la arqueología del Perú y de la Patagonia argentina

Otras influencias menghinianas discurren claramente a lo largo de la obra de


Cardich. En el prólogo que el mismo Menghin hizo a la primera publicación
de Lauricocha, el camino a seguir estaba planteado:
Estas ideas [el poblamiento tardío de América] —desde un principio
atractivas solamente para espíritus de pensamiento ahistórico—
están actualmente desprestigiadas. El nuevo cuadro de la prehistoria
americana, es mucho más complicado, pues hace remontar los
principios del poblamiento por lo menos al último interglacial, es
decir, a muchas décadas de milenios, tiene en cuenta inmigraciones de
cazadores inferiores y superiores en posesión de muy diversas culturas
proto y miolíticas y admite fuertes influencias de culturas agrícolas
tanto neolíticas como postneolíticas, de Asia suroriental y oriental
por el Pacífico, sin cuya intervención el arribo a las altas culturas
centroamericanas y andinas no habría podido realizarse. (Menghin,
1958)
Sin formación profesional sistemática (como dijo varias veces «hice la carrera
de arqueología en un año», tomando cursos con Menghin [ver también
Falcón Huayta, 2006]), con dificultades para leer en inglés (se hacía traducir
los trabajos que más le interesaban) y poco proclive a las reuniones científicas
y a los congresos supo lograr un lugar de prestigio en la arqueología americana
y una posición académica importante como profesor universitario en La
Plata, Argentina. Allí también creó un equipo de investigaciones dentro del
cual se formó toda una generación de arqueólogos patagónicos y brindó
generosamente un espacio para el desarrollo de estudiantes y becarios, incluso
durante la dictadura militar argentina. En el Perú es siempre respetado como
un pionero de los estudios de los cazadores-recolectores andinos y recibió
varias distinciones (desde la Condecoración del Gobierno del Perú Las
Palmas Magisteriales en 1988 hasta la última en 2004 como Doctor Honoris
Causa de la universidad privada Alas Peruanas). Sin embargo, la formación
al lado de Menghin y su fuerte influencia teórico metodológica lo acompañó
toda la vida y permeó sus investigaciones tanto en los Andes como en la
Patagonia. Esto condujo a que sus modelos de poblamiento americano
fueran demasiado difusionistas y esencialistas, basados excesivamente en las
similitudes morfológica y tecnológicas de las piezas líticas y al uso acrítico
de las dataciones radiocarbónicas. Asimismo, sus métodos de excavación
no fueron muy sofisticados (Bonavia, 2004), especialmente en los primeros
estudios de Lauricocha y Los Toldos. Sin embargo, con virtudes y defectos, 595
Gustavo G. Politis

con aciertos y errores, su nombre estará siempre ligado a la arqueología de la


ocupación humana más antigua de los Andes centrales y de Patagonia y será
una referencia obligada en la historia de las arqueologías peruana y argentina.

Agradecimientos
A Henry Tantaleán y César Astuhuamán por la invitación a participar en el Simposio
Internacional «Historia de la Arqueología del Perú en el Siglo XX» y en la publicación
que derivó del mismo. A Elmo León Canales y a Laura Miotti por la lectura crítica
de este trabajo. Laura y Rafael Paunero cedieron gentilmente algunas de las fotos que
ilustran este capítulo.

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600
Últimas reflexiones y nuevas propuestas

EPÍLOGO

601
Margarita Díaz Andreu

602
Últimas reflexiones y nuevas propuestas

Últimas reflexiones y nuevas propuestas


Margarita Díaz-Andreu

1. Historias de la Arqueología
Es un síntoma de la madurez de una disciplina la realización de reflexiones
disciplinares sobre su construcción profesional. En Arqueología la primera fue
la del alemán Adolf Michaelis, quien en 1906 escribió Die Archaeologischen
Entdeckungen des Neunzehnten Jahrhunderts, traducida al inglés dos años
más tarde como A Century of Archaeological Discoveries. Entonces comentaba
el catedrático de Oxford John Myres que desentrañar una maraña «tan
complicada como es la de una nueva ciencia, poner en perspectiva adecuada
los logros de los trabajadores que apenas acaban de fallecer o incluso todavía
viven, requiere una rara combinación de conocimiento especializado con
una actitud filosófica e imaginación histórica» (Myres, 1907: 317)1. Pero si
Myres se quejaba de que Michaelis había tendido a enfatizar lo hecho por los
alemanes y no por otros («en todas las actuaciones alemanes poco importantes
parecen invadir el cuadro; desapareciendo de la vista los grandes arqueólogos
ingleses» (Myres, 1907: 319]) —nótese que para Myres «otros» significaba
«ingleses»—), cuando les tocó el turno a ellos de escribir las historias de
la Arqueología supuestamente generales, replicaron lo que antes habían
criticado. Ni Michaelis ni, después de él, el siguiente gran historiador de la

603
1 Todos los textos cuyo original está en inglés han sido traducidos por la autora.
Margarita Díaz Andreu

Arqueología, Glyn Daniel (Daniel, 1950; 1975), repararon en Latinoamérica,


puesto que este área quedaba lejos de sus intereses particulares, la Arqueología
clásica en el caso del primero, y la Arqueología prehistórica europea (junto
con la bíblica) en el del segundo2. De las grandes historias escritas en estas
últimas dos décadas (Díaz-Andreu, 2007; Gran-Aymerich, 1998; Schnapp,
1993; Trigger, 1989; 2006), solo en la primera de ellas, la escrita por mí
misma, se trata la arqueología latinoamericana con cierto detenimiento. Uno
podría decir que esto se debe a que yo soy española, pero esta opinión no
valdría para explicar por qué también hablo del Lejano Oriente y de África en
mi libro. Quizá el hecho de trabajar en un país tan nacionalista como es Gran
Bretaña me hizo comprender los sesgos de los otros y al empezar mi relato
me propuse hacer algo que respondiera con justicia al título. Una historia
mundial debe ser tal.
Si la madurez de una disciplina se puede medir por las reflexiones
historiográficas sobre ella realizadas, se podría decir que la Arqueología en
el Perú ya lo está, y lleva estándolo desde al menos hace unas dos décadas.
No conozco suficientemente la bibliografía de Tello para saber si él intentó
escribir algo en este sentido, pero no sería de extrañar que no reparara en ello.
La primera publicación que he rastreado sobre esta temática es la de Federico
Kauffmann Doig (1961), y tras el libro de Duccio Bonavia & Roger Ravines
(1970) y de este último (Ravines, 1970), es ya en los años 1980 cuando
empezaron a surgir un mayor número de reflexiones (Alcina Franch, 1988;
1995; Bonavia, 1984; Burger, 1989; Cabello & Martínez, 1987; Chávez,
1992; Coloma Porcari, 1994; Lumbreras, 1991; Patterson, 1989; Schaedel &
Shimada, 1982), una lista que continúa en años posteriores y en la que este
volumen representa la contribución más reciente.
Se pueden ofrecer varias razones para explicar por qué se escriben las historias
de la Arqueología. En primer lugar hemos de aludir a la función de mantener
el recuerdo sobre los logros de generaciones anteriores y entender en qué
consistían sus propuestas para poder así seguir avanzando en la investigación
futura. Así Trigger sugiere que:

604 2Aunque Glyn Daniel incluyó un libro sobre la arqueología del Perú en la serie que
organizaba en Ancient Peoples and Places (Bushnell, 1956).
Últimas reflexiones y nuevas propuestas

La historia de la arqueología debe combatir en dos frentes. Por una


parte, los arqueólogos necesitan entender cómo el descubrimiento
continuo de datos arqueológicos y la aparición de nuevas técnicas para
analizarlos han influido en la comprensión de los tiempos prehistóricos.
Por la otra, es necesario investigar todos los factores que influyen en la
interpretación de los datos arqueológicos: la fundación y organización
de la investigación arqueológica, las perspectivas en arqueología, las
tradiciones culturales más amplias en las que operan los arqueólogos, las
condiciones económicas, políticas y sociales, y el impacto de los estudios
arqueológicos en otras partes del mundo, especialmente en aquéllos
países con una larga tradición investigadora. (Trigger, 1985: 233)
Valérie Pinsky por su parte apunta a otra justificación alternativa para
la Historia de la Arqueología, la que nos permite entender las estructuras
teóricas contemporáneas. Ella lo expresa de la siguiente manera:
Documentando las experiencias pasadas de la disciplina y dando luz a
los procesos de la producción del conocimiento arqueológico, se puede
articular la historia con los problemas teóricos y metodológicos y jugar
un papel activo y constructivo en reorientar la práctica arqueológica
presente y futura (Pinsky, 1989: 90).
La comprensión de las razones por las que los investigadores que nos han
precedido en la disciplina han aceptado o rechazado determinadas propuestas
nos permite entender mejor el contexto de las preocupaciones actuales de esta
(Gustafsson, 1998: 288).
Volviendo a la cita de Trigger, es posible ver en los dos frentes de los que
él hablaba una cierta correspondencia con las perspectivas internalista y
externalista. El objetivo de la perspectiva internalista es describir quién hizo
qué cuándo y explicar el desarrollo de la Arqueología a través de, en primer
lugar, la enumeración de los nuevos descubrimientos y técnicas, seguido del
rastreo de la transformación intelectual de las ideas y en tercer lugar del análisis
del proceso erudito de aceptación o rechazo de nuevas propuestas. Casi todos
los capítulos de este libro se podrían clasificar dentro de este enfoque. Sin
embargo, la creciente importancia del análisis contextual que proporciona la
perspectiva externalista —la que mira a la influencia de los factores externos
al propio pensamiento científico, a las circunstancias que le rodean, para
explicar su evolución— ha llegado a que sea frecuente encontrar elementos de
esta en estudios que sin ellos habrían sido completamente internalistas. Este 605
Margarita Díaz Andreu

volumen da buenos ejemplos de esta combinación de las dos perspectivas,


con alusiones al indigenismo que se menciona en un tercio de los capítulos
(los de Luis Jaime Castillo Butters, Jorge E. Silva, John W. Rick, Yuji Seki,
Peter Kaulike, César Astuhuamán, Henry Tantaleán y Miguel Aguilar) y del
contexto colonial de mucha de la Arqueología llevada a cabo en el Perú, que
se cita en varios trabajos incluyendo el de Colin McEwan y Bill Sillar, además
del de Kaulicke, empleando el término de «endonacionalismo criollo» en el
caso de Tantaleán y Aguilar. Por otra parte, la biografía sobre Tello que nos
ofrece Daggett nos informa con detalle de un tipo de factores extracientíficos
que marcan y poderosamente influyen en la investigación: las dificultades
prácticas con las que los investigadores se enfrentan continuamente en la
práctica diaria de su quehacer arqueológico, marcado por las envidias, las
zancadillas institucionales y los grupos de poder que llevan a que los actores
que se mueven en estas áreas pantanosas tomen decisiones que afectan en
gran manera al rumbo que toma la pesquisa arqueológica.

2. Propuestas para la investigación futura sobre la Historia de la


Arqueología en el Perú
La lectura del interesante conjunto de trabajos reunidos en este volumen me
ha producido interrogantes que convertiré aquí en propuestas de posibles
áreas de investigación futura que pienso que sería deseable que afrontaran los
investigadores e investigadoras que se dedican a ahondar sobre la Historia de
la Arqueología en el Perú. Estos se refieren a análisis sobre el contexto social e
identitario (étnico y de género), las ideologías políticas como el nacionalismo
y el colonialismo, el marxismo o el liberalismo, así como al nivel académico
las alianzas políticas institucionales o entre grupos de interés. Por último se
pueden observar también los cambios tecnológicos habidos y su influencia en
el desarrollo de la Arqueología.
De los citados arriba un primer aspecto que me parecería interesante
desarrollar sería la procedencia social de los arqueólogos, empezando por
la clase social con la que se identifican. Los estudios realizados en otras
partes del mundo sobre estos temas indican que hay un predominio casi
total de las clases medias, aunque hay cierta variación dependiendo de las
circunstancias del país (Kehoe, 1998; Kristiansen, 2011; Levine, 1986;
Mitchell, 1998; Oulebsir, 2004; Patterson, 1995). En el caso del Perú la
606 procedencia social se entrecruza con la étnica —¿cuántos «indios» como
Últimas reflexiones y nuevas propuestas

Tello se han convertido en arqueólogos? ¿Cuáles son las indefiniciones y


complejidades en la percepción de lo que significa ser «indio» para los que se
consideran como tal y los que califican a otros como tal? En particular resulta
curioso que Tello, tan celebrado como arqueólogo «indio», se casara con una
británica, por lo que sería interesante analizar cómo en su mundo personal
él entendía su «indianidad» y la práctica del indigenismo. Es muy posible
que salieran a relucir las contradicciones que habitualmente se producen en
la vivencia propia de la identidad, y lo que un historiador o historiadora de
la Arqueología tendría que ver es cómo esto pudo influir en su quehacer
arqueológico. ¿Cómo afectó su identificación como «indio» en la selección de
las áreas sobre las que trabajó? Es decir, ¿dio preferencia a los lugares de donde
provenía, o en los que se hablaba aymara, o en los que la lengua habitual era
el quechua? ¿Alentó a otros estudiantes «indios» jóvenes para que estudiaran
Arqueología y les ayudó de forma especial?
Sin dejar la composición social del colectivo de arqueólogos, un aspecto
en el que me parece esencial profundizar en la Historia de la Arqueología
del Perú es el del género. Me ha sorprendido el bajo número de mujeres
citadas, y entre los ocho capítulos de carácter biográfico solo uno se dedica a
una arqueóloga, Rebecca Carrión Cachot, escrito por Pedro Novoa Bellota.
También me ha parecido significativo que solo una autora (Danièle Lavallée)
dijera que no le gustaba hablar de ella misma y que esta misma explicara al
relatar su experiencia profesional en el Perú que fueran mujeres las que la
acogieran y/o acompañaran en su trabajo de campo. Estoy convencida de
que una lectura crítica de las limitaciones de género en el propio colectivo
arqueológico nos permitiría también comprender ciertos sesgos de género
en las interpretaciones arqueológicas. Los únicos análisis de este tipo para
la arqueología latinoamericana que conozco se encuentran referidos a
México (Ruiz Martínez, 2006; 2008, Rutsch, 2003), aunque es cierto que
también existen otras obras todas de carácter biográfico más convencionales.
La bibliografía sobre esta temática en otras partes del mundo empieza a ser
abultada, y solo citaré aquí unos pocos trabajos (Claasen, 1994; Cohen &
Joukowsky, 2004; Díaz-Andreu & Sørensen, 1998; Engelstad & Gerrard,
2005; Malt, 2005).
El tema de las ideologías políticas se ha tocado en este volumen, a veces con
perspectivas interesantes como la de Tantaleán de explicarnos su percepción
como estudiante en un momento muy conflictivo y violento vivido en el
Perú en los años 1990. En el libro además varios de los artículos hablan de 607
Margarita Díaz Andreu

nacionalismo, pero en varias ocasiones las implicaciones sobre su efecto en la


Arqueología quedan más bien implícitas en el trabajo o lo que se dice queda,
a mi entender, corto y no permite reflexiones más aguzadas. Es importante
ser crítico con lo que es la ideología nacionalista que, lejos de ser monolítica,
presenta en cada país formas alternativas de entender la nación. Una amplia
literatura sobre este tema ha demostrado creo suficientemente que existe una
conexión entre nacionalismo y la Arqueología (Atkinson et al., 1996; Díaz-
Andreu, 2007; Díaz-Andreu & Champion, 1996; Kohl et al., 2007; Meskell,
1998). Con su trabajo, lo quieran o no, los arqueólogos y arqueólogas
cimentan el discurso de los orígenes de la nación.
Dos temas asociados al nacionalista son el del transnacionalismo y el del
uso del patrimonio. En cuanto al primero, es interesante recordar, como
apuntan Ann H. Peters y L. Alberto Ayarza, la influencia de la formación
de Tello en los Estados Unidos (y en Europa). Es decir, Tello adaptó formas
de hacer arqueología formuladas en otros contextos a la realidad peruana.
Un segundo ejemplo sería el de John Murra, quien pasó de combatir en la
Guerra Civil española (se supone que con el bando republicano) a trabajar en
la arqueología ecuatoriana y finalmente peruana, según nos explica Mónica
Barnes. Mi pregunta sería: ¿influyeron sus experiencias en un país en lo que
hizo en los siguientes? ¿Sirvió de transmisor de ideas o formas de hacer?
Por otra parte, la patrimonización del pasado es una temática candente en
la actualidad. El discurso nacionalista necesita de estos nuevos datos para
mantenerse vivo, aunque en estos últimos años la progresiva especialización
de la labor arqueológica y de los resultados que se obtienen han llevado a
un mayor alejamiento entre lo que quiere el público y lo que la disciplina
piensa que ha de hacer. Los investigadores que se dedican a cuestiones de
patrimonio han planteado debates sobre el uso social de la Arqueología y
los retos que supone el acercar la Arqueología al gran público, incluyendo
temas como los de la autenticidad, la ética arqueológica, la propiedad
de los restos arqueológicos, el derecho a beneficiarse de su explotación
económica etc. Sobre esto hay una creciente literatura bibliográfica en la que
sé que están contribuyendo peruanos (Aguilar Díaz, 2011; Herrera, 2011;
Tantaleán, 2010) y en la que quizá convendría también realizar alguna visión
histórica. En este sentido, me parece acuciante que desarrollos actuales en el
patrimonio peruano, que son tan cruciales para el futuro de la investigación
arqueológica como la reciente creación de las Unidades Ejecutoras de Cusco,
608 Lima, Lambayeque y las dos de La Libertad se estudien y se comprenda su
Últimas reflexiones y nuevas propuestas

origen y desarrollo. Me atrevería a sugerir que su aparición supone un antes


y un después en la arqueología peruana que los arqueólogos profesionales no
deben ignorar.
Además del nacionalismo (y la ideología del pasado convertida recientemente
en un producto de consumo), otra ideología política que se beneficiaría de
un análisis más sistemático sería la del colonialismo científico. Me parece
interesante observar, por ejemplo, cómo los autores norteamericanos parecen
ignorar que ha habido arqueología de otros países además del suyo en el Perú.
La falta de referencias a autores peruanos es sorprendente, pero significativa,
en autores como John W. Rick, quien puede escribir una sección sobre qué
aspectos de la Nueva Arqueología llegaron al Perú olvidándose de citar —y
por tanto silenciando— a aquéllos que presumiblemente absorbieron la
revolución arqueológica producida en Norteamérica (nótese además que su
opinión se opone a la expresada por Burger en su capítulo, quien minimiza
en gran manera tal influencia). Me ha asombrado la presencia de arqueólogos
y arqueólogas de otras nacionalidades que la estadounidense en el Perú que
nos explican los capítulos sobre la arqueología francesa (Lavallée), alemana
(León Canales), japonesa (Seki), italiana (Orefici), británica (McEwan y
Sillar), cubana (Fernández y Calzada) y argentina (Politis), a la que habría
que añadir la de otros países cuyos capítulos por diversas circunstancias no
se han podido incluir como España (pero ver Ciudad Ruiz & Iglesias Ponce
de León, 2005). Es además revelador que los otros autores extranjeros o que
hablan de arqueólogos foráneos no estadounidenses suelan citar en este libro
a éstos, lo que permitiría un análisis sobre la fluidez de la hegemonía y de
la categoría de subalterno, cuya consideración es relativa a la situación en
la que se encuentre el individuo y quien sea su interlocutor. Es decir, creo
que sería muy enriquecedor que alguien se atreviera a analizar la historia
de la arqueología peruana en términos poscoloniales. Otros trabajos de este
tipo han sido realizado por varios autores (Díaz-Andreu, 2007; Fernández
Martínez, 2005: cap. 6; Funari & Vieira de Carvalho, 2011; Gnecco & Ayala,
2011; Harrison & Williamson, 2002; Lydon & Rizvi, 2010; Schmidt, 2009).
Un aspecto más dentro de las ideologías políticas sería la conexión con la
teoría arqueológica que, pese a haber nacido hacia la II Guerra Mundial,
y teniendo un cierto desarrollo en los años 1950, explotó como novedad
en la época de las revoluciones estudiantiles. Es así como surgió de forma
paralela en varias partes del mundo las propuestas teóricas marxistas, siendo
el Perú pionera en el área latinoamericana con el trabajo de Luis Guillermo 609
Margarita Díaz Andreu

Lumbreras (1974). El relato autobiográfico incluido en este volumen es muy


revelador y permitirá a muchos entender mejor las propuestas realizadas en
aquellos años que tanto han influido a la arqueología no sólo latinoamericana,
sino también española, pero que tuvieron tan poco eco en la primera edición
de la Historia del Pensamiento Arqueológico de Bruce Trigger (1989). Además,
quería apuntar que alguien tendrá que desmontar la evolución lineal de
la teoría arqueológica (evolucionismo, escuela histórico-cultural, Nueva
Arqueología y Posprocesualismo) en gran parte popularizada por el autor
canadiense. Como bien dice Gabriel Ramón Joffré en su capítulo sobre la
Escuela de Berkeley, las etiquetas aplicadas a las diversas tendencias de la
Arqueología «no reflejan la variabilidad interna de cada una de ellas» y «ni
siquiera ayudan a explicar los cambios en el modo de aproximarse al pasado,
especialmente en contextos como Latinoamérica», o como, diría yo, en todas
partes, incluyendo los Estados Unidos o Gran Bretaña. Las «revoluciones»
de Kühn, incluyendo las arqueológicas, pertenecen a un momento histórico
muy concreto y reflejan la sociología de la ciencia más que el pensamiento
arqueológico. Si Garth Bawden se autodenomina posprocesual, como nos
dice Rafael Vega-Centeno, más tiene que ver con una forma de tribalismo
académico (Becher, 2001), de colegios invisibles (Zuccala, 2006), que de
verdaderas agrupaciones teóricas que funcionan, como cualquier ideología,
como una comunidad imaginada (cf. Anderson, 1991, quien ha desarrollado
este concepto para el nacionalismo).
Aparte de la política con P grande aludida en los dos párrafos anteriores, está
la de la p pequeña, las políticas dentro de los colectivos de arqueólogos, de
las que hay bastantes comentarios en el volumen —los enemigos académicos
cuyas disputas tienen una influencia clara en las teorías arqueológicas, la
formación de «clanes» o «tribus» o «redes sociales» (networks o grupos de
interés) que influye en la composición de los grupos de investigación y por
tanto también en las ideas que se imponen o no y que suelen ser las únicas
que luego se trasladan a las historias de la Arqueología (Faria & Goel, 2010;
Reimond, 2011). Desde una perspectiva muy concreta ha abordado cómo
afecta la sociología interna de cada grupo, y la relación con los objetos con
y sobre los que se trabaja, el afamado Bruno Latour con su Actor Network
Theory (Teoría del Actor-Red) (Latour, 2005). La reflexión de Latour, que le
da prioridad a la importancia de lo tecnológico, en nuestro caso para ver la
evolución de la disciplina arqueológica, ha tenido todavía pocos seguidores
610 en la Arqueología, aunque hay excepciones (Gillberg & Jensen, 2006).
Últimas reflexiones y nuevas propuestas

Terminaré mi exposición reflexionando sobre los métodos de la Historia de


la Arqueología, de los que existen principalmente tres. El primero se refiere a
la recopilación, estudio y análisis crítico de las fuentes impresas, siendo este
tipo de estudio el que con casi exclusividad se ha empleado en el presente
volumen. El segundo método, el empleo de documentación de archivo, solo
parece haberse empleado en un par de capítulos, el de César Astuhuamán y el
de Peters y Ayarza. Los archivos son una fuente inestimable para la realización
de estudios históricos sobre una disciplina. Las publicaciones no lo contienen
todo, y hay veces que las negociaciones que han llevado a una idea o han
posibilitado la creación de instituciones y de alianza entre los practicantes
de la disciplina solo han quedado reflejadas en la documentación de toda
índole hoy depositada en archivos. Presentan varias ventajas con respecto a
las fuentes impresas: nos explican las negociaciones nunca publicadas que
llevaron a los que nos precedieron a determinadas decisiones y no otras. Las
historias que los documentos revelan son raramente uniliniales pues, más
bien al contrario, nos descubren los entresijos de la práctica arqueológica. Por
último, la historia oral es sin duda una asignatura pendiente en los estudios
sobre la Historia de la Arqueología casi en todos los países, y el Perú no
es una excepción. Obviamente este método no permite ahondar más que
unas décadas y recoge la información que ha seleccionado la memoria del
entrevistado, pero en todo caso nos ofrece una visión personalizada de lo que
sucedió en el pasado disciplinar.
Las ideas aquí expuestas son como bolas tiradas al vacío que espero que alguien
recoja; van en muchas direcciones entrecruzándose en ocasiones y no pretenden
cubrir todos los vacíos en la investigación. Se resumen en varias temáticas
y proyectos metodológicos donde creo que los futuros historiadores de la
Arqueología peruana podrían en un futuro realizar propuestas novedosas que
complementarían con éxito la visión expuesta en las páginas de este volumen.

611
Margarita Díaz Andreu

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TRIGGER, B. G., 2006 – A History of Archaeological Thought, 710 pp.;
Cambridge: Cambridge University Press. 2ª edición.
ZUCCALA, A., 2006 – Modeling the invisible college. Journal of the American
Society for Information Science and Technology, 57:152-168.

616
Sobre los autores

Sobre los autores

Miguel AGUILAR
Es arqueólogo de la Universidad Nacional Federico Villarreal, y magíster en
Antropología de la Universidad de los Andes de Colombia en donde cursa
estudios de Doctorado en Historia. Ha sido ayudante de cátedra de Arqueología
en la Universidad Nacional Federico Villarreal, Universidad Nacional Mayor
de San Marcos de Lima; profesor asistente del pregrado de Antropología en
la Universidad de los Andes y la Universidad Nacional de Colombia. Ha
realizado investigaciones sobre formación y desarrollo de las organizaciones
sociales complejas a partir de las residencias de elite en los Andes Centrales, en
los Valles de Huaura, Fortaleza, Pativilca y en el Callejón de Huaylas (Ancash).
Ha publicado una serie de artículos sobre el patrimonio cultural y sus relaciones
con el Estado y las comunidades indígenas en el Perú, y compiló junto a
Henry Tantaleán un libro sobre Arqueología Social Latinoamericana. En la
actualidad es becario e investigador del Instituto Colombiano de Antropología
e Historia y es profesor visitante de la Universidad de Catamarca, Argentina.

César W. ASTUHUAMÁN GONZÁLES


Estudió Arqueología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos 617
(U.N.M.S.M.) y obtuvo su doctorado en la University College London-
Sobre los autores

University of London (2008). Es docente del Departamento Académico de


Arqueología de la U.N.M.S.M., del cual ha sido Coordinador al igual que
de la Maestría (2009-2012). Actualmente dirige el Proyecto de Investigación
Arqueológica Aypate, del Proyecto Qhapaq Ñan-Ministerio de Cultura, en
Ayabaca, Piura. Ha publicado diversos artículos en libros y revistas entre
los que destacan: «The concept of Inca province» (2011); «Incas, Jívaros y
la obra de Humboldt Vues des Cordillères» (2009); «Los otros Pariacaca;
oráculos, montañas y parentelas sagradas» (2008); «Julio César Tello Rojas;
Una biografía» (2005, con Richard Daggett), «Identificación y función de las
edificaciones Inca; el caso de los acllawasi de la Sierra de Piura» (2005).

Luis Alberto AYARZA UYACO


Estudió Bellas Artes en la Escuela Superior de Bellas Artes Victor Morey Peña,
Sistemas e Informática en la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana
e Historia del Arte en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha
trabajado como Ingeniero de Sistemas en el Banco de la Nación, mientras
desarrollaba su carrera paralela como artista plástico con especialidad en
pintura y grabados, y como miembro de la Escuela Amazónica. Su interés en
el aporte de los artistas a la documentación arqueológica le llevó al estudio
de las obras de Pedro Rojas Ponce, Rebeca Carrión Cachot y otros que han
colaborado con el Dr. Julio C. Tello, tanto en los procesos de investigación
como en la museografía. Entre 2007 y 2013 ha colaborado en el proyecto
«Prácticas en vida, presencia después de la muerte: lo estilístico y lo material
en Paracas Necrópolis» como especialista en la documentación digital de los
materiales de archivo.

Monica BARNES
Es editora de Andean Past y Asociada del American Museum of Natural
History. Ella se formó en el Vassar College, la University of London, y
Cornell University. Barnes está actualmente trabajando con los registros
fotográficos y escritos resultantes del proyecto «A Study of Provincial Inca
Life» de John Víctor Murra (1963-1966) centrado en Huánuco Pampa.
Su trabajo consiste en poner los datos a disposición de los investigadores
a través de su publicación. También está realizando un archivo virtual de
ilustraciones de Huánuco Pampa, que van desde los inicios del siglo XVII
618 hasta el presente, y está escribiendo un extenso libro biográfico sobre Murra.
Como autora, editora, y traductora ha producido cerca de 200 publicaciones,
Sobre los autores

principalmente sobre la historia de la arqueología, fotografía, construcción


del medio ambiente y religión.

Richard L. BURGER
Es arqueólogo, doctor en Antropología de la Universidad de California,
Berkeley. Está a cargo del Programa de Estudios Arqueológicos en Yale
University y en Presidente del Institute of Andean Research (NY). Fue
Director del Museo Peabody de Historia Natural entre los años 1995-2002
y actualmente es el Charles J. MacCurdy Professor de Antropología en Yale.
También ha dictado cursos en los programas de arqueología de la UNMSM,
PUCP y UNSAAC. Es autor de libros y artículos entre los que se puede citar
Emergencia de la Civilización en los Andes (UNMSM, 1993), Excavaciones en
Chavín de Huántar (PUCP, 1998) y Arqueología del Período Formativo en la
Cuenca Baja de Lurín (PUCP, 2009).

Anderson CALZADA
Historiador graduado de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad
de La Habana. Laboró durante tres años en el Departamento de Arqueología
del Instituto Cubano de Antropología y en la actualidad se desempeña como
investigador en el Archivo Nacional de Cuba. Entre los temas estudiados
se encuentran la vida y obra del Dr. Ernesto Tabío Palma, y la compilación
y trascripción de las actas de la Junta Nacional de Arqueología y Etnología
(1937-1962), que se encuentran en proceso editorial.
 
Luis Jaime CASTILLO BUTTERS
Es arqueólogo, Doctor en Antropología de la Universidad de California,
Los Ángeles y Profesor Principal de Arqueología del Departamento de
Humanidades de la Pontificia Universidad Católica del Perú.  Ha sido
fellow en Dumbarton Oaks y profesor visitante en las universidades de
Lund, la EHESS-Paris, la UNAM, la U. Pablo de Olavide y otras. Es
codirector del Boletín de arqueologia de la PUCP, y ha sido coeditor de
Latin American Antiquity, y miembro del Comité de Ética de la Society for
American Archaeology. Ha publicado y editado diversos volúmenes: New
Perspectives on Moche Political Organization; Arqueología Mochica, Nuevas
Aproximaciones; De Cupisnique a los Incas, el Arte del Valle de Jequetepeque, 619
Investigaciones en San José de Moro, etc.
Sobre los autores

Richard E. DAGGETT
Es historiador de la arqueología peruana y biógrafo de Julio C. Tello. Recibió
su Ph.D. en Antropología de la University of Massachusetts Amherst en 1984.
Como investigador independiente, ha publicado, entre otros, «Reconstructing
the Evidence for Cerro Blanco and Punkuri» (1987); «The Pachacamac Studies,
1938-1941» (1988); «Paracas: Discovery and Controversy» (1991); «Tello, the
Press and Peruvian Archaeology» (1992); «The Paracas Mummy Bundles of
the Great Necropolis of Wari Kayan: A History» (1994); «Indroducción a las
investigaciones de Julio C. Tello en la peninsula de Paracas» (2005); «Tello’s
‘Lost Years’: 1931-1935» (2007); «Julio C. Tello: An Account of His Rise to
Prominence in Peruvian Archaeology» (2009).

Margarita DÍAZ-ANDREU
Es Profesora de Investigación de Icrea en la Universidad de Barcelona desde
enero de 2012. Anteriormente fue profesora en la Universidad Complutense
de Madrid (1994-1995) y en la Universidad de Durham (1996-2011). Es
autora o coautora de seis libros y editora de otros siete y ha publicado un
gran número de trabajos sobre Historia de la Arqueología, Arqueología
prehistórica europea, arte rupestre, identidad y patrimonio. Entre sus
publicaciones destacan A World History of Nineteenth Century Archaeology
(Oxford University Press, 2007), Archaeological encounters. Building networks
of Spanish and British archaeologists in the 20th century (Cambridge Scholars,
2012) y la colección de trabajos sobre The ethics of archaeological tourism in
Latin America editada con César Villalobos y publicada en el International
Journal of Historical Archaeology 17 (2013).

Racso FERNÁNDEZ
Graduado de Ingeniería Industrial en el Instituto Superior Politécnico de
Tashkent, en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Máster
en Ciencias Antropológicas de la Universidad de La Habana. Ha laborado en
el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, en el Centro de Conservación,
Restauración y Museología, en la Fundación Fernando Ortiz, y desde el año
2006 en el Departamento de Arqueología del Instituto Cubano de Antropología.
Desempeñó la responsabilidad de Jefe de la Disciplina «La Arqueología en el
Patrimonio» de la titulación «Preservación y Gestión del Patrimonio Histórico-
620 cultural» en el Colegio de San Gerónimo de La Habana, facultad extra campus
Sobre los autores

de la Universidad de La Habana. Autor de libros y artículos entre los que se


puede citar Manual Práctico para la excavación de sitios funerarios, 1997; El
enigma de los petroglifos aborígenes de Cuba y el Caribe Insular, 2001; ¿Quienes
hicieron los dibujos en las Cuevas?, 2007; se encuentra en prensa el título AON.
El perro precolombino de Las Antillas.
 
Peter KAULICKE
Es Doctor en Antropología y Arqueología de la Universidad de Bonn,
Alemania (1980). Es Profesor Principal de la Especialidad de Arqueología,
Departamento de Humanidades de la Pontificia Universidad Católica del
Perú, desde 1982. Ha sido Profesor Visitante en varios institutos, universidades
y museos de Alemania, Canadá, Chile, China, Egipto, España, Estados
Unidos, Japón, Francia y Reino Unido. Es miembro del Institute of Andean
Research (Berkeley), del Instituto Arqueológico Alemán, de la Comisión
de la KAAK (Comisión de Arqueología de Culturas Extra-europeas) y del
Instituto Arqueológico Alemán. Ha participado en numerosos proyectos
arqueológicos en la Costa Norte, Costa Central, Costa Sur, Sierra Norte,
Sierra Central y Sierra Sur del Perú, desde 1971. Actualmente trabaja en un
proyecto en Río Grande, Nazca con la KAAK (co-director). Es autor de unos
200 artículos y 20 libros (9 editados) en varios idiomas. Su interés se centra
en la arqueología comparada, etnohistoria y arqueología, orígenes de las
sociedades complejas, ritos y contextos funerarios, arte primitivo y religión
en los periodos Formativo y Arcaico en las Américas y el Viejo Mundo.

Danièle LAVALLÉE
Es arqueóloga, directora de investigación emérita en el Centro Nacional
de Investigación Científica (CNRS) de Francia. Obtuvo su doctorado en
Prehistoría y Arqueología en la Universidad de Paris-Sorbona en 1963, y fue
docente en las Universidades de Paris-Sorbona y Paris X-Nanterre entre 1978
y 1998. Ha trabajado en el Perú, Chile y Argentina, países donde ha dirigido
varios proyectos de investigación. Autora de más de 180 artículos y libros,
entre los cuales destacan: Asto: curacazgo prehispánico de los Andes centrales
(1983, con M. Julien); Les Andes, de la préhistoire aux Incas (1985, con L.
Lumbreras); Telarmachay, cazadores y pastores de los Andes (1995); The first
South Americans. The peopling of a continent from the earliest evidence to high
culture (2000); Early hunters-gathereres of the Central Andes (2007). 621
Sobre los autores

Elmo LEÓN CANALES


Estudió arqueología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima
e hizo una Maestría y Doctorado en la Universidad de Bonn, Alemania en las
especialidades de Prehistoria, Arqueología Clásica y Americanística Antigua.
Ha hecho investigación arqueológica en el Perú, México, USA, Francia y
Alemania. Su investigación se concentra en el paleoindio, la paleoclimatología,
el radiocarbono, la arqueometría, arqueobotánica y arqueología andina. Ha
sido docente universitario en la UNMSM, la PUCP, la Universidad de Bonn
y El Colegio de Michoacán, AC. Ha publicado el libro Orígenes Humanos
en los Andes del Perú (2007) y tiene en prensa 14,000 años de alimentos en
el Perú (2013), así como Paleoclimate of Ancient Andean and Mesoamerican
Civilizations (2014-2015). Ha publicado una serie de artículos en revistas de
ciencia peruanas y extranjeras en temas de tecnología lítica, radiocarbono,
paleoindio y arqueología andina, entre otros; es además autor de las voces
relacionadas a arqueología andina de la Encyclopedia of Global Archaeology
(2013), Springer.

Luis Guillermo LUMBRERAS


Doctor en Letras con especialidad en Etnología y Arqueología de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima. Profesor Emérito de esta
misma universidad y la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga,
Ayacucho, y Profesor Honorario en varias universidades del Perú y extranjero.
Ha tenido una carrera docente entre 1957 y 2006 en distintas universidades
e instituciones privadas y del Estado en el Perú y extranjero. Ha recibido
premios nacionales e internacionales a su carrera académica y científica. Una
de sus contribuciones más reconocidas a nivel internacional es la propuesta
de considerar a la Arqueología como una Ciencia Social, propuesta que ha
motivado un movimiento internacional, conocido como la Arqueología Social
Latinoamericana. Es codirector Nacional del Proyecto Chavín de Huántar,
Miembro Titular de la Academia Nacional de Ciencias. Es Director General
del Instituto Andino de Estudios Arqueológico-Sociales, y del Centro de
Estudios Histórico-Antropológicos, instituciones especializadas en asuntos
de cultura, patrimonio y desarrollo. Presta servicios de consultoría a
organismos nacionales e internacionales, en el ámbito de su profesión, en
forma independiente y en asociación con proyectos de su especialidad. Tiene
publicados alrededor de 40 libros en su especialidad y unos 300 ensayos,
622
artículos y ponencias.
Sobre los autores

Colin MCEWAN
Es arqueólogo y curador de museo que obtuvo su Master in Arts y Doctorado
en Antropología en la University of Illinois at Urbana-Champaign.
Actualmente es Director de Pre-Columbian Studies en Dumbarton Oaks
Research Library and Collection, Washington DC.  Se especializa en el arte
y arqueología de las Américas Precolombinas y ha llevado a cabo trabajo de
campo en diferentes asentamientos abarcando desde la sierra peruana, Alta
Amazonía, costa del Ecuador y Patagonia. De 1979 a 1991 dirigió el Proyecto
Arqueológico Agua Blanca enfocado en un principal asentamiento Manteño
en el Parque Nacional Machalilla, costa del Ecuador. También fue Jefe de
la Sección de las Americas en el British Museum, Londres, donde publicó
y coeditó publicaciones sobre exhibiciones incluyendo el Antiguo México
en el British Museum (1994); ‘Patagonia: Natural History, Prehistory and
Ethnography at the Uttermost End of the Earth’ (1997), ‘Pre-Columbian
Gold: Technology, Style and Iconography’ (2000), ‘Unknown Amazon:
Culture in Nature in Ancient Brazil’ (2001), ‘Turquoise Mosaics from
Mexico’ (2006),  ‘El Caribe Pre-Colombino’ (2008); Ancient American Art
in Detail (2009) y ‘Moctezuma: Aztec Ruler’ (2009). Está particularmente
interesado en reconstruir e interpretar los roles que los objetos desempeñan
en los paisajes prehistóricos culturales.

Pedro NOVOA
Arqueólogo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Como
integrante del Museo de Arqueología y Antropología de la UNMSM,
entre 1997 y 1998 participó en la primera verificación integral del Archivo
Julio C. Tello, entregado en 1947 a esa universidad. A continuación,
editó los tres primeros volúmenes de los Cuadernos de Investigación del
Archivo Tello: Arqueología del Valle de Lima (1999), Arqueología del valle
de Asia (2000) y Arqueología de la cuenca del Río Grande de Nasca (2002).
Entre 2002 y 2007 formó parte del equipo de investigación de la Huaca San
Marcos, dirigido por la doctora Ruth Shady. Desde 2001 forma parte del
equipo de investigación de la Zona Arqueológica Caral, bajo la dirección de
la doctora Shady, y es responsable de la investigación y conservación de los
materiales recuperados en las intervenciones arqueológicas de esa institución.

623
Sobre los autores

Giuseppe OREFICI
Arquitecto y arqueólogo, Director del Centro Italiano Studi e Ricerche
Archeologiche Precolombiane (CISRAP) de Brescia, Italia. Desde 1977
dirige campañas de excavaciones arqueológicas en el Perú y en el continente
americano. En 1982 emprende un programa de excavaciones arqueológicas
en el área de Nasca (Perú), como Director del «Proyecto Nasca», amparado
por un convenio con el Ministerio de Cultura del Perú. Las investigaciones,
todavía en curso, se concentran principalmente en el centro ceremonial
de Cahuachi. Desde 2002, con el patrocinio del Ministerio de Relaciones
Exteriores de Italia, realiza la conservación y puesta en valor del sitio. Ha
dirigido varios proyectos arqueológicos también en México, Isla de Pascua,
Brasil y Bolivia. Es fundador y director del Museo Arqueológico Antonini en
Nasca, donde se exponen los principales hallazgos de las excavaciones por él
realizadas en el territorio.

Thomas C. PATTERSON
Obtuvo su Ph.D. en Antropología en la Universidad de California, Berkelely.
Ha sido profesor en las universidades de Berkeley, Harvard, Yale, Temple, y
New School for Social Research. Es Profesor Distinguido de Antropologia
en la Universidad de California, Riverside (2000). Autor de libros y artículos
entre los que se puede citar Karl Marx, Antropólogo (2013), Marx’s Ghost
(2003), A Social History of Anthropology in the United States (2001), Inventing
Western Civilization (1994), The Inca Empire (1991), Pattern and Process in
the Early Intermediate Period Pottery of the Central Coast of Peru (1966).

Ann H. PETERS
Es antropóloga con especialidad en Arqueología, doctora de la Universidad de
Cornell. Consultora de la sección de las Américas del Museo Antropológico
y Arqueológico de la Universidad de Pennsylvania y miembro ad honorem del
Programa de Estudios Andinos de la PUCP. Bajo el auspicio de las Agencias
Fulbright y Center for Internacional Educational Exchange (CIES) fue docente
de posgrado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (2007) y la
Universidad de Tarapacá (2003-2004). Ha sido docente en las universidades
de Temple y West Chester (2008-2009), Cornell (2002-2006), Le Moyne
(1998-1999) y Hobart and William Smith (1994-1998). Entre sus artículos
624 se puede citar «Funerary regalia and institutions of leadership in Paracas and
Sobre los autores

Topará» (Chungara, 2000); «Cabeza y Tocado: significados en Paracas, Topará


y Nasca» en Tejiendo Sueños en el Cono Sur (2006); «El cementerio de Paracas
Necrópolis: un mapa social complejo», en Mantos para la eternidad: Textiles
Paracas del antiguo Perú (2009); «Paracas Necrópolis: Communities of textile
production, exchange networks and social boundaries in the central Andes,
150 BC to AD 250» en Textiles, Techne and Power in the Andes (en prensa).

Gustavo POLITIS
Investigador Superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas
y Técnicas (Conicet) de Argentina y Profesor en la Universidad Nacional
del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Director del Instituto de
Investigaciones Arqueológicas y Paleontológicas del Cuaternario Pampeano
(Incuapa). Sus áreas de interés son el poblamiento de América, la arqueología
pampeana y del delta del Paraná, la etnoarqueología y la teoría arqueológica.
Es autor y editor de varios libros sobre arqueología y ha escrito más de 100
artículos científicos. Su libro Nukak. Ethnoarchaeology of an Amazonian
People (Left Coast Press) es una de sus principales contribuciones para la
Etnoarqueologia desde América de Sur.

Gabriel RAMÓN
Arqueólogo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima) e
historiador por la Pontificia Universidad Católica del Perú (Lima). Magister de
la Universidad de São Paulo (Brasil) y doctor de la Universidad de East Anglia
(Norwich). Hizo un postdoctorado en el Museo Británico (Londres) y es ahora
Profesor ordinario en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Se especializa
en historia urbana latinoamericana y etnoarqueología andina. Ha publicado La
Muralla y los Callejones (1999) y Los Alfareros Golondrinos (2013).

John RICK
Obtuvo su Ph.D. en la University of Michigan en 1978. La investigación
de Rick se enfoca en la arqueología y antropología de los cazadores-
recolectores y sociedades jerárquicas iniciales, análisis de instrumentos líticos
y metodologías digitales, estudios sobre Latinoamérica y Suroeste de los
EEUU. Sus principales esfuerzos de investigación han incluido proyectos de 625
largo plazo estudiando sociedades de cazadores tempranos de la alta puna de
Sobre los autores

los Andes centrales peruanos, y actualmente dirige un importante proyecto


de investigación en Chavín de Huántar que tiene como objetivo explorar los
orígenes de la autoridad en los Andes centrales. Su actual énfasis se encuentra
en el empleo de las técnicas digitales de análisis dimensionales para el estudio
de paisajes y arquitectura, y sobre la exploración de contextos y motivaciones
para el desarrollo de las desigualdades sociopolíticas.

Yuji SEKI
Es arqueólogo y antropólogo, y ejerce la docencia en el Museo Nacional de
Etnología, Osaka en Japón. Es autor de La arqueología del poder en los Andes
Prehispánicos (Fondo Editorial de la Universidad de Kyoto, 2006), Miradas
al Tahuantinsuyo: Aproximaciones de peruanistas japoneses al Imperio de los
incas (Fondo Editorial de la Pontifica Universidad Católica del Perú, 2009),
La Arqueología de los Andes (Doseisha, 2010). Por sus obras académicas y
contribuciones al desarrollo y a la difusión de la arqueología andina en el
mundo, recibió la condecoración Hamada Seiryou Shyou en 2008, el más
importante premio que se otorga anualmente en el Japón por trabajos de
investigación académica en Arqueología.

Bill SILLAR
Es profesor en el Instituto de Arqueología de la University College London
(UCL, 1999-presente) donde imparte cursos de cerámica, estudios de
artefactos, tecnología y arqueología andina.  Associate Fellow del Instituto para
el Estudio de las Américas (2000-presente). Su doctorado en la Universidad
de Cambridge (1990-1995) fue publicado como: Shaping Culture; Making
Pots and Constructing Households: An Ethnoarchaeological Study of Pottery
Production, Trade and Use in the Andes (2000). Bill Sillar ha realizado
prospecciones arqueológicas y excavaciones en varios sitios incluyendo el
Proyecto Cusichaca y Raqchi en el Perú, y West Dean en Inglaterra. El trabajo
de campo en Raqchi debía permitir comprender la construcción del sitio Inka
dentro de un entendimiento a largo plazo de las continuidades y los cambios
en el desarrollo del paisaje y el impacto de los estados expansionistas sucesivos
(Wari, Inca y español) en la sociedad local. Actualmente, viene estudiando
los cambios en la organización de la producción de cerámica, cantería y la
626 arquitectura monumental en la región de Cuzco durante el surgimiento del
Imperio Inka. 
Sobre los autores

Jorge SILVA
Es arqueólogo y profesor principal de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos. Obtuvo su Ph. D. en Antropología en The University of Michigan,
Ann Arbor, USA. Es profesor principal de la Escuela de Arqueología en la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Entre sus publicaciones se puede
mencionar el libro El Imperio de los Cuatro Suyos, Orígenes de la Civilización
Andina. Investiga estructuras políticas y económicas prehispánicas.
Actualmente estudia la problemática de la arqueología en el Alto Mayo,
Moyobamba, Oriente peruano.

Henry TANTALEÁN
Se licenció en Arqueología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Obtuvo su maestría (2003) y doctorado (2008) en Arqueología Prehistórica
en la Universidad Autónoma de Barcelona, España. Actualmente es profesor
de pregrado y posgrado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y
profesor de posgrado en la Universidad Nacional de Trujillo. Es investigador
asociado del Instituto Francés de Estudios Andinos en Lima y del Instituto
Cotsen de Arqueología de la University of California en Los Angeles
(USA). Ha publicado Arqueología de la Formación del Estado: El Caso de la
Cuenca Norte del Titicaca (Fondo Editorial San Marcos, 2008), Ideología y
Realidad en las Primeras Sociedades Sedentarias (1400 ANE-350 ANE) de la
Cuenca Norte del Titicaca, Perú (Archaeopress, 2010), La Arqueología Social
Latinoamericana: de la Teoría a la Praxis (con Miguel Aguilar, Universidad de
los Andes, 2012) y Arqueología de la Cuenca del Titicaca, Perú (con Luis Flores
Blanco, IFEA, Cotsen Institute, 2012).

Rafael VEGA-CENTENO
Estudió Arqueología en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Obtuvo su
Ph.D. en Antropología en la Universidad de Arizona-Tucson. Es Director del
Programa de Humanidades de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y es,
a su vez, profesor de las Escuelas de Arqueología de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos y la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha llevado
a cabo investigaciones sobre el Período Arcaico Tardío en el valle de Fortaleza
(Barranca-Lima) y sobre asentamientos tardíos de la cuenca del río Yanamayo
(Asunción-Ancash). Producto de estas investigaciones, ha publicado artículos
627
especializados en diferentes revistas del país y del extranjero.

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