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listas,
listas…
por
Rubén
García
López
Hace
unos
meses,
en
Facebook,
José
Luis
Torrelavega
me
nominó
a
participar
en
una
de
esas
habituales
cadenas
dedicada
en
este
caso
a
exponer
mis
10
películas
favoritas,
o
consideradas
mejores
de
la
historia,
o
algo
así.
Como
Facebook
es
la
única
cárcel
del
mundo
donde
los
prisioneros
están
fuera
de
las
rejas,
y
como
me
da
mucha
pena
ver
tantos
blogs
abandonados
por
la
entrega
de
sus
autores/as
a
escribir
en
un
medio
que
solo
permite
la
lectura
a
sus
afiliados,
comparto
aquí,
con
las
pertinentes
correcciones,
lo
que
salió
de
allí.
Quien
me
conoce
sabe
que
soy
malo
para
las
listas,
así
que
en
principio
debiera
haber
evitado
aceptar
el
envite
de
José
Luis,
pero
por
lo
que
fuera
decidí
meterme
en
ello.
Siempre
que
he
intentado
hacer
una
lista
de
“las
10
mejores
películas
de
la
historia”
he
fracasado
en
el
intento
y
la
tensión
me
ha
dejado,
además,
exhausto.
Por
ello,
en
este
caso
me
relajé
y
para
conseguir
10
títulos
sin
demasiados
remordimientos,
decidí
combinar
criterios
distintos:
películas
capitales
en
mi
vida
(criterio
autobiográfico),
capitales
sin
más
(criterio
estético/histórico)
y
simplemente
muy,
muy
queridas
(criterio
amatorio).
No
había
que
hacer
comentarios
pero
por
supuesto
yo
me
compliqué
la
cosa
lanzándome
a
ellos.
Como
se
verá,
empiezo
suave
pero
luego
me
caliento
(y
luego
me
arrepiento
de
haberme
calentado).
El
resultado
fue
el
que
sigue:
1:
Phantom
of
the
Paradise,
Brian
de
Palma,
1974.
Durante
media
adolescencia
fue
mi
película
favorita,
y
a
día
de
hoy
me
sigue
pareciendo
la
mejor
de
su
director.
También
la
considero
la
mejor
rock
opera
ever,
ya
sea
en
película
o
en
disco,
es
decir
que
también
hay
aquí
otro
tipo
que
tocó
el
cielo:
Paul
Williams.
Bueno,
y
mis
adorados
William
Finley
y
Jessica
Harper...
Me
callo
mejor...
2:
2001.
Odisea
del
espacio,
Stanley
Kubrick,
1968.
Diría
que
el
mejor
Kubrick
es
Dr.
Strangelove,
pero
ahí
al
lado
anda
2001,
que
escojo
aquí
tanto
por
mi
gusto
por
la
ciencia-‐ficción
como
por
las
películas
lentas
y
largas
como
por
el
hecho
de
que
verla
(en
algún
momento
entre
los
11
y
los
13
años)
marcó
un
antes
y
un
después
en
mi
vida,
por
razones
que
serían
muy
largas
y
lastimosas
de
exponer
aquí…
3:
El
bueno,
el
feo
y
el
malo,
Sergio
Leone,
1966.
Entre
esta
y
Once
upon
a
time
in
the
west
me
es
imposible
elegir,
ambas
son
centrales
en
mi
infancia
más
remota,
son
las
primeras
películas
de
las
que
tengo
recuerdo,
y
las
revisiones
posteriores
nunca
me
han
decepcionado.
Si
elijo
esta
es
porque
tengo
recuerdos
de
ella
que
se
remontan
a
los
3-‐4
años,
y
la
imagen
de
Eli
Wallach
atravesando
un
cristal
en
su
presentación
se
me
quedó
tan
grabada
que
yo
creo
que
fue
aquel
un
personaje
que
en
algo
debió
influir
en
mi
desarrollo
o
involución
posterior.
Después,
los
espagueti
western
en
vídeo
y
los
westerns
clásicos
en
la
televisión
fueron
capitales,
y
así
hasta
hoy.
Una
buena
formación,
no
lo
duden.
4:
Fort
Apache,
John
Ford,
1948.
Siento
ser
tópico
aquí,
pero
en
una
lista
de
10
películas
grandes
no
puede
faltar
John
Ford.
Escoger
una
es
complicado,
por
supuesto.
El
orgullo
me
pide
ser
original,
pero
esta
es
la
película
que
me
viene
a
la
cabeza
constantemente
y
no
vamos
a
luchar
contra
esos
impulsos
a
estas
alturas.
Fort
Apache
muestra
a
Ford
en
absoluta
plenitud
y
con
toda
su
retorcida
complejidad.
Como
pongo
esta
podría
poner
My
darling
Clementine,
Dos
cabalgan
juntos,
Gideon´s
day,
Tobacco
road,
Rio
Grande,
The
long
gray
line
o
The
wings
of
eagles,
pero
siempre
he
tenido
la
impresión
de
que
esta
película
resume
a
Ford
entero,
su
talento
como
cineasta,
como
cronista
de
la
historia
de
su
país,
como
amante
del
detalle
y
el
secreto.
5:
Madregilda,
Francisco
Regueiro,
1993.
Igualmente,
en
una
lista
de
10
películas
grandes
tampoco
puede
faltar
una
película
española.
¿Por
qué?
Porque,
si
no
ponemos
nosotros
una,
nadie
lo
hará.
En
mi
prólogo
al
libro
Paulino
Viota.
El
orden
del
laberinto,
expreso
cómo
hacer
historia,
crítica
o
teoría
cinematográfica
en
castellano
es
hacerlo
en
el
silencio,
porque
los
centros
culturales
son
anglosajones
y
franceses,
y
nada
fuera
de
allá
será
considerado
a
no
ser
que
pertenezca
a
centros
de
poder
económicos
(Alemania,
Japón,
China)
o
le
toque
momento
de
fama
motivado
generalmente
por
simple
turno.
Nada
de
lo
que
digamos
importa
en
los
cálculos
generales
de
nuestras
materias.
Hablamos
solo
para
nosotros.
Así
pues,
Madregilda.
¿Por
qué?
No
la
considero
ni
la
mejor
película
hecha
en
España
ni
la
mejor
de
Regueiro
(ahí
hay
varias
para
elegir:
Padre
nuestro,
Duerme,
duerme
mi
amor…
es
triste
que
la
más
famosa
sea
la
única
mala,
Carta
de
amor
de
un
asesino),
pero
a
este
sí
le
tengo
por
el
más
importante
cineasta
español,
por
su
puro
arte
en
la
puesta
en
escena
(sus
elipsis,
sus
sinécdoques,
su
arte
para
no
imponer
las
metáforas
sino
configurar
un
mundo
completo
estructurado
mediante
ellas)
pero,
también,
porque
ha
sido
el
único
en
trabajar
a
fondo
la
idea
de
que,
en
este
país,
todos
somos
hijos
de
Franco,
en
diagnosticar
ese
pecado
original
que
una
dictadura
instaura
siempre
en
un
país,
o
cuando
menos
en
el
nuestro.
Es
el
cineasta
que
mejor
ha
sabido
dirigir
su
luz
hacia
nuestra
noche
("nuestra
música",
por
recordar
el
memorable
dictum
de
Godard
en
el
filme
del
mismo
nombre),
nuestra
oscuridad,
sin
la
cual
una
aproximación
crítica
es
siempre
(y
así
lo
demuestran
las
obras
de
Picazo,
Saura,
Camus
y
tantos
otros)
incompleta,
autoindulgente,
incompleta
en
último
término.
Es
una
pena
que
Madregilda
fuese
su
última
película,
pero
realmente
es
un
justo
y
coherente
punto
final:
dirigirse
al
protagonista
larvado
de
toda
su
obra,
el
Origen
con
mayúsculas
de
todo
su
mundo,
un
mundo
de
padres
terribles,
criminales
pero
también
cobardes,
emperadores
caídos
incluso
en
el
momento
de
su
triunfo,
que
es
aquí
también
el
de
la
cinefilia,
sempiternamente
obsesionada
por
el
lugar
paterno
(baste
leer
a
Daney,
exponiendo
el
subconsciente
de
toda
una
tradición
cinéfila
en
la
primera
parte
de
Perseverancia,
o
a
Erice
en
cualquier
lugar),
y
dirigirse
al
fin
hacia
una
mujer,
esa
Gilda
que
ganó
la
Guerra
Civil
y
que
al
son
nada
menos
que
de
"Suspiros
de
España”
(Regueiro
es
malo
para
la
música,
pero
usando
este
pasodoble
toca
siempre
el
cielo)
emerge
de
entre
los
muertos
para
hacer
que
los
hijos
se
vuelvan
contra
sus
padres.
Nada,
por
supuesto,
cambiará:
la
pugna
entre
madres,
padres
e
hijos
es
una
perdida
desde
el
principio,
por
emponzoñamiento
esencial
de
los
términos.
Regueiro
es
el
gran
poeta
del
infierno
español,
y
quizás
el
único
capaz
de
mirarlo
a
los
ojos
hasta
el
final.
6:
Memories
within
Miss
Aggie,
Gerard
Damiano,
1974.
Por
idénticas
razones,
en
una
lista
como
esta
tampoco
puede
faltar
una
película
pornográfica.
Hace
años
a
muchos
se
les
llenaba
la
boca
tildando
de
"cine
invisible"
a
películas
que
no
se
estrenaban
en
salas
comerciales
pero
recorrían
festivales
del
mundo
entero,
eran
reseñadas
por
todas
las
revistas
de
prestigio
y
hasta
ganaban
Palmas
de
Oro
en
Cannes.
No
hay
cine
que
merezca
más
el
título
que
el
pornográfico,
ese
que
nadie
ve
(al
menos,
entero)
pero
del
que
todos
hablan
(y
hablan,
por
supuesto,
estupideces,
casi
sin
excepción).
Me
tentaba
escoger
Face
dance
de
Stagliano,
ejemplo
de
película
que
cambia
el
mundo
sin
que
nadie
la
conozca,
pero
nada
iguala
ni
el
amor
que
le
tengo
a
Damiano
ni,
sobre
todo,
la
grandeza
de
la
más
terrible
de
todas
sus
películas
y
el
mejor
filme
pornográfico
que
he
visto.
Damiano
hizo
las
clásicas
películas
porno
felices,
pero
también
supo
ahondar
en
los
horrores
de
la
soledad
y
el
sexo
como
yo
diría
que
nadie
ha
hecho,
extraer
los
afectos
propios
del
contacto
entre
dos
cuerpos,
pero
también
de
su
separación,
o
de
un
cuerpo
solo
que
anhela
otro.
Hizo
películas
terroríficas
como
esta,
que
pude
ver
en
pantalla
grande
hace
muchos
años,
una
experiencia
escalofriante
e
inolvidable,
obra
suprema
de
un
cineasta
imprescindible
sin
el
cual
toda
historia
del
cine
está
incompleta.
7:
El
dinero,
Robert
Bresson,
1983.
El
descubrimiento
de
Bresson,
en
2002
en
la
casi
recién
estrenada
nueva
sala
de
la
Filmoteca
de
Santander
(y
al
mismo
tiempo,
por
cierto,
que
realizaba
mis
primeros
cortometrajes),
es
una
de
esas
cosas
que
marcan
la
vida
de
cualquiera,
porque,
y
creo
que
no
me
equivoco
en
esto,
pocos
cineastas
marcan
como
este.
Bresson
es
casi
una
enfermedad
de
la
que
uno
no
sale
igual
que
estaba,
al
menos
yo
no
lo
hice.
De
todas
las
suyas
considero
esta
la
mejor,
culminación
de
esa
etapa
en
la
que
introduce
el
color
y
sobre
todo
logra
eliminar
la
música
de
su
cine
y,
con
ello,
a
Dios
y
todo
sentimiento
de
trascendencia,
que
siempre
afeó
un
poquito
lo
anterior,
aunque
aviso
para
que
no
nos
confundamos
que
otra
que
podría
ir
aquí
tranquilamente
es
El
proceso
de
Juana
de
Arco,
una
de
esas
películas
a
las
que
rezar
antes
de
acostarse.
El
dinero
es
uno
de
los
filmes
más
terribles
y
crueles
jamás
filmados,
me
parece
simplemente
perfecto
y
tristemente
supone
el
final
de
una
manera
de
entender
la
puesta
en
escena
que,
aunque
tenga
sus
herederos
(mi
favorito:
Kaurismäki),
es
una
voz
que
nunca
más
se
dejará
sentir,
y
eso
a
veces
me
da
mucha
pena.
No
tener
a
Bresson
cantándonos
las
cuarenta,
en
tanto
personas
y
en
tanto
cineastas,
es
triste.
Aunque
verdad
que
el
tipo
era
tan
gruñón
y
tan
preciso
que
todo
lo
que
dijo
desde
su
primera
película
se
escucha
todavía
hoy,
alto
y
claro.
Viva
Bresson.
8:
Tres
vidas
y
una
sola
muerte,
Raúl
Ruiz,
1995.
También
en
la
Filmoteca
de
Santander,
cuando
estaba
en
la
sala
Pereda
del
Palacio
de
Festivales
eso
sí,
descubrí
a
Raúl
Ruiz,
con
esta
película
que
lo
cambió
no
pocas
cosas
en
su
carrera,
y
que
sigue
siendo
la
que
más
quiero,
aunque
quizá,
como
obra
cumbre,
escogería
Cofralandes,
Días
de
campo,
Mémoire
des
apparences,
Diálogo
de
exiliados…
en
fin,
no
faltan.
Lloré
casi
cuando
murió
Ruiz,
y
realmente
me
duele
que
no
esté.
No
puedo
decir
mucho:
no
hay
cineasta
más
difícil
que
él
y
esta
es
una
película
única
en
mi
vida,
en
tanto
me
parece
genial
pero,
después
de
verla
no
sé
cuántas
decenas
de
veces,
estoy
seguro
de
no
haber
alcanzado
su
centro,
su
sentido,
posiblemente
porque
tiene
muchos,
aparentemente
hilvanados
por
un
eje
engañoso
que
en
el
fondo
no
ayuda
a
resolver
mucho.
Quiero
con
ello
decir
que
podemos
quedarnos
con
esa
"sola
muerte"
del/los
protagonista/s,
pero
con
ello
no
resolveremos
mil
problemas
que
plantea
el
filme,
tanto
de
lo
que
muestra
como
del
modo
singularísimo
en
que
lo
hace.
Ningún
cineasta
evita
el
cierre
como
Ruiz,
ninguno
renovó
la
narración
(ese
arte
invisible)
como
él,
ninguno
es
tan
emocionante,
tan
divertido,
tan
sugerente.
Creo
que
no
somos
todavía
conscientes
de
lo
gigante
que
es
Ruiz.
El
intento
de
reducirlo
vendrá
mediante
el
de
convertirlo
a
él
en
personaje
y
a
sus
ensayos
en
eje
de
lectura
de
los
filmes,
pero
esa
reducción
fracasará
cada
vez
que
se
enfrente
a
estos
de
manera
exhaustiva,
la
misión
clave
en
este
momento.
En
fin:
veo
esta
película
casi
todos
los
años
desde
que
se
estrenó,
y
aún
me
maravilla,
me
sorprende,
me
fascina,
me
emociona,
me
intriga,
me
obsesiona.
No
me
pasa
con
muchas.
9:
Oki´s
movie,
Hong
Sang-‐soo,
2010.
No
me
es
tan
difícil
escoger
una
película
de
Hong
Sang-‐soo
porque
me
encantan
sus
estructuras
y
hay
sobre
todo
dos
que
son
para
enmarcarlas:
esta
y
Nobody´s
daughter
Haewon.
Oki´s
movie
llega
a
tal
nivel
de
abstracción
que
quintaesencia
este
cine
donde
todo
puede
transformarse
y
ser
impugnado
por
el
rincón
más
inesperado,
y
donde
acaba
prevaleciendo
un
clima
de
vulnerabilidad,
de
necesidad
de
verdad
en
las
palabras
y
los
cuerpos,
de
miedo
y
miseria,
y
un
gusto
por
el
detalle,
la
delicadeza
y
el
lirismo
que
me
hace
pensar
en
Ford
y
que
se
diría
esconde
en
los
planos
generales
más
apasionantes
del
cine
actual,
con
unos
actores
y
actrices
que
a
veces
cuesta
creerse
de
lo
sobrenaturalmente
buenos
que
son
(mis
favoritos,
además,
están
todos
aquí).
10.
Dog
Star
Man,
Stan
Brakhage,
1961-‐1964.
De
todas
las
aquí
listadas,
si
hay
una
que
mereciera
ser
tildada
de
MEJOR
PELÍCULA
DE
LA
HISTORIA
DEL
CINE,
es
esta.
Primero,
porque
es
la
única
que
solo
se
puede
ver
en
cine.
La
he
visto
varias
veces
pero
solo
una
de
verdad,
en
la
sala
2
del
cine
Doré,
hace
ya
demasiado
tiempo.
El
resto,
en
televisiones
y
pantallas
de
ordenador,
acabaron
con
toda
evidencia
como
repasos
informativos,
recordatorios
de
cómo
esta
o
aquella
imagen
se
sentían
en
una
pantalla
grande,
con
la
luz
filtrada
a
través
de
ese
celuloide
trabajado
de
todas
las
maneras
concebibles.
Así
que
poco
puedo
decir,
y
además
no
tengo
tiempo,
había
que
acabar
esta
lista
y
se
me
escapa
el
autobús.
Eso
sí,
añadiré
10
más,
porque
esto
no
se
puede
quedar
así.
Ya
veremos.
En
efecto,
como
era
previsible,
la
tensión
que
me
generó
escoger
10
películas
entre
todas
las
que
admiro,
amo
o
considero
geniales,
me
obligó
a
añadir
10
títulos
más,
aunque
el
juego
(y
la
tensión)
acabó
matándome
(y
aburriéndome)
y
solo
llegué
a
añadir
8.
En
esta
ocasión
el
criterio
debía
ser
el
de
escoger
películas
que
de
verdad
pudieran
ser
consideradas,
sin
ambages,
obras
maestras
absolutas
y,
si
poseían
además
una
importancia
histórica
decisiva,
mejor
que
mejor.
Salió
lo
que
sigue:
11:
Henry
Geldzahler,
Andy
Warhol,
1964.
Warhol
fue
un
cineasta
gigantesco
y
único
y
esta,
cuando
la
vi
en
pantalla
grande
en
La
Casa
Encendida,
me
pareció
la
cumbre:
más
de
90
minutos
del
hombre
que
da
título
a
la
película,
sentado
en
el
sofá
de
la
Factory,
posando
ante
la
cámara.
Como
siempre
en
el
Warhol
mudo,
a
16fps.
Contra
la
descripción
que
hacía
Callie
Angel
(no
he
leído
la
de
Pagán),
la
película
no
muestra
una
medida
postura
que
se
deshace
bajo
el
peso
del
largo
tiempo
de
rodaje,
sino
una
que
se
deshace
y
recompone
constantemente,
gracias
al
talento
juguetón
de
Geldzahler,
que
en
efecto
pierde
la
postura
y
el
aplomo
con
el
tiempo,
pero
de
repente
reconvierte
con
gracia
en
nuevas
y
estilosas
poses
las
casuales
posiciones
en
que
acaba,
mediante
un
leve
gesto
o,
muy
a
menudo,
una
mirada
a
cámara.
Gran
arte
asimismo
en
el
manejo
del
puro,
el
mejor
yo
diría
que
se
haya
fumado
nunca
ante
una
pantalla.
De
cuando
en
cuando
algún/a
cineasta
redescubre
el
tiempo.
De
todos
ellos,
Warhol
fue
el
más
grande
y,
yo
diría,
el
más
trascendental.
12:
Je
tu
il
elle,
Chantal
Akerman,
1974.
Akerman
lo
dio
todo
aquí
e
hizo
una
película
perfecta,
modélica
en
su
articulación
de
las
relaciones
entre
un
cuerpo
y
un
pequeño
espacio,
de
dos
cuerpos
en
una
mesa
de
restaurante
(me
tienta
decir
que
el
plano
en
que
la
chica
y
el
camionero
beben
cerveza
a
velocidades
radicalmente
diferentes
es
el
mejor
de
la
película),
en
mostrar
la
curiosidad
de
un
mundo
por
otro
(Akerman
filmándose
mirar
al
hombre
mientras
se
afeita,
o
mientras
conduce
y
hace
sus
confesiones),
en
mostrar
el
reencuentro
de
dos
amantes,
los
distintos
momentos
de
una
relación
sexual,
en
crear
un
personaje
del
que
no
nos
separamos
y
que
nunca
conseguimos
conocer
(pero
que
me
cae
enormemente
simpático).
Es
una
película
que
siempre
me
hace
sentir
asomarme
a
algo
muy
distinto,
pese
a
que
sea
tan
reconocible
en
tantos
momentos.
Me
falta
por
ver
casi
todo
de
Akerman,
pero
solo
por
esta
y
News
from
home
merece
sitio
en
el
panteón.
13:
Octubre,
S.
M.
Eisenstein,
1928.
Falta
mucho
cine
mudo
en
mi
lista.
Como
mínimo
faltan
Keaton,
Chaplin,
Lubitsch,
Murnau,
Lang,
Richter…
Pero
qué
le
vamos
a
hacer.
De
Keaton
y
Chaplin
soy
incapaz
de
escoger
una.
De
Eisenstein
me
resulta
fácil:
El
acorazado
Potemkin
y
Octubre
abrieron
caminos
muy
difíciles
de
seguir
y
su
perfección
y
dificultad
dejan
mudos.
Prefiero
Octubre
porque
aquí
la
invención
es
más
radical
y
es
una
película
que
sigue
retando
a
mucho
cine-‐ensayo
y
filme
político
posterior.
Si
se
busca
unión
entre
cine
y
pensamiento
no
me
parece
que
haya
que
rebuscar
mucho,
pero
esta
se
hallará
entre
los
casos
más
logrados.
Eisenstein,
también,
fue
el
mejor
pensador
que
tuvo
el
cine.
Que
no
se
hayan
editado
todos
sus
escritos
y
que
los
que
haya
en
castellano
no
sean,
salvo
en
un
solo
e
inencontrable
caso,
traducciones
del
ruso,
es
una
pura
vergüenza.
No
tiene
nada
que
ver
con
el
tema,
pero
si
facebook
no
sirve
para
quejarse
ante
nadie,
¿para
qué
si
no?
14:
Vertigo,
Alfred
Hitchcock,
1958.
Otra
clásica.
Ahora
que
se
supone
que
es
la
mejor
película
de
la
historia
del
cine,
a
algunos
nos
empezará
a
dar
lata
hablar
de
Vertigo,
tal
como
hay
quien
te
dice
que
Ciudadano
Kane
no
es
tan
buena,
pero
esta
es
una
de
las
películas
de
mi
vida
desde
el
día
1,
y
además
tuve
la
suerte
de
que
en
los
90
en
Santander
pude
verla
tropecientas
mil
veces
en
pantalla
de
cine.
A
mi
Hitchcock
no
siempre
me
gusta,
pero
en
esta
dio
de
pleno.
Su
primera
mitad
está
detrás
de
buena
parte
de
la
obsesión
por
los
paseos
urbanos
del
cine
posterior
y
su
misterio,
su
amor
mórbido,
el
aura
fantástica,
son
poderosísimos.
Su
giro
argumental,
además,
le
hace
alcanzar
la
grandeza,
al
ampliar
la
historia
no
solo
a
la
fascinación
del
hombre
torturado
sino
al
sufrimiento
de
esa
mujer
que,
criminal
y
enamorada,
se
ve
metida
en
una
de
las
historias
de
amor
más
retorcidas
jamás
contadas.
James
Stewart,
quizás
mi
actor
favorito
del
mundo
mundial,
también
alcanzó
aquí
su
cumbre,
otro
punto
a
favor.
15.
Alemania,
año
cero,
Roberto
Rossellini,
1948.
Esta
es
otra
de
esas
películas
que
se
ven
con
la
sensación
de
que
lo
empiezan
todo,
de
que
algo
nuevo
se
abre
en
ella.
Un
nuevo
cine
del
espacio,
del
cuerpo,
de
la
relación
entre
ambos,
y
de
ambos
con
la
historia
(y
más
concretamente,
yo
diría
con
la
guerra:
Rossellini
encontró
un
modo
de
pensar
la
guerra
acudiendo
a
las
heridas
abiertas
dejadas
a
su
paso).
Si
creyera
en
la
existencia
del
cine
moderno,
yo
diría
que
empieza
aquí,
pero
no:
es
el
cine
de
siempre,
pegando
un
estirón.
16:
Shoah,
Claude
Lanzmann,
1985.
Hablando
de
cine
del
espacio,
o
cine
del
lugar,
Shoah
ocupa
una
posición
clave
y
es
desde
su
estreno
un
"game
changer",
como
se
dice
ahora,
de
los
que
realmente
transforman
todo
a
su
paso.
En
este
sentido,
el
tema
no
importa
tanto
como
la
estrategia
que
encontró
Lanzmann
para
aunar
presencia,
ausencia,
memoria,
investigación,
imagen,
testimonio,
y
sortear
ese
fetichismo
tanto
de
este
último
como
del
lugar
que
haría
estragos
desde
entonces.
Pero
no
me
parece
que
podamos
culpar
a
Lanzmann
de
eso,
y
al
respecto
me
remito
a
la
magnífica
entrevista
que
concedió
a
Cahiers
du
Cinéma
con
motivo
del
estreno.
Uno
de
los
mejores
documentales
jamás
filmados,
sin
más.
De
los
que
se
hacen
pajas
con
las
memorias
del
holocausto
podemos
hablar
otro
día.
17:
Plácido,
Luis
García
Berlanga,
1961.
Reitero
lo
dicho
sobre
el
cine
español
en
la
parte
primera
de
la
lista
(he
tenido
que
mirar
para
recordar
cuál
puse,
¡esto
no
es
serio!).
Primero,
para
mi
Berlanga
es
el
mejor
cineasta
español
junto
con
Regueiro.
Punto.
(A
partir
de
aquí
ya
no
sé
quién
seguiría,
pero
estos
dos
son
claros).
Aunque
siempre
se
cita
El
verdugo,
detesto
tanto
el
célebre
picado
de
la
ejecución,
que
queda
automáticamente
eliminada
(antes
pondría
otras
como
Novio
a
la
vista
o
La
escopeta
nacional),
pero
aunque
tampoco
me
agrada
mucho
el
picado
final
con
villancico,
Plácido
me
parece
su
obra
maestra,
y
aunque
ya
Ferreri
estaba
destacando
en
ello
(véase
El
cochecito),
el
manejo
de
grandes
grupos
de
gente
en
desplazamiento
con
múltiples
líneas
de
diálogo
y
un
considerable
caos
sonoro
alcanza
aquí
una
cumbre
mundial.
En
todo
caso
es
este
un
arte
que
parece
propio
de
países
latinos.
Lo
que
también
me
hace
pensar
en
que
faltan
aquí
comedias
italianas.
Lanzo
pues
un
accésit
a
la
última
de
ellas
que
me
maravilló:
¿qué
impide
decir
que
E´
primavera,
de
Renato
Castellani,
es
una
obra
maestra
del
cine,
y
que
solo
prejuicios
surgidos
por
el
imperialismo
cultural
(que
no
es
solo
norteamericano,
sino
francés,
nunca
lo
olvidemos)
nos
hacen
sentir
exagerado
el
ponerla
por
encima
de
comedias
de
Hawks,
Wilder,
Sturges
e
tanti
e
altri?
18:
Histoire(s)
du
cinema,
Jean-‐Luc
Godard,
1988-‐1998.
Es
obvio
lo
difícil
que
resulta
escoger
un
Godard,
pero
diría
que
este
es
como
el
resumen
de
todos,
y
su
obra
tal
vez
más
esencial
y
depurada,
más
entregada
a
ese
arte
del
contacto
y
la
transmutación
que
tan
bien
nos
supo
hacer
ver
Paulino
Viota
en
un
inolvidable
curso
en
que
nos
limitamos
(¡y
cuánta
falta
hace
limitarse
a
eso!)
a
mirar
cada
capítulo,
describirlo,
esclarecer
las
referencias
y
pensar
su
sentido
inmediato,
con
el
vuelo
justo
para
que
nos
diera
tiempo
a
terminar
la
serie
entera.
Bien
mirado,
mis
películas
19
y
20
debieran
ser
este
curso
y
el
otro
que
Paulino
dedicó
a
Rio
Grande
de
Ford.
Así
también
puedo
dar
por
finalizado
este
juego
absurdo
que
me
tiene
ya
chato.
Salud.
Hasta
aquí
llegué.
Me
quedaron
dos
películas
por
incluir,
que
iban
a
ser
Playtime
de
Tati
y
Gertrud
de
Dreyer.
Pero
ya
estaba
harto
y
en
el
fondo
dudaba
si
incluirlas.
Juntando
y
corrigiendo
todo,
me
doy
cuenta
de
que
me
olvidé
de
una
imprescindible
en
todos
mis
intentos
de
lista,
la
gran
Objetivo
40
de
Javier
Aguirre,
sobre
la
que
ya
escribí
hace
tiempo
en
este
blog.
Pero
también
de
otra
que
se
me
hace
criminal
no
nombrar,
así
que
no
me
quedo
sin
incluirla:
19:
Angel,
Ernst
Lubitsch,
1937.
Cumbre
absoluta
de
Lubitsch
para
quien
esto
escribe,
Angel
es
un
modelo
de
depuración,
concreción
y
abstracción.
Sus
fueracampos,
sus
elipsis,
sus
divisiones
espaciales,
miradas
y
gestos…
Es
su
película
más
estilizada,
y
una
de
esas
que
te
hacen
sentir
el
cómo
atravesar
una
puerta
determinada
puede
cambiar
una
vida
entera.
Es
también
un
canto
al
amor
hecho
por
una
persona
inteligente.
Nada
de
todo
esto
es
habitual.
Y
encima,
si
uno
mira
bien,
se
da
cuenta
de
que
Marlene
Dietrich
es
responsable
indirecta
del
estallido
de
la
Segunda
Guerra
Mundial.
¿Quién
da
más?
En
secreto,
pensando
estas
listas,
pensaba
una
definitiva.
Las
10
de
verdad.
Y
esta
vez
conseguí
hacer
una.
10
obras
maestras
absolutas:
Memories
within
Miss
Aggie,
Gerard
Damiano,
1974
Fort
Apache,
John
Ford,
1948
El
dinero,
Robert
Bresson,
1983
Dog
Star
Man,
Stan
Brakhage,
1961-‐1964
Vertigo,
Alfred
Hitchcock,
1958
Je
tu
il
elle,
Chantal
Akerman,
1974
Octubre,
S.
M.
Eisenstein,
1928
Plácido,
Luis
García
Berlanga,
1961
Henry
Geldzahler,
Andy
Warhol,
1964
Angel,
Ernst
Lubitsch,
1937
¿Las
10
mejores
películas
de
la
historia
del
cine?
Difícilmente.
Hay
3
casos
de
discriminación
positiva:
considero
obligatorio
incluir,
en
toda
lista
de
películas,
una
española
(dado
que
soy
español;
si
eres
filipino,
debieras
incluir
una
filipina,
etc.),
una
de
una
mujer
y
una
pornográfica.
Las
tres
que
incluyo
son
obras
maestras,
pero
sin
este
criterio
no
estoy
seguro
de
que
estuviesen
aquí.
Igualmente,
no
me
creo
una
lista
sin
Eric
Rohmer,
sin
Chaplin,
sin
Ozu,
sin
Cofralandes…
La
importancia
histórica
de
Octubre
me
hace
dudar
si
me
parece
tan
grande
por
sus
propios
méritos
(sobre
los
que
no
albergo
la
menor
duda),
y
El
dinero
de
pronto
me
parece
una
presencia
demasiado
extraña,
aunque
para
mi
es
la
cumbre
de
quien
pudiera
ser
el
mejor
cineasta
de
todos
los
tiempos.
Me
da
vergüenza
que
apenas
haya
cine
anterior
a
los
40
y
que
todas
las
películas
sean
europeas
o
americanas.
Me
da
vergüenza,
en
el
fondo,
no
saber
tanto
de
cine
como
creo.
Hacer
listas
es
un
puto
infierno.
Publicado
en
Marginalia,
7-‐X-‐18
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