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E s e n c ia d e l a p o e s ía
C l a s ic is m o y r o m a n t ic is m o
F ueron los críticos alem anes los que prim ero die
ron el nom bre de rom ántica a la lite ra tu ra indígena
de las naciones europeas, cuyo idiom a vulgar, fo r
mado del latín y dialectos septentrionales, se llamó
romance. P ero la p alab ra rom ántica no dice sólo
a la lengua, sino al espíritu de esa litera tu ra , por
cuanto fué la expresión n a tu ra l o el espontáneo re
sultado de las creencias, costum bres, pasiones y modo
de ser y cultura de las naciones que la produjeron sin
reconocerse deudoras de la antigua. P o r eso es que
con fundam ento la aplicaron tam bién a la lite ra tu ra
posterior que, fiel a las prim itivas tradiciones euro
peas, envanecida de su origen y religión, enrique
cida con la herencia de sus m ayores y la ilustración
adquirida por el tra b a jo de los siglos, floreció lozana
y pomposa en Italia, E spaña, F ran cia, In g la te rra y
A lem ania, y opuso a la antigüedad una serie de
obras y de ingenios ta n ilustres y grandes como
los de Grecia y Roma.
L a civilización a n tig u a y la m oderna, o el genio
clásico y el rom ántico, dividiéronse, pues, el m undo
de la lite ra tu ra y del arte . Aquél trazó en el fro n
tis de sus sencillos y elegantes m onum entos: P aga
nism o; éste en la fachada de sus tem plos m ajes
tuosos : C ristianism o. El uno ostenta aún las form as
regulares y arm ónicas de su sencilla y uniform e
civilización; el otro los símbolos confusos, terribles,
enigm áticos de su civilización com pleja y turbulenta.
El uno los partos de la im aginación tran q u ila y risue
ña, satisfecha de sí porque nada e s p e ra ; el otro, los de
la im aginación som bría como su destino, que insacia
ble y no satisfecha, busca siem pre perfecciones idea
les y a sp ira a ver realizadas las esperanzas que su
creencia le infunde.
El uno divinizó las fuerzas de la naturaleza y la
vida te rre s tre y pobló el universo de dioses, sujetos
a las pasiones y flaquezas te rre s tre s ; el otro se
elevó a la concepción abstracta, sublime de un solo
Dios; el uno, sensual, absorto en la contem plación
de la m ateria, se deleita en la arm ónica sim etría de
¡as form as y en la sencillez de sus o bras; el otro,
ambicionando lo infinito, busca en las profundidades
de la conciencia el enigm a de la vida y del universo.
El uno encontró el tipo prim itivo y original de
sus creaciones en Homero y la m itología, el otro
en la Biblia y las leyendas cristianas.
E l uno puso en contraste la voluntad del hom bre,
el libre albedrío, luchando contra un hado irrevo
cable, inexorable, y en esa fuente bebió las terribles
peripecias de sus tra g e d ia s; el otro no reconoció
más fatalism o que el de las pasiones y la m uerte,
más Destino que la Providencia, m ás lucha que la
del alm a y del cuerpo, o el espíritu y la carne, mo
viendo los resortes del corazón y la inteligencia y
representando todos los m isterios, accidentes, con
vulsiones y paroxism os de la vida en sus terribles
dram as. . .
M ientras la m usa rom ántica pobló el aire de silfos,
el fuego de salam andras, el agua de ondinas, la tie
rra de gnomos y el cielo y el espacio de jera rq u ía s,
de entes incorpóreos, de genios, espíritus, ángeles,
anillos invisibles que ligan la tie rra al cielo, o el
hom bre a Dios; la m usa clásica dió form a corpórea
visible y carnal a las fuerzas de la naturaleza y m a
terializó h a sta los afectos m ás íntim os, y conform e
al m aterialism o de su esencia pobló con ellos el
m undo fabuloso de su mitología.
E n fin, el genio clásico se goza en la contem pla
ción de la m ateria y de lo presen te; el rom ántico,
reflexivo y melancólico, se mece entre la m em oria
de lo pasado y los presentim ientos del p o rvenir; va
melancólico en busca, como el peregrino, de una tie
r r a desconocida, de su país natal, del cual según su
creencia fué proscripto y a él peregrinando por la
tie rra llegará un día.
El rom anticism o, pues, es la poesía m oderna que
fiel a las leyes esenciales del a rte no im ita ni copia,
sino que busca sus tipos y colores, sus pensam ien
to s'y form as en sí mismo, en su religión, en el m un
do que lo rodea y produce con ello obras bellas,
originales. E n este sentido todos los poetas verda
deram ente rom ánticos son originales y se confunden
con los clásicos antiguos, pues recibieron este nom
bre por cuanto se consideraron como modelos de
perfección, o tipos originales dignos de ser imitados.
El pedantism o de los preceptistas afirm ó despué3
que no hay nada bueno que esperar fu era de la
im itación de los antiguos y echó anatem a contra
toda la poesía rom ántica m oderna, sin a d v e rtir que
condenaba lo mismo que defendía, pues reprobando
el rom anticism o, reprobaba la originalidad clásica
y, por consiguiente, el principio vital de todo arte.
El pedantism o de las reglas logró fo rm a r sectas
en F ra n cia y d icta r sus fallos desde los sillones de
la Academia, y después de haber roué v if Pierre
Corneille, baillonné Jean Racine, se encarnó en Boi-
leau, escritor agudo y correcto a quien debe mucho
la lengua francesa, pero mal poeta y peor crítico,
y han sido necesarios dos siglos y una larg a y en
carnizada lucha p a ra d ar por tie rra con ese ídolo
que esterilizó los m ejores ingenios franceses, et qui
n’a noblement rehabilité John M ilton qu’en vertu
du code épique du P. Le Bossu. M adam a de Staél,
que im portó el rom anticism o de Alem ania, fué la
p rim era que lo atacó cara a c a ra ; y el fam oso V íctor
Hugo le dió el últim o golpe cuando en el prefacio
del Cromwell d ijo : “La reform a lite ra ria está con
sum ada en F ra n cia y aniquilado totalm ente el cla
sicismo” .
P ero las doctrinas clásicas de Boileau, que se de
rra m aro n por toda E uropa m erced al brillo y fam a
de la lite ra tu ra fran cesa en tiem po de Luis XIV,
en ninguna p a rte de ella consiguieron aclim atarse..
En In g la terra , donde el rom anticism o era indígena,
mal podía m ed rar a la som bra de Shakespeare, y
el Catón de Addison fué su m ejor fru to . W ieland
lo adoptó en A lem ania; pero Lessing como crítico
y poeta proclam ó la independencia de la Nueva
G erm anía, e hizo p a sa r el R in a las doctrinas clá
sicas. A lfieri, en Italia, se sujetó a sus leyes y,
a pesar de eso, fu é un g ran poeta. Con la dinas
tía borbónica en tra ro n en E spaña, y L uzán se
encargó de propagarlas, pero sólo a fines del siglo
pasado los titulados reform adores de la poesía cas
tellana, desconociendo la riqueza y la originalidad
de su lite ra tu ra , las siguieron fielm ente en sus obras.
L ástim a da ver a Q uintana, ingenio independiente
y robusto, am oldando la colosal fig u ra de don Pe-
layo a las m ezquinas proporciones del te a tro f ra n
cés cuando, por o tra p arte, en sus poesías habla
con ta n ta energía al esp íritu nacional y se m uestra
tan español. Pero es m anifiesto que aquel suelo re-:
pele al clasicismo como a plan ta exótica, pues no
han conseguido popularidad sus obras, y el rom an
ticismo, así como el liberalism o, han invadido los
Pirineos y ambos pretenden reg e n e rar la E spaña y
volverla: :
Su cetro de oro y su blasón divino.
El esp íritu del siglo lleva hoy a todas las nacio
nes a em anciparse, a gozar la independencia, no sólo '
Política, sino filosófica y literaria:; a vincular su
gloria, no sólo en libertad, en riqueza y en poder,
sino en el libre y espontáneo ejercicio de sus facul
tades m orales y, de consiguiente, en la originalidad
de sus a rtista s.
N osotros tenem os derecho p a ra a m b i c i o n a r lo
mismo y nos hallam os en la m ejor condición para,
hacerlo. N u estra cu ltu ra em pieza: hemos sentido,
sólo de rechazo el influjo del clasicism o; quizás al
gunos lo profesan, pero sin séquito, porque no puede,
e x istir opinión pública racional sobre m ateria de
gusto en donde la lite ra tu ra está en em brión y no
es ella una potencia social. Sin em bargo, debemos,
a ntes de poner m ano a la obra, saber a qué atener
nos en m ateria de doctrinas lite ra ria s y profesar
aquellas que sean m ás conform es a n u e stra condi
ción y estén a la a ltu ra de la ilustración del siglo
y nos trillen el camino de una lite ra tu ra fecunda y í
original, pues, en sum a, como dice Hugo, el rom an
ticism o no es m ás que el Liberalism o en lite r a tu r a . . .
E n suma, la poesía griega, o clásica, es original
porque fué la expresión espontánea del ingenio de
sus poetas y presentó en sus distin tas épocas el des
envolvim iento de la civilización griega, pero fu n
dada en costum bres, m oral y religión que no son
n u e s tra s; y sobre todo en fábulas m itológicas que
consideram os quim éricas y debemos, como dice Schle-
gel, considerarlas como juegos brillantes de la im a
ginación, que entretienen y reg o cijan ; m ien tras que
la poesía rom ántica, que está a rra ig a d a a lo m ás
íntim o de nuestro corazón y de n u e stra conciencia»
que se liga a n u estro s recuerdos y esperanzas, debe
necesariam ente e x citar nu estro entusiasm o y h a b la r
con irresistib le y eficaz elocuencia a todos nuestros
afectos y pasiones.
Los poetas m odernos que se han arrogado el títu lo
de clásicos, porque, según dicen, siguen los precep
tos de A ristóteles, H oracio y Boileau y em buten en
sus obras centones griegos, latinos y franceses, no
han advertido que en el m ero hecho de declararse
im itadores d e ja n de ser clásicos, porque esta vox
indica lo acabado y perfecto y, por consiguiente, lo
inim itable.
Creo, sin em bargo, que im itando se puede, h a sta
cierto punto, sa lv a r la orig in alid ad ; pero jam á s se
igu alará al modelo, como lo dem uestran ensayos de
ingenios em inentes. P ero este género de emulación
no consiste, como en los b astard o s clásicos, en la
adopción m ecánica de las form as, ni en la tra d u c
ción servil de los pensam ientos, ni en el uso triv ia l
de los nom bres, que nada dicen, de la m itología p a
gana, que a fu e rz a de repetidos em palagan, sino en
em beberse en todo el esp íritu de la antigüedad, en
tra n s p o rta rs e p o r medio de la erudición y del p ro
fundo conocim iento de la lengua y costum bres a n ti
guas al seno de la civilización griega o rom ana, re s
p ira r el a ire de aquellos rem otos siglos y vivir en
ellos, en la A gora como un griego o en el F oro
como un rom ano, y poetizar entonces como un P ín-
daro o un Sófocles. P ero la em presa sobrepuja al
ingenio hum ano y es de todo punto irrealizable.
Racine, Goethe, A lfieri, la han acometido con éxito
en la tra g e d ia ; y en este siglo Chénier h a im itado
a Teócrito, pero sin d e ja r de ser poeta cristiano.
Toda obra de im itación es de suyo estéril y, m ás
q u e 'to d a s, la de los clásicos bastardos y la que re
com iendan los preceptistas modernos, pues tiende al
suicidio del talento y a su je ta r al despotismo de
reg las a rb itra ria s y a la autoridad de los nom bres
el ingenio soberano del poeta. Como creador es lla
m ado no a recibirlas sino a dictarlas, pues es in
contestable que el ingenio, p a ra no esterilizar su3
fuerzas, debe o b rar según las leyes de su propia
naturaleza o de su organización.
L a cuestión del rom anticism o es no ya, pues, entre
la excelencia de la form a griega o de la form a mo
derna, e n tre Sófocles o Shakespeare, entre A ristó
teles, que redujo a teoría el a rte griego, y el rom an
ticism o, sino en tre los pedantes, que se han arrogado
el título de legisladores del P arnaso, fundándose en
la autoridad infalible del E s ta g irita y de Horacio,
y el a rte m oderno; es decir, e n tre Boileau, B atteux,
Bossu, Dacier, La H arpe, V ida, y el D ante, Sha
kespeare, Calderón, Goethe, M ilton, B y ro n . . . Los
griegos han alcanzado la suprem a perfección y son
los modelos que es preciso im itar, so pena de no
escribir nada bueno. Pero, ¿el reflejo reem plazará
la luz? ¿E l satélite que g ira sin cesar en la m ism a
esfera podrá com pararse al a stro central y genera
dor? Virgilio con toda su poesía no es m ás que la
luna de Homero.
¿L a im itación igu alará al modelo? Y dado que lo
iguale, ¿ ten d rá la copia el m érito del original? No.
Luego es m ejor producir que im itar. Bueno, pero,
o b s e r v a d a s las reglas — ¿qué re g la s ? — ; las de
A ristóteles que nosotros profesam os. Probado está
ya que el a rte moderno, distinto del antiguo, no las
reconoce porque tiene las suyas que no son o tra s
que las eternas de la naturaleza, fuente viva e in
agotable de la poesía.
Vosotros y vuestros sectarios habéis observado las
reglas, habéis im itado los modelos, y ¿qué habéis
hecho? Veamos. Ni la m usa antigua, ni la m oderna
adoptan vuestras obras. Am bas las consideran es
p urias y bastardas. ¿Queréis, acaso, que os im iten?
¡A h! im iter des im itations! Gráce! A hora bien, lle
gados a este punto, ¿qué hacer? A brevarse en la
viva e inagotable fuente de toda poesía: la verdad
y la naturaleza.
L a m itología es el asunto principal de la trag ed ia
g rie g a : el coro rep resen ta la p a rte ideal, y el libre
albedrío del hom bre, luchando contra el destino
inexorable, divinidad m isteriosa e inaccesible a cuya
ley irrevocable obedecían aún los mismos dioses.
Los clásicos franceses no han tom ado de la tr a
gedia an tig u a sino lo peor, y vanagloriándose de
im ita r a los griegos, que consideraban tipos del a rte
escudaban su sistem a con la infalible autoridad de
A ristóteles p a ra darle m ás im portancia y autoridad.
Pero en el fondo su sistem a es distinto, puesto que
desecharon, considerándolo sin duda como accesorio,
158 £*sieDan Jtcneverna
R e f l e x io n e s so br e e l a r t e
E s t il o , l e n g u a j e , r i t m o , m étodo e x p o s it iv o
(1) El estilo es in im itab le, p uesto que nace como asido a la fo rm a de)
pensam iento, la cual c arac te riz a y com pleta. (N . del A u to r)
(2) E l estilo de la p ro sa y el de la poesía son distin to s. El p ro sista
colora a veces sus cuadros con los tin te s de la p o e s ía ; pero este a r te
com pleto y excelente en sí, en n ad a se liga con aq u élla y vive d e b u propio
fondo.
Gentes hay que dan el nom bre de p o eta al v ersificad o r, como si el a rt*
m ás sublim e pudiese co n fu n d irse con la labor del m ecánico. (N . del A u to r)
g randes porque crearon la poesía de sus respectivas
naciones, sino tam bién porque extendieron el señorío
del idiom a que hablaban y le dieron un em puje m a
ravilloso.
M ina ric a es la lengua española en cuanto a la
expresión de rasgos espontáneos de la im aginación
y a la p in tu ra de los objetos m ateriales, y estoy
seguro, sin haber leído ninguna, que las novelas ca
ballerescas españolas de la E dad M edia se av en tajan
a las de las otras naciones europeas en brillo y
pom pa de colorido. Pero es inculta en punto a filo
sofía y m aterias concernientes a la reflexión y a
los afectos íntim os, y esto se explica por la carencia
de fecundos y originales autores en aquellos ramo3
del saber hum ano.
A ntes del décimosexto siglo el escolasticismo, el
m isticism o y la poesía nacional que representa las
costum bres y la existencia individual de los pueblos,
preocuparon y absorbieron casi exclusivam ente a los
ingenios españoles, y en el siglo de oro de la hispana
lite ra tu ra lo fué m ás por la copia de escritores que
ensancharon y enriquecieron aquel prim itivo espí
ritu de la civilización y fija ro n en sus escritos el
habla culta y pulida, triv ia l entonces, por el d esarro
llo y abundancia de nuevas ideas y conocim ientos;
m ientras que los siglos igualm ente denominados de
oro, de Pericles, Augusto y Luis XIV, el saber y la
lengua de fre n te m archaron y extendieron m aravi
llosam ente su jurisdicción.
La E spaña, sin em bargo, puede vanagloriarse de
haber producido entonces, y antes que o tra s nacio
nes, sus émulas, a G ranada, Lope, Luis de León,
H errera, Rio ja, y de ofrecer a la adm iración del
m undo en el décimoséptimo siglo los nom bres de
Quevedo y C alderón; a p esar que desde aquella épo
ca, cercada y em bestida constantem ente por las olas
de la civilización europea, perm anece estacionaria,
desdeñando indiferente u orgullosa sus tesoros, y
sin que aparezca en su seno ningún escrito r de genio
regenerando su lengua y su cu ltu ra intelectual.
La Am érica, que nada debe a la E spaña en punto
a verdadera ilustración, debe a p re su rarse a aplicar
la herm osa lengua que le dió en herencia al cultivo
de todo linaje de conocim ientos; a tra b a ja rla y en
riquecerla con su propio fondo, pero sin a d u lte ra r
con postizas y exóticas form as su índole y esencia,
ni despojarla de los atavíos que le son característicos.
E s el lenguaje como las tin ta s con que da colorido
y relieve el p in to r a las fig u ras. Las ideas hieren,
los objetos se clavan en la fa n ta sía si el poeta p o r
medio de la propiedad de las voces no los dibuja
solam ente, si no los p in ta con viveza y energía, de
modo que aparezcan como m ateriales, visibles y pal
pables al sentido, aun cuando sean incorpóreos.
Si el lenguaje p in ta al vivo las cosas, la arm azón
orgánica tra b a y anuda en tre sí con sim etría y or
den las p artes de un todo, y fo rm a de ellas un
cuerpo organizado, una obra m aestra de a rte y la
exposición coloca en perspectiva las ideas y los ob
jetos, los ag rupa, combina o separa según el efecto
que inten ta producir.
D istínguese principalm ente por el ritm o el estilo
poético del prosaico.
El ritm o es la m úsica por medio de la cual la poe
sía cautiva los sentidos y habla con m ás eficacia
al alm a. Ya vago y pausado él rem eda el reposo
y las cavilaciones de la m elancolía; ya sonoro, pre
cipitado y veloz, la torm enta de los afectos.
El diestro tañedor con él m odula en todos los to
nos del sentim iento y se eleva al sublim e concierto
del entusiasm o y de la pasión; con una disonancia
hiere, con una arm onía hechiza, y por medio de la
consonancia silábica y onom atopéyica de los sonidos,
da voz a la n aturaleza inanim ada, y hace fluctuar
el alm a en tre el recuerdo y la esperanza pareando y
alternando sus rivias.
Sin ritm o, pues, no hay poesía completa. In stru
m ento del arte , debe en m anos del poeta arm onizar
con la inspiración, y a ju s ta r sus compases a la va
riada ondulación de los afectos; de aquí la necesidad
a veces de v a ria r de m etro p a ra expresar con más
en erg ía; p a ra p rec ip ita r o reten er la voz, p a ra dar,
por decirlo así, al canto las entonaciones conform es
al efecto que se intente producir.
E n la lírica es donde el ritm o cam pea con m ás
soltura, porque entonces puede propiam ente decirse
que el poeta canta. Causa por lo mismo extrañeza
que, teniendo los españoles sentido músico y ha
blando la lengua m eridional m ás sonora y v ariad a
cu -------
él efectos m aravillosos i 1). H e rre ra es el único que
en esta p a rte se m u estra hábil a rtista . El lenguaje
de Coleridge en la balada “A ncient M ariner” es
impetuoso y rápido como la tem pestad que impele
al bajel, y cuando la calm a se acerca, se m uestra
solemne y m ajestuoso. H asta las faltas de m edida
en la versificación parecen calculadas; y sus versos
son como una m úsica en la cual las reglas de la
composición se han violado, pero p a ra hablar con
m ás eficacia al corazón, al sentido y la fan tasía.
Las B ru jas de Macbeth cantan p alabras m isteriosas
cuyos extraños y discordes sonidos au g u ran m ale
ficio. E n el “Feu du ciel”, Hugo p in ta igualm ente
por medio del ritm o y los sonidos, la silenciosa m a
jestad del desierto, y el ruido, confusión y lam entos
del incendio de Sodoma y Gom orra.
(1) Los afijo* sim ples y dobles, loa esdrújulos, las term in aciones agudas,
fe variedad de m etro s no su jeto s como los ale jan d rin o s a cesura fija , y el
libre uso y com binación de la rim a en las e stro fas, d an a la lengua cas*
tell&na u n a v e n ta ja sobre la ita lia n a y fra n c e sa p a ra los efectos rítm icos.
(N . 4el A utor)