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UBA - Facultad de Psicología - Licenciatura en Musicoterapia

Psicología del Ciclo Vital I – Código 296 -


Cátedra: Prof. Lic Mirta Graciela Fregtman

"Oda a la ternura, en tiempos de violencia"


Fragmento del libro de Mirta Videla

"Cuando hayamos logrado una nueva sociedad en la cual el hombre no sea más para el hombre objeto de
posesión y explotación, deberemos revisar nuestro criterio de vínculo madre-hijo, ya que esta primera relación
mutuamente posesiva, forma el modelo de toda relación posterior".
Marie Langer - "Maternidad y sexo"

"Ternura del padre significa que un padre que se encarga de su hijo en lo corporal, no es un padre-madre,
simplemente es un padre, alguien que acaba de volver real ese
sustantivo que hasta ahora estaba casi vacío de sentido"
Christiane Olivier - "Los hijos de Orestes y la cuestión del padre"

Este trabajo posee la intención de establecer una mirada nueva sobre la paternalidad, por siempre confinada
al modelo masculino productivista, que margina al afecto y lo muestra como carente de sensibilidad. Es inevitable
dentro de este intento, llegar a poner en la picota al endurecimiento tradicional de típicos "varones luchadores" por
el poder y el dinero, en esta sociedad violenta y competitiva en la que vivimos.
Es real que sin la intervención de la madre no es posible la existencia del padre. El varón depende de la
mujer para concretar su deseo de ser padre y su estado como tal, también ha debido pasar por ella.
Para concretar la aspiración de padre, debe confiar plenamente su potencialidad genética en el cuerpo de esa
mujer, esperando 9 meses para saber cuál ha sido el destino que le ha podido dar a su aporte dentro del continente
uterino.
La paternalidad durante el embarazo es un proceso masculino de delegación y confianza en la corporeidad
de esa mujer, la que porta en su útero la conjunción genética de ambos. Pero hay muchas otras peculiaridades de
este proceso, que entrañan al padre y al vínculo con su hijo en gestación.
En otros trabajos he desarrollado el tema de la tendencia en algunas madres, hacia la denegación y
renegación de la función paterna, como también la exclusión del padre del derecho al acceso libre al hijo.
Desde los griegos tenemos en Yocasta una madre, que en ausencia del esposo amará demasiado a su hijo, un
riesgo al que no escapa ningún hijo varón de ninguna época. Cada hombre es potencialmente un pequeño Edipo,
que si sólo es amado por su madre, tendrá consecuencias por este aprisionante amor.
¿Cuál será el efecto que genere en su hijo esta amputación de la parte de aquel otro, que lo ha engendrado
junto con ella? Muchos autores aseguran que resulta dañino para un niño vincularse únicamente con su madre,
también cuando no comparte nada con el padre o su madre lo niega, lo descalifica, lo excluye, lo prescribe o lo
forcluye. Varios autores advierten actualmente de los posibles riesgos de este encierro en la "burbuja primitiva"
llamada madre y lo que representa en el desarrollo de la subjetividad.
El padre es eje vertebral en la conformación de la subjetividad, sostiene íntimamente al niño, su ausencia
remite a una falta de estructura interna. Pese a ello nuestra cultura ha estado ancestralmente atravesada por vacío
de padre, por el quiebre o la falta de su función como tal. Esto afecta de manera peculiar a los varones pero
también a las mujeres, en la conformación de su identidad de género. Ante esta reflexión es frecuente que se trate
de argumentar que muchas mujeres están solas, abandonadas, viudas, divorciadas o solteras, criando a sus hijos.
La falta, la ausencia, el desamparo y la carencia del compañero, o de alguien que ejerza esa función, no es un
hecho feliz para ninguna, tampoco para los hijos.
"Padre mío, porqué me has abandonado?", es el reclamo lamento bíblico, representación cultural simbólica
del silencio y de la ausencia paterna, un modelo de milenios que marcó en nuestra cultura las características de la
mayoría de las estructuras familiares de occidente. Algunos autores señalan sin embargo, que Jesús al tiempo que
se proclamaba hijo de Dios, renegaba de su propia familia y descartaba la paternidad terrestre, en beneficio de una
paternidad espiritual con Dios. ("Quien ama a su padre y a su madre, más que a mí, no es digno de mí").
El tema del padre y su determinación subjetiva, constituyen dilemas actuales. Aunque ya no hay familias
ideales, provenimos de biografías plagadas de carencia de padre. Aunque los hijos y los padres se amen, aún
persiste una barrera hermética de silencio. Algunos autores le llaman a este proceso: la ley del silencio de la
paternidad.
En este sistema socioeconómico alienado y alienante que vivimos, los varones evaden el contacto afectivo
con sus hijos, sin tiempo posible para ello, sumergidos en el trabajo, ante desniveles socioeconómicos injustos,
inventando nuevos negocios, consumiendo drogas o alcohol, espectadores mudos ante el televisor o la
computadora, como muchos otros hábitos evasores que fumigan la energía necesaria para hablar, intimar,
escucharse y compartir tiempos comunes con sus retoños.
Se suma a esta descripción la falta real del padre, por conformación voluntaria de familias
monoparentales (en aumento en los últimos tiempos), donde el narcisismo exacerbado impide el reconocimiento
del ese Otro diferente, además de la necesidad natural de padre y de madre para desarrollo infantil. Los hijos así
descriptos son colosos con pie de barro, saturados de sobrepresencia materna y con un agujero negro de presencia
paterna a los que no les queda otra salida mas que el rencor o las idealizaciones.

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Algunos psicoanalistas aseguraban que la primera identificación era con la madre y la segunda con el
padre y que el triángulo esencial debía sustituir a la llamada "díada inicial" de la madre y el hijo. Este proceso de
triangulación se planteaba como una fórmula para superar la prisión del hijo con la madre a la manera de
simbiosis uterina. Hoy pensamos que esta triangulación existe desde las células germinales, desde el deseo
mancomunado que lo engendra. No es un proceso que se inicia al nacer o pocos meses o años después, sino que lo
antecede y es inherente a la etapa que Florencio Escardó denominara como interogestación.
La concepción psicoanalítica clásica de la aparición del padre solo, como cuña a la simbiosis con la madre, ha
sido revisada, con algunas conclusiones que vale la pena destacar y reflexionar en detalle, a punto tal que
podemos actualmente hablar de un nuevo sitio para el padre. Algunos autores se han ocupado del sitio del padre,
aunque lo hacen ineludiblemente desde el sitio que la madre le proporciona, a partir de esa mentada díada inicial.
Hoy vamos mucho más atrás en la ontogenia del sujeto para reconocer la presencia del padre y su determinación
sobre el hijo, para entender lo que sucede en el vínculo entre el padre y su niño.

El padre durante el embarazo, el nacimiento y la crianza.


Es necesario revisar las teorías que aseguraban que al nacer el niño se vinculaba solamente con la madre, porque
el pecho es quien lo nutre, compensando angustias al vacío por la pérdida del edén uterino, determinante de la
etapa oral primaria.
Es necesario dejar de lado el concepto de díada por el de tríada, para superar la supremacía materna. Este
vínculo bipersonal no es el único recurso que posee el niño, ni tampoco es del todo exacto que el modelo de
relación madre hijo, determine por sí solo todas las relaciones afectivas del futuro de ese sujeto.
Desde mi 1er libro publicado a comienzos de la década del 70, "Maternidad, mito y realidad", he
intentado la desmitificación de la maternidad, tal como se nos presenta en nuestra cultura y como lo han ratificado
muchas teorías psicológicas como también dogmas religiosos. Es suficiente la permanente observación de las
parejas que esperan hijos y su estilo de relación posterior con el bebé, para darse cuenta de todas estas falacias.
Hoy consideramos que la madre no es el único vínculo del recién nacido, puesto que las necesidades básicas de
éste no son simplemente la alimentación y la succión, que lo ligan al pecho materno. No es exacto que el niño se
relacione con las personas del mundo que lo rodea, sólo por la alimentación, sino sobre la base de variadas y
variables intercambios que atraviesan todos sus sentidos. El niño necesita oxígeno, contacto, calor, sostén,
alimentación y contención paterna y materna. Son padre y madre los encargados de la decodificación de esta gama
de demandas, para generar su propio estilo de respuesta mancomunada a ellas.
El feto en el útero recibe una serie de estímulos y suministros, necesarios para su crecimiento y desarrollo
fetal. De esta forma recibe una temperatura constante, el oxigeno y los nutrientes por medio del cordón umbilical,
la estimulación de capilares sanguíneos y filetes nerviosos de su piel que facilitan la circulación cardiovascular y
el sostén uterino que lo hace una mezcla de buzo y astronauta en permanente flotación. Además ya se sabe que
percibe todos los sonidos, ruidos y ritmos del cuerpo materno y del exterior, los olores de la madre y los que se
perciben a través de ella, como los olores del padre.
Un bebé no vive solamente de chupar y tragar leche, sino de intercambios y contactos vinculares, es un ser
social que no vive sólo por la madre o su pecho. Basta mirarlo al sonreír apenas nace y ver apretar el dedo
grande del papá y descubrir cómo se relaja, acurrucándose en su regazo por su manera firme de sostenerlo y
tranquilizándose cuando escucha la voz que ya percibía con claridad desde su alojamiento uterino.

Recuperación de la ternura y de la sensibilidad del cuerpo del padre.


El padre es el primer otro visual que el bebé encuentra al salir del alojamiento 5 estrellas donde
permaneció cómodamente. Este otro no es la no-madre, sino que es el 3er personaje de esta historia de amor que
le dio origen, su padre. Representa así el principio de la realidad por fuera de la matriz, la instauración de la ley en
el orden familiar y cultural.
Pero no basta con la presencia del padre para crear espacio entre la simbiosis uterina que se rompe en lo
biológico, también es necesario el deseo de la pareja de articularse como entidad por fuera del hijo. El deseo de
amor de la pareja es lo que produce la el proceso de triangulación, porque rompe el famoso "embeleso materno",
que cuando se cronifica produce verdaderas prisiones vinculares en detrimento del desarrollo y la salud del sujeto.
Lo que se ha denominado como el estrago materno.
Si bien es real que la presencia del padre facilita al niño varón el acceso a la agresividad, la afirmación de
la capacidad de sí mismo, de reacciones de defensa, exploración de la realidad, de acceso al conocimiento y a la
sexualidad, también es fuente sensibilidad y ternura de contacto, reconocimiento de lo sensible. Los hijos que han
sido bien paternados se sienten más seguros de sus iniciativas personales y con mejor desarrollo del sentido de
responsabilidad.
Hay múltiples formas de ejercer la paternidad insuficiente como el que permanece ausente por tiempo
prolongado (aún por enfermedad); el que no responde a las demandas de afecto y atención del hijo; el que profiere
continuas amenazas de abandono como forma de disciplinar al hijo; quien utiliza la culpabilización como forma
de dominación o de proyección paranoica de sus responsabilidades; el padre que se hace hijo de su hijo (los
alcohólicos o adictos); el que lo golpea físicamente de forma sistemática, el que lo abusó sexualmente o lo explota

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para delinquir. Esto conforma la famosa teoría alemana de la pedagogía negra, que justificaba cualquier cosa
contra el niño para educarlo "por su propio bien".
Estas formas de ser del padre generan en el hijo una profunda inseguridad, desconfianza, inhibiciones
afectivas, como así mismo serias dificultades en la adaptación. Extrema dependencia y algunos síntomas como
angustia, depresión, obsesiones, violencia, compulsiones y fobias, que son producidas por las carencias y las
ausencias de padre. Estos sujetos mal paternados, con vacíos de su progenitor, buscan constantemente figuras a
las que invisten artificialmente de lo paterno, las que idealizan y mantienen relaciones conflictivas, generalmente
de sometimiento extremo. Esto se observa con frecuencia en los liceos militares y los seminarios religiosos.
La función paterna está instalada desde la concepción. La identidad masculina está en relación con el
vínculo vivido con el padre, como también con el deseo de la madre de estar acompañada por ese padre. Las
viudas que contienen en su discurso una presencia positiva hacia el hombre fallecido, generan en sus hijos una
imagen simbólica que restaura la falta real.
Antes era muy frecuente que el comportamiento posesivo de la mujer impidiera al padre el acercamiento
al cuerpo de su hijo, que también es sangre de su sangre y carne de su carne. El padre eras exiliado de la
sensibilidad del hijo, exiliado por la madre del niño, lo cual hacía que la historia corporal de la madre y del padre
con el hijo, fuese un campo de lucha entre poderes. Afortunadamente esto está cambiando aceleradamente.
Los niños varones se crían dentro, luego sobre y más adelante hacia el cuerpo materno, alejados del
cuerpo paterno. Esto hace que en el imaginario colectivo el reino del cuerpo sea femenino, como lo son el goce de
los sentidos, las caricias, las caricias y la ternura. Esta razón de problemas de los varones con su propio cuerpo:
como la represión de su sensibilidad y corporeidad, desdeñar el olfato y el tacto, la risa, el llanto, lo identifican
con el género femenino de la madre. Al hacer el amor se centran en el placer genital del pene y eliminan el juego
sensual y sensible, por temor a comportarse como mujeres.
En el imaginario social ser "macho" es no manifestar sentimientos, no intimar, no reflexionarse, no llorar
y reprimir la sensibilidad corporal. Les está prohibido manifestarlo por temor a ser valorados como "maricas". El
éxito de lo viril es amputarse simbólicamente el corazón del cuerpo, sin derramar lágrimas, ni estremecerse, ni
lamentarse por nada. Pero lo irrisorio es que más adelante, se espera que ese hombre tenga capacidad de intimar
sensiblemente con su compañera y con sus hijos, cuando la matriz experimentada ha sido la opuesta.
Mientras el padre siga ocupando un sitio opuesto a éste en el imaginario colectivo, mientras la cultura no
facilite lo opuesto, no habrá humanos masculinos aptos para la ternura y el amor sensible. La presencia efectiva,
amorosa y tierna del padre (no sólo "de cuerpo presente") es quizá uno de los factores contra la desintegración
familiar, que tanto padecemos en nuestros tiempos.
Los hombres reprimen sus emociones porque no han visto a sus propios padres manifestarlas. No poseen
esa matriz familiar .El debilitamiento de los valores patriarcales hace a los varones víctimas de anestesia
emocional, efecto criminal de la sensualidad masculina. En el trabajo con familias que esperan un bebé,
proponemos un diálogo intergeneracional entre abuelos y padres en espera del hijo, donde se pone de manifiesto
esta profunda brecha emocional.
El miedo a ser homosexual es un pánico universal. Por este miedo los varones están como atrapados en
una camisa de fuerza, eximidos de la sensibilidad, excluidos del goce de sus sentidos. Es que la homosexualidad
expresa la necesidad de un arraigamiento del igual a sí mismo, refleja una búsqueda inconsciente del padre,
búsqueda de una identidad masculina. Los homosexuales suelen ser hijos que intentan deshacerse del yugo
materno, sometidos a la dictadura de una sociedad que les prohíbe al acceso a los sentidos, que no sea desde lo
femenino. Todo eso conforma una lucha de los varones para re-apropiarse de sus cuerpos y no asimilarse más con
el cuerpo de la madre.
Ternura del padre significa que un padre que cuida amorosamente el cuerpo del hijo, no es un padre -
madre, sino simplemente un padre, alguien que acaba de volver real ese antes vacío de sentido. "Cada padre posee
una doble función: de referencia corporal para su hijo y de lugar del deseo para el hijo de sexo opuesto", dice
Christiane Olivier.
Las confrontaciones con hijos adolescentes, entre la madre y el hijo varón, suelen ser intentos del
muchacho por deshacerse de la sujeción materna, de expulsar a su madre de su cuerpo. Nadie niega que el padre y
la madre cuiden del hijo de distinta manera, pero hay diferencias que generan carencias. Una de ellas es que el
hijo está saturado del olor y el sabor de madre, pero no posee el del padre. Por el hecho de acariciar a un hijo, de
brindarle ternura, el padre no perderá su masculinidad, como supone el imaginario social del varón.
La sensualidad ya no es prohibida al varón, no se trata de un patrimonio femenino, ha sido abolido este
monopolio. Ellos también poseen un cuerpo y por ende necesitan ser tocados para conservar su bienestar. Es
importante que los hombres rescaten la capacidad de acariciar corporalmente a sus hijos, también los varones,
para rescatar su sensibilidad. Los nuevos padres de este nuevo siglo, ya están ganando esta batalla perdida por
siglos.

La ternura, relativa característica del ser madre y del ser padre


Sin embargo este vínculo posee algunas áreas todavía no resueltas para el común de la gente, lo que
llamamos imaginario social. Es frecuente entonces el confinamiento de la ternura en las mujeres, especialmente en

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las madres y en los niños, lo referido además a los cachorros y todo comportamiento aniñado, aquéllo que
generalmente es vivenciado en diminutivo. Muchos autores insisten en desestimar el encierro de la ternura en los
bebés o en la función materna de las mujeres.
En los últimos tiempos de caídas de concepciones míticas, hay quienes también derriban la supuesta
abnegación e inmolación materna, que algunos psicoanalistas definen como "el goce del vicio de la virtud".
Lo inefable y generoso del comportamiento de las madres, puede ser violento si no se reconoce la
singularidad del hijo, cuando se cree que se posee al hijo o se lo busca para justificar una existencia sin objetivos,
para llenar vacíos de lo no tenido en otras áreas del desarrollo personal y de los proyectos de vida. Esto es lo que
en adopción denominamos como las acciones destinadas a "conseguir" un niño, diferenciándolas del deseo de
acceder a un hijo, con todas las aptitudes y actitudes inherentes al paternaje humano.
Algunas madres afirman "todos los hijos son iguales para mí" ó "no podría querer a uno más a otro", con
lo cual eliminan las diferencias y diluyen las singularidades. Un ejemplo dramático es la costumbre materna de
vestir a los mellizos, trillizos o multillizos, con ropas iguales o regalarles a todos el mismo juguete.
El embarazo es la primera etapa del desarrollo humano, base y fundamento de todo lo que sucederá
después. Florencio Escardó decía que el nacimiento era sólo un "transmundeo", un pasaje entre la interogestación
y la exterogestación. Por lo que el niño al nacer ya posee 9 meses de vida intrauterina, en cuyas características se
basará parte su desarrollo posterior.
Me voy a referir a la maternidad, dejando de lado las referencias a la patología y a los efectos de la
tecnología en fecundidad o fertilidad. Estableceré mi atención sobre la intimidad de útero materno, para focalizar
la mirada en este proceso del devenir logrado, lo bien hecho e iluminado por el deseo, el amor, el encuentro de un
hombre y una mujer en el marco de una pareja, de su felicidad posible para sostener a quien habita dentro del nido
de ternura. Claro que todos quisiéramos ser gestados de esta manera, pero no siempre es así. Porque sabemos ya
que deseo de embarazo no es sinónimo del deseo de un hijo y que muchos nacen por azar, por error o por la
fuerza.
Considero al embarazo como un nido de ternura, construido como sitio único para ese huésped
transitorio que denominamos hijo.

El padre, ternura de voz grave y manos grandes


Los 9 meses son un proyecto creativo con 3 protagonistas, lo cual facilita y estimula el crecer,
precondición para el desarrollo de la afectividad. Se puede definir a la concepción como "un encuentro de 3" y no
sólo de 2.
El varón ha permanecido por siglos excluido de la ternura en el imaginario colectivo. En cambio, rasgos
tales como de la agresividad, la competencia y el oficio de proveedor, se viven como inherentes al género
masculino. Los varones aún tienen culturalmente vedado abrirse al campo de la sensibilidad, a la plenitud de todos
sus sentidos. El mandato ancestral es el de ser duro, macho, recio y sin derecho a llorar, mucho menos aún ser
tierno.
El varón mismo evade este tipo de reacciones, porque padece del fantasma del afeminamiento, bajo el
cual subyace el pánico a la homosexualidad. Si accede a ser tierno, es rotulado de blandengue o poco macho.
El psicoanalista Guy Corneau describe de manera clara los resultados en la identidad del varón, que él denomina
el silencio de padre o padre faltante, conducente hacia una labilidad en la identidad sexual masculina, lo cual
conforma un auténtico estrago paterno, que lleva a reprimir sentimientos varoniles tiernos y al desahogo del
sollozo, consecuente con la pena y otros sufrimientos.
El padre es la presencia de un Otro, esencial para la constitución subjetiva, porque desarticula la
simbiosis y el embeleso materno y permite entrar a la calidad social de la existencia humana. A partir del
nacimiento la madre trasmite al niño este sentimiento de "ser maravilloso y único", base de la constitución del
embeleso, espacio único y tiempo primordial, que conforma la base de la intimidad y también rudimento
profundo de la identidad del sujeto "recién salido".
Esta especie de éxtasis contemplativo materno, sirve al pequeñito para superar la sensación de
fragmentación corporal experimentada con el nacimiento.
El padre es el hombre junto al cual la madre es mucho menos poderosa. El bebé no puede contrariar la
omnipotencia de su madre si previamente no sucedió lo mismo ante el padre. Durante el embarazo cada vez que
un varón le señala a esa madre, que también ella es su mujer, está cumpliendo con su papel de padre, desplegando
su cualidad de ternura.
Los niños pequeños tienden a no querer apartarse de su madre, en un intento de continuidad simbiótica en
el nido de ternura uterino. La intervención del padre reclamando a esa madre como su mujer, la aparta de la
mirada del niño y le muestra por 1era vez que en el mundo existen Otros. Este es 1er acto de ternura paterna,
facilitarle la singularidad y la diferenciación.
Cuando el niño descubre la diferencia entre los sexos, alrededor de los 3 años, comprende que también
sus padres fueron engendrados según el orden de las generaciones al que están sometidos todos los seres humanos,
y que él pertenece a una genealogía. Es allí donde el padre adquiere toda su importancia, al descubrir el niño su
papel de procreador.

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La vivencia de la ternura no es inherente a ninguno de los dos géneros, puede ser tan difícil para el varón
como la mujer, de acuerdo a sus propias biografías como hijos. En ambos se manifiesta la violencia, el abuso y el
maltrato, como también comportamientos tiernos. La ternura es experimentada, emitida y recibida por sujetos en
todas las etapas de su vida, incluyendo el estado fetal dentro del útero materno.
También cuando los abuelos reclaman por la ternura, la caricia o el abrazo (que aún en el imaginario es
patrimonio de las abuelas), no suelen ser bien comprendidos y satisfechos en sus demandas, porque quedan
relegados al estigma del género, sufriendo por su piel, que ha perdido tersura y sus brazos que ya no poseen la
fuerza sostenedora de la juventud. Ellos suelen ser juzgados como reblandecidos o perversos cuando acarician y
demandan ser acariciados por sus nietos. En una encuesta realizada entre ancianos internados, acerca de cuál era la
especialidad médica que preferían, los abuelos respondieron de manera uniforme: "el kinesiólogo, porque nos
toca".
Claro que esto remite a otro tema de la sensibilidad y la ternura que abordamos en este trabajo: el
privilegio de los sentidos de la visión y el oído, en detrimento del tacto y el olfato.
Los viejos disminuyen su posibilidad de ver y de escuchar, pero persisten hasta el último día en sus
necesidades de acariciar y ser acariciados tiernamente. Ellos, como sus mismos nietos, desean y necesitan el
contacto y la ternura.

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