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El Análisis Transaccional fue creado por Eric Berne entre los años 50 y principios
de los 70 del siglo pasado. Berne era un psiquiatra psicoanalista que tenía
amplios conocimientos de cibernética, de historia, de antropología y de otras
disciplinas. Había conocido a los psicoanalistas más avanzados de su época
(Federn, Erickson, Fairbairn, Weiss, Jung, Adler). Todos ellos trabajaban sobre el
concepto de “yo” (“ego”) de Freud, es decir, sobre la personalidad que
construye cada uno a partir de su realidad y de su vida mental. Y todos
coincidían en describir la vida psíquica de los humanos como un agregado de
diferentes “partes del yo”, “imágenes del yo”, o “arquetipos” que se relacionan
entre ellos.
Eric Berne tenía un cliente que era un abogado de prestigio y padre de familia.
Fue a la consulta del psiquiatra porque tenía serios problemas con el juego.
Durante las conversaciones con Berne, a veces decía: “En realidad yo no soy un
abogado. No soy más que un chiquillo”. Y eso era lo que Berne veía: que unas
veces su paciente hablaba, gesticulaba y se comportaba como un abogado
eficiente y razonable; mientras que en otros momentos, durante la conversación,
su cliente se comportaba como un chiquillo juguetón y todo su lenguaje verbal y
no verbal lo demostraba. En ocasiones le preguntaba: “¿Le está hablando usted al
abogado o al chiquillo?”. Así fue como Berne empezó a usar las metáforas del
“estado Adulto” y del “estado Niño”. Más adelante, Berne añadió, a la metáfora
del Adulto y del Niño, la del Padre (en inglés, Parent, Adult y Child, que son
nombres neutros, ni masculinos, ni femeninos). Estas tres metáforas
correspondían a un repertorio limitado de tres “estados del yo” presentes, según
la propuesta de Berne, en todos los individuos.
Lo que Berne llama “estados del yo” no son conceptos abstractos, son realidades
psicológicas, patrones de comportamiento asociados de manera consistente a
estados de ánimo y pensamientos. Se trata de la reproducción de datos,
organizados en “esquemas de conocimiento” (como diríamos en términos
constructivistas), registrados de acontecimientos del pasado que se refieren a
personas reales, tiempos reales, lugares, decisiones y sentimientos no menos
reales. Según Berne propuso en su última obra, “(Los estados del yo) son sistemas
Padre
Pare
Adulto
Adult
Niño
Nen
Berne señala que “Todas las personas llevan dentro un niño o una niña, que
siente, piensa, actúa, habla y responde al igual que lo hacían él o ella cuando
eran niños de una cierta edad. Este estado del ego se llama el Niño” (Berne,
1973). Para cada uno de nosotros es importante conocer cómo piensa, siente y
actúa nuestro Niño o nuestra Niña, ya que es la parte más valiosa de nuestra
personalidad y nos va a acompañar toda la vida.
El Niño es el estado más alejado del aquí y el ahora; contiene toda la memoria
histórica emotiva y afectiva de la persona y se comunica con lenguaje prelógico,
fundamentalmente con el lenguaje no verbal. El pensamiento del Niño es el
pensamiento mágico, las explicaciones mágicas sobre el mundo (por ejemplo:
“mi madre se puso enferma porque yo me enfadé con ella”) y las fantasías de
todo tipo. El Niño tiene mucha energía, mucha intuición y curiosidad. Cuando
hablamos de motivación, nos referimos a la actitud de la persona que tiene
activo el Niño. Cuando el Niño está “atrofiado” y a la persona le cuesta pensar,
sentir y actuar como cuando era un niño o una niña, decimos que está
“desmotivada”.
Las circunstancias del presente pueden provocar una asociación con alguna
situación que la persona vivió en sus primeros años y que está grabada en el
Niño; entonces, la persona siente, piensa y actúa como cuando era pequeña, es
lo que se denomina una “regresión”. En la regresión, la persona siente de nuevo
la emoción que la situación originaria produjo. Cuando Berne definió esta
característica del Niño, los estudios neurológicos no estaban ni mucho menos tan
avanzados como hoy; el Niño descrito por Berne es una parte de la mente, no del
cerebro. La idea de que existe una parte Niño en cada persona deriva, como
hemos visto, de la observación externa de la conducta. Sin embargo, los actuales
avances de las neurociencias no contradicen la existencia de distintos “modos”
de funcionamientos del cerebro.
En los años 90, Le Doux describió las situaciones en las que las personas
actuamos de manera pasional e irracional como momentos en que la amígdala
asume el control, cuando el cerebro pensante, el neocórtex, todavía no ha
podido pensar y tomar una decisión. En esos momentos, podríamos decir, en
términos transaccionales, que la persona está sintiendo, pensando y actuando
desde el estado Niño. Sin embargo, no siempre que una situación convoca
sentimientos del pasado actuamos desde el Niño, ya que unos milisegundos
después de que la amígdala haya emitido la señal de alerta emocional, la
persona, si es lo suficientemente madura y tiene “inteligencia emocional”,
puede activar el neocórtex, gesrtionar sus impulsos primarios y comportarse
adecuándose a las circunstancias presentes.
Hacia los diez meses de edad, el niño empieza a tomar consciencia de que el
mundo existe separadamente de él. Hasta poco antes, la percepción del mundo,
de los demás, y de sí mismo, se confunden en un estímulo global que provoca
placer o displacer y reacciones irreflexivas e inevitables. Pero llega un momento
en el proceso evolutivo en que el “yo” empieza a abrirse camino y aparece la
idea de separación. Entonces, el bebé puede empezar a elegir sus respuestas
frente a los estímulos externos, puede empezar a desplazarse y a manejar lo que
le rodea. Podemos decir que ha empezado a desarrollarse su estado Adulto. Los
datos del Adulto se acumulan como resultado de la capacidad de la persona para
descubrir cómo es el mundo por sí misma; es el “concepto pensado” de la vida,
basado en la ordenación de los datos percibidos directamente del entorno.
Según Eric Berne, el Adulto es “el estado del ego en el cual alguien aprecia
objetivamente lo que le rodea, y calcula sus posibilidades y probabilidades sobre
la base de la experiencia pasada (...). El Adulto funciona como una
computadora” (E. Berne, 1973). El estado Adulto nos permite analizar lo que está
pasando en el aquí y el ahora, sobre la base de lo actual y de los datos
acumulados racionalmente por la propia experiencia. Es un conjunto de
comportamientos, pensamientos y emociones que responden directamente al
aquí y el ahora. Las funciones del Adulto son: recibir y ofrecer información,
organizarla, planificar, estudiar, reflexionar, informar, investigar, buscar
opciones. Podríamos decir que es la parte racional de la mente, la conciencia.
En síntesis, el Adulto actúa como el ámbar del semáforo, que nos pone en estado
de atención para cruzar o no cruzar en función de la realidad presente. Podemos
establecer una correlación entre las funciones de lo que llamamos el Adulto y la
funciones del neocórtex humano, nuestro cerebro pensante. En el cerebro del ser
humano, el neocórtex es mucho mayor que en el cerebro de cualquier otra
especie. Goldberg, psiconeurólogo ruso discípulo de Luria, que ha dedicado su
vida al estudio de las funciones cognitivas del cerebro, dice, hablando de la
evolución de los cerebros, “la llegada del neocórtex ha cambiado radicalmente la
forma en que se procesa la información y ha dotado al cerebro con una potencia
y una complejidad computacional mucho mayores (que las de la corteza cerebral
de animales menos evolucionados)” (E. Goldberg, 2002).
Cuando hablamos del Adulto, hablamos de una parte de la mente que incluye las
“funciones ejecutivas” o “metacognitivas”. Actualmente la neuropsicología se
inclina a considerar que los lóbulos frontales ejercen una función
“metacognitiva”, que no se ciñe a una habilidad mental concreta (el lenguaje, el
razonamiento matemático, etc.) sino que ofrece una organización jerarquizada
de todas ellas.
OBJETIVIDAD
0 __________________________________________________________________ 10
Nula Perfecta
___________________________________________________________________
___________________________________________________________________
Cuando una persona se comunica desde el estado Padre, “la persona siente,
piensa, actúa, habla y responde igual que lo hacían su padre o su madre cuando
era pequeña... Incluso cuando la persona no está manifestando de hecho este
estado del yo, éste influye en su conducta con lo que llamamos “influencia
parental”, que ejerce las funciones de una conciencia” (E. Berne, 1973). Las
funciones del Padre son: proteger y educar a la siguiente generación y acopiar los
valores, normas, principios y creencias que gobernarán a la persona cuando no
haya tiempo para la reflexión y el cuestionamiento.
Así como decíamos que el lenguaje del Niño es en gran parte “infantil”, el
lenguaje del Padre, es un lenguaje más elaborado, aparentemente puede
parecer racional y “adulto”, pero no lo es. El Padre está constituido por
mensajes que grabamos en el pasado, irracionalmente, con amor y admiración,
de las personas que nos produjeron reacciones emocionales intensas (de amor,
rabia o miedo). Cuando grabamos los mensajes en el Padre, éramos pequeños,
nuestro Adulto tenía pocos datos, y dependíamos totalmente de las personas que
nos cuidaban. Por eso, “creímos” lo que nos decían sin cuestionarlo. De esas
personas recibimos una especie de refranero simplificado que contiene mensajes
para cuidar a los demás, para cuidarnos, instrucciones para vivir “bien” y juicios
sobre lo bueno y lo malo.
Que los mensajes del Padre no sean “racionales” no significa que no sean útiles:
fueron y son mensajes esenciales para la supervivencia y la convivencia. No son
racionales porque nuestra racionalidad no actuó en su momento para decidir si
valía la pena, o no, grabar órdenes como: “hay que comer de todo” o “hay que
dar las gracias”. Pero sí que contienen la “racionalidad de los antepasados”, la
sabiduría de lo que en las generaciones anteriores se descubrió que era válido.
Las órdenes que recibimos en los primeros años de vida no contienen argumentos
ni justificaciones: un niño que vive en una ciudad con semáforos, debe detenerse
ante la luz roja “porque sí”, o “porque lo digo yo, que soy tu madre”, sin
argumentos, sin condiciones ni atenuantes; si el niño lo graba, tiene más
posibilidades de supervivencia que si no lo hace. Un niño que graba: “hay que
terminarse todo lo del plato”, en una sociedad que vive épocas en que la comida
es escasa, tiene más garantías de supervivencia que el que no lo graba.
Pero esas creencias, con el tiempo, pueden llegar a ser perjudiciales o poco
adaptadas al aquí y el ahora. Por ejemplo, un niño que en la actualidad esté
condicionado desde pequeño a comerse todo lo que le ponen en el plato, es fácil
que acabe por perder su instinto natural regulador del apetito y que, en una
sociedad opulenta, acabe por sobrealimentarse. Actualmente, cada vez hay más
casos de obesidad infantil y seguramente las actuales generaciones están
grabando en su estado Padre mensajes como: “el pan engorda”, “hay que estar
delgado”, “los dulces engordan”, o “hay que comer fibra”.
Como educador o educadora, o como padre o madre si lo eres, seguro que te has
descubierto diciendo y haciendo cosas que decían tus padres y profesores y que
quizás juraste que tú no dirías. A medida que nuestro Adulto tiene más datos y
más capacidad reflexiva, podemos decidir libremente si las grabaciones que
hicimos en el pasado queremos que continúen actuando.
Algunos de los valores, principios y normas que adquirimos están fuera de nuestra
duda, nos han conformado como somos y queremos transmitirlos a las siguientes
generaciones. En cambio, el aprendizaje de la vida nos puede haber llevado a la
conclusión de que otras normas adquiridas ya no son necesarias o útiles, que
responden a realidades ya superadas.
Este proceso de evaluación y revisión del estado Padre se puede hacer a través
de la conciencia del Adulto. Es el Adulto el responsable de decisiones como la de
dejar comida en el plato si uno no tiene hambre, aunque el Padre diga lo
contrario; o de cruzar la calle en rojo, si las circunstancias lo requieren, ¿y quién
no ha cruzado nunca un semáforo en rojo?
En las interacciones, las emociones pasan de una persona a otra. Si nuestro Niño
recibe una crítica o una orden desde el estado Padre de una persona enfadada,
es posible que nos inunde la rabia. Pero también puede ser que sepamos
responder de una manera Adulta y que al cabo de un rato nuestra serenidad se
haya contagiado a la persona que nos criticaba. La capacidad de transformar el
estado de ánimo de los demás o, por el contrario, de dejarnos impregnar por las
emociones ajenas, depende de la inteligencia social. Daniel Goleman llama al
contagio de emociones positivas “judo interpersonal”.
Según el Análisis Transaccional, los mensajes que emite una persona salen de uno
de sus tres estados, como mínimo (a veces intervienen dos estados a la vez,
como en el caso de los dobles mensajes y las ironías) y van dirigidos a un “estado
del yo esperado”, a uno de los tres estados de la otra persona. De modo que cada
vez que alguien emite un mensaje tiene 9 opciones posibles (aunque en la
práctica algunas de las posibilidades se producen muy raramente).
Por ejemplo, si una persona, desde su estado Padre, critica a nuestro Niño:
“Vestida a sí, pareces un espantapájaros” y nosotros respondemos desde nuestro
Niño, con sumisión (“Ya me voy a cambiar”) o con rebeldía (“Pues pienso
ponerme lo mismo cada día”), la comunicación puede continuar indefinidamente,
ya que contesta el estado del yo esperado por el interlocutor.
Maestra Madre
Maestra Madre
Si la persona que responde no lo hace desde “el estado esperado”, es decir, que
no responde a la provocación desde el estado donde “llega” la flecha, en este
Maestra Madre
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