Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
En la segunda mitad del siglo XX, Colombia padeció diferentes formas de violencia,
que la afectaron dolorosamente: secuestros, atentados, asesinatos…
Pero el mensaje del padre Rafael no fue de retaliación, sino de justicia y de paz,
fruto del amor a Dios y al prójimo, que caracterizó su vida. Fue una propuesta de
justicia social, concretada en realizaciones en favor de los débiles y en gestos de
perdón, no siempre comprendidos.
Rafael García Herreros fue un patriota acendrado, que vivía obsesionado por
Colombia, enfermo de Colombia.
El mensaje del padre Rafael, motivado en ocasiones por los acontecimientos del
momento, trasciende las circunstancias históricas en que se formuló y cobra una
dimensión atemporal y urgente para cualquier buen colombiano.
El padre Rafael García Herreros fue un hombre plenamente atento a lo social. Las
obras que llevó a cabo fueron el resultado de lo que era, de lo que pensaba, de lo
que amaba. Fue un hombre entregado a servir a los demás, un hombre que
veneraba a su prójimo y que deseaba lo mejor para quienes pasaban cerca de su
mirada o de su pensamiento.
Otra ruta para llegar a Cristo y para servirle son los pobres. A ellos dedicó Rafael
García Herreros su tiempo, su labor y, por supuesto, muchos de sus cuentos. Si no
fuera sirviéndoles, la vida sería “jarta”; por ayudarles, las mujeres pueden enajenar
sus brazaletes; las ecónomas, abaratar las pensiones de los colegios, sobre todo si
piensan con el corazón y no con los fríos mecanismos de las calculadoras; y los
seminaristas pueden comprometerse, no con un voto de pobreza, elástico y
permisivo, sino con un voto de miseria, que lleve a compartir hasta el extremo la
necesidad del que sufre.
Nuestro juez nos pedirá cuenta no sólo de nuestro comportamiento individual, sino
también de lo que hayamos hecho para resolver los problemas que requieren
cambios: las instituciones, el problema de la vivienda o de la paz.
1García Herreros R., (2013) Hermano de los hombres Colección Obras Completas No. 30 Bogotá: Corporación
Centro Carismático Minuto de Dios p. 32
Sin embargo, todos debemos convencernos de que sólo el combate por la ciudad
temporal de Dios, con pan, trabajo, estudio, justicia, alegría, nos hace ganar la
ciudad futura, la eterna.
El cristiano rechaza la tentación del hombre moderno, que cree que únicamente con
sus propios esfuerzos se podrá salvar a sí mismo y la a humanidad. Rechaza el mito
de un paraíso terrestre, hecho por la fuerza inmensa del semidios hombre.
Pero, por otra parte, el cristiano cree y espera, y debe trabajar por un orden nuevo,
donde la vida humana sea digna de un hijo de Dios. El gran proyecto de los grandes
días que están por venir, como dice el eslogan de un partido político.
Esta ley rige para todos. Aun para la señorita que terminó sus estudios y
materialmente no sabe qué hacer en la casa porque todo lo hacen las sirvientas; y
que se aburre porque no le enseñaron el deber ineludible de servir a los demás y
de no hacerse un pobre ídolo de sí misma; para la señorita que se conoce de
memoria todos los clubes sociales, todas las pensiones.
2 Ibid. 68
Rige también esta ley para el rico, que quizá ha olvidado su condición de miembro
de la sociedad humana y que cree que todo, absolutamente todo lo que posee debe
ser para sí o para sus hijos, cuando tiene obligación personal de hacer que sus
riquezas presten un servicio a los demás, aunque no sean sus hijos, sino los hijos
de Dios.
No olvidemos este primer postulado social cristiano. Nuestra vida y lo nuestro tienen
el deber de servir a los demás. Sea el capital espiritual o el capital material. Sea el
capital de la alegría o el divino capital del dolor. El capital del talento o el capital de
la salud. El capital de la juventud o el capital de la experiencia.
De la verdad de esta ley, brota ese natural menosprecio que siente la sociedad ante
los seres o los capitales inútiles, ante los hombres que no sirvieron para nada.
Ese menosprecio es un preámbulo del castigo eterno que impondrá Dios: El que
dio, para que diéramos. El que nos colmó, para que nosotros repartiéramos.