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LAS ESTRATAGEMAS
DE DIOS
ونس و س خ
َ خ لفَ َل يأممن م خكر ٱل ول إل ٱللخ َقوم ٱل
َ و خو َ ََو
َ ل
Y no están a salvo de la estratagema de
Dios sino los que corren a su pérdida.
Filiis filiabusque
Apólogo
S e sabe que, en los orígenes, los dioses estaban muy cercanos a la tierra. La
vigilaban con cierta ternura arrepentida y nutrían a sus creaturas, alentando
su celo reproductor.
Crearon primero grandes modelos de las cosas, los animaron a su destino plural
y acaso olvidaron sus intenciones ante el empuje de la vida y el bullicio de las
especies.
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Bien sabido es de todos que el primero que narró las contiendas humanas fue un
ciego llamado Melesígenes, que hablaba un idioma hermosamente articulado y
sabía descubrir los motivos del hombre. Pero hay pocos que sepan que este cantor
sin ojos había heredado su ciencia de un abuelo idéntico, que no lo conoció.
Esa misma noche escribió su único poema, que narra los nefastos combates de
ratones y batracios. Al terminarlo, Homero, envejecido y triste, abandonó su aldea
y desapareció.
Días más tarde, unos marinos dijeron, sin vacilación, que lo habían visto caminar
sobre el ponto y sumergirse en el seno de Tetis.
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La lucha erudita se enconó en el poema: espíritus miopes y profesores rancios lo
mellaron, sin dejar línea virgen ni adjetivo sin glosa. El dictamen que dieron, ciego,
torpe, lo excluye del Corpus Homericum. Parece que así se cumplió la ironía del
bardo que urdió la tela invencible, imagen de la verdad.
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Sabemos que la torva actividad de los cangrejos, su astucia lateral, la indudable
dureza de sus pinzas y, más que todo, los designios de Zeus, obligaron a los ratones
a refugiarse en antros y cavernas. Las ranas, sonoras, jactanciosas, volvieron a su
acuosa rutina.
Con prudencia termina Láscaris sus escolios diciendo que los héroes se
escondieron en las espeluncas del monte Gnato y que bajo sus feraces laderas se
diluyó la fama ratonil. Se ignora, hasta la fecha, si el nombre de esta montaña alude
al poder triturador de sus habitantes subterráneos.
las estratagemas de dios 10
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La crónica que nos compete hacer es, a la vez, ardua y sencilla, pues la cercan por
igual las tinieblas y la brevedad.
John Clarke Ashburn y Kleomenes Orghuz Bey publicaron una tediosa, aunque
indispensable, relación de sus trabajos. Se especula en la actualidad acerca de la
posibilidad de que los ratones hayan tenido, entre sus epónimos, una organización
social muy similar a la de abejas, hormigas y termes. Por desgracia, el mapeo
tomográfico de las especies de hoy no permite inferir, pese a ciertos reforzamientos
conductuales, tachados de inoperantes por su rala incidencia, que haya habido una
estructura gregaria y una especialización funcional tan marcadas entre los
antepasados del mur común. Tampoco han sido muy alentadores los estudios
emprendidos en el Apodemus sylvaticus, o ratón de campo. Sin embargo, como en
todas las empresas de los hombres de ciencia, no se ha dicho la última palabra.
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11 ernesto de la peña
A fines de 1985, tras haber apurado el monumental An Enquiry into the Earliest
History of Mice and Muridae, de Ashburn y Orghuz Bey, desesperaba de encontrar
la explicación de la existencia inobjetable de aquel incómodo cementerio. Muy a mi
pesar, renuncié a despejar el enigma y volví a mis otras tareas.
En mayo de 1987 repasé, con cierta furia trasnochada, las polémicas páginas del
Miftah ’aqárib wa’aqáribihim (Clave de los escorpiones y sus congéneres), del insigne
Yahya ibn-Mahmud al-Bustaní, cuya lectura, compleja y florida, me había deparado
muchos sinsabores en el pasado. Revisé los pliegos finales, donde el autor, que
esgrime una procelosa taxonomía, abandona la observación para entrar de lleno en
la metafísica zoológica, y encontré el rostro que faltaba, la clave que articulaba el
edificio.
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Meridárpax, vencido y rencoroso, se retiró a una gruta, seguido de una exigua
caterva de ratones. Alentaba voraces pruritos de venganza. Precavido, comprendió
que sus represalias tendrían que venir más tarde, cuando hubieran sanado sus
heridas y las falanges ratoniles pudiesen abatirse sobre el enemigo, seguras de
triunfar. Imaginó castigos ejemplares, ejecuciones disuasorias y minuciosos
tormentos para los batracios más fanfarrones.
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Un día llegó un forastero a vivir en medio de los ejércitos de Meridárpax. Venía de
muy lejos y mostraba gran diligencia con sus semejantes, aunque hablaba
continuamente de seres superiores y prodigios. Pronto lo siguieron los ratones,
olvidando sus ejercicios y su cuota de faenas comunes. El extranjero, que anunciaba
su pronta partida, comenzó a predicar: arengó a los ratones, sobre todo a los más
débiles y medrosos, prometiéndoles ayuda de otros seres, magníficos y valientes,
que vendrían a hacer su defensa contra la alevosía de los demás, incluso contra los
13 ernesto de la peña
Los signos del fin no se hicieron esperar: la gruta se pobló de entes celestiales
que aleteaban con estrépito en las bóvedas de piedra, sin hacerse herida alguna. Los
roedores vieron en ello una prueba fehaciente de la existencia angélica.
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Cuando las huestes que comandaba, ya anciano y quejumbroso, el intrépido
Meridárpax llegaron a una cifra casi irresistible y el prudente estratego juzgaba que
podría vencer en todas las batallas, la catástrofe se abatió sobre la atónita raza de los
ratones.
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El medroso pueblo ratonil, diezmado, reinició sus ceremonias copulatorias.
Muchos de ellos, casi la totalidad, habían sufrido mordiscos y desgarraduras en la
contienda con los ángeles de la devastación. Hay quienes creen, dice aterrado
Bustaní, que algunas hembras estaban preñadas por el semen quiróptero.
Se dice que cuando salió a la luz del día, el monte se desgajó por dentro,
condolido.
El único y su propiedad
No hay nada que atraiga más al hombre sencillo que la extrañeza de otro; nada
que lo incline más al respeto y la imitación: el señor Phanerius se convirtió, a los
pocos días de su irrupción en la vida sin atractivos de Schlehmihl, en una
personalidad admirada. Los jefes de familia que tenían cierta holgura económica
dieron en hacerse ropa que recordaba sin demasiado esfuerzo la de Phanerius y el
tono de su voz pretendía reproducir el de las pocas palabras que le habían oído.
Atraía también a los bondadosos habitantes de Schlehmihl la especial contextura de
las manos y las facciones del forastero, quizás porque su misma imprecisión
(facciones y manos producían el efecto de estar moviéndose, cambiando ligera,
pero continuamente, de forma) les daba cierto aire aristocrático. Phanerius,
ignorante de todo, seguía su vida de encierro obstinado. Las ventanas de su casa,
sin embargo, se mantenían siempre abiertas, como invitando a los curiosos a atisbar
lo que pasaba dentro. Y, en efecto, alguno que otro desocupado que merodeó por
ese lugar contó historias incongruentes en que el extranjero aparecía investido de
poderes terrenales indefinidos, cuya misma vaguedad era motivo de comentarios y
suposiciones.
Otros, más propensos al desvarío, narraban que lo habían visto volar y que su
risa tenía ecos infames y resabios malignos. La única observación que todos
corroboraban era la manía de hablar a solas aunque (en esto también había
consenso) tal vez no a solas, puesto que muchos sostenían haber oído una voz
tenue, apagada, que contestaba, casi inaudible, a las reflexiones que Phanerius solía
hacerse.
17 ernesto de la peña
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Stebelski, cervecero de aromado prestigio, razonaba con particular buen sentido y
se había convertido en oráculo inapelable de los buenos vecinos de Schlehmihl. A él
se debió la hábil observación, emitida en tono sibilino a los tres días del arribo de
Phanerius a la villa, que instaba a la paciencia y aconsejaba confiar: el excéntrico
tendría por fuerza que contratar servicio para atender su casa, demasiado holgada
para mantenerse limpia y en orden al solo cuidado de un hombre que, a todas luces,
había tramontado la cincuentena. El ansia que había consumido a los conversadores
se trocó en franca zozobra cuando pasaron hasta sesenta días sin que el extraño
hubiera solicitado servicio alguno. Muy temprano, por la mañana de los sábados,
acudía al mercado y, casi a mudas, indicaba lo que necesitaba y cubría la cantidad
pedida, si era justa, o seguía de frente, si excesiva.
Sin embargo, no podía notarse un deliberado prurito de evitar a los demás. Las
ventanas, es indispensable reiterarlo, permitían verlo cuando se palpaba la piel,
sobándose dubitativamente el rostro o tañéndose el vientre, como si tratase de
cerciorarse de que los volúmenes y los contornos seguían siendo los mismos y que
su apariencia física no había sufrido menoscabo ni incómodo incremento. Con la
mirada, momentáneamente encendida, recorría con morosidad satisfecha los
perfiles de los árboles, los tallos de las plantas y el trazo de los arriates, reposando
en las hojas que habían caído por el suelo, siguiendo el curso de los hilos de agua
las estratagemas de dios 18
que se habían filtrado al regar las flores o percibiendo las defecaciones de los
pájaros. Puntual, como siempre, se sumía más tarde en ignotas operaciones y
rutinas abstrusas, protegido por el sigilo de los muros y la soledad.
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Finalmente un sábado, día de mercado, sucedió el milagro: Christopher Phanerius
se acercó con discreción a un mozalbete de evidente fuerza, llamado por burla
Simplizissimus, y le habló de la posibilidad de que lo ayudara en el trabajo
doméstico. Simplizissimus, ufano del favor que le ofrecían, no supo bien ni cuánto
pedir por sus servicios y aceptó la cantidad que Phanerius le propuso. El pueblo
entero respiró satisfecho cuando los dos se encaminaron a la morada del forastero.
El viejo prodigio de la esfinge que revela sus enigmas podría repetirse: los honestos
ciudadanos de Schlehmihl olvidaban que cuando habla, plantea cuestiones
insolubles y castiga de modo inmisericorde.
El solitario se apoyaba casi todas las tardes en el alféizar de sus ventanas para ver
cómo el sol se le escapaba en cada crepúsculo.
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La enfermedad que se precipitó sobre Phanerius unió la indulgencia de la brevedad
a la firmeza de sus síntomas letales. Los dos médicos del pueblo devanaron
Hipócrates y Galenos para desembocar en la ignorancia. Una sola certidumbre,
palmaria, desalentadora, cundió por Schlehmihl: el forastero moriría sin traicionar
su recato ni romper su zona de secreto empecinado. La solicitud de la aldea entera
se volcó en tisanas, emplastos, dietas y sinapismos. El mal de Phanerius derrotó a
las estratagemas de dios 20
las buenas intenciones y las recetas familiares: la tarde de un jueves, hacia las siete,
mientras el jardín reivindicaba sus privilegios nocturnos, expiró. Cuando menos al
morir no defraudó a los diligentes ciudadanos de Schlehmihl, pues enunció, quizás,
la cifra de su enigma. Sus últimas palabras, que se trocaron en estribillo
incomprensible para todos, fueron:
Asombrado, temeroso, contó a Stebelski que, al salir la luna, había visto que del
lugar de reposo de Phanerius emanaban dos fosforescencias nítidamente
perceptibles, dos figuras humanas gemelas, abrazadas en un nudo indiscernible,
como si una envolviera a la otra, tomando su sustancia vertiginosa y volátil de la
más recia y compacta. Simplizissimus sigue afirmando que juntas, contrastadas y
difusas, como hombre y simulacro, se diluyeron en el aire.
Receta para la confección
de ángeles
T ómese un dios que ame las jerarquías y un teólogo asesor que las defina. 1
Constrúyase un modelo a escala de los siete cielos.
Tome una tabla de densidades y aplique una gama de durezas (la de Mohs ha
dado buenos resultados). Insista en la sutileza de los cuerpos y recuerde las
posibilidades del ectoplasma. Si es necesario llevar al límite la contracción
dimensional, no vacile en hacerlo, en beneficio de la evanescencia deseable. Puede
añadir, a placer, corrientes de éter y fantasmas siderales ingrávidos. El teólogo
1 No se preocupe demasiado del teólogo (pese a que su intervención, bajo control estricto, puede dar lustre al experimento)
ya que suelen acatar los que cultivan esta disciplina el ordo creaturarum como reflejo de una voluntad superior y, por ende,
no aportan novedad alguna; incurren, a lo sumo, en alardes de interpretación.
23 ernesto de la peña
Una vez que se ha ya efectuado la levigación, repítala hasta tres veces, sin
permitir que los posibles homúnculos adventicios le hagan caer en sus trampas y se
cuelen en la estructura. Proceda siempre per viam iterationis. Cerciórese una y otra
vez del procedimiento.
distribución congruente, no está de más atender a las sugerencias del dios elegido.3
3 Hasta el momento, no hay constancia de que algún dios haya sugerido adición, cambio o substracción alguna.
La victoria de Simón mago
A Emilio Uranga.
Doctor Divinitatis
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Dos años más tarde, la urgencia milenarista se apoderó del orbe católico.
Procesiones sin término de flagelantes y silenciosos llegaban a Roma, verdadera
metrópoli del espíritu, en tanto que los eclesiólogos urdían sus postreras batallas
con los teólogos de la muerte de Dios.
las estratagemas de dios 30
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Los dos bandos principales de la Iglesia Expectante (designación que se acuñó
entonces para indicar la ansiedad quiliástica de la institución) volvieron los ojos a la
ciencia que llegó a llamarse, con cierto resabio de ironía inevitable, “simonología”.
Un año antes del milenio, la Iglesia de Occidente había triunfado por sus
virtudes de síntesis: bajo su manto protector, como dijeron los jerarcas eclesiásticos
reunidos en un concilio ecuménico magno, quedaban amparadas todas las
creencias. La espera del quiliasmo requería únicamente de una respuesta para los
creyentes todos: cuál había sido la dignidad apostólica de Simón Pedro, llamado
Cefas.
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En virtud del peso moral y dogmático que tienen los hechos que presenció la
muchedumbre en el Foro Julio, circunscribimos nuestra tarea a narrarlos,
anteponiendo sólo algún pormenor imprescindible para su comprensión cabal.
Simón Pedro, apodado Cefas, llegó a Roma instigado por la fama hechicera de
Simón de Samaria. Lo acuciaba, parece, el ánimo de emulación y lo expulsaba de
Judea su concepto de la moral, pues había preferido que su hija Petronila, la
Perronelle del medievo, siguiera sufriendo de parálisis, antes que permitir que el
libre uso de sus miembros la condujese a ser motivo de tentación.
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33 ernesto de la peña
Roma, asiento de su futura basílica, fue para Pedro un pestilente lugar de engaños y
un suplicio invertido, donde sus pies hollaban la altura mientras su cabeza,
reventada de sangre, hurgaba el cieno y veía, como en una implacable alucinación,
el trastorno radical que su maestro galileo le exigió.
Por la noche, los pocos fieles que lloraban la muerte de Simón de Samaria
llevaron sus descoyuntados restos a una tumba en las afueras de Roma.
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Escribimos esta atropellada crónica ahora que empiezan a decaer las varias
efusiones del milenio.
dónde enterraron al apóstol. Tal vez no quisieron difundir esta noticia para que los
hombres, que no saben entender los símbolos, no se enteren de que Simón, llamado
Pedro, que es Cefas, no es otro más que Simón de Samaria. En Roma, en el Foro
Julio, Simón dio su doble testimonio”.
Fórmula expedita
para la comprensión divina
Pero este cuerpo no es un cuerpo, sino una simple determinación de todas las
posibilidades y una fuga constante y eterna de la imposibilidad total hacia su
negación afirmativa. Es una idea en la que se anulan y aniquilan todos los
conceptos, vencidos por su irracionalidad. En esta determinación indeterminada
convergen todos los instantes que han sido y que, al haber dejado de ser, forman la
opacidad de una transparencia de la que se forma el tiempo divino, que no es
ninguno de ellos y los comprende a todos, porque su eterno durar les confiere un
ámbito para que se eternicen en su muerte, aunque nunca nacieron.
Todo lo anterior es falso por la verdad radical que lo asiste, pero que niega su
mentira en la misma afirmación de que es la contraposición sin contrarios.
El viaje estival
del doctor Fausto
S e ignora cómo llegó el doctor Fausto al confín meridional del Mar de la Sal.
Las crónicas viejas consignan la fecha de su partida de la Selva Negra y,
aunque hay discrepancias de fuentes e interpretaciones, se sabe que debió de
ocurrir hacia fines de julio o mediados de agosto. Sorprende que su llegada a ese
paisaje ferviente e inhóspito coincida con el día en que abandonó Alemania. El
error posible se reduce virtualmente a cero cuando se analizan los anales judíos,
puntillosos hasta la indiscreción y azorados ante la desmesura del proyecto de
Fausto. Se sabe también que levantó sus tiendas en la antigua Edom y que podían
verse sus altivas banderolas, estremecidas por los frecuentes rugidos del paraje.
Amigos de los símbolos, los judíos aplicaron las reglas del notaricón y fraguaron
sectas enemigas: afirmaban unos que la presencia juvenil del sabio en aquellos
lugares demostraba la verdad cabal del Adam Qadmón, en tanto que otros, más
cercanos a la literalidad del Tanaj, invocaban el Génesis, o Libro en el principio, y
desgranaban de nuevo la sabiduría de Salomón y de Shimeón bar Yoqay.
las estratagemas de dios 42
Porque se habla, claro está, de una traslación por aire, pues no puede explicarse
de otra forma el acoplamiento de las fechas. No debe olvidarse, sin embargo, a los
adeptos que sustentan que, dada la indisputable sapiencia del doctor y sus jugosos
tratos con los poderes de las tinieblas, hubo varias horas de ubicuidad verdadera.
En su pintoresco lenguaje las califican de synchroniae cum tempore communi,
siguiendo con deleite el afán pleonástico de nuestros antepasados.
Una tribu furtiva de edomitas conserva las ferradas botas del doctor: sus
miembros las temen porque en las noches de mayor oscuridad pasean con soltura a
dos codos del suelo y dan muestras de agitación e impaciencia. Hay quienes
piensan que con ellas sólo pueden calzarse las pezuñas hendidas de Satán.
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Sólo por afán de orden y requisito de método, asentaremos ahora cuál fue el motivo
del viaje: el sabio doctor buscaba fluidos esenciales, éteres de vida y sustancias
motoras; pero, por encima de todo, su ambición más apremiante, esto es bien
sabido de todos, era, como los árboles del Paraíso, doble y tremenda. Nutrido de
todas las filosofías, ahíto de teología y matemáticas, maestro consumado en
exégesis y alquimia, la pezuñosa habilidad de Megistofelés le entregó el dulzor
efímero y engañoso del amor.
43 ernesto de la peña
Apenas llegado a su retiro, abrió las semíticas tapas de una Biblia y buscó
indicios durante interminables noches siderales y días bochornosos.
Al fin, muchas estaciones más tarde, cuando habían mudado reyes y arzobispos,
abjurado papas y místicos y el mundo se había engrandecido con la aventura
ultramarina, entendió el pasaje, tantas veces manido...
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Con los ojos entrecerrados, la mente fija en lo que veía, el tenaz doctor examinó la
costa: la invadían mesuradas olas cuyo chasquido afelpado, lento, indicaba el peso
que portaban. Un olor sulfuroso le hacía recordar sus primeras experiencias en el
atanor, los fuelles, los alambiques y los grimorios. Irrumpieron en su memoria los
nombres y atributos de las potencias sigilosas; se incendió nuevamente el árbol
calcinado que comunica el cielo con la tierra, otra vez oyó el canto brusco y rápido
de las Sirenas y sintió el aleteo de sus alas quirópteras y la urgencia de su lascivia
letal. Trazó en el aire espeso los signos del poder y echó a andar, resuelto, hacia el
grupo de estatuas salinas que los visitantes llaman “esposas de Lot”.
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las estratagemas de dios 44
Trazó en torno de ella los diseños precisos. La inquietud del silencio le dijo que
no se había equivocado. Sostuvo en la siniestra la tela, urdida de cinabrio y
antimonio. Con el mínimo martillo de forma saturnina dio un golpe firme en el
cuenco volcado de los ojos. Creyó oír, formada del silencio, una insinuación de
lujuria. Recogió los cristales con premura. La red que los contuvo pesaba
insoportablemente cuando la puso sobre su cabeza.
45 ernesto de la peña
Cierto ardor anunció la cercanía; por los lagrimales de Fausto entró un vapor
insulso. Con las pupilas fijas, colocó sobre la lengua un cristal: pesaba y se movía.
La saliva lo cercó de humedad: hirvió un momento y se fue garganta abajo.
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Cuando la tuvo enfrente, desnuda y calcinada, serena, cómplice, Fausto habló:
Y entonces Fausto fue todas las cosas: la savia y la plaga, el tornado, la nieve, el
crimen tramado en una calle solitaria, la estrella que se arde y la catarata, la historia
y los peligrosos nombres del futuro.
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Fausto volvió sereno de su viaje estival.
Anselmo,
inventor de hoyos negros
8
Cuando llegó la misiva papal, se rebeló. Repugnaba a sus costumbres emprender
una marcha por los campos abrumados bajo el peso del sol, pernoctar en hostales
de clientela soez y, cuando tantas jornadas estuvieran acabando con su escaso vigor
y su ardida paciencia, bogar hacia Britania, habitada por bárbaros de lengua
entrecortada e insolente promiscuidad.
Tres días faltaban para el viaje perentorio, tres noches para orientar sus
cavilaciones. Cuando entró en la celda, después de maitines, había tomado una
resolución inteligente: su amigo Tomás se encargaría de su legación. Tomás, en
efecto, había mostrado siempre una mundana inclinación por las misiones y sabía
predicar, esgrimiendo sutilezas retóricas y deslumbrantes argumentos teológicos.
Él, en cambio, prefería pasar solitario las tardes, alejado del convento,
caminando en el huerto, sumido en la meditación que le quitaba el sueño. Sus
noches, enturbiadas por fantasmas insomnes y reflexiones asfixiantes, lo dejaban
postrado, con los ojos velados de preguntas. Así purgaba sus lapsos y engrandecía
su deuda con Dios, acreedor de proverbial largueza, que le permitía observar su
mezquina pequeñez frente a la fábrica rotunda del cosmos.
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49 ernesto de la peña
En las costas de Dover, Anselmo aprendió el combate del agua con la tierra, que
sale vencida por las artes del tiempo y la constancia. Todos los días bajaba a la playa
y recogía crustáceos, conchas desertadas por sus habitantes y piedras que
guardaban en su humedad pulida el recuerdo del mar. Había levantado un cobertizo
al lado de las olas, después de que Tomás se marchó a Londres a cumplir su misión;
lo iba llenando cotidianamente de objetos que confirmaban la variedad de lo creado
y daban pábulo a su admiración. A un cuarto siguió otro y luego otro y al cabo de
los años, cuando la iluminación llegó a Anselmo, su eremitorio tenía el aspecto de
un museo pequeño, atestado de creaturas varias. Su ánimo clasificador y su prurito
de observarlo todo, asignándole algún lugar específico en la inmensa composición,
habían llenado los aposentos de anaqueles y mesas cargadas de hojas, líquenes,
piedras y objetos pugnaces que el mar devolvía a la costa, testigos de las guerras de
otros tiempos.
Dejó los rezos conventuales, fue desaprendiendo las horas litúrgicas y abrió cada
día menos devocionarios y misales. El alfabeto de los astros iba enlazando su
precisa escritura frente a la curiosidad de Anselmo. Los símbolos empezaron su
abstrusa letanía y fueron revelando su indispensable contextura. Anselmo,
transfigurado en la revelación, se adentraba en las cámaras celestes.
Un día, mientras caminaba al lado de un arroyo, cayó una hoja en el agua. Por
enésima vez el cíngulo exterior bogó, alejándose del centro. Anselmo, simbólico,
interpretó el prodigio olvidado:
—Así las creaturas, se dijo, parten en su existencia de un lugar central que les da
nacimiento y cuyo origen está afuera, lejano de ellas, como el árbol, que las nutrió
de savia. Por un azar o una ley deliberada de rigores que no me es dado penetrar, el
las estratagemas de dios 50
agua forma un punto, manantial del nacimiento de los seres. Y debo entenderme
bien, agua es traslación sola, metáfora, flatus vocis, es la suma continua de
sustancias compactas y dúctiles, espesas y volátiles, de la máquina del universo. De
allí, pues, parten las olas, haciéndose siempre más ralas, menos perceptibles
mientras más lejanas estén de su matriz. Ésta es la escala de los seres.
Y levantó sus voces inaudibles para elogiar al Señor, que nos da inteligencia para
escudriñar los rastros que se esconden bajo la apariencia banal del suceder de todos
los días.
“No se acerca a nosotros, porque su exceso nos aniquilaría. Ni siquiera nos ve,
pues su mirada es deletérea y corrosiva. ¡Mantente lejos, rex tremendae maiestatis!”
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Muchos esfuerzos le costó el aparato. Innumerables desvelos rutinarios para
ponerlo a prueba hasta que, finalmente, un día ya estaba allí, diminuto, alerta. Lo
acercó a su mano y el objeto emitió una luz, cárdena primero, amarilla más tarde,
hasta volverse roja cuando lo mantuvo apoyado en la palma.
51 ernesto de la peña
Pronto descubrió que, en las noches, el objeto se replegaba, como que se ceñía a
sí mismo y mostraba zozobra. Decidió dejarlo en el brocal del pozo, expuesto al
asedio estelar.
Al día siguiente, cuando lo tomó en sus manos, las gotas multicolores que se le
escaparon le dieron clara idea de la soledad de las cosas.
Observó en particular una, un poco más rígida que las demás, como si la película
que la cubría fuera de aplacado azogue. La larga costumbre de mirar le hizo posible
penetrar en la sigilosa materia: las sienes le golpearon, sintió que toda la sangre se
congregaba en la garganta y tuvo miedo.
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las estratagemas de dios 52
Marsilio afirma que, tras la ruptura del objeto que se colmaba de imágenes,
Anselmo recibió la revelación y quedó literalmente absorto en ella. Hay aquí un
posible juego de palabras, ingenuo y socarrón a un tiempo, pues el iluminado monje
(así lo sugiere una escuela de exégesis, entusiasta y extremosa) no volvió a
comprender el mundo cotidiano, abstraído en su navegación divina.
Otros, con fervor más intransigente, dicen que del texto se puede colegir que
Anselmo partió hacia la fuente, grávida y bienaventurada, de su descubrimiento.
Unas huellas borrosas, como de pie indeciso, señalan, atónitas, el sitio de donde
partió.
Su nombre dio indicios a los cabalistas: no que adivinaran que tras él se pudiese
esconder el calumniado doctor, muerto quizá doscientos años atrás, sino que su
sentido inequívoco los instaba a entablar cercanías saludables para la iluminación,
siempre tan deseada y elusiva.
Por eso no era raro, dada la complacencia de Johannes Masskil, que los más
enjundiosos sabios y los pacientes comentaristas de la Biblia se instalaran en su
morada, usándola como liza para sus argucias y sus inagotables discusiones y
distingos.
8
Pero el tiempo, consecuente con su esencia, seguía transcurriendo y una tarde
desapacible y neblinosa Johannes Faustus Masskil decidió iniciar el obraje.
El goteo tardó largas horas, el cuello del alambique amenazó obturarse por el
inevitable nigror, pero el azufre, tomado ya del fuego de la cocción, se fue
volatilizando hasta lograr que, en el atanor, los gemelos pasaran por la estrechez y
pusieran el pie en la amapola de mil pétalos. En la retorta fulguró el consabido
las estratagemas de dios 58
8
Es de suponer que cualquier homúnculo que tenga el indispensable sentido de las
categorías del ser deba sentirse postergado al acatar sin demora las órdenes del
amo, aunque se trate de un erudito egregio como el doctor Masskil. Pero el mundo
intermedio tiene leyes inexorables y las desobediencias se castigan con una sevicia
impensable hasta entre los más aviesos y rebajados especímenes del género
humano. Por ende, el azufroso Knecht, como se empeñó en llamarlo su señor, pese
a las vitriólicas protestas del infortunado, se encargó de todos los menesteres
cotidianos y burló a los servidores, que no se percataron de que en la carne indecisa
del homúnculo triunfaban las astucias imitativas de la alquimia.
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Resueltos así sus apremios inmediatos, Masskil reanudó su exégesis y puso a
prueba su ciencia: volvió a soñar los sueños inveterados de los hombres: regresaron
por sus fueros los arquetipos y las fuerzas primigenias de la naturaleza lo
invadieron. Con el saber simultáneo, Masskil percibía con pareja nitidez el trabajo
minucioso de los microrganismos en su sistema digestivo, la contextura del aire
impalpable en los alvéolos de sus pulmones, las proezas de correlación fisiológica
de cerebro y órganos comandados y la múltiple gestación de las sensaciones.
Incendio y lumbre que lo fomenta, inundación por el agua primordial, vuelo del
primer pájaro que sintió la curvatura de las rutas aéreas, teoría del universo
cristalino que implanta la nieve, Fausto padeció simultáneamente polos y magma,
muerte y profanación, nacimiento y cuchillada, revelación y ocultamiento.
Pese a todo, tras apurar este brebaje desilusionado, determinó que su empresa
culminaría en el buen éxito de su prolongación eterna en la vida.
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61 ernesto de la peña
Johannes Faustus Masskil, dicen las crónicas, encontró la ruta que lleva a la entraña
eterna de las cosas. Hay quienes lo suponen todavía viviente, convertido en el
viento sideral o arrastrado en el flujo de la luz.
Una rama herética de los parsis, avecindada en el recodo septentrional del lago
Balaton, cuida una llama invisible, transparente, cuya voracidad sólo se percibe
cuando engulle, en las álgidas noches del invierno húngaro, los seis carneros
propiciatorios que los ribereños le destinan para que arda los vientos asesinos que
hacen zozobrar barcos y canoas. Tras seis crepúsculos de inmolación, sacan el
recipiente de metal invencible que sustenta a la flama, cuyo nombre es Masskil
Faust, y lo ponen bajo los árboles más altos: las hojas y las ramas superiores
cambian instantáneamente al rojo blanco y se volatilizan, fulminadas. La
supervivencia de Fausto queda así asegurada.
En París, sobre la ribera izquierda del Sena, una placa gótica, casi vencida por el
embate de la intemperie, anuncia la última morada del doctor. En su interior, en un
cuarto habitado solamente por un camastro de hierro, un libro de páginas vacías y
una mancha sombría en el piso, un hueco calcinado marca el impacto de la bala que
mató al suicida.
Índice
Apólogo.............................................................................................................6
El único y su propiedad...................................................................................15
Receta para la confección de ángeles.................................................................22
La victoria de Simón mago...............................................................................26
Fórmula expedita para la comprensión divina..................................................38
El viaje estival del doctor Fausto.......................................................................41
Anselmo, inventor de hoyos negros..................................................................47
Viaje invernal de Johannes Faustus Masskil......................................................55