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¡POR UNA NUEVA EDUCACIÓN!

Podrán cortar las flores,


Pero no podrán detener la primavera.
Neruda

Hace poco más de un año, empecé a introducirme en ciertos temas que, en la medida en que
los profundizaba, iba comprendiendo la importancia de estos en lo que soy como educador,
trabajador y persona. Se trataba de temas que sobrepasaban mi propia formación de
pregrado, y por ello, me enfrentaba a nuevos retos. De manera que, fue en la marcha que fui
aprendiendo sobre este largo camino crítico, de lo que hoy conozco como estudios sobre la
decolonialidad y estudios feministas. Por supuesto, esto no lo he aprendido solo, fueron
varias tazas de café con uno de los amigos que considero más brillantes en estos temas; con
quien trabajo, y por tanto, puedo seguir nutriendo mi discurso en el transcurso de cada
debate que sostenemos. A él muchas gracias por apoyar, pedagógica y teóricamente, esta
semana cultural que nos hemos propuesto hacer con grado undécimo.
Es por esto, que es mi intención evocar algunas de las ideas que salían de nuestras
conversaciones, con el fin de que comprendamos que la importancia de la reflexión
pedagógica recae en el hecho de desacomodarnos en los discursos, problematizarlos, es
decir, preguntarnos: ¿Qué enseñamos? ¿Por qué lo enseñamos? Y ¿De qué manera los
estamos enseñando? Porque cuando no nos movilizamos sobre cada uno de estos
cuestionamientos, terminamos, consciente o inconscientemente, provocando violencias
sobre nuestros estudiantes y sobre nosotros mismos.
Dentro de aquellas conversaciones aprendí, que aún frente a la importancia que tiene la
enseñanza de la historia, muchas veces construimos y reproducimos representaciones sobre
las que desechamos el saber de otros pueblos, como los que ocupaban este vasto territorio
hoy en día llamado América. Y que si en algún momento los reconocíamos, era bajo el
cliché de leerlos desde lo que no eran, sino desde lo que queríamos que fueran. Por ello, es
recurrente escuchar la utilización de la palabra indio, para referirse de manera peyorativa a
quien se le considera bárbaro, incivilizado e ignorante. Es más fácil para nuestra memoria
saber cuáles son los nombres de los tres barcos en los que llegó Colón (La Pinta, La Niña y
La Santa María), y no los nombres de aquellos indígenas que se resistieron a la conquista y
la colonización, como Atahualpa y Guaicaipuro.
De igual modo, es sencillo reconocer la defensa de los indios hecha Bartolomé de las
Casas; y al mismo tiempo, ocultar el hecho de que este fraile español también legitimó el
tráfico y esclavitud de la población negra africana. Negros que tuvieron que padecer el
inicio del capitalismo mercantil, al ser cambiados por oro y especias en puertos como el de
Cartagena y Haití. A esto se le conocería después como el triángulo de la muerte. Pensarnos
todo esto, implica empezar a descolonizar el saber y asimismo abrir otros escenarios desde
los cuales sea posible reconocernos en la alteridad, esto es, nuestro poder ser Otro.
Por otro lado, la violencia sobre la mujer en la historia ha sido reiterativa. La mujer
indígena era violentada por ser mujer, por ser indígena y por ser esclava. Y dentro del
pensamiento occidental, pensadores como Pitágoras consideraban que la mujer era la
oscuridad, y por tanto, la maldad; o como Aristóteles, que afirmaba el hecho de que la
mujer era mujer en vista de carecer de algunas cualidades masculinas, es decir, era medio
hombre. Idea problemática porque para el filósofo de Estagira solo los hombres son
animales racionales, entonces, ¿la mujer sería medio animal racional?
En el medioevo, las asesinaban bajo la premisa de que eran brujas, cuando en realidad eran
grandes pensadoras y científicas. ¡Qué decir de la Revolución Industrial! Momento donde
los obreros empezaron a defender los valores de la familia, solo porque las mujeres, por ser
mano de obra barata, resultaban peligrosas dentro de la competencia laboral; con esto
buscaban mandarlas a quedarse en el hogar. Y hoy en día, les gritamos cosas obscenas, les
pagamos menos, les echamos nuestros fluidos, las matamos, para después salir a burlarnos
en nombre de un igualitarismo, que solo puede existir, si nosotros como hombres, nos
empezamos a desacomodar en nuestros privilegios.
Somos nosotros los que debemos renunciar a ciertos beneficios que hemos puesto a nuestro
favor, y no esperar a que la mujer tenga que ceder lo que ha venido paulatinamente
ganando. En ese sentido, ¿qué tal si empezamos a enseñar y a aprender en función de todas
esas violencias que generamos? Porque al fin de cuentas, como tituló Albert Camus en uno
de sus artículos publicado en el periódico de la resistencia llamado Combat: Ni Víctimas,
Ni Verdugos. Es decir, no existen están categorías de los buenos y los malos, pues todos
(unos más y peor que otros por supuesto) sufrimos y agenciamos prácticas de violencia.
Sobre esto es que gira mi enseñanza de la filosofía en grado undécimo; y es esta, la
intencionalidad que quisimos mostrar a lo largo de la semana cultural en el colegio. Por
ello, los invito a promulgar por una educación con un sentido decolonial, y por supuesto,
cada día más feminista.

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