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XX Domingo Ordinario (B) Seminario San Antonio Abad

(19.08.2018) P. Ciro Quispe

EL QUE COME MI CARNE


(Jn 6,51-58)

En aquel tiempo, Jesús dijo: 58 «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno
come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne
por la vida del mundo». 52 Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo
puede éste darnos a comer su carne?» 53 Jesús les dijo: «En verdad, en verdad
les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no
tienen vida en ustedes. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida
eterna, y yo le resucitaré el último día. 55 Porque mi carne es verdadera co-
mida y mi sangre verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en mí, y yo en él. 57 Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado
y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. 58 Este es el pan
bajado del cielo; no como el que comieron los padres de ustedes y murieron;
el que coma este pan vivirá para siempre».

Seguimos con el capítulo seis de san Juan. Son cinco domingos litúrgicos dedicados
a la reflexión del más grande de los milagros de Jesús: la multiplicación de los panes.
Seis veces se cuenta este milagro en los evangelios, sin embargo es el milagro menos
comprendido de Jesús. Casi un verdadero flop. Aquella gente se quedó sorprendida con
el milagro, con la abundancia del pan material, y con el poder sobrenatural del Naza-
reno. Quién no quiere un rey así, capaz de quitar el hambre del pueblo con un simple
gesto. También nosotros habríamos ovacionado su candidatura (Jn 6,15). Por eso, la li-
turgia prefiere la extensa narración que hizo Juan tratando de explicar el misterio escon-
dido detrás de la multiplicación de los panes. Y otro detalle más del texto litúrgico. Este
domingo se repite el último versículo del evangelio anterior. Casi nunca sucede. Nor-
malmente se saltan algunos y muchos versículos. Significa que la homilía debe estar co-
nectada a la del domingo anterior.

El que come de este pan


Jesús corrigió inmediatamente a la gente que lo buscaba solo por el milagro (6,26),
que fue todo un suceso. Con cinco panes dio de comer a más de cinco mil personas.
Aquella gente, igual que muchos de nosotros, solo miraba el pan material (6,26). Sin
embargo, el Nazareno pidió abrir los ojos al «signo» (6,26), al signo del «pan de vida»
para todos. Al signo que es la promesa del pan que de vida que sacia para siempre
(6,27), del mismo modo que Él prometió el agua de vida que quita la sed para siempre
(4,10). Y el signo – maravíllate – es Él mismo Jesús. Y lo reveló con aquella frase revo-
lucionaría que jamás hombre alguno se atrevió a decir o imaginar: «…el pan que yo le
voy a dar, es mi carne por la vida del mundo» (58b). ¿Cómo es posible, Jesús? ¿Estás
hablando en sentido figurado, poético o simbólico? Nada de eso, diría Jesús. Es tal cual
suena: «…el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo». ¿No estas
exagerando Maestro? ¿Cómo es posible?

Discutían los judíos


Ante semejante afirmación no hay sino dos posibilidades: creer o no creer, aceptar o
no aceptar, maravillarse o simplemente discutir. Así lo hicieron los judíos. Se pusieron a

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discutir de manera fuerte, dura e incluso violenta (machomai). «¿Cómo puede éste dar-
nos a comer su carne?» (58b). «Éste», a quien conocemos su familia, sus padres, sus as-
cendientes, su oficio, su proveniencia, cómo se atreve a tanto. «¿Cómo puede éste
darnos a comer su carne?».
Aquella vez los judíos se escandalizaron ante tal afirmación. No era para menos.
Pues se necesita mucha fe para creer en estas palabras. Y además se requiere el entendi-
miento para captar las palabras del Maestro. Frente al completo escepticismo o la có-
moda indiferencia, frente a la apatía intelectual o al egoísmo incrédulo, frente a dejadez
mental o la duda metódica, frente a la total desconfianza o a la burla sarcástica… queda
al menos la discusión (machomai). Si hay esa rendija esperanzadora se puede avanzar,
se puede continuar con el diálogo; caso contrario es mejor no tirar las perlas… Así lo
hizo el Maestro. Continuó explicándoles el por qué dijo semejante afirmación: «…el
pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo» (58b).
Aquella vez los judíos incrédulos discutieron ásperamente. Hoy en cambio, muchos
la rechazan a priori; y los más tolerantes lo aceptan a su manera. Me explico. Para mu-
chos protestantes de nuestro entorno es inadmisible que Jesús nos dé su propio cuerpo
como alimento de vida (no creen en el misterio de la eucaristía). Puedes enumerar desde
las sectas cristianas a las no cristianas. Asimismo para los más tolerantes, los protestan-
tes más formales, la eucaristía se trata, por ejemplo, de un símbolo, de una representa-
ción o de un recuerdo. Pero imposible que sea el cuerpo de Jesús. Porque: «¿Cómo
puede éste darnos a comer su carne?» (58b).

El que come mi carne y bebe mi sangre


Siete veces, en este texto, se repite el verbo «comer», y en paralelismo podríamos de-
cir lo mismo con el verbo «beber». Jesús no habló en lenguaje simbólico, representativo
ni poético. Para comprender mejor (fe y razón) empecemos por la segunda parte de la
frase: «el que bebe mi sangre». ¿Qué significa eso? «Sangre», en el mundo bíblico, está
asociado a la «vida», la vida misma. En la sangre circula la vida del hombre o del ani-
mal. Por eso, los judíos son cuidadosos al momento de comer un animal. Deben desan-
grarlo muy bien. Existen distintas técnicas para eso. La sangre es la vida y viceversa. Es
más, toda vida le pertenece a Dios. Por eso, después de desangrar al animal se restituye
la vida a Dios, derramándolo por tierra. Pero volvamos a nuestra reflexión.
Parafraseando las palabras del Maestro y tratando de hacerlo accesible podríamos de-
cir: «quién bebe mi vida, que está en la sangre, permanece en mí y yo en él» (56); «el
que bebe mi vida, mi sangre, tiene vida eterna» (53). Beber no es sino asimilar, lo
mismo sucede con el verbo comer. Es más, el texto usa el verbo trōgō, «masticar». «El
que mastica mi carne permanece en mí y tiene vida, vida eterna», afirma Jesús. Beber o
comer no es sino asimilar, que también corresponde a la semántica de la comida. El
cuerpo asimila en sí todo lo que bebe y come. Dicho entonces de otro modo, necesita-
mos asimilar toda la vida de Jesús si queremos tener vida en nosotros. Comiendo y asi-
milando la vida de Jesús nos configuramos con él. Transubtanciamos nuestro cuerpo y
nuestro vida, según la vida del Maestro. Hay quienes asimilan el espíritu de un escritor
famoso, de un músico sublime o de un pensador interesante. El cristiano, en cambio,
asimila el espíritu de Cristo. Y lo hace comiendo, masticando, y bebiendo su vida
misma. No debemos perder nada, ni una migaja, si queremos asimilar toda su vida, por-
que Él posee vida en abundancia, vida eterna (que no es bios sino zoé), que a su vez Él
lo asimiló del Padre que es el que vive o el viviente (57a; hō zōn). De ese modo, podre-
mos permanecer en Él. De ese modo, haremos realidad sus palabras que no son poesía

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sino la verdad plena, vida eterna como lo dirá Pedro al próximo domingo. ¿Crees esto?
¿Te escandalizó a ti también el Maestro? ¿O prefieres discutir o ignorarlo a priori?

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