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Capítulo I

Síntesis
En este capítulo, Freud trata principalmente el tema del origen de la sensación de eternidad o "sentimiento oceánico" como
fuente primordial de la religiosidad humana. Según él, "trataríase de un sentimiento de indisoluble de comunión, de inseparable
pertenencia a la totalidad del mundo exterior". Para dilucidar el origen de este sentimiento debemos embarcarnos en
el análisis del yo. En situaciones normales, dice Freud, nada nos parece más seguro y establecido como la sensación de nuestra
"mismidad", de nuestro propio yo. Sin embargo, la investigación psicoanalítica establece que el yo se continúa hacia dentro,
sin límites precisos, con una entidad psíquica inconsciente que denominamos ello y a la cual el yo sirve de fachada. Por lo menos
hacia el exterior, el yo parece siempre mantener límites claros; sin embargo hay una situación en la que amenaza esfumarse el
límite entre el yo y el objeto: el enamoramiento. El enamorado afirma que yo y tú son uno, y está dispuesto a comportarse como
si así fuera. De esto aducimos que lo que puede ser anulado por una función fisiológica podrá, desde luego, ser trastornado
por procesos patológicos. Por lo tanto, el sentimiento yoicio está sujeto a trastornos, y los límites del yo con el mundo exterior
no son inmutables.
Establecido esto, debemos decir que el sentido yoicio del adulto no pudo haber sido el mismo desde el principio, sino que sufre
una evolución. El lactante, por ejemplo, aún no discierne su yo del mundo exterior. Va aprendiendo esto a través de diversos
estímulos, pero lo que ha de causarle mayor impresión es el hecho de que algunas de las fuentes de estímulo sean susceptibles de
provocarle sensaciones en todo momento, mientras que otras se le sustraen temporalmente, entre ellas la que más anhela: el seno
materno. Así, comienza a oponérsele al yo un objeto, uno que se encuentra afuera y para cuya aparición es necesario realizar
una acción particular: el llanto. Un segundo paso en la demarcación del yo, lo que implica una aceptación de un afuera, es el
surgimiento de la tendencia a disociar del yo cuanto pueda convertirse en una fuente de displacer, lo que es impulsado por el
principio del placer, que induce a abolir y evitar estas sensaciones. De esto modo, el hombre el hombre aprende a dominar un
método mediante el cual puede discernir lo interior y lo exterior. El que el yo aplique esta misma metodología al defenderse de
ciertos estímulos displacientes provenientes de su interior, habrá de dar origen a importantes trastornos patológicos.
De esta forma Freud dice que originalmente el yo lo incluye todo, y luego desprende de sí el mundo exterior. Este razonamiento
implica la aceptación de que el producto de las fases tempranas de un proceso evolutivo se puede conservar junto con su parte
evolucionada, lo cual ejemplifica Freud con la supervivencia del cocodrilo luego de la extinción de sus predecesores,
los dinosaurios. Otra metáfora que usa es la de una ciudad imaginaria en la que persisten todas las características y estructuras de
la Ciudad Eterna, Roma, cuyas estructuras han cambiado, o incluso dejado de existir para dejar paso a otras construidas durante
períodos subsiguientes. Esta persistencia de todos los estadíos previos de algo, junto con su forma definitiva, es solo posible en
el campo psíquico, y es más bien una regla que una excepción.
Sin embargo, Freud considera poco fundada esta teoría y establece el desamparo infantil que sufre el hombre como fuente
irrefutable de la religiosidad.
Crítica
Aunque el sentimiento de desamparo infantil es sin duda un móvil fundamental en la búsqueda de Dios por parte del hombre,
la lógica apunta a la existencia de un creador. Tomemos por caso la mecánica estelar; los astros se mueven por causa de sus
propios campos gravitatorios y los de los otros astros que los rodean. El que una estrella tuviera una pizca menos de masa en una
galaxia lejana hace miles de millones de años podría haber llevado a la destrucción del cosmos en su etapa temprana. Sin
embargo, luego de aproximadamente trece mil millones de años, existimos. El universo en vez de ser un lugar repleto de
elementos en interacción caótica, o por, el contrario una masa uniforme de mismo color y temperatura, es unsistema perfecto.
Las posibilidades de que esto suceda sin un diseño inicial son casi de uno sobre esto es, un 1 seguido de cuarenta mil
ceros). Por otro lado, hay cosas que parecen haber sido ideadas para nuestra mejor calidad de vida, como, por ejemplo, la
gravedad. Causa malestar el solo pensar en cómo haríamos para organizar los utensilios en una cocina si estuvieran flotando sin
rumbo en el aire. Otra cosa realmente impresionante es el que nuestros ojos estén ajustados para poder ver en un espectro de
la luz que nos permite percibir diferencia de colores, cuando podríamos perfectamente percibir el mundo en otra longitud de
onda, como los rayos X por ejemplo. Respecto del sentimiento de eternidad, Eclesiastés 3:11 dice: "Todo lo ha hecho bello a
su tiempo. Aun el tiempo indefinido ha puesto en el corazón de ellos, para que la humanidad nunca descubra la obra que el
Dios [verdadero] ha hecho desde el comienzo hasta el fin."[1]. La teoría de que este sentimiento es producto de la etapa
temprana del desarrollo del yo es válida. Sin embargo, la Biblia indica que Dios nos hizo con el propósito de que viviéramos
para siempre[2]y tal vez, es esta la forma con que nos "implanta" este sentimiento. El que Él se preocupe o no por la humanidad
es tema de otra exposición.
Capítulo 2
Síntesis
Sigmund Freud trata ahora el tema de la búsqueda de la felicidad, el objeto común a todos los hombres, y de qué forma se
relaciona la religión con este tema. Tal como nos ha sido impuesta la vida, dice Freud, resulta demasiado pesada, nos depara
excesivos sufrimientos, decepciones y empresas imposibles. Por eso, necesitamos lenitivos para poder soportarla. Los clasifica
en tres tipos:
 Distracciones poderosas que nos hacen parecer pequeña nuestra miseria. Ej.: cultivar, actividad científica
 Satisfacciones sustitutivas que la reducen. Ej.: arte
 Narcóticos que nos tornan insensibles a ella
Alega que es difícil en qué lugar de esta clasificación entra la religión. Ésta es la única que puede dar respuesta acerca de la
finalidad de la vida humana. Aún más allá, la idea de adjudicar un objeto a la vida humana solo puede existir en función de un
sistema religioso. Por eso, Freud deja de lado este tema para centrarse en otro más modesto: el objeto que el hombre si impone a
sí mismo, la búsqueda de la felicidad. Él distingue dos aspectos de esta búsqueda: evitar el dolor y el displacer, y experimentar
intensas sensaciones placenteras. Como vemos, el que fija este objetivo es el antes mencionado por Freud programa del principio
del placer. No obstante, este programa es irrealizable, ya que todo el universo se le opone, e incluso podemos decir, reflexiona
Freud, que el plan de la Creación no incluye que el hombre sea feliz. Según Freud, la felicidad se puede traducir como la
satisfacción casi siempre instantánea de necesidades acumuladas que han alcanzado un punto elevado de tensión, y, por lo tanto,
solo puede darse como un fenómeno episódico. Esto es producto de nuestra naturaleza, que sólo nos permite gozar intensamente
del contraste, no de la estabilidad. En cambio, no es mucho más fácil experimentar las desgracias, que nos atacan desde tres
flancos:
 El propio cuerpo, que, condenando a la aniquilación y la decadencia, ni siquiera puede eludir de los displaceres producidos por
el mismo
 El mundo exterior, fuente de fuerzas destructoras omnipotentes e implacables
 Las relaciones humanas, tal vez la mayor y más intensa fuente de sufrimiento, y casi ineludible.
Como resultado de este panorama, el hombre tiende a rebajar sus pretensiones, a seguir el principio de la realidad, llegando a
considerarse feliz por el hecho de haber eludido la desgracia. Así, la finalidad de evitar el sufrimiento relega a segundo plano la
de logar el placer. Freud emprende una clasificación de las metodologías aplicadas por el hombre en su búsqueda de la felicidad:
 Fin positivo: obtención del placer
 Satisfacción ilimitada de todas las necesidades: no obstante uno de los caminos más tentadores, significa anteponer el placer a
la prudencia y pronto se hacen notar sus consecuencias.
 Intoxicación: siendo uno de los métodos más efectivos, no solo proporciona estímulos placenteros, sino que también nos impide
percibir estímulos desagradables. Freud reconoce una relación entre éstos dos fenómenos: "la descarga del placer oscila entre la
facilitación y la coartación y paralelamente disminuye o aumenta la receptividad para el displacer". Los estupefacientes no solo
proporcionan placer inmediato, sino también una considerable independencia del mundo exterior.
 Desplazamientos de la libido: consiste en reorientar los fines instintivos, de manera que eluden la frustración del mundo
exterior. La exaltación de los instintos y la acrecentación del trabajo psíquico e intelectual contribuyen a ello. Responde a esta
metodología la satisfacción que goza un artista por medio de la creación, o la del investigador, al solucionar susproblemas. Sin
embargo, aunque este tipo de satisfacción es más noble y elevada dice Freud, su satisfacción es muy atenuada e insuficiente
comparada con la satisfacción de los impulsos instintivos más groseros y primarios. No obstante, el punto débil de esta
metodología reside en que es accesible a muy pocas personas, pues requiere disposiciones y aptitudes infrecuentes. Y, aún en el
caso de quienes ostentan estas cualidades, no proporciona una protección sólida contra el sufrimiento.
 Imaginación: se relaja el vínculo con la realidad, buscando las satisfacciones en los procesos internos psíquicos. En este caso, la
satisfacción se obtiene de ilusiones que son reconocidas como tales, sin que su discrepancia con el mundo real impida
disfrutarlas. Las satisfacciones imaginativas, sin embargo, accesibles a los carentes de creatividad e insípidas para los más
sensibles al arte, solo ofrecen un refugio fugaz contra los embates de la vida y carece de poderío para hacernos olvidar la miseria
real.
 Amor: esta metodología persigue también la independencia del destino por medio de trasladar la satisfacción a los procesos
psíquicos internos, utilizando la desplazabilidad de la libido, pero no por ello alejándose de la realidad, sino, por el contrario,
aferrándose a los objetos y hallando la felicidad por medio de la vinculación afectiva con éstos. Se concentra en la obtención de
la felicidad, dejando de lado el conformismo. Esta es el tipo de orientación de vida que hace del amor el centro de todas las
cosas, que deriva toda la satisfacción de amar y ser amado. El punto débil de esta técnica reside en el evidente hecho de que
nunca estamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos.
 Fin negativo: evitación del sufrimiento
 Aislamiento voluntario: el método de protección más inmediato contra el sufrimiento proveniente de las relaciones humanas, la
felicidad de la quietud.
 Sometimiento de la Naturaleza a la voluntad del hombre: trabajar con todos por el bien de todos.
 Modificación del organismo: dado que el sufrimiento no es más que una sensación solo existe en función de que lo sintamos, y
el que lo sintamos depende de la disposición de nuestro organismo.
 Dominación de los instintos: busca dominar la fuente misma de nuestras necesidades, con el fin de aniquilar los instintos, como
lo enseña la sabiduría oriental.
 Moderación de los instintos: con la misma metodología, pero un objetivo menos extremo, busca moderar el instinto bajo
el gobierno de instancias psíquicas superiores, sometidas al principio de la realidad. No obstante, aunque se logra cierta
protección contra el sufrimiento, se produce también una inmensa limitación de las posibilidades de placer. He aquí la razón
del carácter irresistible que adquieren los impulsos perversos y, tal vez, de lo prohibido en general.
 Rechazo de la realidad: metodología elegida por el ermitaño, quien ve en la realidad la fuente de todo sufrimiento y displacer,
lo que torna intolerable la existencia y con quien, por lo tanto, es necesario romper todo lazo.
 Reemplazo de la realidad: quien comparte el sentir del ermitaño, puede llegar a reemplazar los elementos repulsivos de la
realidad con otros placenteros y adecuados a sus propios deseos. No obstante, quien tome este camino no llegará muy lejos, pues
la realidad es más fuerte. Se convertirá en un loco a quien poco ayudarán en la realización de sus delirios.
 Delirio colectivo: este camino es el que toma un grupo de individuos con el objeto de procurarse un seguro de felicidad y un
salvoconducto contra el dolor por medio de una transformación delirante de la realidad. Los miembros de estos grupos no
pueden dar cuenta del delirio, dice Freud. La religión se puede clasificar dentro de estos delirios colectivos.
Freud concluye estableciendo ciertas afirmaciones:
 La búsqueda de la felicidad es un designio irrealizable, pero no por ello despreciable.
 Esta búsqueda posee un aspecto positivo y uno negativo.
 Ninguna regla al respecto es válida para todos los hombres.
 No es conveniente la toma de decisiones extremas al respecto, dado que es una inversión demasiado grande y su éxito jamás es
seguro.
 La religión es un delirio que entorpece la búsqueda de la felicidad.
Crítica
La descripción de Freud de la naturaleza imposible de la búsqueda de la felicidad y de los métodos que implementa el hombre en
su búsqueda es casi cabal. Solo considero necesario agregar un elemento: la satisfacción proveniente de hacer lo correcto. Esta
satisfacción solo puede ser obtenida en función del reconocimiento de una moral, cosa que no podría existir a no ser mediante
Dios y proporciona felicidad de tipo estable. Nadie está en posición de establecer que es lo bueno y lo malo, o lo bello y lo feo, o
lo agradable y lo desagradable, a no ser por este ente divino. Dios nos provee mediante su Palabra principios leyes y ejemplos
que nos muestran que es lo correcto y lo incorrecto. Mediante la propia pre-disposición de nuestro organismo y, principalmente,
de nuestra psique, nos otorga la capacidad no solo de ejercer juicio, sino también de apreciar lo bello en la naturaleza -lo cual el
ser humano refleja en su propia creación- y lo agradable por medio del conocimiento sensible. En efecto, no tiene sentido hablar
de predisposición sin el reconocimiento de un ente que predisponga.
Capítulo 3
Síntesis
Pasa ahora Freud a hablar de la cultura: sus características, su desarrollo y cómo sirve al hombre. Menciona él una hostilidad
respecto de la cultura por parte de ciertos hombres, según los cuales la cultura sería fuente de gran parte de la miseria que sufre
el hombre y que podríamos ser más felices si la abandonásemos para retornar a un estilo de vida más primitivo. Analiza Freud
las causas por las cuales estos individuos parecen llegar a esta conclusión. Un profundo y antiguo disconformismo con la cultura
constituyó el terreno donde ciertos sucesos y circunstancias históricas hicieron germinar esta hostilidad hacia ella. De estos
sucesos, Freud identifica claramente tres:
 El triunfo del cristianismo sobre las religiones paganas: teniendo en cuenta su íntima afinidad con la depreciación de la vida
terrenal implícita en la doctrina cristiana en general.
 Colonización: al parecer, el contacto con civilizaciones primitivas llevó a los exploradores europeos a pensar que esos pueblos
llevaban un vida simple, modesta y feliz, cuya razón de ser era su nivel cultural más bajo.
 Comprensión del mecanismo de la neurosis: se comprendió que la causa de la neurosis reside en la incapacidad por parte
del individuo de soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura.
Además habla el filósofo de cierta decepción de algunos hombres respecto de sus avances en el dominio de la Naturaleza. Según
estos hombres, estos avances han suministrado los sufrimientos que pretenden remediar los avances que los sucedieron. Dado el
carácter subjetivo de este análisis, Freud deja de lado el tema para sumirse en la caracterización de la cultura.
Según la concepción de Freud, ésta se compone de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros
antecesores animales y que sirven a dos fines:
 proteger al hombre contra la naturaleza
 regular las relaciones de los hombre entre sí
Los rasgos de la cultura se pueden clasificar de la siguiente manera:
 Actividades y vienes útiles para el hombre: toda invención y descubrimiento del hombre que tenga como fin poner la
tierra al servicio del hombre y protegerlo de las fuerzas Naturaleza. Entre éstos están el descubrimiento y dominio del fuego, el
uso de herramientas y la construcción de herramientas. Mediante estas invenciones el hombre perfecciona sus órganos para
sobreponerse a los obstáculos que encuentra en su camino.
 Deidades: en éstas el hombre deposita las cualidades y aptitudes vedadas al él a modo de ideales. En cierto modo, el hombre
mismo ha llegado a ser un dios con prótesis: llega a ser un ser bastante magnífico cuando hace uso de todos sus artefactos, no
obstante ellos no son parte de su cuerpo y en más de una ocasión le provocan displaceres.
 Belleza: la bella disposición y adorno de las creaciones que parecen carecer de utilidad son una manifestación cultural muy
importante.
 Higiene: cualquier falta a este precepto es considerada incompatible con la idea de cultura
 Orden: es una suerte de impulso de repetición que establece cómo, cuándo y dónde deben efectuarse ciertas tareas con el fin de
ahorrarse dudas e indecisiones respecto de cómo actuar. Su carácter benéfico para el hombre es indiscutible, ya que le permite
sacar el máximo provecho del espacio y tiempo de los que dispone.
 Producciones científicas y artísticas: entre ellas se encuentran los sistemas religiosos, los planteos filosóficos y
las construcciones ideales del hombre, esto es, su idea de perfección, así como las pretensiones que establece basándose en tales
ideas.
 Regulaciones sociales: Mediante éstas, el hombre se reúne en comunidades, con el fin de que la voluntad del individuo mas
fuerte no se superponga a la de los demás por debajo suyo en este respecto. Si no fuera por estas, el único principio que regiría
las relaciones humanas sería el de la selección natural: la supervivencia del más fuerte. De ésta forma entonces, el poderío
común, el Derecho, se impone al del individuo, la fuerza bruta, con el fin de garantizar la justicia. Con este fin, los miembros de
la comunidad restringen sus posibilidades de obtener satisfacción y sacrifican sus instintos en aras del bien común, cosa que el
individuo no contempla. La libertad individual no es un bien de la cultura, pues era máxima antes de la imposición de ésta. El
desarrollo cultural le impone restricciones, y la justicia exige que nadie escape a ellas. Sin embargo, cuando el ímpetu libertario
se convierte en una rebelión contra alguna injustica establecida, contribuye así al desarrollo y progreso de la cultura, siendo así
compatible con ésta. En realidad, gran parte de los enfrentamientos en la historia del hombre giran alrededor del fin de hallar
el equilibrio, es decir, la felicidad para todos.
A modo de conclusión, Freud hace un repaso
 La cultura no es sinónimo de perfección.
 La evolución cultural es un proceso particular que opera en la Humanidad.
 Podemos caracterizar este proceso por los cambios que impone a las predisposiciones instintivas del hombre, en algunos casos
dando origen a rasgos de carácter.
Crítica
No hay nada que objetar respecto del planteo freudiano en esta ocasión.
Capítulo 4
Síntesis
En este capítulo Freud se dedica a dilucidar el origen de la cultura desde el comienzo mismo de la humanidad. Según él, el
hombre, comprendiendo que estaba en sus manos mejorar su destino por medio del trabajo, empezó a ver sus semejantes como
colaboradores con quienes resulta útil vivir en comunidad. Aún antes de esto, ya había adoptado la costumbre de formar
una familia, en la cual podía encontrar sus primeros auxiliares. Dice Freud que la construcción de la familia debe su origen a la
necesidad de satisfacción genital: el objeto sexual, la hembra pasó a ser un inquilino permanente en la casa, y luego, a su vez,
tuvo quedarse para permanecer junto al macho más fuerte por el bien de su prole. Con el tiempo, lo hijos se dieron cuenta de una
asociación puede ser más poderosa que el individuo aislado. Fue así como surgieron las alianzas fraternas. Los hermanos
tuvieron que imponerse restricciones para consolidar este sistema. Así, los preceptos del tabú se convirtieron en el
primer Derecho, la primera ley. De esta forma la vida en comunidad adquirió sus fundamentos:
 la obligación del trabajo impuesta por las necesidades exteriores.
 el amor, que impedía al hombre separarse de su mujer, y a ésta, separarse de su prole.
Pasa ahora el filósofo a hablar de las perturbaciones que sufriría la cultura y mencionas dos:
 1. El amor sexual: Como ya ha esclarecido antes Freud, este camino conduce a una peligrosa dependencia respecto de un objeto
del mundo exterior, objeto que puede ser arrebatado por el hombre por la infidelidad o la muerte.
A pesar de ello, y gracias a su predisposición, una minoría logra hallar la felicidad a través del amor sexual. Éstos lo gran su
cometido a través de independizarse del consentimiento del objeto sexual, protegiéndose así de la pérdida del objeto. Dirigen su
amor en igual medida a todos los seres, evitan las peripecias y decepciones del amor genital, transformando el instinto en un
impulso coartado. Así también, desvían su amor hacia la Humanidad entera y le dan un carácter universal. Sin embargo, presenta
dos objeciones Freud a esta modalidad de vida:
 un amor que no discrimina pierde a nuestros ojos buena parte de su valor, pues comete una injusticia ante el objeto
 luego, no todos los seres humanos merecen ser amados
Aquel impulso amoroso que instituyó a la familia sigue influyendo en la cultura, tanto en su faceta primitiva como en su forma
de cariño coartado en su fin. En ambas variantes perpetúa su función de unir a una mayor cantidad de seres en comunidad. En
este punto Freud hace una distinción entre el amor y el cariño. El primero se da entre un hombre y una mujer que han formado
una familia sobre la base de sus necesidades genitales; el segundo, entre padres e hijos, hermanos y hermanas. De nuevo, el
amor genital lleva a la formación de nuevas familias; el cariño, a las amistades. Sin embargo, la cultura impone restricciones al
amor.
 2. La mujer: ésta impone discordia con sus exigencias amorosas. Las mujeres, dice Freud, representan los intereses de la
familia y de la vida sexual; la obra cultural, en cambio, en convierte cada vez más en tarea masculina, imponiendo a los hombre
dificultades crecientes y obligándoles a sublimar sus instintos, sublimación para la que las mujeres están escasamente
dotadas. El hombre entonces tiene que sustraer energía psíquica de la que antiguamente dedicaba a la mujer y a la familia, en
incluso de sus deberes de esposo y padre. Viéndose la mujer relegada a segundo plano por las exigencias culturales, adopta
una actitud hostil hacia la cultura.
 3. Restricción sexual por parte de la cultura: a lo largo de la historia, la cultura a impuesto con fines benéficos para la
humanidad, restricciones sexuales al hombre. Freud desprecia las restricciones al amor genital heterosexual, la monogamia y la
fidelidad. Sin embargo, solo los seres débiles, dice el filósofo, se someten a tan amplia restricción de su libertad sexual, mientras
que las naturalezas más fuertes únicamente la aceptaron con una condición compensadora, de la que luego hablará Freud.
Crítica
La explicación que da Freud acerca del origen de la familia es válida y coherente. Pasando al tema de las perturbaciones sufridas
por la cultura, la discordia impuesta por la mujer es indiscutible, aunque cada vez se da menos debido a la restructuración que
sufre la humanidad, habiendo cada vez menor la cantidad de familias. Sin embargo, no opino lo mismo acerca de las
restricciones sexuales. Para que esta apreciación sea válida, entonces deberíamos afirmar que el amor sexual es la mejor, única e
inequívoca fuente de felicidad posible, despreciando por lo tanto el conocimiento y el arte. Aunque estuviéramos en la posición
de verificar esta afirmación, y aunque el hombre encontrara un método mediante el cual pudiera dedicar toda su energía psíquica
al amor y solamente al amor, ¿quién despreciaría el conocimiento y el arte para dejarse llevar por sus más primitivos instintos? A
mi parecer, estas restricciones son un precio bastante bajo en aras del progreso intelectual de la humanidad. Por otro lado, Freud
dice que los que sucumben a estas restricciones son los más débiles; ¿no son débiles aquellos que no pueden atenerse a estas
restricciones? Me temo, sin embargo, que es te juicio posee un carácter altamente subjetivo y ninguna persona puede esclarecer
una respuesta, a no ser por Dios.
Capítulo 5
Síntesis
Busca Freud la necesidad que impulsó a la cultura a vincular a los individuos de la comunidad bajo lazos amistosos, no
satisfecha con los vínculos de unión amorosos entre dos seres. Empieza por el análisis del precepto bíblico "Amarás al prójimo
como a ti mismo". Él considera absurdo este ideal debido a que el amor es algo demasiado preciado y que, a su vez, exige mucho
trabajo para malgastarlo en extraños que seguramente no lo merecen. Incluso, dice que sería injusto amarlo dado que le amor es
una demostración de preferencia. Y si, por otro lado, debiéramos darle una porción de nuestro amor a cada ser que habita el
universo, esta porción sería ínfima. Más absurdo es aún, dice Freud, al ser el hombre un ente egoísta que no dudaría de
causar daño a su prójimo si mediante esto sacara algún provecho, por pequeño que sea. El precepto "Amarás al prójimo como el
prójimo te ame a ti", por su parte, sería incuestionable.
Tampoco es válida la afirmación: "Precisamente porque tu prójimo no merece tu amor y es más bien tu enemigo, debes amarlo
como a ti mismo", dado que el hombre tiene preceptos de moral, y un "premio" directo de esta clase a la maldad sería
un prejuicio para la cultura. Y es en este punto donde el filósofo pasa aborda un tema especialmente relacionado: la naturaleza
agresiva del hombre.
Por consiguiente, el prójimo ahora no es un solamente posible colaborador, sino también, una posible fuente de satisfacción.
Freud verifica el refrán "Homo homini lupus"[3]. Esta agresión reprimida por fuerzas antagónicas de la psique, sale a la luz ante
la ausencia de éstas o simplemente, cuando se la provoca. Debido a esta tendencia agresiva del hombre es que la sociedad
civilizada se constantemente al borde de la desintegración. He aquí las multifacéticas restricciones al instinto que impone la
cultura. Por su parte, la cultura espera también evitar los peores despliegues de fuerza bruta haciendo uso ella misma de la
fuerza. Sin embargo, esta aplicación de la ley no alcanza las manifestaciones más discretas y sutiles de la agresividad.
El comunismo presenta una supuesta solución a este problema: la eliminación de la propiedad privada. De este modo se
sustraería de la agresividad humana una de sus herramientas más fuertes; no obstante, la agresividad no es consecuencia de la
propiedad, ya que existía mucho antes de ésta cobrara valor. Quedarían todavía los privilegios derivados de las relaciones
sexuales, convirtiéndose en fuente de la más intensa envidia y dejando más espacio todavía para los impulsos violentos del
hombre. Si entonces se abolieran los privilegios sexuales, entonces sería imposible prever los caminos que seguiría la evolución
de la cultura.
Observa Freud que las comunidades más intensamente enfrentadas en el mundo, son, por lo general, las que más se parecen.
Llama a este fenómeno narcisismo de las pequeñas diferencias". Sería éste una forma de satisfacer de forma más o menos
inofensiva las tendencias agresivas, facilitando así la cohesión de éstas comunidades. Y, en vista de la naturaleza de los sueños
de supremacía por parte de ciertas comunidades registrados por la historia, declara compresible Freud el que los comunistas
recurran a la persecución de la burguesía como apoyo psicológico, dando así un carácter subjetivo a la ideología de éstos.
Explica Freud, mediante la mención de las pesadas restricciones que impone la cultura al hombre, que la cultura a lo largo del
tiempo ha sacrificado una parte de posible felicidad en aras de procurar seguridad a ésta. De esta forma, se logra una suerte de
repartición equitativa de las posibilidades de felicidad entre todos los hombres.
Advierte también Sigmund, a modo de conclusión, acerca del peligro que representa la miseria psicológica de las masas, que se
da cuando las fuerzas de cohesión de una comunidad consisten principalmente en identificaciones mutuas entre sus miembros,
mientas que los dirigentes no asumen un papel de la importancia requerida.
Crítica
El planteo de Freud acerca del principio bíblico "Amarás al prójimo como a ti mismo" es errado desde su punto de vista. El error
reside concretamente en la falta de observación de la palabra griega que se usa en este párrafo. La Biblia emplea varios términos
para designar al amor, cuya transliteración a otros idiomas no capta completamente el sentido: agápe, filía (amor familiar) y
storgu? (amor de compañero). Un cuarto tipo de amor, el éros (amor erótico), no se usa en la Biblia. En el caso de Mateo
19:19[4]se usa el agápe ((((((), término que en la Biblia designa una clase de amor que se distingue por su respeto a los
principios, no es insensible; de otro modo, no se diferenciaría de la justicia fría. No obstante, no lo gobiernan la emoción o el
sentimentalismo; nunca pasa por alto los principios. Los cristianos correctamente muestran agápe a otros hacia quienes quizás
no sientan ningún afecto o simpatía, pero lo hacen por su bienestar, como lo expresa Gálatas 6:10[5]No obstante, la mala
interpretación de este pasaje bíblico no invalida el planteo que la acompaña; el hombre es un ser agresivo por naturaleza, que en
ocasiones no dudaría de causar oprobio a su prójimo con el fin de procurarse algún beneficio, cosa que la Biblia también
apoya[6]Sin un esfuerzo consciente, el hombre puede tornarse en un animal, quien no tiene miramientos en causar el mal
intencionadamente.
Capítulo 6
Síntesis
Freud hace un repaso general de los avances de la psicología a lo largo del tiempo abarcando una serie de axiomas, conceptos y
concepciones:
 Aforismo de Schiller, según el cual hambre y amor hacen girar el mundo coherentemente: de esto dilucidamos la oposición
con la que se presentan los instintos del yo y los instintos objetales; función de éstos son, respectivamente, conservar al
individuo, y conservar la especie. Para designar la energía de los instintos objetales o amorosos, Freud implementa el termino
libido. Sin embargo, uno de éstos instintos, el sadismo, no muestra una finalidad amorosa, sino un parentesco estrecho con los
instintos del yo y pulsiones de posesión. Pero se comprendió que el sadismo indudablemente forma parte de la vida sexual y que
perfectamente puede sustituir al juego del amor.
 Neurosis: vino a ser la solución de una lucha de intereses entre los instintos de autoconservación y los libidinales.
 Narcisismo: el reconocimiento de que también el yo está impregnado de libido; más aún, que en el yo se originó éste y que en
cierta manera sigue siendo su cuartel central.
Por otra parte, deduce Freud que, aparte del instinto de vida que tiende a conservar la sustancia viva y a condensarla en unidades
cada vez mayores, debía haber también un instinto de muerte que hiciera lo contrario. Gracias al antagonismo e interacción de
ambos se pueden explicar los fenómenos vitales. Este instinto de muerte se pone al servicio de Eros, manifestándose parte de él
hacia el exterior en forma de pulsiones agresivas, destruyendo el ser un objeto en vez de destruirse a sí mismo. Por otro lado,
ambos instintos, de vida y de muerte, raramente se presentan aislados, sino en una amalgama de distintas proporciones. Éste
último, el de muerte, escapa a nuestra percepción cuando no se amalgama con Eros. Es por eso que Freud no considera necesario
ahondar más en la búsqueda de un término que lo conceptualice.
Crítica
El antagonismo entre los instintos de vida y muerte completan bien el panorama universal. Dados los fenómenos que se dan en el
universo, y teniendo en cuenta la teoría del Caos, hace tiempo que el universo debería ser un lugar yermo, carente de vida,
uniforme y totalmente inactivo. Sin embargo, el universo está lleno de vida.
Capítulo 7
Síntesis
Es en este capítulo, Freud analiza de qué forma lucha la cultura contra el instinto de destrucción. Caracteriza con este fin lo
malo, siendo esto, toda acción que pueda poner en peligro el amor hacia uno mismo proveniente de los demás. El peligro hace
aparición cuando la autoridad exterior descubre la acción mala, y entonces aparece también la angustia social, exigiendo la
renuncia de la satisfacción de los instintitos para su satisfacción. De esta forma, se proyecta el instinto de agresión hacia su
fuente: el yo.
En algunos casos, la autoridad exterior deviene en un super-yo, al que comúnmente llamamos conciencia, y que perpetúa la
agresión de la autoridad exterior ante el solo deseo del individuo de actuar mal. Por otro lado, la adversidad confiere poder a la
conciencia, mientras que mientras la suerte sonríe al hombre la conciencia es más indulgente.
El origen de este super-yo, o conciencia moral, se atribuye a dos factores: la propia renuncia instintual, y los impulsos vengativos
ante la autoridad, reprimidos desde etapas tempranas del desarrollo del yo. Por otro lado, participan de esta evolución de la
conciencia moral factores externos del medio, así como cierta influencia des modelo filogenético del hombre primitivo.
Se combinan estas causas en el caso del asesinato de protopadre por parte del hombre primitivo. En este hombre primitivo
subsistían el amor y el odio por el padre. Luego del asesinato de éste, este odio es satisfecho, y el amor por el padre resurge,
constituyendo el super-yo por identificación con el padre, volcando en él toda la autoridad que éste personificaba y estableciendo
las bases para la evitar la repetición del crimen. He aquí la relación entre la cultura y el sentimiento de culpabilidad.
Crítica
Se puede observar que esta conciencia moral que distingue Freud se puede entrenar. De la misma forma que un combatiente,
primero hay que entrenarlo en cuanto a precepción, es decir la distinción de lo bueno y lo malo. Mediante el uso de las facultades
perceptivas, la conciencia se vuelve más fuerte y, al igual que un excombatiente, cuanto menos uso o atenciónse le da, más inútil
se torna, de la misma forma que un músculo atrofiado. La sociedad en general está pasando por una crisis de conciencia: todo
está permitido. No obstante, la caracterización que da el filósofo delo bueno y lo malo está teñida de subjetividad debido a la
falta de reconocimiento de un ente superior que fije la moral.
Por otra parte, la ejemplificación de la naturaleza de la conciencia en la adversidad con el pueblo judío no viene al caso. El
pueblo judío no se cree el pueblo elegido, si no que Dios mismo los eligió de entre todos los pueblos de las naciones, aunque
ahora ya no los apruebe más. Dios exige devoción exclusiva[7]y cuando los judíos lo dejaron de lado para servir a dioses falsos
cananeos y de obedecer la ley que anteriormente había sido decretada, Él los castigó, y envió profetas para reencaminarlos. Sin
embargo, y al igual que en otras ocasiones, esta mala interpretación no malogra todo el razonamiento de Freud.
Capítulo 8
Síntesis
En el capítulo final, Freud hace un repaso de los conceptos tratados a lo largo de toda la obra. Podemos sintetizarlos en estos
términos:
 Super-yo: instancia psíquica inferida por el hombre.
 Conciencia: una función del super-yo, que se encarga de vigilar y juzgar las tendencias del yo.
 Sentimiento de culpabilidad: apreciación del yo de las tensiones entre sus tendencias y las exigencias de la conciencia. Es el
problema más grande para la evolución de la cultura y es engendrado a su vez por ella.
 Necesidad de castigo: es la expresión subyacente de la culpabilidad, que implica un miedo hacia el super-yo. Es una
manifestación instintiva masoquista que vuelca hacia el yo el propio instinto de destrucción, formando un vínculo erótico con el
super-yo.
 Remordimiento: es una manifestación del yo ante sentimiento de culpabilidad luego de haberse cometido el acto malo, y
también es un castigo en sí mismo.
 Fuentes de la energía agresiva: es aparentemente contradictorio el que haya dos fuentes de la energía agresiva, las cuales se
presentan en mayor o menor grado en cada individuo.
 Autoridad exterior: como el que "apuesta tropas en la ciudad ya conquistada", la autoridad se internaliza a modo de extensión
en el yo.
 Agresividad coartada: la agresividad innata del yo es devuelta a su fuente.
 Al haber satisfacción erótica insatisfecha, se generaría cierta agresión hacia la persona que impide esta satisfacción, y está
agresión, a su vez, debería ser contenida. Con este fin es coartada y devuelta al yo, apareciendo el sentimiento de
culpabilidad. Cuando un impulso instintual sufre la represión, sus elementos libidinales se convierten en síntomas, y sus
componentes agresivos, es sentimiento de culpabilidad.
 Los fenómenos orgánicos están dados por la lucha entre el Eros y el instinto de muerte.
 Los procesos de la cultura y la evolución individual son muy parecidos, tanto en sus fines como en sus métodos. Sin embrago,
la principal diferencia es que la primera tiene como premisa el anhelo altruista de fundir a los individuos en una comunidad,
mientras que el segundo, persigue el principio del pacer, en un anhelo egoísta. Podemos encontrar las siguientesanalogías:
 Posible equilibrio: en el proceso cultural, la lucha entre Eros y Tanatos, y, en el proceso evolutivo individual, la lucha entre la
felicidad individual y la de la comunidad, pueden llegar a un equilibrio.
 Super-yo: ambos procesos producen una entidad superior. En el caso de la cultura y a lo largo de la historia el super-yo aparece
en forma de caudillos u hombres de gran fortaleza espiritual.
 Angustia de conciencia: el super-yo cultural establece rígidos ideales cuya violación es castigada con la angustia de conciencia.
El super-yo individual persigue idénticos fines, castigando al yo con la mala conciencia.
Crítica
No hay nada objetable en el planteamiento de Freud en esta ocasión.
Conclusión
La gran mayoría de los planteamientos Freudianos es cabalmente acertada. La fuente de sus juicios erróneos reside en la premisa
de que no hay dios. A no ser por este aspecto, sus conclusiones son totalmente acertadas y coherentes.

Prólogo.

La obra no es un solo de un tema sociológico.

El tema principal es el irremediable antagonismo entre las exigencias pulsionales y las restricciones impuestas por la cultura.

En anteriores publicaciones no había sido claro para Freud evaluar claramente el papel cumplido en las restricciones propias de
la cultura (impuestas desde afuera); en general el papel cumplido en estas restricciones por las influencias interiores y exteriores,
así como sus efectos recíprocos, hasta que sus investigaciones sobre la psicología del yo, lo llevaron a establecer la hipótesis del
superyó y su origen en las primeras relaciones objetales del individuo. Por lo que en los capítulos VII y VIII se dedica a indagar
y dilucidar la naturaleza del sentimiento de culpa y Freud declara su propósito de situar al sentimiento de culpa como el
problema más importante del desarrollo cultural y sobre ello se edifica la segunda de las cuestiones colaterales tratadas: la de la
pulsión de destrucción. Sobre esto, se dice que hasta que Freud no estableció la hipótesis de una “pulsión de muerte” (en varias
obras, no solo este ensayo), no salió a la luz una pulsión agresiva independiente, que era secundaria y derivaba de la primaria
pulsión de muerte, autodestructiva. En este trabajo esto es válido, pero acá el énfasis recae mucho más en las manifestaciones
exteriores de la pulsión de muerte. James Strachey.

Freud empieza a relacionar la discusión sobre la religión como ilusión, pues un amigo le ha indicado que la religión es un
sentimiento que prefería llamar sensación de “eternidad”, sin límites y sin barreras que prefería llamar oceánico, el cual es
puramente subjetivo.

Al respecto, Freud considera que no puede descubrir en sí mismo ese sentimiento oceánico, que no puede medirse fisiológica o
científicamente y que más bien por asociación puede considerarse como un sentimiento de atadura indisoluble, de la copertencia
con el todo del mundo exterior. Cita a Christian Dietrich para ejemplificar: “De este mundo no podemos caernos”. En su criterio,
no puede convencerse de tal sentimiento, pero por ello no impugna su efectiva presencia en otros.

Señala que la idea de que el ser humano recibiría una noción de su nexo con el mundo circundante a través de un sentimiento
inmediato dirigido ahí desde el comienzo mismo suena extraña y se entrama mal en el tejido de nuestra psicología que parece
justificada una derivación psicoanalítica. Normalmente no tenemos más certeza que el sentimiento de nuestro sí-mismo, de
nuestro propio yo. Este yo aparece autónomo, unitario y deslindado de todo lo otro. Que esta apariencia es un engaño que el yo
más bien se continúa hacia adentro, sin frontera tajante, en un ser anímico inconsciente que designamos “ello” y al que sirve
como fachada. Pero hacia fuera el yo parece afirmar unas fronteras claras; las cuales parecen desvanecerse en el enamoramiento,
porque el enamorado asevera que yo y tu son uno y está dispuesto a comportarse como si así fuera. Señala entonces Freud que lo
que puede ser cancelado por una función fisiológica, naturalmente tiene que poder ser perturbado también por procesos
patológicos. La patología -dice Freud- nos da a conocer gran número de estados en que el deslinde del yo respecto del mundo
exterior se vuelve incierto o en que los límites se trazan de manera efectivamente incorrecta; casos en que partes de nuestro
cuerpo propio y aun fragmentos de nuestra propia vida anímica -percepciones, pensamientos y sentimientos- nos aparecen como
ajenos y no pertenecientes al yo, y otros aun en que se atribuye al mundo exterior lo que manifiestamente se ha generado dentro
del yo y debiera ser reconocido por él. Por eso el sentimiento yoico está expuesto a perturbaciones y los límites del yo no son
fijos.

El sentimiento yoico del adulto no fue así desde el comienzo, habrá recorrido un con desarrollo que si bien no puede
demostrarse, sí puede construirse con bastante probabilidad. El lactante no separa su yo de un mundo exterior como fuente de las
sensaciones que le afluyen y aprende a hacerlo poco a poco, sobre la base de incitaciones diversas. Tiene que causarle la más
intensa impresión el hecho de que muchas de las fuentes de excitación en que más tarde discernirá a sus órganos corporales
pueden enviarle sensaciones en todo momento, mientras que otras -entre ellas la más anhelada: pecho materno- se le sustraen
temporariamente y solo consigue recuperarlas reclamando. Así por primera vez se contrapone al yo un “objeto” como algo que
se encuentra “afuera” y solo mediante una acción particular es forzado a aparecer. Reconocer ese mundo exterior es la que
proporciona las frecuentes e inevitables sensaciones de dolor y displacer, que el principio de placer ordena cancelar y evitar.
Nace la tendencia de segregar del yo, todo lo que pueda devenir fuente de un tal displacer, a arrojarlo hacia fuera a forma un
puro yo-placer al que ase contrapone un ahí-afuera ajeno, amenazador.

Así entonces, se aprende un procedimiento que mediante una guía intencional de la actividad de los sentidos y una apropiada
acción muscular, permite distinguir lo interno -lo perteneciente al yo- y lo externo -lo que proviene del mundo exterior-. Con ello
se da el primer paso para instaurar el pincipio de realidad, destinado a gobernar el desarrollo posterior. El hecho de que el yo
para defenderse de ciertas excitaciones displacenteras provenientes de su interior no aplique otros métodos que aquellos que se
vale contra un displacer de origen externo, será luego el punto de partida de sustanciales perturbaciones patológicas. Entonces,
podría decirse que el yo lo contiene todo, más tarde segrega de sí un mundo exterior, por lo que el sentimiento yoico de hoy es
solo una parte de un sentimiento más abarcador, ese sentimiento yoico primario se ha conservado en mayor o menor medida en
la vida anímica de muchos seres humanos y acompañaría a modo de un correspondiente al sentimiento yoico de la madurez que
es más estrecho y entonces, los contenidos de representación adecuados a él serían justamente los de la ilimitación y la atadura al
todo, los mismos con los que se ilustra el sentimiento “océanico”.

En el ámbito del alma es frecuente la conservación de lo primitivo junto a lo que ha nacido de él por transformación, este hecho
es casi siempre consecuencia de una escisión del desarrollo . Una porción cuantitativa de una actitud, de una moción pulsional,
se ha conservado inmutada mientras que otra ha experimentado el ulterior desarrollo. Ej: Desarrollo de la Ciudad Eterna -
Evolución de Roma como ciudad y su visualización en un momento de diferentes tiempos. Esto nos muestra cuán lejos estamos
de dominar las peculiaridades de la vida anímica mediante una figura intuible, es decir, la conservación de todos los estadios
anteriores solo es posible en lo anímico y no estamos en condiciones de obtener una imagen intuible de ese hecho.

Estando ya tan enteramente dispuestos a admitir que en muchos seres humanos existe un sentimiento “océanico”, e inclinados a
reconducirlo a una fase temprana del sentimiento yocico, se nos plantea la pregunta de ¿qué título tiene se sentimiento para ser
considerado como la fuente de las necesidades religiosas?; sobre lo que Freud no lo considera un título indiscutible, sino que es
que un sentimiento solo puede ser una fuente de energía si él mismo constituye la expresión de una intensa necesidad y en las
necesidades religiosas identifica el caso del desvalimiento infantil y la necesidad de un Padre que lo proteja. Este sentimiento
oceánico ha entrado con posterioridad a las religiones y este ser-Uno con el Todo, que es el contenido de pensamiento que le
corresponde, se nos presenta como un primer intento de consuelo religioso, como otro camino para desconocer el peligro que el
yo discierne amenazándole desde el mundo exterior.
II.

Freud inicia retomando la idea de la religión como la protección de la Providencia que vela por su vida y resarcirá todas las
frustraciones padecidas en el más acá, que no es otra cosa que un Padre de gran evergadura.

Cuestionando sobre esa relación, entre hombre y religión cita a Goethe y analiza la ubicación de la religión. Señala que la vida
como nos es impuesta resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños y tareas insolubles. Para soportarla no prescindir de
calmantes, que son de 3 clases: poderosas distracciones que nos hagan valuar un poco nuesta miseria; satisfacciones sustitutivas
que la reduzcan; y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas. No es sencillo ubicar a la religión dentro de esta
serie.

Señala el autor que, innumerables veces se ha planteado la pregunta por el fin de la vida humana y no hay una respuesta
satisfactoria. Su premisa es manifestación de la arrogancia humana. También aquí solo la religión sabe responder a ese pregunta,
e indica Freud que difícilmente se errará si se juzga que la idea misma de un fin de la vida depende por completo del sistema de
la religión. Por eso pasa a una pregunta menos pretenciosa, ¿Qué es lo que los seres humanos mismos dejan discernir por su
conducta, como un y propósito de su vida? Qué exigen de ella y qué quieren alcanzar?. Entonces la respuesta no es difícil:
quieren alcanzar la dicha, conseguir la felicidad y mantenerla. Esta aspiración tiene dos costados una meta positiva y otra
negativa; por un lado se quiere la ausencia del dolor y de displacer y por otro vivenciar intensos sentimientos de placer.

El programa del principio de placer es que fija su fin a la vida, este principio gobioerna la operación del aparato anímico desde el
comienzo mismo, sobre su carácter a corda a fin de no caben dudas, no obstante lo cual su programa entra en querella con el
mundo entero. Es absolutamente irrealizable, las disposiciones del todo lo contrarían y se dirá que el propósito de que el hombre
sea dichoso (dicha = intensos sentimientos de placer) no está contemplado en el plan de la Creación; y lo que repentinamente se
llama “felicidad” corresponde a la satisfacción más bien repentina de las necesidades retenidas con alto grado de estasis (sic) y
por su propia naturaleza solo es posible como un fenómeno episódico. Si una situación anhelada por el principio de placer
perdura en ningún caso se obtiene más que un sentimiento de ligero bienestar; estamos organizados de tal modo que solo
podemos gozar con intensidad el contraste y muy poco el estado.

De esa forma, Freud indica que no es asombroso que bajo la presión de estas posibilidades de sufrimiento los seres humanos
suelan atemperar sus exigencias de dicha, tal como el propio principio de placer se transformó bajo el influjo del mundo exterior
en el principio de realidad más modesto; no es asombroso que se consideren dichosos si escaparon a la desdicha, si salieron
indemnes del sufrimiento, ni tampoco dondequiera universalmente, la tarea de evitar este relegue a un segundo plano la de la
ganancia de placer. Una satisfacción irrestricta de todas las necesidades quiere ser admitida como la regla de vida más tentadora,
pero ello significa anteponer el goce a la precaución, lo cual tras breve ejercicio recibe su castigo. Los otros métodos, aquellos
cuyo principal propósito es la evitación de displacer se diferencian según la fuente de este último a que dediquen mayor atención
(p.77): soledad, como miembro de la comunidad, influir sobre el propio organismo, método químico: la intoxicación (Freud se
refiere a estos últimos diciendo entre otras cosas que, lo que se consigue mediante las sustancias embriagadorasen la lucha por la
felicidad y por el alejamiento de la miseria, es apreciado como un bien tan grande que individuos y aun pueblos le han asignado
una posición fija en la economía libidinal. Es notorio que esa propiedad de los medios embriagadores determina justamente su
carácter peligroso y dañino y en muchos casos son culpables de la inútil dilapidación de grandes montos de energía que podrían
haberse aplicado a mejorar la suerte de los seres humanos).

El complejo edificio de nuestro aparato anímico permite toda una serie de modos de influjo, además del mencionado. Así como
satisfacción pulsional equivale a dicha, así también es causa de grave sufrimiento cuando el mundo exterior nos rehúsa la
saciedad de nuestras necesidades. Por tanto, interviniendo sobre estas mociones pulsionales uno puede esperar liberarse de una
parte del sufrimiento, este modo de defensa frente al padecer ya no injiere en el aparato de la sensación; busca enseñorarse de las
fuentes internas de las necesidades (caso de las prácticas de yoga). Las que entonces gobiernan son las instancias psíquicas más
elevadas que se han sometido al principio de realidad. Cuestiona sobre esta alternativa que el sentimiento de dicha provoicado
por la satisfacción de una pulsión silvestre no domeñada por el yo, es incomparablemente más intenso que el obtenido a raíz de
la saciedad de una pulsión enfrenada). Aquí encuentra una explicación económica el carácter incoercible de los impulsos
perversos y acaso también el atractivo de lo prohibido como tal.

Otra técnica para la defensa contra el sufrimiento se vale de los desplazamientos libidinales que nuestro aparato anímico
consiente y por los cuales su función gana tanto en flexibilidad. Sería trasladar las metas pulsionales de tal suerte que no puedan
ser alcanzadas por la denegación del mundo exterior. Para ello la sublimación de las pulsiones presta auxilio. Se lo consigue
sobretodo cuando un se las arregla para elevar suficientemente la ganancia de placer que proviene de las fuentes de un trabajo
psíquico intelectual. Lo débil de este método es que no es de aplicación universal pues solo es asequible para pocos seres
humanos (ej: alegría del artista en el acto de crear). Acá es nítido el proposito de independizarse del mundo exterior pues se
busca sus satisfacciones en procesos internos psiquicos.

Otro método en el que se afloja más el nexo con la realidad y la satisfacción se obtiene cono ilusiones admitidas como tales, pero
sin que esta divergencia suya respecto de la realidad fectiva arruine el goce. Es el ámbito de la vida de la fantasía, dice Freud que
en su tiempo cuando se consumó el desarrollo del sentido de la realidad, ella fue sutraída expresamente de las exigencias del
examen de la realidad y quedó destinada al cumplimiento de deseo de difícil realización. Ej: goce de obras de arte accesible
mediante el artista aun para quienes no son creadores. Pero esto no es más que una sustracción pasajera de los apremios de la
vida que no es lo bastante intensa para hacer olvidar una miseria objetiva.

Otro procedimiento más enérgico, discierne el único enemigo en la realidad que es la fuente de todo padecer y con la que no se
puede convivir por lo que es necesario romper todo vínculo con ella si es que uno quiere ser dichoso en algún sentido. El eremita
vuelve la espalda a este mundo y no quiere saber nada de él y pretende recrearlo y edificar otro en donde sus rasgos más
insoportables se hayan eliminado y sustituido por los deseos propios. La realidad efectiva es demasiado fuerte y con este camino
no se consigue nada, se convierte en un delirante y pocas veces halla quién lo ayude a ejecutar su delirio. Ej: ciertas religiones de
la humanidad con delirios en masa.

El recuente hecho no es exhaustivo. Otro método para evitar el sufrimiento, sitúa la satisfacción de los procesos anímicos
internos y para ello se vale de la desplazabilidad del líbido, pero no se extraña del mundo exterior, sino que al contrario se aferra
a sus objetivos y obtiene la dicha a partir de un vínculo de sentimiento con ellos. No se queda contento con la meta de evitar
displacer sino que se atiene a la aspiración originaria, apasionada hacia el cumplimiento positivo de la dicha y quizás se le
aproxime más que cualquier otro método. Es aquella orientación de la vida que sitúa al amor en el punto central que espera toda
satisfacción del hecho de amar y ser-amado. Una actitud psíquica de esta índole está al alcance de todos nosotros una de las
formas de manifestación del amor, el amor sexual no ha procurado la experiencia más intensa de sensación placentera,
avallasadora, dándonos el arquetipo para nuestra aspiración a la dicha. Nada más natural que obstinarnos en buscar la dicha por
el mismo camino siguiendo el cual una vez la hallamos.

También puede situarse el interesante caso en que la felicidad en la vida se busca sobretodo en el goce de la belleza, dondequiera
que ella se muestre a nuestros sentidos y a nuestro juicio, la belleza de formas y gestos humanos, de objetos naturales y paisajes,
de creaciones artísticas y aun científicas. Esto ofrece escasa protección contra la posibilidad de sufrir pero puede resarcir de
muchas cosas. El goce de la belleza se acompaña de una sensación particular de efecto embriagador. Aunque no se advierte la
utilidad de la belleza, no se puede prescindir de ella y lo único seguro es que deriva del ámbito de la sensibilidad sexual, sería un
ejemplo arquetípico de una moción de meta inhíbida. La belleza y el encanto son originariamente propiedades del objeto sexual.
Freud hace notar que los genitales mismos cuya visión siempre tiene un efecto excitador, casi nunca se aprecian como bellos; en
cambio el carácter de la belleza parece adherir a ciertos rasgos sexuales secundarios.

El Programa que nos impone el principio de placer, el de ser felices, es irrealizable empero no es lícito o posible, resignarlos
empeños por acercarse de algún modo a su cumplimiento, para esto pueden emprenderse muy diversos caminos, anteponer el
contenido positivo de la meta, la ganancia de placer o su contenido negativo, la evitación de displacer. Por ninguno de ellos
podemos alcanzar todo lo que anhelamos. Los más diversos factores intervendrán para indicarle el camino de su opción, lo que
importa es cuanta satisfacción real pueda esperar del mundo exterior y la medida en que sea movido a independizarse de él y en
esto además de las circunstancias externas, es decisiva la constitución psíquica del individuo. Quien nazca con una constitución
pulsional particularmente desfavorable y no haya pasado de manera regular por la transformación y reordenamiento de sus
componentes libinales, indispensables para su posterior productividad encontrará arduo obtener felicidad de su situación
exterior.

La religión perjudica este juego de elección y adaptación, imponiendo a todos por igual su camino para conseguir dicha y
protegerse del sufrimiento. Su técnica consiste en deprimir el valor de la vida y en desfigurar de manera delirante la imagen del
mundo real.

III.

Freud cuestiona por qué es tan difícil para los seres humanos conseguir la dicha?. Señala que se dio la respuesta cuando
señalamos las 3 fuentes de que proviene nuestro penar: la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la
insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad. En el
caso de las dos primeras considera que nos vemos constreñidos a reconocer estas fuentes de sufrimiento y a declararlas
inevitables. Pero diversa es nuestra conducta frente a la tercera: la social; nos negamos a admitirla en la medida que no podemos
entender la razón por la cual las normas que nosotros mismos hemos creado no habrían más bien de protegernos y beneficiarnos
a todos.

Considerando estas situaciones, se puede enunciar que gran parte dela culpa por nuestra miseria la tiene lo que se llama nuestra
cultura; seríamos mucho más felices si la resignáramos y volviéramos a encontrarnos en condiciones primitivas. Esta
aseveración es asombrosa, porque comoquiera que se defina el concepto de cultura, es indudable que todo aquello con lo cual
intentamos protegernos de la amenaza que acecha desde las fuentes del sufrimiento, pertenece justamente a esa misma cultura.
Cuestiona Freud, el por qué tantos seres humanos han legado a este punto de vista de hostilidad a la cultura?, sobre lo que opina
que un descontento profundo y de larga data con el respectivo estado de la cultura abonó el terreno sobre el cual se levantó
después, a raíz de ciertas circunstancias históricas un juicio condenatorio. Laúltima y anteúltima de estas ocasiones las visualiza
en el triunfo del cristianismo sobre religiones pagadas en lo que tiene que haber intervenido un factor de hostilidad a la cultura;
lo sugiere la desvalorización de la vida terrenal consumada por la doctrina cristiana. El último ocasionamiento sobrevino cuando
se dilucidó le mecanismo de la neurosis, que amenazaban con enterrar el poquito de felicidad del hombre culto; se descubrió que
el ser humano se vuelve neurótico porque no puede soportar la medida de frustración que la socieda le impone en aras de sus
ideales culturales y de ahí se concluyó que suprimir esas exigencias o disminuirlas en mucho significaría un regreso a las
posibildades de dicha.

A lo anterior suma un facto de desengaño, sobre lo que indica que en las últimas generaciones lo seres humanos están orgullosos
de sus logros, pero creen haber notado que sus conquistas sobre el espacio y el tiempo y sometimiento de las fuerzas de la
naturaleza; no promueve el cumplimiento de elevar la medida de satisfacción placentera que esperan de la vida (no son más
felices). De esta comprobación debería inferirse simplemente que el poder sobre la naturaleza no es la única condición de la
felicidad humana, como tampoco es la única meta de los afanes de la cultura y no extraer la conclusión de que los progresos
técnicos tienen un valor nulo para nuestra economía de felicidad. Ej: ganancia positiva de escuchar a mi hijo por teléfono a
mucha distancia; sobre lo que se hace oir una voz crítica pesimista y advierte que la mayoría de estas satisfacciones siguieron al
modelo de aquel contento barato; entonces se puede decir por ej: que de no existir ferrocarriles mi hijo no hubiera abandonado la
ciudad paterna. Parece que no nos sentimos bien en la cultura actual, pero es difícil formarse un juicio de épocas anteriores para
saber si los seres humanos se sintieron más felices, pero la felicidad es algo enteramente subjetivo.

En este punto de la indagación, Freud considera necesario abordar la esencia de la cultura cuyo valor de felicidad se pone en
entredicho. Señala que cultura designa toda la suma de operaciones y normas que distancian nuestra vida de las de nuestros
antepasados animales, y que sirven a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos
recíprocos entre los hombres. Para comprender más buscará los rasgos de la cultura tal y como se presentan en las comunidades
humanas. Para ello reconoce como “culturales” todas las actividades y valores que son útiles para el ser humano en tanto ponen
la tierra a su servicio, lo protegen contra la violencia de las fuerzas naturales, etc. ej: domesticación del fuego, las gafas para
corregir los defectos de los ojos, microscopios para vencer los límites de lo visible, con la cámara fotográfica retiene las
impresiones visuales fugitivas.

En tiempos remotos se había conformado un a representación ideal de la omnipotencia y omnipresencia que encarnó en sus
dioses. Les atribuyó todo lo que parecía inasequible a sus deseos o le era prohibido; por lo que es lícito decir que tales dioses
eran ideales de cultura. Pero, ahora se ha acercado tanta al logro de ese idea que casi ha devenido un dios él mismo; pero no se
puede olvidar que el ser humano de nuestros días no se siente feliz en su semejanza con un dios.

Se reconoce a un país una cultura elevada cuando encontramos que en él es cultivado y cuidado con arreglo a fines todo lo que
puede ponerse al servicio, todo lo que es útil (ej: el suelo se siembra laboriosamente para obtener vegetales que es apto para
nutrir). Pero también es cultural que el cuidado de los seres humanos se dirija a cosas que en modo alguno son útiles y hasta
inútiles, por ejemplo la estima por la belleza. Requerimos además signos de limpieza y orden. El orden es una suerte de
compulsión de repetición que, una vez instituida decide, cuándo, dónde y cómo algo debe ser hecho, ahorrando así vacilación y
dudas en todos los casos idénticos. Se tendría derecho a esperar que se hubiese establecido desde el comienzo y sin compulsión
en el obrar humano y es permisible asombrarse de que haya sido así, porque el hombre más bien posee una inclinación natural al
descuido, a la falta de regularidad y de puntualidad en su trabajo y debe ser educado empeñosamente para imitar los arquetipos
celestes.

Pero la utilidad no explica totalmente el afán. En ningún otro rasgo se distingue mejor según Freud la cultura, que en la estima y
el cuidado dispensado a las actividades psíquicas superiores, las tareas intelectuales, científicas y artísticas, el papel rector
atribuido a las ideas en la vida de los hombres; en la cúspide de estas ideas se sitúan los sistemas religiosos, las especulaciones
filosóficas y formaciones de ideal de los seres humanos: sus representaciones acerca de una perfección posible del individuo, del
pueblo, de la humanidad toda.

Como último rasgo, aprecia el modo en que se reglan los vínculos recíprocos entre los seres humanos: los vínculos sociales
que ellos entablan como vecinos, como dispensadores de ayuda, como objeto sexual de la otra persona, como miembro de una
familia o de un Estado. La convivencia humana solo es posible cuando se aglutina una mayoría más fuerte que los individuos
aislados y cohesionada frente a estos. El poder de la comunidad se contrapone como “derecho” al poder del individuo que es
condenado como violencia bruta. Esta sustitución del poder del individuo por el de la comunidad es el paso cultural decisivo. El
siguiente requisito cultural es la justicia, osea la seguridad de que el orden jurídico no se quebrantará para favorecer a un
individuo, entiéndase que ello no decide sobre el valor ético de un derecho semejante. La libertad individual no es un patrimonio
de la cultura, fue máxima antes de toda cultura, pero en estos tiempos carecía de valor porque el individuo difícilmente estaba en
condiciones de preservarla. Por el desarrollo cultural experimente limitaciones y la justicia exige que nadie escape a ellas. Buena
parte de la brega de la humanidad gira en torno a la tarea de hallar un equilibrio acorde a fines, vale decir, dispensador de
felicidad, entre esas demandas individuales y las exigencias culturales de la masa; y uno de los problemas que atañen a su
destino es saber si mediante determinada configuración cultural ese equilibrio puede alcanzarse o si el conflicto es insalvable.

El desarrollo cultural es un proceso peculiar que abarca la humanidad toda y en el que muchas cosas nos parecen familiares.
Puede caracterizarse por las alteraciones que emprende con las notorias disposiciones pulsionales de los seres humanos, cuya
satisfacción es por cierto la tarea económica de nuestra vida. Algunas de esas pulsiones son consumidas, por lo que en su
reemplazo emerge algo que describiríamos como una propiedad de carácter. El ejemplo más notable se encuentra en el
erotismo anal de los seres jóvenes: su originario interés por la función excretoria, por sus órganos y productos, se trasmuda en el
curso del crecimiento en el grupo de propiedades que nos son familiares como parsimonia, sentido del orden y limpieza, las que
se pueden incrementar hasta alcanzar un llamativo predominio llamado carácter anal. Otras pulsiones son movidas a desplazar
las condiciones de su satisfacción, a dirigirse por otros caminos, lo cual en la mayoría de los casos coincide con
la sublimación (de las metas pulsionales) que nos es bien conocida, aunque en otros casos pueda separarse de ella. La
sublimación de las pulsiones es un rasgo particularmente destacado del desarrollo cultural; posibilita que actividades psíquicas
superiores (científicas, artísticas e ideológicas) desempeñen un papel sustantivo en la vida cultural. En tercer lugar, dice Freud
que no puede negarse que la cultura se edifica sobre la renuncia de lo pulsional, el ato grado en que se basa, precisamente en la
no satisfacción (sofocación, represión, otra cosa...) de poderosas pulsiones. Esta denegación cultural gobierna el ámbito de los
vínculos sociales entre los hombres y esta es la causa de hostilidad a que se ven precisadas de luchar todas las culturas.

Si se quiere saber qué valor puede reclamar la concepción del desarrollo cultural comoun proceso particular comparable a la
maduración normal del individuo, debe acometerse el problema: preguntarse por los influjos a que debe su origen el desarrollo
cultural, por el modo de su génesis y lo que comandó su curso.

IV.

Después que el hombre primordial hubo descubierto que estaba en su mano mejorar su suerte en la tierra mediante el trabajo, no
pudo serle indiferente que otro trabajara con él o contra él, por lo que el otro adquirió el valor de colaborador con quien era útil
vivir en común. Esos primeros colaboradores pudieron ser las familias, y en la familia primitiva se echa de menos un rango
esencial de la cultura: la arbitrariedad y albedrío del jefe era ilimitada. El tótem y el tabú han intentado mostrar el camino que
llevó desde esta familia hasta el siguiente grado de convivencia en la forma de las alianzas de hermanos. Tras vencer al padre los
hijos hicieron la experiencia de que una unión puede ser más fuerte que el individuo. La cultura totemista descansa en las
limitaciones a que debieron someterse para mantener el nuevo estado y los preceptos del tabú fueron el primer derecho. Por
consiguiente la convivencia de los seres humanos tuvo un fundamento doble: la compulsión al trabajo creada por el apremio
exterior y el poder del amor pues el varón no quería estar privado de la mujer como objeto sexual, y ella no quería separarse de
su hijo. Así Eros y Ananké pasaro a ser también los progenitores de la cultura humana (el amor es una de las bases de la cultura)
y el primer resultado fue que una mayor cantidad de seres humanos pudieron permanecer en comunidad.

Se había indicado que la experiencia de que el amor sexual (genital) asegura al ser humano las más intensas vivencias de
satisfacción, y en verdad le proporciona el modelo de toda dicha y se dijo también que por esa vía se volvía dependiente de
forma más riesgosa de un fragmento del mundo exterior. Para algunos le permite hallar la dicha pero supone vastas
modificaciones anímicas de la función del amor, de forma que estas personas se independizan de la aquiescencia del objeto
desplazando el valor principal del ser amado al amar ellas mismas, se protegen de la pérdida no dirigiendo su amor a objetos
singulares, sino a todos los hombres en igual medida y evitan desengaños del amor genital apartándose de su meta sexual
mudando la pulsión en una moción de meta inhibida.

Aquel amor que fundó la familia sigue activo en la cultura tanto en su sesgo originario, sin renuncia a la satisfacción sexual
directa, como en su modificación, la ternura de meta inhibida. En ambas formas prosigue su función de ligar entre sí un número
mayor de seres humanos y más intensamente cuando responde al interés de la comunidad de trabajo.

Las mismas mujeres que por los reclamos de su amor habían establecido el fundamento de la cultura, pronto entran en oposición
con ella y despliegan un influjo de retardo y reserva. Ellas subrogan los intereses de la familia y de la vida sexual, el trabajo de la
cultura se ha ido convirtiendo cada vez más en asunto de los varones, a quienes plantea tareas de creciente dificultad,
constriñéndolos a sublimaciones pasionales a cuya altura las mujeres no han llegado. Pero como el ser humano no dispone de
cantidades ilimitadas de energía psíquica tiene que dar trámite a sus tareas mediante una adecuada distribución del líbido y lo
que usa para fines culturales lo sustrae en buena parte de las mujeres y de la vida sexual; la permanente convivencia con varones
llega a enajenarlo de sus tares de esposo y padre y la mujer, se ve empujada a un segundo plano por las exigencias de la cultura y
entra en una relación de hostilidad con ella. De esa forma, la cultura se comporta respecto de la sexualidad como un pueblo o
estrato de la población que ha sometido a otro para explotarlo.

El reclamo de una vida sexual uniforme para todos, que se traduce en esas prohibiciones, prescinde de las desigualdades en la
constitución sexual innata y adquirida de lo seres humanos, segrega a un buen número de ellos del goce sexual y de tal modo se
convierte en fuente de grave injusticia. El resultado de tales medidas limitativas podría ser que los individuos normales (no
impedidos por su constitución) volcaran sin merma todos sus intereses sexuales por los canales que se dejaron abiertos; empero
lo único no proscrito es el amor genital heterosexual que es estorbado también las limitaciones de la legitimidad y la monogamia.
La sociedad culta entonces, se ha visto precisada a aceptar calladamente muchas transgresiones que según sus estatutos habría
debido perseguir.

V.

El trabajo psicoanalítico ha enseñado que son justamente estas frustraciones (denegaciones) de la vida sexual lo que los
individuos llamados neuróticos no toleran. Ellos se crean en sus síntomas satisfacciones sustitutivas, que empero los hacen
padecer por sí mismas o devienen fuente de suficimeinto por depararles dificultades con el medio circundante y la sociedad. De
esa forma la cultura exige otros sacrificios además del de la satisfacción sexual. Señala el autor que se ha concebido la dificultad
del desarrollo cultural como una dificultad universal del desarrollo; que se ha reconducido a la inercia de la libido, a su renuencia
a abandonar una posición antigua por una nueva.

La realidad efectiva nos muestra que la cultura nunca se conforma con las ligazones que se le han concedido hasta un momento
dado, que pretende ligar entre sí a los miembros de la comunidad también libidinalmente, que se vale de todos los medios para
establecer fuertes identificaciones entre ellos, moviliza en la máxima proporción una libido de meta inhibida a fin de fortalecer
lazos comunitarios mediante vínculos de amistad, por lo que es inevitable limitar la vida sexual, pero no se intelige la necesidad
objetiva que esfuerza a la cultura por este camino y funda su oposición a la sexualidad, sería un factor perturbador no
descubierto. Ej: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, sobre el que Freud cuestiona el por qué se rodea de tanta solemnidad
un precepto cuyo cumplimiento no puede recomendarse como racional. “Ama a tu enemigo”.

Tras todo esto, es un fragmento de realidad efectiva lo que se pretende desmentir, el ser humano no es un ser manso y amable, a
lo sumo capaz de defenderse si lo atacan; sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En
consecuencia el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión,
explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, inflingirle dolores, martirizarlo y
asesinarlo. El hombre es el lobo del hombre.

La existencia de esta inclinación agresiva que podemos registrar en nosotros mismos y con derecho de presuponemos en los
demás es el factor que perturba nuestros vínculos con el prójimo y que compele a la cultura a realizar su gasto de energía. A raíz
de esta hostilidad primaria y recíproca la sociedad culta se encuentra bajo una permanente amenaza de disolución. Por ello la
cultura tiene que movilizarlo todo para ponerle límite a las pulsiones agresivas de los seres humanos para sofrenar mediante
formaciones psíquicas reactivas sus exteriorizaciones. De ahí el recurso a métodos destinados a impulsarlos hacia
identificaciones y vínculos amorosos de meta inhibida , de ahí la limitación de la vida sexual y el mandamiento ideal de amar al
prójimo. Ej: sobre los comunistas y la cancelación de la propiedad privada; sobre lo cual dice que si se cancela la propiedad
privada, se sustrae al humano gusto por la agresión, uno de sus instrumentos; pero la agresión no ha sido creada por la institución
de la propiedad, pues la agresión en épocas primordiales (primitivas) en donde la propiedad era muy escasa y se advierte en la
crianza de niños cuando la propiedad ni siquiera ha terminadoa de abandonar su forma anal primordial.

No es fácil para los seres humanos, renunciar a satisfacer esta inclinación agresiva, no se sienten bien en esta renuncia. No debe
menospreciarse la ventaja que brinda un círculo cultural más pequeño: ofrecer un escape a la pulsión en la hostilización a los
extraños. Siempre es posible ligar en el amor a una multitud mayor de seres humanos con tal de que otros queden fuera para
manifestarles la agresión. Esto Freud lo denominó narcisismo de las pequeñas diferencias, ahí se discierne una satisfacción
relativamente cómoda e inofensiva de la inclinación agresiva, por cuyo intermedio se facilita la cohesión de los miembros de la
comunidad. Ej: judíos frente a los pueblos que los hospedaron. Imperio germánico universal tuviera como complemento el
antisemitismo. La Rusia como cultura comunista tenga su respaldo en la persecución al burgués.

El hombre culto ha cambiado un trozo de posibilidad de dicha, por un trozo de seguridad.

VI.

Además de la pulsión de conservar la sustancia viva y reunirla en unidades cada vez mayores, debía de haber otra pulsión
opuesta a ella que pugnara por disolver esas unidades y reconducirlas al estado inorgánico inicial. Vale decir: junto al Eros, una
pulsión de muerte; y la acción eficaz conjugada y contrapuesta de ambas permitía explicar los fenómenos de la vida. Mientras
que el Eros se exteriorizaba en formas llamativas, la pulsión de muerte trabajaba muda.

La idea de que una parte de la pulsión se dirigía al mundo exterior y entonces salía a la luz como pulsión a agredir y destruir,
llevó más lejos a Freud. De forma que la pulsión sería compelida a ponerse al servicio del Eros, en la medida en que el ser vivo
aniquilaba a otro, animado o inanimado y no a su sí-mismo propio. A la inversa, si esta agresión hacia fuera era limitada, ello no
podía menos que traer por consecuencia un incremento de la autodestrucción, por lo demás siempre presente. Estas pulsiones
rara vez aparecían aisladas, sino ligadas en proporciones muy variables volviéndose irreconocibles para nuestro juicio; por
ejemplo en el sadismo. Este supuesto de pulsión de muerte o de destrucción tropezó con resitencia en la medida que se prefiere
atribuir todo lo es se ncuentre de amenazadar y hostil en el amor a una bipolaridad originaria de su naturaleza misma.

Así entonces, en relación con lo que se ha venido diciendo sobre el tema de cultura, Freud dice que la inclinación agresiva es una
disposición pulsional autónoma, originaria, del ser humano; por lo que retomando el hilo (p. 109), sostiene que la cultura
encuentra en ello su obstáculo más poderoso. En algún momento de esta indagación se impuso la idea de que la cultura es un
proceso particular que abarca la humanidad toda en su transcurrir, pero agrega que sería un proceso al servicio del Eros que
quiere reunir a los individuos aislados, luego a las familias, después etnias, pueblos, naciones en una gran unidad: la humanidad.
Si se puede no se sabe, es precisamente obra del Eros, deben ser ligados libidinosamente entre sí, la necesidad sola, las ventas de
la comunidad de trabajo no los mantendrían cohesionados.

Considera que el sentido del desarrollo cultural es la lucha entre Eros y Muerte, pulsión de vida y pulsión de destrucción, tal
y como se consuma en la especie humana. Esta lucha es el contenido esencial de la vida en general. Por lo que el desarrollo
cultural puede caracterizarse por la lucha por la vida de la especie humana.

VII.

Freud se cuestiona porque en nuestros parientes los animales no hay una lucha cultural semejante, sobre lo cual no tiene una
respuesta. Por lo que entonces se pregunta ¿De qué medios se vale la cultura para inhibir, para volver inofensiva y erradicar la
agresión contrariante?.

La agresión es introyectada, interiorizada, pero en verdad reenviada a su punto de partida, vale decir, vuela hacia el yo propio.
Ahí es recogida por una parte del yo, que se contrapone al resto como superyó y entonces, como “conciencia moral” está pronta
a ejercer contra el yo la misma severidad agresiva que el yo habría satisfecho de buena gana en otros individuos, ajenos a él. Así
entonces, llama “conciencia de culpa” a la tensión entre el superyó que se ha vuelto severo y el yo que le está sometido. Se
exterioriza como necesidad de castigo.

Las ideas sobre la génesis del sentimiento de culpa no son las corrientes y no resulta fácil encontrarla; pues si se pregunta cómo
alguien puede llegar a tener un sentimiento de culpa, se recibe una respuesta que no admite contradicción: uno se siente culpable
(los creyentes le llaman pecado) cuando ha hecho algo que discierne como malo. Evidentemente, malo no es lo dañino o
perjudicial para el yo, al contrario, puede serlo también lo que anhela y le depara contento. Entonces, aquí se manifiesta una
influencia ajena, ella determina lo que debe llamarse malo y bueno. Librado a la espontaneidad de su sentir, el hombre no habría
seguido ese camino, por tanto ha de tener un motivo para someterse a ese influjo ajeno. Se lo descubre fácilmente en su
desvalimiento y dependencia de otros, su mejor designación sería angustia frente a la pérdida de amor (si pierde el amor de otro
de quién depende, queda desprotegido frente a diversas clases de peligros).

Lo malo es un comienzo, aquello por lo cual uno es amenazado con la pérdida de amor y es preciso evitarlo por la angustia
frente a esa pérdida. De acuerdo con ello importa poco que ya se haya hecho lo malo o solo se lo quiera hacer, porque en ambos
casos el peligro se cierne solamente cuando la autoridad lo descubre y ella se comportaría de manera semejante en los dos. Suele
llamarse a este estado “mala conciencia” pero en verdad no merece tal nombre, pues es manifiesto que en ese grado la
conciencia de culpa no es sino angustia frente a la pérdida de amor (angustia social).

Sobreviene un cambio importante cuando la autoridad es interiorizada por la instauración de un superyó. Con ello los fenómenos
de la conciencia moral son elevados a nuevo grado (estadio) en el fondo, únicamente entonces corresponde hablar de conciencia
moral y sentimiento de culpa. En este momento desparece la angustia frente a la posibilidad de ser descubierto y también por
completo el distingo entre hacer el mal y quererlo. En efecto, ante el superyó nada puede ocultarse, ni siquiera los pensamientos.
El superyó pena al yo pecador con los mismo sentimientos de angustia y acecha oportunidades de hacerlo castigar por el mundo
exterior. En este segundo grado de su desarrollo, la conciencia moral presenta una peculiaridad que era ajena al primero: se
comporta con severidad y desconfianza tanto mayores cuanto más virtuoso es el individuo. Señala Freud que una conciencia
moral más severa y vigilante es el rasgo característicos del hombre virtuoso y que si los santos se proclaman pecadores no lo
harán sin razón considerando las tentaciones de satisfacción pulsional, puesto que la denegación continuada aumenta las
tentaciones, por lo que se exponen en forma más elevada.

Entonces el sentimiento de culpa tiene 2 orígenes diversos:

a) la angustia frente a la autoridad externa: compele a renunciar a satisfacciones pulsionales. Esto para no perder su amor.
Una vez operada no debería haber sentimiento de culpa alguno.

b) la angustia frente al superyó: esfuerza además a la punición puesto que no se puede ocultar ante el superyó la persistencia
de los deseos prohibidos. Es continuación de la severidad de la autoridad externa. La renuncia a lo pulsional no es suficiente
porque el deseo persiste y no se puede ocultar del superyó, por lo que esa renuncia no tiene acá efecto satisfactorio, porque la
abstención virtuosa no es recompensada con la seguridad del amor. La desdicha externa se ha trocado en una desdicha interior
permanente: la tensión de la conciencia de culpa.

Freud armoniza la secuencia temporal de una y otra, diciendo que al comienzo la conciencia moral (primero angustia y luego
conciencia moral), es por cierto causa de la renuncia de lo pulsional, pero esta relación se invierte después. Cada renuncia de lo
pulsional deviene ahora una fuente dinámica de la conciencia moral. De esa forma, la conciencia moral es la consecuencia de
la renuncia de lo pulsional; de otro modo: la renuncia de lo pulsional (impuesta a nosotros desde afuera), crea la
conciencia moral que después reclama más y más renuncias.

El efecto que la renuncia a lo pulsional ejerce sobre la conciencia moral se produce de este modo: cada fragmento de agresión de
cuya satisfacción nos abstenemos es asumido por el superyó y acrecienta su agresión (contra el yo). En esto Freud advierte que
hay una discordancia: La agresión originaria poseída por la conciencia moral es continuación de la severidad de la autoridad
externa, osea nada tiene que ver con una renuncia. Pero se elimina la discordancia si se supone otro origen para esta primera
dotación agresiva del superyó. Así entonces señala que respecto de la autoridad que estorba al niño las satisfacciones primeras,
tiene que haberse desarrollado en él un alto grado de inclinación agresiva.

También pretendiendo explicar las dos concepciones de la génesis de la conciencia moral (genética y sofocación de una
agresión) este punto, Freud indica que en la formación del superyó y en la génesis de la conciencia moral cooperan factores
constitucionales congénitos, así como influencias del medio, del contorno objetivo (real) y esto en modo alguno es sorprendente
sino la condición etiológica universal de los procesos de esta índole.

Dice que si el niño reacciona con agresión hipertensa y una correspondiente severidad del superyó frente a las primeras grandes
frustracions (denegaciones) pulsionales, en ello obedece a un arquetipo filogenético y sobrepasa la reacción justificada en lo
actual. Tampoco prescinde de que el sentimiento de culpa de la humanidad desciende de un complejo de Edipo que se adquirió a
raíz del parricidio perpetrado por la unión de hermanos y en este tiempo no se sofocó una agresión, sino que se la ejecutó

Ahora bien, señala que si se tiene un sentimiento de culpa por infringir algo, más bien debería llamarse arrepentimiento, por lo
que Freud se cuestiona de dónde proviene y considera que permitirá esclarecer el secreto del sentimiento de culpa. Ese
arrepentimiento fue el resultado de la originaria ambivalencia de sentimientos hacia el padre, los hijos lo odiaban pero también
lo amaban, satisfecho el odio tras la agresión, en el arrepentimiento por el acto salió a la luz el amor; por vía de identificación
con el padre, instituyó el superyó, al que confirió el poder del padre a modo de castigo por la agresión perpetrada contra él y
además creo las limitaciones destinadas a prevenir una repetición del crimen. Y como la inclinación a agredir al padre se repitió
en siguientes generaciones, persistió también el sentimiento de culpa que recibía un nuevo refuerzo cada vez que una agresión
era sofocada y transferida al superyó.

Considera entonces que hay una participación del amor en la génesis de la conciencia moral y el carácter fatal e inevitable del
sentimiento de culpa. Lo que no es otra cosa que la lucha eterna entre Eros y la pulsión de destrucción o muerte.

VIII.

Propósito del ensayo: Situar al sentimiento de culpa como el problema más importante del desarrollo cultural y mostrar que el
precio del progreso cultural debe pagarse con el déficit de dicha provocado por la elevación del sentimiento de culpa.

El sentimiento de culpa no es el fondo sino una variedad tópica de la angustia y que en sus fases más tardías coincide
enteramente con la angustia frente al superyó. La angustia muestra las mismas extraordinarias variaciones en su nexo con la
conciencia. Las religiones no han ignorado el papel del sentimiento de culpa en la cultura y en efecto sustentan tal pretensión de
redimir a la humanidad de este sentimiento de culpa que ellos llaman pecado.

También hace algunas precisiones terminológicas, indicando que el superyó es la conciencia moral y tiene entre otras funciones
la de vigilar y enjuiciar las acciones y los propósitos del yo, ejerce una actividad censora. El sentimiento de culpa, la dureza del
superyó, es entonces lo mismo que la severidad de la conciencia moral, es la percepción deparada al yo al ser vigilado de esa
manera, la apreciación entre sus aspiraciones y reclamos del superyó. La necesidad de castigo (angustia) es una exteriorización
pulsional del yo que ha devenido masoquista bajo el influjo del superyó sádico, que emplea un fragmento de la pusión de
destrucción interior, preexistente en él en una ligazón erótica con el superyó. El arrepentimiento es una designación genérica de
la reacción del yo en u caso particular del sentimento de culpa, contiene el material de sensaciones de la angustia operante detrás,
es él mismo un castigo y puede incluir la necesidad de castigo por lo que puede ser más antiguo que la conciencia moral.

Por otro lado, se aclaran posibles contradicciones en relación con el sentimiento de culpa como consecuencia de las agresiones,
así como que la energía agresiva de que se concibe dotado al superyó constituía de acuerdo con una concepción la merca
continuación de la energía punitoria de la autoridad externa conservada par la vida anímica, mientras que la otra opinaba que era
agresión propia contra la autoridad inhibidora, pero resulta de ambas que se trata de una agresión desplazada al interior.

En relación con la fórmula Eros y pulsión de muerte y la relación con el proceso cultural y el desarrollo del individuo, señala que
el proceso cultural de la humanidad es una abstracción de orden más elevado que el desarrollo del individuo, por eso resulta más
difícil aprehender intuitivamente y la pesquisa de analogías no debe extremarse compulsivamente. Pero dada la homogeneidad
de la meta (introducción de un individuo en la masa humana y producción de unidad de masa a partir de muchos individuos), no
puede sorprender la semejanza entre los medios empleados para alcanzarla. Un rasgo que los diferencia es que en el desarrollo
del individuo se establece como meta principal el programa del principio de placer. En el desarrollo individual se pude decir una
aspiración egoísta y al reunirse con los demás en comunidad puede hablarse de un afán altruista.

El proceso de desarrollo del individuo puede tener pues, sus rasgos particulares, que no se reencuentren en el proceso cultural de
la humanidad; solo en la medida que en que aquel primer proceso tiene por meta acoplarse a la comunidad coincidirá con el
segundo.

La lucha entre individuo y comunidad no es un retoño de la oposición inconciliable entre Eros y Muerte, implica una querella
doméstica del líbido, comparable a la disputa en torno de su distribución entre el yo y los objetos y admite un arreglo definitivo
en el individuo como esperamos lo admita también en el futuro de la cultura, por más que en el presente dificulte tantísimo la
vida de aquél.

Un punto de concordancia que resalta Freud entre el superyó de la cultura y el del individuo, se produce en el hecho de que los
procesos anímicos correspondientes nos resultan más familiares y accesibles a la conciencia vistos del lado de la masa que del
lado del individuo. En este último solo las agresiones del superyó en caso de tensión se vuelven audibles como reproches ,
mientras que las exigencias mismas a menudo permanecen inconscientes en el transfondo. Si se les lleva al conocimiento
conciente se demuestra que coinciden con los preceptos del superyó de la cultura respectiva. Por eso numerosas
exteriorizaciones y propiedades del superyó puedes discernirse con mayor facilidad en su comportamiento dentro de la
comunidad cultural que en el individuo.
Señala Freud que si el desarrollo cultural presenta tan amplia semejanza con el del individuo y trabajo con los mismos medios,
no se está justificado diagnósticar que muchas culturas y aun la humanidad toda, han devenido neuróticas bajo el influjo de las
aspiraciones culturales.?

La cuestión decisiva para destino de la especie humana: si su desarrollo cultural logrará y en caso afirmativa en qué medida,
dominar la perturbación de la convivencia proviniente de la humana pulsión de agresión o aniquilamiento. Hoy los seres
humanos han llevado tan adelante su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio les será fácil exterminarse
unos a otros. Los seres humanos lo saben, de ahí buena parte de la inquietud contemporánea de su infelicidad; por lo que resta
esperar que el Eros haga un esfuerzo por afianzarse en la lucha contra el enemigo igualmente inmortal. (El compilador del
ensayo, señala que este párrafo hace referencia a la amenaza que representaba Hitler ya en ese momento).

Importante este capítulo, Freud habla de los rasgos de la cultura.

Tipo de carácter, sublimación y renuncia de lo pulsional son los factores que participan en el proceso cultural.
Zizek, Slavoj, ¿A dónde va el Edipo?, en “El espinoso sujeto”. (2003)

Zizek plantea que en la familia moderna, nuclear y burguesa, las funciones del padre que se encontraban separadas (el ideal del
yo, apaciguador y el de la función simbólica de tótem y tabú), ahora están unidas en una misma persona. Esto propició
condiciones psíquicas para el moderno individualismo occidental, pero además, produjo la crisis del Edipo. Al respecto, Lacan
dice que el Edipo sólo puede funcionar correctamente integrado al niño en el orden sociosimbólico, mientras el lado de la
autoridad marcada por la obscenidad, permanentemente oculta. Si se descubre, coinciden en él, la impotencia y la rabia. En este
sentido, Lacan estableció una conexión entre la problemática edípica y la integración del sujeto en el orden simbólico. Desde
esta perspectiva, la modernidad se caracteriza por la competitividad individualista. Así, el surgimiento del individuo abstracto,
que se relaciona con su modo de vida como algo con lo cual no se identifica, se basa en el cambio funcional del complejo de
Edipo, en la unión de los dos aspectos de la autoridad paternal en una misma persona del padre real. A esto se le suma el hecho
de que se distingue el gran Otro (simbólico), de la relación imposible del sujeto, con la Alteridad que es el Otro como la cosa
real. Esta cosa, es el propio padre; el obsceno padre – goce, anterior a su asesinato. En el mito edípico de tótem y tabú, es el
asesinato de la Cosa – Padre lo que genera la prohibición simbólica. Lo que sucede actualmente, es que retornan las figuras que
funcionan según la lógica del padre primordial. Todos hemos debido asesinar al padre, pero no por ello se ha consumado la
relación incestuosa. Esta paradoja, se produce porque no es el padre vivo, sino el muerto, quien impide el acceso al objeto
incestuoso, con su encarnación de la ley/prohibición simbólica. Es decir, sólo después de traicionar y asesinar al padre, es
posible elevarlo a la categoría de símbolo venerado de la ley. Pero para que la prohibición sea realmente efectiva, “debe ser
sostenida por un acto de voluntad”. Este punto, señala Zizek, pavimentó el camino hacia una posterior variación de la matriz del
Edipo, expuesta en “Moisés y la religión monoteísta”. En ella, se muestra un padre racional, que encarna la autoridad simbólica,
que retorna después de su asesinato. Este padre es el Dios que está detrás de cualquier Dios, que no le debe explicaciones a
nadie. En él, el agente de la prohibición es sostenida por la ignorancia de los modos de goce. Aquí, la paradoja es que el Dios
irracional, el de la voluntad, como figura interdictora, destruye la sabiduría sexualizada, abriendo espacio para el conocimiento
abstracto y desexualizado de la ciencia moderna. Esta paradoja permite la comprensión del dominio de las reglas simbólicas las
cuales deben basarse en una autoridad tautológica. Es decir, que esté más allá de las reglas; “porque yo lo quiero de esa manera”.

Cuando se habla de la declinación de la autoridad paterna, el que está en retirada, es el padre interdictor del “no”, lo cual hace
posible que “prosperen nuevas formas de armonía fantasmática entre el orden simbólico y el goce”. Aquí, el Otro ya no existe.
Esta inexistencia sería correlativa al concepto de fe simbólica; lo que hace que creamos en lo que vemos, es la ficción simbólica
que estructura nuestra experiencia de la realidad. Hoy en día, las nuevas tecnologías nos llevan a escoger creer en algo que
sabemos es una realidad virtual, renegando de nuestro saber (simbólico). Y es precisamente en este punto, donde radica la
eficacia simbólica. Esta tiene que ver con el punto donde el Otro de la institución simbólica, nos enfrenta a la cuestión de ¿a
quién le crees, a mi palabra o a tus ojos? La respuesta que escojamos será, la palabra del Otro. Frente a esto, es posible pensar
que el verdadero “en sí”, el modo en que una cosa es realmente, ya está ahí para los observadores. Este cambio de la apercepción
de la prohibición es crucial, puesto que se reestructuran las reglas del sistema para adaptarse a las nuevas condiciones. Aquí, el
Otro puede ser del orden de la mentira.
Estas paradojas, tienen relevancia en la forma en que el ciberespacio afecta la identidad simbólica del sujeto. El nivel en el cual
comienza a intervenir la eficacia simbólica, determinará la posición sociosimbólica del sujeto. Pero el hecho de que ya no exista
el Otro, quiere decir que ha dejado de ser operativa la función simbólica que le da el status performativo a un nivel de la
identidad del sujeto, determinando cuáles de sus actos tendrán “eficacia simbólica”. Puesto que se ha socavado la confianza
simbólica, que ya no hay una forma del Otro, no hay entonces un punto simbólico que sirva de referencia, de ancla moral segura
y no problemática. Un buen ejemplo, según el autor, es el florecimiento de las comisiones, las cuales quedan atrapadas en un
círculo vicioso donde por un lado, intentan legitimar sus decisiones remitiéndose a un avanzado saber científico, y por otro lado,
las mismas comisiones tienen que aducir un criterio ético no científico para establecer una limitación a la pulsión científica. Las
reglas inventadas, intentan compensar la falta de una ley / prohibición fundamental, la del padre que ha sido socavado, junto con
la pérdida del ideal del yo y la autoridad paterna.

Lo que se puede encontrar tras la existencia de las comisiones de ética, es la teoría de la “sociedad de riesgo”. Las nuevas
amenazas a las cuales se refiere, son consecuencia de intervenciones económicas, tecnológicas, y científicas de los seres
humanos sobre la naturaleza. no obstante, no hay manera de conocer la magnitud de los problemas. Es decir, nadie está a cargo
de ellos; no hay ningún Otro del Otro, que “maneje los hilos”. La opacidad de esta situación, radica en el hecho de que la
sociedad actual, es absolutamente reflexiva, y de que no hay nada que nos proporcione una base firme sobre la cual apoyarnos.
Debemos tomar decisiones, pero nadie conoce el resultado global. En la sociedad de riesgo, las elucidaciones y decisiones son
totalmente libres, situación que produce una gran frustración, puesto que no contamos con una base adecuada de conocimientos.
Deviene entonces la incertidumbre y con ella, la angustia. No hay un mecanismo global que nos regule; estamos frente a la
inexistencia posmoderna del Otro, que es el resultado directo de la reflexividad universalizada. Para que haya confianza, explica
el autor, es necesario aceptar un mínimo de no reflexividad, un acto de fe. En cambio el sujeto actual, que se experimenta como
liberado de cualquier coacción tradicional, se apega con mayor facilidad al sometimiento, para compensar la desintegración de la
autoridad pública. Este apego a formas externas de dominio y sometimiento, “se ha convertido en la fuente transgresora secreta
de satisfacción libidinal”. En el ámbito de las relaciones socioeconómicas, llama la atención el hecho de que una determinada
figura funcione como icono, aun cuando los rasgos que se le atribuyen, no coincidan con el “verdadero” (Gates). De esto se
desprende el hecho de que la desintegración de la autoridad simbólica patriarcal, el Nombre del Padre, hace surgir una nueva
figura del Amo, que es nuestro semejante. Esto es lo que lo dota fantasmáticamente con otra dimensión, la del Genio Maligno.
En este contexto, la perspectiva espectral del capital es el Otro, que es causa directa de la desintegración de todas las otras
encarnaciones tradicionales del Otro simbólico. El autor propone, un retorno a la primacía política, para crear las condiciones
que posibiliten la satisfacción de la demanda de ciertos sectores de la sociedad. Esta politización de la economía, evitaría la
monopolización del poder.

En otro ámbito, la reflexividad ha penetrado también, la esfera íntima de la sexualidad. En este sentido, ha ocurrido un cambio
“desde el orden patriarcal premoderno legitimado por la cosmología sexualizada”, al orden patriarcal moderno que introdujo el
concepto abstracto – universal del hombre. Para medir las nuevas normas, el psicoanálisis entiende al sujeto en el contexto de la
ciencia moderna. Aquí, subyace la cultura de la queja, donde el sujeto culpa por su fracaso, al Otro. Y es precisamente esto lo
que marca su dependencia. Su rasgo fundamental, es el giro legalista, donde el sujeto se esfuerza pro traducir su queja en una
obligación del Otro. Este deberá indemnizar al sujeto, por el goce del que ha sido privado. De esta manera, el sujeto confirma al
Otro en su posición, con el mismo hecho de atacarlo. Esta cultura, es correlativa a las prácticas sadomasoquistas. Los dos
fenómenos son aspectos opuestos aunque complementarios, de la relación perturbada con la ley, y se relacionan con la histeria y
la perversión. Esto es posible por el cambio en la relación entre la ley y el goce; para el histérico la ley prohibe el acceso al goce.
Para el perverso, la ley emana de la misma figura que encarna el goce. De esta manera, el resultado de la inexistencia del otro, es
la proliferación de distintas versiones de otro que existe en lo Real.

En esta concepción caótica de la vida social, donde los sujetos se ven obligados a reivindicar las reglas de coexistencia, es
posible discernir que, aun cuando el sujeto sepa que hay una ley, nunca sabe a priori lo que es esa ley. En la interpretación que el
autor hace de Kant, encuentra a la ley, como inconsciente; “la experiencia de la forma sin contenido”, y agrega “es siempre
indicativo de un contenido reprimido”. Desde la perspectiva lacaniana, aquí es donde se encuentra la distinción entre las reglas
que hay que inventar, y su ley / prohibición subyacente. La prohibición sería, que el lugar de la ley, debe permanecer vacío. Aquí
se encuentra el inconsciente. En este contexto, el autor agrega que incluso en el caso del sujeto narcisista, se basa en el mandato
superyoico inconsicente incondicional de que goce. Pero justamente en las actuales sociedades permisivas, el goce sexual como
apego apasionado fundacional, está socavado. Los placeres idiosincráticos, más allá de la sexualidad, se ha convertido en
aburrimiento.

En este contexto, la enseñanza del psicoanálisis radica en hacer visible la metáfora paterna. Aquí, es posible distinguir dos
facetas de la desintegración de la autoridad paterna: las normas como prohibiciones simbólicas, son reemplazadas por el
idealismo imaginario. Por otra parte, la falta de prohibición simbólica es reemplazada por figuras superyoicas que todo lo
perciben como una amenaza al equilibrio imaginario. Esto tiene que ver con el encierro narcisista, y deja al sujeto al mandato
superyoico del goce. La subjetivida posmoderna, involucra una superyoización del imaginario, causado por la verdadera
prohibición simbólica. Esto produce la retirada del Otro, el fracaso de la ficción simbólica, lo cual induce al sujeto a aferrarse a
simulacros imaginarios. Esto desencadena una violencia en lo real del cuerpo, e influye en las construcciones sociales. Hoy en
día, los sujetos están cada vez más apegados a su particular identidad sustancial, sin estar dispuestos a sacrificar nada. La
violencia que se ejerce en el cuerpo, pareciera traer un retorno del corte tradicional, pero en realidad, son formas arcaicas
premodernas, que vuelven mediadas por la modernidad. De otra manera, el corte tradicional va de lo Real a lo Simbólico,
mientras que antes, sucedía a la inversa. Ahora, el corte señala más bien, la resistencia del cuerpo contra la sumisión de la ley
cultural, mientras que antes se intentaba imprimir la función simbólica en la carne.

Se intenta ser fiel al propio yo, y aquí se pierde el sujeto. Pero la individualización extrema, se transforma en su opuesto y lleva a
una crisis de identidad. Los sujetos se identifican a sí mismos inseguros, puesto que pasan de una máscara a otra sin encontrar
nada. Lacan señala que no perder la identidad, sólo es posible aceptando la alienación en la red simbólica. Es decir, que cuando
uno se construye en la red simbólica, inevitablemente se aliena, puesto que es inevitable la relación con el Otro. El resultado
paradójico, es que el goce se externaliza cada vez más, sin poder confiar en mi propia experiencia. Se hace necesario, que otro
me diga cómo estoy. Esta dependencia respecto de los otros, es lo opuesto a lo que se da con la droga, donde no dependo de
nadie, y produce un goce excesivo. Pero cómo romper este círculo vicioso? Lo que se necesita es la afirmación de un real, que
reintroduzca la dimensión de la imposibilidad que destroza lo imaginario. Es decir, se necesita un acto, en tanto opuesto a al
mera actividad. Esto involucra atravesar el fantasma. Desde Lacan, un acto auténtico, no presupone que su agente esté en el nivel
del acto, con su voluntad purificada, ya que es inevitable que el agente no esté en el nivel de su acto. En realidad, todo acto
auténtico tiene algo intrínsicamente terrorista, el sujeto se ve sorprendido de lo que ha sido capaz de hacer. En la actualidad, la
moral sitúa al mal en el propio bien, dependiendo de la perspectiva que se le mire. Es el acto que nos permite cortar la trabazón
del bien y el mal.

Slavoj Zizek: una lectura política del Hombre de las Ratas.

BY EUGENIO SÁNCHEZ BRAVO ON 12 ABRIL, 2009

El psicoanálisis de Freud tuvo, en su momento, un carácter liberador, pues puso de manifiesto la relevancia de la libido, del
deseo, en la constitución de la personalidad del invididuo. El caso paradigmático donde se aplica esta idea es el de la neurósis
histérica. El histérico sana cuando desbloquea el deseo y lo desplaza hacia un objeto “civilizado”.

Sin embargo, con el tiempo, el psicoanálisis demostró ser, al mismo tiempo, una maquinaria “laica” de control. La reducción de
todos los conflictos del deseo al esquema edípico implica sustraer al deseo sus connotaciones económicas y políticas. Esta es la
línea en la que se mueve el antiEdipo de Deleuze, y también Zizek. En su libro Bienevenidos al desierto de lo real Zizek hace
una interesante interpretación política del caso del Hombre de las Ratas que he resumido en otro artículo del blog. Según Zizek,
el conflicto que experimenta el sujeto tiene un origen político y económico: del mismo modo que su padre lo estuvo, está
obligado a decidir entre un matrimonio burgués de conveniencia y un amor libre y apasionado por una mujer de clase social
inferior. En el fondo, su trastorno no remite al conflicto de Edipo sino a la lucha de clases. A continuación cito el texto de Zizek:

Cojamos el análisis que Freud hace del caso del hombre de las ratas. La madre del hombre de las ratas tenía un status social más
alto que su padre, y éste tenía cierta tendencia al lenguaje soez y una herencia de deudas sin pagar. Además, el hombre de las
ratas descubrió que no mucho antes de conocer a su madre su padre había pretendido a una mujer atractiva, pero sin dinero, a la
que había abandonado para casarse con una mujer rica. El plan de su madre de casarlo con una familia rica lo puso en la misma
situación en la que había estado su padre: la elección entre la mujer pobre a la que amaba y el más prometedor, desde el punto de
vista material, matrimonio arreglado para él por su madre. Es dentro de estas coordenadas donde deberíamos situar la fantasía de
la tortura de las ratas (la víctima es atada a un tarro que contiene ratas hambrientas; el tarro esta situado bajo el culo de la víctima
de modo que las ratas se abren camino a través de su ano): esta historia se la contaron al hombre de las ratas durante el servicio
militar. Él quería demostrar a sus superiores que la gente como él (de buena familia) podía soportar los rigores de la vida militar
como cualquier soldado endurecido de origen más humilde. En este sentido, el hombre de las ratas quería unir los dos polos de la
riqueza y la pobreza, del status social más alto y del más bajo, que dividían su historia familiar. El cruel capitán de su unidad
defendía de forma entusiasta la práctica del castigo corporal y cuando el hombre de las ratas se opuso a él de forma enérgica, el
capitán le describió la tortura de las ratas. No se trata sólo de que la multiplicidad de vínculos que fundamentan el poder
terriblemente fascinante de la fantasía de la tortura de las ratas se sostenga por el tejido de asociaciones significativas (Rat,
consejo; Ratte, rata; Rate, los intereses que hay que pagar; heiraten, casarse; Spielraten, nombre en argot con el que se conoce a
los jugadores compulsivos…). Lo que parece crucial es el hecho -rara vez mencionado, si es que lo ha sido en alguna ocasión,
por los numerosos intérpretes- de que la elección a la que se enfrentan tanto el padre como el hijo tiene que ver con el
antagonismo de clase: ambos tratan de superar la división de clases reconciliando sus dos polos; su historia es la de un chico de
origen humilde que se casa con una familia rica, pero aún así conserva su actitud de clase baja. La figura del cruel capitán
interviene en el punto preciso: su zafia obscenidad anula la idea de reconciliación de clases, invocando las crueles prácticas
corporales que sostienen la autoridad social. ¿No sería posible leer esta figura del capitán cruel como una figura fascista
vinculada al ejercicio obsceno del poder brutal, como el matón fascista que desprecia al blando liberal, consciente de que está
haciendo el trabajo sucio por él?

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