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BIBLIOTECA

£Debates en la Revista S u r
£Pedro Luis Barcia: Pedro Henríquez
Ureña y la Argentina
£J.M. Barrie:
Peter Pan (El niño que nunca quiso crecer)
£Emilio Carilla: ARCHIVOS DE
Otros ensayos sobre Pedro Henríquez Ureña LITERATURA
£Laura Febres: DOMINICANA
Pedro Henríquez Ureña, Tulio Manuel Cestero
crítico de América.
Transformación y firmeza. Estudio de Pedro Pedro Henríquez Ureña
Henríquez Ureña Aída Cartagena Portalatín
£Eva Guerrero Guerrero: Pedro René del Risco Bermúdez
Henríquez Ureña, abordajes críticos Junot Díaz
£Rafael Gutiérrez Girardot: Pedro Rita Indiana
Henríquez Ureña: Estudios culturales
£Max Henríquez Ureña:
Mi padre. Perfil biográfico de Francisco Henrí-
quez y Carvajal
£Pedro Henríquez Ureña:
En la orilla. Gustos y colores
En la orilla. Mi España.
£Walter Pater: Estudios griegos
£Alfredo Roggiano: Pedro Henríquez
Ureña en los Estados Unidos
£Oscar Wilde:
Huerto de granadas. Salomé
ARCHIVOS VII
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA
MIGUEL D. MENA,
EDITOR.
© Ediciones CIELONARANJA, 2018.
Santo Domingo
Visite nuestra página web:
http://www.cielonaranja.com
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cual-
quier medio, sin autorización escrita por el editor.
La presente obra está amparada en las leyes de
Propiedad Intelectual.
Portada interior: máscara de PHU realizada por Alberto Garduño.

Portada a partir de un recorte de periódico conservado en el Ar-


chivo de Pedro Henríquez Ureña en el Colegio de México.

ISBN: 978-9945-8-0263-4
ÍNDICE

Presentación, 7
ESTUDIOS
Leonardo Martínez Carrizales: Pedro Henríquez Ureña: el territorio
simbólico del hombre de letras, 9
Daniel Link: Pedro Henríquez Ureña: filología y comparatismo, 35
Fernando Degiovanni: Una disciplina de guerra: Pedro Henríquez
Ureña y el latinoamericanismo, 53
Mónica Bernabé: El canon de la expresión americana, 85
María J. Yaksic Ahumada: Aportes de Pedro Henríquez Ureña a la
historiografía literaria en Latinoamérica, 101
Mariana Brito Olvera: Vida y narración. Los modelos de realidad vi-
tal en las “Memorias” de Pedro Henríquez Ureña, 127
Guillermo Toscano y García: Una gramática de la nación argentina.
Sobre “El libro del idioma”, de Pedro Henríquez Ureña y Narciso
Binayán, 169
Daniel Moreno Moreno: Pedro Henríquez Ureña y Jorge Mañach:
primeros traductores de Santayana al español, 189
José Emilio Pacheco: Entre la esclavitud y la utopía. Pedro Henrí-
quez Ureña (1884-1946), 203
EVOCACIONES
Domingo Villalba: [Pedro Henríquez Ureña], 213
Jesús de Castellanos: Pedro Henríquez Ureña, 215
Enrique Díez Canedo: Letras de América. Ensayo sobre Pedro Hen-
ríquez Ureña, 219
RESEÑAS
Biblos: La versificación irregular de la poesía castellana, 231
APÉNDICE
Pedro Henríquez Ureña: Los mejores libros (1909), 237
Pedro Henríquez Ureña: Las cien mejores poesías (1909), 243
Pedro Henríquez Ureña: Obras de lectura (1925), 251
Colaboradores, 261
PRESENTACIÓN

a colección Archivos de Pedro Henríquez Ureña ha al-

L canzado los territorios de un anuario. Al presentar su


séptimo volumen, la sensación es la de seguir avanzando
por la recuperación de un hacer y pensar con alcance iberoa-
mericano. El núcleo del presente volumen lo conforma una
serie de estudios publicados la mayoría de ellos en los últimos
tres años. Un punto recurrente: los alcances del concepto
“expresión” en la literatura latinoamericano.
Tanto Leonardo Martínez Carrizales, como Mónica Bernabé
y María J. Yaksic Ahumada estudian las esferas de Seis ensayos
en busca de nuestra expresión (1928), en diálogo con estudios
culturales recientes.
La histórica y conflictiva relación de los Estados Unidos con
el resto del continente, el latinoamericanismo como una dis-
ciplina que se asienta bajo los dictaminados del buen vecino,
son los ejes del ensayo de Fernando Degiovanni.
En los trabajos de Daniel Link y Guillermo Toscano y García,
el discurso literario fundamenta un decir lo nacional. Por su
parte, Mariana Brito Olvera explora los ámbitos de una auto-
biografía que a la vez es reflexión sobre el acontecer caribeño.
Los Henríquez y Carvajal y también los Henríquez Ureña tu-
vieron una clara conciencia en torno a la importancia de las
redes de amistad y de trabajo. La suya abarcó figuras señeras,
desde José Martí y Eugenio María de Hostos, hasta un gran
espectro donde por igual concurrían miembros del Ateneo y
los Contemporáneos mexicanos, así como miembros de la
Generación del 27 español.
8 INTRODUCCIÓN

La presencia de George Santayana en los haceres del domini-


cano —así como en Jorge Mañach— es estudiada por Daniel
Moreno Moreno, resaltando el papel de la traducción en los
accesos modernizantes de nuestras letras.
Mención especial también merece el texto de José Emilio Pa-
checo, donde se realiza una valoración general de la obra del
autor dominicano.
En el apéndice presentamos tres textos unidos por el cono-
cido afán clasificatorio de Henríquez Ureña, en su búsqueda
de los libros ideales para la formación en las humanidades.
Agradecemos a los autores por habernos permitido reprodu-
cir sus textos, y a los medios originales de publicación, por
concedernos el derecho a compartirlos.
Esta edición del séptimo volumen de Archivos va dedicada a
Pedro Luis Barcia, reconocido especialista rubendariano ar-
gentino, pero igualmente uno de los pedrohenríquezureñistas
más destacados.

Miguel D. Mena
Santo Domingo,
2 de octubre de 2018.
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA: EL TERRITORIO
SIMBÓLICO DEL HOMBRE DE LETRAS
Leonardo Martínez Carrizales

I. PALABRAS PRELIMINARES
n los círculos mexicanos a los cuales perteneció durante

E su juventud, Pedro Henríquez Ureña fue uno de los


primeros en allegarse información a propósito de la
cultura literaria de la América de lengua española y
sistematizarla por medio de métodos modernos. Esta labor
lleva inscritas las marcas de su situación en el tiempo y en el
espacio: el clima del regeneracionismo español, las tesis
idealistas e hispánicas desarrolladas por José Enrique Rodó en
Ariel, y diversas formulaciones alimentadas por el ámbito
filosófico del espiritualismo. En la medida en que Henríquez
Ureña sentó las bases de su modelo historiográfico sobre la
noción de una comunidad literaria hispánica, sus escritos
rebasaron el horizonte renovador y vindicativo de las tesis
regeneracionistas y arielistas para cobrar una dimensión
utópica. En este modelo tiene una importancia estratégica la
tesis regeneracionista sobre el Renacimiento español. De
acuerdo con este modo de plantear las cosas, España participó
de la modernidad occidental en virtud de la variedad y la
profundidad de sus obras en el siglo XVI. En el ambiente
creativo de tales obras América se incorporó a la llamada
civilización occidental y, por tanto, su identidad histórica
quedaría determinada por su pertenencia a la comunidad
política y cultural de habla española que desciende de la
Romania. Gracias a este dispositivo simbólico de naturaleza
historiográfica, el escritor dominicano contribuyó significati-
10 LEONARDO MARTÍNEZ CARRIZALES

vamente al diseño y acreditación de la idea de una comunidad


literaria hispánica. Este capítulo explicará la contribución
indicada en el campo de la historia intelectual, especialmente
en cuanto corresponde a la identidad socialmente construida
de los intelectuales y los universos de conceptos por medio de
los que norman su conducta e intervienen en el ámbito público.

II. EL ESCENARIO EDITORIAL DEL ARIELISMO, EL


ATENEÍSMO Y EL REGENERACIONISMO
Desde su aparición en el año de 1900, el opúsculo Ariel se
difundió y se dispersó por el orbe hispánico trasatlántico gracias
a diversos mecanismos editoriales que a la sazón funcionaban
eficazmente como recursos formativos de la identidad histó-
rica, política y cultural hispanoamericana en crisis.1 El ensayista
uruguayo José Enrique Rodó, autor de Ariel, no sólo renunció
a controlar la reproducción de su obra, sino que aprobó y
procuró estimular la iniciativa de quien estuviera interesado en
editar una vez más sus páginas a lo largo de todo el territorio
de habla española. Esta actitud ante el dominio editorial de su
escrito implica los atributos genéricos y pragmáticos que su
conciencia de autor confería a Ariel, y, por tanto, los rasgos
dominantes de la identidad socialmente construida del hombre
de letras en virtud de la cual se pensaba a sí mismo y organizaba
su gestión pública. Esta identidad es la del maestro, guía de su
comunidad gracias a su ejemplo y a su palabra.
Esta figura elaborada con base en los atributos cordiales de la
presencia humana y sus facultades retóricas será el eje de la
sociabilidad intelectual, así fuera sólo como un referente
simbólico, tanto para Rodó como para sus partidarios más
entusiastas. Así, la difusión y la dispersión editorial de Ariel
promovida por su propio autor no hizo sino trasladar al

1
Walther L. Bernecker, “El fin de siglo en el Río de la Plata:
intereses internacionales y reacciones latinoamericanas”, pp. 15-28,
36-39; Oscar Terán, “El primer antiimperialismo latinoamericano”,
pp. 89-110.
EL TERRITORIO SIMBÓLICO DEL HOMBRE DE LETRAS 11

dominio de la circulación de formatos editoriales de diferente


índole el dispositivo simbólico inscrito en el aparato retórico
de este sermón laico.2 La memoria histórica de un género
escolar como la que se encuentra textualizada en Ariel volvió
fácilmente practicable su proliferación en virtud de las nor-
mas de lectura y apropiación simbólica decodificadas por una
comunidad sólidamente arraigada en el campo de la ense-
ñanza universitaria.3 Es el caso, antes que los editores más
prósperos e influyentes en el territorio hispánico (Sempere,
Ercilla, Cervantes), de las modestas ediciones que de Ariel se
produjeron casi espontáneamente como apoyos de las con-
versaciones de carácter literario propias de círculos intelec-
tuales muy definidos a lo largo de América.
Por ejemplo, cuando el director de la Escuela Nacional Prepa-
ratoria de la ciudad de México, Porfirio Parra, hizo llegar a
José Enrique Rodó en 1908 un ejemplar de la “edición
modesta” que de Ariel había ordenado imprimir por iniciativa
propia, “violando acaso los sagrados derechos de la propiedad
literaria”, el publicista uruguayo respondió a vuelta de correo:
Dediqué Ariel a la juventud de América y a la juventud de
América pertenece. No sólo, pues, ha usado esa Escuela
Nacional de un derecho plenísimo al reimprimir mi obra
para difundirla entre la juventud, sino que con ello obliga
mi agradecimiento, aun dejando aparte la distinción con
que me honra, puesto que contribuye eficazmente a la
realización del propósito que me movió a escribir el libro.4

2
Carlos Real de Azúa, “Prólogo a Ariel”, pp. IX-XV.
3
Michal Glowinski, “Los géneros literarios”, pp. 97-102; Julio
Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina.
Literatura y política en el siglo XIX, pp. 51-62.
4
Porfirio Parra y José Enrique Rodó, “Cartas cambiadas entre el Sr.
Dr. D. Porfirio Parra y D. José Enrique Rodó, con motivo de la
publicación que de Ariel hizo la Escuela N. Preparatoria”, pp. 130-
131. Alfonso García Morales publicó en nota al pie de página esta
misiva de José Enrique Rodó (El Ateneo de México (1906-1914).
Orígenes de la cultura mexicana contemporánea, pp. 129, n. 14); yo
reuní el brevísimo intercambio epistolar entre Parra y Rodó en el
12 LEONARDO MARTÍNEZ CARRIZALES

La correspondencia de José Enrique Rodó contiene varias indi-


caciones del interés que éste imprimió en conseguir el “propó-
sito” que lo había “movido a escribir” Ariel. En este contexto
se sitúa su conversación epistolar con Rafael Altamira, quien
se dio a la tarea de publicar en medios periodísticos sus reaccio-
nes inmediatas ante Ariel, y aun proyectó redactar el prólogo
de una edición española que, “utilizando la autorización de
usted, tengo casi definitivamente concertada con un amigo,
editor por afición más que por fuero”.5 Rodó se interesó en la
posibilidad de materializar la edición prometida. El apoyo
trasatlántico de Altamira resultaría, en opinión de Rodó, de
gran ayuda para la constitución de una vasta red de publicistas
comprometida con la divulgación de los ideales predicados por
el sermón laico del hombre de letras/ profesor.
La edición de Ariel en España sólo se consumaría en 1908 con
un prólogo de Leopoldo Alas, Clarín, quien representaba la
amistad y la influencia más constante y profunda de los inte-
grantes del Grupo de Oviedo con respecto de José Enrique
Rodó.6 Mientras tanto, Rodó publicaba nuevas ediciones de
los textos críticos de Rafael Altamira sobre su obra en medios
del Uruguay; Altamira, por su parte, reproducía las misivas
que intercambiaba con aquél en la prensa de España a la cual
tenía acceso como colaborador y promotor de ideas regenera-
cionistas. Tal es el caso de la edición de Ariel publicada por la
casa Cervantes de Barcelona en que finalmente Rafael
Altamira escribió un prólogo (1927). Dicho prólogo es el
artículo periodístico que Altamira había consagrado a Ariel
tan pronto como su autor se lo enviara en 1900, pues ambos
sostenían intercambios epistolares desde 1897 gracias a las

apéndice de un artículo que aborda la presencia del ensayista uru-


guayo en el aparato de la educación universitaria de México en víspe-
ras de la Revolución de 1910 (consúltese el capítulo seis de este libro).
5
José Enrique Rodó, Obras completas, p. 1287.
6
José Enrique Rodó, op. cit., p. 1289; Alfonso García Morales,
Literatura y pensamiento hispánico de fin de siglo: Clarín y Rodó,
Sevilla, Universidad de Sevilla, 1992.
EL TERRITORIO SIMBÓLICO DEL HOMBRE DE LETRAS 13

coincidencias del núcleo krausista de la Universidad de


Oviedo con la doctrina del sermón americano dedicado a la
juventud.
En efecto, dada la naturaleza del público al cual estaba
dirigido en primera instancia el escrito de Rafael Altamira,
éste asimilaba el fondo ideológico de Ariel a los principios de
su programa regeneracionista: la restauración del liderazgo
español en la comunidad hispánica trasatlántica, la reivindica-
ción moderna de la tradición cultural española, y la renova-
ción de los vínculos históricos y políticos de España con las
naciones americanas.7 De acuerdo con la perspectiva de los
integrantes del círculo krausista de la Universidad de Oviedo,
“la orientación ideal” de Ariel coincidía con sus principios
regeneracionistas.
Mucho de nuestra alma moderna, de la que vale y de la que
podemos ufanarnos, se transparenta en las páginas de Rodó,
que es así propiamente de los nuestros, aunque no fuera
exacto que hubiese recibido directamente las citadas
influencias [Valera, Clarín, Giner de los Ríos] y otras
análogas: con sólo haber coincidido, en el resultante
personal de sus lecturas y meditaciones, con el espíritu que
caracteriza a los mejores de la minoría intelectual española.8

Hay una atmósfera que aproxima estas comunidades intelec-


tuales independientemente de la distancia que separaba las
condiciones específicas de enunciación de los principios
idealistas, espiritualistas, regeneracionistas, pedagógicos e

7
Altamira, España en América, Valencia, F. Sempere y Cía.
Editores, 1908; España y el programa americanista, Madrid,
Editorial América, 1917; Eva María Valero Juan, Rafael Altamira y
la “reconquista espiritual” de América. Alicante, Universidad de
Alicante, 2003.
8
Rafael Altamira, Prólogo, p. 9. Los estudios de Belén Castro sobre
Ariel de Rodó han explicado la perspectiva según la cual este
opúsculo se encuentra condicionado por los acontecimientos de
1898 y el clima de las ideas regeneracionistas. Belén Castro,
Introducción a José Enrique Rodó, Ariel, pp. 50-58.
14 LEONARDO MARTÍNEZ CARRIZALES

hispánicos de la minoría intelectual constituida por los ins-


trumentos editoriales mediante los que se llevó a cabo la
difusión y dispersión de Ariel. Además, hay una trama epistolar
que articula, junto con aquellos instrumentos, una república
literaria hispánica, trasatlántica y progresista. A este respecto,
citaré un testimonio significativo. Se trata de la nota de
presentación a la edición de Ariel dispuesta en México por el
Ateneo de la Juventud en 1908, un poco antes de la edición de
la Escuela Nacional Preparatoria. Estas líneas fueron
proyectadas por el escritor dominicano Pedro Henríquez
Ureña y muy probablemente escritas por él mismo. El frag-
mento que cito destaca la geografía hispánica de la república
literaria que había convertido a Ariel en uno de sus emblemas:
Ariel tuvo inmediata resonancia en España, donde el
espíritu selecto de Leopoldo Alas lo acogió con entusias-
mo. La Revista Crítica de Madrid hizo propaganda de la
obra, publicándola íntegra.9 Hoy, las ideas de Rodó son
tema obligado, cada vez que en España hablan de América
Rafael Altamira, Miguel de Unamuno, los González
Blanco.
En la América española, la influencia de Ariel ha sido
mayor aún. Íntegro o en parte, lo han publicado en sus
columnas El Cojo Ilustrado de Caracas, la Revista Literaria
de Santo Domingo, Cuba Literaria de Santiago de Cuba.
En los países del Plata ha alcanzado varias ediciones. Y por
lo demás, ha dado asunto a multitud de asuntos críticos y de
conferencias e inspiración a nuevas obras: sirvan de ejemplo
los trabajos de Tito V. Lisoni, en Chile, de Francisco García

9
Con respecto de esta noticia editorial conviene citar una
observación de García Morales: “La Revista Crítica es, en realidad,
la Revista Crítica de Historia y Literatura Españolas, Portuguesas e
Hispanoamericana, publicada en Madrid bajo la dirección de Rafael
Altamira y Antonio Elías de Molins. Entre 1900 y diciembre de
1902, en que dejó de existir, no publicó Ariel; lo que sí publicó fue
una famosa reseña de Altamira sobre el mismo […]. Y esto es lo
que debió confundir a los jóvenes mexicanos.” El Ateneo de México
(1906-1914). Orígenes de la cultura mexicana contemporánea, pp.
124-125, n. 8.
EL TERRITORIO SIMBÓLICO DEL HOMBRE DE LETRAS 15

Calderón, en el Perú, de Alberto Nin Frías, en la Argentina,


de Carlos Arturo Torres, en Colombia, y de tantos otros
escritores hispanoamericanos.10

El redactor de esta nota quiere incorporar a México, “donde


hasta ahora sólo habían llegado ecos de [la] influencia [de
Ariel]”,11 a esta república literaria hispánica, continental y
trasatlántica, mediante la publicación en el país del ensayo de
Rodó. Aunque Ariel se leyó en México hacia 1908, su
influencia fue modesta si se la compara con otros ámbitos de
recepción. Entre los lectores mexicanos de Rodó, Ariel se
diluyó junto con muchas otras claves espiritualistas. Estas
claves eran asimiladas en conjunto para alimentar un proceso
institucional e intelectual que desde hacía varios lustros, en el
poderoso aparato escolar del liberalismo mexicano, discutía
críticamente la pertinencia del positivismo para plantear
problemas del conocimiento fuera del estrecho paradigma de
la comprobación fáctica de los fenómenos de la naturaleza.12
Por otro lado, el interés de los preparatorianos y de los
ateneístas en Ariel se explica como un recurso simbólico de la
construcción de una identidad social en ascenso: la de los
intelectuales universitarios a cargo de la reforma de la
educación pública del país. La recepción de Ariel en México
dista mucho de conformar—se exclusivamente con las pautas
redentoras y mesiánicas de los “maestros de la juventud”,
como el propio Rodó, carentes de una posición estable en el
aparato escolar de un Estado complejo y diferenciado.13 Sin

10
Ibid., pp. 123-124.
11
Ibid., p. 124.
12
Charles Hale, La transformación del liberalismo en México a fines
del siglo XIX, pp. 266-319; José Hernández Prado, estudio
introductorio a José María Vigil, Textos filosóficos, pp. 7-22; Antolín
Sánchez Cuervo, Krausismo en México. México, Universidad
Nacional Autónoma de México-Red Utopía A. C.-Jitanjáfora
Morelia Editorial, 2004.
13
Véase capítulo 6 de este libro.
16 LEONARDO MARTÍNEZ CARRIZALES

embargo, en el Ateneo de la Juventud había una persona que


no respondía del todo a los intereses de los escolares mexica-
nos en ascenso en virtud de sus propias tradiciones
intelectuales y que, por tanto, estaba al tanto de la informa-
ción necesaria para situar a Ariel en el panorama geocultural
indicado en el texto introductorio a la edición ateneísta de
este libro: Pedro Henríquez Ureña.14
El personalísimo horizonte americano de Henríquez Ureña,
ajeno a la comunidad intelectual de México organizada en
torno de los planteles educativos del gobierno de Porfirio
Díaz, determinó que se convirtiera en quien haya dispensado
una atención más concentrada e informada a la visita de Rafael
Altamira a México. Dicha atención, que consta al menos en
tres escritos diferentes, se explica en parte porque refleja un
interés profundo en las materias implicadas en el paso de
Altamira por la ciudad de México, particularmente las
referidas a la índole y organización del ámbito universitario
en las sociedades modernas, la extensión universitaria, la
conducción intelectual y moral de los jóvenes.15 El interés en
estas materias se encuentra condicionado por la incorpora-
ción de Henríquez Ureña en la reforma de la enseñanza

14
Oscar Terán “Pedro Henríquez Ureña: una deriva intelectual”, p.
604; Soledad Álvarez, “La pasión dominicana de Pedro Henríquez
Ureña”, pp. 624-646; Arcadio Díaz Quiñones, “Pedro Henríquez
Ureña y las tradiciones intelectuales caribeñas”, pp. 69-70.
15
El interés profundo, constante y técnicamente muy desarrollado
de Henríquez Ureña sobre la educación universitaria acompañó,
desde la perspectiva y los intereses de su generación, el proceso de
reforma educativa encabezado por el ministro de Instrucción
Pública Justo Sierra, de cuyo grupo de interés el dominicano era un
integrante destacado. La tesis que Henríquez Ureña escribió con
objeto de obtener el título de abogado en 1914 prueba los
conocimientos especializados sobre el estatuto histórico y jurídico
de la universidad moderna que se había esforzado por atesorar
(Pedro Henríquez Ureña, Universidad y educación, pp. 45-69;
también Javier Garciadiego, Cultura y política en el México
posrevolucionario, pp. 509-520).
EL TERRITORIO SIMBÓLICO DEL HOMBRE DE LETRAS 17

universitaria instrumentada por Justo Sierra alrededor de la


fundación de la Universidad Nacional de México.16 Por lo
demás, hay una cuota de interés del dominicano en Altamira
que se debe a su perspectiva americana y trasatlántica, referida
directamente al influjo del krausismo en su tierra natal. Esta
perspectiva se desarrollará cuando nuestro joven ateneísta
pierda contacto con las instituciones educativas mexicanas.
En el interés de Henríquez Ureña por Altamira se destacan
ciertas materias y se advierten matrices culturales solidarias
entre sí de acuerdo con el espíritu de la época tal y como se
asumía en las minorías intelectuales del orbe hispánico
trasatlántico: el regeneracionismo impulsado por el influjo de
la pedagogía krausista que daba sentido a la acción del Grupo
de Oviedo; el idealismo de José Enrique Rodó difundido
gracias a su Ariel; el relevo generacional del Ateneo de la
Juventud programado desde la plataforma de la educación
universitaria en México. No se trata de influencias directas y
programáticas entre estas matrices de discursos sobre la
cultura y modos de intervención de los escritores en el ámbito
público; en cambio, se trata de confluencias determinadas por
una perspectiva común de la realidad vigente en sociedades
sometidas a crisis históricas muy considerables. En estas
crisis el dominio universitario había cobrado, como expresión
de un cambio demográfico a favor de los jóvenes, una gran
importancia en el diseño y gobierno de la sociedad moderna.17
El diálogo virtual entre Altamira y Henríquez Ureña ocurrió
precisamente en el campo universitario entendido como eje
de la renovación de la sociedad.
El primero de los escritos en que Pedro Henríquez Ureña se
ocupó de Rafael Altamira es un artículo destinado a la revista
Ateneo de Santo Domingo, publicación de la comunidad
intelectual de la que procedía el autor de esas páginas y en
cuyo seno, a diferencia de México, se dejaban sentir con gran

16
Justo Sierra, Obras completas V. Discursos, pp. 373-386.
17
Christophe Charle, El nacimiento de los “intelectuales”. 1880-
1900, pp. 34-40.
18 LEONARDO MARTÍNEZ CARRIZALES

fuerza las pautas del krausismo y de la magna patria americana


de raíz española.18 En este artículo que no se publicaría en
México y que principalmente era una reseña periodística de
las alocuciones de asunto jurídico del embajador cultural, se
destaca inmediatamente el logro más significativo, a juicio del
autor, del “viaje de propaganda intelectual y social” de
Altamira en su estación mexicana: “romper, quizá de modo
definitivo, con la rutinaria tradición anti-española”.19 Al
margen de la información que Henríquez Ureña recupera a
propósito de las actividades de Altamira y de la competencia
técnica que demuestra su familiaridad con problemas
jurídicos, el escritor dominicano nos ofrece una señal muy
expresiva de su mentalidad. Se trata de la caracterización del
ethos de Altamira, el español más indicado para dar inicio a
“esta nueva etapa de las relaciones entre España y América:
relaciones intelectuales activas, intercambio internacional de
hombres e ideas”;20 esto es, las relaciones propias de una
comunidad histórica y cultural de extensión continental y
trasatlántica. En la composición del ethos del visitante
distinguido encontramos de nuevo la identidad socialmente
construida del hombre de letras mediante la cual Rodó y sus
lectores se concebían a sí mismos y planeaban sus interven-
ciones en el dominio público.
De acuerdo con Pedro Henríquez Ureña, Rafael Altamira
tenía el don del evangelizador necesario para la enseñanza y la
“propaganda social”, es decir, el don de una palabra renovada,
una voz nueva que seducía y convencía a su auditorio escolar
por la sinceridad y la convicción en su mensaje. “No vengo a
deciros cosas nuevas, sino cosas buenas”, repetía Altamira

18
Alfonso García Morales, El Ateneo de México (1906-1914).
Orígenes de la cultura mexicana contemporánea, pp. 9-16; Literatura
y pensamiento hispánico de fin de siglo: Clarín y Rodó, p. 76; Soledad
Álvarez, “La pasión dominicana de Pedro Henríquez Ureña”, pp.
635-637.
19
Pedro Henríquez Ureña, “Altamira en México”, p. 101.
20
Ibid., p. 103.
EL TERRITORIO SIMBÓLICO DEL HOMBRE DE LETRAS 19

con palabras estimadas en “su valor neto, sin sombra de


afectación, de pose ni de vanidad personal”, según la memoria
estratégicamente selectiva de Henríquez Ureña.21 La admira-
ción suscitada en el joven dominicano por el español reves-
tido —de acuerdo con la representación literaria difundida
periodísticamente en Santo Domingo— con las prendas del
maestro Próspero, despertaría en sus jóvenes escuchas, luego
de predicar ideales bellos y buenos, una ovación ruidosa,
estrepitosa y cálida que extendió, como sucede al final de Ariel,
el imperio del evangelizador del aula a la calle.22
En la memoria de Rafael Altamira también actuó el mismo
imaginario organizado en torno del orador/docente que mueve
y conmueve a su auditorio mediante la prédica de su mensaje
ideal. En el informe de su viaje a México consigna, en la parte
correspondiente a su salida de la ciudad, que los estudiantes de
la Escuela Nacional Preparatoria tomaron bajo su cargo la
despedida del personaje en la estación del ferrocarril. Allí
concurrió una manifestación, muestra de la aprobación popu-
lar: “el voto de la opinión pública mexicana en favor de lo que
predica y se propone nuestra universidad”.23 Tal es la platafor-
ma enunciativa de la crónica de su viaje a América publicada en
1911.

21
Loc. Cit.
22
Ibid., p. 105. He querido subrayar en la redacción del párrafo que
da pie a esta nota las pautas simbólicas de la mentalidad retórica que
todavía en el periodo tienen un gran peso en la construcción social
de la figura pública del hombre de letras. La acción del orador se
representa en las páginas de Henríquez Ureña como prueba de
virtudes intelectuales y morales, tal y como acontece con el aparato
escénico que da sustento al sermón laico de Próspero en Ariel (Ette,
“’La modernidad hospitalaria’: Santa Teresa, Rubén Darío y las
dimensiones del espacio en Ariel, de José Enrique Rodó.”, pp. 76-
79).
23
Rafael Altamira, Mi viaje a América. (Libro de documentos.), p.
352.
20 LEONARDO MARTÍNEZ CARRIZALES

Ambos testimonios elaborados mediante la escritura convali-


dan la mentalidad de dos comunidades intelectuales que
coincidieron hacia 1910 gracias a Rafael Altamira y Pedro
Henríquez Ureña en los siguientes términos: la acreditación
del ámbito universitario como un microclima intelectual cada
vez más complejo y diferenciado, portador de ideales orien-
tados a la redención de la sociedad, garantía de tradiciones del
conocimiento y agente de legítima y necesaria intervención
pública. Con el propósito de ofrecer una “idea del valor que se
concede en México al viaje de Altamira”, cito el último párrafo
del artículo de Henríquez Ureña publicado en Santo Domingo
en cuyas líneas cede la palabra a Antonio Caso, presidente del
Ateneo de la Juventud recientemente constituido:
Sois un profesor de idealismo. Antes de venir a América
érais el ilustre historiador de la civilización española, el
sabio jurista, el apóstol de la extensión universitaria en
Oviedo; al regresar a España habréis realizado una gran
obra social, de altísima importancia futura; devolvemos a
España una personalidad histórica, consagrada por el amor
de diez naciones y la admiración de todo un continente. 24

24
Henríquez Ureña, “Altamira en México”, p. 105. Para un pano-
rama de los acontecimientos relativos a la fundación del Ateneo de
la Juventud: Alfonso García Morales, El Ateneo de México (1906-
1914). Orígenes de la cultura mexicana contemporánea, Sevilla,
Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1992; y Susana Quinta-
nilla, “Nosotros”. La juventud del Ateneo de México. De Pedro
Henríquez Ureña y Alfonso Reyes a José Vasconcelos y Martín Luis
Guzmán, México, Tusquets, 2008. La perspectiva hispánica de
Antonio Caso destacada por la cita de Henríquez Ureña se condice
con uno de los ejes más destacados y comentados de Ariel, aunque
sin la nota defensiva con respecto de los Estados Unidos de
América, y toma en cuenta los intereses propagandísticos de
Altamira. Estas palabras también se hacen eco del componente
prohispánico en la diplomacia cultural de Justo Sierra, cabeza del
grupo de intelectuales universitarios en México y, sobre todo, del
interés erudito de los integrantes del Ateneo con inclinaciones
filológicas por la historia de las letras españolas (Justo Sierra, Obras
completas V. Discursos, pp. 277-283; Claude Dumas, Justo Sierra y
EL TERRITORIO SIMBÓLICO DEL HOMBRE DE LETRAS 21

El epíteto de “profesor de idealismo” coincide con el título


de un trabajo de Pedro Henríquez Ureña presentado en una
de las sesiones del Ateneo de la Juventud que hacía suyo el de
un libro del ensayista peruano Francisco García Calderón,
discípulo predilecto de Rodó. En consecuencia, los profesores
de idealismo eran modelos universitarios que representaban
“el predominio de las tendencias llamadas antiintelectualistas,
de la reacción contra el criticismo y el positivismo en busca
de horizontes más amplios”; el prestigio de estos profesores de
idealismo también atestiguaba, quizá, en opinión de
Henríquez Ureña, “el ascenso de los países latinos en el movi-
miento filosófico”.25 Antonio Caso, por su parte, entre los
integrantes del círculo humanista del Ateneo era el experto
en el movimiento filosófico internacional de su tiempo en
cuanto a la postulación racional de los problemas metafísicos
ignorados por el positivismo.26
En este sentido, Rafael Altamira, de acuerdo con el encomio
de Caso, pasaba a formar parte de un elenco de pensadores
modernos, renovadores, idealistas, latinos. Si bien es cierto
que Altamira no alcanzó entre los ateneístas la estimación
dispensada a Boutroux, por ejemplo, en virtud de una índole
disciplinaria diferente por completo a la de los filósofos de
“tendencias anti-intelectualistas” —mucho más próxima al
entorno especializado del aparato escolar mexicano—, en la
coyuntura de su viaje a México representaba un profesor de
idealismo muy cercano a la representación de Próspero

el México de su tiempo. 1848-1912, pp. 15-26). En última instancia,


para el núcleo del Ateneo concentrado en el ámbito universitario y
en la filología, la crítica de la “tradición anti-española” en México
era un signo de su voluntad renovadora en materia intelectual que
en modo alguno debe generalizarse a una actitud compartida por
toda la sociedad mexicana (Zuleta, “España en la comprensión de
América de Henríquez Ureña”, pp. 67-68).
25
Pedro Henríquez Ureña, “Profesores de idealismo”, pp. 143;
Francisco García Calderón, América Latina y el Perú del nove-
cientos. Antología de textos, pp. 89-91.
26
Antonio Caso, Obras completas, T. II, pp. 3-24.
22 LEONARDO MARTÍNEZ CARRIZALES

elaborada por José Enrique Rodó en Ariel.27 Henríquez Ureña


será, entre los ateneístas, dada su vinculación con marcos
culturales de espacialidad continental, el más sensible a la
orientación hispánica del profesor de la Universidad de Oviedo
y a la incorporación de autores de lengua española en la serie
de autoridades que alimentaban y daban prestigio a las tareas
renovadoras de su círculo.
A este respecto, entre los festejos organizados por los intelec-
tuales universitarios del grupo del escritor y ministro de
Instrucción Pública Justo Sierra y de Pedro Henríquez
Ureña, sobresale la velada que el Ateneo de la Juventud
ofreció a Rafael Altamira, celebrada en la Escuela Nacional
Preparatoria con base en diferentes manifestaciones literarias
de asunto español. Sierra presidió el acto en compañía del
subsecretario del ramo, Ezequiel A. Chávez, y el director del
plantel sede, Porfirio Parra. Tal y como se advierte, Altamira
quedó en compañía de un grupo homogéneo, políticamente
activo y cabeza del aparato educativo mexicano, público,
liberal y laico.28

27
Significativamente para nuestra discusión, Henríquez Ureña
también caracteriza a Francisco García Calderón con los atributos
de un evangelista: “difunde por América las agitaciones del pensa-
miento europeo. Los novísimos movimientos filosóficos no han
encontrado mejor evangelista que él entre nosotros; y no es corta la
ayuda que presta a la orientación libre y amplia de la juventud
hispanoamericana de hoy, ansiosa de escapar a los viejos moldes, lo
mismo escolásticos que positivistas, y entrar en una concepción viva
y total del mundo” (“Profesores de idealismo”, p. 145). Pocas
palabras antes Henríquez Ureña se ha referido al escritor peruano
como un “latino fervoroso”, un hombre de letras cuyas preferencias
y gustos son latinos. “En el fondo, anima a este pensador un hondo
deseo de contribuir al ascenso de su patria y de su América, la
nuestra, la española […]” (144-145).
28
Pedro Henríquez Ureña pone especialmente de relieve la
condición partidista de la velada organizada por el Ateneo en honor
de Altamira en otro de los escritos en cuyas páginas se refiere al
profesor español: su Diario. El tono de la escritura autobiográfica
EL TERRITORIO SIMBÓLICO DEL HOMBRE DE LETRAS 23

En la velada del Ateneo ofrecida en honor de Rafael Altamira,


Pedro Henríquez Ureña tomó la palabra para leer un estudio
sobre Hernán Pérez de Oliva. Los primeros fragmentos de
este trabajo se dieron a conocer en 1910, muy cercanamente
a otras colaboraciones periodísticas que, en el mismo año,
tejieron poco a poco una trama simbólica de claves regenera-
cionistas, arielistas e hispánicas. Tal es el caso de la crónica de
la estancia de Altamira en México, “Profesores de idealismo”,
la conferencia sobre Motivos de Proteo de José Enrique Rodó
y, particularmente, “Cultura antigua de Santo Domingo. (La
Española)”.29 Este último escrito evidencia la intención de
integrar simbólicamente, gracias a los recursos de la historia
de la cultura, la isla en el cuadro general del espacio americano
y trasatlántico.30 Insistamos en que no hay nadie en el Ateneo
de la Juventud que haya abrigado hacia 1910 una perspectiva
similar ni, mucho menos, que haya desarrollado las operacio-
nes simbólicas e ideológicas llevadas a cabo por Henríquez
Ureña en los términos iniciales de su proyecto de historia de la
cultura americana de sólida base hispánica.

es más discreto y moderado que el propagandístico que prima en el


artículo de la revista Ateneo. En cualquier caso, esta noticia, junto
con el prolijo informe de la fiesta ofrecida por Justo Sierra en su
domicilio al visitante distinguido, indican que la prédica idealista y
regeneradora del evangelista de la Universidad de Oviedo era
especialmente apreciada por la comunidad universitaria tejida en
torno del ministro de Instrucción Pública (Pedro Henríquez
Ureña, Memorias. Diario. Notas de viaje, pp. 160-163).
29
Entre las publicaciones periódicas en que Henríquez Ureña llevó
a cabo esta labor, cabe señalar La Unión Española (La Habana),
Ateneo (Santo Domingo), El Estudiante (México), Cuba Contem-
poránea (La Habana). Consúltese la distribución cronológica de
estas colaboraciones en la exhaustiva cronobibliografía de la obra de
Pedro Henríquez Ureña preparada por Emma Susana Speratti
Piñero (Pedro Henríquez Ureña, Obra crítica, pp. 764-765).
30
Soledad Álvarez, “La pasión dominicana de Pedro Henríquez
Ureña”, p. 633.
24 LEONARDO MARTÍNEZ CARRIZALES

En los “Preliminares” del libro mexicano en cuyas páginas se


incorporaría la versión completa de “El maestro Hernán
Pérez de Oliva”, En la orilla, mi España (1922), ya se
advierten con claridad programática las pautas de una
comunidad histórica y cultural de raíz española y de exten-
sión trasatlántica. A la sazón, Henríquez Ureña ha tenido que
abandonar México, impartir clases en Minnesota, defender a
su patria de la invasión yanqui y visitar España brevemente
presa del desconcierto. En las primeras páginas del volumen,
Henríquez Ureña suscita ante los ojos de sus lectores un
sentimiento de unidad, proyección de su experiencia como
viajero.
Si llegamos, sobre todo, de países en que domina otra
lengua y otra civilización –aunque sea Francia–, creemos
estar de regreso en la patria: Cádiz y Santo Domingo son,
para la imaginación excitada, una misma ciudad; los
muelles de Barcelona se confunden con los de La Habana
o sus avenidas con las de México; el Mediterráneo es, para
el deseo visionario, el Caribe […]. 31

Gracias a este recurso emotivo de la escritura autobiográfica,


Henríquez Ureña establece las bases de una geografía
imaginaria cuyas representaciones serán núcleos de produc-
ción de sentido desarrollados en adelante por él mismo y por
los ensayos americanistas de fuerte sustrato hispánico, tal y
como sucede en los casos de Alfonso Reyes y Germán
Arciniegas.32 Ahora bien, como lo establece el propio
Henríquez Ureña en la segunda parte de su introducción:
“No todo es sentimentalismo. Hay, también, la convicción
intelectual”.33 En consecuencia, los recursos de la imagina-
ción emotiva que sirvieron para representar la unidad del orbe
hispánico trasatlántico se desdoblan en argumentos propios de
la historiografía regeneracionista encabezada por Rafael

31
Pedro Henríquez Ureña, Obra crítica, pp. 187.
32
Leonardo Martínez Carrizales, “La figura”, pp. 119-136.
33
Pedro Henríquez Ureña, Obra crítica, p. 188.
EL TERRITORIO SIMBÓLICO DEL HOMBRE DE LETRAS 25

Altamira.34 El argumento principal estriba en la formidable


obra de civilización y cultura que España fue capaz de desarro-
llar en Europa y América durante el siglo XVI; obra de un
pueblo cuyo reconocimiento plantea necesariamente “el
problema de su presente y de su futuro”,35 esto es, el asunto de
la regeneración española.
Pedro Henríquez Ureña comenzó a trasladar el eje del rege-
neracionismo hacia América, su propio lugar de enunciación,
así fuera disperso, discontinuo y provisional dada su errancia:
la “improvisación genial que es ‘la España de los Siglos de
Oro’ alcanzó a imponerse, durante más de cien años, al
mundo todo: en Europa, dando modelos; en América,
echando los cimientos de la nueva civilización, la que habrá
de dominar espiritualmente el porvenir”.36 La “nueva civili-
zación” por desarrollarse en América, de coordenadas
trasatlánticas, latinas e hispánicas, nace del germen del Rena-
cimiento español. El estudio sobre Hernán Pérez de Oliva,
piedra angular de esta tesis, forma parte, según testimonio de
1922, del “proyecto de escribir una serie de estudios sobre el
Renacimiento en España”.37 El “libro proyectado” no llegará a
ser escrito por completo. Sin embargo, la perspectiva
historiográfica y cultural que anima este modo de entender el
pasado, el presente y el futuro del orbe hispánico se afianzará
con el paso de los años en el hombre de letras maduro.38
La noción de comunidad literaria hispánica sustentada en las
acciones llevadas a cabo por redes de hombres de letras
mediante recursos editoriales de diversa índole se consolidará
gracias a la elaboración de discursos cada vez más complejos
que convalidan los supuestos de dicha noción. Henríquez

34
Ricardo García Cárcel, La leyenda negra. Historia y opinión, pp.
171-184.
35
Pedro Henríquez Ureña, Obra crítica, p. 188.
36
Pedro Henríquez Ureña, Obra crítica, p. 189.
37
Ibid., p. 234.
38
Emilia de Zuleta, “España en la comprensión de América de
Henríquez Ureña”, pp. 67-86.
26 LEONARDO MARTÍNEZ CARRIZALES

Ureña es uno de los artífices más notables de estos discursos.


Hacia esta latitud trasladaremos la segunda parte de este
capítulo explicando la importancia estratégica del recurso
ideológico del Renacimiento español en el modelo de estudio
del pasado literario que se abre paso en la mentalidad del
escritor dominicano, una vez que el arielismo, el regenera-
cionismo y el ateneísmo se hayan transfor-mado en su
plataforma enunciativa.

III. AMÉRICA EN EL SENO DEL RENACIMIENTO ESPAÑOL


Cuanto llevamos dicho acerca de la contribución de Pedro
Henríquez Ureña en el diseño de una comunidad literaria
hispánica de extensión continental y trasatlántica corresponde
a su primera residencia en México. En este periodo, nuestro
hombre de letras actuó con base en una sociedad letrada que
contaba con sólidas bases institucionales de carácter univer-
sitario. Sin embargo, en 1914 se vio obligado a abandonar el
país luego del recrudecimiento de la crisis detonada por el
movimiento revolucionario de 1910. Entonces, el horizonte de
enunciación de Henríquez Ureña se transformó. Los bienes
editoriales y escolares de la república literaria hispánica
perdieron peso tanto en su trayectoria biográfica como en las
pautas de su discurso; en cambio, la pérdida se compensó
mediante el cultivo de los recursos simbólicos de una comuni-
dad ideal, utópica, construida con las evidencias del pasado
cultural elaboradas en un discurso redentor. Gracias a esta
deriva, Henríquez Ureña formuló problemas de investigación
que se advierten en libros como En la orilla, mi España (1922),
Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928) y Plenitud de
España (1940), anticipaciones de un modelo historiográfico
que se desarrollaría plenamente gracias a las sumas que
concibió y desarrolló al final de su vida: Las corrientes literarias
en la América hispánica (1945) e Historia de la cultura en la
América hispánica (1947). Tales problemas tienen como eje la
tesis sobre la modernidad de España en el contexto europeo de
la primera mitad del siglo XVI, la documentación de la plenitud
EL TERRITORIO SIMBÓLICO DEL HOMBRE DE LETRAS 27

del Renacimiento español y, sobre todo, las consecuencias de


esta documentación y esta tesis en planteamientos relativos a
la naturaleza ideológica, y aun política, del discurso histórico
sobre la modernidad occidental. En este haz de problemas se
aprieta el correspondiente a la historia de la expresión literaria
de la América española y a su identidad histórica, asuntos que
determinarán todas las ideaciones de este peregrino de
América durante su precario y difícil periplo. Gracias al acento
americano de los estudios hispánicos de nuestro ensayista, es
posible reconocer su lugar social, el escenario desde cuyas
determinaciones socioculturales se activa el dispositivo
retórico de sus textos.
Pedro Henríquez Ureña terminaría por convertirse en un
profesor ampliamente reconocido y un teórico de la historia
de la cultura; en él se cumple el destino que la institución
escolar tenía deparados a la literatura y al hombre de letras en
América Latina hacia el primer decenio del siglo XX: el
estudio de la literatura en el aula universitaria con base en
sistemas conceptuales de carácter científico cuyo modelo era
la filología románica. Las tareas del crítico dominicano a este
respecto se orientaban hacia la elaboración de libros especia-
lizados, manuales de apoyo a la enseñanza y planeación de
colecciones editoriales. Henríquez Ureña no logró estas
metas sino como aproximaciones y tanteos de cuya condición
él mismo fue consciente. Tal es el caso del libro que nuestro
estudioso quiso escribir sobre el Renacimiento en España y
sólo consiguió redactar en parte. Por estos motivos, una vez
superado el límite histórico del horizonte de su erudición, ni
su influencia ni su prestigio se pierden, sino que se trasladan
al ámbito público y se dejan sentir con plenitud en la literatura
del problema de América, por así llamar al ensayo concebido
para discutir la identidad histórica, política y social de
América con base en los motivos que ofrecen a este propósito
las obras literarias. En último término, obligado por las
circunstancias históricas a abandonar el proyecto de conducir
la reforma del aparato universitario de México, alejado de las
oficinas directivas de las redes editoriales del orbe hispánico,
28 LEONARDO MARTÍNEZ CARRIZALES

siempre huésped en las sociedades que le dieron cobijo,


Henríquez Ureña se aproximó cada vez más a la figura de José
Enrique Rodó y a los núcleos integradores de su discurso.
La literatura del problema de América, por un lado, implica la
discusión del modelo interpretativo que pueda explicar la
articulación de América en el dominio hispánico, sus vínculos
con España, su incorporación en la comunidad cultural
trasatlántica; por otro lado, compromete la discusión de la
posición de América en el orden internacional impuesto por
los preparativos, el desarrollo y las consecuencias de la
Segunda Guerra Mundial. Así, del paradigma filológico de los
estudios literarios que primó en la educación de Henríquez
Ureña, determinante de sus modelos de erudición (Marcelino
Menéndez Pelayo) y sus hábitos de trabajo, se llega a discu-
siones que lindan en los asuntos de Estado correspondientes
a la administración del orden internacional del siglo XX. En
el primer extremo del horizonte conceptual que alimenta y da
sentido a la literatura del problema de América, Pedro
Henríquez Ureña estableció claramente los principios de un
modelo filológico de la historia de la cultura, de los cuales no
se apartaría a lo largo de su trayectoria.
Aceptemos francamente, como inevitable, la situación
compleja: al expresarnos habrá en nosotros, junto a la
porción sola, nuestra, hija de nuestra vida, a veces con
herencia indígena, otra porción substancial, aunque sólo
fuere el marco, que recibimos de España. Voy más lejos: no
sólo escribimos el idioma de Castilla, sino que pertenece-
mos a la Romania, la familia románica que constituye
todavía una comunidad, una unidad de cultura, descen-
diente de la que Roma organizó bajo su potestad; pertene-
cemos –según la repetida frase de Sarmiento– al Imperio
romano.39

En cuanto al segundo extremo, Henríquez Ureña no llegó a


tener una participación tan franca como hubiera sido el caso

39
Pedro Henríquez Ureña, Obra crítica, p. 250.
EL TERRITORIO SIMBÓLICO DEL HOMBRE DE LETRAS 29

si la muerte no hubiera interrumpido su trayectoria y, sobre


todo, si hubiera contado con un cargo institucional que
aparejase a su talento y a su inteligencia la influencia política
necesaria para potenciar la voz del hombre de letras. Sin
embargo, en la trayectoria de Alfonso Reyes, en quien sí se
cumplió esta última condición, el influjo de Henríquez Ureña
es discernible en términos de la integridad teórica de las
proposiciones sobre la pertenencia de América al sistema de
las naciones del llamado “Occidente”. Tal hecho puede
corroborarse si se estudia el relato histórico que plantea a
América como una realidad política y social nacida de la
matriz conceptual de Europa en el ensayo Última Tule.
El motivo dominante en el discurso de Henríquez Ureña que
coloca a América en el orbe moderno corresponde a España,
específicamente a la categoría histórica y conceptual del
Renacimiento español. Esta categoría le permitió al ensayista
dominica-no dar sustancia histórica a un campo nocional
constituido por valores identificados con lo regular, lo lineal,
lo homogéneo, lo unívoco, lo claro, lo racional, lo explicable
y comprensible. Con base en estos valores construyó concep-
tualmente a América y su incorporación en el contexto
espacio-temporal de Occidente/ Europa/España. Así, en la
estrategia del discurso de nuestro personaje España no podía
ser sino un caso de distinción y regularidad intelectuales, de
sobriedad artística, de sabiduría política. Además, estos
atributos son un eco de las prendas que nuestro hombre de
letras había estimado en el carácter de Rodó y Altamira,
encarnaciones del ideal del escritor/ docente iluminado por el
prestigio del personaje Próspero de Ariel.
Luego de acreditar suficientemente su paso por la aduana del
comentario filológico y la crítica literaria, Henríquez Ureña
se consagró a la labor de integrar sus conocimientos en
síntesis y panoramas articulados alrededor del tema de la
modernidad de España, convencido en la existencia del
Renacimiento español. “El problema de la función de España
en la cultura moderna de Occidente está ligada al de la
30 LEONARDO MARTÍNEZ CARRIZALES

función que tuvo en el Renacimiento. Problema que durante


largo tiempo se tocaba de paso, dándolo por resuelto, pero
con soluciones contrarias entre sí: sólo nuestro siglo lo ha
planteado con ánimo de examen.”40
La certeza de Pedro Henríquez Ureña en el Renacimiento
español es digna de nota no sólo por el acervo de información
que este estudioso había sido capaz de atesorar y organizar
hacia 1922, y refrendar hacia 1940, sino por la conciencia de
una dimensión política e ideológica latente tanto en la formu-
lación como en la difusión de la tesis de la modernidad española.
La crónica de la vida intelectual y artística del mundo
moderno está viciada de pasión política, de nacionalismo
irreflexivo: cuántas veces los manuales de historia de la
ciencia o de la filosofía, o de las artes plásticas, o de la
música, hablan sólo de la obra de naciones políticamente
importantes, y ante todo de la nación a que pertenece el
autor […]. Como el idioma español sufrió eclipse político
durante doscientos años, la figura de España aparece, a los
ojos del vulgo, inferior a lo que realmente ha sido en la
creación de la cultura moderna […]. Si la historia de la
cultura no estuviera contagiada de los males crónicos de la
política y de los males epidémicos de la moda,
conocimiento general sería, derramado de los talleres de
especialistas donde ahora se congela, la función de España,
a la par de las mejores, en el esfuerzo constructor de la
civilización moderna.41

De acuerdo con esta perspectiva, la obra del dominio español


fue solidaria con las renovaciones de la Europa moderna, y

40
Ibid., p. 447.
41
Ibid., 447, 448, 458. En este sentido, Henríquez Ureña indicó los
problemas que muchos años después se discutirían alrededor del
sustrato ideológico del término Barroco. Jesús Pérez Magallón,
“Modernidades divergentes: la cultura de los novatores”, pp. 43-56;
José Ramón Jouvé Martín y Renée Souludre-La France,
“Introducción: The Hispanic Baroque Project y la constitución del
Barroco”, pp. 1-10.
EL TERRITORIO SIMBÓLICO DEL HOMBRE DE LETRAS 31

sus atributos fueron la originalidad creadora, la mayor


elevación intelectual, el sentimiento más delicado, la mayor
pureza, el más acrisolado decoro, la audacia en la determina-
ción de las empresas colectivas llevadas a cabo, el vigor y la
curiosidad sin obstáculos. La teoría literaria es un caso espe-
cialmente grato para los conocimientos y las elaboraciones
discursivas de Pedro Henríquez Ureña, así por la originalidad
que le atribuye a este corpus doctrinal como por el despla-
zamiento que sufrió una vez que España perdió peso poético y
fue marginada de los focos del control simbólico y discursivo.42
Nuestro hombre de letras sigue pulsando las cuerdas del
regeneracionismo y el arielismo, sin señalar sus fuentes, con-
centrado en la organización del caudal de datos que había
atesorado como consecuencia de su labor de estudioso,
profesor y editor. Además, era natural que estas fuentes se
desdibujaran en virtud del desplazamiento de los intereses de
Henríquez Ureña hacia la dimensión utópica de América y la
identidad de quienes harían posible dicho ideal de perfec-
cionamiento humano, en cuyo elenco tácitamente se incluía.
A este respecto, en el discurso de la integración de España en
el mundo moderno destaca una prueba peculiar: la narración
de las actividades llevadas a cabo por los personajes más
notables del ámbito letrado del Renacimiento español,
modelos en quienes se concentran las virtudes más estimadas
por nuestro hombre de letras, espejos de su propia actividad,
retratos en cuyos trazos Henríquez Ureña retroproyectó los
atributos por medio de los cuales vinculó las expectativas de
su presente con el pasado español reconstruido (López
Estrada 574). A este respecto, consúltese la construcción del
ethos que Pedro Henríquez Ureña hizo en sus retratos de
Gonzalo Fernández de Oviedo, de Diego Hurtado de
Mendoza y, por supuesto, Hernán Pérez de Oliva, a quien
dedicó el artículo más extenso de cuantos llegó a escribir
como parte de su proyecto de estudio sobre el Renacimiento

42
Pedro Henríquez Ureña, Obra crítica, p. 451.
32 LEONARDO MARTÍNEZ CARRIZALES

en España.43 Por lo tanto, el Renacimiento en el discurso de


Pedro Henríquez Ureña es el eje de los llamados Siglos de
Oro, el eje del esplendor de la modernidad española, el eje, en
suma, de la comunidad trasatlántica de habla española en cuyo
territorio simbólico nuestro hombre de letras desea implantar
su propia obra y la integridad histórica de América.
En suma, si bien la tesis de la modernidad española en Pedro
Henríquez Ureña requirió de la madurez de sus facultades
profesionales como filólogo, crítico e historiador, pues sus
pruebas se recogen de los predios dominados por estas disci-
plinas, la homologación del momento renacentista de España
en el siglo XVI con el regeneracionismo posterior a 1898
implica un sentido retórico que Henríquez Ureña no sólo no
eludió, sino que construyó como respuesta a las tensiones de
su horizonte de enunciación: la discusión sobre la integridad
de la América hispana en un sistema internacional convul-
sionado por nuevos liderazgos en conflicto. América —y ya
no la España sacudida por el trauma de 1898— se convierte
en la tierra de promisión de una humanidad afligida, en la
esperada patria de la justicia, en el territorio donde el ideal de
perfeccionamiento humano establecido por el pensamiento
utópico se hiciera factible.44
En la mentalidad de nuestro hombre de letras, el problema de
la discutida modernidad española sirve como horizonte sobre
el cual recortar el correspondiente al papel histórico de
América. Parecería necesario despejar la variable de la moder-
nidad española si se quiere entender definitivamente el lugar

43
Ibid., pp. 475-478. El esquema retórico de estos retratos de
insignes varones de la más alta cultura letrada que Henríquez Ureña
era capaz de concebir nos conduce naturalmente al retrato de
Góngora que escribió Alfonso Reyes hacia 1928. Góngora, según la
perspectiva del ensayista regiomontano, fue un modelo de las
virtudes intelectuales del Renacimiento español que, gracias a su
prestigio, se prolongan como norma de la cultura literaria del siglo
XVII (Obras completas, t., VII, p. 184).
44
Pedro Henríquez Ureña, La utopía de América, pp. 6-8, 11.
EL TERRITORIO SIMBÓLICO DEL HOMBRE DE LETRAS 33

que ocupa América en el relato de la historia de la cultura


moderna, y esa operación ha de efectuarse en el territorio de
la cultura literaria porque para el filólogo Henríquez Ureña el
problema de América se resuelve gracias a la postulación de
una historia de sus expresiones culturales; una historia de la
búsqueda de la expresión de América.45 Y esa expresión ha de
ser el fruto del trabajo intelectual más serio en el marco ya
establecido por la Romania multisecular. La comunidad
literaria hispánica, según el modelo historiográfico de Henrí-
quez Ureña, reconoce su integridad en el esplendor de su
pasado (como querían Rodó y Altamira), y al proyectarse
hacia el futuro abandona las pautas vindicadoras del regenera-
cionismo con el fin de abrazar el anhelo griego de la
perfección constante de la vida humana.

 Revista de Estudios Hispánicos 46 (2012), pp. 309-329.

45
Pedro Henríquez Ureña, Obra crítica, p. 251. La categoría
“expresión” es uno de los ejes del discurso historiográfico de Pedro
Henríquez Ureña a propósito de la literatura hispanoamericana.
Dicha categoría organiza su famoso ensayo “El descontento y la
promesa” (241-253), incorporado en su libro Seis ensayos en busca
de nuestra expresión, publicado en 1928. A este respecto, cito la
siguiente frase: “Llegamos al término de nuestro viaje por el palacio
confuso, por el fatigoso laberinto de nuestras aspiraciones literarias,
en busca de nuestra expresión original y genuina” (251).
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA:
FILOLOGÍA Y COMPARATISMO
Daniel Link

omo sabemos, las ideas no nos llegan por método, sino

C por coacción y azar, y la mayoría de las veces nos


asaltan como pesadillas, porque nos muestran lo que
hasta entonces no habíamos pensado, es decir, lo que
deberíamos haber estado pensado si no hubiéramos estado
tan distraídos.
Hace un año estaba releyendo los libros Alicia, de Lewis
Carroll, para un prólogo que me habían encomendado, y
preparaba al mismo tiempo una intervención en el Primer
Coloquio “Actualidad de la Investigación Literaria: Prácticas de
la crítica”, ocasión en que abracé la causa filológica con una
desesperación que no escapó a la mirada atónita de Melchora
Romanos, a quien le agradezco la invitación para integrar este
panel sobre “Los noventa años del Instituto ‘Amado Alonso’ y
la vigencia de la Filología en la Argentina”, y a quien le pido
disculpas (tanto como al resto de ustedes) por la vaguedad de
las notas que les ofreceré a continuación. Aquel azar y aquella
coacción, en todo caso, pusieron delante de mis ojos dos
fotografías muy famosas que, vistas en serie, me robaron
horas de sueño. En una se ve a Alice Liddel, la niña que
fotografió el artista prerrafaelista aficionado al colodión
húmedo, Charles Lutwidge Dodgson, vieja.
Alice está sentada en un sillón, y la niña victoriana que alguna
vez posó para Dogson disfrazada de mendiga (es decir, de
personaje de Dickens), está ahora disfrazada de Alicia, el
personaje de Lewis Carroll. Se la ve muy anciana, y su mirada,
36 DANIEL LINK

fija en la cámara, está sin embargo muy orientada hacia


adentro. Pero “adentro” no es exactamente un pozo de
interioridad ciega, sino un efecto de superficie que se deduce
de la relajación de su cuerpo, que parece blando, y el
sombrero adornado con unas estilizadas orejas de conejo que
luce en la fotografía. La foto es en blanco y negro, pero estoy
seguro de que el vestido que Alice viste es rojo, moteado de
lunares blancos, como la seta cuyas propiedades sobre los
cuerpos la oruga le describe a Alicia, en el país de las mara-
villas. Si toda obra es un resto de vida, porque es una expe-
riencia, pero además porque en ella una chispa vital todavía se
agita, es como si para ese resto de vida que la foto nos regala
no hubiera otra forma de sobreponerse a la muerte que la
conversión del pozo inmemorial de la conciencia en exterio-
ridad pura, en inmanencia absoluta, en traje: hacia el fin de
sus días, Alice Liddel se volvió esa niña victoriana que Lewis
Carroll había regalado al repertorio de figuras del mundo.
La otra foto muestra a Pedro Henríquez Ureña (29 de junio
de 1884-11 de mayo de 1946) antes de cumplir treinta años,
como un joven de una belleza irresistible que la época era
incapaz de comprender y que habría de perder en su madurez.
Jorge Borges se refirió a esa belleza que emana de la fotografía
que describo, cuando señaló que:
(…) era un hombre tímido y creo que muchos países
fueron injustos con él. En España sí lo consideraban, pero
como indiano; un mero caribeño. Y aquí en Buenos Aires,
creo que no le perdonamos el ser dominicano, el ser, quizás
mulato; el ser ciertamente judío1.

Había nacido, como sabemos, el 29 de junio de 1884 en Santo


Domingo, bajo el régimen dictatorial de Ulises Heureaux
(Lilís), que apresuró la integración dominicana al capitalismo
mundial, había pasado brevemente por Cap-Haitien, después
de la muerte de su madre, donde aprendió francés y piano,

1
Borges, Jorge L. El oro de los tigres. Buenos Aires, Emecé, 1972, p.
133.
FILOLOGÍA Y COMPARATISMO 37

había trabajado en los Estados Unidos como tenedor de


libros2. Había publicado en 1905 su primera obra, Ensayos
críticos, en La Habana, donde vivió antes de pasar a México.
Había sido testigo de la Revolución Mexicana (entre 1906 y
1913 estuvo en aquel país, donde, entre otras cosas, se dedicó
a leer a los clásicos griegos en el antipositivista Ateneo de la
Juventud, junto con Alfonso Reyes, el gran comparatista
mexicano) y había dado clases en los Estados Unidos (entre
1915 y 1916), donde además se doctoró (en Minnesota) con
una tesis que le prologó Ramón Menéndez Pidal cuando la
publicó bajo el título de Versificación irregular de la poesía
castellana. Había vuelto a México, donde participó activamente
de las políticas de José de Vasconcelos, y donde llegó a ocupar
el cargo de director general de Enseñanza Pública de Puebla.
Siete años después de esa foto, el joven Pedro se radicaría en
Argentina hasta su muerte. La afirmación de su pose (con los
brazos cruzados, su mano derecha apoyada con firmeza en su
brazo izquierdo), la barbilla dibujada con determinación y
delicadeza, la boca bien delineada pero distendida, la mirada
serena y penetrante3, las orejas desplegadas como grandes
radares dispuestos a la escucha, el pelo crespo apenas domi-
nado por evidentes capas de fijador y el traje impecable (que
contrasta con otros atuendos juveniles) nos alcanzan desde el

2
Roggiano, Alfredo A. Pedro Henríquez Ureña en los Estados
Unidos. México, Editorial Cultura/ State University of Iowa
Studies in Spanish Language and Literature, 1961. Otras referencias
biográficas pueden encontrarse en el libro de su hija, Sonia
Hernández Ureña: Pedro Henríquez Ureña: Apuntes para una biogra-
fía (México, Siglo XXI, 1993), y en la biografía de Enrique Zuleta
Álvarez: Pedro Henríquez Ureña y su tiempo. Vida de un hispanoame-
ricano universal (Buenos Aires, Catálogos, 1997).
3
Su alumno Enrique Anderson Imbert lo describe así: “Tenía una
rotunda voz de bajo, tenía unos ojos muy negros que sin esfuerzo
lo veían todo, tenía una sonrisa irónica y dulce con la que nos
dirigía... Sobre todo nos enseñó a ser justos” (Anderson Imbert,
Enrique. Estudios sobre escritores de América Latina, Buenos Aires,
Raigal, 1954).
38 DANIEL LINK

fondo de los tiempos para decirnos lo mismo que las primeras


palabras de su primer libro publicado en Buenos Aires, Seis
ensayos en busca de nuestra expresión (19284): “Haré grandes
cosas: lo que son no lo sé”5.
Casi setenta años después de su muerte (desdichada y
súbita6), sabemos lo que Don Pedro hizo, aunque muchas
veces nos olvidemos de su enorme importancia7. Yo quisiera
4
Buenos Aires, editorial Babel, 1928.
5
Edición digital de cielonaranja al cuidado de Miguel D. Mena a
partir de la edición de Rafael Gutiérrez Girardot, pág. 5
6
Max Henríquez Ureña, hermano de Pedro, escribió sobre esa
muerte repentina: “Apresuradamente se encaminó a la Estación de
FF.CC. que lo conduciría a La Plata. Llegó al andén cuando el tren
arrancaba y corrió para subir. Lo logró. Un compañero, el profesor
Cortina, le hizo señas de un asiento vacío a su lado. Cuando iba a
ocuparlo, se desplomó sobre él. Inquieto, Cortina al oír estertores,
lo sacudió. No obtuvo respuesta, dando la voz de alarma. Un profe-
sor de Medicina que iba en el tren, lo examinó y, con gesto de impo-
tencia, diagnosticó el óbito”. En “El sueño de Pedro Henríquez
Ureña” incluido en El oro de los tigres (Buenos Aires, Emecé, 1972,
pág. 133), Jorge Luis Borges poetizó la muerte de su amigo.
7
Distanciado de José Vasconcelos y perdido su cargo en el Instituto
de Intercambio Universitario de México, recién casado y con su
mujer embarazada, Henríquez Ureña le pidió a su amigo Rafael
Alberto Arrieta que le buscara trabajo en Argentina. Arrieta
formaba parte del Consejo Superior de la Universidad de La Plata,
de la que dependía un colegio secundario Rafael Hernández donde
Henríquez Ureña podría dar varios cursos (y donde Ernesto Sábato
lo tuvo como su profesor). Pedro, casado con una joven mexicana
veinte años menor que él, esperó que naciera su hija y se embarcó
con su familia hacia Buenos Aires. Se instaló con su familia en una
pensión de la calle Bernardo de Irigoyen. En La Plata conoció al
filósofo socialista Alejandro Korn, con quien fundaría la Universi-
dad Popular Alejandro Korn, a Ezequiel Martínez Estrada (quien
diría su responso fúnebre), a José Luis Romero, a Raimundo Lida
y, por fin, a Amado Alonso, quien invitará a Pedro Henríquez
Ureña a integrarse al recién fundado Instituto de Filología y Litera-
turas Hispánicas de la Universidad de Buenos Aires, al mismo
tiempo que Pedro se hace cargo de una cátedra en el Instituto
FILOLOGÍA Y COMPARATISMO 39

detenerme, en este homenaje, en lo que Pedro Henríquez


Ureña pensaba cuando llegó a Buenos Aires, en 1924 y que
los subtítulos de “El descontento y la promesa”8, aquella
conferencia de 1926, permiten desplegar en relación con esa
pose fotográfica que aniquila el tiempo positivo y nos alcanza.
Der liebe Gott steckt in Detail9 (“El buen Dios vive en el
detalle”) enseñaba Aby Warburg a sus alumnos, cuando
pretendía explicar la Nachleben o sobrevida de las imágenes
más allá de las culturas, a través de las eras, proponiendo una
imagen del tiempo diferente de toda acumulación y de todo
progreso (en un más allá de la causalidad historicista) que
coincide con la concepción lezamiana de la imagen americana.
Erich Auerbach, cuando tuvo que exponer su método compa-
ratista, renunció, del mismo modo, al historicismo y al positi-
vismo: “el estudio de la realidad mundial por medio de méto-
dos científicos”, señala en Filología de la Weltliteratur, “es
nuestro mito, toda vez que no tenemos ningún otro dotado de
valor general”: la Historia no sólo toma como objeto el pasado,
sin también el “presente vivido”, que incluye todas las poten-
cias del ser: “toda la variedad de extremos de que es capaz
nuestro ser”.

Nacional del Profesorado “Joaquín V. González”, donde será


maestro de Ana María Barrenechea, entre tantos otros. Dirigió
colecciones para editorial Losada en Buenos Aires y para el Fondo
de Cultura Económica, en México. Colaboró con la revista Sur
(donde destacó, por primera vez, la singularidad de la obra de
Borges, en 1942), que le dedicará un número especial (el 141, en
1946) como homenaje después de su muerte.
8
Esos subtítulos son: “La independencia literaria”, “Tradición y
rebelión”, “El problema del idioma”, “Las fórmulas del americanis-
mo”, “El afán europeizante”, “La energía nativa”, “El ansia de
perfección”, “El futuro”.
9
Es el título de su seminario de 1925, inspirado en el dictum
flaubertiano “le bon dieu est dans le detail”.
40 DANIEL LINK

Auerbach también se inclina por el detalle. ¿Cuál es su modelo?


Curtius. ¿Y su paradigma?: la estilística. Los puntos de partida
del análisis, piensa Auerbach, pueden ser variables, pero “un
buen punto de partida” reside en su concretud y precisión y, al
mismo tiempo, en su capacidad de irradiación: “Hay que hacer
hablar a las cosas, lo que no será posible si el punto de partida
no estuviera desde siempre concreto y bien delimitado” porque,
también en su perspectiva, el buen Dios vive en el detalle10.
Para Ernst Robert Curtius, cuando aislamos y denominamos
un fenómeno literario, obtenemos un punto. Después de
decenas o centenas de análisis semejantes, habremos obteni-
do una colección de puntos, que unidos por líneas, resultan
figuras11.
Hace muy poco, Werner Hamacher asoció la filología del
detalle (es decir: la filología a secas) con un efecto de “pausado
del lenguaje”12. Así como Warburg reivindicaba la contracción
temporo-espacial propia del detalle como unidad analítica (no
es que el pasado sea un antiguo presente que ha dejado de
existir, sino todo lo contrario: es la profundidad propia del
tiempo, de la que depende el propio presente para pasar a la
existencia), para Hamacher
El hecho de que la filología se ocupe del detalle, de los
detalles de un detalle, de los intermundos entre estos
detalles, lentifica su movimiento en el lenguaje y en el
mundo. Su lentitud no tiene medida. Como lupa del
tiempo dilata el momento y deja que se mantengan

10
Auerbach. “Filología de la Weltliteratur”, publicado originalmente
en 1952 en alemán. Republicado en The Centennial Review, XIII: 1
(invierno 1969). Traducción al inglés de Maire y Edward Said,
quienes explican por qué no traducen Weltliteratur.
11
Curtius, Ernst Robert. Literatura europea y Edad Media latina.
Traducción de Margit Frenk y Antonio Alatorre. México, D.F.,
1955, p. 400. Para la concepción auerbachiana, cfr. Figura.
Traducción de Yolanda García. Madrid, Trotta, 1998.
12
Hamacher, Werner. 95 tesis sobre la Filología. Trad. Laura
Caruhati. Buenos Aires, Miño y Dávila, 2011, p. 20.
FILOLOGÍA Y COMPARATISMO 41

saltos que no pertenecen al tiempo cronométrico. Un


mundo sin tiempo, un lenguaje sin tiempo: esto es el
mundo, el lenguaje, como es: completo, sin estar ahí,
precisamente éste, completamente distinto.”13

Si me demoré en la contrastación de dos fotografías sin


tiempo (o en las cuales el tiempo se ha detenido, se ha antici-
pado a sí mismo, o ha vuelto sobre sus pasos) fue precisamen-
te para subrayar este anacronismo o acronismo propio de la
filología, que “busca del futuro lo que falta del pasado”14. Es,
como dice Pedro Henríquez Ureña, una “flecha de anhelo”.
Quienes hayan visto la edición castellana del libro de Werner
Hamacher que he citado, habrán notado dos de sus detalles:
el libro es doble y se deja leer tanto en un sentido como en
otro, hacia abajo y hacia arriba, lo que nos reenvía a través del
espejo y lo que Alicia encontró allí: una postulación genera-
lizada del lenguaje como mero dispositivo de traducción (de
un nombre a otro) y una reversibilidad infinita. Una vez que
Alicia ha comprendido esta lección de capital importancia, la
niña victoriana somete al pedante Humpty Dumpty el poema
llamado “Jabberwocky” (que puede tener otro nombre y,
además, ser otro, según la lógica implacablemente eleática del
Caballero Blanco) para que se lo traduzca, cosa que Humpty
Dumpty, que puede explicar (traducir) todos los poemas
escritos e incluso muchos de los que todavía no fueron
escritos, hace con envidiable competencia filológica.
Pero, además, el texto comienza en la tapa, que no funciona,
por lo tanto, como un límite, sino como un umbral entre el
adentro y el afuera. Al mismo tiempo que suspende el tiempo,
la filología (que es una relación amorosa), suspende toda
topología de la distancia. Podríamos decirlo con Hamacher:

13
Hamacher, Werner, op. cit. pág. 24
14
Hamacher, Werner. 95 tesis sobre la Filología. op. cit, p.29.
42 DANIEL LINK

La poesía es la Primera Filología. Toda filología, lo sepa o


no, se mide en su disponibilidad de apertura a los mundos,
en su disponibilidad de apertura a este mundo y a cualquier
otro mundo posible o imposible, en su distancia y su
atención, en su susceptibilidad y receptividad15,

pero preferimos subrayarlo a partir del magisterio de Pedro


Henríquez Ureña, para quien “el arte empieza donde acaba la
gramática”, que es como seguir el mismo pliegue y la misma
irradiación.
*
Hay en la obra de Pedro Henríquez Ureña, pues, un pensa-
miento y una chispa de vida, y elegí un instante inmemorial
(una imagen) para desplegar las figuras de ese pensamiento.
Lo más transitado es la relación (filológica) entre gramática
y literatura, de lo cual es un testimonio el proyecto que llevó
adelante con Amado Alonso16, la Gramática Castellana
(1938-1939) que lleva más de cincuenta ediciones y sigue
siendo utilizada en muchas escuelas del continente 17, antici-
pado por sus manuales para escuela primaria de 1927 18.

15
Hamacher, Werner. Para la filología, op. cit. pág. 5
16
Amado Alonso invitó a Pedro Henríquez Ureña a integrarse al
Instituto de Filología del cual fue su cuarto director (a partir de
1927), donde trabajaron en un mismo escritorio. El Instituto había
sido inaugurado en 1923 a instancias de Ricardo Roja, para promo-
ver la investigación en filología general, romance, americana e
indígena y sus primeros directores fueron, por períodos breves:
Américo Castro (1923), Agustín Millares Carlo (1924) y Manuel
de Montoliu (1925).
17
La estrecha vinculación entre gramática y literatura se mantuvo
en los discípulos de Pedro Henríquez Ureña y Amado Alonso,
ejemplarmente en Ana María Barrenechea, quien dictó al mismo
tiempo en la Facultad de Filosofía y Letras “Gramática” e “Intro-
ducción a la Literatura” (hasta 1966) y cuyos aportes fueron decisi-
vos tanto para en el campo de la lingüística como en el de la crítica
y la teoría literaria, y en Mabel Manacorda de Rosetti.
18
El libro del idioma. Lectura, gramática, composición, vocabulario,
FILOLOGÍA Y COMPARATISMO 43

Menos atención se ha prestado a las tensiones que la obra de


Henríquez Ureña plantea en relación con el latinoamerica-
nismo, la filología y la Weltliteratur. Muy tempranamente
descartó los estudios nacionalitarios en literatura, y verificaba
que el árbol (e, incluso, el régimen arborescente) no dejaba
ver el bosque:
La literatura de la América española tiene cuatro siglos de
existencia, y hasta ahora los dos únicos intentos de
escribir su historia completa se han realizado en idiomas
extran-jeros: uno, hace cerca de diez años, en inglés
(Coester); otro, muy reciente, en alemán (Wagner). Está
repitiéndose, para la América española, el caso de España
(…).
Emprendemos estudios parciales; la literatura colonial de
Chile, la poesía en México, la historia en el Perú...
Llegamos a abarcar países enteros, y el Uruguay cuenta
con siete volúmenes de Roxlo, la Argentina con cuatro de
Rojas (¡ocho en la nueva edición!). El ensayo de conjunto
se lo dejamos a Coester y a Wagner. Ni siquiera lo hemos
realizado como simple sumatoria de historias parciales.

El descontento, escrito en “Caminos de nuestra historia lite-


raria” (192519), señala la distancia respecto del vitalismo nacio-
nalista de Ricardo Rojas, quien había fundado los estudios de
literatura argentina a partir de un vago modelo comparatista20.
El “criollismo cerrado”, el “afán nacionalista”, en la perspectiva
de Henríquez Ureña, no es sino un “multiforme delirio en que
coinciden hombres y mujeres hasta de bandos enemigos” y es
la ruina de un proyecto de integración continental, que en su

destinado a los alumnos de 5º y 6º grado de las escuelas primarias,


en colaboración con Narciso Binayán.
19
Incluido en Seis ensayos en busca de nuestra expresión, op. cit, págs.
15 y 16
20
Cfr., en ese sentido, Link, Daniel. “Literatura argentina y modos
de reproducción. Sobre el vitalismo de Ricardo Rojas”, Exlibris, 2
(Buenos Aires: en prensa).
44 DANIEL LINK

perspectiva no es sólo literario, sino también político21.


Ya mucho antes de la definitiva integración de América latina
al mercado mundial con el Centenario, una entidad como la
“literatura novomundana” solo pudo entenderse en relación
con procesos y formaciones que afectan en principio a otros
mundos. Por eso mismo, la tradición crítica latinoamericana ha
incurrido fatal-mente en el ejercicio de una comparatística sin
teoría, en cuyo recorrido es posible rastrear, previamente
incluso al encuentro de Henríquez Ureña con la corriente
norteamericana de la Comparative Literature, las marcas de un
diálogo cultural, en el que literatura, filosofía y antropología se
mezclan (porque de lo que se trata es de dar cuenta no de la
letra muerta sino de lo que en ella vive todavía).
En sus formulaciones más recientes, sin embargo, el latino-
americanismo no ha conseguido desembarazarse de la dialéc-
tica de centro/ periferia en virtud de su anclaje en el historicis-
mo teleológico. Esto ha convertido a la experiencia latinoame-
ricana de estos últimos siglos en un “trauma deficitario”22. Así
América Latina es un “proyecto incompleto”, del que emergen
“culturas híbridas”, y que se puede identificar como el resultado
de una “modernidad periférica” o “desencontrada”, todo aquello
contra lo cual Pedro Henríquez Ureña levantó un edificio
defensivo.
Por eso el maestro vacila (filológicamente) ante el nombre de
aquello que, en última instancia, no tiene nombre, ni puede
tenerlo: ¿América? ¿América hispánica? ¿Nuestra América?
“El nombre no tiene nombre. Por eso es innombrable
(Dionisio. Maimónides, Beckett)”23, recuerda Werner Hamacher

21
“La utopía de América” (1926) incluida en La utopía de América;
Biblioteca Ayacucho, pág., 35
22
Miguel Rosetti. “Las literaturas comparadas desde América
Latina: Deleuze y las escrituras del Nuevo Mundo” (2013, mimeo)
23
Y continúa: “Dos posibilidades extremas de la filología: la
filología es una vida, que se lleva a cabo como deletreo del nombre
y que no puede ser acertada por ninguna denominación. Así se
vuelve sagrada y un asunto de teología viva. O bien: el lenguaje es
FILOLOGÍA Y COMPARATISMO 45

oponiendo las imágenes de la exegética y de la filología


profana. Por cierto, la filología en la que está pensando
Hamacher no es la teología negativa que podría suponerse de
su mención a Dionisio, sino radicalmente ateológica.
El joven Pedro, mucho antes de la fotografía que anuncia las
grandes cosas que hará, aunque no sepa todavía cuáles son,
había publicado en 1916, en Nueva York, un extraño “ensayo
de tragedia antigua”, arqueológicamente reconstruida, titula-
da El Nacimiento de Dionisos24, en cuyo final, aunque se trate

tratado como lenguaje proposicional que en ninguno de sus


elementos toca el nombre porque cada uno de esos elementos se
disuelve en proposiciones. La filología de las proposiciones tiene la
pretensión de ser profana. Debido a que sobre la vida se puede
hablar con nombres y no con denominaciones hay que callar acerca
de ella. Debido a que la filología profana no conoce nombres, sino
un juego infinito de proposiciones no tiene para decir nada esencial
o sobreesencial. Es común a las dos filologías que no puedan decir
nada sobre su no-decir. Para otra filología que no transige con la
oposición entre lo teológico y lo profano, sólo resta: decir
justamente este no-decir. O ¿debería suceder exactamente esto ya
en ambos? Entonces la teología ejercería en extremo la profanación
integral, la filología profana practicaría la teologización del lenguaje
y ambas lo harían en cuanto articulan en el anonimato del nombre
un atheos y un alogos. A esa otra filología le correspondería precisa-
mente hacer esto más claro de lo que pueden preferir las dos
primeras”. Hamacher, Tesis 44, pág. 19.
24
Henríquez Ureña, Pedro. El Nacimiento de Dionisos. Nueva
York, Imp. de las Novedades, 1916, pág. En la “Justificación” de ese
ejercicio injustificable se lee: “En este ensayo de tragedia antigua se
ha tratado de imitar la forma trágica en uso durante el periodo
inmediatamente anterior a Esquilo: la forma que, según las noticias
llegadas hasta nosotros, empleó el poeta Frínico, y cuyas caracte-
rísticas son el predominio absoluto del coro y la intervención de un
solo actor en cada episodio. No se ha omitido ninguna de las partes
esenciales de la tragedia griega: el PARODOS, la entrada del coro;
los EPISODIOS, que contienen la acción (forma primitiva de nues-
tros Actos); los STASIMA, cantos del coro que separan los episo-
dios; en cuanto al ÉXODO, el final, he adoptado, no la forma en
46 DANIEL LINK

de otro Dionisio, se lee ya la imposibilidad (o la multipli-


cidad) del nombre:
DIONISOS.
Épodo.— ¡Io! ¡Io! Yo os guiaré a los bosques sacros,
poblados de espíritus amables, vida del mundo verde;
respiraréis los hondos aromas, y domaréis los seres
salvajes, y yo os daré el agua de mis fuentes y la miel de
mis panales y la sangre de mi cuerpo.
CORO. Te cantaré siempre, me uniré a tus cortejos, y me
poseerá tu delirio, dios de mil nombres, dios de mil
coronas. A Dionisos los himnos exaltados, las antorchas
fulgurantes. ¡lo Pean, Io Pean ! A Dionisos los sacrificios

uso desde Esquilo, en la que se desechaba generalmente la forma


lirica en favor de la dialogada, sino una de las formas primitivas, que
subsiste todavía, por ejemplo, en Los Persas del propio Esquilo: las
voces alternas del coro y el actor. He introducido también el
COMMOS, lamento alternado del coro y el actor, parte no
imprescindible, pero sí tan usual que cabe llamarla característica de
la tragedia griega.
Si este ensayo en un género esencialmente poético no está́ escrito
en verso, débese a la dificultad de emplear metros castellanos que
sugieran las formas poéticas de los griegos. He preferido la prosa,
ateniéndome al ejemplo de muchos insignes traductores de las
tragedias clásicas, uno de ellos no menor poeta que Leconte de
Lisle. Con relación a las estrofas, antistrofas y epodos, debo recor-
dar, a quienes juzguen absurdas las estrofas en prosa, que estas
palabras significaban originariamente los movimientos del coro. En
el lenguaje, he tratado de seguir principalmente las formas de los
trágicos, conservando, entre otros detalles, el uso variable
(arbitrario en apariencia, pero psicológico en realidad) de singular
y plural en el coro. / Si mi ensayo de tragedia no corresponde a la
concepción moderna del conflicto trágico, no altera la concepción
griega: como desenlaces sin desastre, y a veces jubilosos,
recuérdense los de Las suplicantes y Las Euménides de Esquilo, el
Edipo en Colona y el Filoctetes de Sófocles, el Ion, la Helena, la
Ifigenia en Táurida y la Alcestes de Eurípides. El desenlace de
muchas tragedias griegas era el establecimiento de un culto: el de las
Euménides en Atenas, por ejemplo”. (pág. 5 a 7)
FILOLOGÍA Y COMPARATISMO 47

ardientes, las danzas vertiginosas. ¡Evohé, Evohé!

Como se comprende, el vitalismo de Henríquez Ureña es


muy de otro tipo que el de Ricardo Rojas: apela, sí, al
“establecimiento de un culto” y, por lo tanto, de una
comunidad imaginaria, pero su modelo es antes griego (es
decir: la confederación de ciudades) que oriental (es decir:
estatalista, autoritario).
El modelo griego vuelve como un ritornello a lo largo de toda
su obra:
La unidad de su historia, la unidad de propósito en la vida
política y en la intelectual, hacen de nuestra América una
entidad, una magna patria, una agrupación de pueblos
destinados a unirse cada día más y más. Si conserváramos
aquella infantil audacia con que nuestros antepasados
llamaban Atenas a cualquier ciudad de América, no
vacilaría yo en compararnos con los pueblos, política-
mente disgregados pero espiritualmente unidos, de la
Grecia clásica y la Italia del Renacimiento. Pero sí me
atreveré a compararnos con ellos para que aprendamos,
de su ejemplo, que la desunión es el desastre.
En uno de sus momentos de mayor decepción, dijo
Bolívar que si fuera posible para los pueblos volver al
caos, los de la América Latina volverían a él. El temor no
era vano: los investigadores de la historia nos dicen hoy
que el África central pasó, y en tiempos no muy remotos,
de la vida social organizada, de la civilización creadora, a
la disolución en que hoy la conocemos y en que ha sido
presa fácil de la codicia ajena: el puente fue la gran guerra
incesante.

Por eso, ensayó varias denominaciones para la “Magna Patria”


en la que pensaba como destino de las naciones novomun-
danas, muy fuertemente anclado a las figuras soñadas por José
Martí, que había llamado “hermano” a Federico Henríquez y
Carvajal, tío de Pedro. De hecho, habla de “Utopía de
América” y de “Expresión americana”, en un primer momento.
48 DANIEL LINK

“Repúblicas cisatlánticas” (pág. 17) es el desesperado rótulo


que aplica en “Raza y cultura” (1934) a los países novomun-
danos.
Es que para él es claro que América no es el resultado de un
dilema sino el resultado de una posición trilemática, como
bien ha reconocido Sergio Pitol:
Es verosímil pensar que Pedro, al principio, engañó su
nostalgia de la tierra dominicana suponiéndola una provin-
cia de una patria mayor. Con el tiempo, las verdaderas y
secretas afinidades que las repúblicas del Continente le
revelaron fortalecieron su sospecha. Alguna vez tuvo que
oponer las dos Américas, la sajona y la hispánica, al viejo
mundo; otras, las repúblicas americanas y España, a la
República anglosajona del Norte25.

Henríquez Ureña (y no cesaremos de reprochárselo) llamó


“utopía” a la “heterotopía” o ucronía novomundana, que
supone un agenciamiento territorial se profundo alcance, y se
relacionó con esa “creación de nuestros abuelos del Medite-
rráneo, invención helénica contraria a los ideales asiáticos que
sólo prometen al hombre una vida mejor fuera de esta vida
terrena”26 por encima de las genealogías, saltando a un pasado
absoluto en el cual creía leer nuestro único futuro posible,
oponiendo el umbral ciudad como forma de organización
política, contra el umbral Estado, y fundamentando en las
diferencias cualitativas de esos umbrales, un modo de pensar
la autoctonía como potencia, el comparativismo como
horizonte teórico y la filología como método de articulación
entre la letra del texto y la vida.

25
En una semblanza publicada en Jornada Semanal (México D.F.: 13
de mayo del 2001). Reproducida como “Pedro Henríquez Ureña
visto por sus pares” en Cielo Naranja. Espacio de creación y
pensamiento, dominicano y del caribe. Versión online en:
http://www.cielonaranja.com/phu-pitol.htm.
26
“Patria de la justicia” en Henríquez Ureña, Pedro. La utopía de
América. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1978, pág. 10
FILOLOGÍA Y COMPARATISMO 49

“Hay que ennoblecer nuevamente la idea clásica”, dijo apenas


desembarcó en Buenos Aires:
La utopía no es vano juego de imaginaciones pueriles: es
una de las magnas creaciones espirituales del Medite-
rráneo, nuestro gran mar antecesor. El pueblo griego da al
mundo occidental la inquietud del perfeccionamiento
constante. Cuando descubre que el hombre puede
individualmente ser mejor de lo que es y socialmente vivir
mejor de como vive, no descansa para averiguar el secreto
de toda mejora, de toda perfección [...]. Mira al pasado, y
crea la historia; mira al futuro, y crea las utopías 27.

Pedro Henríquez Ureña trabajaba en las fronteras del pensa-


miento positivista28 y recusó la idea de tiempo positivo, junto
con la idea de frontera de las naciones burguesas y, natural-
mente, las genealogías lineales y parentales (por eso lo
ofendía la hipótesis “andalucista”29).
El “principio esperanza” que anima su obra y del cual la
Gramática y Las corrientes literarias son sus monumentos
más celebrados, está presente en sus textos juveniles30 y

27
“La utopía de América”, La Plata, Ediciones de Estudiantina,1925.
En La utopía de América. op. cit.
28
Pedro Henríquez Ureña. “El positivismo independiente”, Revista
Moderna de México (agosto de 1909), pág. 362-369. Incluido en
Antonio Caso y otros. Conferencias del Ateneo de la Juventud con un
Anejo Documental. México, UNAM, 2000, pág. 317-325. Allí se lee:
“La conferencia final de [Antonio] Caso fue un alegato en favor de la
especulación filosófica. Entre los muros de la Preparatoria, la vieja
escuela positivista, volvió a oírse la voz de la metafísica que reclama
sus derechos inalienables. Si con esta reaparición alcanzara ella
algún influjo sobre la juventud mexicana que aspira a pensar, ese
sería el mejor fruto de la labor de Caso” (pág. 325)
29
Sobre el problema del andalucismo dialectal de América. Buenos
Aires, Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana, 1932, tesis
anticipada en varias intervenciones de la década anterior.
30
“La misma preocupación por lo americano y por sus raíces
europeas e indígenas que apuntaba en los juveniles Ensayos críticos
50 DANIEL LINK

podría traducirse, una vez más, en términos de Aby Warburg:


“Atenas y Oraibi son lo mismo”. Y no porque el ejercicio
comparativo aniquile la diferencia entre la aldea hopi y la
ciudad mediterránea, o porque la filología no sea capaz de
estremecer hasta el último átomo de lenguaje en su
singularidad reverberante, sino porque en uno y otro caso, el
hombre libre aparece (sólo puede aparecer) como un punto
singular “abierto a los cuatro vientos del espíritu”:
El hombre universal con que soñamos, a que aspira nues-
tra América, no será descastado: sabrá gustar de todo,
apreciar todos los matices, pero será de su tierra; su tierra,
y no la ajena, le dará el gusto intenso de los sabores
nativos, y ésa será su mejor preparación para gustar de
todo lo que tenga sabor genuino, carácter propio. La
universalidad no es el descastamiento: en el mundo de la
utopía no deberán desaparecer las diferencias de carácter
que nacen del clima, de la lengua, de las tradiciones; pero
todas estas diferencias, en vez de significar división y
discordancia, deberán combinarse como matices diversos
de la unidad humana. Nunca la uniformidad, ideal de
imperialismos estériles; sí la unidad, como armonía de las
multánimes voces de los pueblos31.

La autoctonía, como perspectiva analítica, le permite a


Henríquez Ureña producir una síntesis disyuntiva, es decir
conservar la heterogeneidad de aquello que constituye su
material analítico:

perdura, crece y se ahonda a través de toda la obra posterior de


Henríquez Ureña, hasta madurar en sus magistrales libros del
Instituto de Filología de Buenos Aires sobre la lengua y literatura
de México, América Central y las Antillas.” escribió Raimundo Lida
en “Cultura de Hispanoamérica”, Sur, 141 (Buenos Aires, año XV,
julio de 1946). Incluido en Estudios Hispánicos, México, 1988.
31
“La utopía de América”, conferencia pronunciada en la Univer-
sidad de La Plata en 1922, publicada en 1925. Cfr. La utopía de
América. op. cit., pág. 7-8
FILOLOGÍA Y COMPARATISMO 51

No se trata de Jouer a l’autochtone. No: lo autóctono, en


México, es una realidad; y lo autóctono no es solamente la
raza indígena, con su formidable dominio sobre todas las
actividades del país, la raza de Morelos y de Juárez, de
Altamirano y de Ignacio Ramírez: autóctono es eso, pero lo
es también el carácter peculiar que toda cosa española asume
en México desde los comienzos de la era colonial32.

En esa perspectiva, la literatura y el arte no son esferas


autónomas, porque lo que en ellas se juega es propiamente
una concepción de lo viviente. Por eso el programa de
Henríquez Ureña todavía nos interpela con su voz casi
centenaria:
Si nuestra América no ha de ser sino una prolongación de
Europa, si lo único que hacemos es ofrecer suelo nuevo a
la explotación del hombre (y por desgracia, ésa es hasta
ahora nuestra realidad), si no nos decidimos a que sea la
tierra de promisión para la humanidad cansada de bus-
carla en todos los climas, no tenemos justificación. Sería
preferible dejar desiertas nuestras pampas si sólo
hubieran de servir para que en ellas se multiplicaran los
dolores humanos; no los dolores que no alcanzará a evitar
nunca, los que son hijos del amor y la muerte, sino los
que la codicia y la soberbia infringen al débil y al
hambriento. Nuestra América se justificará ante la huma-
nidad del futuro cuando, constituida en magna patria,
fuerte y próspera por los dones de su naturaleza y por el
trabajo de sus hijos, dé el ejemplo de la sociedad donde se
cumple la emancipación del brazo y de la inteligencia...

Ahora creo comprender mejor el llamado de aquella vieja


fotografía en cuyos detalles se dejaba leer no sólo una lógica
temporal que a veces se nos escapa (el ralentamiento propio del
detallismo filológico ante la vibración de las figuras que
constituyen —qué digo “constituyen”, que arrastran— nuestra
vida, y la inminencia de un futuro previsto desde el fondo de

32
“La utopía de América” (1925), op. cit, pág. 4.
52 DANIEL LINK

los tiempos, que es el tiempo presente de la filología, del


agujero del conejo, y del caos del mundo), sino sobre todo una
ética: si “aprender no es sólo aprender a conocer sino
igualmente aprender a hacer”33, sé que lo que hacemos, como
latinoamericanistas aficionados, está bajo la atenta y amorosa
mirada vigilante de Pedro Henríquez Ureña, el maestro en
quien nos leemos, al leerlo.

Hispanismos del mundo. Diálogos y debates en (y desde el


sur). Miño y Dávila, editores: Leonardo Funes, pp.245-
258; XVIII Congreso de la AIH organizado por la
Asociación Internacional de Hispanistas y la Facultad de
Filosofía y Letras de la UBA (Buenos Aires: 15 al 20 de
julio de 2013).

33
“La utopía de América” (1925), op. cit, pág. 4.
UNA DISCIPLINA DE GUERRA:
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y EL
LATINOAMERICANISMO
Fernando Degiovanni

uando en 1940 Pedro Henríquez Ureña llega a los Es-

C tados Unidos para ocupar la cátedra Charles Eliot Nor-


ton de Harvard, el latinoamericanismo ya no era ese
discurso escasamente institucionalizado sobre el que quince
años antes había trazado los Caminos de nuestra historia lite-
raria. Ahora el nuevo catedrático estaba obligado a posicio-
narse frente a un campo en rápida expansión —el del hispa-
nismo académico— que en ocasiones cuestionaba implícita
o explícitamente su programa intelectual de 1925. La política
del Buen Vecino, formalizada en 1928, sería un factor central
en ese proceso dentro y fuera de los Estados Unidos: la
apuesta de la presidencia de Herbert Hoover —consolidada
en 1933 por Franklin D. Roosevelt— en el sentido de fomen-
tar la inversión económica y suspender toda intervención mi-
litar en América Latina, daría un impulso decisivo a la agenda
cultural latinoamericanista. Cátedras, publicaciones, confe-
rencias, propuestas de intercambio universitario, programas
de radio y producciones cinematográficas serían promocio-
nadas por agencias oficiales y privadas norteamericanas in-
teresadas en “estrechar lazos” y ampliar su presencia en la re-
gión. Esta decidida política tocaría incluso a aquellos que se
oponían a la injerencia de Washington: en efecto, al mismo
tiempo que se generaban en los Estados Unidos iniciativas
académicas destinadas a fortalecer la “cooperación” y el “en-
54 FERNANDO DEGIOVANNI

tendimiento” hemisférico, surgían en América Latina dispo-


sitivos pedagógicos e institucionales cuyo fin era articular una
respuesta a la nueva política norteamericana.
Entre esos dispositivos, ninguno se distinguía tanto como el
del aprista peruano Luis Alberto Sánchez que, tres años antes
de la llegada de Ureña a Harvard, había publicado desde su
exilio chileno una Historia de la literatura americana (1937).
En el marco de lo que Víctor Raúl Haya de la Torre insistía
en llamar una perspectiva “indoamericana”, Sánchez presen-
taba una narrativa del pasado cultural cuyos extremos histó-
ricos se situaban en la obra de Guamán Poma de Ayala y la
novela indigenista contemporánea. Esta propuesta corres-
pondía, en su visión, a una “revolución por la independencia
espiritual, cuya segunda etapa —por la independencia polí-
tica— culmina entre 1810 y 1830 y cuya tercera etapa —por
la independencia económica— se inicia hacia 1920 y aún no
ha cerrado su ciclo” (29).
Declaraciones como éstas se contraponían decididamente a
los postulados de la política del Buen Vecino, que intentaba
sumar aliados en el campo intelectual para impulsar la expan-
sión económica hemisférica. Tampoco podían interesar a
Harvard, que desde la Guerra Hispano-Norteamericana se
había constituido en uno de los centros académicos de pro-
moción del latinoamericanismo gerencialista por iniciativa de
Jeremiah D. M. Ford, catedrático de lenguas romances de la
universidad. Amigo de Ford, quien en 1916 había sido el res-
ponsable de su ingreso a la academia norteamericana al reco-
mendarlo como lector y estudiante de posgrado de la Univer-
sidad de Minnesota, Ureña podía funcionar ahora como cata-
lizador de la agenda de Roosevelt. En efecto, Ford sería un
factor decisivo en el nombramiento de Henríquez Ureña
como catedrático Norton en 1940, hecho que éste nunca de-
jaría de agradecer: en 1942, ya de regreso en Buenos Aires,
Henríquez Ureña diría en una carta a Agnes Moran que Ford
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y EL LATINOAMERICANISMO 55

era “the most outstanding man in the Hispanic field in the


United States”1.
En este trabajo me propongo leer el lugar de Ureña en la
construcción del hispanismo académico a comienzos de la dé-
cada de 1940. A través del análisis de sus intervenciones pú-
blicas a lo largo de su estadía en Harvard —que no sólo com-
prendieron las conocidas charlas en el Fogg Museum (titula-
das originalmente “The Search for Expression: Literary and
Artistic Creation in Spanish America”), sino también confe-
rencias en otros centros académicos, participación en eventos
panamericanistas y declaraciones a la prensa— intentaré sub-
rayar el carácter políticamente coyuntural de su nombra-
miento, así como el modelo implícito de gobernabilidad y dis-
ciplinamiento económico y cultural que formuló en ese con-
texto para un público angloparlante no especializado. La dis-
cusión de materiales nunca antes abordados por la crítica —
discursos de despedida de Buenos Aires, disertaciones pro-
nunciadas fuera del marco de la cátedra Norton, correspon-
dencia personal y cobertura periodística de la estadía— me
permitirán leer el lugar de Henríquez Ureña en la consolida-
ción de la política hemisférica desde un ángulo nuevo. A lo
largo de los años, el documento más visible de la visita
de Henríquez Ureña a los Estados Unidos —Literary Cu-
rrents in Hispanic America (1945)— ha sido entendido gene-
ralmente como un manual destinado a estudiantes de litera-
tura, con preferencia hispanohablantes, forjado a partir del
humanismo pedagógico. En su lugar, quiero trabajar este
texto, pero también el conjunto de materiales ligados a su vi-
sita de seis meses a Harvard, desde las aguas más densas de
la política y la economía de su tiempo, situándolos en los de-
bates continentalistas de la primera mitad del siglo XX2.

1
Henríquez Ureña a Agnes Morgan, 19 de noviembre de 1942, Ar-
chivo de Pedro Henríquez Ureña, Caja 1, El Colegio de México,
México.
2
Todos los textos de Henríquez Ureña escritos originalmente en
inglés se citarán en esta lengua como recordatorio de las condi-
56 FERNANDO DEGIOVANNI

“AN EMINENT INTERPRETER”


El ofrecimiento de la titularidad de la cátedra Norton a un
crítico dominicano proveniente de la Argentina, sin obra aca-
démica en inglés y cuya especialidad era marginal en el cu-
rrículo universitario norteamericano tiene que haber sido
visto como un gesto extraordinario en el contexto del ciclo
de conferencias más prestigioso de los Estados Unidos.
Desde la fundación de la cátedra Norton en 1925, sus ocu-
pantes habían sido filólogos e historiadores de reputación in-
ternacional, en su mayoría procedentes de Inglaterra o
de peso particularmente notorio en el mundo intelectual an-
gloparlante3. Nada de ese prestigio e influencia podía ofrecer
Henríquez Ureña, profesor sin un cargo universitario titular
en la Argentina, y con una actividad docente dispersa en ins-
titutos secundarios y terciarios4. Pero la declaración de la Se-
gunda Guerra en 1939 transformaría esas prioridades, debido

ciones de producción y recepción en los que fueron pensados y


comunicados. Mi lectura del marco de enunciación de la obra de
Henríquez Ureña difiere marcadamente de la propuesta por Ignacio
Sánchez Prado en “Canon, historiografía y emancipación cultural”.
3
Nada menos que Igor Stravinsky había sido catedrático Norton el
año anterior a Henríquez Ureña y Erwin Panowski sería su sucesor.
Para 1940, los únicos norteamericanos que habían recibido ese honor
eran T.S. Eliot y Robert Frost. A pesar del perfil claramente euro-
céntrico de las temáticas, en el momento del nombramiento de
Henríquez Ureña el honor todavía no había recaído todavía en
ningún francés, italiano o español. Los asuntos dominantes has-
ta entonces habían sido la antigüedad griega, latina y nórdica, así
como el arte europeo anterior al Renacimiento. En los ciclos lectivos
en que la cátedra había sido otorgada a poetas y músicos, se habían
tratado cuestiones de teoría artística.
4
En el momento de su nombramiento como catedrático Norton,
Henríquez Ureña era profesor adjunto suplente de Literatura Ibe-
roamericana y adscrito honorario del Instituto de Filología de la
Universidad de Buenos Aires (hasta 1936 fue su Secretario, puesto
al que se vio obligado a renunciar por su condición de extranjero).
También era profesor adjunto de Literatura Europea de la Univer-
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y EL LATINOAMERICANISMO 57

a la necesidad de promover los intereses económicos y la le-


gitimidad cultural de los Estados Unidos en el marco del va-
cío producido por las inversiones europeas en la región, sobre
todo en Sudamérica. Apenas comenzadas las hostilidades ale-
manas, el Departamento de Estado inició una campaña de in-
tervención directa en las universidades norteamericanas para
asegurarse el apoyo ideológico y logístico de sus docentes de
español. Las presiones llegarían incluso a los profesores pe-
ninsulares que, a raíz de la Guerra Civil española, se habían
incorporado a la academia norteamericana. Se esperaba no
sólo que los hispanistas peninsulares actuaran como media-
dores en la construcción de un latinoamericanismo pronorte-
americano, sino que inclusive se dedicaran a enseñar e inves-
tigar cuestiones latinoamericanas. Américo Castro dejó testi-
monio de estas presiones y expectativas. Desde Princeton es-
cribió una carta a Amado Alonso en la que le decía con evi-
dente frustración: “No hay semana que no venga aquí al-
guien, más o menos de Washington, a hablarme de cosas ‘La-
tín American’. Les digo que qué diablos van a lograr allá [en
América Latina] mientras no estén dispuestos a dar el salto”.
Defensor de la centralidad de los estudios peninsulares en el
currículum universitario norteamericano, Castro no sólo
desaprobaba el nombre dado al campo, sino también tener
que dedicarse a ese campo; pero al mismo tiempo, cuestio-
naba las estrategias de Estados Unidos en la región por tími-
das e ineficaces. Según Castro, los funcionarios estatales que
lo visitaban querían asegurarse el apoyo de “la opinión liberal
hispanoamericana” y era consciente del rol que Washing-
ton esperaba que tuvieran los hispanistas en la implementa-
ción de la política del Buen Vecino. Por eso le hablaba a

sidad de la Plata y del Colegio Nacional de La Plata. La única titu-


laridad que le correspondía era la del Instituto del Profesorado,
donde dictaba Literatura Argentina y Americana. Las designaciones
de los respectivos cargos se encuentran en el Archivo de Pedro
Henríquez Ureña, Caja 3 (Documentos), El Colegio de México,
México.
58 FERNANDO DEGIOVANNI

Alonso de lo que “V., yo y mil más estamos haciendo para


estrechar lazos” (sin pág.)5.
Conocedor cercano de los Estados Unidos, país en el que
para entonces ya había vivido diez años (1901-1904; 1914-
1921), Henríquez Ureña fue visto como un candidato alta-
mente viable para el logro de los objetivos de la política he-
misférica. Además de conocer a Ford desde hacía más de dos
décadas, nunca había llegado a proponer el quiebre de las re-
laciones de Estados Unidos con América Latina. Los agentes
de la política del Buen Vecino comprendieron que la decidida
crítica que había expresado Henríquez Ureña al accionar de
la administración de Woodrow Wilson en el Caribe estaba le-
jos de haberlo convertido en un enemigo de la causa paname-
ricanista: de hecho, una lectura atenta de los artículos perio-
dísticos de Henríquez Ureña más hostiles a Washington, pu-
blicados entre 1914 y 1916, permitía incluso encontrar suge-
rencias para replantear las relaciones diplomáticas y económi-
cas hemisféricas.
En 1914 Henríquez Ureña había acusado al gobierno de Wil-
son no sólo de “batir el ‘record’ de reinterpretación de las
‘doctrinas Monroe’”, sino también de ‘‘ensayar [una] admi-
nistración ‘demasiado activa’” en el Caribe (‘‘¿Abstención al
fin?” 8-9). Pero lejos de rechazar de plano la política paname-
ricana como lo estaban haciendo Manuel Ugarte o Rufino
Blanco Fombona a través de decididas campañas antimperia-
listas de amplio impacto en la opinión pública, Henríquez
Ureña adhería a lo que él mismo llamaba una ‘‘interpretación
limitativa” de la Doctrina Monroe6. En su artículo ‘‘En torno
a la doctrina Taft contra Wilson”, concordaría con la opi-
nión del expresidente William Taft en el sentido de que los
Estados Unidos debían abandonar su rol tutelar en la región

5
Américo Castro a Amado Alonso, 31 de octubre de 1941. Archivo
de Amado Alonso, Residencia de Estudiantes, Madrid.
6
La ausencia total de referencia al latinoamericanismo antimperia-
lista de Ugarte en la ensayística de Henríquez Ureña ha sido subra-
yada por Pedro L. Barcia 31-32.
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y EL LATINOAMERICANISMO 59

dejando ‘‘a las naciones latinoamericanas resolver por sí solas


sus problemas interiores y aún exteriores” (11). Pero esta
puntualización correspondía al plano militar más que al eco-
nómico, tal como lo había entendido Taft en su política de la
Diplomacia del Dólar. Henríquez Ureña creía en la coopera-
ción hemisférica y para ello pedía apertura y coherencia di-
plomática por parte de Washington: ‘‘Si los actos relativos a
Santo Domingo, tanto como los relativos a los países latinoa-
mericanos vecinos, se hicieran públicos y fueran discutidos
libremente, la política del Gobierno Americano sería cierta-
mente más clara y definida y las relaciones con Hispanoamé-
rica recibirían un gran impulso” (‘‘Memorándum sobre Santo
Domingo” 207).
Es más: en estos artículos, la confianza en el discurso pan-
americanista se había traducido en propuestas capaces de lle-
var a cabo sus objetivos. Así, Henríquez Ureña sostenía que
la causa por la cual “este país [Estados Unidos] tarda en al-
canzar los éxitos que persigue en nuestra América” debe bus-
carse en su “torpeza internacional” (“El castigo de la intole-
rancia” 50), sobre todo en lo referido al Caribe. Pero salvados
esos obstáculos, Henríquez Ureña pensaba que los Estados
Unidos constituía un valioso y necesario interlocutor polí-
tico, económico y cultural. En este sentido señalaba
por ejemplo que, si bien en su momento la fundación de Pa-
namá había supuesto un despojo, “nadie pretende deshacer la
República de Panamá. Tampoco se niegan los beneficios que
se deberán a la apertura del Canal” (“El castigo de la intole-
rancia” 49). Apoyaba también la declaración conjunta —por
parte de Estados Unidos y América Latina— de neutralidad
ante la Primera Guerra, porque ofrecía un signo de unidad:
“por venir de un grupo numeroso y homogéneo de naciones
—escribía— este movimiento, cuyo rápido desarrollo es una
admirable sorpresa, ofrece el carácter de verdadero, amplio y
espontáneo panamericanismo” (“La neutralidad panameri-
cana” 12). Henríquez Ureña mostraría, por último, una con-
fianza en las conferencias panamericanas a partir de 1916 por
60 FERNANDO DEGIOVANNI

“contribuir, en estos instantes de crisis, a la común inteligen-


cia entre las naciones de América, y a la mutua ayuda moral y
material, que permita al Nuevo Mundo conservar y acrecen-
tar el caudal de sus progresos” (“Apertura de la conferencia
panamericana” 91).
Por lo demás, en el plano específicamente académico, tam-
poco difería en esos años del papel instrumental que desem-
peñaba la enseñanza del español en Estados Unidos. Desde la
Universidad de Minnesota, se acoplaría decididamente al lati-
noamericanismo gerencialista, abrazado entonces como para-
digma pedagógico por Ford y sus discípulos. Sumándose a la
opinión hegemónica en torno al aprendizaje del español
como lengua de negocios en el contexto de la expansión nor-
teamericana, recomendaba en el Minnesota Daily en 1917 que
“those [students] intended to go into business, Spanish was
the language to study; for those taking Medical, Dental
or English work, Italian had the greatest advantages” (PHU
en los Estados Unidos xlviii).
Con todo, sus cuestionamientos a Wilson eran ya un episodio
lejano en 1940. A comienzos de la década de 1930, Roosevelt
había abandonado el intervencionismo militar en América
Latina, de modo que el objeto de la crítica de Henríquez
Ureña había perdido para entonces su objeto más inmediato.
La resolución oficial de Harvard, publicada en 4 de octubre
de 1940, destacaba —ajustándose puntualmente al léxico de
la política del Buen Vecino— que el nombramiento de Hen-
ríquez Ureña se hacía “in recognition of the increasing im-
portance of inter-American understanding, particularly in
the field of culture”, así como “in recognition of the impor-
tant place of South America in the modern world”. En este
contexto, se subrayaba que Henríquez Ureña había sido ele-
gido además por destacarse como “eminent interpreter of
Spanish America to the outside world” (“Pedro Urena \sic\
Will Lecture” s. p.). El nombramiento esperaba superar una
brecha de conocimiento: cualquier sospecha de que el tradut-
tore—intérptete pudiera ser traditore parecía descartada aquí.
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y EL LATINOAMERICANISMO 61

Harvard veía en Henríquez Ureña un académico capaz de ha-


cer accesible un contenido cultural a un público amplio. Para
eso no sólo era fundamental que hablara inglés, sino que tam-
bién tuviera la capacidad de producir un texto apropiable y
capitalizable desde el punto de vista de los objetivos y priori-
dades establecidas.
Pero en 1940 las inversiones norteamericanas en América La-
tina se veían amenazadas por un factor adicional: la sospecha
en torno a los intereses políticos y económicos nazis en Su-
damérica. De hecho, el nombramiento de Henríquez Ureña
en Harvard hablaba específicamente de “South América”.
Habían sido precisamente algunas preocupaciones en torno a
la “seguridad nacional” las que habían llevado en 1938 a Nel-
son Rockefeller, heredero de una compañía petrolera con
enormes intereses en América Latina, a sugerir el planea-
miento de una ofensiva propagandística en la región para con-
trarrestar las simpatías por el Eje. Al frente de la Oficina de
Asuntos Interamericanos, Rockefeller se propondría “to
strengthen the bonds between the nations of the Western
Hemisphere” y “to ensure proper coordination of hemisferic
defense”, defensa que dependía de la construcción de una red
de comunicaciones efectivas a lo largo de las tres Américas
(Schoultz 308). Se consideraba que el uso de prensa escrita,
radio y films era clave en la lucha ideológica. A ese programa
mediático debía sumarse otro, destinado a cooptar personali-
dades destacadas (intelectuales, periodistas, editores y políti-
cos) a las que era necesario invitar a los Estados Unidos.
La preocupación geopolítica por el nazismo explica por qué
el comité Norton había establecido que la titularidad debía
ser ofrecida en 1940 a un académico proveniente de la Argen-
tina. Dada la persistente neutralidad de Buenos Aires en la
guerra, el titular de la cátedra debía hacer patente una postura
antigermana. Henríquez Ureña tenía la ventaja de pertenecer
al grupo de la revista Sur, cuya directora, Victoria Ocampo,
había sido una de las firmantes de manifiesto original de Ac-
62 FERNANDO DEGIOVANNI

ción Argentina, organización multipartidaria creada para pro-


mover el ingreso del país en la guerra del lado de los Aliados,
además de organizar actos antifascistas, propaganda proaliada
y labores de espionaje. Esto hace comprensible por qué, a
su llegada a los Estados Unidos, Henríquez Ureña repetida-
mente insista en identificarse con los grupos antinazis argen-
tinos y destacar la labor de Acción Argentina. De hecho, el
mismo día en que se hace público el nombre del nuevo cate-
drático Norton, The Christian Science Monitor dedica una
larga nota a Henríquez Ureña en la que no duda en encuadrar
su elección para el cargo en la cuestión de las actividades fas-
cistas en América Latina y, en particular, en la incidencia del
nazismo en Argentina. Titulada “Harvard Poetry Chair
Goes to Dr. Urena \sic\ of Argentina”, la nota —que incluye
declaraciones de Henríquez Ureña— señala:
Increasing opposition to Nazi propaganda and a new
awakening to the implications of Germán victory have
characterized recent months in South America, particu-
larly in Argentina, according to Dr. Pedro Henriquez
Ureña ... ‘I have been especially impressed with the growth
of Acción Argentina,’ he told an interviewer today. The
organization was formed early in May, after the invasion
of the Lowlands to combat Nazi propaganda...’ Its pur-
pose, he explained, is to arouse Argentine men and women
to the danger to the world, and thus to their own land, of
impossibly triumphant Fascism. By every propaganda
means at their disposal, they emphasize this point and
combat the central German theme: that Argentina is eco-
nomically an “enslaved colony” of Britain. Friendship for
the United States is a key point of Acción [Argentina]
Doctrine (sin pág.).

La última frase resulta particularmente importante para en-


tender a Henríquez Ureña como aliado clave de la política
hemisférica y de la buscada posición pronorteamericana pro-
veniente de la Argentina. Para 1939, la controversia paname-
ricanista entre Washington y Buenos Aires ya llevaba cuatro
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y EL LATINOAMERICANISMO 63

décadas. Había comenzado en 1889 cuando los delegados ar-


gentinos boicotearon la sesión inaugural de la Primera Con-
ferencia de Estados Americanos en Washington por su opo-
sición a la decisión unilateral de los Estados Unidos de nom-
brar presidente de la reunión al Secretario de Estado James
G. Blaine. Ese distanciamiento se incrementó en las décadas
de 1920 y 1930, cuando la Argentina reforzó sus lazos comer-
ciales con Europa y participó de modo activo en la Liga de las
Naciones, mientras Estados Unidos defendía una política ais-
lacionista. La situación, sin embargo, empeoró en 1939, a me-
dida que aumentaban las sospechas en torno a las actividades
nazis en Argentina y Buenos Aires insistía en permanecer
neutral en el conflicto. En ese sentido, Schoultz ha señalado
que el largo enfrentamiento entre Washington y Buenos Ai-
res debe ser entendido al mismo tiempo como una disputa
por el fascismo y como una “a struggle over hemispheric lea-
dership [that] had been developing for decades” (324-325).

“LET BYGONES BE BYGONES”


Henríquez Ureña no defraudaría las expectativas planteadas
por la política del Buen Vecino: durante su estadía en los Es-
tados Unidos dejó claro que entendía la tarea de mediación
que le imponía su nombramiento. Las notas manuscritas de
una conferencia dada en 1941 en la Fletcher School of Law
and Diplomacy de Tufts University con el título “Cultural
Ties in Latin-American Relations” son quizá el documento
más importante para analizar el modo en que articuló el com-
promiso asumido. En los apuntes de esa charla, Henríquez
Ureña hace patente ante estudiantes y profesores de derecho y
diplomacia su rol de consejero político y económico: no sólo
vuelve a ratificar el apoyo a los Aliados en la guerra —“The fall
of France, in 1940 [les dice] has been felt as a national calamity
in every Latin American country and as a personal disgrace for
many of us” (sin pág.)—, sino que también presenta explícita-
mente un plan alternativo para garantizar el “éxito” de las po-
líticas culturales norteamericanas en la región.
64 FERNANDO DEGIOVANNI

Apoyando decididamente los objetivos de la política del Buen


Vecino, Henríquez Ureña comienza su charla diciendo que
ese es el momento en que los Estados Unidos debe sacar par-
tido de las oportunidades que ofrece América Latina debido
a la “good will” que existe en la región hacia la administración
Roosevelt. Recomienda, en este sentido, el olvido de los mo-
mentos más agrios de la historia de las relaciones hemisféri-
cas, así como el abandono de un modo de pensar América La-
tina: “Let bygones be bygones”, aconseja al público. Para
Henríquez Ureña, la viabilidad del Panamericanismo depen-
día de una modificación de los paradigmas interpretativos y
modos de aproximación a la región desde el punto de
vista cultural7.
Henríquez Ureña entiende que esas representaciones son el
producto de años de construcción de un discurso público a
partir de la teoría positivista de los “caracteres nacionales”.
De hecho, esta es una de las primeras observaciones que hará
en las conferencias Norton: “change in popular notions
[about Latin America] have been very slow [...] No small
amount of popular sociology is based upon this geographical
misconception” (Literary Currents 9; el subrayado es mío).
Pero lo que resultaba más grave para Henríquez Ureña
era que estas opiniones también circulaban entre gobernan-

7
En enero de 1941, la Oficina de Asuntos Interamericanos había
obtenido los resultados de una encuesta en torno a “What people in
the United States think and know about Latin America and Latin
Americans”. El cuestionario, que contenía diecinueve adjetivos des-
criptivos, partía de la pregunta “from this list, which words seem to
you to describe best the people who live in Central and South Ame-
rica?”. Los resultados eran del todo desalentadores para una política
de entendimiento: setenta y siete por ciento de los encuestados —
la mayoría— respondían que los latinoamericanos eran “dark-skin-
ned”, y los atributos que seguían en su caracterización eran “quick-
tempered”, “emotional”, “backward”, “religious”, “lazy”, “igno-
rant” y “suspicious”. El adjetivo menos elegido era “efficient”
(Schoultz 315).
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y EL LATINOAMERICANISMO 65

tes, diplomáticos y académicos norteamericanos, que atri-


buían a los sectores de la élite latinoamericana características
similares a las de los sectores populares. Su charla en Tufts
tiene como propósito abordar ese tema. Sobre lo que llama
“the great subject of Pan-Americanism”, Henríquez Ureña
advierte al público universitario que le resulta ”very difficult
to define what it is to be an expert on Pan-American ques-
tions” debido a la existencia de “so many problems invol-
ved, and especially, so many imponderables” (“Cultural Ties”
sin pág.). Atacando lo que percibe como una tendencia a la
generalización y al conocimiento de segunda mano de la re-
gión, Henríquez Ureña subraya en su charla la cuestión del
“derecho” a hablar sobre América Latina y lo que supone ese
“derecho” a hablar. Apunta que el conocimiento directo y el
estudio formal son imprescindibles en ese contexto. Lo dice
hablando de él mismo: “If I have any right to deal with them
[countries of the Western Hemisphere], it is only because I
know several of the countries on the Western Hemisphere
quite intimately, having lived in [many of) them [...] And [be-
cause] I have devoted myself to the study of cultural activities
in the New World [...]” (“Cultural Ties” sin pág.).

En “Cultural Ties”, Henríquez Ureña no cuestiona los bene-


ficios del Panamericanismo en el marco de la guerra: “trade
relations —señala— are, no doubt, necessary and convenient.
We must have trade if we are to have communication. And
communication is essential to friendship” (sin pág.). Sin em-
bargo, estima que las posibilidades de interacción comercial
con el estado y las empresas latinoamericanas dependen de
una comprensión renovada de los valores aceptables a las éli-
tes latinoamericanas. “Trade alone —enfatiza— is not
enough to create what we might call ‘perfect sympathies’”.
La razón por la cual “We, in Latin America, look at France
for guidance in art and literature and Sciences, in fashions and
amusements; in political principies as well” reside en una
cuestión que escapa al gobierno y empresas estadounidenses:
66 FERNANDO DEGIOVANNI

el funcionamiento de la noción de prestigio simbólico en


América Latina. El léxico que Henríquez Ureña utiliza para
ilustrar la relación entre capital económico y capital cultural
es inequívoca en este sentido: el ejemplo del viajero “who
spent a fortune in París and then came home penniless [but]
got in return a fortune of memories —he had stored a treasure
which would last all his remaining years” (“Cultural Ties” sin
pág., el subrayado es mío) sugiere que la construcción de una
“fortune of memories” es un proyecto a largo plazo que la
política norteamericana no ha sabido articular. En ese sen-
tido, lanza una advertencia contra cualquier intento de eva-
luar de modo simplista la admiración por Francia: esta, sub-
raya, podría ser “censoriously dismissed as snobbery, but it
was more than that” (“Cultural Ties” sin pág.).
En el centro de las objeciones de Henríquez Ureña está la im-
pugnación del programa que los Estados Unidos, de la mano
de Rockefeller, se ha propuesto implementar en América La-
tina valiéndose de las industrias culturales como arma para
ganar aliados ideológicos. La producción y distribución de
películas como Down Argentine Way, protagonizada por Car-
men Miranda y lanzada al mismo tiempo que Henríquez
Ureña pronunciaba las conferencias Norton, podía ser un
ejemplo en este sentido. El desencuentro constante entre los
objetivos de las agencias públicas y privadas norteamericanas
y los de la élite latinoamericana, sobre todo la Argentina, ra-
dicaba para Henríquez Ureña en la manera divergente de en-
tender la noción y el funcionamiento de la autoridad y el pres-
tigio cultural. Según él, el trabajo ideológico de la política del
Buen Vecino debía centrarse en el habitus de los sectores le-
trados y en los espacios simbólicos frecuentados por ellos.
Esta disputa se manifestaría en el propio Fogg Museum,
donde Henríquez Ureña pronunciaba mensualmente sus
conferencias. El 14 de abril de 1941, “Día del Panamerica-
nismo”, Henríquez Ureña había sido invitado a presidir,
junto a Charles A. Thompson, Jefe de la División de Relacio-
nes Culturales del Departamento de Estado, la apertura de la
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y EL LATINOAMERICANISMO 67

Pan-American Society de Massachussets. Los discursos de


uno y otro mostrarían sin ambigüedad los puntos de vista que
los separaban. Frente a 500 invitados, entre los que se conta-
ban la élite política y comercial de Boston, así como casi la
totalidad del cuerpo consular latinoamericano, la Sociedad
declaró su interés en “in creating hemispheric solidarity and
implement the cultural aspects of the good neighbor policy”.
Pero mientras que Henríquez Ureña insistiría en que la crea-
ción de “a deep and sympathetic understanding” debía pasar
por el conocimiento de “habits, customs, ideals”, Thompson
subrayaría que el logro de esos objetivos dependía del inter-
cambio de estudiantes, profesores, autores, periodistas y ac-
tores, así como del trabajo de “the agencies of mass commu-
nication such as the press, the radio and the motion pic-
ture” (“Pan-American Society of Mass” sin pág., Boston
Daily Globe del 15 de abril de 1941).
Frente a la importancia dada por el Departamento de Estado a
los medios, Henríquez Ureña indica en Tufts que la ventaja
de Francia sobre la élite local reside precisamente en no enten-
der la cultura como “amusement”. Es necesario —agrega—
modelar el Panamericanismo en lo que llama una “better ba-
sis”: “What the State Department is not doing”, puntualiza,
es enviar a la región “scholars, artists, writers, journalists. We
get your movies and your jazz; but, according to our cultural
standards, and, according to your own, that does not repre-
sent the highest type, nor more than does the rumba, or the
tango, or the maxixe” (“Cultural Ties” sin pág.). Y reco-
mienda que se siga apelando a una práctica que gozaba de
gran legitimidad y eficacia en la construcción de alianzas cul-
turales desde principios de siglo: la visita de grandes intelec-
tuales a América Latina. Así como Francia se había ocupado
de mandar “metódicamente sus hombres de ciencia, sus es-
critores, sus artistas”, Estados Unidos también debía promo-
ver giras de autores contemporáneos, y da tres ejemplos:
“Erskine [Caldwell], [Thornton] Wilder, Waldo [Frank]”
68 FERNANDO DEGIOVANNI

(“Cultural Ties” sin pág.) 8. En este sentido, Henríquez


Ureña propone valerse de un modelo de intervención cultural
ampliamente sancionado por los miembros de la élite. La pre-
misa era que viajeros de amplio reconocimiento —como Or-
tega y Gasset y el conde de Keyserling— podían develar as-
pectos de una interioridad “dormida” que era imperceptible a
los habitantes nativos (Aguilar 367-391). La élite latinoame-
ricana, de hecho, aceptaba y era capaz de apropiarse del dis-
curso extranjero de la identidad, siempre y cuando se articu-
lara en el contexto indicado. A diferencia del cine y la radio,
los ciclos de conferencias garantizaban el contacto del inte-
lectual con públicos amplios, pero no masivos; resultaban
un espectáculo público, pero ofrecido en el marco de espacios
selectos como salas teatrales y auditorios universitarios.

LOS “CRIOLLOS SUPERIORES”


Antes de partir a los Estados Unidos, Henríquez Ureña había
dejado claro a sus amigos y colegas de Buenos Aires y La Plata
que su intervención en Harvard iba a centrarse en el tema de
la autoridad cultural. Los discursos pronunciados en las
reuniones de despedida organizadas por la revista Sur y la
Universidad Popular Alejandro Korn abordan precisamente
los desafíos que supondrá hablar en un país como los Estados
Unidos, donde los cambios democráticos y tecnológicos ha-
bían tenido un impacto irreversible en la configuración de las
relaciones de poder y prestigio político, social y cultural. Lo
que le preocupa a Henríquez Ureña es la decadencia del rol
regulador y disciplinario de las élites norteamericanas des-
pués de la Guerra Civil. En una frase que tiene todas las notas

8
El manuscrito de “Cultural Ties” reúne apuntes a partir de los cua-
les, al parecer, Henríquez Ureña improvisó en público. Está escrito
a mano y a máquina, y mezcla ideas en inglés y español, aunque ma-
yormente está escrito en inglés ya que Henríquez Ureña se dirigió
en ese idioma al grupo de Tufts. De ahí las citas en español de esta
sección.
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y EL LATINOAMERICANISMO 69

de un lamento, Henríquez Ureña señala a sus interlocuto-


res argentinos: “La [tradición] del Norte [de los Estados
Unidos] venció entonces, pero se desintegra lentamente”
(Palabras 8). Las causas de esa “desintegración” residen en el
rápido e indeseable avance de los derechos laborales y civiles
así como en la consolidación de la cultura de masas.
Pero no todo está perdido. Eso, por suerte, no ocurre en una
sociedad que, como la Argentina, es controlada por criollos
“superiores” que cuentan con el derecho y el deber de “dic-
tar”, “imponer” y “modelar” el cuerpo social. En ese sentido,
Henríquez Ureña se regocija: “En la América española, la tra-
dición criolla se mantiene: el automóvil, el aeroplano, la ra-
diotelefonía, el divorcio, la jornada de ocho horas, el voto fe-
menino, nada altera el tejido esencial de nuestra existencia (Pa-
labras 8). Todas las “innovaciones mecánicas, físicas y quími-
cas” así como la “modificación de las instituciones” que pu-
dieran ser introducidas en el contexto latinoamericano por al-
gunos “descendientes frívolos” de esas ideas se enfrentarían
con el “fondo criollo”, con el “hondo sentimiento criollo”
que garantiza la “continuidad” de la jerarquía cultural tradi-
cional (8). En una inequívoca defensa del derecho a una es-
tricta regulación social y cultural por parte de la élite, sub-
raya: “una disciplina de pocos [...] dio su fisonomía al país”.
Y agrega: “cuando llegó el inmigrante encontró una sociedad
con normas—, debía obedecerlas, debía comportarse con
ellas. El ideal fue parecerse a los criollos superiores [...] Esta
disciplina, que a veces se relaja, debe mantenerse” (Palabras 8;
el subrayado es mío).
Más que interpelar a las masas con una nueva tecnología de
las comunicaciones, los Estados Unidos debían apoyar el rol
disciplinante de las clases dirigentes. “[E]l automóvil, el aero-
plano, la radiotelefonía, el divorcio, la jornada de ocho horas,
el voto femenino” (Palabras 8) eran la cara visible de una mo-
dernidad y una racionalidad capitalista ajena a la cultura le-
trada hispánica que debía ser resistida. Se trataba de un debate
en torno a las masas que estaba en el aire por esos años: en él,
70 FERNANDO DEGIOVANNI

Henríquez Ureña se sitúa explícitamente del lado de José Or-


tega y Gasset, precisamente uno de los “viajeros de la identi-
dad” que había llegado a la Argentina por tercera vez pocos
meses antes de la partida de Henríquez Ureña a Estados Uni-
dos, cuando ya se encontraba ideológicamente situado en el
bando antirrepublicano de la Guerra Civil española (Dob-
son 36-37). Ortega, de hecho, aparecerá citado en el texto de
despedida de Henríquez Ureña de la Argentina y también
será mencionado varias veces en las Literary Currents. Lo que
Henríquez Ureña toma de Ortega no es un dato menor en la
disputa sobre el tema de la autoridad y la gobernabilidad: “A
la Argentina moderna, ha observado agudamente José Ortega
y Gasset, parecería que la hubieran creado con la cabeza. Yo
digo más: no es que parece que así fue: es que fue así” (Pala-
bras 8).
A la manera de Ortega —que desde La rebelión de las masas
había abogado por la preservación de la “continuidad” de la
“civilización” ante la cultura de masas— Henríquez Ureña
sugiere también que el intelectual tiene más en común con las
élites de otros países que con sus propios conciudadanos: por
eso, la dirigencia norteamericana debe centrar sus esfuerzos
en reconocer las prácticas y hábitos culturales de la élite. Ar-
cadio Díaz Quiñones ha enfatizado el fundamento arnol-
diano de la noción de cultura que sostenía este posiciona-
miento en el caso de Henríquez Ureña (167-255); sin em-
bargo, hacia 1940 Henríquez Ureña parece encontrar en la
posición de la Kulturkritik una respuesta más adecuada a los
desafíos de la cultura de masas. De hecho, junto a Ortega,
Henríquez Ureña cita a T. S. Eliot en las Literary Currents
para afirmar la necesidad de rearticular el canon latinoameri-
cano: “We probably need in Hispanic America a critic of the
school of T. S. Eliot to make us relish again the virtues of our
classicists of the eighteenth and nineteenth centuries” (101).
Esta figura es, sin duda, la del propio Henríquez Ureña y
no tiene mejor ejemplo que su sonada lectura de Juan Ruiz de
Alarcón, centrada en la defensa del intelectual frente a la
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y EL LATINOAMERICANISMO 71

plebe: el éxito o fracaso de las comedias de Alarcón —in-


dica— fue el resultado “of the occasional mood of the bois-
terous and outspoken audiences of the times. His competi-
tors in the theatrical trade would at times go as far as to or-
ganize hootings and have stink-bombs thrown into the pit”
(Literary Currents 68). Henríquez Ureña recuerda sin em-
bargo que Alarcón, al publicar sus obras completas, se dirigió
a ese público como “wild beast” al cual, desde la escritura, po-
día ahora enfrentar “with contempt and without fear, since
they no longer run the risk of thy hisses” (Literary Currents
68). Y en otra reivindicación del orden letrado frente a la ora-
lidad violenta de esas “unruly audiences” (Literary Currents
71), Henríquez Ureña destaca el “meticulous care” con que
Alarcón escribió sus comedias y la “clearness and acuracy”
con que las editó (Literary Currents 68): “His characters —
concluye— spend more time in their houses than in the
Street; duels are not inevitable; reserve and prudence are pos-
sible” (Literary Currents 69).
Alineado explícitamente con el discurso de Ortega y Eliot,
Henríquez Ureña presenta en las Literary Currents un pro-
grama de gestión y administración simbólica centrado en la
fetichización de la alta cultura como espacio integrador y uni-
ficador de la esfera pública. De hecho, Henríquez Ureña in-
dica que es la adhesión a la cultura letrada —y no a la comu-
nicación de masas— lo que históricamente ha garantizado el
avance económico y social en América Latina. Ya “in colonial
times, strange as it may sound to unsuspecting ears, one of
the guiding principies of that society, after religion, was intel-
lectual and artistic culture”, escribe en las Literary Cur-
rents (41; el subrayado es mío). La política del Buen Vecino
debía responder así a lo que Henríquez Ureña entendía como
parte de la tradición “romana”, según la cual era preciso “laid
down abstract principies of right to which it endeavored to
conform” (Literary Currents 113). Si en el caso de Alarcón
había hablado en contra de “unruly audiences” (Literary Cu-
72 FERNANDO DEGIOVANNI

rrents 71), ahora trataba de defender “guiding principies” (Li-


terary Currents 41) que “gradually [would] shape the
unwieldy mass of reality” (Literary Currents 113).
En las Literary Currents, Henríquez Ureña escribe que “great
ethical and political principies” (14) habían sido introducidos
por la élite civil y religiosa española desde comienzos de la
conquista; élite a la que ve como responsable de actos de al-
truismo más que de abuso y opresión: “The fate of the In-
dians had been sealed as early as 1500 by a generous decisión
of Queen Isabella in accordance with old Roman principies”
(Literary Currents 30). Y aclara: “If they were often op-
pressed by greedy masters, they were also protected and de-
fended [...] The efforts of the priests in behalf of the Indi-
ans make an extraordinary story of devotion, courage and
self-sacrifice” (Literary Currents 31). En ese mismo sentido
entiende que el estudio de las lenguas indígenas por parte de
los religiosos fue “a labor of love” (Literary Currents 39). De
hecho, la colonia nunca se asocia en Henríquez Ureña a la
destrucción ni al diezmo poblacional. Estos aspectos, en cam-
bio, los aplica al período independentista: “Independence did
not bring the long-expected happiness to the peoples of His-
panic America. Most of countries found their wealth de-
stroyed and their population decimated by the long bloody
struggle” (Literary Currents 112).
En las Literary Currents, Henríquez Ureña indica que el or-
den y la paz fueron restaurados por un selecto grupo letrado
hispanizante que trabajó desde mediados del siglo XIX “in fa-
vor of political organization against the forces of anarchy”
(114). Los que se habían criado en la colonia tuvieron venta-
jas evidentes en este contexto: la obra literaria de Bello y Ol-
medo, por ejemplo, “still profits from the leisurely habits of
their colonial upbringing —it is carefully planned, developed,
polished and finished” (Literary Currents 106). “Never were
they rebels”, señala Henríquez Ureña, y puntualiza su cos-
tado conservador: “they were closely tied to the soil and the
family and the traditional ways” (Literary Currents 127-128).
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y EL LATINOAMERICANISMO 73

De hecho, Henríquez Ureña subraya aquí el carácter “pro-


ductivo” de los orígenes “hispánicos” a partir de lo que carac-
teriza, utilizando un lenguaje de dependencia doméstica a la
figura maternal, como “a sense of unity in the countries rea-
red in the Hispanic tradition” que retienen “linguistic and
cultural allegiancé a ella (Literary Currents v; el subrayado es
mío). Esta tradición “hispánica” hace referencia a la “descen-
dencia” criolla no sólo española, sino también portuguesa: las
Literary Currents discute simultáneamente la cultura “fami-
liar”, de fundamento colonial, de los países hispanoamerica-
nos y Brasil9.
Estos antecedentes le sirven a Henríquez Ureña para formu-
lar un modelo explícito de gobernabilidad donde la variable
económica se torna crucial. Para ello se centra en la Argentina
y Brasil, donde reconoce una de las formas más exitosas de
disciplinamiento y control social orientados al desarrollo ca-
pitalista. En su discurso de despedida de Buenos Aires ya ha-
bía destacado no sólo la labor del “intelectual que es al mismo
tiempo hombre de acción, como [Bartolomé] Mitre o [Do-
mingo F.] Sarmiento, sino hasta los terratenientes, que dieron
su moderna estructura a esa cosa admirable, la estancia argen-
tina (Palabras 8; el subrayado es mío). El elogio de los “crio-

9
Henríquez Ureña dice en la primera página de su libro que dedi-
cará las conferencias a la “literature of Hispanic America”. Y aclara:
“I prefer this designation to the more popular though less satisfac-
tory ‘Latin America’” (Literary Currents v). Esta oposición al uso
más corriente de “América Latina” en inglés se debe, por un lado, a
su firme decisión de no incluir a Haití en las discusiones, y, por
otro, a su deseo de enfatizar la historia común de España y Portu-
gal hasta 1640, cuando los reinos se separaron. En su Historia de la
cultura en la América Hispánica lo aclara así: “La historia de la cul-
tura [imperial] portuguesa está ligada a la de la cultura española; en
la literatura ha habido influencias mutuas” (26). En Literary Cu-
rrents el relato de la unidad “hispánica” se basa, por ejemplo, en la
influencia jesuítica en todo el orbe colonial español y portugués de
América (32-34).
74 FERNANDO DEGIOVANNI

llos superiores” y la “admirable” estancia volverá meses des-


pués, en inglés, frente a un público que quiere saber qué
puede esperarse de sus “buenos vecinos”. Junto a Bernardino
Rivadavia, señala allí, Mitre y Sarmiento fueron “the best rul-
ers”: “under them [...] a flood of European immigrant swept
over the well-nigh empty land, which under the direction of the
criollos, soon become wealthy and prosperous” (Literary Cur-
rents 137-138). Además de la instancia biopolítica, subraya
la triunfante domesticación capitalista de la naturaleza: “tam-
ing the pampa and the gaucho was the seemingly Utopian plan
of the men of 1852; it was fulfilled in a surprisingly short time,
even though it strewed many victims along its road, like Mar-
tín Fierro. Now the best emblem of the modern pampa is that
admirable invention, the Argentine and Uruguayan estancia,
the vast estate in which as many as two million trees may have
been planted by man” (Literary Currents 199; el subrayado es
mío). Consecuentemente lee Don Segundo Sombra como ar-
ticulación de esta “realización”, mientras que ve en los cuen-
tos de Horacio Quiroga, La Vorágine de José E. Rivera
y Doña Bárbara de Rómulo Gallegos la narración de un es-
fuerzo todavía pendiente en “the struggle with nature, the ef-
fort to master it” (Literary Currents 204). La organización
económica del latifundio rioplatense, con su naturaleza pro-
ductivizada, constituye el reverso de la anarquía posindepen-
dentista.
Por su parte, en las Literary Currents Brasil también se pre-
senta como paradigma exitoso de imposición de orden elitista
en el contexto de una sociedad heterogénea. Junto a Chile y
Colombia, Brasil, aunque en mayor medida, aparece como
modelo de la anhelada continuidad política y sociocultural de
la tradición colonial en el siglo XIX: “Civil war y despotism
—escribe Henríquez Ureña— were alternately dominant [in
Hispanic America] [...] There were two main exceptions:
Brazil, a monarchy, and Chile, an aristocratic republic —both
achieved organic peace about 1830” (Literary Currents 112).
Fue el paternalismo de la autoridad letrada imperial lo que
sirvió allí como garantía de progreso y productividad social y
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y EL LATINOAMERICANISMO 75

artística: “Brazil, under the benevolent and active rule of the


Emperor Pedro II (1825-1891), a scholar and true believer in
liberty, enjoyed peace and progress” (Literary Currents 138).
Si las “anarchical societies” (Literary Currents 113) y “the for-
ces of disorder” (Literary Currents 114) que dominaron la
vida de las repúblicas hispanoamericanas tuvieron como con-
secuencia la suspensión de la arquitectura monumental, “only
in imperial Rio de Janeiro were there new sumptuous pala-
ces and gardens [...] [which] transfigured the Brazilian capital
into a delightful labyrinth of perpetual luminous surprises
[...]” (Literary Currents 114). En el “peaceful Brazil” (Liter-
ary Currents 116) también hubo ejemplos de orden y disci-
plina lingüística, frente a la dejadez romántica de los his-
panoamericanos: “Many of our innumerable poets acted as if
they thought [...] that their mental lawlessness was sacred
[...] They were exemptions naturally: Gonçales Dias en Bra-
zil, for example, the Colombians, ever careful of the proprie-
ties of language” (Literary Currents 127).
En el contexto de las relaciones que propone la política del
Buen Vecino —posibilidades de viajes y ganancias— Henrí-
quez Ureña plantea a su público la sustentación del lugar his-
tórico de la élite hispano-criolla como fuerza hegemónica. De
hecho, el discurso de las Literary Currents también articula un
programa organizativo que contiene nociones y prescripcio-
nes en torno a formas deseables de integración y movilidad
social. Henríquez Ureña parte, en ese sentido, de un diagnós-
tico histórico formulado al comienzo del texto: “the essential
weakness of this society lay in its latent disorganization [...]
The great problem of Hispanic America was —and still is—
social integration” (Literary Currents 40). Y aclara, inmedia-
tamente: “Only the cultured groups had real and permanent
standards and traditions. It was they who succeeded in pre-
serving and furthering civilization through their effort and
example” (Literary Currents 40).
Los ejemplos históricos de “éxito” social que ofrece Henríquez
Ureña están basados en la proximidad o alejamiento de las
76 FERNANDO DEGIOVANNI

“poorer clases” respecto de los “permanent standards and tra-


ditions” (Literary Currents 40) de la élite. El aprendizaje de la
lengua del conquistador es, en el discurso de Henríquez Ureña,
una de las claves de movilidad social. El trabajo ideológico de
las Literary Currents se muestra de manera particularmente
sugerente en el siguiente párrafo, donde se traza un recorrido
histórico que abarca el presente: “In spite of the indistinctive
belief in human equality which is typical of the Hispanic peo-
ple, there was a greater distance between master and servant
when the servant scarcely spoke Spanish or Portuguese and
hardly understood European customs” (40). Al mismo tiem-
po, la adopción de las lenguas imperiales aparece en varios pa-
sajes como factor clave para la disolución de cualquier posible
amenaza al orden hispánico dominante. Cuando Henríquez
Ureña escribe que los indígenas “accepted the rule of the con-
queror, although there were sporadic revolts; only in Chile
and Argentina did he survive as a permanent menace to the
Spanish-speaking population until nearly the end of the nine-
teenth century” (Literary Currents 32), está sugiriendo esta
lectura10.
Pero en las Literary Currents puntualiza algo más: es “the
education and economic opportunities offered to the masses”
(196) definida por las élites gubernamentales y empresariales
lo que en última instancia permitirá la movilidad asimiliacio-
nista en un sistema que insiste en caracterizar como históri-
camente permeable y generoso: en la colonia, escribe, la edu-
cación “was in no way aristocratic; learning was practically —
though not nominally— within reach of all that might aspire
to it [...] Music, painting, and sculpture, especially, were often
taught to people of very humble station” (Literary Currents
41). Y agrega, en una frase sintomática: “Even the blacks slaves
were taught to play instruments” (Literary Currents 62; el
subrayado es mío). Ningún ejemplo articula mejor esa ide-
ología que uno de su propio país: “Learning counted for so

10
Sobre la cuestión lingüística en Henríquez Ureña, cf. Juan R. Val-
dez.
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y EL LATINOAMERICANISMO 77

much in that former ‘capital of the Caribbean’ [Santo Do-


mingo] that in the seventeenth century a man of African
blood, Tomás Rodríguez de Sosa, who had been born a slave
and was freed by his master, become a renowned theologian
and orator [...] he was often invited by the Spanish president
and judges of the Real Audiencia to preach in their private
chapel” (Literary Currents 37-38). Y aclara: “Among the Por-
tuguese of Brazil, the absence of deep social and racial preju-
dices seems to have been still more common than in the Span-
ish colonies. And such prejudices as did exist dwindled or dis-
appeared” (Literary Currents 37), por lo cual concluye: “Bra-
zil is, among all the Hispanic countries, the one in which co-
existence of many different racial strains has best been solved
in practice” (Literary Currents 196).
Frente al público norteamericano, introduce así la idea de un
“nuevo tipo de hombre”: the “originally heterogeneous soci-
ety of Hispanic America eventually produced a new type of
man, a pre-dominant type [...] It is not a race, of course, not
even a particular racial mixture, but the result of many gener-
ations of men of different origins living together under simi-
lar conditions. The result, as Ricardo Rojas puts it, not of an
ethnos, but of an ethos” (Literary Currents 41). Lo que llama
la “condición fluida” de la “nueva sociedad” tenía un propó-
sito claro: sugerir que el “viaje” al sur estaba abierto una vez
más a eventuales ganancias. El público de Boston y los lecto-
res de las Literary Currents encontrarían en la América His-
pánica el lugar donde la economía de la pampa florece y los
problemas raciales parecen resueltos bajo la autoridad de los
dirigentes letrados. Es lo que Henríquez Ureña indica cuando
habla del “general movement of society brought forth by the
new possibilities of travel and gain [...] If matters went thus in
the Spanish domains, in Brazil they were still easier [...]” (Li-
terary Currents 34-35; el subrayado es mío).
78 FERNANDO DEGIOVANNI

“THE UNFORESEEABLE CULTURAL CONSEQUENCES


OF POLITICAL ACTS”
En el contexto de la política del Buen Vecino y la consolida-
ción del APRA, el discurso de Henríquez Ureña opera como
pieza clave en una lucha por consumidores y mercados. Sin
duda el elogio del terrateniente criollo y la estancia no podía
dejar de verse entre 1940 y 1945 —esto es, desde la lectura de
las conferencias Norton a su publicación en formato libro—
sino como un rechazo de los programas ideológicos de iz-
quierda articulados años antes en la obra de José Carlos Ma-
riátegui y en algunas instancias de la Revolución Mexicana.
Por su parte, en el marco del emergente Peronismo, escenario
inmediato de un Henríquez Ureña residente en Buenos Ai-
res, las Literary Currents tampoco dejaban dudas sobre su
postura en torno a la participación política de las masas.
En las Literary Currents, Henríquez Ureña subraya que si la
“search for expression” había conducido eventualmente a la
“madurez” intelectual —“in a time of doubt and hope [...] the
peoples of Hispanic America declared themselves intellec-
tually of age” (3)— lo mismo había ocurrido en el orden eco-
nómico, sobre todo en Argentina y Brasil. El libro quería pre-
sentar un espacio donde el “cuidado”, la “dedicación”, la “per-
sistencia” —frente a la “improvisación”, el “arribismo” y el
“desorden”— habían llegado a su realización histórica. Henrí-
quez Ureña intentaba así construir una América “Hispánica”
“normalizada”, donde la misma noción de “vecinos” presente
desde la colonia hispánica podía reactualizarse en términos de
una política hemisférica: “In the Americas the Spanish and
Portuguese settlers soon accustomed themselves to deal
with them, as either friends or enemies, but in any case as
neighbors; they became a normal part of the common life of the
colonies” (Literary Currents 14; el subrayado es mío).
El discurso de Henríquez Ureña fue bien recibido en los Es-
tados Unidos. Aunque las nociones de autoridad, orden y dis-
ciplina, así como la de “superioridad”, podían ser asociadas
más con el vocabulario de los partidarios del Eje que con los
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y EL LATINOAMERICANISMO 79

ideales “democráticos” de Roosevelt, su propuesta no parece


haber generado críticas o rechazos en los medios norteameri-
canos, lo cual no deja de ser en sí mismo sugerente para el
debate entre democracia y nazismo. Si bien la corresponden-
cia de Henríquez Ureña indica que las charlas no fueron un
éxito de público ni lograron atraer el entusiasmo de los asis-
tentes11, el texto de las conferencias publicado en 1945
tuvo buena acogida. Nada menos que el New York Times le
dedicó una reseña de Bertram Wolfe, exalumno de Henríquez
Ureña en la Escuela de Verano de la Universidad de México.
“The present work might well serve as a text on the unfore-
seeable cultural consequences of political acts”, escribía
Wolfe, elogiando el “continental scope” del proyecto de
Henríquez Ureña en el marco de “the intensified cultural ex-
change accompanying our ‘good neighbor policy’”: las Liter-
ary Currents eran, en su opinión, “the most compact and
comprehensive introduction to that spirit available in Eng-
lish” (sin pág.).
La respuesta de la industria editorial tampoco fue insignifi-
cante. Antes de partir de Boston, Henríquez Ureña ya había
recibido una propuesta de Oxford University Press para es-
cribir otro libro de texto en inglés destinado a cursos de civi-
lización latinoamericana. Una carta de William Ornan, coor-
dinador de la sección educativa de la editorial en los Estados
Unidos, le indicaba: “Professors every-where seem to be ask-
ing for this sort of material in order that their students may
be acquainted more fully with the Republics to the south”

11
Howard Mumford Jones a Pedro Henríquez Ureña, 3 de mayo
de 1941. Mumford Jones escribe: “I think the public lecturer may
well feel a sense of discouragement —his words are as wind, some-
times the hall is half empty, often the audience seems so naif as to
be childlike, and so on- but nevertheless I am honestly of opinion
that your visit made us great good, and that, in particular, your
book, when it appears, will have a real success”.
80 FERNANDO DEGIOVANNI

(sin pág.)12. Este texto seriad Cortase History of Latin Ameri-


can Culture, que nunca llegó a completarse debido a su
muerte. Con todo, la versión inconclusa del libro sería publi-
cada primero en castellano en 1947, como si Henríquez
Ureña la hubiera escrito en esa lengua. Por último, desde su
regreso a Buenos Aires y hasta su muerte, Henríquez Ureña
se convertiría en un colaborador cercano de los programas
educativos del Departamento de Estado a través de la Emba-
jada Norteamericana en Buenos Aires. Su archivo muestra la
frecuencia con que dio informes sobre las universidades ar-
gentinas y contribuyó a la evaluación de becarios y proyectos
de intercambio educativo con los Estados Unidos, poniendo
a disposición de la diplomacia hemisférica una dedicación ca-
rente, para entonces, de objeciones13.

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12
William M. Omán a Pedro Henríquez Ureña, 7 de abril de 1941.
El manuscrito en inglés de A Concise History se guarda también en
el archivo.
13
Ver cartas de Pedro Henríquez Ureña a Cyrus T. Brady, 27 de
diciembre de 1939; de Morrill Cody a Pedro Henríquez Ureña, 30
de mayo de 1945; y de Morrill Cody a Pedro Henríquez Ureña, 18
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PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y EL LATINOAMERICANISMO 81

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82 FERNANDO DEGIOVANNI

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No. 82 (2015), pp. 135-160.
84 FERNANDO DEGIOVANNI
EL CANON DE LA EXPRESIÓN AMERICANA
Mónica Bernabé

“Nosotros somos un pequeño género humano...”


Simón Bolívar. Carta de Jamaica.
“Cometimos durante un tiempo el error de supervalorar lo que
nos une...y el de subestimar los factores de desintegración”
Jorge Basadre. Perú: Problema y Posibilidad

I.
n el ensayo “La influencia de la revolución en la vida in-

E telectual de México”, Pedro Henríquez Ureña


(1978:367) elige una imagen para ilustrar una de las for-
mas que asume la construcción de la utopía en América. De
los 235 tableros que Diego Rivera pintó en la Secretaría de
Educación Pública entre 1923 y 1928, el dominicano distingue
uno denominado La maestra rural. La escena que allí se da a ver
es altamente emblemática: en el campo, mientras una cuadrilla
de hombres trabaja la tierra, una maestra imparte su lección a
un humilde grupo conformado por niños, mujeres y ancia-
nos que en contrito silencio la rodea. A su lado, un hierático
revolucionario montado en su cabalgadura, con bandolera y fu-
sil, parece custodiar el desarrollo de las tareas en actitud pater-
nalista.
La imagen, tramada entre el tinte naif y la dureza del realismo
socialista propios del indigenismo de los años veinte, reúne
una serie de figuras arquetípicas en la historia cultural de
América Latina: campesinos, maestros y revolucionarios eran
los depositarios de las esperanzas de una sociedad justa e igua-
86 MÓNICA BERNABÉ

litaria, capaz de transformar el “descontento” en “pro-


mesa”, para decirlo en términos de Henríquez Ureña. Ella
también ilustra el proceso a través del cual el sesgo aristocrá-
tico de la prédica arielista asume, revolución mediante, un ca-
rácter más radical. La pintura puede entenderse como metá-
fora del evangelio laico que movilizó a los más prestigiosos
intelectuales y artistas a principios de siglo y que anunciaba
una “nueva fe”: “la fe en la educación popular, la creencia de
que toda la población del país debe ir a la escuela” (Henríquez
Ureña 1978:367).
La imagen adquiere relieve cuando quien nos convoca a dete-
nernos en ella es el intelectual iniciador, en nuestro continente,
de la moderna historiografía literaria, y quien, además de im-
poner un orden al vasto material que confluye en el corpus que
se reúne bajo el nombre de “Literatura Latinoamericana”,
contribuyó decididamente en la formación de un canon.
Si acordamos que la historia de la literatura no es una cuestión
que reside sólo en verificar aquello que leemos, sino que ella
está atravesada, también, por las subjetividades de quienes
leen y escriben y las coordenadas socio-históricas que rodean
esos actos, resulta productivo, entonces, interpelar a los tex-
tos críticos y ensayísticos que argumentan en torno de esa li-
teratura —apuntalando su razón de ser y sus valores estéti-
cos—, a fin de instalar la discusión del canon en el contexto
histórico en tanto campo de investigación (Guillory: 1990).
En este sentido, la tarea intelectual desarrollada por Henrí-
quez Ureña está marcada por los acontecimientos históricos
que se desarrollan en América Latina a partir de la Revolución
Mexicana y los movimientos estudiantiles que, desde comien-
zos de siglo, se suceden en todo el continente. Desde esta
perspectiva sus ensayos literarios pueden releerse para refle-
xionar en torno de la organización que otorga al dilatado
Corpus en el que trabajó con el propósito de “seguir las co-
rrientes relacionadas con la búsqueda de nuestra expresión”
(Henríquez Ureña 1949:8).
EL CANON DE LA EXPRESIÓN AMERICANA 87

Junto con Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Antonio Caso y


los demás intelectuales —nucleados en el “Ateneo de la Ju-
ventud” desde 1909—, se lanzó decididamente a revolucionar
el estudio de las humanidades para hacerlas confluir con la
revolución política en marcha:
Las actividades de nuestro grupo no estaban ligadas (salvo
la participación de uno que otro de sus miembros) a las de
los grupos políticos y no había entrado en nuestros planes
el asaltar las posiciones directivas en la educación pública,
para las cuales no creíamos tener edad suficiente (¡después
los criterios han cambiado!); sólo habíamos pensado hasta
entonces en la renovación de las ideas (Henríquez
Ureña 1978:370).

Tanto el testimonio de Henríquez Ureña como el fresco de


Rivera nos dicen, no sólo de las complejas e intrincadas rela-
ciones entre el saber y el poder, sino que también ofician de
introducción para poder analizar los modos en que la organi-
zación del Corpus de una literatura y la determinación de un
canon están fuertemente entrelazados con los avatares histó-
ricos y políticos que rodean a quienes lo formulan, a partir de
su relación con determinadas instituciones educativas o de su
mayor o menor sujeción a las distintas formas de control o
regulación social.
Sólo desde los postulados utópicos trazados en los agitados
años de la década del veinte puede apreciarse cabalmente el
esfuerzo sistematizador y unificador que despliegan Las co-
rrientes literarias en la América Hispánica1, quizás su libro de
mayor alcance y solidez, culminación de 35 años de trabajo.
Las corrientes..., al mismo tiempo que diseñan un orden peda-
gógico al proponer un plan de estudios para los que se inician

1
El libro reúne las conferencias dictas en la cátedra Charles Eliot
Norton durante el año académico 1940-1941, fue editado en inglés
en 1945 por la Harvard University Press y, traducido por Díez
Canedo. Fondo de Cultura Económica lo editará en 1949 en forma
póstuma.
88 MÓNICA BERNABÉ

en la especialidad, recortan un canon de la literatura latinoa-


mericana. La tarea de evaluar la direccionalidad programática
de ese canon impone volver a ensayos como “La utopía de
América”, “Patria de la justicia” o “El descontento y la pro-
mesa” para leer en ellos la pugna de los intelectuales mexica-
nos —y sus deseos de continentalizar sus reivindicaciones—
por la legitimación del campo de los estudios literarios y hu-
manísticos hacia fines del porfiriato e inicios de la revolución.
Desplegando el reclamo por la institucionalización de los lu-
gares de enunciación de un nuevo sujeto social proveniente
de los sectores mesocráticos, esos ensayos erigen un tipo de
autoridad asentada en una actividad específica: “dar densa
sustancia de ideas a nuestros pueblos” (Henríquez Ureña
1978:8).
No en vano el canon propuesto pone el acento en la tarea en-
sayística de los “hombres magistrales, héroes verdaderos de
nuestra vida moderna, verbo de nuestro espíritu y creadores
de vida intelectual” (H.U. 1978:8). Así, el canon propuesto
por Henríquez Ureña presenta una línea de continuidad en fi-
guras como Bello, Sarmiento, Alberdi, Martí, Montalvo,
Hostos, Salomé, Ureña y Rodó, las que ofician a la manera de
héroes culturales en su ficción utópica. Asentada en el poder
redentor de la literatura y el arte, la utopía, en tanto palabra
fundacional, trabaja en pos de la integración de las heteroge-
neidades étnicas, lingüísticas y políticas a fin de modelar los
relatos de la unidad nacional.
En esos relatos del latinoamericanismo clásico, nacido en la
lucha contra el “melifico influjo del Norte” (H.U. 1978:9),
subyace la intencionalidad manifiesta por la afanosa búsqueda
de una identidad supranacional, que inspirada en el ideario
bolivariano, proyectaba la construcción de una magna patria
como instancia superadora de los estrechos nacionalismos y
las mentalidades provincianas. Si bien la compartimentación
nacionalista sucedánea a la emancipación es considerada por
Vasconcelos como “un caso de suicidio colectivo”, la prédica
EL CANON DE LA EXPRESIÓN AMERICANA 89

utópica del latinoamericanismo no abandona la retórica patrió-


tica, ni las idealizaciones en las que gravitan las cristalizadas
“esencias colectivas” que terminan por remitir lo nacional a la
fijeza de una definición. De este modo, la utopía latinoameri-
cana se aproxima a los proyectos de homogeneización que pro-
pició la discursividad reunida bajo las metáforas de “América
mestiza”, “nuestra América” o “raza cósmica”.
El borramiento de las fronteras nacionales al que aspiraba el
latinoamericanismo de principios de siglo, lejos de aportar al
reconocimiento de las diversidades etnolingüísticas y de las
múltiples territorializaciones de las diferentes experiencias
culturales, termina reiterando, en la retórica de la “unidad sa-
grada”, los gestos que tanto reprochaba a las parcialidades na-
cionales en que se fragmentaron los dominios españoles de la
América del Sur.
Asimismo, la fuerza motriz de la utopía reside en el diseño de
un proyecto pedagógico en función de la construcción de una
nueva “ciudadanía”. Desde este punto de vista, podemos leer
el discurso latinoamericanista de Henríquez Ureña en conso-
nancia con el reclamo por espacios de participación que reali-
zaron los “hombres magistrales” a los “hombres de es-
tado” desde el momento en que el campo intelectual en Amé-
rica Latina había alcanzado un grado de relativa autonomía
(Ramos 1989):
¿Cuál sería, pues, nuestro papel en estas cosas? Devolverle
a la utopía sus caracteres plenamente humanos y espiritua-
les, esforzarnos porque el intento de reforma social y jus-
ticia económica no sea el límite de las aspiraciones; procu-
rar que la desaparición de las tiranías económicas con-
cuerde con la libertad perfecta del hombre individual y so-
cial, cuyas normas únicas después del neminen laedere, sean
la razón y el sentido estético... (H.U. 1978:7)

En el desarrollo de la “cultura de las humanidades” y en el


fomento del “sentido estético” de los ciudadanos se inscribe
la función social de la utopía en pugna contra la cortedad de
90 MÓNICA BERNABÉ

visión de los hombres de estado: “Para que no aceptemos la


hipótesis del progreso indefinido, universal y necesario,
es justa la creencia en el milagro helénico”. (H.U.1978:60)
Poner en práctica los postulados utópicos fue, en el caso de
Pedro Henríquez Ureña, orientar su labor intelectual al ám-
bito de la enseñanza de la literatura tanto a nivel superior
como secundario y entablar una vinculación con las editoria-
les que lo llevan a preparar las Cien obras maestras y Grandes
escritores de América para Losada, y a diseñar la “Biblioteca
Americana” para Fondo de Cultura Económica. La enorme
tarea da cuenta de su persistencia en el empeño de hacer flo-
recer el “milagro helénico”, después de 1924, a las orillas del
Río de la Plata2.
Singular interés reviste su disertación a los maestros de La
Plata en 1930 (H.U.1978:65-75) Ella confirma los modos en
que la utopía desemboca en la regulación y control de las
prácticas de lectura y escritura, y también en la formulación
de planes y programas de estudio que asumen como guía la
“buena orientación” capacitando a los estudiantes para “dis-
tinguir calidades en las obras literarias, porque desde tem-
prano tuvimos contacto con las cosas mejores”. De ahí que el
canon se traduzca en un recorrido de lecturas que asegure “el
buen uso” del idioma:
Concedemos, pues, toda su importancia a la lectura litera-
ria y al trabajo personal de composición, vale decir a la
práctica del lenguaje culto, procurando que en ella penetre
la regla viva del buen uso y reduciendo a breves proporcio-
nes la teoría gramatical”… ”La enseñanza literaria de los
colegios, de los liceos y de las escuelas normales tiene la
obligación de encauzar el gusto de los futuros maestros...”.

2
Su alumno de entonces, Enrique Anderson Imbert, lo evoca: “Nos
llevó a su casa, nos enseñó a vivir y a pensar, a oír música y a escribir
cuentos, a leer los clásicos e informarnos de las ciencias, a disfrutar
de las literaturas modernas en sus lenguas originales, a conversar, a
gustar de la pintura, a trabajar y apreciar el paisaje y la bondad. So-
bre todo nos enseñó a ser justos”, (cit. en Henríquez Ureña
1978: 532).
EL CANON DE LA EXPRESIÓN AMERICANA 91

“Me complazco en reconocer que el magisterio de La Plata


sabe poner al niño en contacto con obras admirables, como
Platero y yo de Juan Ramón Jiménez y Los sueños de Azo-
rín, como los Motivos de Proteo de Rodó, los Recuerdos de
provincia de Sarmiento y Juvenilia de Cané. (H.U.
1978:73)

Los textos literarios devienen “grandes obras” cuando el pe-


dagogo debe señalar, a través de ellas, los paradigmas del buen
gusto y del sentido estético. Siguiendo a Guillory, podemos
afirmar que en este caso también la selección de textos fue un
medio para un fin y no un fin en sí mismo y que la relación
entre literatura y sociedad en buena parte, en el caso paradig-
mático de Henríquez Ureña, estuvo mediada por la institu-
ción educativa, en tanto institución de control lingüístico.

II.
Otro momento significativo en cuanto a la necesidad de pen-
sar el canon latinoamericano es el que se desata a fines de la
década del sesenta y que, en cierta medida, presenta una línea
de continuidad con el latinoamericanismo de principios de si-
glo, desde el momento en que se mantiene la idea de que la
literatura es depositaría de funciones sociales y que esta
vez, enmarcadas en la “teoría de la dependencia” y en los efec-
tos que la revolución en la isla de Cuba desató sobre el conti-
nente, se tradujeron en objetivos de liberación nacional y an-
timperialistas.
América siguió siendo el lugar para la utopía —una utopía que
a partir del boom de la novela latinoamericana se tiñe con la es-
tética del “realismo mágico” o lo “real maravilloso”— y un es-
pacio abierto a la posibilidad del cambio social revolucionario.
En este sentido, resulta valioso revisar en América Latina en
su literatura, volumen de carácter colectivo editado bajo los
auspicios de la Unesco, las modalidades que asume la idea de
la unidad latinoamericana analizada, ahora, desde la presión
modernizadora y de la dependencia económica y cultural de
92 MÓNICA BERNABÉ

las metrópolis. César Fernández Moreno, coordinador gene-


ral del volumen, dice en la introducción que:
...El mundo contemporáneo redescubre con nuevo des-
lumbramiento este complejo que insiste en llamarse Amé-
rica Latina, entidad todavía no definida, pero que presenta
a simple vista la consistencia de lo real. Si profundizáramos
en busca de las raíces de esta ostensible unidad, su historia
suministra esta primera nota: sucesiva dependencia del
conjunto respecto de una potencia exterior. Primero, de las
monarquías ibéricas; cuando ellas caen, los ingleses y
luego, los norteamericanos erigirán, a expensas de América
Latina sus imperios sucesores, no ya en lo político, pero sí
en lo económico. Esta nota de dependencia sería, acaso, la
primera a considerar para determinar el fugitivo concepto
de América Latina. (Fernández Moreno:9)

A partir del concepto de dependencia, más adelante, Ángel


Rama propondrá una lectura que hace hincapié en la contra-
dicción “cosmopolitismo/ regionalismo”, y donde uno de sus
términos —el de la modernización capitalista— es entendido
como la fuerza homogeneizante que se cierne amenazante so-
bre las culturas autóctonas (Rama 1985). De este modo, se
inicia un proceso en la crítica literaria que desembocará en la
posterior revalorización de las literaturas étnicas y margina-
les, acompañada por el refinamiento de las categorías críticas
que intentan dar razón del nuevo Corpus y, al mismo tiempo,
repensar el canon.
Si bien se partió de la búsqueda de la “identidad latinoameri-
cana” —con más metafísica que con historia— y con la inten-
ción de construir una teoría específica para el abordaje de
nuestra literatura, lo cierto es que esa búsqueda llevó a con-
secuencias insopechadas y —según Cornejo Polar— permitió
la configuración de un corpus diverso, múltiple, conflictivo:
“El gran proyecto epistemológico de los 70 fracasó pues es
obvio que de hecho no existe la tan anhelada “teoría literaria
latinoamericana”, pero, en cambio, bajo su impulso, la crítica
y la historiografía encontraron formas más productivas —y
EL CANON DE LA EXPRESIÓN AMERICANA 93

más audaces— de dar razón de una literatura especialmente


escurridiza por su condición multi y transcultural.” (Cornejo
Polar 1994:14).
Este fue un momento clave para el estudio de la literatura la-
tinoamericana, puesto que cuanto más afanosamente se buscó
la identidad, se hicieron más evidentes las disparidades y las
contradicciones entre las distintas manifestaciones literarias
del continente. Desde esta perspectiva, Transculturación na-
rrativa en América Latina de Ángel Rama se destaca como
un libro fundamental, en el sentido que puede leerse como la
continuidad de un proceso y al mismo tiempo, como el inicio
de su cancelación. Pensamos en términos de continuidad por-
que allí Rama sigue operando con conceptos tales como el de
“cultura mestiza” a partir de su rescate de la categoría
de “transculturación” (Ortiz [1940] 1983) que, en última ins-
tancia, sigue implicando un producto sincrético y unitario de
dos o más lenguas, culturas o etnias. La “transculturación”
supone una síntesis superadora de contradicciones que, de
este modo, se verían homogeneizadas en el espacio de la cul-
tura y literatura hegemónica:
Arguedas entendió que la literatura podía funcionar como
esas zonas privilegiadas de la realidad que él estudió (el Va-
lle del Mantaro) donde se había alcanzado una mestización
feliz, o sea la que no implicaba la negación de los ancestros
indígenas para poder progresar, actitud que daba naci-
miento a ese demonio feliz que hablaba en quechua y en
español, al cual se refirió en su discurso “No soy un acul-
turado”. Vista esa actitud, la novela operó para él como el
modelo reducido de la transculturación, donde se podía
mostrar y probar la eventualidad de su realización de tal
modo que si era posible en la literatura también podía ser
posible en el resto de la cultura. (1985:202)

Pero decíamos que el libro de Rama es también la cancelación


de una etapa, desde el momento que propone a José María
Arguedas como un caso paradigmático, privilegiando en su
lectura las específicas modulaciones textuales que sus novelas
94 MÓNICA BERNABÉ

operan a partir de sus contactos con el espacio cultural an-


dino. La teorización que Rama despliega en Transcultura-
ción... es, en cierto modo, respuesta diferida y homenaje crí-
tico a la polémica que años antes el mismo Arguedas había
sostenido con Cortázar. La controversia, desatada desde la
publicación del primer diario que luego formaría parte de su
novela póstuma, alcanzó hondo dramatismo cuando Argue-
das puso el punto final de los diarios desde los cuales polemi-
zaba con el tiro en la sien que terminó con su vida.
En tanto novela experimental, la escritura en El zorro de
arriba y el zorro de abajo (Arguedas: 1983) impone una mar-
cha forzada hacia terrenos desconocidos para su práctica de
escritor. De ello dan cuenta los diarios que forman parte de la
novela misma, y la incrustación en su interior de la discusión
sobre la situación del escritor en la América Latina a fines de
los sesenta, en términos inéditos para ese campo intelectual 3.
Desde el impacto que produjo su muerte, los diarios y las opi-
niones vertidas en ellos impusieron una suerte de mandato
ético en la lectura del corpus latinoamericano para un sector
de la crítica que tiene en Arguedas un referente indiscutido a
la hora de pensar en la reformulación del canon. Los diarios
articulan una valoración de la situación del escritor en Amé-
rica Latina cuando establecen la línea divisoria entre “provin-
cianos” y “supra-nacionales”. Esta distinción de Arguedas
puede leerse como la fórmula que sostiene la centralidad del
análisis del libro de Rama en tanto que, traducida en términos
de “vanguardismo vs. regionalismo”, es expresión del conflicto
mayor entre modernización y tradición:
Leída 30 años después, menos que las disidencias, lo que
resaltan son las coincidencias de ambos escritores en temas
fundamentales de la hora: la adhesión a la revolución cu-
bana, el compromiso con el socialismo y la lucha antimpe-
rialista. En cuanto a la imagen de Cortázar como profesio-
nal de la escritura, en el famoso reportaje de la revista Life,
el argentino decía: “En Europa, donde el escritor es fre-
cuentemente un profesional para quien la periodicidad de
EL CANON DE LA EXPRESIÓN AMERICANA 95

las publicaciones y los eventuales premios literarios cuen-


tan considerablemente, mi actitud de aficionado suele de-
jar perplejos a editores y a amigos. La verdad es que la lite-
ratura con mayúscula me importa un bledo; lo único in-
teresante es buscarse y a veces encontrarse en ese combate
con la palabra que después dar el objeto llamado libro...El
otro día me enteré que Rayuela estaba en la octava edición;
una semana antes le había asegurado a un crítico francés
que sólo había cinco ediciones del libro: aquí me creen li-
geramente tonto por cosas así... creo que soy un típico pro-
ducto de nuestro tercer mundo en el que la profesión de
escritor merece casi siempre una mirada de reojo y una
sonrisa de colmillo. (Cortázar 1969).

A las regiones internas, que representan plurales confor-


maciones culturales, los centros capitalinos les ofrecen una
disyuntiva fatal en sus dos términos: o retroceden, en-
trando en agonía, o renuncian a sus valores, es decir, mue-
ren. Es a ese conflicto que responden los regionalistas pro-
curando que no se produzca la ruptura de la sociedad na-
cional, la cual está viviendo una dispareja transformación.
La situación intermedia es la más común: echar mano de
las aportaciones de la modernidad, revisar a la luz de ellas
los contenidos culturales regionales y con unas y
otras fuentes componer un híbrido que sea capaz de seguir
trasmitiendo la herencia recibida. (1985:28).

Detrás de esta especie de programa, que Rama fabula retros-


pectivamente para los regionalistas, son encolumnados los es-
critores que darían cuenta de ese proceso de adaptación y
cambio de las zonas internas y rurales frente a los embates de
la modernidad cosmopolita impuesta desde las metrópolis.
Así, Arguedas, Rulfo, Roa Bastos, Guimaraes Rosa y Gar-
cía Márquez formarían para Rama un contra-canon, más pró-
ximo al mundo rural o a lo que el crítico uruguayo denomina
“regiones internas” frente a la lista de los cosmopolitas con
Cortázar a la cabeza.
96 MÓNICA BERNABÉ

Desde entonces, la labor arguediana, en su doble faceta de es-


critor y etnólogo, y sus incursiones en el mundo del “otro”
motivadas tanto por sus circunstancias biográficas como por
su profesión, se alza como modelo de los sectores críticos que
pugnan por discutir el canon e incorporar al corpus materia-
les pertenecientes a lo que Lienhard describe como “literatu-
ras alternativas” y que ponen un enorme signo de interroga-
ción en la cuestión de las identidades nacionales y (subCon-
tinentales a las cuales la construcción del canon va ligada
(Mignolo:1995):
Aunque muchos de sus autores no lo quieran admitir, to-
dos los intentos de teorización, en el campo de la literatura,
se basan en la práctica analítica no de todos, sino de algu-
nos de los textos existentes. En el caso de este trabajo cen-
trado en las escrituras alternativas, el punto de partida fue
la obra de José María Arguedas, la misma que inspiró las
reflexiones de Cornejo Polar acerca de las “literaturas he-
terogéneas” y las de Ángel Rama sobre la “transculturación
narrativa”. (Lienhard 1990:18).

Aunque revisten implicancias críticas diferentes, lo que reúne


a estos críticos, más allá del abandono de la idea de mestizaje
feliz, es la insistencia en las bipolaridades sobre las que Ar-
guedas asentó su práctica escrituraria: escritores provincianos
vs. escritores supranacionales, aficionados vs. profesionales,
oralidad vs. escritura, discurso dominante vs. discurso alter-
nativo, vencedores vs. vencidos.

III.
En las dos últimas décadas, los estudios literarios latinoame-
ricanos se desarrollaron en estrecha conexión con categorías
como “literatura heterogénea”, “literatura híbrida”, “litera-
tura alternativa”, “literatura diglósica”, “literatura subal-
terna”. No nos interesa ahora realizar el análisis de la conve-
niencia o no del uso de esas categorías que provienen de dis-
EL CANON DE LA EXPRESIÓN AMERICANA 97

ciplinas ajenas o diferentes del campo específico de la litera-


tura. Lo cierto es que, instalándonos en la esfera de la produc-
ción estética, asoman algunas preguntas sobre los límites de
ciertas lecturas críticas. ¿Es posible leer la totalidad de las
operaciones textuales latinoamericanas sólo a partir de fenó-
menos tales como los de heterogeneidad, hibridación o diglo-
sia cultural? ¿Es viable argumentar en torno de una obra (ca-
nónica o no) fuera de la formulación de linajes y tradiciones
que ellas mismas construyen dentro de los marcos de las lite-
raturas nacionales? ¿Cómo leer a Arguedas, por tomar un
ejemplo, sin considerar los rechazos y aceptaciones que su es-
critura promueve dentro de la literatura peruana?
La relación entre canon y Corpus analizada desde los centros
latinoamericanos, tal como lo señala Susana Zanetti, “alcanza
otra tensión, otra densidad, en la cual es difícil aislar la “razón
disciplinaria”, adherirse a la discreta inclinación de la “prefe-
rencia” ...De allí que en los centros de América Latina sea el
canon nacional el que está fundamentalmente involucrado,
de allí también que la preocupación por el canon latinoameri-
cano no sea continua, que entre en escena sobre todo cuando
el contexto estético, cultural y político lo hace ingresar de
manera viva, instalado en la densidad del presente”. (Zanetti
1997)
Descontando la eficacia crítica de los lazos establecidos entre
la obra de Arguedas con la de Rulfo o Roa Bastos y las dudas
sobre la conveniencia o no en que un libro como Los ríos pro-
fundos permanezca formando parte del canon latinoameri-
cano, lo cierto es que esos textos adquieren valor sólo dentro
de esa “totalidad contradictoria” (Cornejo Polar: 1989) que
constituye el espacio de las propias literaturas nacionales. Si-
guiendo con el ejemplo peruano, podemos decir que, en la
abigarrada coexistencia de Nueva Coránica y Buen Gobierno
de Guamán Poma y Trilce de Vallejo, La casa verde de Var-
gas Llosa y los Siete ensayos... de Mariátegui, el Apu Inca Ata-
wallpaman y el Canto ceremonial contra un oso hormiguero de
Antonio Cisneros, del cancionero anónimo quechua y De lo
98 MÓNICA BERNABÉ

barroco en el Perú de Martín Adán, los textos de Arguedas


cobran densidad y espesura.
Más allá o más acá de que su obra forme o no parte del canon
latinoamericano, lo cierto es que algunos de sus textos —en
especial El zorro de arriba y el zorro de abajo— aún oponen re-
sistencia, “no se dejan” (Jitrik: 1996). Alterando el horizonte
de lo decible, su escritura presenta la ambigüedad de una doble
condición: canónica al mismo tiempo que marginal.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Arguedas, José María. El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo. Obras
Completas, Tomo V. Lima, Horizonte, 1983.
Conejo Polar, Antonio. Formación de la tradición literaria en el
Perú. Lima, CEP, 1989.
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Año 1, N° 1. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación,
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Lienhard, Martin. La voz y su huella. La Habana, Casa de las Amé-
ricas, 1990
Mazzotti, José A. y Zevallos Aguilar, Juan, coods. Asedios a la He-
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EL CANON DE LA EXPRESIÓN AMERICANA 99

Mignolo, Walter. “Entre el canon y el Corpus”, en Nuevo texto crí-


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____________________. “El proceso de Alberto Mendoza: parado-
jas de la subjetivación”, en Mazzotti, José A. y Zevallos Aguilar
(comps.), op. cit.
Zanetti, Susana: “Apuntes acerca del canon latinoamericano”, 1997,
mimeo.

Boletín del Centro de Estudios de Teoría y Crítica


Literaria núm. 6, Centro de Estudios de Literatura
Argentina. Facultad de Humanidades y Artes, UNR, pp.
123-132.
APORTES DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA A LA
HISTORIOGRAFÍA LITERARIA EN LATINOAMÉRICA
María J. Yaksic Ahumada

“Nuestra esperanza única está en aprender a


pensar las cosas desde su raíz”
Pedro Henríquez Ureña

l poco tiempo de publicarse en Buenos Aires los Seis

A ensayos en de busca nuestra expresión (1928) del domini-


cano Pedro Henríquez Ureña, aparece en el diario
limeño el Mundial una elogiosa reseña de José Carlos
Mariátegui. No deja de ser significativo este hecho. A fines
de la exitosa década de la vanguardia literaria, Mariátegui y
Henríquez Ureña representan dos esfuerzos por pensar a
contracorriente el proceso la literatura —peruana en
Mariátegui, latinoamericana en Henríquez Ureña— desde
una perspectiva diacrónica, ejercicio con que ambos anticipan
la pronta aparición de una expresión —o voz local— que
vendría consolidar el proceso de autonomía cultural latino-
americana. Más allá de las significativas resonancias que
suscita el encuentro de ambos en la prensa, a mi parecer, la
breve reseña del peruano resalta dos discusiones centrales en
el texto del dominicano que aún mantienen vigencia, pues
siguen integrando el marco de referencias que poseen los
herederos de su teoría crítica: por un lado, la aparición de una
relación conciliadora con las tradiciones culturales europeas
—ni dependiente, ni de rechazo—, y por otro, el desarrollo
102 MARÍA J. YAKSIC AHUMADA

de una temprana noción materialista de cultura. Mariátegui


sostiene sobre lo primero que: “Henríquez Ureña reacciona
contra el superamericanismo de los que nos aconsejan cierta
clausura o, por lo menos, cierta resistencia a lo europeo, con
mística confianza en el juego exclusivo y excluyente de nues-
tras energías criollas y autóctonas”. Y sobre lo segundo, que:
no busca la explicación en la raza, ni el clima, ni los modelos,
ni en el demonio del romanticismo o del europeísmo. El arte
y la literatura no florecen en sociedad es larvadas o
inorgánicas, oprimidas por los más elementales y angus-
tiosos problemas de crecimiento y estabilización. No son
categorías cerradas, autónomas, independientes de la
evolución social y política de un pueblo […] se coloca a este
respecto en un terreno materialista e histórico.1

Estas dimensiones ineludibles del proyecto crítico de los Seis


ensayos… reaparecen en la teoría crítica latinoamericana
posterior. Es más, el legado de Henríquez Ureña continuó
siendo sumamente influyente en las décadas posteriores. El
intelectual dominicano constituye un eslabón central en el
apogeo de un pensamiento regional cuyo horizonte es, en
primera instancia, instalar los andamios de una perspectiva
inclusiva y abierta a la heterogeneidad en el estudio de la
cultura; y en segundo, que esa misma perspectiva es la garan-
tía de una madurez y autonomía de las literaturas del conti-
nente. De allí que, a la luz de las preocupaciones contem-
poráneas en el terreno de la historiografía literaria latinoame-
ricana,2 me he inclinado por volver sobre este clásico de la

1
Mariátegui, José Carlos. “Seis ensayos en busca de nuestra
expresión por Pedro Henríquez Ureña”. La utopía de América.
Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978, p. 258.
2
El conjunto de problemas que nos presenta el desafío de realizar
una historiografía literaria para Latinoamérica radica en los tres
elementos que la componen —historia, literatura y la región
misma—, los cuales en sí mismos arduos núcleos de discusión
teórico-metodológica. Sobre esto hay dos ejes principales de
discusión que son importantes de destacar: por un lado, todo lo
APORTES DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA A LA HISTORIOGRAFÍA 103

historiografía literaria de nuestra región. En este esfuerzo


resuena el entusiasmo que Ana Pizarro extiende sobre la
relectura de esta ensayística desde el presente:

referente al estatuto científico de la labor historiográfica, por otro,


lo que concierne al estatuto de conocimiento de lo literario en
relación con la historiografía. Si bien la teoría literaria a lo largo del
siglo XX ha desplazado su focalización desde el autor al texto, la
incorporación de la variable “lector” es crucial, debido a que con
éste se introducen los elementos asociados a la función literaria
(aquí los aportes de Hans Robert Jauss son fundamentales). Por
otra parte, la historiografía también tuvo sus propios procesos de
redefinición del objeto de estudio (la Escuela de los Annales es un
buen ejemplo de esto) a partir de ciertos replanteamientos sobre al
estatuto científico de la historia. El linguistic turn, representado por
los trabajos de Hayden White, entre otros, revelan los mecanismos
de funcionamiento de la historia como discurso, poniendo en
cuestión su estatuto de ciencia por el hecho de utilizar herramientas
propias de la ficción. Ahora bien, esta reflexión crítica sobre las
propias metodologías de investigación y sus mecanismos renueva el
espíritu investigativo. En esta perspectiva, dicho proceso
autorreflexivo evidencia la necesidad de establecer un diálogo
interdisciplinario para vitalizar las formas de producción de
conocimiento (aquí destacan los aportes de Roger Chartier, entre
otros). Después de la disputa autor, texto y lector, las perspectivas
de estudio más incluyentes e integrales se vuelven necesarias para
lograr articular una metodología que pueda dar cuenta de las
producciones literarias en tanto textos y discursos que contribuyen
a la formación de imaginarios sociales y que participan de un
sistema de relación social en la cual cumplen una función colectiva,
en el terreno institucional y territorial (regional o nacional). Para el
caso latinoamericano, se añade a la discusión el factor de la
condición cultural (de herencia y/o dependencia) del continente
respecto a los procesos metropolitanos. Desde los años ochenta en
adelante, comienza fortalecerse la reflexión sobre la condición
cultural de Latinoamérica en relación con las preguntas sobre las
posibilidades de una historiografía literaria para la región. Son parte
de esta tradición los aportes de Ana Pizarro, como también, los de
Antonio Cándido, Ángel Rama, Cornejo Polar, entre otros.
104 MARÍA J. YAKSIC AHUMADA

Me parece importante estar retomando a nuestros críticos,


siempre también críticamente. No sólo para darle conti-
nuidad a sus hallazgos, no sólo retomando sus conceptos
para evidenciar otros casos, sino para darle continuidad a
su espíritu, percibiendo las direcciones de su trabajo. En la
investigación y el reconocimiento de la pluralidad, en la
configuración conceptual de las áreas continentales y de las
lógicas culturales que las presiden. 3

Henríquez Ureña a lo largo de su vida residió en diversas


ciudades cruciales para el desarrollo intelectual de América
Latina (el Caribe, México, el río de la Plata); además, estuvo
en Europa y Estados Unidos,4 donde logra mirar de primera
fuente las tensiones de una modernización global que ya
mostraba reveses. De allí que su trayectoria intelectual, de
cierto modo, se caracterice por una condición de exiliado per-
manente: su mirada de América Latina es heredera de esos
pasajes biográficos, pero también constitutiva de una visión
de totalidad respecto de la región, sumamente sensible a las
particularidades locales, a los procesos diferenciales, propios
de una historia social y política signada por las complejidades
de su composición cultural y de los —si se quiere— mestiza-
jes.5 Por esto, su legado no solo comprende los materiales de

3
“Cuestiones conceptuales: hibridez y mestizaje”. El sur y los
trópicos. Ensayos sobre cultura latinoamericana. Madrid: Universi-
dad de Alicante, 2004, p. 102.
4
Rama, Ángel. “Algunas sugerencias de trabajo para una aventura
intelectual de integración”. En Pizarro, Ana. (Coord.) La literatura
latinoamericana como proceso. Buenos Aires: centro editor de
América latina. 1985, p. 90.
5
Utilizo el término mestizaje aquí en el sentido que él mismo lo
entendía: como la posibilidad de mezclas culturales heterogéneas
entre la tradición hispana y las diversas tradiciones y componentes
activos de América Latina. Sin rehuir en su caso, del uso posterior
que tuvo la idea —y posterior concepto— de mestizaje para los
procesos de blanqueamiento indígena por parte de los Estados,
principalmente, continentales. Ureña se aferra tempranamente a la
APORTES DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA A LA HISTORIOGRAFÍA 105

su amplia obra escrita sino que también, de su particular


experiencia vital como crítico. Existe tras el pensamiento de
Pedro Henríquez Ureña la huella de un lugar de enunciación
latinoamericano —hispanoamericano, diría él— que
extenderá una larga descendencia.

CULTURA, INTEGRACIÓN REGIONAL Y PROPUESTA


HISTORIOGRÁFICA
Seis ensayos en busca de nuestra expresión es una compilación
de artículos y conferencias realizadas por Henríquez Ureña
entre 1915 y 1926. En su conjunto, dichos textos ofrecen un
breve panorama de los principales temas que lo alentaban en
esas fechas. A pesar de su carácter compilatorio, el volumen
presenta una interrogante transversal que los organiza: cómo
pensar la región desde una idea de totalidad, sin oscurecer u
opacar las diferencias internas. El volumen reúne en total
nueve trabajos: seis ensayos que se subdividen en “Orienta-
ciones” (“El descontento y la promesa”, “Caminos de nuestra
historia literaria”, “La renovación del teatro. Hacia un nuevo
teatro”) y “Figuras” (“Don Juan Ruiz de León”, “Enrique
González Martínez”, “Alfonso Reyes”), más dos apuntes
argentinos (“El amigo argentino”, “Poesía argentina contem-
poránea”) y un ensayo complementario sobre la literatura en
la llamada por el “otra América” que se titula “Veinte años de
literatura en los Estados Unidos”. En suma, existe un

posibilidad de una mezcla no dialéctica. En ese sentido estaría más


cerca de Antonio Cornejo Polar que de José Vasconcelos y el
imaginario de la posible raza cósmica para el futuro de América.
Todo esto lo planteo aquí sin desconocer que por cierto Pedro
Henríquez Ureña defendía, al fin al cabo, el tronco hispano como
dominante en la región, elección sumamente heredera, pienso, de la
historia intelectual de la Republica Dominicana independiente.
Profundizar en ello, sería asunto de otro artículo. Por ejemplo, en
qué medida Henríquez Ureña sortea la lógica de exclusiones en la
perspectiva integracionista de la época.
106 MARÍA J. YAKSIC AHUMADA

tratamiento general sobre la “cuestión hispanoamericana”,


sus tendencias y orientaciones; un análisis más particular
sobre algunas figuras relevantes en el campo intelectual mexi-
cano, así como también una aproximación a lo que ocurre en
zona del río de La Plata. Queda en evidencia con dicho
panorama que, para Henríquez Ureña, México y el río de La
Plata constituían los polos más avanzados en la configuración
de un carácter propio y una estética que hablara de la autono-
mía de la cultura en la América hispana por esas fechas. De
allí que el último ensayo sobre los Estados Unidos funcione
como un contrapunto iluminador. Lejos de ser un ensayo
“ajeno” como sostuvo Mariátegui,6 se dedica a exponer el
particular desarrollo literario en la América anglosajona, a
partir de su propia situación cultural. Destaca también en esta
publicación que las fronteras tanto nacionales como entre los
géneros literarios —poesía, narrativa, drama— son constan-
temente transgredidas en favor de construir un panorama
regional cuyo centro sea una noción de totalidad diferenciada.
Por ello, en esta compilación del año 28 destaca la pluralidad
de un conjunto de fuentes y perspectivas, junto con el
abordaje contrastivo de las fuentes que cohabitan la América
hispánica, para él, la tradición Occidental —vía la herencia
española— y la tradición indígena. Para ahondar en los
debates que el volumen plantea me centraré en los ensayos
“El descontento y la promesa”, “Caminos hacia nuestra
historia literaria”, y otro fundacional en su ensayística, “La
utopía de América”, escrito en 1922 cuando residía en
México.

6
Aunque a Mariátegui le haya parecido un ensayo de otro orden y
“ajeno” al núcleo central sobre el problema de la expresión
americana, no deja de parecerse al contrapunto que el mismo
peruano realiza en su ensayo contrastivo entre América latina y los
Estados Unidos, “El sentimiento religioso” (Siete ensayos sobre la
realidad peruana), específicamente sobre a las condiciones del
arraigo cristiano y protestante.
APORTES DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA A LA HISTORIOGRAFÍA 107

NOCIÓN DE CULTURA Y LITERATURA


Henríquez Ureña propone una noción de cultura de
temprana tendencia materialista y, por ello, transgresora para
su época:
No se piensa en la cultura reinante en la era del capital
disfrazado de liberalismo, cultura de delirantes exclusi-
vistas, huerto cerrado donde se cultivan flores artificiales,
torre de marfil donde se guarda la ciencia muerta, como en
los museos. Se piensa en la cultura social, ofrecida y dada
realmente a todos y fundada en el trabajo: aprender no es
sólo aprender a conocer sino igualmente aprender a hacer.
No debe haber alta cultura, porque será falsa y efímera,
donde no haya cultura popular.7

La noción de cultura como “hacer”, como construcción, y no


como “alta cultura”8 traslada la discusión a otro terreno: más
que operar en la esfera de las bellas letras, se desarrolla en
aquel espacio donde se configuraría lo “nacional”. Tal como
expone el dominicano en “El descontento y la promesa”, la
cultura vendría a ser un proceso de orden histórico, porque si
algo habría instalado la “revolución romántica” fue la
necesidad de configurar una expresión genuina acorde con el
proyecto de los Estados-Nación. En este sentido, el problema
de la expresión genuina de la cultura americana se vincula
estrechamente con la posibilidad —o no— de una indepen-
dencia político-cultural, una que vendría a consolidarse con la
autonomía del arte, a saber, la expresión de su singularidad y
de los elementos orgánicos que la componen. Sostiene
Henríquez Ureña:
El problema de la expresión genuina de cada pueblo está en
la esencia de la revolución romántica, junto con la negación
de los fundamentos de toda doctrina retórica, de toda fe en
“las reglas del arte” como la clave de la creación estética. Y,

7
La utopía de América. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978, p.4-5.
8
Seis ensayos en busca de nuestra expresión. Buenos Aires: Babel,
1928, p. 256.
108 MARÍA J. YAKSIC AHUMADA

de generación en generación, cada pueblo, afila y aguza sus


teorías nacionalistas, justamente en la medida en que la
ciencia y la máquina multiplican las uniformidades del
mundo. A cada concesión práctica va unida una rebelión
ideal.9

En el caso latinoamericano, la expresión de una particularidad


cultural depende de cómo se asumen las herencias —hasta
cierto punto, foráneas— en el marco de una complejidad
dinámica, propia composición cultural del continente. Es
decir, por un lado, deslindar qué es lo ajeno y qué es lo
autóctono, y por otro, cómo es posible aunar una expresión
(estética) que exprese dichas complejidades. En tal sentido, la
herencia de la lengua española se vuelve una variable
problemática a la hora de pensar la configuración identitaria
y la voz común de la América hispánica. En ese vértice
Henríquez Ureña enfrenta la disyuntiva sobre cuál debiese
ser la lengua propia de “nuestra expresión” —si española o
indígena—, principalmente en el terreno de la literatura (y no
tanto en las otras artes). Si bien en el sentido romántico la
lengua sienta las bases de toda independencia cultural, la
propuesta de Ureña es mixta. Para él, en la América hispánica,
se debiese hallar una fórmula que permitiese congeniar ambas
herencias, en vez negar alguna de estas:
Apresurémonos a conceder a los europeizantes todo lo que
les pertenece, pero nada más, y a la vez tranquilicemos al
criollista. No sólo sería ilusorio el aislamiento […], sino
que tendremos derecho a tomar de Europa todo lo que nos
plazca: tenemos derecho a todos los beneficios de la
cultura occidental. Y en la literatura —ciñéndonos a
nuestro problema— recordemos que Europa estará
presente, cuando menos, en el arrastre histórico del
idioma.10

9
Ibídem, p.7.
10
Ibídem, p.12.
APORTES DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA A LA HISTORIOGRAFÍA 109

Considerando que esta herencia es irrenunciable —y que


resulta ilusorio e inútil pensar en el retorno absoluto, sin
mediaciones, a las lenguas indígenas—, el dominicano
propone que las literaturas se sumerjan en su condición
mestiza y desde allí afinen laboriosamente una expresión
genuina.11 En este sentido, la salida posible para Ureña radica
en expresar aquella condición mestiza en la forma y contenido
del lenguaje, porque:
Aquella comunidad tradicional (Occidente) afecta solo a
las formas de la cultura, mientras que el carácter original de
los pueblos viene de su fondo espiritual, de su energía
nativa”.12 Es más, sostiene que: “El compartido idioma no
nos obliga a perdernos en la masa de un coro cuya dirección
no está en nuestras manos: solo no obliga a acendrar
nuestra nota expresiva, a buscar el acento inconfundible.13

Desde esta perspectiva, se puede ver que, para el crítico


latinoamericano, la noción de literatura se encuentra inserta
dentro de una noción amplia de cultura que implica la
integración de las variables sociales, políticas y económicas, y
la función que esta cumple dentro de un sistema social dado.
Allí la lengua deja de poseer un carácter determinante de la
expresión —en el sentido romántico del vínculo entre lengua

11
Ciertamente, aquí enfatiza en la posibilidad de que la expresión
en una lengua pueda ser la base para un diálogo entre las diversas
herencias culturales. Sería interesante extender esta reflexión a
otros debates posteriores sobre literatura y lingüística, especial-
mente a aquellos que se desplegaron en el Caribe donde la pregunta
por la lengua nacional posee alcances más complejos en contextos
de disglosia. Es allí cuando esta discusión adquiere otros alcances y
algunas de las expresiones más vanguardistas, como las que provie-
nen del Caribe francófono y anglófono. Ver Kamau Brathwaite,
Édouard Glissant (2008); y por supuesto, toda la literatura que
surge del movimiento martiniqueño de la Créolité.
12
Seis ensayos en busca de nuestra expresión. Buenos Aires: Babel,
1928, p. 13
13
Ibídem.
110 MARÍA J. YAKSIC AHUMADA

y nación—, incluso exhibe una visión antiesencialista de la


lengua. Más allá de todo determinismo, Henríquez Ureña se
arroja a pensar las expresiones, las modulaciones, las posibili-
dades creativas propias de cuya base emergen las materias
primas de una imaginación traducida en una voz literaria que
está en proceso de consolidarse a nivel continental. De allí
que sus conceptos de arte y cultura en Seis ensayos… abran
una perspectiva novedosa pensar la composición socio-
cultural latinoamericana, con mayores grados de indepen-
dencia, pero también con la capacidad —incluso utópica— de
torcer antiguas jerarquías entre lenguas, entre lo propio y lo
foráneo.
El peso de su fuerza crítica también debiese valorarse aten-
diendo a que estos ensayos aparecen es un momento bisagra
entre las hegemonías políticas del continente: la paulatina
retirada de la hegemonía oligárquica y el progresivo avance de
los sectores medios y populares. Es un concepto de cultura
pensado en un momento de crisis. De otro modo, es difícil
constelar de dónde proviene esa vocación materialista de
historizar los procesos culturales en la región. Henríquez
Ureña anudando su robusto conocimiento de los trayectos
culturales del continente y el desarrollo de la lengua pronostica
las posibilidades de un relevo. Su ojo crítico, sensible a las
transformaciones del presente y las tendencias dominantes,
proyecta el —quizás definitivo— retroceso de la hegemonía de
la alta cultura en favor del surgimiento de una expresión
genuina, expresada en las artes, prontamente por venir.14

14
Señalo aquí las artes en general, porque resulta interesante que
Henríquez Ureña no solo se haya interesado por la producción
literaria. su noción de cultura abarca todas las formas de expresión
posibles que reflejen ese lenguaje particular deseado. Esta mirada
integral de las artes como discursos expresivos de una identidad
regional anticipa noción de cultura que acuñaran posteriormente
los Estudios Culturales y la teoría crítica latinoamericana.
APORTES DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA A LA HISTORIOGRAFÍA 111

CONCIENCIA REGIONAL DE LA AMÉRICA HISPÁNICA


Si la noción de cultura planteada por Pedro Henríquez Ureña
sienta las bases de una conciencia regional en su pensamiento,
desde “La utopía de América” en adelante puede rastrearse
esa inclinación que desafía las fronteras nacionales: “La
unidad de su historia, la unidad de propósito en la vida
política e intelectual, hacen de nuestra América una entidad,
una magna patria, una agrupación de pueblos destinados a
unirse cada día más y más”.15 Esta mirada regional amplia
desarrolla dos movimientos a contracorriente: por un lado,
más allá de las repúblicas existentes busca procesos históricos
comunes, y por otro, con un ánimo, de cierto modo,
voluntarista y formativo, propone trabajar un “espíritu
americano” que fortalezca una identidad común. Esto no
sería para él un artificio del presente: dicho espíritu unificador
ya existiría, y solo habría que expandirlo para consolidar la
autonomía ante las amenazas siempre latentes de nuevos
modos de dependencia cultural y política:
Si el espíritu ha triunfado, en nuestra América, sobre la
barbarie interior, no cabe temer que lo rinda la barbarie de
afuera. No nos deslumbre el poder ajeno: el poder es
siempre efímero. Ensanchemos el campo espiritual: demos
el alfabeto a todos los hombres; demos a cada uno los
instrumentos mejores para trabajar en bien de todos;
esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la
libertad verdadera; avancemos, en fin, hacia nuestra
utopía.16

Confianza y utopía se deslindan aquí como estrategias


políticas. De allí que la recurrencia a destacar el mestizaje
como proyecto aparezca en el —si se quiere— programa de
un espíritu menos proclive de ser reabsorbido por lógicas
neocoloniales. La defensa de una unidad regional, de una
conciencia regional en Henríquez Ureña, además, constituye

15
La utopía de América. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978, p. 5.
16
Ibídem, p. 6.
112 MARÍA J. YAKSIC AHUMADA

un ejemplo de su propia idea de mestizaje teórico.17 Más que


rastrear posibles influencias en su universo de ideas, me
interesa destacar dos cuestiones de su ideario que ya han sido
advertidas con anterioridad: a) el dominicano continua línea
de pensamiento antipositivista, fundamental durante el inicio
del siglo XX latinoamericano trazada por Rodó en su Ariel;
b) enlaza a dicha línea una visión materialista y dialéctica de
los procesos históricos, es decir, con una perspectiva
universal que no anula las características particulares:18
El hombre universal con que soñamos, a que aspira nuestra
América, no será descastado: sabrá gustar de todo, apreciar
todos los matices, pero será de su tierra; su tierra y no la
ajena, le dará el gusto intenso de los sabores nativos, y será
su mejor preparación para gustar todo lo que tenga sabor
genuino, el carácter propio. La universalidad no es desaca-
tamiento: en el mundo de la utopía no deberán desaparecer
las diferencias de carácter que nacen del clima, de la lengua,
de las tradiciones, pero todas estas diferencias, en vez de
significar división y discordancia, deberán combinarse
como matices diversos de unidad humana. Nunca la
uniformidad, ideal de los imperialismos estériles; sí la
unidad, como armonía de las multánimes voces de los
pueblos.19

17
Grínor Rojo en su ensayo “Pedro Henríquez Ureña en busca de
nuestra expresión” analiza las influencias en el pensamiento de
Ureña de forma detallada. Para él la reunión, por un lado, de las
nociones hegelianas de totalidad y particularidad, y por otro, las
propuestas de desarrollo espiritual latinoamericano de José Enrique
Rodó resultan una reunión prodigiosa entre la dialéctica hegeliana
y la confianza en la educación estética del hombre del pensador
uruguayo.
18
Rojo también destaca la postura antiimperialista del dominicano,
que para nosotros tiene plena relación con su conciencia regional a
la hora de mapear el desarrollo de las literaturas del continente.
19
La utopía de América. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978, p. 8.
APORTES DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA A LA HISTORIOGRAFÍA 113

La unidad contrapuesta a la uniformidad adquiere en este


pasaje un alcance político ineludible. Contra la fuerza anula-
dora de los —a su decir— imperialismos estériles, la concien-
cia regional podría enfrentar poderosamente los riesgos de
anexión y dominación externa. Es aquí donde Henríquez
Ureña exhibe uno de los pasajes mayores de su originalidad,
ideas que por su peso lo sitúan en la tradición crítica latino-
americana como un “fundador de discursividad”.20 El modo
con que, en estos ensayos, articula la propuesta de conciencia
regional en filiación con una expresión identitaria interna-
mente diferenciada será posteriormente sumamente influ-
yente. La razón de esta influencia se debe a que complementa
y traslada hacia el ámbito de la cultura y la literatura, o de la
crítica cultural, dos vertientes de ideas (una extranjera y la
otra local) de emergente arraigo. Pero esta posibilidad de una
unidad autónoma a escala regional es deudora de la propia
trayectoria histórica del continente, una que destaca por su
composición cultural heterogénea, por los diversos procesos
evolutivos que se remontan a los albores de la conquista
española:
Simplifiquémoslo: nuestra literatura se distingue de la
literatura de España, porque no puede menos que
distinguirse, y eso lo sabe todo observador. Hay más: en
América, cada país, o cada grupo de países, ofrece rasgos
peculiares suyos en la literatura, a pesar de la lengua
recibida de España, a pesar de las constantes influencias
europeas.21

La diferencia fundacional de la región respecto de Europa


posteriormente es, para él, reforzada por esa tendencia en la
literatura de efectuar una apropiación territorial del espacio
geográfico americano mediante las descripciones que apare-

20
Este concepto lo propone Foucault en su artículo ¿Qué es un
autor? Conferencia presentada en el Collège de France ante la
Sociedad Francesa de filosofía el 22 de febrero de 1969.
21
La utopía de América. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978, p. 17.
114 MARÍA J. YAKSIC AHUMADA

cen en la narrativa. Si bien rechaza el abuso del recurso de la


descripción cuando se vuelve “un hábito mecánico”, apunta a
que este resulta un proceso necesario y genuino de las litera-
turas de este lado del Atlántico. Además, sostiene que el
tratamiento del sujeto que habita ese espacio geográfico, el
indio, no ha sido el adecuado porque se le ha negado el lugar
que merece en la configuración de ese espacio. El llamado que
realiza a reincorporar al indígena en la literatura, despoján-
dolo de la mirada de los cronistas de la conquista española
(cita a Hernán Cortés, Ercilla, Cieza de León), se presenta
como un llamado a revisar críticamente todos aquellos
discursos que han instalado una visión pobre y parcial de
América y sus habitantes. Para Henríquez Ureña es crucial —
al igual que para Mariátegui lo era la literatura indigenista—
reconquistar también ese espacio vacío —o vaciado— del
discurso histórico.
Estas ideas expuestas tanto en Seis ensayos… como en “La
utopía de América” demuestran que el dominicano, en esos
años, ya observaba la existencia de una autonomía en el
continente con cursos e historias propias, que sin duda
nutrirían el desarrollo de las artes en general. El
reconocimiento de los elementos orgánicos que componen
esta cultura heterogénea y su territorio desvanecía las
jerarquías oligárquicas entre alta cultura y cultura popular,
dicotomía interpretativa que en el contexto de crisis en la que
él se encontraba poco tenía que ofrecer para el pensamiento
más robusto de los intelectuales latinoamericanos. Lejos del
mandato dependiente de esa imaginación de las repúblicas
como copia o reflejo de las repúblicas europeas, Henríquez
Ureña concibe las herencias como parte de los nuevos cursos
de una autonomía que en el ámbito de la cultura y la literatura
ya está en pleno proceso de consolidación.

LA PROPUESTA HISTORIOGRÁFICA
En el ensayo “Caminos de nuestra historia literaria”
Henríquez Ureña propone cuatro ejes y tres subejes para
APORTES DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA A LA HISTORIOGRAFÍA 115

organizar su proyecto de historiografía literaria de la región.


Primero señala la necesidad de establecer una tabla de valores
jerarquizadora, que permita organizar la producción regional
en torno a algunas figuras centrales y textos indispensables:
“la historia literaria de la América española debe escribirse
alrededor de unos cuantos nombres centrales: Bello,
Sarmiento, Martí, Montalvo, Darío y Rodó”.22 Una historia
literaria no debiese ser una reseña de todo lo que se ha escrito,
ya que no todos los textos y autores tienen la misma signi-
ficación en el proceso evolutivo de la literatura en la América
hispánica.
Segundo, habría que diferenciar entre los tipos de naciona-
lismo que presentan las producciones literarias. Para esto
habría que considerar, a su juicio, la existencia de un “nacio-
nalismo espontáneo” y uno “perfecto”. El primero refiere al
natural acento de la tierra nativa en que se escribe, y el
segundo, es producto del trabajo estético y responsable de las
grandes obras. Sobre estos dos nacionalismos su inclinación
es explícita: “nuestra historia literaria de los últimos cien años
podría escribirse como la historia del flujo y reflujo de
aspiraciones y teorías en busca de nuestra expresión perfecta;
deberá escribirse como la historia de los renovados intentos
de expresión y, sobre todo, de las expresiones realizadas”.23 A
su vez, sobre este segundo eje, el dominicano expone la
diferencia sustancial entre lo español y lo americano, como
también la existencia de grupos regionales diversos según las
zonas culturales del continente. Dicha diversidad es dada
lingüísticamente y traza cinco grupos.
En tercer lugar, establece una crítica a la idea de exuberancia
que se le ha atribuido al territorio americano, la que resultaría
de una extensión o proyección del punto de vista metrópoli-
tano a la valoración de la literatura. Allí Henríquez Ureña
advierte un “ambiente de ignorancia” masificado. Esta narra-

22
Henríquez Ureña, Pedro. Seis ensayos en busca de nuestra
expresión. Buenos Aires: Babel, 1928, p. 16.
23
Ibídem.
116 MARÍA J. YAKSIC AHUMADA

tiva resulta explicable a partir de los procesos históricos pro-


pios del continente. Para él, dicha exuberancia no es esencial
sino una situación o condición cultural transformable: “En
cualquier literatura, el autor mediocre, de ideas pobres, de
cultura escasa, tiende a verboso […] En América volvemos a
tropezar con la ignorancia; si abunda a palabrería es porque
escasea la cultura, la disciplina, y no por exuberancia
nuestra”.24 De allí que más que escribir la historia de la
literatura hispanoamericana desde la teoría de la exuberancia,
habría que desarrollarla desde la otra vereda a contrapelo de
la inercia con la que había operado hasta ese entonces.
En cuarto lugar, la interpretación naturalista de la producción
literaria —vinculada al clima, a la geografía, a las condiciones
naturales— resultaría incorrecta, en cambio sí considera
pertinente atender a las condiciones políticas que poseen las
diferentes zonas lingüísticas. Sostiene, de ese modo, que la
polémica división establecida entre la “América buena” y la
“América mala” no depende de que una zona sea templada o
tórrida, más bien de las composiciones político-culturales y
del desarrollo de sus Estados. Para él, las “naciones serias” van
dando forma y estabilidad a su cultura, y es en ellas donde las
letras se vuelven una actividad habitual y, por lo tanto,
fructífera. En cambio, en las “otras naciones”, donde prima la
inestabilidad política y social, y proliferan las instituciones
débiles, se entorpece el desarrollo de una producción literaria
estable. En ese sentido sostiene: “Todo hace prever que, a lo
largo del siglo XX, la actividad literaria se concentrará, crecerá
y fructificará en la “América buena”; en la otra —sean cuales
fueren los países que al fin la constituyan—, las letras se
adormecerán gradualmente hasta quedar aletargadas”.25 No es
de extrañar que tras esta división entre la América buena y la
América mala podamos encontrar resonancias o actualiza-
ciones de nomenclaturas que resguardan ideas teleológicas de
progreso (civilización/barbarie, atraso/modernidad, desarrollo

24
Ibídem, p. 18.
25
Ibídem, p. 20.
APORTES DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA A LA HISTORIOGRAFÍA 117

/subdesarrollo). Por cierto, Henríquez Ureña no discute el


estatuto de la literatura ni las teleologías que lo llevan a pensar
en la literatura y la expresión porvenir en nuestra América
como parte de un proceso evolutivo de desarrollo. Tampoco
que el lugar de ese desarrollo sea por excelencia el mundo
letrado urbano donde gravita la ciudad letrada. Incluso queda
implícita la velada alianza que se deja entrever entre los proce-
sos de modernización social y política, y las posibilidades o
garantías para el desarrollo de “una expresión” nuestra. Estos
puntos ciegos no serán el asunto principal de su argumento,
será un debate intelectual de las décadas posteriores. En el
tinglado de ideas que presentan estos ensayos, el aporte inelu-
dible estriba en cómo su método para anticipar el desarrollo de
nuestra expresión ya en curso va a contrapelo de la historio-
grafía literaria de la época y de los sentidos comunes dominan-
tes que vinculaban irrestrictamente los problemas de la litera-
tura con los de la alta cultura, y en el peor de los casos, con las
condiciones “naturales” en las que estas se desarrollaban.
Por tanto, son estos cuatro ejes anteriormente expuestos —
organización en torno a figuras y textos centrales, tipos de
nacionalismo, crítica a la idea de exuberancia, y condiciones
políticas específicas de las zonas culturales— los andamios
sobre los cuales Henríquez Ureña construye un panorama
posible para la historia literaria hispanoamericana. A partir de
estos andamios propone otros tres subejes complementarios
que debiesen entenderse como diagnósticos anticipatorios
del provenir de la región en cuanto a las posibilidades de su
expresión particular. Primero, la valoración positiva del retiro
de la hegemonía europea —el “eclipse de Europa”, como él lo
llama— que se da en el terreno de lo político, y que tiene su
correlato en el proceso de la literatura: “como de Europa no
nos viene la luz, nos quedamos a oscuras y dormitamos
perezosamente; en instantes de urgencia, obligados a
despertar, nos aventuramos a esclarecer nuestros problemas
con nuestras escasas luces propias”.26 Segundo, bajo el signo

26
Ibídem, p. 21.
118 MARÍA J. YAKSIC AHUMADA

de ese “eclipse” replantea el problema de la presencia europea


en la literatura local a partir de la diferenciación entre herencia
e imitación. Para él, la relación que tiene Hispanoamérica con
la cultura occidental es un derecho siempre y cuando dicha
herencia no sea sinónimo de imitación: “nuestro pecado en
América, no es la imitación sistemática […] sino la imitación
difusa, signo de la literatura de aficionados, de hombres que
no padecen ansias de creación”.27 Lejos de la imitación difusa,
Henríquez Ureña remarca la importancia de las influencias
como una condición propia de todas formaciones culturales:
“Cualquier literatura se nutre de influjos extranjeros, de
imitaciones y hasta de robos: no por eso será menos
original”.28 En este sentido, manifiesta su posición hetero-
doxa con respecto a los cursos que poseen las herencias,
influencias y transculturaciones. En su concepción crítica de
los procesos de desarrollo de las artes es crucial el ejercicio de
reapropiación. Rechaza, de ese modo, toda idea que remita al
genio romántico, y asume que toda literatura surge de las
posibilidades concretas que sus condiciones culturales y
materiales (político-económicas) le permiten. En un último
lugar, otorga un espacio relevante a la presencia indígena, como
una vertiente fundamental que vitaliza el proceso de búsqueda
de la expresión americana, aunque advierta que “después de
nuestra emancipación política, hemos ensayado el regreso
consciente a la tradición indígena. Muchas veces erramos,
tantas, que acabamos por desconfiar de nuestros tesoros: la
ruta del indigenismo está llena de descarrilamientos”.29
De esta manera, Ureña cierra sus orientaciones para la
historiografía proyectándolas hacia el futuro:
la expresión genuina a que aspiramos no nos la dará ninguna
fórmula, ni siquiera la del “asunto americano”: el único
camino que a ella llevará es el que siguieron nuestros pocos
escritores fuertes, el camino de perfección, el empeño de

27
Ibídem, p. 22
28
Ibídem, p. 22.
29
Ibídem, p. 23.
APORTES DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA A LA HISTORIOGRAFÍA 119

dejar atrás la literatura de aficionados vanidosos, la perezosa


facilidad, la ignorante improvisación, y alcanzar la claridad y
firmeza, hasta que el espíritu se revele en nuestras creaciones
acrisolado, puro.30

HENRÍQUEZ UREÑA DESDE LA ACTUALIDAD


La noción de cultura que el intelectual dominicano propone
a fines de la década del veinte se encuentra en sintonía con la
promovida posteriormente por los Estudios Culturales,
particularmente por la Escuela de Birmingham.31 Es posible
pensar que la actualidad de Henríquez Ureña y su valoración
póstuma como “padre” de la historiografía latinoamericana
moderna, tenga como hito su inagotable esfuerzo por consi-
derar el sistema literario dentro de coordenadas tempra-
namente materialistas. La influencia de Raymond Williams y
sus pares dentro de lo que se ha entendido como nueva histo-
riografía y crítica latinoamericana resultó decisiva para los
nuevos impulsos metodológicos e investigativos que ocurren
a partir de los años ochenta.32 La noción de cultura que ofrece
el dominicano, si bien no resuelve todas las interrogantes que
nos plantea en su momento, entrega luces respecto de la
pertinencia de situar en una trama sociohistórica las produc-
ciones culturales. Fue asunto de sus sucesores ampliar aquella
primera metodología con el fin de avanzar hacia una
definición de cultura y literatura que lograse incluir de
manera justa todas las expresiones literarias que quedaban
fuera del orden de lo “culto”.
En tres dimensiones el proyecto de Pedro Henríquez Ureña
se convierte, entonces, en una antesala ineludible de los
debates que la nueva historiografía latinoamericana tendrá en
su base. En primer lugar, la cuestión territorial —es decir, su

30
Ibídem, p. 24.
31
Pienso especialmente en el concepto de cultura que aparece en el
clásico de Raymond Williams, Marxismo y literatura.
32
Por ejemplo, este aspecto lo destaca Beatriz Sarlo en su artículo
“Raymond Williams: una relectura”. Punto de Vista 45, 1993.
120 MARÍA J. YAKSIC AHUMADA

proyecto de remapeo del continente— sentó los cimientos


para afirmar una conciencia regional anclada en la unidad y no
en la uniformidad del continente —heredera en muchos
aspectos de aquella “nuestra América” de Martí— cuyos
fundamentos estriban en la compleja composición socio-
cultural de la región dada por las herencias culturales que la
constituyen —española, indígena, y actualmente, incluiría-
mos también la afrodescendiente—. Este reconocimiento de
los influjos étnico-raciales internos fue un paso decisivo para
actualizar el modo de relación con la herencia Europa, uno
que desestabilizara la prolongación de una jerarquía de
dependencia cultural. En segundo lugar, si bien la propuesta
de la “América hispánica” o la “Hispanoamérica” como
definición no tuvo posterior éxito, la inclusión en la raíz
hispánica, de Portugal, y también, de Brasil, dentro del mapa
territorial, fue un aporte trascendental para el estudio de
nuestra diversidad regional.33 Brasil, hasta ese entonces, y
fundamentalmente por la diferencia lingüística, no había sido
incorporado en la matriz cultural latinoamericana. Por lo
tanto, el camino trazado por Henríquez Ureña sembró la
posibilidad de incorporar posteriormente otras zonas —en la
misma clave de las “zonas culturales” planteadas por él—
desde las diversas variables lingüísticas o territoriales. En este
sentido destaca que desde los años cincuenta en adelante se
haya comenzado a considerar el Caribe como una unidad
cultural más dentro del sistema diferenciado de América
Latina. Así como también, la Amazonía en tanto una unidad
cultural autónoma. Un poco más allá, luego de los procesos
históricos de las dictaduras latinoamericanas y la coyuntura
política que desata los sesenta, se incorpora en aquel

33
Varios autores subrayan este aporte del intelectual dominicano.
Por ejemplo, se puede revisar en el artículo de Rama “Algunas
sugerencias de trabajo para una aventura intelectual de integración”,
y el de Carlos Pacheco y Ana Pizarro “Aprehender el movimiento
de nuestro imaginario social”, ambos compilados en La literatura
latinoamericana como proceso.
APORTES DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA A LA HISTORIOGRAFÍA 121

panorama un nuevo espacio cultural desterritorializado que


vendría a componerse por los lugares de exilio —
extrarregionales—, paradero de muchos latinoamericanos
que migraron forzadamente por la violencia política.34
Es así como la antigua tensión teórica entre historia y
literatura encuentra en América Latina una salida posible en
el legado de Pedro Henríquez Ureña, particularmente en su
búsqueda metodológica para abordar la producción cultural
regional de una forma abierta e incluyente. Esto da lugar a la
aceptación de una permanente coexistencia de los sistemas de
influencia que configuran su composición: a) La raíz erudita
que comprende la lengua y cultura metropolitana, b) la
variación particular de esa lengua en algunas regiones, como
se puede observarse en el caso del creole, c) la permanencia
histórica y actualizada de las lenguas nativas.35 Son
dimensiones de su proyecto que desestabilizan una mirada
homogénea respecto de la literatura latinoamericana, y abren
paso a miradas plurales sobre “las literaturas latinoameri-
canas”. Tal pluralidad y coexistencia puede darse, como bien
se expone en la serie de artículos compilados por Ana Pizarro
en La literatura latinoamericana como proceso del año 83,36
mediante un proyecto de historiografía literaria que se
proponga visibilizar los momentos de formación discursiva,
de aglutinación o modulación en el sistema literario, que
atiendan a ese “flujo y reflujo” del cual nos habla Henríquez
Ureña en su propuesta historiográfica: “Existen tendencias
evolutivas que se prolongan en el tiempo y que en su

34
Se puede consultar una propuesta de sistematización actualizada
de las zonas culturales que definen la heterogeneidad latinoame-
ricana en el artículo “Áreas Culturales en la modernidad tardía” de
Ana Pizarro.
35
Pizarro, Ana. La literatura como proceso, p. 19.
36
Esta compilación de trabajos de críticos relevantes de Latino-
américa tiene como antecedente las propuestas presentadas en
Hacia una historia de la literatura latinoamericana, compiladas por
la misma autora.
122 MARÍA J. YAKSIC AHUMADA

desarrollo adquieren distintas modulaciones: es necesario


aprehenderlas en su extensión, del mismo modo como es
necesario aprehender procesos de aglutinamiento, de especial
productividad, que tienen una duración más limitada”.37
En este sentido, la mayor confrontación o ruptura en términos
metodológicos con la historiografía literaria tradicional
presenta dos frentes, por un lado, el desplaza-miento de una
concepción de lo literario como “alta cultura” hacia un
concepto de “producciones culturales” cuya desembocadura
es, finalmente, el análisis de una suerte de superestructura de
imaginarios sociales;38 por otro, en el nivel específico de la
periodización, una organización de contenidos alternativa y en
sintonía con el ritmo histórico particular que mueve a las
diversas literaturas.
De allí que la historiografía literaria latinoamericana moderna,
y sobre todo reciente, se abra a la posibilidad de concebir la
literatura ligada a la producción de imaginarios sociales, que
emergen con otras temporalidades —al menos no lineales—
respecto de los hechos históricos. Desde los intelectuales de
esta nueva historiografía las propuestas que aparecen para
abordar dicha dimensión de las literaturas son variadas:
combinar una metodología lineal con otra que dé cuenta del
desarrollo (Leenhart), combinar modelos (Roberto Swartz),
buscar una fórmula para aprehender el tiempo múltiple
(Pizarro), dialéctica entre la unidad y la diversidad
(Martínez), dar cuenta de las secuencias (Rama), organizar
entorno a los códigos culturales (Milliani).39 El eje que une a

37
Henríquez Ureña, Pedro. Seis ensayos en busca de nuestra
expresión. Buenos Aires: Babel, 1928, p.45.
38
Al respecto me parecen fundamentales los trabajos que ha
realizado la sociocrítica de Agenot, Duchet, Robin y otros, los
cuales incorporan la literatura a un sistema mayor discursivo que
conforma “el discurso social” en un momento dado.
39
Sobre las diferentes propuestas para abordar el problema de la
periodización, Ana Pizarro se refiere en su “Introducción” a La
literatura latinoamericana como proceso. Allí también, se incluyen
APORTES DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA A LA HISTORIOGRAFÍA 123

estas propuestas, a pesar de su diversidad, es la convicción de


que la periodización tradicional, que ajusta el tiempo literario
al tiempo de la historia, ya no es útil.40 El método “compara-
tístico contrastivo” que se propone esta nueva historiografía
literaria asume el desafío de ofrecer un sistema de periodiza-
ción que dé cuenta de la diversidad, al tiempo que contrasta
tal diversidad con los flujos literarios globales. Es, de cierto
modo, un ejercicio multidinámico de comparación tanto
hacia el interior del continente como del continente respecto
de sus afueras. De esta manera, las literaturas depositadas en
un sistema mayor de significación internamente diferenciado,
pueden entregar un panorama atento a la función histórica de
la literatura en el curso de los procesos culturales. Dicho giro
no es exclusivo de la historiografía literaria latinoamericana
moderna, también se encuentra en las propuestas teóricas del
postestructuralismo de los años sesenta. Roland Barthes, por
ejemplo, era un defensor de la necesidad de desindividualizar
la literatura: “tomemos resueltamente, pues, la obra como un
documento, como un trazo particular de una actividad de la
que, por el momento, nos interesará sólo la vertiente
colectiva; veamos, en síntesis, aquello que podría ser una
historia no de la literatura sino de la función literaria”. Y
continúa más adelante: “Es pues solamente en el plano de las
funciones literarias (producción, comunicación, consumo)
donde la historia puede emplazarse, y no en el plano de los
individuos que han ejercido esas funciones. Dicho de otro
modo, la historia literaria sólo es posible si se hace
sociológica, si se ocupa de las actividades y las instituciones,
no de los individuos”.41

algunos artículos de interés sobre el tema, como el de Milliani,


Rama, y el de Rafael Gutiérrez Girardot, que en específico trata este
problema.
40
Incursiones en este ámbito al interior de la teoría crítica
latinoamericana existen desde José Carlos Mariátegui, Henríquez
Ureña hasta Cándido y Rama.
41
Barthes, Roland. “¿Historia o literatura?”. Sobre Racine. México:
124 MARÍA J. YAKSIC AHUMADA

La historiografía de las literaturas, inclinada ahora hacia la


función literaria y las formaciones discursivas, como también
al proceso diferencial que internamente posee América
Latina, corre superando las dificultades —por cierto, necesa-
rias en su momento— que presentó la crisis del estatuto
epistemológico de la historia y de la literatura. La particu-
laridad cultural latinoamericana más allá de las distinciones
añejas entre lo culto y lo popular, el campo y la ciudad, lo
propio y lo ajeno, toma la perspectiva de los “flujos y
reflujos” como un modo metodológico de desestabilizar tales
dicotomías. Sin duda, para el actual desarrollo de la crítica
latinoamericana, y los desafíos que hoy se presentan —por
ejemplo, las escrituras contemporáneas en lenguas indígenas,
la traducción y la revitalización lingüística—, el trabajo de
Henríquez Ureña mantiene plena vigencia, y por eso merece
ser revisitado.

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Lingüística 19, 2008, pp. 311-329. Disponible en:
https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S071
6-5811200800010001
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literatura latinoamericana como proceso. Buenos Aires: centro
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Henríquez Ureña, Pedro. Seis ensayos en busca de nuestra expresión.


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México, 1987
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Mariátegui, José Carlos. “Seis ensayos en busca de nuestra
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—. “La situación cultural de la modernidad tardía en América
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126 MARÍA J. YAKSIC AHUMADA

Madrid: Universidad de Alicante, 2004


—. “Interrogar a los textos en el espacio de la historia: periodo y
región”. El sur y los trópicos. Ensayos de cultura latinoamericana.
Madrid: Universidad de Alicante, 2004
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Ensayos de cultura latinoamericana. Madrid: Universidad de
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moderna. Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Antonio Cándido,
Ángel Rama y Antonio Cornejo Polar. Santiago: LOM, 2012.

Istmo. Revista virtual de estudios literarios y culturales


centroamericanos. Núm. 24, enero-junio 2012.
VIDA Y NARRACIÓN.
LOS MODELOS DE REALIDAD VITAL EN LAS
MEMORIAS DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA
Mariana Brito Olvera

1. EL AFÁN DE PERFECCIÓN
En “La utopía de América”, Pedro Henríquez Ureña dice
que, a diferencia de otras religiones en las que la perfección se
alcanza sólo hasta la “otra vida” o por medio de una divinidad,
“Grecia cree en el perfeccionamiento de la vida humana por
medio del esfuerzo humano”1. Es significativo que de todas
las ideas que atraviesan la cultura griega y que él bien conocía
dado su apego a la tradición helénica, ponga especial énfasis
en el aspecto que corresponde a la potencialidad que tiene el
ser humano para perfeccionarse en esta vida.
La lectura creativa que el crítico dominicano hace de la
tradición griega le muestra el sujeto que desea para nuestra
América: una mujer u hombre siempre perfectible, que puede
aspirar a mejorarse a sí mismo y también a mejorar la sociedad
en la que está inmerso. De esa noción de sujeto surge la utopía
ureñista: una persona que, en el reino de este mundo, es capaz
de incidir activamente en el curso de su propia historia. Esta
concepción de ser humano, por una parte, abre el horizonte
de la utopía, en tanto que siempre es posible modificar las
condiciones actuales, “superar lo dado y con ello trascenderse
a sí mismo”2; por otra parte, la misma noción marca un

1
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. “La utopía de América”. En La
utopía de América. Ayacucho, Caracas, 1989. p. 7.
2
RAMÍREZ FIERRO, María del Rayo. “Imaginación y utopización”.
En Intersticios, núm. 11, México, 1999. p. 114.
128 MARIANA BRITO OLVERA

modelo de vida a seguir.


La formación de Henríquez Ureña como sujeto activo y
perfectible se muestra en dos niveles de su producción
escrita: por una parte, en sus escritos de carácter íntimo y, por
otra, en su obra crítica e historiográfica. Estos dos niveles no
están en absoluto separados, se imbrican constantemente,
tejen puentes que nos hacen transitar de un lado a otro. Por
cuestiones de extensión, en este trabajo nos enfocaremos
únicamente en explorar el primer aspecto: la formación
intelectual de Henríquez Ureña, a partir del análisis de sus
Memorias.

2. UNA POÉTICA DE VIDA: UNIVERSO FAMILIAR Y ARIELISMO


COMO MODELOS DE REALIDAD VITAL
Las Memorias de Pedro Henríquez Ureña, que comenzó a
escribir poco antes de cumplir veinticinco años, en enero de
1909, nos dejan ver su primera formación como intelectual3.
Esa formación empieza desde la infancia, en el ámbito
familiar, pues el escritor dominicano tuvo por madre a la
mayor poetisa dominicana del siglo XIX, Salomé Ureña, y
por padre a Francisco Henríquez y Carvajal, político y diplo-

3
Estas Memorias fueron publicadas póstumamente. El primero en
editarlas fue el argentino Alfredo A. Roggiano, que consiguió los
textos conservados por Isabel Lombardo Toledano, quien fuera
esposa de Henríquez Ureña. Fragmentos extensos de la obra se
citaron en su libro Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos.
Posteriormente, dio a conocer unas notas de viaje que comprenden
un período del año 1911 en el que el autor dominicano realizó un
viaje a Cuba. El material que proporcionó la viuda de Henríquez
Ureña también contenía un Diario, que era la continuación de las
memorias de 1909. En 1988, publica en la Revista Iberoamericana
“Las Memorias de Pedro Henríquez Ureña” y, finalmente, el Texto
de las Memorias de Pedro Henríquez Ureña, que contenía parte de
los materiales antes mencionados. La edición a la que yo haré
referencia es la que preparó Enrique Zuleta Álvarez para el Fondo
de Cultura Económica en el año 2000, aunque ya desde 1989 había
publicado una edición en argentina bajo el mismo sello editorial.
VIDA Y NARRACIÓN 129

mático, quien llegaría a ser presidente de República Dominicana


por un lapso breve de tiempo.
Según cuenta en las Memorias, a los doce años y en medio de
ese entorno familiar, se decide por el camino hermoso de las
letras a partir de haber asistido a una reunión literaria y
política:
Pero lo que vino á decidirme francamente por la literatura
fue el asistir á una velada solemne que celebró la antigua
Sociedad ‘Amigos del País’, en mayo de 1896, al cumplir
veinticinco años de fundada: de esta sociedad habían sido
fundadores mi padre y varios de sus amigos, y en aquella
velada dijo un discurso Prud’homme, leyeron trabajos en
prosa Leonor Feltz y Luisa Ozema Pellerano, maestras
educadas en el Instituto de mi madre, se recitaron versos
de José Joaquín Pérez, leyó Penson su sorprendente
Víspera del combate, leyó mi padre la poesía intitulada La fe
en el porvenir, que mi madre había dedicado en 1877 á
aquella sociedad, y dijo algunas palabras breves contando la
historia de esa poesía, que los entonces juveniles “Amigos
del País” recibieron como una consagración. Había
ignorado yo hasta entonces el poder de la palabra y la magia
del verso. Pero á partir de ese momento, la literatura, sobre
todo la poética, fue mi afición favorita. Descubrí que mi
madre era poetisa afamada, y principié por formar dos
pequeñas antologías, de poetisas dominicanas y de poetisas
cubanas (mi madre me habló mucho de éstas). […] Al
mismo tiempo, comencé a redactar, manuscrito, un
periódico con el nombre de La Patria: ocho paginitas,
conteniendo tres o cuatro poesías ó artículos, cada
semana4. (subrayados míos)

De este fragmento se pueden observar muchas aristas que


merece la pena comentar a detalle: la firmeza en la decisión de
estudiar literatura, el carácter emprendedor para desarrollar

4
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje,
introducción y notas de Enrique Zuleta Álvarez. FCE, México,
2000. p. 39-40.
130 MARIANA BRITO OLVERA

sus proyectos a esa temprana edad y el ritmo de trabajo que


se impone, dada la envergadura de sus proyectos, junto con la
periodicidad con que los lleva a cabo.
En el aspecto concerniente a la resolución por el camino
literario, es significativo el lugar que ocupa Salomé Ureña,
mujer y poeta, en esta determinación: ella es la reveladora de
la literatura. Las letras son un descubrimiento casi mágico que
se logra a partir de la figura materna (“Había ignorado hasta
entonces el poder de la palabra y la magia del verso”,
“Descubrí que mi madre era poetisa afamada”). La literatura
toma vida en boca del padre cuando recita los versos de la
madre, cuando la palabra hecha eco sonoro se introduce en
los oídos de los asistentes. Asimismo, Salomé es el impulso
emprendedor de sus grandes proyectos: la antologación de
poetas dominicanas y cubanas. Además de esta influencia, hay
que resaltar la relevancia que adquiere en la cita el ámbito
colectivo y familiar: el gran momento de encuentro del niño
con la literatura no se da en soledad, sino acompañado de los
asistentes a la reunión celebrada aquel día, donde sus padres
fungen como miembros de suma importancia y donde la
lectura es punto de convergencia de una comunidad.
No obstante, no deja de parecer curioso el hecho de que
Henríquez Ureña afirme con total seguridad que la resolu-
ción tomada sobre su vocación se llevó a cabo a los doce años
(“Pero lo que vino á decidirme francamente por la litera-
tura…”). Es verdad que se podría comprobar que, en efecto,
empezó por esa época la elaboración de la antología de
poetisas caribeñas y comenzó la redacción de un periódico de
índole patriótica, pero eso no indicaría necesariamente que el
niño de doce años de aquel tiempo fuera totalmente conscien-
te de haber decidido su porvenir. Al decir esto, lo que preten-
do es poner énfasis en el hecho de que esas afirmaciones están
mediadas por un acto de memoria. El yo que enuncia el
discurso autobiográfico lo hace desde el presente mismo de
la enunciación y, desde ahí, nos ofrece una lectura de su
pasado: el que afirma que a los doce años había elegido su
VIDA Y NARRACIÓN 131

profesión no es el adolescente de esa edad, sino el joven de


veinticinco años que, en perspectiva, ve ese momento como
fundacional y determinante en su vida.
Este tipo de distinciones nos remite a problemáticas que
distintos teóricos de la escritura autobiográfica han planteado,
relacionados todos con los cruces existentes entre memoria,
vida y narración5. Acerca de la autobiografía, Sylvia Molloy
pone énfasis en que ésta
es siempre una representación, esto es, un volver a contar,
ya que la vida a la que supuestamente se refiere es, de por
sí, una suerte de construcción narrativa. La vida es siempre,
necesariamente, relato: relato que nos contamos a nosotros
mismos, como sujetos, a través de la rememoración; relato
que oímos contar o que leemos, cuando se trata de vidas
ajenas6.

5
Philippe Lejeune habló del “pacto autobiográfico” para explicar lo
que ocurre en textos de esta índole. Para explicar el término,
Lejeune parte de la distinción básica en teoría literaria que hay entre
autor, narrador y personaje. Autor como el referente tangible en la
realidad extratextual que escribe el relato; narrador como el
mediador intratextual entre lector y mundo narrado; y personaje
como el agente intratextual del mundo narrado. Una distinción que
puede ser tan elemental en el género narrativo pero tan inobservable
en la escritura autobiográfica, ya que el lector del libro equipara
totalmente al autor de carne y hueso con la voz que enuncia el
discurso y el personaje del que habla. El “pacto autobiográfico”
consiste en la homologación autor-narrador-personaje que nos lleva
a pensar que debido a que el personaje y narrador es, en apariencia,
el mismo que el autor, entonces su narración será “real”, “verdad”.
Por ello, el teórico francés expresa que la autobiografía no debe
leerse sólo en clave textual: parte del pacto que se juega está afuera,
en lo extratextual, en lo que representa la firma del autor y su
correspondencia con lo que éste escribe en su autobiografía.
LEJEUNE, Philippe. “El pacto autobiográfico”. En LOUREIRO,
Ángel G. (coordinador). La autobiografía y sus problemas teóricos.
Suplementos Anthropos. Núm. 29, México, 1991. pp. 47-61.
6
MOLLOY, Sylvia. Acto de presencia. La escritura autobiográfica en
Hispanoamérica. Colegio de México/FCE, México, 1996. p. 16.
132 MARIANA BRITO OLVERA

Ese relato tiene como eje narrativo la vida misma. Sin


embargo, tomar la vida como un eje es bastante complejo,
puesto que los hechos que se viven no necesariamente están
conectados entre sí, ni son regulares, ni necesariamente están
encadenados por una secuencia lógica. Aunque suene trágico,
nuestras vidas no tienen en sí mismas una unidad narrativa.
Tal vez eso se muestra de forma más nítida en el género
diarístico, sobre todo en aquellos textos que no fueron
escritos con la conciencia de que serían publicados. En ellos,
los hechos se presentan como inconexos: a diferencia de las
memorias o la autobiografía, los diarios generalmente son
momentáneas interpretaciones de la vida que tratan de
recuperar el retrato del momento y la cotidianidad, sin
necesidad de asignarles “un significado de mayor alcance”7.
En el caso de Henríquez Ureña, es importante mencionar que
comienza la redacción de las Memorias en enero de 1906 y
narra todo lo que ha vivido hasta que el presente de la escri-
tura lo alcanza, en 1909. En ese momento las Memorias se
convierten en un diario y la estructura de la narración cambia.
En el diario, el ensayista dominicano empieza a percibir los
cambios próximos que llegarán al año siguiente con la
Revolución mexicana, hace apuntes al respecto, algunos
incluso casi proféticos, sin que esto le permita ver el resultado
total del proceso, porque aún está inmerso en él. Al contrario,
aunque las Memorias las escribe cuando aún no está ni de
cerca por concluir su vida, él mismo toma como límite su
presente para hacer una evaluación total de lo vivido, lo que
le posibilita mirar su pasado en perspectiva. De modo que, a
diferencia de los diarios, la autobiografía o las memorias
tienen la ventaja de poder evaluar, en mayor o menor medida
—el caso de las Memorias de Henríquez Ureña es bastante
peculiar—, desde el presente, el resultado total de la vida.

7
WEINTRAUB, Karl J. “Autobiografía y conciencia histórica”. En
LOUREIRO, Ángel G (coord.). La autobiografía y sus problemas
teóricos. Suplementos Anthropos, núm. 29, México, 1991. p. 21.
VIDA Y NARRACIÓN 133

Desde ahí el autobiógrafo le pone orden a su vida y encadena


hechos pasados que antes podrían no haber tenido ninguna
relación y les da una secuencia lógica que hace comprensible
el relato8. San Agustín, por ejemplo, en sus Confesiones,
coloca como eje que articula y da unidad a toda su existencia
su camino hacia el encuentro de Dios y el cristianismo. Por
lo mismo, todos los hechos que cuenta están guiados por ese
eje. Asimismo, la idea de Dios como ser que habita en todas
las partes del universo, incluyendo el ser humano, permeará
la manera en que San Agustín se concebirá a sí mismo y en la
que se articulará la narración de su vida9.

8
No obstante, la secuencia lógica para narrar una vida no es
condición absolutamente necesaria a la hora de hacer autobiografía
o memorias. Como dice James Olney, la idea que se tenga del bios,
de la vida, influye notablemente en la manera en que se concibe el
yo y la personalidad propia. Es por ello que “[l]a práctica de la
autobiografía es casi tan variada como el número de personas que la
llevan a cabo”. OLNEY, James. “Algunas versiones de la memoria/
Algunas versiones del bios: la ontología de la autobiografía”. En
LOUREIRO, Ángel G. (coord.). La autobiografía y sus problemas
teóricos. Suplementos Anthropos. p. 33.
9
“Pues si yo soy efectivamente, ¿por qué pido que vengas a mí,
cuando yo no sería si tú no fueses en mí? No he estado aún en el
infierno; mas también allí estás tú. Pues si descendiere a los
infiernos, allí estás tú”. AGUSTÍN, San. “Las confesiones”. En Obras
(tomo II), edición crítica y anotada por Custodio Vega, Ángel.
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1955, Libro I, capítulo
II. p. 85. No entraré aquí en el debate aún irresuelto de si las
Confesiones de San Agustín son en verdad autobiografía, al ser este
género, como lo apunta Karl Weintraub en el artículo antes citado,
un fenómeno que se despliega con fecundidad hasta el siglo XIX
debido a ciertos fenómenos filosóficos, sociales, políticos y
culturales que propician otra comprensión histórica de la existencia.
Según apunta Weintraub, la autobiografía sólo puede desarrollarse
cuando el hombre es consciente de que su individualidad se enmarca
en el cauce histórico general, de ahí que crea relevante la publicación
de un texto que, por su carácter íntimo, podría interesar sólo a un
número muy reducido de personas. En torno al nacimiento de la
134 MARIANA BRITO OLVERA

Otro ejemplo del que podríamos hacer mención para


acercarlo al contexto del propio Henríquez Ureña es el del
Ulises criollo, primer tomo de las Memorias de José
Vasconcelos donde, desde el mismo título, se va creando un
modelo que servirá para configurar su narración de vida: “Un
destino cometa, que de pronto refulge, luego se apaga en
largos trechos de sombra, y el ambiente turbio del México
actual, justifican la analogía con la clásica Odisea”, dice en la
“Advertencia”10. Asimismo, en todo el relato de la infancia,
Vasconcelos deja entrever varias veces un parecido entre su
historia y la de Moisés, personaje bíblico encargado de liberar
al pueblo hebreo para conducirlo a la tierra prometida: “Tú
ibas —recordaba mi abuela, mirándome— dentro de un cesto
atado al costado de una mula. La lluvia te escurría por las
sienes, atravesando el combrerito de palma”11, “Perdíamos las
casas, los cercados. Era forzoso buscar dónde establecernos,
fundar un pueblo nuevo”12. A partir de esto, la narración se
construye, en gran parte, en torno a esta figura: Vasconcelos
narrará cómo saldrá de la pobreza y la ignorancia e intentará
liberar a su pueblo de esos males. Evidentemente esa visión
de sí mismo como guía del pueblo mexicano la tiene el
Vasconcelos adulto que escribe las Memorias y que, en
perspectiva, trata de leer los hechos de su infancia de esa
manera.

autobiografía como género moderno, también es cercana la postura


de MAY, Georges. La autobiografía. FCE, México, 1982. Mi
objetivo es hacer referencia al texto de San Agustín porque me
parece una excelente ejemplificación de lo que aquí quiero mostrar:
que para narrar la vida muchas veces nos ceñimos a un modelo que
nos permita darle unidad a la vida propia.
10
VASCONCELOS, José. Memorias I. Ulises criollo/La tormenta.
FCE, México, 2012.
11
VASCONCELOS, José. Memorias I. Ulises criollo/La tormenta. p.
17.
12
VASCONCELOS, José. Memorias I. Ulises criollo/La tormenta. p.
10.
VIDA Y NARRACIÓN 135

Con los ejemplos anteriores se muestra que los incidentes


pretéritos que podrían haber pasado desapercibidos se
vuelven, según Karl Weintraub,
significativo[s] en relación a todo el modelo de su realidad
vital. Los elementos de la experiencia pasada, que han sido
extraídos del contexto en el que se situaban con
anterioridad, han sido escogidos porque ahora se cree que
tienen un sentido sintomático que podían no haber tenido
antes13.

Me interesa sobre todo rescatar la noción de “modelo de la


realidad vital”, pues me parece que clarifica muy bien los
ejemplos anteriores apuntando a que la concepción que se
tenga de la vida, de lo que ésta debería (o no) ser y los
modelos en que se inspira tienen una estrecha relación en lo
que se decide contar de ella, así como de la estructura
narrativa y los símbolos que se crean dentro del relato.
De esos mecanismos pareciera ser muy consciente el mismo
Henríquez Ureña, quien, al principio de sus Memorias, ofrece
una explicación acerca de por qué, aunque pudiera pecar de
presuntuoso, escribe una autobiografía a tan corta edad14. Esa
reflexión es a la vez teoría y justificación de su actividad:
La autobiografía, desde luego, siempre resulta compuesta;
pero así debe ser, psicológica y artísticamente; no podemos
exigir que en ellas se diga todo, pero sí que se digan cosas
esenciales y no se introduzca nada falso. Sabemos que en
las Memorias de Goethe faltan muchas cosas: todas las que
resultaron inútiles para formar el Goethe que el mismo
Goethe concebía y el que nosotros preferiremos a
cualquier otro que á retazos fabriquen los eruditos. Las

13
WEINTRAUB, Karl J. “Autobiografía y conciencia histórica”. p.
21.
14
Quisiera anotar que, para fines expositivos, aquí desarrollo el
análisis de las Memorias en tanto que autobiografía, a pesar de ser
consciente de la diferencia entre éste género y el de las “memorias”,
sin embargo, en el apartado tercero se justificará teóricamente esta
determinación.
136 MARIANA BRITO OLVERA

Memorias nos pintan el Goethe que se realizó en todos los


momentos en que su vida y su ideal [la literatura] se
fundieron y obraron de consuno. ¿Qué nos importan,
pues, los momentos en que Goethe cedía á la presión de la
vida o las horas en que su pensamiento no tenía relación
interesante con ella?15

Lo primero que habría que señalar es la percepción de la


autobiografía como composición: la autobiografía no es un
calco directo de la experiencia de vida al papel, al contrario,
desde el momento en que hay necesidad de narrar se convierte
en representación estética de esa experiencia de vida, en
autoconfiguración de una concepción de sí, de un yo. Goethe,
como bien apunta el crítico dominicano, tiene un modelo de
realidad vital definido: el de la formación del hombre en
literato. Escribe únicamente las cosas que él piensa que lo
representan y que van acordes a ese modelo: aquellos
momentos en que su vida se junta con la literatura, lo demás se
vuelve accesorio.
En las Memorias de Henríquez Ureña, la noción de sujeto
retomada de los griegos, donde el ser humano se presenta
como capaz de perfeccionamiento constante será el eje narra-
tivo de su obra autobiográfica. Ese proceso está lejos de poder
visualizarse de manera total y definitiva, pues quien escribe es
apenas un joven que no llega ni a la tercera década. Así, este
escrito autobiográfico adquiere una doble función: mostrar el
proceso de formación del joven Ureña a la vez que se hace
una autoevaluación de lo vivido que le sirva como orientación
para las empresas venideras.
Como a Goethe, lo que a Henríquez Ureña le interesa es
hacer visible su trayecto intelectual, el desarrollo en lo que se
refiere a su crecimiento dentro de la cultura letrada: “Pero
ahora quiero componer (sí, componer) una relación detallada
de mi vida con los puntos que han ido quedando en mi

15
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje.
pp. 27-28.
VIDA Y NARRACIÓN 137

memoria, especialmente en cosas literarias.”16 (cursivas mías)


La narración se ve acompañada de ciertos “modelos de la
realidad vital” que a la vez se mostrarán como temas y proble-
máticas claves a las que nuestro autor dará vueltas el resto de
su vida: la patria, la justicia, la docencia, la confianza en el
esfuerzo humano, etcétera. Esos modelos que sirven para
organizar el discurso autobiográfico del joven Ureña son al
menos dos: por una parte, como lo denomina Guillermo Piña
Contreras, su “universo familiar”17, que encuentra sobre todo
en su madre, Salomé Ureña, una guía espiritual de todo su
camino; por otra parte, el eco del Ariel de José Enrique Rodó,
que pone en primer plano a la juventud como sujeto histórico
y dicta un deber ser del trabajo de la juventud: un trabajo
entregado, desinteresado, de altas miras.
Empecemos por las resonancias rodonianas como modelo de
realidad vital en la conformación de las Memorias. Para
cuando Henríquez Ureña comienza la redacción de éstas, es
un hecho que ya ha leído cuidadosa y apasionadamente la obra
célebre del maestro uruguayo, así lo demuestra el breve pero
sustancioso ensayo con fecha de 1904 dedicado al Ariel,
incluido en su primer libro, Ensayos críticos (1905), escrito
cuatro años antes de que comenzara la redacción de las
Memorias. En este ensayo sobre Rodó, el crítico dominicano
pone énfasis en el tema central que hará del Ariel una obra tan
importante para el pensamiento latinoamericano en la
primera mitad del siglo XX: la juventud, ya no concebida
como una masa inmadura que aún no tiene el criterio
suficiente para regir su vida, sino todo lo contrario, la
juventud como sujeto apto para cambiar el rumbo histórico
de su vida individual y social. Con Rodó se reafirma en
América el tópico de la juventud como salvadora, como

16
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje. p.
28.
17
PIÑA-CONTRERAS, Guillermo. “El universo familiar en la
formación intelectual de Pedro Henríquez Ureña”. En Cuadernos
americanos, núm. 90, México, 2001. pp. 143-179.
138 MARIANA BRITO OLVERA

aquella que aún tiene la fuerza suficiente para emprender


grandes obras, que es todavía capaz de soñar y, por tanto, de
tener siempre presente como horizonte el porvenir. Ante la
siguiente frase del maestro uruguayo: “Yo creo que América
necesita grandemente de su juventud”, Henríquez Ureña
comentará:
Es así, puesto que para nuestros pueblos es crítico este
momento histórico en el que la ley de la vida internacional
le impone ya tomar una dirección definitiva en su vida
propia, y sólo la cooperación de las mejores fuerzas los
lanzará en una dirección feliz. La juventud posee las fuerzas
nuevas18.

Cuando Rodó habla de “juventud” lo hace con dos


connotaciones. Por un lado, se refiere a los seres humanos
que en ese momento son, en el sentido estricto de la palabra,
jóvenes y, por otro, alude a la “juventud” como tempera-
mento, como una actitud vital propia de un pueblo:
La juventud, que así significa en el alma de los individuos y
de las generaciones, luz, amor, energía, existe y lo significa
también en el proceso evolutivo de las sociedades. De los
pueblos que sienten y consideran la vida como vosotros,
serán siempre la fecundidad, la fuerza, el dominio del
porvenir19.

Ariel establece lo que significa ser joven y el deber ser que


conlleva, al tiempo que se explica que esos rasgos caracte-
rísticos, de ser cultivados con constancia, pueden resultar un
modo de ser a lo largo de la vida: “Ariel es la razón y el senti-
miento superior. Ariel es este sublime instinto de perfectibi-
lidad […]”20. El sentimiento superior radica en el “instinto de

18
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. “Ariel”. En Ensayos críticos, Obra
crítica. FCE, México, 2001. p. 25.
19
RODÓ, José Enrique. Ariel/Motivos de Proteo. Ayacucho,
Caracas, 1976. p. 6.
20
RODÓ, José Enrique. Ariel/Motivos de Proteo. p. 53.
VIDA Y NARRACIÓN 139

perfectibilidad”, que Pedro Henríquez Ureña llamará en uno


de sus más agudos ensayos, “El descontento y la promesa”,
“el ansia de perfección”. La noción de sujeto no sólo tiene
relación con la tradición helénica, sino también con la
concepción rodoniana del término, que tenía igualmente
anclaje en la tradición clásica. La juventud, cual el espíritu
mágico e inquieto que es Ariel, debe poseer esa “ansia de
perfección” que le obligue constantemente a tener en vista el
porvenir, su capacidad de soñar le debe servir como impulso
para trabajar por construirlo:
Lo que a la humanidad importa salvar contra toda negación
pesimista, es, no tanto la idea de la relativa bondad de lo
presente, sino la posibilidad de llegar a un término mejor
por el desenvolvimiento de la vida, apresurado y orientado
mediante el esfuerzo de los hombres. La fe en el porvenir,
la confianza en la eficacia del esfuerzo humano, son el
antecedente necesario de toda acción enérgica y de todo
propósito fecundo21.

La confianza en la perfectibilidad humana, en la “posibilidad


de llegar a un término mejor por el desenvolvimiento de la
vida”, reside en que su arma para conseguirla está a su alcance:
es su propio esfuerzo. Por eso, para Rodó, un trabajo
entregado es fundamental para que la juventud pueda hacer
realidad la utopía americana22.

21
RODÓ, José Enrique. Ariel/Motivos de Proteo. pp. 9-10.
22
Ahora, es importante no obviar el hecho que, pese a esta gran
confianza que Rodó depositó en la juventud, cuando hablaba de ella,
no se refería a toda la juventud, sino sólo a algunos jóvenes que
podían aspirar a ser el Ariel que Rodó tenía en mente. Dirá al
respecto de ello Óscar Terán: “[e]ste esquema reitera un paradigma
ampliamente difundido en esas décadas en Latinoamérica, que no es
sino el de una república aristocrática tutelada por una activa
‘autoridad moral’”. TERÁN, Óscar. “El Ariel de Rodó o cómo entrar
en la modernidad sin perder el alma”. En WEINBERG, Liliana
(coord.). Estrategias del pensar I. CIALC/UNAM, México, 2010.
p. 57.
140 MARIANA BRITO OLVERA

En las Memorias, el modelo de juventud planteado por José


Enrique Rodó en el Ariel es vital. Posibilitará la forma en que
el Pedro Henríquez Ureña del presente de la escritura se mira
a sí mismo en el pasado y estructura los hechos acaecidos. Los
recuerdos que elige contar se corresponden con él: son
recuerdos que organizan la historia de cómo el niño Pedro va
perfeccionándose intelectualmente a partir de su propio
esfuerzo hasta llegar a su momento actual, donde se pone a
prueba qué tanto el joven Ureña es (o no), ese modelo.
Cito nuevamente un fragmento antes referido:
Descubrí que mi madre era poetisa afamada, y principié por
formar dos pequeñas antologías, de poetisas dominicanas y
de poetisas cubanas (mi madre me habló mucho de éstas).
[…] Al mismo tiempo, comencé a redactar, manuscrito, un
periódico con el nombre de La Patria: ocho paginitas,
conteniendo tres o cuatro poesías ó artículos, cada
semana23.

Una de las “prendas del espíritu joven”, según Rodó, aparte


de la esperanza, es el entusiasmo, que sirve de impulso motor
para el movimiento. Es de notar la gran pasión que le inspira
al futuro escritor el descubrimiento de las letras y lo que esta
emoción provoca: la idea de dos grandes proyectos de
carácter patriótico. Este entusiasmo pone en escena un tipo
de trabajo, que es concreto, constante y dedicado, como
aconsejaba el Próspero uruguayo. El periódico La Patria es
un trabajo regular: ocho páginas semanalmente.
Aquel recuerdo de la infancia es anuncio de lo que vendrá
después: en las Memorias se suceden, de forma vertiginosa y
atiborrada, una serie de datos que nos dan cuenta del “instinto
de perfectibilidad”, como las lecturas emprendidas entre la
adolescencia y la juventud en la casa de las Feltz, donde Ibsen
se le manifiesta en toda su grandeza y complejidad psicológica
y en cuya lista de obras leídas también figuró el Ariel

23
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje.
pp. 39-40.
VIDA Y NARRACIÓN 141

rodoniano:
Las Feltz, que por entonces contaban alrededor de treinta
años (una más y otra menos), habían sido siempre amigas
de la casa; y Leonor, que es hoy la mujer más ilustrada de
Santo Domingo, fue siempre la discípula predilecta de mi
madre. Bajo su influencia y estímulo, comenzamos una
serie de lecturas que abarcaron algunos campos diversos: el
Ariel de José Enrique Rodó nos hizo gustar del nuevo estilo
castellano […]; leímos a D’Annunzio, en las traducciones
francesas de Georges Herelle; releímos Shakespeare, en la
traducción castellana de Mac Pherson; recorrimos diversas
épocas del teatro español […] Pero lo que vino á dar
carácter á aquellas reuniones y á aquellas lecturas fue el
descubrimiento (sí, para nosotros no fue menos cosa) de
Ibsen24.

Como se puede observar, las lecturas emprendidas se hacían


de forma meticulosa, fijándose en las traducciones que se
consultaban cuando no se podían leer en lengua originaria y
eligiendo obras vastas y diversas de la literatura universal. Al
evocar este tipo de detalles aparentemente nimios, Henríquez
Ureña deja ver tanto lo que leía como su metodología de
lectura: cuidadosa y atenta a lo que se lee, a las traducciones
y a las ediciones críticas.
Los círculos de lectura en casa de las Feltz rendirán sus
propios frutos más adelante, cuando el joven ensayista reúna
los trabajos que conformarán su primer libro, Ensayos críticos,
en 1905, donde aparecerá un trabajo sobre el poeta italiano,
“D’Annunzio, el poeta”, y otro sobre la recién publicada obra
de Rodó, “Ariel”. A propósito sus Ensayos críticos, relatará no
sólo las condiciones de su publicación, sino la recepción de
éste, de gran importancia para poder evaluar sus logros:
Mientras tanto, mi libro Ensayos críticos había corrido
buena suerte. La prensa de Cuba, si no se ocupó en él como
en otros libros cuyos autores tenían más amistades que yo,

24
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje.
pp. 61-62.
142 MARIANA BRITO OLVERA

habló de él, sin embargo, lo suficiente […]. En México sólo


hablaron del libro unos cuantos periódicos de importancia
secundaria […]. Lo que más me satisfizo fueron las cartas
de estímulo que recibí de algunas personalidades: Ricardo
Palma (Lima), Juan Zorrilla de San Martín (Montevideo),
José S. Chocano (desde Madrid), Ricardo Jaimes Freire
(desde Tucumán), Numa Pompilio Llona (Quito), José
Enrique Rodó (Montevideo), Justo A. Facio (San José de
Costa Rica), Gil Fortoul (desde Berlín), y otros 25.

La extensa relación de nombres apunta, a su vez, la impor-


tancia que para el joven ensayista tenía, como parte de su
misma formación, la creación de vínculos con otros estudio-
sos de la literatura. Otras cosas que enumerará, más que
relatar, son los centenares de obras de teatro a las que asistió
en Nueva York y en México; las distintas revistas que fundó
y en las que participó, los círculos intelectuales en los que se
formó.
Ahora bien, pese a la filiación del crítico dominicano a la
propuesta rodoniana de trabajo intelectual, no se podría decir
que siguiera sus preceptos de forma acrítica. Desde su ensayo
“Ariel” hace ciertos matices a los planteamientos del maestro
uruguayo. Al hecho de que el Ariel se dirija a la juventud,
apuntará: “Desde luego, se dirige a una juventud ideal, la élite
de los intelectuales; y en la obra hay escasas alusiones a la
imperfección de la vida real en nuestros pueblos”26.
Asimismo, en las Memorias se distancia del profundo senti-
miento anti–yanqui planteado en el Ariel a causa del
utilitarismo norteamericano. Cuando llega por vez primera a
Estados Unidos en 1901, dirá:
Mis impresiones se atropellaban un poco, y yo las veía
todas á través del prejuicio anti–yankee, que el Ariel de
Rodó había reforzado en mí, gracias á su prestigio literario;

25
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje.
pp. 102-103.
26
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. “Ariel”. p. 24.
VIDA Y NARRACIÓN 143

no fue sino mucho después, al cabo de un año, cuando


comencé a penetrar en la verdadera vida americana, y a
estimar su valer27.

El distanciamiento no será total: Henríquez Ureña aprende a


apreciar elementos de la cultura y las artes norteamericanas,
colocándolas al lado de otras obras de gran valer universal, no
obstante, no estará de acuerdo con la postura imperialista
estadounidense que cae, como expresará muchos años después
en su ensayo “Patria de la justicia”, en la gran paradoja de
anunciarse como el país democrático por excelencia y ser, al
mismo tiempo, el menos libre a causa de la gran opresión y
explotación en que se mantiene a las mujeres y hombres.
El modelo de juventud esbozado en el Ariel le permite
articular y dar unidad a la serie de hechos informes que han
conformado su vida, pues seguir un molde “no significa una
estricta observancia del modelo o una forma servil de imitatio,
sino referencia a una combinación, a menudo incongruente,
de textos posibles que sirven al escritor de impulso literario y
le permiten proyectarse al vacío de la escritura, aun cuando
esa escritura concierne directamente al yo”28.
Su ensayo sobre el Ariel cierra con una cita del poeta
dominicano Gastón Deligne que dice: “¡Mira tanto, y tan
lejos, la esperanza!”, cuyo verso aparece en un poema titulado
“Muerta” que, curiosamente, está dedicado a Salomé Ureña,
la madre de Pedro, después de su muerte29. De aquí transita-
mos al otro modelo de realidad vital en las Memorias, que
concierne a su “universo familiar”, con especial énfasis en su
madre, que tendrá el papel de preceptora.

27
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje. p.
66.
28
MOLLOY, Sylvia. Acto de presencia. La escritura autobiográfica en
Hispanoamérica. p. 27.
29
DELIGNE, Gastón F. “Muerta”. En Galaripsos, prólogo de Pedro
Henríquez Ureña. Librería Dominicana, Santo Domingo, 1963. p.
106-110.
144 MARIANA BRITO OLVERA

Volvamos, de nueva cuenta, a nuestra cita principal, donde el


niño Henríquez Ureña se decide por el estudio de la litera-
tura. Ese momento que el muchacho de 25 años considera que
fue resolutivo para toda su vida está ligado a lo intelectual al
mismo tiempo que al espacio familiar: el padre preside la
reunión, la madre se le evidencia como “poetisa afamada” y se
vuelve un impulso para hacer de la literatura, en especial de la
poesía, su “afición favorita”. En ese sentido, Salomé Ureña
cumple la función esencial de iniciadora en la vocación
literaria de su hijo.
Este encuentro del yo autobiográfico con la literatura es
trascendental y sumamente peculiar en el caso de nuestro
autor. Como afirma Sylvia Molloy,
[a] menudo se asocia la lectura con un mentor. […] En el
siglo XIX, el papel lo desempeña casi siempre un hombre,
ya que la lectura se asocia con lo masculino y con la
autoridad. […] Con el transcurso del tiempo, cambian los
mentores asociados a la escena de la lectura. En las
autobiografías del siglo XX, las mujeres sí llegan a ser
figuras significativas, culturalmente influyentes e, incluso,
a veces, dotadas de autoridad cultural 30.

Es singular el rol que desempeña Salomé Ureña: una mujer


que, en el siglo XIX, tiene la autoridad moral e intelectual
suficiente como para guiar a su hijo por el sendero de las
letras. Esta situación extraordinaria en la que el hijo ve a la
madre con un carácter sumamente activo, capaz de bellas
creaciones literarias y elevado pensamiento, jugará su papel
en la configuración de la idea de la mujer en la obra de Pedro
Henríquez Ureña: es después de que el niño Ureña descubre
que su madre es una poeta reconocida cuando empieza a
“formar dos pequeñas antologías, de poetisas dominicanas y
de poetisas cubanas” porque la madre le había hablado mucho
de ellas. En una etapa más madura de su producción intelec-

MOLLOY, Sylvia. Acto de presencia. La escritura autobiográfica en


30

Hispanoamérica. p. 30.
VIDA Y NARRACIÓN 145

tual, cuando escribe Las corrientes literarias en la América


hispánica, las mujeres que escriben tendrán un lugar en la
historia literaria de nuestra América: “Y tampoco las mujeres
vivían todas en ociosidad mental: Eugenio de Salazar menciona
a la ‘ilustre poeta e ilustre señora Doña Elvira de Mendoza,
nacida en la ciudad de Santo Domingo’, aunque no da
muestras de su obra […y menciona a otras escritoras]”31.
(cursivas mías)
El mismo hijo reconocerá en la madre dicha labor de
preceptora. En las Memorias, al morir Salomé Ureña,
escribirá:
Las impresiones de aquellos dos meses y aquel día llenaron
mi espíritu por largo tiempo. Mi madre había llegado á ser
para mí la guía espiritual consultada á cada minuto; y
todavía en Puerto Plata, después de dos años transcurridos
durante los cuales no hizo un solo verso, había agregado
dos estrofas á una composición comenzada en 1890,
completándola y titulándole Mi Pedro32.

No es gratuita en absoluto la alusión al poema “Mi Pedro”.


Como apunta Guillermo Piña-Contreras, “[e]se poema
puede ser considerado como visionario y al mismo tiempo
como el proyecto de una madre con respecto al deseo de lo

31
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Las corrientes literarias en la América
hispánica. FCE, Bogotá, 1994. p. 56. Me parece importante resaltar
este aspecto del pensamiento ureñista no sólo por lo que de
avanzada representa para su época, sino porque esta concepción de
la mujer permitió que en sus obras historiográficas emprendiera
valiosos rescates de numerosas escritoras, desde la época colonial,
que muchos más estudiosos de la literatura habían marginado.
Evidentemente, este pensamiento no escapaba a sus propias
contradicciones, tal como se muestra en algunas epístolas con
Alfonso Reyes, donde el dominicano habla de su esposa, Isabel
Lombardo Toledano, como de un ser infantil, poco activo, incapaz
de tomar decisiones.
32
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje. p.
43.
146 MARIANA BRITO OLVERA

que quería que su hijo fuera en el futuro”33. Asimismo,


muestra que el Henríquez Ureña autobiógrafo se apropia de
ese mismo proyecto. Citemos la primera estrofa del poema:
Mi Pedro no es soldado; no ambiciona
de César ni Alejandro los laureles;
si a sus sienes aguarda una corona,
la hallará del estudio en los vergeles.34

Este fragmento muestra el programa que el mismo


Henríquez Ureña trazó para sí mismo vía el pensamiento de
su madre, sobre todo si consideramos que su labor
emprendida por la reivindicación de la independencia
intelectual de los americanos fue desde la trinchera de las
letras. Las siguientes estrofas son igualmente reveladoras de
este plan íntimo y familiar:
¡Si lo vierais jugar! Tienen sus juegos
algo de serio que a pensar inclina.
Nunca la guerra le inspiró sus juegos:
la fuerza del progreso lo domina.

Hijo del siglo, para el bien creado,


la fiebre de la vida lo sacude;
busca la luz, como el insecto alado,
y en sus fulgores a inundarse acude.

Amante de la Patria, y entusiasta,


el escudo conoce, en él se huelga,
y de una caña, que transforma en asta,
el cruzado pendón trémulo cuelga.

Salomé Ureña había escrito numerosas poesías de índole


patriótica, ya que el patriotismo tuvo un eco peculiar como
tema en la literatura dominicana debido a las constantes
33
PIÑA-CONTRERAS, Guillermo. “El universo familiar en la
formación intelectual de Pedro Henríquez Ureña”. p. 160.
34
UREÑA, Salomé. “Mi pedro”. En Poesías completas. Impresora
dominicana, Ciudad Trujillo, 1950. p. 186.
VIDA Y NARRACIÓN 147

amenazas intervencionistas que ponían en riesgo la frágil


independencia. El autobiógrafo dominicano recuerda que a
los tres años había escuchado decir a varios amigos de la
familia la palabra “patria” y dice: “pregunté a mi madre el
significado; me contestó: ‘Ya te lo diré después’ y escribió una
poesía sencilla, ¿Qué es Patria?, en la cual explicaba a mi
inteligencia infantil la noción […]”35. La Sociedad a la que
asistían los padres tenía esa misma perspectiva: llevaba por
nombre “Amigos del País”. Henríquez Ureña decide asumir
ese legado heredado por sus padres y convertirse, al igual que
ellos, en “Amante de la patria” y del progreso. Tal lo evidencia
el título del periódico que inicia a los doce años: “La Patria”.
Claro está que su concepción de “Patria” no fue la misma
desde la infancia hasta la muerte, ni la idea de progreso de
raigambre positivista hostosiana, pero fue un tema que,
aunque mutando de forma constante, se mantuvo como
problemática a reflexionar a lo largo de su vida36.

35
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje. p.
30-31.
36
Dice en las Memorias: “Ricardo Gómez era devoto de
Schopenhauer y le era intolerable el positivismo. Yo, en cambio,
estaba en plena época positivista y optimista; y muchas veces
discutimos, sin que yo cediera en mis trece. Con Rubén Valenti
también comencé a discurrir sobre filosofía, y él, que leía revistas
italianas y gustaba del naciente movimiento pragmatista, me
despertó la afición por las nuevas tendencias, que yo veía ya
mencionadas en las revistas europeas.”, pp. 109-110. Y más tarde:
“En el orden filosófico, he ido modificando mis ideas, á partir,
también, del mismo año 1907. Mi positivismo y mi optimismo se
basaban en una lectura casi exclusiva de Spencer, Mill y Haeckel
[…]. El positivismo me inculcó la errónea noción de no hacer
metafísica (palabra que se interpretó mal desde Comte); y a nadie
conocía yo que hiciera otra metafísica que la positivista, la cual se
daba ínfulas de no serlo. Por fortuna, siempre fui adicto á las
discusiones; y, después que los artículos de Andrés Gómez Blanco
y Ricardo Gómez Robelo me criticaron duramente mi optimismo
y mi positivismo (el del libro Ensayos críticos), tuve ocasión de
discutir con Gómez Robelo y Valenti esas mismas ideas. Por fin,
148 MARIANA BRITO OLVERA

Con estas analogías entre la poesía de Salomé Ureña y el


camino intelectual que siguió nuestro autor no trato de leer
el poema como una especie de destino condicionado por los
versos de la madre, al contrario, trato de hacer visible que el
mismo Henríquez Ureña elige seguir ese sendero. “El texto
no hubiera tenido importancia si Pedro no hubiera tomado
tan en serio esos versos”37.
Salomé Ureña es también modelo de justicia, de un
pensamiento no totalitario, sino abierto a la heterogeneidad.
Hay en las Memorias una anécdota infantil al respecto:
[E]n alguna ocasión en que nuestras carreras y excursiones
por patios y techos (pues las aficiones literarias no nos
impedían irnos a lugares distantes de la casa á correr, saltar
y trepar) provocaron cierta riña de palabras con unos
muchachos y jóvenes judíos de alguna casa vecina, insulté
á éstos llamándoles judíos y temerosos de la carne de cerdo;
de lo cual se enteró mi madre, y me reprendió haciéndome
ver que, de un modo u otro, todos los hombres adoraban á la
divinidad y que era incultura notoria censurar á las gentes su
religión. Mi impresión (lo recuerdo) fue de estupor al ver
que no había caído antes en la cuenta de lo que ahora me
explicaban.38 (cursivas mías)

una noche á mediados de 1907 (cuando ya el platonismo me había


conquistado, literaria y moralmente), discutíamos Caso y yo con
Valenti: afirmábamos los dos primeros que era imposible destruir
ciertas afirmaciones del positivismo: Valenti alegó que aun la ciencia
estaba ya en discusión: y con su lectura de revistas italianas nos hizo
citas de Boutroux, de Bergson, de Poincaré, de William James, de
Papini… Su argumentación fue tan enérgica, que desde el día
siguiente nos lanzamos Caso y yo en busca de libros sobre el anti-
intelectualismo y el pragmatismo.”, pp. 124-125. HENRÍQUEZ
UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje.
37
PIÑA-CONTRERAS, Guillermo. “El universo familiar en la
formación intelectual de Pedro Henríquez Ureña”. p. 161.
38
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje. p.
41-42.
VIDA Y NARRACIÓN 149

El joven Pedro había sido educado, como también relata, en


el agnosticismo, sin embargo, la madre, lo mismo que el
padre, le enseña a no censurar las ideas ajenas por ser distintas
a las suyas: “Mi padre siempre ha sido agnóstico. Por todo
esto, jamás se me impusieron ideas en pro de la religión ni
menos en contra”39.
El lugar que ocupa lo heterogéneo como categoría para pen-
sar la literatura latinoamericana será central en la obra de
Henríquez Ureña40. Tal se muestra, por citar sólo un ejemplo,
en el capítulo I de Las Corrientes literarias, donde se expone
la formación de una sociedad americana nueva (1492-1600) y
sus repercusiones en la producción cultural, especialmente la
literaria:
Con todo, la que había sido al principio sociedad he-
terogénea de la América hispánica produjo, con el
tiempo, un nuevo tipo de hombre, un tipo predomi-
nante, aunque todavía no general: el homen novo del
sociólogo Euclides da Cuhna, el “nuevo indígena” del
poeta José Joaquín Pérez. No se trata de una raza,
claro está, ni si quiera de una particular mezcla racial,
sino del resultado de muchas generaciones de hombres
de distinto origen que han vivido juntos y bajo las mis-
mas condiciones. El resultado, como dice Ricardo Ro-
jas, no de un ethnos, sino de un ethos.41 (Cursivas
mías)

39
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje. p.
33.
40
La noción de lo “heterogéneo” en Pedro Henríquez Ureña no
tiene aún los matices que introducirá décadas después en sus
trabajos sobre “heterogeneidad cultural” el crítico de la literatura
peruano Antonio Cornejo-Polar, pero me parece que es un
planteamiento que, sin nombrarse así, sigue una línea similar.
41
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Las corrientes literarias en la América
hispánica. p. 45.
150 MARIANA BRITO OLVERA

El homen novo mencionado no es una fusión de razas.


Cuando habla del hombre de la América hispánica se refiere
a él como una unidad de personas diversas, conformada por
una cultura compartida. Es importante notar el desprestigio
de la noción de “raza”, que lo aleja de postulados como los
vasconcelistas y lo acerca más a la manera de pensar de José
Martí, quien dice que “[n]o hay odio de razas, porque no hay
razas”42. El problema de lo heterogéneo es cifrado por el
dominicano en este fragmento, de modo tal que la narración
de una anécdota adquiere el carácter simbólico otorgado por
el autobiógrafo.
La poeta dominicana, además de “modelo de realidad vital”,
influye notoriamente como un personaje en la estructura
narrativa de las Memorias y en la actitud del Pedro Henríquez
Ureña personaje. La primera parte de las Memorias, que abarca
desde el nacimiento de Pedro hasta la entrada a la adolescencia,
es sumamente peculiar en tanto que, a diferencia del resto del
libro, la mayoría de las cosas contadas tienen que ver con la
familia del pequeño Pedro: relata quiénes fueron sus abuelos,
quiénes sus padres, así como sus primeras incursiones en el
estudio pues, según cuenta, aprendió a leer antes de cumplir
los cuatro años. En general, las anécdotas son felices y hasta
graciosas. Sin embargo, después de la muerte de Salomé Ureña,
los acontecimientos se vuelven, por decirlo de algún modo,
menos “íntimos”. Todo lo que se cuenta de ahí en adelante
parecen hechos impersonales: enumeraciones interminables de
lecturas realizadas, de asistencias a obras de teatro o a
conciertos de música y demás.
Esta inflexión se nota incluso en el lugar que ocupa dentro
del entorno escolar el niño Pedro, quien, después de haber
sido educado de forma independiente por sus padres, por
algunos otros instructores particulares y por su madre en el
Instituto de señoritas que ella dirigía, es inscrito en un recién
abierto Liceo Dominicano (1895), dirigido por Emilio

42
MARTÍ, José. Nuestra América, edición de Cintio Vitier, La
Habana, Centro de Estudios Martianos, 2010, p. 15.
VIDA Y NARRACIÓN 151

Prud’homme. Pese a que es la primera vez que Pedro asiste a


la escuela de manera formal, declarará: “mi experiencia en el
Liceo fue agradable: […] fui siempre alumno distinguido, y
nadie me molestó en cosa alguna”43. La percepción del Liceo
en aquella etapa de su vida está asociada a elementos
positivos: sensitivamente, agradable; en lo personal, alumno
distinguido; en lo colectivo, no tuvo problemas con nadie.
Sin embargo, al morir la madre, el mismo Liceo será apreciado
de forma contraria: “Después de la muerte de mi madre,
permanecimos unos cuantos meses en Santo Domingo, y
concurrí de nuevo al Liceo Dominicano, del cual fui desde
entonces mal alumno”44 (cursivas mías). Luego de eso,
emprende un viaje con su padre al Cabo Haitiano y a la vuelta,
declara: “Al volver a Santo Domingo, iba, como dije,
nuevamente al Liceo Dominicano: volví a estudiar allí, en
efecto, pero ya no era el alumno distinguido, pues había
llegado a perder interés por la ciencia, y además comencé a
sufrir con el trato de los alumnos”45. La impresión del Liceo
está ahora asociada a componentes negativos: sensitivamente,
desagradable; en lo individual, pasa de “alumno distinguido”
a “mal alumno”; y en lo colectivo, de no tener problemas con
nadie, comienza ahora a “sufrir el trato de los alumnos”. Hay
un cambio notable en el dominicano a partir de la muerte de
la madre, quien percibe de forma distinta su mundo y el lugar
que ocupa dentro de él.
El personaje de Salomé Ureña es modelo de realidad vital para
el Pedro Henríquez Ureña narrador, así como móvil de
acción para el personaje. Incluso en ausencia, la madre sigue
siendo presentada como impulso vital que incentiva el
crecimiento intelectual de Pedro:

43
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje. p.
38.
44
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje. p.
46.
45
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje. p.
52.
152 MARIANA BRITO OLVERA

Comencé entonces una actividad literaria febril, cuyo


centro era el recuerdo de mi madre; formé una antología de
escritoras dominicanas, con biografías y juicios, en la cual
figuraban las poetisas Encarnación Echavarría de
Delmonte, Josefa Antonio Perdomo, Josefa Antonia
Delmonte, Isabel Amechazurra de Pellerano, Virginia
Ortea, la novelista Amelia Francasci, la joven puerto-
plateña Mercedes Mota, y las discípulas de mi madre […].
Pero mi continuo afán por el recuerdo de mi madre y mi
interés por la poesía dominicana me hicieron concebir un
proyecto: el de escribir la historia de la poesía dominicana.
La documentación, por supuesto, la tenía ya: la informe
Antología de Max; la más escueta hecha por mí46; los tomos
de versos publicados por algunos poetas; la colección Lira
de Quisqueya publicada en 1874; y por último, la Antología
de poetas hispanoamericanos, con prólogo de D.
Marcelino Menéndez y Pelayo […].47 (cursivas mías)

La actividad literaria es el modo en que el joven puede acercar


la figura faltante de su madre, el modo de convertirla en
presencia y a la vez en representación de la escritura femenina
dominicana y de la poesía nacional. La poeta dominicana, en
la perspectiva del yo autobiográfico que narra en las
Memorias, es símbolo del patriotismo, de la literatura en
general y de la poesía en particular, del reconocimiento de lo
heterogéneo. De esta forma, el autobiógrafo dominicano
transporta lo familiar y lo íntimo al espacio de lo intelectual,
generalmente considerado como parte del espacio público.
Otro aspecto a considerar es que el momento en que se lleva
a cabo el acto de revelación literaria es durante una reunión
de la Sociedad “Amigos del país”, un espacio colectivo que es,
a la vez, un espacio familiar. Es necesario mencionar que,

46
En páginas anteriores relata la formación de estas dos antologías
hechas por los hermanos Ureña en su infancia bajo la dirección de
Salomé Ureña.
47
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje.
pp. 46-47.
VIDA Y NARRACIÓN 153

antes de este suceso, el futuro escritor ya había tenido gran


inclinación por la literatura, en especial por el teatro, no
obstante, la carencia latente era la falta de compañeros para
llevar a cabo empresas en grupo:
Mis aficiones literarias, y las de mi hermano Max, que iban
siempre paralelas con las mías, comenzaron realmente por
la influencia de los espectáculos teatrales. […] Bastó,
empero, que concurriéramos al teatro unas cuentas veces
[…] para que estas aficiones cobraran un vuelo
extraordinario, y pasáramos Max y yo todo el día pensando
en el teatro y tratando de reproducirlo. Habríamos querido
ser nosotros mismos actores; pero el deseo se estrellaba ante la
falta de compañeros, y durante mucho tiempo nos
dedicamos a hacer teatro de muñecas, movidos por
nuestras manos. Los dramas en cuestión los decíamos de
memoria, y en abreviatura48. (cursivas mías)

En la narración de esos dos recuerdos se configura lo que


implica la literatura para Henríquez Ureña: más que un acto
de leer individualmente, es un fenómeno social, un acto de
comunidad y encuentro con los otros. El teatro se muestra
como algo fascinante que comparte con su hermano Max,
pero se frustra en su totalidad ante la falta de más
compañeros. Pese a que el teatro es el primer gran incentivo
para adentrarse en el mundo de las letras, el ingrediente
faltante lo encuentra en la reunión celebrada por los “Amigos
del País”. Por ello, es significativo que dentro de los grandes
proyectos intelectuales del dominicano siempre estuviera
presente la formación de sociedades o comunidades literarias,
de hecho “[l]a actividad intelectual de Pedro en México, unos
años más tarde, no es más que una reproducción de lo que
había visto hacer durante años en su universo familiar.
Lecturas compartidas y discusiones intelectuales constituían

48
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje.
pp. 34-35.
154 MARIANA BRITO OLVERA

los juegos infantiles de los hermanos Henríquez Ureña”49.


El Ateneo de la Juventud, antes Sociedad de Conferencias
(1907) y después Ateneo de México (1912), fundado en 1909
por un grupo intelectuales mexicanos y por algunos
extranjeros, como Pedro Henríquez Ureña, fue una de las
experiencias más gratificantes del escritor dominicano
porque permitía este tipo particular de ejercer la labor
intelectual. Un comentario de Gabriel Zaid en torno al grupo
ateneísta da cuenta de este modo de operar del grupo:
Extrañamente, en la tradición mexicana, el Ateneo fue un
grupo sin revista: no sintió la necesidad de tener un órgano
impreso. Actuó por vías extra editoriales: manifestaciones
callejeras, discursos, veladas, exposiciones de pintura,
conferencias […] parecen haberle dado menos importancia
a la revista que al mitin, el foro, la cátedra, la tertulia, el
salón, el banquete, el parlamento, la grilla. 50

No es que los ateneístas no consideraran importantes las


revistas como un medio de primer orden para la difusión de
ideas estéticas o filosóficas: la mayoría de ellos participó con
constancia en este tipo de publicaciones, como bien lo
muestra el índice de Savia Moderna (1906), revista a la que
fueron muy cercanos numerosos miembros de la otrora
Sociedad de Conferencias; aparte, en el “Proyecto de Estatu-
tos del Ateneo de la Juventud”, redactado en noviembre de
1909, en el apartado donde se especifica el destino de los
fondos monetarios se dice que, entre otras cosas, es para el
financiamiento de la revista51. Es decir, lo tenían contemplado
dentro del proyecto, empero, como bien apunta Zaid, le

49
PIÑA-CONTRERAS, Guillermo. “El universo familiar en la
formación intelectual de Pedro Henríquez Ureña”. p. 165.
50
Gabriel Zaid citado en CURIEL, Fernando. La Revuelta.
Interpretación del Ateneo de la Juventud (1906-1929). UNAM,
México, 1999. p. 24.
51
CURIEL, Fernando. La Revuelta. Interpretación del Ateneo de la
Juventud (1906-1929). p. 229.
VIDA Y NARRACIÓN 155

dieron prioridad a otro tipo de actividades que tienen todas


ellas en común el permitir un diálogo en presencia, de cara a
cara, de viva voz (cátedras, tertulias, banquetes, conferen-
cias). Su forma de aprender fue en compañía, al lado de otros
que compartían los mismos intereses “espirituales”. Acerca
de este estilo de trabajo, dirá Pedro Henríquez Ureña –
haciendo alusión a la proyectada jornada de conferencias
sobre temas griegos que, no obstante el esfuerzo y por
razones del contexto nacional, no llegó a realizarse–:
Y bien, nos dijimos: para cumplir el alto propósito es
necesario estudio largo y profundo. Cada quien estudiará
su asunto propio; pero todos unidos leeremos o releeremos lo
central de las letras y el pensamiento helénicos y de los
comentadores… Así se hizo; y nunca hemos recibido
mejor disciplina espiritual52. (cursivas mías)

Y enseguida evocará la célebre velada ateneísta en que el


grupo dio lectura al Banquete de Platón:
Una vez nos citamos para releer en común el Banquete de
Platón. Éramos cinco o seis esa noche; nos turnábamos en
la lectura, cambiándose el lector para el discurso de cada
convidado diferente; y cada quien la seguía ansioso, no con
el deseo de apresurar la llegada de Alcibíades, como los
estudiantes de que habla Aulio Gelio, sino con la esperanza
de que le tocaran en suerte las milagrosas palabras de
Diótima de Mantinea… La lectura acaso duró tres horas;
nunca hubo mayor olvido del mundo de la calle, por más
que esto ocurría en un taller de arquitecto, inmediato a la
más populosa avenida de la ciudad53.

52
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. “La cultura de las humanidades”. En
Obra crítica. FCE, México, 2001. p. 598.
53
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. “La cultura de las humanidades”. p.
598.
156 MARIANA BRITO OLVERA

“Cada quien estudiará su asunto propio; pero todos unidos


leeremos y releeremos lo central de las letras y el pensamiento
helénicos”. ¿Por qué, si cada quien hacía las lecturas
programadas, a la vez que trabajaba en sus estudios particula-
res, era necesaria esa lectura de “todos unidos”? Una tarea
doble era esa: horas de estudio en soledad para luego tener
horas de estudio en conjunto. Las primeras permitían esa
concentración tan necesaria para la comprensión cabal y
cuidadosa de un texto; las segundas hacían que las primeras
se tornaran fascinantes: las palabras escritas por Platón ahora
adquirían volumen, entraban por los oídos, se volvían gesto
en cada uno de los lectores que, emocionados, ansiaban que
les “tocaran en suerte las milagrosas palabras de Diótima de
Mantinea.” El grado de fascinación y abstracción de este acto
comunitario se vuelve tal, que la evocación de Henríquez
Ureña pone en contrapunto el tiempo de la lectura con el
tiempo percibido de ella para hacer más vívida la sensación
que desea transmitir. Tiempo objetivo: “le lectura duró acaso
tres horas”, sin embargo, “nunca hubo mayor olvido del
mundo de la calle”, o sea, de los minutos y horas contadas por
las manecillas del reloj que transcurrían sin que los estudiosos
se percataran de ello. Con la lectura parecen salirse del tiempo
y del espacio: ya no se escuchan los ruidos de “la más
populosa avenida de la ciudad”, sólo la palabra del lector en
turno; las tres horas transcurridas dejan de existir, sólo existe
el tiempo del banquete filosófico. La lectura en comunidad
logra así el encuentro intelectual y espiritual con los otros.

3. LO INTELECTUAL COMO ESPACIO DE INTIMIDAD


Podría pensarse que las Memorias, pese al gran valor docu-
mental que ofrecen con respecto al contexto social y cultural
en el cual estuvo inmerso su autor, no aportan mucho para
que podamos completar la idea de su personalidad. Los
eventos narrados, sobre todo los que le siguen a la muerte de
Salomé Ureña, como ya he mencionado antes, más que consi-
derarse íntimos, parecen ser sólo enumeración de datos que
VIDA Y NARRACIÓN 157

ocultan totalmente la identidad de su autor: enumeración de


lecturas realizadas; descripción de obras teatrales, conciertos
musicales y óperas celebradas en la época en que él y su
hermano Max se encontraban en Nueva York; recuento de
nombres de los intelectuales que, junto con él, formaron la
Sociedad de Conferencias, luego Ateneo de la Juventud;
relatos de acontecimientos importantes para la vida cultural
de México, como la protesta en defensa de Gabino Barreda o
la protesta literaria en defensa de la auténtica Revista Azul,
fundada por Manuel Gutiérrez Nájera, y que ahora “renacía”
bajo la dirección de Manuel Caballero, con el mismo nombre,
pero “muy mal escrita y con un programa en que se atacaba a
los escritores modernistas”.54
La “poca intimidad” con que son tratados los sucesos nos
lleva a tener ciertas consideraciones genéricas, específica-
mente las diferencias existentes entre autobiografía y
memorias. Como se ha podido observar por mis fuentes
teóricas y el tipo de análisis que realizo de las Memorias, he
estudiado el texto como si fuera una autobiografía. Los
motivos para hacerlo se ligan a esta misma discusión teórica.
Con distintos matices, las y los teóricos de la escritura
autobiográfica han coincidido en que una de las distinciones
fundamentales entre los dos géneros es que la autobiografía
tiene un carácter más reflexivo en torno a los sucesos vitales
relatados y hay un intento de configuración del yo que
escribe; mientras que en las memorias, la perspectiva desde la
cual se miran y relatan los sucesos es más lejana o “externa”.
La autobiografía, dadas esas condiciones, permite mucho
mejor un movimiento de Narciso: mirarse a sí mismo y a su
interior; cultivar, mediante las palabras, la personalidad. Cito
la definición de Philippe Lejeune, por ser ésta bastante clara
y esquemática, aunque no libre de objeciones: la autobiografía
es un “[r]elato retrospectivo en prosa que una persona real
hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida

54
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje. p.
114.
158 MARIANA BRITO OLVERA

individual y, en particular, en la historia de su personalidad”.55


Las memorias, según el mismo Lejeune, posen todos los
elementos antes descritos excepto que no ponen el acento
suficiente en la historia de la personalidad, sino en los
acontecimientos que rodean al enunciador del discurso, quien
parece más un observador de los eventos históricos de su
época que un participante de ellos; parece más el sujeto que
mira a través de la ventana y no el sujeto mirado.
Dada la naturaleza de los sucesos expuestos por Henríquez
Ureña en las Memorias (infinidad de listas de fechas, eventos
y nombres de personalidades) y la forma en que son tratados,
su texto indica pertenecer al ámbito de las memorias, pues en
este género, como señala Karl Weintraub, “el hecho externo
se traduce en experiencia consciente, la mirada del escritor se
dirige más hacia el ámbito de los hechos externos que al de
los interiores. Así, el interés del escritor de memorias se sitúa
en el mundo de los acontecimientos externos”56. No
obstante, pienso que en las Memorias hay una clara
configuración de un yo y una conciencia de la escritura
autobiográfica. En el inicio del texto el crítico dominicano
hace toda una reflexión del quehacer autobiográfico. Vale la
pena citar in extenso para comentar a detalle:
Decía Benvenuto que no se debe escribir autobiografías ni
memorias antes de cumplir los cuarenta años; porque hasta
entonces no se tiene la serenidad bastante, ni se contempla
perspectiva amplia. Pero creo que también entonces
muchas cosas pasadas ya no se sienten, y pierden su color
y su carácter; pues por eso acaso conviene, si se tiene
afición á hacer recuerdos, poner por escrito muchos que el
transcurso de una década podría hacer borrosos.
No creo que siempre, al escribir memorias, se piense en el
público; antes creo que se las escribe muchas veces por el
placer de hacer psicología, no tanto psicología propia, sino
de preferencia la de los demás. Nietzsche desconfiaba de

55
LEJEUNE, Philippe. “El pacto autobiográfico”. p. 48.
56
WEINTRAUB, Karl J. “Autobiografía y conciencia histórica”. p.
19.
VIDA Y NARRACIÓN 159

las autobiografías, porque las suponía compuestas; descon-


fiaba de San Agustín y de Rousseau; y sin embargo,
escribió notas autobiográficas. […] La autobiografía, desde
luego, siempre resulta compuesta; pero así debe ser,
psicológica y artísticamente; no podemos exigir que en
ellas se diga todo, pero sí que se digan cosas esenciales y no
se introduzca nada falso. Sabemos que en las Memorias de
Goethe faltan muchas cosas: todas las que resultaron
inútiles para formar el Goethe que el mismo Goethe
concebía y el que nosotros preferiremos a cualquier otro
que á retazos fabriquen los eruditos. Las Memorias nos
pintan el Goethe que se realizó en todos los momentos en
que su vida y su ideal se fundieron y obraron de consuno.
¿Qué nos importan, pues, los momentos en que Goethe
cedía a la presión de la vida ó las horas en que su
pensamiento no tenía relación interesante con ella?
Yo estoy todavía lejos de los cuarenta años; voy á cumplir
los veinticinco; pero ya he vivido lo bastante para temer
que en mi memoria comiencen á formarse lagunas, y
además tengo excesiva afición a psicologizar. Ya alguna vez
emprendí un diario, cuando tenía quince años, en 1899, y
lo continué hasta 1902; pero lo destruí porque en él apenas
apunté otra cosa que impresiones literarias y hechos de vida
externa. Pero ahora quiero componer (sí, componer) una
relación detallada de mi vida con los puntos que han ido
quedando en mi memoria, especialmente en cosas
literarias.57

Lo primero que habrá que resaltar es que, al igual que muchos


autobiógrafos, sobre todo del siglo XIX, el joven Pedro siente
la necesidad de justificar el acto autobiográfico58, contravi-

57
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje. p.
28-29.
58
En el siglo XIX, por ejemplo, el argentino Juan Bautista Alberdi
acusó a Sarmiento de egocéntrico por sus incursiones autobio-
gráficas: “Ni usted ni yo, como personas, somos asunto bastante para
distraer la atención pública”. Citado en MOLLOY, Sylvia. Acto de
presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica. p. 193.
160 MARIANA BRITO OLVERA

niendo, incluso, las máximas de Benvenuto, uno de los


autobiógrafos más célebres. Su justificación va en dos
sentidos: excusa una acción que podría parecer soberbia (“Yo
estoy todavía lejos de los cuarenta años; voy á cumplir los
veinticinco; pero ya he vivido lo bastante…”), con una razón
humilde (“… para temer que en mi memoria comiencen á
formarse lagunas”); por otra parte, afirma que no está
pensando en la configuración de un público, que antes la
escritura del texto es para él59.
También es singular el móvil que expone para el hecho de no
publicar: “hacer psicología”, “no tanto psicología propia, sino
de preferencia la de los demás”. Aquí, sin duda, se inclina hacia
las características del género de las memorias, sin embargo, es
importante observar las razones que da para destruir el diario
escrito a los quince años: “pero lo destruí porque en él apenas
apunté otra cosa que impresiones literarias y hechos de vida
externa”. La balanza se inclina ahora hacia la autobiografía,
porque la razón por la que considera inservible aquel
documento es porque apunta hechos lejanos a su vida personal.
Oscila, entonces, entre uno y otro género.
Esto pone de manifiesto que los límites que hay entre
memorias y autobiografía no son tan claros, además de que
habrá que mencionar que aún en las primeras décadas del siglo
XX no había una distinción tan evidente entre ambos
géneros, es decir, por mucho tiempo los términos “autobio-
grafía” y “memorias” funcionaron como sinónimos (incluso
hoy no creo que esa distinción opere de manera totalmente
diáfana fuera de los círculos de la teoría literaria y autobio-
gráfica). Muchos autobiógrafos nombraron Memorias al

59
No deja de ser curioso, de cualquier forma, que el mecanuscrito
que se conserva de las memorias –que sirvió a la edición preparada
por Alfredo A. Roggiano y a la del Fondo de Cultura Económica,
preparada por Enrique Zuleta Álvarez– tiene agregados a mano de
Henríquez Ureña –unas veces indicados por asteriscos, otras no–,
lo que sugiere que necesariamente releyó el texto, lo corrigió, lo
amplio: todo lo que hace alguien que escribe con conciencia autoral.
VIDA Y NARRACIÓN 161

relato íntimo de su vida (como el caso de Vasconcelos, por


mencionar a un autor ya citado), y el mismo Henríquez
Ureña en el fragmento antes referido llegará a usar ambas
expresiones de manera indistinta: menciona la “autobiogra-
fía” de Rousseau, de San Agustín y de Nietzsche, pero al
hablar de las Memorias de Goethe las aborda cual si fuera
autobiografía. El teórico de la autobiografía Karl Weintraub
hace una observación a su propia definición de “memorias”:
El lenguaje aquí utilizado sugiere claramente que la
diferenciación entre la autobiografía y las memorias no
puede ser rígida ni definitiva. Los tipos ideales, entendidos
en el sentido de Max Weber, son como mecanismos
heurísticos, como meros instrumentos conceptuales,
siempre más puros que la compleja realidad que se supone
que deben explorar. […] Así, no es sorprendente encontrar
en una zona intermedia del espectro muchas obras que son
un híbrido entre las memorias y la autobiografía 60,
puesto que, en muchos casos, el memorialista se toma atri-
butos de autobiógrafo, mientras que, en otros, el autobiógrafo
se aleja de su espejo para observar el mundo desde una
perspectiva “externa”61. Estas interferencias existentes entre
ambos géneros, como bien advierte George May, uno de los
pioneros en el estudio de la escritura autobiográfica,
no son accidentales: pertenecen a la naturaleza misma de
las obras. Por ejemplo, Saint-Simón, a quien se sitúa
generalmente, en virtud de esta clase de distinciones entre
los memorialistas, y quien incluso se considera el príncipe
de los memorialistas, resiste pocas veces la tentación de
intervenir en persona, de una manera o de otra, en su
narración y de hacer algunas reflexiones 62.

60
WEINTRAUB, Karl J. “Autobiografía y conciencia histórica”. p.
19.
61
MAY, George. La autobiografía. pp. 147-148.
62
MAY, George. La autobiografía. p. 145.
162 MARIANA BRITO OLVERA

Algo similar sucede en las Memorias. La reflexión inicial en


torno al acto autobiográfico es muestra de eso: no sólo cavila
sobre lo que conlleva esta acción, sino que ofrece una poética
de lo que va a escribir después, de lo que implican cada uno
de los hechos narrados. El relato de la infancia es sumamente
emocional y los recuerdos evocados van configurando la
personalidad futura del joven Ureña. Después las Memorias
empiezan a volverse más parcas en cuanto a testimonios
íntimos y las enumeraciones comienzan a adquirir mayor
relevancia. No obstante, el ojo personal no desaparece del
todo, porque el autor no se pone en el lugar de testigo, ni
intenta hacer labor documental de los sucesos que lo rodean.
La importancia que le da a su propio perfeccionamiento
intelectual “explica […] el hecho sorprendente de que en un
Diario [el que le sigue a las Memorias] donde se ha dado
cuenta prolija de infinidad de acontecimientos menores, nada
se diga del estallido de la Revolución mexicana de 1910”63,
“[e]n general, las Memorias y el Diario son relativamente
parcos en la información o los comentarios sobre aquellos
acontecimientos que Henríquez Ureña no protagonizaba
más o menos directamente”64. La línea entre memorias y
autobiografía es difusa en el texto del autor dominicano, pero
sin duda, un análisis que no repare en sus condiciones propia-
mente autobiográficas perderá parte de la configuración del
yo que hace de sí Pedro Henríquez Ureña, ligada ésta a su
desarrollo como estudioso de la literatura.
Más aún, pienso que esa misma ausencia de eventos
considerados propiamente “íntimos” nos ayuda, paradójica-
mente, a completar una idea de la personalidad de su autor:
reafirma el carácter reservado de Henríquez Ureña a la hora
de tratar los asuntos propios en el espacio público; muestra la
elección consciente de considerar importantes los sucesos
que se refieren a cuestiones literarias (“Pero ahora quiero

63
ZULETA ÁLVAREZ, Enrique. “Introducción”. En HENRÍQUEZ
UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje. p. 21.
64
ZULETA ÁLVAREZ, Enrique. “Introducción”. p. 19.
VIDA Y NARRACIÓN 163

componer (sí, componer) una relación detallada de mi vida


[…], especialmente en cosas literarias”); por último, hace
visible que lo íntimo para él está atravesado por lo intelectual.
Una carta del 3 de febrero de 1908 dirigida a su gran amigo
Alfonso Reyes da cuenta de estas últimas aseveraciones:
Y en cuanto al trato de las gentes, ya te he dicho que para
mí una intimidad ha de comenzar en el acuerdo intelectual,
no realizándose de veras sino en un acuerdo moral. (Si te
parece que extienda el acuerdo hasta sus consecuencias
últimas, te diré que en efecto se realiza cierto acuerdo físico
en la naturalidad con que acepto la presencia de una
persona, lo cual probablemente es uno de los placeres
latentes de que nos habla la psicología hedonista.) Pero,
como el acuerdo intelectual puede realizarse con muy
pocos, prefiero, con los demás, un acuerdo moral; esto es,
con los amigos que no quiero para íntimos y con los
familiares, que por lo general están en el mismo caso 65.
(cursivas mías)

Sin duda una declaración que puede ser polémica66, pero que

65
En REYES, Alfonso; HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Correspon-
dencia / 1907-1914. FCE, México, 1986. p. 79.
66
Pues podría albergar cierto aire elitista en cuanto a la idea de que
ese pacto intelectual “puede realizarse con muy pocos”. Una de las
cosas que poco se dicen en torno a la figura de Henríquez Ureña es
la contraposición existente entre su generosidad fecunda con sus
discípulos elegidos y su parquedad y distancia con aquellos que
consideraba poco aptos para la labor intelectual. En diversos
comentarios de la correspondencia con Alfonso Reyes, el maestro
dominicano muestra la meticulosidad con que escogía sus
amistades. En una nota al pie acerca de este mismo tema, dirá José
Luis Martínez que “[d]irecta o indirectamente, Pedro Henríquez
Ureña sometía a un examen intelectual a sus posibles amigos”. En
REYES, Alfonso; HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Correspondencia /
1907-1914. p. 82.
Quisiera también subrayar algunos elementos metodológicos
vinculados al empleo de textos epistolares como materia de análisis.
El fragmento que comento de la epístola dirigida a Alfonso Reyes
164 MARIANA BRITO OLVERA

nos ayuda a comprender que la labor intelectual para el maes-


tro dominicano no estaba separada de las cosas más íntimas.
Ya se ha visto en el apartado anterior cómo el trabajo en sus
estudios literarios le sirve para acercar una figura tan
entrañable para él como la de Salomé Ureña (“Comencé
entonces una actividad literaria febril, cuyo centro era el
recuerdo de mi madre”), o cómo el Ariel de Rodó se
interioriza de modo tal que se vuelve eje narrativo y modelo
de realidad vitad en sus Memorias. Podemos concluir enton-
ces que el trabajo intelectual es parte de su vida íntima. Los
hechos considerados “externos” se interiorizan, se vuelven
parte de su personalidad y parte, también, de su “universo
familiar”. En correspondencia con esto, Guillermo Piña–
Contreras señala que
[l]a conducta de Henríquez Ureña, en todos los órdenes
de la vida, había sido trazada por sus padres desde la
infancia en Santo Domingo. Ellos, a su vez, habían sido
propagadores de las ideas positivistas del maestro
puertorriqueño Eugenio María de Hostos. El positivismo
hostosiano trataba de hacer hombres cabales, sin que la
frontera entre la vida pública y la privada fuera perceptible,
poniendo particular empeño en la moral 67.

resulta polémica por los elementos que he mencionado


anteriormente, pero a mí me interesa, sobre todo, para recalcar que
lo íntimo para Henríquez Ureña es lo intelectual. Los textos
epistolares pueden, así, adquirir distintas funciones: pueden ser
consideradas una obra artística, o bien nos permiten ver los
procesos de los “proyectos, técnicas, dudas y problemas (incluso de
índole editorial) que obras de mayor calado están causando en el
momento de su redacción a un escritor. Desde este punto de vista
las colecciones epistolares se convierten para el investigador en
interesantes fuentes documentales”. PUERTAS MOYA, Francisco.
Como la vida misma. Repertorio de modalidades para la escritura
autobiográfica. Celya, Salamanca, 2004. p. 71. Es desde esta
perspectiva que trabajo el fragmento citado.
67
PIÑA-CONTRERAS, Guillermo. “El universo familiar en la
formación intelectual de Pedro Henríquez Ureña”. p. 143.
VIDA Y NARRACIÓN 165

El proyecto ureñista de perfección intelectual, perteneciente


al ámbito de lo individual y lo íntimo, cobra una relevancia
mayor. Como sostiene Weintraub, refiriéndose al momento
de auge de la autobiografía en el siglo XIX:
el cultivo autoconsciente de la individualidad era lo mismo
que vivir en el mundo con la conciencia histórica de ese
mundo. […] La comprensión de la individualidad sólo
tiene sentido como una parte viva dentro del marco de la
sociedad, de la cultura. El entendimiento de que el verda-
dero cultivo del propio yo y de nuestro mundo implica una
responsabilidad hacia el yo y hacia el mundo 68.

Cuando un individuo considera importante escribir autobio-


grafía, resalta la consciencia de su propia historicidad y su
papel en el mundo como sujeto activo productor de cultura.
Eso pese a que los autobiógrafos muchas veces disfrazan esa
consciencia tras justificaciones como las que vimos al inicio
de este apartado.
En las Memorias de Henríquez Ureña el afán de perfección
trasciende los propios límites de lo individual y el proyecto
vital e íntimo se volverá un proyecto colectivo: estudiar
nuestra literatura con rigor, con disciplina. A partir de la
narración de su vida se modela cómo debe ser el intelectual en
nuestra América: esforzado, dedicado. Sólo así podremos
continuar la labor de construcción colectiva que han iniciado,
desde el siglo XIX, los hombres y mujeres que trabajaron por
la emancipación de nuestra América.

BIBLIOGRAFÍA DIRECTA
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje,
introducción y notas de Enrique Zuleta Álvarez. FCE, México,
2000.

68
WEINTRAUB, Karl J. “Autobiografía y conciencia histórica”. p.
33.
166 MARIANA BRITO OLVERA

______________. Las corrientes literarias en la América hispánica.


FCE, Bogotá, 1994.
______________. “Ariel”. En Ensayos críticos, Obra crítica. FCE,
México, 2001. pp. 23-28.
_____________. “La utopía de América”. En La utopía de América.
Ayacucho, Caracas, 1989.
______________. “La cultura de las humanidades”. En Obra crítica.
FCE, México, 2001. pp. 595-603.
______________; Alfonso Reyes. Correspondencia / 1907-1914.
FCE, México, 1986.

BIBLIOGRAFÍA SECUNDARIA
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crítica y anotada por Custodio Vega, Ángel. Biblioteca de Autores
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Juventud (1906-1929). UNAM, México, 1999.
DELIGNE, Gastón F. “Muerta”. En Galaripsos, prólogo de Pedro
Henríquez Ureña. Librería Dominicana, Santo Domingo, 1963. pp.
106-110.
LEJEUNE, Philippe. “El pacto autobiográfico”. En
LOUREIRO, Ángel G. (coordinador). La autobiografía y sus
problemas teóricos. Suplementos Anthropos. Núm. 29, México,
1991. pp. 47-61.
MARTÍ, José. Nuestra América, edición de Cintio Vitier, La Habana,
Centro de Estudios Martianos, 2010.
MAY, Georges. La autobiografía. FCE, México, 1982.
MOLLOY, Sylvia. Acto de presencia. La escritura autobiográfica en
Hispanoamérica. Colegio de México/FCE, México, 1996.
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versiones del bios: la ontología de la autobiografía”. en LOUREIRO,
Ángel G. (coord.), La autobiografía y sus problemas teóricos.
Suplementos Anthropos. pp. 33-47.
PIÑA-CONTRERAS, Guillermo. “El universo familiar en la
formación intelectual de Pedro Henríquez Ureña”. En Cuadernos
americanos, núm. 90, México, 2001. pp. 143-179.
VIDA Y NARRACIÓN 167

PUERTAS MOYA, Francisco. Como la vida misma. Repertorio de


modalidades para la escritura autobiográfica. Celya, Salamanca, 2004.
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En Intersticios, núm. 11, México, 1999.
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WEINTRAUB, Karl J. “Autobiografía y conciencia histórica”. En
LOUREIRO, Ángel G (coord.). La autobiografía y sus problemas
teóricos. Suplementos Anthropos, núm. 29, México, 1991. pp. 18-33.
ZULETA ÁLVAREZ, Enrique, “Introducción”. En HENRÍQUEZ
UREÑA, Pedro. Memorias/Diario/Notas de viaje, introducción y
notas de Enrique Zuleta Álvarez. FCE, México, 2000.

Hybris, Vol. 8, 2017.


UNA GRAMÁTICA DE LA NACIÓN
ARGENTINA. SOBRE EL LIBRO DEL IDIOMA, DE
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y NARCISO
BINAYÁN
Guillermo Toscano y García

1. INTRODUCCIÓN
Mucho menos (re)conocido y examinado que la Gramática
castellana (1938, 1939) que, casi una década más tarde, publi-
carían Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña, El libro del
idioma, de Henríquez Ureña y Narciso Binayán, es, sin em-
bargo, un texto clave en la historia de la enseñanza de la
lengua en la Argentina. Publicado en un momento en que
todavía perduran los debates sobre las consecuencias que la
inmigración masiva habría producido en el español hablado en
el país, El libro del idioma se propone a los maestros argentinos
como un trabajo que, sensible a ese fenómeno de reconfigura-
ción de la identidad lingüística, busca al mismo tiempo renovar
los criterios de enseñanza de la lengua y aportar a la construc-
ción de un sentido de la nacionalidad.
Para ello, Henríquez Ureña y Binayán desarrollan una estra-
tegia que se despliega en dos frentes: por una parte, en un
contexto en el que la práctica docente ha comenzado apenas
un proceso de profesionalización, El libro del idioma inaugura
una práctica editorial novedosa y despliega en dos volúmenes
(uno para el alumno y otro para el maestro) su recorrido
pedagógico. Se trata, como veremos, de una doble transposi-
ción didáctica: los autores se constituyen no solo como presti-
giosos mediadores de un saber para los estudiantes, sino tam-
170 GUILLERMO TOSCANO Y GARCÍA

bién, y fundamentalmente, como formadores y guías de la


práctica docente: en esta tarea de educación del maestro, que
es también una de corrección y control, radica uno de los
aportes destacados de este texto.
Al mismo tiempo, El libro del idioma hace una propuesta
singular en el marco de las discusiones que, desde fines del siglo
XIX, se producen en la Argentina respecto de los efectos que
las inmigraciones masivas habrían tenido en la composición del
cuerpo social y, en particular, en su identidad lingüística. Para
Henríquez Ureña y Binayán, El libro del idioma debe aportar
a la educación de los futuros ciudadanos, tarea que llevan a
cabo a través de una serie de recursos que buscan entrenar a los
estudiantes en los valores de lo nacional. En lo que respecta a
sus habilidades lingüísticas, la decisión de Henríquez Ureña y
Binayán se aleja de la que es habitual en el período: antes que
en la descripción, enseñanza y refuerzo de una variedad norma-
tiva, el español culto peninsular, ponen el acento en las habili-
dades interaccionales y, en especial, en la eficacia comuni-
cativa. Y a esta eficacia comunicativa se llega, según intentare-
mos mostrar, por un camino heterodoxo para la época: privile-
giando el trabajo con los géneros discursivos y colocando en
un lugar subsidiario y funcional la enseñanza de la gramática.

2.- EL ORDEN DEL IDIOMA


El libro del idioma. Lectura, gramática, composición, vocabu-
lario se publica por primera vez en 1927, acompañado de una
Guía para el uso de El libro del idioma.1 Sus autores, Pedro
Henríquez Ureña (1884-1946) y Narciso Binayán (1896-
1970),2 son, como se indica en la presentación de ambos

1
En adelante, LI y GU, respectivamente. Citamos el LI por su
quinta edición (sin fecha) y la GU por la primera (1927).
2
Dominicano uno, nacido en Chile aunque radicado en la Argentina
desde los dos años el otro (cfr., al respecto, Trenti Rocamora 1997:
11). Ambos se inscriben, así, en la tradición de intelectuales que,
como Vicente Rossi o Arturo Costa Álvarez, habiendo nacido fuera
de la Argentina tuvieron sin embargo luego una gravitación decisiva
UNA GRAMÁTICA DE LA NACIÓN ARGENTINA 171

volúmenes, profesionales de formación universitaria y


docentes entrenados, lo que significa que pueden exhibir una
doble y prestigiosa filiación: la que otorga la formación acadé-
mica en lo que respecta a la disciplina, pero también el crédito
de la experiencia docente en algunos de los más importantes
colegios del país. Del primero, se señala que es “Doctor en
Filosofía y Letras; ex Profesor en la Universidad de Minnesota,
en la de México, etc.; Profesor en el Instituto del Profesorado
Secundario y en el Colegio Nacional de La Plata”; del segundo,
que es “Profesor diplomado por la Facultad de Filosofía y
Letras de Buenos Aires; Encargado de sección en el Instituto
de Literatura Argentina de la misma; Profesor en el Instituto
Libre de Buenos Aires y en el Colegio Nacional de La Plata”
(GU: 3).3
En la misma presentación, se indica que el LI ha sido
concebido para los dos últimos años de la escuela primaria,
quinto y sexto grado;4 la estructura del texto es explicada en

en los debates sobre la lengua y la identidad nacional. Volveremos


sobre este punto en la última sección.
3
La apelación a la formación universitaria como protocolo de
legitimación del conocimiento científico es, según hemos señalado
en otro trabajo (Degiovanni y Toscano y García 2010), una conse-
cuencia reciente del proceso de transformación que, desde fines de la
década de 1910, sufre la Facultad de Filosofía y Letras (Buchbinder
1997); y, en el campo específico de las humanidades, de la creación
en 1922 del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires
(Toscano y García 2009).
4
“EL LIBRO DEL IDIOMA ha sido aprobado para uso del 5° y 6°
grados de las escuelas de la provincia de Buenos Aires” (GU: 3).
Posteriores ediciones, sin embargo, amplían la cantidad de distritos
donde el libro ha sido oficialmente aprobado, lo que evidencia el
rápido consenso que este obtiene; la quinta edición (s/f) indica que
el texto que se presenta ha sido “Aprobado para uso del 5° y 6°
grados en las escuelas de la Provincia de Buenos Aires, Córdoba,
Mendoza, etc.”. Hemos registrado la existencia de al menos trece
reediciones del LI y la GU, la última de 1948; significativamente,
ambos textos convivieron durante más de una década con la
Gramática castellana (1938, 1939) de Alonso y Henríquez Ureña.
172 GUILLERMO TOSCANO Y GARCÍA

el “Prólogo” de la GU, donde los autores ofrecen a los


docentes indicaciones específicas acerca de cómo regular el
uso del tiempo en el aula: “El libro se divide en sesenta
lecciones: la primera mitad para el quinto grado, la segunda
para el sexto. Cada lección tiene el material suficiente para las
cuatro o cinco horas que los programas consagran general-
mente a esta enseñanza. No se dan lecciones para más de
treinta semanas porque las últimas del año han de dedicarse
al repaso”. (GU: VII).
A estas sesenta lecciones, siguen en LI dos breves secciones:
unas “Nociones de literatura” y un “Vocabulario” al que
permanentemente remiten las distintas consignas del libro.
Por su parte, cada una de las lecciones se organiza a partir de
las cuatro dimensiones consignadas en el título general de la
obra: la sección “Lectura” presenta un fragmento literario en
el cual se basan las secciones siguientes; “Ejercicio” una tarea
gramatical derivada de la lectura de ese texto;5 “Composi-
ción” un trabajo de escritura y “Ejercicio de vocabulario” una
serie de consignas que integran el manejo del diccionario y la
ejercitación gramatical. Las lecciones impares presentan,
además, un texto poético, destinado a ejercitar la lectura en
voz alta y el análisis prosódico.6 Según la clasificación pro-
puesta por Sardi (2006: 41) de los géneros en los que se
agrupan los libros de texto, el LI es un “libro de texto por
antonomasia”, es decir, un libro que presenta “una rutina de
trabajo que puede organizarse en ejercicios gramaticales,
lectura de textos líricos, cuestionario de análisis, consignas de
composición, y, en algunos casos, se agrega el glosario”. 7

5
En este único caso, la denominación “gramática” presente en el
título del LI se reformula como “ejercicio” al dar nombre a la
respectiva sección; el cambio es ilustrativo de la concepción subsi-
diaria y funcional que los autores tienen de la teoría gramatical,
tema sobre el que volveremos en las secciones siguientes.
6
Una sección, “Manejo del diccionario”, aparece solo en la lección
I de la primera parte del LI.
7
Sardi distingue este tipo de texto del libro de cosas, la novela
UNA GRAMÁTICA DE LA NACIÓN ARGENTINA 173

A su vez, la estructura de la GU va en paralelo con la del texto


del alumno; cada una de las sesenta lecciones contiene indica-
ciones para los docentes que se organizan en tres secciones:
“Comentario gramatical”, “Composición” (esta sección no es
fija) y “Ejercicio de vocabulario”.8

3.- HACIA UNA REGULACIÓN DEL SABER


LINGÜÍSTICO DEL OTRO
Como hemos anticipado, la publicación del LI se produce en
un contexto en el que la profesionalización de la tarea docente
apenas ha comenzado. Por una parte, como señala Cattaruzza
(2009: 107), durante el período se observa una notable
ampliación del número de docentes, cuya tasa de crecimiento
más que duplica la media poblacional:
En Buenos Aires, el crecimiento de los sectores medios –
siempre de difícil e imprecisa definición– creció del 38 al
46 por ciento entre 1914 y 1936. Esos grupos medios, en
torno a 1930, evidenciaban cierto estilo de vida y pautas de
consumo propios en numerosas ciudades argentinas;
estaban integrados por empleados administrativos y otros
trabajadores calificados, profesionales, pequeños comer-
ciantes y también maestros, una figura característica de
esas franjas. Si se atiende a ese sector en particular, se
advierte que, entre 1914 y 1930, el número de maestros
creció el 117 por ciento, mientras que la población
aumentó, aproximadamente, en un 51 por ciento.

Este fenómeno de ampliación del cuerpo docente, sin embar-


go, va en paralelo con otro que ha sido también frecuente-
mente referido en trabajos previos (Narvaja de Arnoux 2001,

pedagógica o novela escolar, la antología literaria o trozos escogidos,


los libros de instrucción moral y la gramática escolar (2006: 41-44).
8
También aquí puede señalarse una reformulación que evidencia la
concepción gramatical de Henríquez Ureña y Binayán: mientras
que en el índice la sección se denomina “Comentario gramatical”,
en los capítulos de la GU se utiliza “Comentario de lenguaje”.
174 GUILLERMO TOSCANO Y GARCÍA

Bombini 2004); hacia fines de la década del veinte, el número


de docentes secundarios formados en profesorados tercia-
rios o universitarios era relativamente bajo, y las clases de
idioma estaban normalmente a cargo de profesionales sin
entrenamiento específico (abogados, médicos, etc.); 9 un
panorama similar se observa en el ámbito de la educación
primaria, donde distintas propuestas, desde comienzos del
siglo XX, habían buscado renovar los criterios de enseñanza y
las prácticas pedagógicas (Tedesco 1970).
En esta línea renovadora se inscribe el LI, y lo hace en primer
lugar adoptando un criterio cuya originalidad ha sido poco
advertida por la crítica:10 la publicación en dos volúmenes,
uno destinado al alumno y otro al docente, es una decisión
editorial novedosa en el panorama de los libros de texto
editados en el país.11
El LI y la GU se presentan, sin embargo, como un texto
único que ofrece un recorrido en dos direcciones: la del
docente y la del alumno. La concepción unitaria e integradora

9
Todavía en 1943 Amado Alonso denunciará esta misma situación
en un texto ya clásico, “Para la historia de la enseñanza del idioma
en la Argentina”.
10
La excepción es Trenti Rocamora (1997: 11): “Párrafo aparte
merece El libro del idioma, compuesto en colaboración con
Henríquez Ureña, también con infinidad de ediciones, pero que
además tiene la particularidad de que sus autores redactaron un
libro paralelo destinado a los profesores titulado Guía para el uso de
«El libro del idioma». Esto era en el año 1926 [sic]. Habría que pasar
medio siglo para que las editoriales y autores advirtieran esta veta y
se tomase como novedosa. Son los manuales para leer El principito
y últimamente El nombre de la rosa, pasando hasta por el manual
para el pato Donald. Binayán y Henríquez Ureña fueron pioneros
en la modalidad. El hecho talentoso fue el poner en manos del
profesor una herramienta anexa al libro mismo, y por ese medio
poder desarrollar sus clases con mayor amplitud ilustrativa”.
11
Pero no inédita: de hecho, la Gramática castellana de Gregorio
Martí se publica en un volumen destinado a los maestros (1876) y
otro a los alumnos (1877).
UNA GRAMÁTICA DE LA NACIÓN ARGENTINA 175

de ambos textos es declarada por los autores en la “Adver-


tencia” que colocan al inicio del LI: “El buen uso que se haga
de este libro dependerá de que el maestro o profesor tenga
presentes las indicaciones hechas por los autores en el Libro
del Maestro [sic]. Sin esa guía, este libro del alumno no tiene
sentido”. La posición se amplía en el “Prólogo” que
Henríquez Ureña y Binayán preparan para la GU, donde
hacen explícitos los criterios que funcionan como fundamen-
to de su propuesta y la voluntad de intervenir, reformulán-
dola, en la práctica docente: allí se señala que el libro que se
presenta “no es, propiamente hablando, un libro de texto: es
un instrumento didáctico” (GU: VII).12 Los autores insisten
también en la necesidad de seguir estrictamente las recomen-
daciones realizadas; la supervisión y el control de la tarea
docente son claves para el recorrido presentado: “Pedimos
que no se descuide una sola indicación: todo en este libro se ha
meditado y tiene su porqué sobre la base de la experiencia
recogida por sus autores en el ejercicio de la cátedra de
castellano, en primer año del Colegio Nacional” (VII).
Esa tarea de control y acompañamiento de la práctica docente
se traduce, en la Guía, en un conjunto de precisas observacio-
nes destinadas a los maestros; observaciones que, en este
“Prólogo”, se formulan en un registro que no es el de la
sugerencia sino el de la instrucción lisa y llana: “El trozo
literario es el núcleo en que se fundará el maestro las más de
las veces para enseñar la gramática”; “De cada lección de
gramática el maestro dictará al niño un resumen breve de la
teoría enseñada, y encargará el ejercicio que se indica”; “La
ortografía se enseña bajo forma de ejercicios: el maestro
escribirá en el pizarrón y los alumnos copiarán” (GU: VIII).

12
La noción de “instrumento didáctico” se recupera nuevamente al
final del “Prólogo” (GU: IX): “Alentamos la ilusión de que este
libro, a pesar de tal cual deficiencia que la práctica hará notar, puede
ser útil en la escuela como instrumento didáctico, y provechoso
como factor de cultura”.
176 GUILLERMO TOSCANO Y GARCÍA

Dos fragmentos resultan ejemplares del alcance de esta tarea


de acompañamiento y control que la GU lleva a cabo de la
tarea docente (tarea que Narvaja de Arnoux, en referencia a
la Gramática castellana de Amado Alonso y Henríquez
Ureña, ha denominado “disciplinar a los docentes”; 2001:
58). Como hemos señalado, cada lección del LI encuentra en
la GU su correlato; allí Henríquez Ureña y Binayán indican
a los docentes de qué modo han de conducir el desarrollo de
la lección, cuáles son las tareas que deben solicitar a los
alumnos, qué criterios deben adoptarse en la corrección e
incluso anticipan cuáles son las dificultades que pueden
presentarse ante los distintos temas. Pero no solo ello; en la
“Lección I” de la GU, los autores hacen ya evidente la
necesidad de incorporar a la tarea de acompañamiento una
nueva dimensión, la del entrenamiento de los docentes en los
conteni-dos que son objeto de enseñanza (GU: 1):

COMENTARIO DE LENGUAJE
SUJETO Y PREDICADO; VERBO, ORACIÓN Y FRASE
El maestro hará leer en alta voz el trozo correspondiente a
esta lección y escribir en el pizarrón las palabras que
aparecen subrayadas en el primer párrafo: ostenta, ocupan,
recorren, llenando, constituyen, proveen, sirven, desenvol-
ver, levantar, es, marcha.
Hará notar en seguida a los alumnos que todas estas
palabras indican acciones. Se tratará de que esta conclusión
sea obtenida por los mismos alumnos.
[…] En el curso de esta explicación el maestro deberá llegar
a algunas conclusiones que hará copiar en un cuaderno
especial.
La primera conclusión será la siguiente:
Verbo es toda palabra que indica acción.

Si, como se ha indicado, El libro del idioma pretende ser no


una gramática o un libro de texto sino “un instrumento didác-
tico”, resulta sin embargo notable que esa instrumentalidad se
UNA GRAMÁTICA DE LA NACIÓN ARGENTINA 177

sostenga en gran medida en una tarea de formación de los do-


centes en los contenidos de la disciplina. En otros términos:
cada lección de la Guía, en particular en lo que respecta a las
cuestiones gramáticales, incluye una explicación y una glosa de
los temas que deben ser presentados a los alumnos. La transpo-
sición didáctica propia del libro escolar se desarrolla, entonces,
en dos niveles: el entrena-miento gramatical encuentra sus
destinatarios tanto en el alumno como en el docente. Pero esos
destinatarios están funcionalmente distinguidos a partir de la
lógica editorial que organiza el texto de Henríquez Ureña y
Binayán; así, la explicación gramatical aparece no en el libro
destinado al alumno sino en el destinado al docente.
Pero la tarea de control de los maestros se lleva a cabo no solo
en relación con los contenidos; también en esta primera
lección de la Guía, pero en la sección destinada a la composi-
ción, Henríquez Ureña y Binayán señalan:
Los autores de este manual se permiten llamar la atención
de los maestros hacia el hecho de que a veces pueden ser
ellos mismos los modelos de falta de concisión que los niños
imitan. Sin entrar a calificar si la literatura de los maestros es
o no digna de imitación, los autores creen que los alumnos
no deben imitar la literatura de los maestros: que los
maestros no deben hacer composiciones modelos en que se
inspiren los alumnos (GU: XX, el destacado es mío).

La abierta crítica a las prácticas lingüísticas de los docentes


anticipa el diagnóstico que Amado Alonso formulará unos
pocos años más tarde, en 1932, cuando presente la lengua de
Buenos Aires como una lengua estropeada y encuentre en
distintos actores sociales, y destacadamente en los docentes,
los responsables de ese deterioro: “Esto es lo típico de
Buenos Aires: [...] las gentes de educación idiomática defi-
ciente están en todos los puestos, en la política, en las profe-
siones liberales, en el alto comercio, y hasta en la prensa y en
la cátedra” (1932: 170). En el caso de Henríquez Ureña y
Binayán, sin embargo, el registro de que los docentes hablan
(o, como en este caso, escriben) una lengua insuficiente se
178 GUILLERMO TOSCANO Y GARCÍA

incorpora como variable de enseñanza, es decir, es un proble-


ma previsto por los autores y anticipado por las interven-
ciones que, en la GU, buscan neutralizar los posibles efectos
negativos de esos usos percibidos como insuficientes sobre el
entrenamiento de los alumnos.

4.- UNA POLÍTICA DE LA LENGUA EN USO


Al finalizar el “Prólogo” con que comienzan la GU,
Henríquez Ureña y Binayán colocan una “Nota” que declara
cuál es el valor y el lugar que, en el LI y en la GU, se concede
a la teoría gramatical:
NOTA. — La doctrina gramatical que aquí se sigue casi
siempre es la de la Real Academia (ediciones posteriores a
1917), no porque se la crea perfecta, sino por que [sic] es la
única con que puede lograrse la uniformidad en la nomen-
clatura y en la doctrina. A los maestros a quienes resulte
molesto ese libro recomendamos la Gramática Castellana
de F. T. D. (tercer grado) (GU, IX).13

A diferencia de lo que sucederá cuando, una década más tarde,


Henríquez Ureña presente junto con Alonso su Gramática
castellana, aquí los autores abandonan desde el inicio cual-
quier voluntad de innovar en relación con la teoría gramati-
cal.14 Incluso la crítica a la gramática académica —un lugar

13
Es interesante registrar que la editorial F. T. D. (fundada por los
Hermanos Maristas en la última década del siglo XIX), dedicada a
la publicación de textos escolares, fue una de las primeras en España
en acompañar sus manuales con un Libro del maestro, si bien su
versión, a diferencia de la de Henríquez Ureña y Binayán, se limita
a indicar ejercicios sin consejos pedagógicos ni ampliaciones
teóricas (se ha consultado el Libro del maestro correspondiente a la
Gramática castellana para tercer grado, 1922).
14
Lo anterior permite también especular sobre las aportaciones
específicamente realizadas por Alonso y Henríquez Ureña en la
preparación de su Gramática castellana (1938, 1939): es posible
suponer, así, y considerando el alto grado de innovación respecto
UNA GRAMÁTICA DE LA NACIÓN ARGENTINA 179

común ya en el período— no encuentra continuidad en el


resto del libro, que desplaza el problema de cuál teoría
gramatical enseñar al de cómo y por qué hacerlo.
También a este respecto la Guía deja explícitamente planteada
su concepción en el “Prólogo”:
El trozo literario es el núcleo en que se fundará el maestro
las más de las veces para enseñar la gramática. En los
ejercicios gramaticales se contiene todo lo que de gramá-
tica exigen los programas vigentes para quinto y sexto
grado. [...] Poca gramática, la estrictamente necesaria y
aplicable, es nuestra preferencia. Pero que esa poca
gramática se aprenda bien, porque es lo menos que se
puede saber, y lo más útil. (VIII)

El concepto de “gramática aplicable” condensa la necesaria


subordinación que, para los autores, la enseñanza gramatical
debe tener respecto del desarrollo de las habilidades lectoes-
critoras. Esto se comprueba, igualmente, en el recorrido
didáctico que presentan en el “Prólogo”, con el que buscan
entrenar a los docentes en una nueva pedagogía de la lengua.
El punto de partida es siempre, como se ha dicho, la lectura
de un texto literario: “Se recomienda leer para aprender el
idioma” (VIII). Este texto es el “núcleo” de la enseñanza
gramatical, es decir, el fragmento donde los alumnos deben
reconocer, no un ideal de estilo o las configuraciones especí-
ficas de la lengua culta, sino las unidades de la gramática. El
reconocimiento debe dar lugar, en el esquema propuesto, a la
objetivación analítica y a la generalización teórica, y de allí
nuevamente a la puesta en uso: las consignas de la Guía solici-
tan a los alumnos que produzcan nuevas (y propias) frases
utilizando las categorías gramaticales objeto de estudio. De
allí, lógicamente, la producción de textos es el tercer paso del
proceso, pero también su momento más importante: “La

de la doctrina académica que la Gramática introduce, que este


alejamiento (paralelo a la adopción de la teoría de Bello) corres-
ponde en lo esencial a Alonso.
180 GUILLERMO TOSCANO Y GARCÍA

parte de composición que le sigue es resultado de un plan


encaminado a un fin: que el niño llegue a decir algo en las
composiciones.” (VIII). El recorrido continúa con la ense-
ñanza ortográfica, una suerte de nivel de control de uso del
código escrito, a la que también se concibe desde un punto de
vista enteramente práctico: “La ortografía se enseña bajo
forma de ejercicios: el maestro escribirá en el pizarrón y los
alumnos copiarán” (VIII). Finalmente, se propone también
una tarea de entrenamiento en el manejo oral del código:
“Cada dos lecciones hay una poesía para ejercicios de recita-
ción. Los alumnos la explicarán en prosa, de viva voz, como
ejercicio de composición oral” (IX).
Esta concepción, que pone el acento en las habilidades comu-
nicativas y subordina la enseñanza gramatical al desarrollo y
entrenamiento de la competencia lectoescritora, encuentra
uno de sus principales fundamentos, según hemos anticipado,
en el específico proceso de reconfiguración social que, desde
fines del siglo XIX, se produce en la Argentina como resulta-
do de los distintos movimientos inmigratorios. Al respecto,
la crítica del período ha señalado reiteradamente que la inmi-
gración masiva abre paso a una discusión respecto del alcance
que el fenómeno inmigratorio tiene en la construcción y
mantenimiento de un sentido de la nacionalidad y, de modo
más específico, acerca de las consecuencias que las lenguas
inmigratorias habrían de tener en el español hablado en el país
(Di Tullio 2003, Ennis 2008). Contemporáneo de estos
procesos sociales y del conjunto de discusiones a que dan
lugar, el LI se coloca frente a ellos a partir del diagnóstico de
que es necesario entrenar a los estudiantes en el “idioma nacio-
nal” (GU: 3), para lo que recuerda a los docentes la necesidad
de que lleven a cabo una “campaña de estilo” orientada a
“combatir contra los múltiples efectos que los diarios de las
localidades, los manifiestos políticos y la redacción de los
anuncios de casas comerciales pueden ejercer en quienes los
rodean” (GU: XX).15

15
En “El problema argentino de la lengua”, Alonso dirá: “Ese escritor-
UNA GRAMÁTICA DE LA NACIÓN ARGENTINA 181

Sin embargo, la crítica a los usos lingüísticos contemporáneos


descansa en una representación que, a diferencia de lo denun-
ciado por las voces alarmistas del período (que ubican en
fenómenos morfosintácticos, léxicos y fonéticos la evidencia
del deterioro producido por el contacto lingüístico), encuen-
tra en el fracaso de la función comunicativa su principal evi-
dencia. Es de aquí que la sección “Composición” se constitu-
ya como el centro de la innovación pedagógica: contra una
práctica que había hecho descansar en la emulación de los
géneros literarios su principal objetivo, Henríquez Ureña y
Binayán proponen un recorrido que ubica en los géneros
discursivos primarios su punto de partida. Así, los autores
proponen en esta sección un conjunto de actividades que
solicitan a los alumnos producir textos ajustados a géneros
discursivos fuertemente ligados a situaciones comunicativas
cotidianas: el billete, la carta, la carta comercial, las solicitudes
y los telegramas son algunos de los géneros a través de los que
se pretende entrenar a los estudiantes en el manejo de las
formas básicas del intercambio verbal (y social).16
La conciencia de que se trata de un recorrido heterodoxo se
expresa en la larga justificación que, en la primera lección de
la GU, Henríquez Ureña y Binayán destinan a los maestros.
Allí, admiten en primer lugar que “Ha de llamar la atención
de los maestros que iniciemos la enseñanza de la composición
por la redacción de billetes” (GU: XX); las razones de este
recorrido se vinculan con factores que son, para los autores,
tanto morales y socioculturales como educativos. En relación
con estos últimos, el argumento que se propone es particular-
mente moderno: “un billete se refiere siempre a una cosa con-

masa es no sólo el poeta mediocre y el oscuro cuentista y el periodista


anónimo, sino también el médico que publica su monografía y el
abogado sus panfletos y el político sus manifiestos.” (1932: 145).
16
Otros géneros a través de los que se organiza la práctica de la
composición son la descripción de láminas, el resumen, el texto
narrativo-descriptivo (como la autobiografía), el diálogo y la
argumentación.
182 GUILLERMO TOSCANO Y GARCÍA

creta, y comienza por billetes familiares porque en el billete


familiar se tiene la más simple y sincera relación del pensa-
miento o sentimiento y la forma”. La posición, que evoca la
distinción bajtiniana entre géneros primarios y secundarios,
se sostiene en la convicción de que la complejidad en la escri-
tura (es decir, en los géneros discursivos que la regulan) va o
debe ir en paralelo con la complejidad que el estudiante ad-
quiere de las relaciones sociales, lo que equivale a asumir que
está determinada por estas situaciones: “Paulatinamente ha
de ir introduciéndose el convencionalismo de las relaciones
con los extraños o de las relaciones comerciales. Todavía des-
pués se introducirá la forma más rigurosa siguiendo también
en esto un orden gradual”.
Las razones morales y socioculturales se vinculan con otra
lógica argumentativa: es necesario, sostienen, rechazar la
práctica habitual que solicita a los alumnos iniciar su trabajo
de composición en géneros literarios y temas alejados de su
experiencia cotidiana; esta rutina tiene el efecto negativo de
que obliga al alumno a un acto de “insinceridad” para escribir
sobre temas que requieren experiencias o sentimientos que,
debido a su edad, nunca ha tenido:
Recuérdese la definición: una carta es una conversación por
escrito. Por esto la carta debe tener naturalidad. (La
naturalidad debiera ser cualidad de cuanto escriban los
niños. Es deplorable hábito acostumbrarlos a simular
reflexiones y sentimientos que sacan de libros o repiten de
los mayores. Por esto hay que cuidar los temas: no exigir a
los niños que escriban sobre asuntos que excedan su com-
prensión. Pero en las cartas debe haber todavía más natu-
ralidad.) Valdrá más que los niños comiencen escribiendo
con demasiada naturalidad: esta es evitable, no siéndolo, en
cambio, la artificialidad. Léase el modelo y coméntese con
los niños” (GU, 10).

Las consecuencias de una práctica docente que obligue a los


alumnos a abordar temas alejados de su inmediatez son tanto
morales (por cuanto habitúa a los niños en la práctica de la
UNA GRAMÁTICA DE LA NACIÓN ARGENTINA 183

insinceridad) como políticas: para Henríquez Ureña y Binayán,


supone la defección de la que conciben como misión central de
la escuela, es decir, formar sujetos aptos para la vida social: en
sus términos, la “insinceridad” tiene consecuencias negativas
para “el futuro ciudadano o la futura madre” (GU: XX).

5.- LA PATRIA EN IMÁGENES


Con esta educación del ciudadano se vincula, finalmente, un
recurso al que el LI y la GU conceden una importancia
central: la utilización de láminas fotográficas como base del
trabajo de composición. Bombini (2004: 221-229) ha
demostrado que, en lo que respecta al campo educativo argen-
tino, la herramienta tiene un claro antecedente en dos proyec-
tos de reforma educativa preparados por Ernesto Nelson: los
“Modelos de cuestionarios” (1913) y el Plan de reformas a la
enseñanza secundaria (1915); Sardi (2006: 87) ha analizado la
innovación didáctica que aporta el recurso, y de qué manera
supone una representación del alumno como aquel “que
participa, que se apropia y que se piensa como sujeto de la
enseñanza”.
Sin embargo, la utilización de láminas no parece representar
en estos textos únicamente un recurso pedagógico; antes
bien, junto con el corpus literario que el LI propone, consti-
tuye una fuerte intervención que, en un contexto en el que
todavía se mantienen los debates sobre los procesos inmigra-
torios y su eventual efecto disolutivo de la identidad nacional,
aspira a ofrecer a profesores y alumnos una representación
del espacio, la historia y la cultura argentina con la que poder
identificarse.17 Se trata, como hemos anticipado, de un

17
Identidad nacional que es, también, identidad lingüística. En este
sentido, resulta significativo que la publicación del LI y la GU se
produzca durante el mismo año en que el debate sobre la posible
existencia de una “lengua de los argentinos” vuelve a emerger en el
ámbito de la masiva prensa porteña: de este año son la conferencia de
Borges “El idioma de los argentinos”, publicada en el diario La
Prensa, la encuesta que, entre el 11 y el 29 de junio de 1927, el diario
184 GUILLERMO TOSCANO Y GARCÍA

nacionalismo paradójico, toda vez que ninguno de los autores


había nacido en el país; que, frente a las opciones desplegadas
en el debate sobre las consecuencias de la inmigración sobre el
español hablado en el país (reclamar la emergencia de una
lengua nueva y distinta o refugiarse en la tradición hispánica y
rechazar todo fenómeno de cambio), opta por una estrategia
única en el período: ofrecer un “libro del idioma” que, ya desde
su título, pretende alejarse de las denominaciones (“idioma
nacional”, “castellano”) que habían previamente definido las
posiciones en pugna. Henríquez Ureña y Binayán proceden,
en ambos textos, a cifrar un conjunto de imágenes de (o para)
la Nación: una operación que busca al mismo tiempo regular el
espacio de los intercambios lingüísticos ya no en términos de
entrenamiento en el uso de la norma culta sino de eficacia
comunicativa.
Hemos señalado antes que la incorporación de textos litera-
rios ocupa, en el LI, un espacio fundamental: los fragmentos
incluidos buscan delinear “un curso de cultura literaria al
alcance de los niños”, “un libro de lectura” (GU: VII). El
criterio adoptado para la selección de textos es formulado
explícitamente por Henríquez Ureña y Binayán: “Todo el
material escogido es de asunto argentino, o, en unos cuantos
casos, general y humano, pero nunca exótico, y los autores
son argentinos, salvo unos pocos nativos de países cercanos,
o bien extranjeros que escriben sobre la Argentina” (GU:
VIII). El casi centenar de textos literarios incluidos en el LI
compone un conjunto heteróclito, que remite en gran medida
al nacionalismo de Ricardo Rojas (cfr. Degiovanni 2007); así,
hace convivir la esperable presencia del panteón de próceres
(San Martín, Belgrano, Sarmiento) con “Comienzo de fiesta
entre los incas”, del Inca Garcilaso; o la literatura argentina
decimonónica con autores contemporáneos (e incluso

Crítica llevó a cabo bajo el título “¿Llegaremos a tener un idioma


propio?” entre dieciséis intelectuales y escritores residentes en el país.
Sobre Borges, véase Degiovanni y Toscano y García 2010; sobre la
encuesta de Crítica, véase Sztrum 1998.
UNA GRAMÁTICA DE LA NACIÓN ARGENTINA 185

jóvenes, como Jorge Luis Borges). Sin embargo, el rasgo


quizás más singular de los fragmentos seleccionados es su
insistencia en la configuración de una topografía de la nación:
“Tucumán”, de Domingo Faustino Sarmiento; “Lluvia en
Córdoba”, de Arturo Capdevila; “Tormenta en el Paraná”, de
Manuel Bernárdez; “El Iguazú”, de Paul Groussac; “La Pampa
Argentina”, de Gabriela Mistral; “El lago Nahuel Huapi”, de
Clemente Onelli y “En el estrecho de Magallanes”, de Roberto
J. Payró son algunos de los textos que contribuyen a
establecer (verbalmente, en este caso) una representación del
territorio nacional.
Las dieciséis fotografías que se incluyen en el LI buscan
ilustrar, en buena medida, esta representación geográfica,
cultural e identitaria; una extensa representación iconográfica
de la Nación. La saga comienza con “Indios araucanos”, y
continúa con “El dormitorio del general San Martín, conser-
vado en el Museo Histórico Nacional”, “Fin de almuerzo”,
“Verano”, “Doma”, “Las armas de la paz” (fotografía que
muestra a un grupo de trabajadores rurales junto a un tractor
y una grúa), “Estación Chorrillos”, “Estación Caracoles”,
“Tilcara”, “Cargando quebracho en el puerto de Santa Fe”,
“Dique Molet en el Río Primero de Córdoba”, “Balneario de
Cacheuta”, “El patrón don Juan de Sandoval”, “El campo de
batalla de San Lorenzo”, “Puerto Blest en el Lago Nahuel
Huapí” y “Cataratas del Iguazú” son las imágenes a través de
las que los autores buscan, en el plano de la comunicación
verbal, activar el uso de secuencias descriptivas; pero también,
en el de la formación cívica, establecer y consagrar una
experiencia (ahora visual) de la nacionalidad para quienes
integran un cuerpo social que acaba de reformularse.

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Tedesco, Juan Carlos. 1970. Educación y sociedad en la Argentina
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Toscano y García, Guillermo. 2009. “Materiales para una historia
del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires (1920-
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Trenti Rocamora, José Luis. 1997. “Para una bio-bibliografía de
Narciso Binayán”. Boletín de la Sociedad de Estudios Bibliográficos
Argentinos. Número en homenaje a Narciso Binayán. 9-30.

RAHL: Revista argentina de historiografía lingüística, vol.


4, Núm. 2, 2012, págs. 155-165
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y JORGE
MAÑACH: PRIMEROS TRADUCTORES DE
SANTAYANA AL ESPAÑOL
Daniel Moreno Moreno

odo comienza cuando José Beltrán Llavador, profesor

T de la Universidad de Valencia y conocido santayanista, 1


me regala el libro Diálogos en el limbo de George Santa-
yana.2 Beltrán Llavador lo había adquirido en la Feria del Li-
bro Antiguo de Valencia en 2010 y su lectura representó para
mí la ocasión de volver a mirar al autor con ojos nuevos y
descubrir el reto que me planteaba.
El ejemplar no indica que se trata de una reimpresión; la pri-
mera edición vio la luz en 1941 en la misma editorial, pero en
la colección La pajarita de papel, dirigida por Guillermo de
Torre, con una elegante pasta dura, tal como pude comprobar
al tener en mis manos el ejemplar de la librería Renacimiento
de Sevilla. El mismo Guillermo de Torre recuerda el hecho,
años más tarde, cuando en 1968 escribe: “Ninguna traducción
ha sido publicada en su tierra nativa; todas llevan el pie edito-
rial argentino”, y en una nota añade: “La primera [traducción]
(por mi iniciativa, si se me permite esta precisión) apareció en

1
José Beltrán Llavador es autor, entre otros textos, de Celebrar el
mundo: introducción al pensar nómada de George Santayana,
Valencia, Universidad de Valencia, 2008.
2
George Santayana, Diálogos en el limbo, Raimundo Lida, pról.,
Buenos Aires, Losada, 1960 (Col. Biblioteca contemporánea, núm.
299), 149 págs.
190 DANIEL MORENO MORENO

una colección que yo dirigía, ‘La pajarita de papel’: Diálogos


en el limbo (Losada, Buenos Aires, 1941)”.3
Tampoco hay indicación alguna sobre el origen de los textos
incluidos y la autoría de las traducciones. Acaso porque se
considera más importante la palabra de Santayana que la
información erudita o quizá porque los editores, inmersos en
su presente, suelen perder la perspectiva de que lo entonces
sabido y casi obvio, con el paso del tiempo podría caer en el
olvido, aunque no siempre completo. En su artículo
“Santayana en Hispanoamérica”, el profesor Enrique Zuleta
Álvarez de la Universidad de Cuyo, en Mendoza, Argentina,
recuerda los datos:
Este libro era, en realidad, una antología de textos de San-
tayana, en traducción de varios autores. Lida tradujo el pri-
mer “Diálogo” [“Locura normal”], “Psicología literaria”,
“Proust y las esencias”, “Del crimen”, “De la prudencia”,
“Del dinero”, y “Del sacrificio de sí mismo”. El ensayista
cubano Jorge Mañach tradujo “El secreto de Aristóteles”;
Antonio Marichalar tuvo a su cargo las versiones de “Reli-
gión última”, “Largo rodeo hacia el Nirvana”, “Prólogo a
los reinos del ser” y “Breve historia de mis opiniones”. “La
ironía del liberalismo” fue traducido por Enrique Apolinar
Henríquez, primo de Henríquez Ureña, quien, a su vez,
tradujo “Aversión al platonismo”.4

Por mor de la exactitud, es bueno precisar la procedencia de


estos textos. Lo haré siguiendo el orden del índice. Los que

3
Guillermo de Torre, “Jorge Santayana”, La Torre. Revista General
de la Universidad de Puerto Rico, vol. 16, núm. 59 (1968), p. 164; y
“Jorge Santayana”, en Del 98 al barroco, Madrid, Gredos, 1969, p.
144. Con todo, en la impresionante nómina de ediciones argentinas
de Santayana que recoge a continuación, Guillermo de Torre olvida
Dominaciones y potestades: reflexiones acerca de la sociedad, la liber-
tad y el gobierno, José Antonio Fontanilla, trad., Madrid, Aguilar,
1953.
4
Enrique Zuleta Álvarez, “Santayana en Hispanoamérica”, Revista
de Occidente (Madrid), núm. 79 (1987), p. 21.
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y JORGE MAÑACH 191

justifican el título del libro, Diálogos en el limbo, son efecti-


vamente los dos primeros: “Locura normal” y “El secreto de
Aristóteles”, que son dos de los diez diálogos en el limbo que
Santayana publicó en 1925 con el título Dialogues in Limbo.
“Psicología literaria” es el capítulo 24 de Scepticism and ani-
mal faith: introduction to a system of philosophy (1923). “Proust
y las esencias” correspondía a “Proust on essences”, publicado
por Santayana en el número 2 de Life and Letters del año 1929,
pp. 455-459. “Religión última” fue la conferencia pronun-
ciada por Santayana en La Haya con ocasión del tricentenario
del nacimiento de Spinoza y había sido recogida en las actas
del congreso.5 “Largo rodeo hacia el Nirvana” era “A long
way round to Nirvana, or, Much ado about dying”, la recen-
sión que Santayana había publicado en la revista Dial en 1923
del libro Jenseits des Lustprinzips de Sigmund Freud. “Prólogo
a Los reinos del ser”, como indica su nombre, abría y anun-
ciaba la ambiciosa ontología santayaniana que tardaría trece
años en alumbrar Realms of being (1927-1940); estaba colo-
cado al comienzo de su The realm of essence: book first of
“Realms of being” (1927). “La ironía del liberalismo (fragmen-
tos)” recogía tres páginas del Soliloquio número 43 de sus So-
liloquies in England (1922). “Del crimen” —que de hecho in-
cluye los apartados que Zuleta considera de modo separado:
“De la prudencia”, “Del dinero” y “Del sacrificio de sí
mismo”— es la versión castellana de “A few remaks”, publi-
cada en la ya citada revista Life and Letters, número 2 de 1929,
pp. 29-35. “Aversión al platonismo” es el brevísimo Solilo-
quio número 5. Y “Breve historia de mis opiniones” corres-
ponde a “A brief history of my opinions”, texto que George
P. Adams y William P. Montague, editores de Contemporary
American Philosophy: personal statements (1930), le pidieron a
Santayana a modo de autobiografía intelectual.
Sería difícil exagerar la importancia de este libro en la tarea de
dar a conocer a Santayana en el mundo de habla hispana. La
selección, tanto si fue dispuesta por Henríquez Ureña como

5
Septimana Spinozana, Hagae Comitis, Martines Nijhoff, 1932.
192 DANIEL MORENO MORENO

miembro del consejo directivo de la editorial Losada,6 como


si fue obra del mismo Lida o de Guillermo de Torre, tal como
apunta éste en la cita anterior, fue sin duda muy acertada. Con
todo, para salir de un error que ha dado lugar a más de un
equívoco, me gustaría aclarar que el contenido de los Dialo-
gues in Limbo de Santayana era distinto. En su edición origi-
nal incluía: “El aroma de las filosofías”, “Vivisección de una
mente”, “Locura normal”, “Autologos”, “Amantes de la ilu-
sión”, “Sobre el autogobierno I”, “Sobre el autogobierno II”,
“El filántropo”, “Nostalgia del mundo” y “El secreto de Aris-
tóteles”.7
Al hilo de su repaso bibliográfico, Zuleta Álvarez también
recoge dónde y cuándo fueron publicadas las respectivas
traducciones. Al menos las de Antonio Marichalar. Así, es
sabido que sus traducciones habían aparecido en Revista de
Occidente,8 en Cruz y Raya9 y en Sur.10 Del resto nada se dice.
Mi idea —ahora sé que era mi ignorancia convertida en
prejuicio— era que el resto de traducciones se habían hecho

6
Como sugiere Zuleta Álvarez, “Santayana en Hispanoamérica” [n.
4], p. 20.
7
A esta edición se ajusta la traducción de Carmen García Trevijano
que publicó Tecnos (Madrid) en 1996 con el título Diálogos en el
limbo. En el momento de escribir estas notas se anuncia una
reedición en la misma editorial que incluirá los diálogos añadidos
por Santayana en 1948, “El filántropo”, “El alma escondida” y “El
vórtice de la dialéctica”.
8
“Religión última”, Revista de Occidente (Madrid), núm. 126
(1933), pp. 274-292; y “Prólogo a Los reinos del ser”, Revista de
Occidente (Madrid), núm. 144 (1935), pp. 233-254.
9
“Largo rodeo hacia el Nirvana”, Cruz y Raya (Madrid), núm. 4
(1933), pp. 64-81.
10
“Breve historia de mis opiniones”, Sur (Buenos Aires), núm. 7
(1933), pp. 7-44. Podría pensarse que estos Diálogos en el limbo
recogían todas las traducciones de Marichalar, pero no es así. Había
publicado también “Prólogo y epílogo a El último puritano”, Sur
(Buenos Aires), núm. 34 (1937), pp. 7-28; y “Prólogo al Reino de la
verdad’, Sur (Buenos Aires), núm. 63 (1939), pp. 11-17.
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y JORGE MAÑACH 193

para la ocasión. Pero no es cierto. Tal posibilidad segura-


mente encajaba con la situación de Raimundo Lida, más joven
que el resto de colaboradores y en aquel momento metido de
lleno en la que sería su tesis doctoral —Belleza, arte y poesía
en la poesía de Santayana (1943).11 Aún quedaban sin fechar
ni localizar las traducciones de Jorge Mañach, Enrique
Apolinar Henríquez y Pedro Henríquez Ureña. Para ser
exactos, al estar erróneamente catalogadas en mi mente, la
situación era peor: lo que pretendía saber ocultaba la
necesidad de seguir buscando.
Mi despertar necesitó la casual confluencia de dos actividades.
Por un lado, en el Congreso Internacional sobre Jorge Santa-
yana, celebrado en la ciudad de Valencia entre los días 16 y 18
de noviembre del 2009, pude escuchar la documentada po-
nencia de Vicente Cervera Salinas, poeta y profesor de la Uni-
versidad de Murcia.12 Ahí estaba bien presente Pedro Henrí-
quez Ureña y se recogía la referencia de dos reseñas de obras
de Santayana a cargo de Xavier Villaurrutia. Por otro lado,
llevaba un tiempo localizando bibliografía, activa y pasiva, so-
bre Santayana. El objetivo era ser minucioso y ayudar a relle-
nar las lagunas existentes en el monumental intento del pro-
fesor norteamericano Herman J. Saatkamp Jr., de localizar to-
das las referencias sobre Santayana.13 A pesar de su esfuerzo,

11
La tesis de Lida fue publicada en San Miguel de Tucumán,
Argentina, por la Universidad Nacional de Tucumán; ha sido
incluida en R. Miguel Alfonso, ed., La estética de George Santayana,
Madrid, Verbum, 2010, pp. 65-185.
12
Vicente Cervera Salinas, “El Sur de Santayana”, en José Beltrán,
Manuel Garrido y Sergio Sevilla, eds., Santayana un pensador
universal, Valencia, Universidad de Valencia, 2011, en prensa.
13
Herman J. Saatkamp Jr. y John Jones, George Santayana: a
bibliographical checklist, 1880-1980, Bwoling Green, Ohio,
Philosophy Documentation Center, 1982. La bibliografía posterior
a esa fecha, o descubierta más tarde, aparece anualmente en las
actualizaciones que desde 1983 lleva a cabo la revista santayaniana
Overheard in Seville. Bolletin of the Santayana Society, dirigida por
Angus Kerr-Lawson.
194 DANIEL MORENO MORENO

las lagunas en lo que respecta a la bibliografía en castellano


eran importantes. De modo que me sumé al proyecto con un
afán no exento de cierto tono reivindicativo al considerar im-
portante recuperar la memoria de lo que se había hecho y se
hacía desde ámbitos no estadounidenses. Y las sorpresas fue-
ron llegando una tras otra, como suele ser habitual, donde me-
nos se espera.
Resultó que Xavier Villaurrutia comienza así su reseña de
Tres poetas filósofos: Lucrecio, Dante, Goethe:
Las primeras menciones, las alusiones primeras y también
las primeras traducciones al español de fragmentos en
prosa de la obra de George Santayana aparecieron en las
revistas literarias México Moderno, de la ciudad de México,
e Índice de la ciudad de Madrid, en el año de 1922 [...] En
México Moderno, al mismo tiempo que la traducción de un
fragmento intitulado “Aversión al platonismo”, apareció
una breve nota biográfica de George Santayana, nacido en
Madrid en 1863, pensador y poeta que escribe en inglés”.14

Ya conocía la famosa pregunta que en 1921 —no en 1922,


como afirma Villaurrutia— Henríquez Ureña había incluido
como aforismo número XIII de “En la orilla”,15 pero me sor-
prendió que el tono general de los catorce aforismos sintoni-
zaba con Santayana: hay ahí una defensa del buen gusto, de la
claridad frente a la bruma, cierta sensibilidad ante el clima
como símbolo de diferencias culturales entre el norte y el sur,
la sensación de vivir en plena anarquía ideológica y estética, el
cultivo de la belleza. En definitiva, aunque Henríquez Ureña

14
George Santayana, Tres poetas filósofos: Lucrecio, Dante, Goethe,
José Ferrater Mora, trad., Buenos Aires, Losada, 1943, libro
reseñado por Xavier Villaurrutia en El Hijo Pródigo (México), núm.
3 (15 de junio de 1943), p. 187. La reseña está recogida en Xavier
Villaurrutia, Obras, México, FCE, 2004, pp. 939-940.
15
“¿Por qué España —que con tanto empeño aspira a tener
filósofos— no se entera de quién es Santayana?”, Pedro Henríquez
Ureña, “En la orilla”, Índice. Revista de definición y concordia
(Madrid), núm. 1 (1921), p. 4.
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y JORGE MAÑACH 195

era veinte años más joven que Santayana, no era ajeno a su


influjo, estaba atento a sus obras.16
Pues bien, la preciosa indicación de Villaurrutia resultó ser
cierta, al menos en parte. Allí estaba: en México Moderno, en
su número 3 del año segundo, correspondiente al 1° de octu-
bre de 1922, al final de la página 185 da comienzo el brevísimo
soliloquio “Aversión al platonismo”,17 tan breve que a
Villaurrutia le pareció fragmento. Ciertamente no a la vista,
ni siquiera en la orilla o al margen, sino casi escondido.
Ningún indicio en el índice. Pero allí estaba, en “Repertorio.
Sección a cargo de Salvador Novo”, tras el texto “Ascesis” de
Walter Pater traducido por Abra, pseudónimo de Octavio G.
Barreda, y seguido del diálogo “La influencia de la ciencia en
la literatura inmortal” en traducción de Salvador Novo.
Santayana estaba algo escondido aunque bien acompañado.

16
En carta del 28 de abril de 1921, un eufórico Henríquez Ureña le
escribe a Alfonso Reyes, siguiendo su costumbre de ponerle al
corriente de cuanta novedad literaria, tanto anglosajona como espa-
ñola, caía en sus manos: “Santayana ha escrito un libro muy notable,
Character and opinion in the United States”, véase Pedro Henríquez
Ureña y Alfonso Reyes, Epistolario íntimo (1906-1946), Juan
Jacobo de Lara, recop., Santo Domingo, Universidad Nacional
Pedro Henríquez Ureña, 1983, vol. III, p. 194. Una vez asentado en
Buenos Aires, Henríquez Ureña volvió a hablar de Santayana en su
estudio “Veinte años de literatura en los Estados Unidos”, Nosotros
(Buenos Aires), año 21, tomo 57 (1927), pp. 353-371; y en varios
números de Patria (26 de mayo, 2, 16, 23, 30 de junio y 7 de julio de
1928). Con el título “Panorama de la otra América”, fue incluido en
su libro Seis ensayos en busca de nuestra expresión, Buenos Aires,
Babel, 1928. El apunte de ciertas diferencias de fondo entre Santayana
y Henríquez Ureña se muestra en su diferente reacción ante el libro
editado por Harold E. Stearns, Civilization in the United States: an
inquiry by thirty Americans (1922). Véase Henríquez Ureña, “Veinte
años de literatura en los Estados Unidos”, antes citado, y George
Santayana, “Marginal notes on Civilization in the United States”,
Dial, núm. 72 (junio de 1922), pp. 553-568.
17
Cf. México Moderno, ed. facsimilar, México, FCE, 1979, pp. 185-
186.
196 DANIEL MORENO MORENO

Resultó ser la primera vez que se vertía el fluido inglés de


Santayana a su idioma materno, el español.
De modo que don Pedro Henríquez Ureña suma a sus mu-
chos méritos el título de ser el primer traductor de Santayana
al español.18 Un dato que hasta el momento no sólo no ha sido
recogido en ningún repertorio bibliográfico de Santayana,
sino que tampoco aparece en la bibliografía que Susana Spe-
ratti Piñero preparó para Pedro Henríquez Ureña, Obra crí-
tica, donde claro que aparece su reimpresión en la edición de
Diálogos en el limbo de 1941.19 Dado que en el momento del
descubrimiento estaba preparando mi contribución “La
trama argentina del santayanismo” para la mesa redonda
“George Santayana: el americano involuntario. Sobre recep-
ciones y rupturas”, que tendría lugar en Buenos Aires el 9 de
diciembre de 2010 en el marco del XV Congreso Nacional de
la Asociación Filosófica Argentina, incluí el dato en mi po-
nencia.
A continuación de “Aversión al platonismo” se encuentra la
anunciada nota biográfica que, dada su brevedad, bien merece
ser rescatada:
Jorge Santayana, pensador español que escribe en inglés,
nació en Madrid, se educó en países diversos, residió en los
Estados Unidos, donde fue catedrático de filosofía en la
Universidad de Harvard, publicó allí varios libros, y desde
1913 reside principalmente en Inglaterra, en Oxford. Es
hoy uno de los pensadores más influyentes en “el mundo
que habla inglés”, uno de los jefes —y aún pudiera llamár-
sele el jefe— del movimiento neo-realista. Aunque escribe
en lengua extranjera, y con maestría que pocos ingleses al-
canzan, Santayana sigue declarándose español: “La nacio-
nalidad y la religión son como el amor y la lealtad hacia las

18
El título de primeros traductores corresponde a Guillaume Lerolle
y a Henri Guentin, quienes en 1917 tradujeron Egotism in German
philosophy (1915).
19
Susana Speratti Piñero, “Crono-bibliografía de Pedro Henríquez
Ureña”, en Pedro Henríquez Ureña, Obra crítica, México, FCE,
1981, p. 789.
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y JORGE MAÑACH 197

mujeres, cosas demasiado entretejidas en nuestra esencia


moral para poderlas cambiar honorablemente”. El breve
ensayo sobre la vaguedad del espíritu inglés, “Aversión al
platonismo” —traducción de Pedro Henríquez Ureña—
está tomado del libro Soliloquios en Inglaterra publicado en
Inglaterra en 1922. De este libro entresacamos unas cuan-
tas muestras.20

Las muestras son la traducción de once citas de otras tantas


perlas, tan abundantes, por cierto, en los Soliloquios santaya-
nianos. Se da la circunstancia de que recientemente he tradu-
cido el libro de Santayana, así que puedo informar al posible
interesado que la cita sobre la nacionalidad incluida en la nota
biográfica está sacada del prólogo a los Soliloquios, donde
continúa de un modo que acaso llevó a Henríquez Ureña a
cortar ahí la frase: “y demasiado accidentales para una mente
libre como para que merezcan ser cambiadas”.21 Y puesto que
las citas hablan no sólo de Santayana, que las escribió, sino de
Henríquez Ureña que al seleccionarlas las hizo de algún
modo suyas, las incluiré a continuación, indicando el solilo-
quio al que pertenecen. Así, aunque de manera parcial, ten-
dremos acceso a las mentes de ambos:
Se nos dice que el Día del Juicio será día de sorpresas: tal
vez una de ellas sea que en el cielo las cosas son aún más
inestables que en la tierra, y que las mansiones allí reserva-
das a nosotros son, no sólo muchas, sino inseguras [Soli-
loquio 6, “Castillos de nubes”].
La inteligencia es apasionada, y natural, y humana, como el
canto; y tanto más pura y más aguda porque se ha emanci-
pado, como el canto, de su finalidad primitiva, si alguna vez
la tuvo, y se ha convertido en deleite para sí mismo [Soli-
loquio 8, “La pregunta de Hamlet”].

20
México Moderno [n. 17], pp. 186-187.
21
George Santayana, Soliloquios en Inglaterra y soliloquios
posteriores, Daniel Moreno Moreno, trad. y notas, Madrid, Trotta,
2009, p. 13.
198 DANIEL MORENO MORENO

Tomando la nación en conjunto, tal vez no hay cosa que


algún inglés no haya visto, pensado o conocido; pero, ¿qué
inglés sabe ver todas las cosas, o cualquier cosa en su ver-
dadero lugar? [Soliloquio 12, “El león y el unicornio”].
Llaman superiores a las cosas que la vanidad o la locura no
se atreven a abandonar. Superior es la palabra con que de-
fendemos lo indefendible; con ella se declara impenitente
la sinrazón; es el grito con que se crean los prejuicios a fa-
vor de todas las cosas que tiranizan a la humanidad. Es la
palabra favorita de los super-snobs... [Soliloquio 15, “El es-
nobismo superior”].
Si Europa perdiera todas las cosas que están ahora ardiendo
en el crisol, la vida humana seguiría siendo amable y siendo
adecuadamente humana [Soliloquio 18, “Dickens”].22
El mundo es una perpetua caricatura de sí mismo: a cada
momento es contradicción y burla de lo que pretende ser
[Soliloquio 18, “Dickens”].
El cristianismo nació de la unión del espíritu hebreo y el
griego [Soliloquio 21, “La Iglesia inglesa”].
Mi instinto me lleva a plantarme bajo la Cruz, con los mon-
jes y los cruzados, lejos de los judíos y de los protestantes
que adoran el mundo y que lo gobiernan [Soliloquio 24,
“Sepulcros de guerra”].
Oxford está leyendo a Plotino. ¡Bendito sea Plotino que
los libra de Hegel! [Soliloquio 50, “Vuelta al platonismo”].
Cordura, tu nombre es Grecia [Soliloquio 48, “El progreso
de la filosofía”].

22
La cita continua: “Extraigo esta reconfortante seguridad de las
páginas de Dickens”, ibid., p. 69. Es sabido que a Santayana la Gran
Guerra —llamada más tarde, por pulcritud enumerativa, Primera
Guerra Mundial— le alcanzó en Oxford, donde leyó a Dickens. De
modo que el ahora de la cita y el ardiente crisol están referidos a la
guerra. Sólo que Santayana no habla de Europa sino de la cristiandad
(Christendom). Ignoro las razones que llevaron a Henríquez Ureña
a hacer tal cambio.
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y JORGE MAÑACH 199

En la malagueña y en la jota encuentro no sé qué estreme-


cimiento infinito, que nunca falla, y vigor inimitable, el vi-
gor que posee siempre la perfección de cualquier especie
[Soliloquio 36, “Contraste con el drama español”].

Animado con semejante descubrimiento, decidí seguir


investigando. En este caso fue la camaleónica Internet la que
me sirvió de ayuda inicial. Bastó, con su característica rapidez,
buscar Jorge Mañach y Santayana para que apareciera una
página dedicada a la revista de avance.23 Ahí se lee: “Con la
revista de avance aparecen, muchas veces por vez primera en
español, obras de escritores europeos y americanos: en
traducción de Mañach ‘La sabiduría de Avicena’ de Jorge
Santayana; del mismo autor, pero traducida por Pedro
Henríquez Ureña, una selección de ‘Aversión al plato-
nismo’”.24 La información es breve, pero preciosa. Sólo había

23
Escrita mejor en minúsculas, como aprendí más tarde, e, incluso
con los años sucesivos colocados delante, así: 1927 revista de
avance, 1928 revista de avance, 1929 revista de avance, 1930 revista
de avance. De hecho la propia revista se cita a sí misma como 1927,
1928, etc. Es decir, siempre distinta, siempre la misma. Otra
particularidad es que, en la portada, el elemento destacado es el año
que, en un juego tipográfico a tono con las vanguardias, parece
bailar o estar inquieto: el 1 cae peligrosamente hacia la izquierda,
mientras que el 9 y el 2 —o el 9 y el 3, en su caso— juntan sus
cabezas en apoyo mutuo que aleja la caída y el 7, 8, 9 y 0 se escoran
hacia la derecha. Es un juego, con todo el peligro y la inocencia que
éste conlleva, propio de poetas e intelectuales jóvenes que aspiraban
a remover el mundo cultural de La Habana. Me parece un acierto
genial en su aparente sencillez; de hecho aún resulta incómodo citar
la revista con exactitud, no se deja apresar fácilmente. Una
sugerencia al paso: ¿por qué no publicar juntas las “Directrices” que
abrían cada número? Y una confesión personal: mientras buscaba
referencias a Santayana, me descubría leyendo las “Directrices” con
avidez y sorpresa, hay ahí mucha información y, sobre todo, un
tono que estaría muy bien rescatar.
24
En revista de avance, DE:
<http://eddosrios.org/obras/literatura/avance.htm>.
200 DANIEL MORENO MORENO

que encontrar la revista y buscar. Según el catálogo colectivo


de la red de bibliotecas universitarias españolas (Rebiun) hay
tres colecciones completas disponibles: en la Biblioteca Hispá-
nica de la Agencia Española de Cooperación Internacional para
el Desarrollo (AECID), en la Escuela de Estudios Hispano-
americanos de Sevilla y en la Residencia de Estudiantes de
Madrid, ambas dependientes del Consejo Superior de Investi-
gaciones Científicas (CSIC). De modo que al poco tiempo me
encontraba en la biblioteca de la Residencia de Estudiantes
hojeando las páginas de la revista de avance.
Y efectivamente, allí estaba. En el número 4 del año 1927, las
páginas 78, 79 y 81 recogen el comienzo de “La sabiduría de
Avicena (Diálogo en el limbo)” por Jorge Santayana. 25 Digo
el comienzo porque continúa en la página 84, donde se in-
forma sobre Jorge Mañach, el traductor. Pero el diálogo no
acaba realmente ahí, queda trunco sin que se informe del he-
cho. En el número 5 el diálogo continúa en las páginas 108 y
109, pero tampoco acaba. En esta ocasión se da aviso de la
circunstancia con un “Seguirá”. El diálogo concluye, enton-
ces, en el número 6, páginas 136 y 137, con el recordatorio
“Versión española de Jorge Mañach”, circunstancia que lo
convierte en el segundo traductor de Santayana. Un dato que,
de nuevo, no sólo no está recogido en ningún repertorio bi-
bliográfico de Santayana hasta el momento, sino que tampoco

25
La nota biográfica informa que: “Jorge Santayana es un notabilí-
simo filósofo de origen español que, por no haber escrito sino en
lengua inglesa, apenas es conocido fuera del mundo anglosajón,
donde goza de raro prestigio. ‘1927’ quiere contribuir a divulgar el
conocimiento entre los nuestros de ese notable pensador de nuestra
estirpe —catedrático que fue, durante veinte años, de Historia de la
Filosofía, en la Universidad norteamericana de Harvard— publi-
cando este bello y profundo ensayo, cuya versión castellana, del ori-
ginal inglés, ha sido hecha especialmente para estas páginas”, 1927
revista de avance (La Habana), núm. 4 (1927), p. 79.
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Y JORGE MAÑACH 201

aparece en la bibliografía de Jorge Mañach que Dolores F.


Rovirosa preparó en 1985.26
Aún falta por explicar la relación entre “La sabiduría de
Avicena” y el diálogo “El secreto de Aristóteles” que recogen
los Diálogos en el limbo. Resulta que Santayana daba a cono-
cer sus escritos en diversas revistas antes de formar parte de
sus libros. Varios diálogos en el limbo, de hecho, vieron la luz
entre 1924 y 1925 en Dial, entonces revista modernista norte-
americana. En el número 77 de agosto de 1925 fue publicado
“The wisdom of Avicenna: a dialogue in Limbo”, en las pági-
nas 91 a 103. Allí tuvo que leerlo Mañach y tuvo que llamarle
más la atención que los publicados con anterioridad en la
misma revista: “On self-government” I y II, y “The sorrows
of Avicenna”. Este último, por cierto, también cambió su
nombre por el de “Homesickness for the world” para
incorporarse a Dialogues in Limbo.
Al comparar “La sabiduría de Avicena” y “El secreto de Aris-
tóteles” se comprueba que el segundo alarga el parlamento ini-
cial de Avicena y que continúa el diálogo final entre el Foras-
tero y Avicena con varias cuestiones más. De modo que hay
que pensar que para la edición argentina se le pidió a Mañach
que completara su traducción para ajustarse al nuevo título.
El repaso a las páginas de la revista cubana me colocó ante la
reseña, sin firma, del siguiente libro de Santayana, Platonism
and the spiritual life (1927), una obra calificada como “exqui-
sita sonata filosófica” y como “un libro bello, sereno, desilu-
sionado”.27

26
Sin embargo, Mañach recoge otros datos igualmente olvidados: la
noticia de la muerte de Santayana dada en “Jorge Santayana”, Diario
de la Marina (La Habana), 28-X- 1952, p. 56; y su artículo
“Santayana y D’Ors”, Cuadernos Americanos (México), vol.
LXXXIII, núm. 5 (septiembre-octubre de 1955), pp. 77-101; cf.
Dolores F. Rovirosa, Jorge Mañach: bibliografía, Madison, Wi.,
Universidad de Wisconsin, 1985, p. 75.
27
1927 revista de avance (La Habana), núm. 6 (1927), p. 147. La
reseña incluye una memorable cita: “Comprendiendo demasiado
202 DANIEL MORENO MORENO

Finalmente encontré, aprisionada al final de la página 79 del


número 15 del mismo año 1927, la reimpresión, completa, de
“Aversión al platonismo”.
He de acabar aquí mi recorrido porque aún no he localizado
la traducción de Enrique Apolinar Henríquez del fragmento
de “La ironía del liberalismo”, si es que se publicó con ante-
rioridad a su inclusión en Diálogos en el limbo. En cualquier
caso abundaría en la conclusión de estas notas: las primeras
traducciones de ensayos de Santayana al español fueron ameri-
canas. El resto de la historia es conocido.28

 Cuadernos Americanos, 137 (México, 2011/3), pp. 151-


161.

para enamorarse jamás; amando demasiado para enamorarse


nunca”, que se encuentra al final del capítulo 23; cf. George Santa-
yana, Platonismo y vida espiritual, Daniel Moreno Moreno, trad.,
Madrid, Trotta, 2006.
28
Cf. Cayetano Estébanez Estébanez, “La recepción de la obra de
Santayana en España”, en Vicente Cervera Salinas y Antonio Lastre,
eds., Los reinos de Santayana, Valencia, Universitat de Valéncia,
2002, pp. 181-194; José Beltrán Llavador, “Sueños de pájaro enjau-
lado. Santayana en España: una aproximación bibliográfica”, Limbo.
Boletín Internacional de Estudios sobre Santayana, suplemento de la
revista Teorema, núm. 25 (2006), pp. 3-26; Daniel Moreno Moreno,
“Santayana en castellano”, en Jacobo Muñoz y Francisco José Mar-
tín, eds., El animal humano: debate con Jorge Santayana, Madrid,
Biblioteca Nueva, 2008, pp. 239-252.
ENTRE LA ESCLAVITUD Y LA UTOPÍA
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA (1884-1946)
José Emilio Pacheco

o hay empresa más colectiva que la cultura y ninguna

N exaltación centenarista bastaría para atribuirle el


mérito exclusivo de lo que ha sido y es obra de
muchos. Pero sin él todo hubiera sido distinto y no existiría
el suelo nutricio que ha hecho posible a la gran literatura
hispanoamericana de hoy.
“Ensanchemos el campo espiritual; demos el alfabeto a todos
los hombres; demos a cada uno los instrumentos mejores
para trabajar en bien de todos; esforcémonos por acercarnos
a la justicia social y a la libertad verdadera; avancemos, en fin,
hacia nuestra utopía... el perfeccionamiento de la vida humana
por medio del esfuerzo humano”, escribió en 1925. Por el
medio en que nació y se formó, Henríquez Ureña fue el lazo
de unión entre el liberalismo libertario (no el liberalismo
opresor de las oligarquías criollas) del siglo XIX y el pensa-
miento del siglo XX. Dio a los hispanoamericanos la concien-
cia de que nuestra inferioridad económica en modo alguno
nos condenaba a la inferioridad intelectual. Contribuyó a la
demolición del positivismo. Rompió el monopolio francés en
el campo de los modelos literarios e introdujo revolucionaria-
mente el ejemplo de la literatura anglosajona. Con toda su
admiración por Rodó, hizo a un lado la creencia arielista de
que “ellos” tenían el poder, la fuerza y la riqueza pero “noso-
tros” la cultura.
204 JOSÉ EMILIO PACHECO

PRIVILEGIO Y DEBER
En 1909, a los veinticinco años, escribió: “Nuestra literatura
no es sino una derivación de la española... Solo cuando logre-
mos dominar la técnica europea podremos explotar con éxito
nuestros asuntos”. El dominio de esa técnica exigía en primer
término el conocimiento del español, el vínculo incomparable
que une a nuestros países, y a ello dedicó tantos esfuerzos
como al rescate de la tradición clásica castellana, tan nuestra
como de los peninsulares, de la que nos había incomunicado
el mismo proceso descolonizador.
Al tiempo que secularizaba las letras grecolatinas para sacarlas
del convento y el seminario y ponerlas en la plaza pública,
valoraba a los grandes escritores de nuestros países y nos daba
la primera noción firme y orgánica de una literatura hispano-
americana. Para él una tragedia griega y una novela de Jane
Austen eran objetos tan dignos de estudio y admiración
como los romances populares y las leyendas folklóricas.
El privilegio de adquirir la cultura impone el deber correlativo
de distribuirla por medio de la enseñanza, la conferencia, el
libro, la revista, el periódico. Sin Henríquez Ureña toda la
empresa vasconcelista, que aún sustenta a la educación mexi-
cana, hubiera sido muy distinta. El libro fue el instrumento
predilecto de Henríquez Ureña. Todas las colecciones de
clásicos que se han hecho después responden a su idea inicial,
como las antologías, las historias literarias, los textos panorá-
micos. Su presencia en el mundo editorial —de los libros que
editó Vasconcelos al Fondo de Cultura Económica y Siglo
XXI, de “Las cien obras maestras” de Losada a las traducciones
de literatura europea moderna hechas por “Sur”— aún está por
reconocerse en cuanto significa.
Tampoco se ha visto su importancia en el periodismo literario
al que impuso los mismos niveles de rigor que al trabajo
académico, en contra de lo que llamó el “impresionismo” y la
hojarasca seudolírica que sustituía a la reflexión y la
documentación.
ENTRE LA ESCLAVITUD Y LA UTOPÍA 205

HOMENAJES Y DESAGRAVIOS
Las enumeraciones podrían continuar sin que se agotara la
lista de nuestras deudas con Henríquez Ureña. En una breve
serie de notas trataremos al menos de aludirlas y de insistir en
su influencia personal y directa sobre nuestros grandes escri-
tores —de Reyes, Guzmán, Vasconcelos y Torri, a Borges,
Martínez Estrada, Novo, De la Selva y Sábato— que sólo
puede compararse a la que simultánea mente ejerció Ezra
Pound en lengua inglesa.
El 7 de mayo de 1981, cuando los restos de Henríquez Ureña
fueron trasladados de Buenos Aires a Santo Domingo, Borges
intentó decir unas palabras que se vieron interrumpidas por
el llanto. Alcanzó a expresar que Argentina se portó tan mal
con Henríquez Ureña que ni siquiera le permitió la titularidad
como profesor. Unos años antes Sábato había dicho que su
país lo trató como si hubiera sido argentino. En México debe-
mos reconocer que aquí también le dimos trato de mexicano:
dos veces, en 1914 y en 1924, la conspiración de los mediocres
(y los nada mediocres) lo arrojó de esta implacable ciudad —
pero nada ni nadie logró destruir los cimientos que dejó para
siempre. Todos los homenajes de 1984 tendrán pues un
carácter vergonzante de desagravio.

LA ISLA ESPAÑOLA
Henríquez Ureña pertenece a toda América y muy especial-
mente a México, Argentina y Cuba, pero es sobre todas las
cosas un dominicano, un antillano, y no podríamos entender-
lo sin el hecho decisivo de que nació en Santo Domingo y en
la élite intelectual independentista de las Antillas. Como
aprendimos y olvidamos en la escuela primaria, Cristóbal
Colón llegó en su primer viaje a la isla Quisqueya. “Madre de
Todas las Tierras”, nombre simbólico después porque de allí
partieron todas las expediciones de conquista. El 12 de
diciembre de 1492 el almirante tomó posesión de la isla y la
llamó Española. Cuatro años más tarde su hermano
Bartolomé fundó Santo Domingo. Allí comenzó todo: la
206 JOSÉ EMILIO PACHECO

esclavitud y el genocidio, la cultura y la civilización europeas


en el Nuevo Mundo. Santo Domingo tuvo la primera univer-
sidad, el primer hospital, el primer convento, también los
primeros “repartimientos”, y las primeras matanzas. Taínos,
lucayos, ciguayos y caribes fueron exterminados por las
epidemias, los trabajos forzados, los perros del conquistador,
la tristeza de la derrota. Y sin embargo en Santo Domingo
nació, por vez primera en un pueblo conquistador, la
conciencia de la ilegitimidad y la inhumanidad de todos los
imperios sin excepción alguna.
En 1511 el encomendero Bartolomé de las Casas escuchó el
sermón de fray Antonio de Montesinos contra la crueldad de
los conquistadores y decidió cambiar su vida y ponerla al
servicio de los naturales de América. La isla Española, escribió
Las Casas, “fue la primera donde entraron los cristianos y
comenzaron los grandes estragos y perdiciones de estas
gentes y que primero destruyeron y despoblaron, comenzan-
do los cristianos a tomarse las mujeres e hijas a los indios para
servirse y para usar mal de ellas y comer les sus comidas... y
otras muchas fuerzas y violencias y vejaciones...”

DE LOS PIRATAS A LOS “MARINES”.


En De Cristóbal Colón a Fidel Castro: El Caribe frontera
imperial (1969), dice Juan Bosch: “El Caribe está entre los
lugares de la tierra que han sido destinados por su posición
geográfica y su naturaleza privilegiada para ser fronteras de
dos o más imperios. Este destino lo ha hecho objeto de la
codicia de los poderes más grandes de Occidente y teatro de
la violencia desatada entre ellos.”
La isla Española está en la ruta entre Europa y el norte de
América. A partir de 1914 su cercanía con el canal de Panamá
selló su destino por mucho tiempo, la República Dominicana
era el último eslabón que faltaba para convertir el Caribe en
un lago angloamericano y al padre de Pedro Henríquez
Ureña, Francisco Henríquez y Carvajal, le tocó ser presi-
dente en 1916 cuando, relata Bosch, desde el acorazado
ENTRE LA ESCLAVITUD Y LA UTOPÍA 207

“Olimpia” el capitán H.S. Knapp declaró que “la República


Dominicana queda puesta en un estado de ocupación militar
por las fuerzas bajo mi mando, y queda sometida al gobierno
militar y al ejercicio de la ley militar, aplicable a tal ocupación.”
Cuatro siglos de tragedias habían desembocado en esa nueva
catástrofe. Al desaparecer la población indígena se importa-
ron africanos capturados en sus tierras y vendidos como
esclavos con un rango zoológico inferior aún al de los indios
Los piratas que tenían su cuartel general en la cercana isla
Tortuga hicieron sus plantaciones en la Española para aprovi-
sionarse. En 1697 la ya muy debilitada España cedió a Francia
lo que hoy es Haití y en 1795 toda la isla. Los rebeldes haitia-
nos invadieron Santo Domingo y en 1809 los criollos los
expulsaron y regresaron voluntariamente a manos de sus
dominadores.
En 1821 proclamaron sin lucha la independencia del “Haití
español” que estaba destinado a formar parte de la Gran
Colombia, la confederación bolivariana. Al fracasar el sueño
de Bolívar, de nuevo se convirtieron en colonia de Haití hasta
que en 1844 se logró la segunda independencia. En 1861 un
dictador también apellidado Santana reincorporó el país a
España, aprovechando la guerra de Secesión que impedía la
práctica de la doctrina Monroe. Al terminar aquélla, la resis-
tencia dominicana logró la salida de los españoles e impidió la
anexión a los Estados Unidos.
Cuando nació Henríquez Ureña gobernaba la Dominicana
Ulises Hureaux, un pillo que se robó cuanto producía la
exportación de azúcar a Norteamérica y contrajo una deuda
externa impagable. La deuda llevó en 1905 a que los anglo-
americanos asumieran el control de las aduanas y en 1915
nombraran su propio consejo de gobierno y su propia policía
dirigida por los infantes de marina. El Congreso, en un acto
de dignidad, designó presidente al doctor Henríquez que
vivía exiliado en Santiago de Cuba. Los “marines” lo provoca-
ron con interminables allanamientos en busca de armas y
cuando encontraron resistencia decidieron la ocupación
208 JOSÉ EMILIO PACHECO

directa y total. Henríquez volvió al destierro y no dejó de


luchar hasta su muerte por la independencia de su país.

MARTÍ, HOSTOS Y SU CÍRCULO


Después de la experiencia africana y de Los condenados de la
tierra sabemos de memoria la ecuación que nos explica a
nosotros mismos: una colonia debe vender baratos los
productos de su suelo y subsuelo a la metrópoli y comprar
caros los productos manufacturados que ésta le exporta. Para
que la relación funcione hay que superexplotar a los coloni-
zados y pagarles salarios cada vez más bajos. La única justifi-
cación posible para aceptar lo inaceptable es la ideología
racista: los colonizados somos subhumanos y como tales
debe tratársenos.
Entre los productos de exportación que la metrópoli envía a
la colonia está la cultura que es siempre un arma de libertad y
por eso los españoles fueron tan cuidadosos en negarla a sus
colonizados. Por tradición familiar Henríquez Ureña fue un
heredero directo de José Martí (18351895) y de Eugenio
María de Hostos (1839-1903). Hostos, el gran intelectual de
Puerto Rico, luchó por la independencia de las Antillas en su
conjunto. El autor de la Moral Social y La peregrinación de
Bayoán dirigió en Nueva York el periódico de la Junta
Revolucionaria Cubana. Vivió en Brasil, Chile y Venezuela
pero su gran labor educadora la hizo en Santo Domingo. Allí
fundó la Escuela Normal y luchó porque las mujeres de toda
América tuvieran acceso a la instrucción superior.
Los principales colaboradores de Hostos fueron los herma-
nos Federico y Francisco Henríquez y Carvajal, así como
Salomé Ureña, hija a su vez de Nicolás Ureña, político y
poeta popular. Federico Henríquez (1848-1951) fue, con el
mexicano Manuel Mercado, el amigo más próximo de Martí,
quien le dirigió su testamento político. Escribió muchos libros
entre los que destacan Guarocuya: monólogo de Enriquillo (el
cacique que opuso resistencia heroica a los españoles) y Rosas
de la tarde. Es quizá el único escritor en el mundo que ha
ENTRE LA ESCLAVITUD Y LA UTOPÍA 209

presenciado la celebración de su propio centenario en 1948 y


ha muerto a los 103 años.
Francisco Henríquez (1859-1935) fue abogado y médico
cirujano que se graduó en París. Ministro de Relaciones
(1899-1901) y Presidente de la República (1916), formó parte
en 1880 de la Sociedad de Amigos del País y fue nombrado
por Hostos codirector de la Escuela Preparatoria. Ese mismo
año se casó con Salomé Ureña (1850-1897) de quien la
Sociedad había publicado por suscripción popular sus 33
poemas líricos y el poema épico Anacaona.

RUINAS Y PRESAGIOS
En 1878 la joven, que escribía con el pseudónimo de
“Herminia”, recibió en un acto popular consagración como la
más grande poetisa dominicana y la voz de la patria y el
progreso. Es decir, desempeñó en su patria un papel muy
similar al que había representado para los independentistas
irlandeses “Speranza”, Jane Francesca Elge (1826-1896), la
madre de Oscar Wilde.
Salomé Ureña de Henríquez fundó en 1881 el Instituto para
Señoritas, primera escuela de enseñanza superior abierta a las
mujeres de Santo Domingo. En su Antología de la poesía
hispanoamericana Marcelino Menéndez y Pelayo la definió
como “egregia poetisa que sostiene en sus brazos femeniles la
lira de Quintana y Gallego, arrancando de ella robustos sones
en loor de la patria y la civilización, que no excluye más suaves
tonos para cantar deliciosamente la llegada del invierno o
vaticinar sobre la cuna de su hijo primogénito.” En realidad,
los vaticinios no fueron sobre el primogénito, Francisco, sino
sobre el segundo hijo, Pedro, a quien su madre auguró un
porvenir semejante al que Evaristo Carriego profetizó para el
niño Borges: “Mi Pedro no es soldado; no ambiciona/ de
César ni Alejandro los laureles;/ si a sus sienes aguarda una
corona/ la hallará del estudio en los vergeles.”
210 JOSÉ EMILIO PACHECO

Antes de que nacieran sus dos hijos, a los que siguieron Max
y Camila, también muy importantes para nuestra historia
cultural, Salomé Ureña había escrito en su más célebre
poema, “Ruinas”: “¡Oh mi Antilla infeliz que el alma adora!
/Doquiera que la vista/ ávida gira en su entusiasmo ahora,/
una ruina denuncia, acusadora,/ pasadas glorias de tu genio
artista.” Este fue el mundo que encontró al nacer Pedro
Henríquez Ureña.

Quimera, Año: 1984 N°: 42, pp. 56-59.


EVOCACIONES
[NOTA SOBRE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA]
Domingo Villalba

Pedro N. Henríquez Ureña ha escrito artículos que juzgo


dignos de encomio. He leído sus conceptos literarios sobre
Belkiss, la interesante obra de Eugenia de Castro, vertida al
castellano por el ilustre literato don Luis Beriso.
Después le he dado lectura a varios artículos de crítica
literaria. Ellos han dejado, en mi espíritu, una buena apre-
ciación de su ideal estético. En un artículo publicado en La
Cuna de América, de Santo Domingo, hablando de los
jóvenes poetas de allí, ha puesto en su lugar a Porfirio
Herrera. Allí hay en verdad, muchos intelectuales que es-
criben versos; pero como verdadero poeta dotado de grandes
facultades estéticas, de Quid diviuum ahí está. Herrera, el
más inspirado y exquisito. Yo puedo decir de ese poeta, lo
escrito por Gutiérrez Nájera, sobre la masa aristocrática y
fina de Novelo: “Gusta de oír el ruiseñor en la media noche”.
Ha poco me leía un artículo sobre el trovador de Juan Guerra
Nuñez, el poeta de Vae Soli!. Ya le ha dado publicidad en una
interesante revista habanera. Ese dominicano es laborioso y
digno. Él, su hermano Frank, poeta de grandes aptitudes,
muerto por el ambiente comercial, y Max Henríquez Ureña,
el talentoso director de Cuba Literaria, trabajan en Cuba,
noblemente. Batallan, lejos de la patria, como tres strugglers
for life, el arma al brazo, los ideales en el alma y ante sus ojos
la lucha mundial.
En mi concepto, Pedro N. Henríquez Ureña, tiene en su
espíritu mucho de ese sajonismo y algo de una cruel filosofía
moderna. Ama a Whistler, el pintor realista de los Estados
214 DOMINGO VILLALBA

Unidos. Y he notado que menciona más a los intelectuales


sajones que a esos graves y dulces latinos.
Él lee más el idioma de Macaulay que el de Jovellanos. No es
bohemio y ha recibido una influencia que juzgo dolorosa a su
temperamento literario.
Mientras hablo de don Juan Valera, él, risueñamente, en el
paseo, en nuestra amable causerie, me cita un artículo del
ilustre filósofo don Enrique José Varona, sobre un notable
escritor inglés. Yo casi le he visto, a mi camarada, juzgar las
cosas de la vida, con las teorías filosóficas de Auguste Comte,
en un grato charloteo amabilísimo.

Diario de La Marina,18 de agosto de 1905.


PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA
Jesús de Castellanos

asa ahora unos días en nuestra tierra, con rumbo a su pa-

P tria que hace algunos años abandonó, un buen amigo de


esta casa de El Fígaro, otro heredero, como Max, del ge-
nio relampagueante de Salomé Ureña y del talento sereno de
Francisco Henríquez y Carvajal. Es sensible que esté ya Pe-
dro Henríquez Ureña tan solicitado por sus dos patrias nativa
e intelectual de Santo Domingo y México, porque parece di-
fícil que en esta Antilla tome, como su aristocrático hermano,
carta de vecindad, y sea como éste un recto puntal de nuestro
ruinoso templo literario. Las leyes mecánicas dicen, sin em-
bargo, que dos fuerzas iguales y opuestas se anulan; entre Mé-
xico y Santo Domingo bien puede ser Cuba el punto en que
el motor quede fijo. El destino dirá.
Pero si el escritor pasa de largo, su producción quedará donde
quiera que vivan devotos de la alta lectura, Pedro Henríquez
Ureña ha sido precedido en muy pocos meses por un libro
suyo del que todavía no se ha tomado aquí la detenida nota
que reclama. Es un libro de crítica científica y literaria que por
unas pocas manos ha corrido, amparado por un título que ya
denuncia un carácter; Horas de estudio. Paréceme que no ha-
brá un más delicado saludo al escritor que el dedicar unas lí-
neas de breve análisis a su obra.
Pedro Henríquez Ureña es uno de los muy contados críticos
que en la América trabajan, tomando la crítica su sentido eu-
ropeo de la más ardua cumbre literaria. Crítica, tal como por
estos matorrales andinos y subandinos la entendemos, es
ciertamente solo un modo de empezar a tener firma. Hubo
216 JESÚS DE CASTELLANOS

un tiempo en que estos curiosos pininos se encaminaban uni-


formemente por el lado negativo. Zoilo se calzaba los espe-
juelos jesuíticos de Valbuena. Era una crítica de frívolo escar-
ceo gramatical donde lo esencial era desconocer el alcance es-
piritual de los conceptos; las multitudes no analizan, y para
los fines de la notoriedad tuvieron siempre una admirable efi-
cacia de anuncio callejero aquellas polémicas comadreras de
pseudo clásicos y ultra modernistas, salpicadas con duelos re-
sonantes. Después apareció la variante del bombo mutuo: de
unas revistas a otras volaban los epítetos de ‘‘duque y príncipe
de la rima”, “orfebre en oro nuevo”, “aristócrata perverso”: se
prodigó el título de maestro y se atomizó el concepto de es-
cuelas; todo ello diluido en gacetillas de ocasión, abundantes
en nombres propios, o bibliografías de antemano comprome-
tidas a la amabilidad con el autor, la casa editorial y el director
del periódico, constituía también un sistema eficaz de ac-
tuar en la memoria del lector, por repetición, sobre permitir
el acceso al poderoso engranaje de voluntades que hoy —
signo de los tiempos— forman el comunismo del ripio, o el
sindicalismo del disparate. En esta última fase, positiva y ano-
dina, de tal tradición, estamos todavía: es una receta para em-
pezar, apta para ser usada con pocos elementos. A esto se
llama crítica...
Para hacer la fuerte crítica que se acendra en estas Horas de
Estudio precisa una gran devoción por el arte que se analiza.
No haría nada el crítico — aun cuando su frivolidad estuviera
autorizada por esa fórmula moderna de “crítica de impre-
sión”— si su espíritu no fuera capaz de acoplarse al del poeta
o prosista a quien examina y vivir con él las tendencias de su
obra. La crítica no es en suma otra cosa que el arte compro-
bándose a sí mismo: es en la división de las formas de belleza,
el arte director que regula el sentimiento y disciplina la fanta-
sía; y para ello necesita avalorarse con el poder de crear a su
turno, sembrando ideas cada vez que el estudio de la obra
ajena se le presenta como pretexto para disertar. Y si como a
la batuta del maestro instrumentista le es indispensable la sa-
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA 217

biduría, mucho más necesaria le es la facultad ideal de la ins-


piración con que se explicará ciertos secretos de expresión
que los libros no le enseñaron. Sainte Beuve vencerá sobre el
recuerdo de las generaciones, mientras que Brunetière se hun-
dirá bajo el lastre de su dogmatismo: si el autor de los Dis-
cours de combat fue un hombre de ciencias, el cronista de los
Lundis fue un poeta. Y el mundo lector quiere ver un poco de
esta tinta rosa en la marca del crítico.
Por eso es por lo que aparece siempre en tan preeminente lu-
gar la figura de algunos artistas que, como Edgar Poe o Emile
Zola, han reunido en un vibrante temperamento el doble
prestigio del productor y el crítico. Pedro Henríquez Ureña
es de estos; también él es un poeta; sólo que el crítico domina
fijando la personalidad. Su análisis es hondo; sus horizontes
son amplios y en ellos se desdeña la polémica gramatical y se
concede una gran tolerancia a las formas de expresión de cada
cual. Juicios como el que sobre tres grandes dramaturgos in-
gleses insertó él en sus Ensayos Críticos de ahora seis años, es-
tudios como el que en este nuevo libro ha trazado sobre la
compleja obra de Rubén Darío, o la muy homogénea de Ga-
briel y Galán, no se hacen con el compás y el cartabón de una
crítica escolástica, sino que precisa tener un alma gemela de la
de los mismos gigantes puestos a disección.
El talento de Pedro Henríquez Ureña se anima, pues, con un
delicado temblor de emoción que salva la frialdad de un libro
todo hecho para estudiar la labor de los otros. De este algo
suave y cariñoso que tiene su personalidad de crítico, le viene
seguramente también la gracia del estilo con que viste sus
ideas. Su prosa es limpia y ática, provista con generosidad por
un copioso léxico, exenta de esos preciosismos postizos y
obscurecedores que ahora se hacen pasar como la clave del
estilo; sólo un poco falta tal vez de esa ligereza hecha de ma-
licia y naturalidad que los franceses llaman souplesse, y que
es lo que, empleado basta en los estudios religiosos —recuér-
dese a Renán,— les ha permitido creerse nietos de los griegos.
218 JESÚS DE CASTELLANOS

Concluyo. Este libro es de esos que a su final dejan pensar


más en su propio autor que en los asuntos que trata, aun
siendo vastísimos y trascendentales los que en este volumen
se estudian. Se columbra al través de sus trescientas páginas
el proceso de lo que creo el más bello espectáculo de la crea-
ción, esto es, el alto cultivo asiduo de una inteligencia, Claro
que, quien de tan buenos pañales nació, lleva ya medio camino
adelantado con encontrarse, al arribar a la plena luz de la con-
ciencia, ya iniciado en estudios serios y preparado para ejercer
cualquier actividad literaria, a semejanza de los jóvenes gra-
duados de los Liceos de Europa. Pero este joven crítico ha
continuado noblemente esa tarea de afinamiento proporcio-
nal y persistente; y lo que asombra hoy, como antes descon-
certó a los lectores de sus Ensayos Críticos, es lo fundamental
de su cultura, en la que hay bellos alardes de lo que es más
ajeno a la familia literaria de esta generación, o sea el doble
elemento intelectual de nuestros padres: la filosofía y la lite-
ratura clásica. De ambas enormes fuentes ha bebido copiosa-
mente el autor de Horas de Estudio, con esa avaricia que dan
ciertos raros caldos una vez que a gustarlos se aprende, y qui-
zás si está en su filtro único el secreto de este equilibrio y se-
renidad, de esta posesión de su pluma y de su oficio que
muestra a cada propósito el joven publicista dominicano.
He aquí una inteligencia que llega rápidamente a su clímax de
madurez. Su proceso de desenvolvimiento, revelador de nue-
vas vistas en el futuro americano, es una buena lección para
ser contada al oído de nuestros jóvenes conquistadores,

1911.

Los optimistas. Lecturas y opiniones. Crítica de arte. “Je-


sús; Castellanos: su vida y su obra”, por Max Henríquez
Ureña. La Habana, Talleres Tipográficos del Avisador Co-
mercial, 1914, pp. 285-289.
LETRAS DE AMÉRICA
ENSAYO SOBRE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA
Enrique Díez Canedo

I
os ojos de Pedro Henríquez Ureña se posan sobre los

L objetos, al parecer, distraídamente. Diríase que miran sin


ver, mientras la palabra reposada del hombre va desa-
rrollando una teoría o contando un sucedido, escudriñando
un gusto o concretando un pormenor de erudición literaria.
Luego nos asombra la claridad con que evoca en una conver-
sación aquello ante lo cual pasó como si no lo viera. ¿Qué
poder de captación tienen esos ojos a los que nunca asoma el
esfuerzo por apresar la verdadera significación del mundo
externo, para dejar impresionada sin veladuras la película
sensible de la mente?
Pedro Henríquez, como hombre, es excepcional: es un
animador. No puede producir en quien le trate ligeramente
una impresión mediocre. El interlocutor, o no reparará en él,
o echará de ver al momento su constante superioridad. En el
trato más íntimo, en la práctica de la amistad, le hallarán, los
que tengan la suerte de acercarse a él, igualmente superior;
mas con esa superioridad sin alarde difundida como un aroma
y no como el agua de una fuente, que sólo corre cuando se
abre la espita.
Podrá juzgársele al pronto como hombre ajeno a la realidad
cotidiana; pero él la tiene reducida a los servicios ancilares,
que exige puntuales y estrictos.
De un hombre así, ¿no espiaremos con el más vivo interés,
ante todo, la visión que haya sacado de nuestro país? Aquí
está, fragmentaria en su presentación, pero plena y palpitante,
220 ENRIQUE DÍEZ CANEDO

ya obsérvese la tierra española a través de los tópicos de


nuestras conversaciones nacionales, ya se le aparezca panorá-
micamente en el espíritu de las ciudades típicas, ya en los
atisbos de un temperamento de artista o de escritor, y aun en
los puros espejos del pasado. Su libro se titula Mi España.
Con esto dice desde luego que no pretende definirla, sino
pulsarla en sí mismo.
***
“Reúno en este volumen páginas diversas sobre España, con
la esperanza de que, a través de ellas, se perciba la unidad que
descubro en las cosas españolas.” Estas son las primeras líneas
del libro. Pronto llega una declaración que no todos hacen.
“Lo diré desde luego: mi primera visita a España la hice con
prejuicios”. No hacen los que escriben acerca de España esta
declaración, y, por lo general, el libro es la muestra más
evidente de la preocupación cultivada con esmero, menos
quizá en el extranjero del todo que en el escritor de América,
en ocasiones adverso, pero nunca extraño a nosotros. “La
historia del dominio español en América no se ha limpiado
aún de toda pasión”, continúa, para explicar sus prejuicios,
Pedro Henríquez. Ni aquí ni allí está limpia de pasión esa
historia. Nuestra ridícula oratoria 12 de octubre tiene la vana
pretensión de dar a entender que no hemos hecho cuanto ha
estado en nuestra mano por perder el contacto espiritual con
América. Y por muy de acuerdo que con ella esté la oratoria
similar en la otra orilla del Atlántico, el hecho profundo, la
realidad de la separación, no se modifica. Ni se podrá modi-
ficar mientras no suprimamos del todo una mal encubierta
condescendencia, flor de vanidad, a la que responde allá un
instintivo recelo.
“Los artículos de exportación, en el orden espiritual, que en
España se fabrican para nosotros, son de calidad discutible”,
prosigue nuestro autor, tocando una llaga encendida. En
efecto, de los hombres que han ido a América, salvo en los
últimos años, que ya entre artículos de exportación han visto
arribar a la Argentina o a Méjico valores reales en el pensa-
LETRAS DE AMÉRICA 221

miento de España, pocos fueron los que podían asentar bien


el prestigio del viejo solar. Y también la recíproca es cierta:
nosotros hemos recibido, y recibimos aun, al orador gárrulo,
cuya forma pasó de moda en todas partes hace tiempo, al
poeta fácil e incontinente, al periodista irresponsable, y tene-
mos la debilidad de creer que son algo en América.
Es incalculable el bien que ha hecho entre nosotros la perma-
nencia de hombres como Darío y Nervo, ayer, como Carlos
Pereyra, Baldomero Sanín Cano, Benjamín Fernández Medina
y Alfonso Reyes hoy; el paso triunfal de Camila Quiroga o el
silencioso de Julio Noé, de los Henríquez Ureña, de Genaro
Estrada; el afán de conocer nuestra tierra en un José María
Chacón, el trabajo inteligente y pertinaz de un César Falcón,
el ímpetu y la áspera abundancia de un Rufino Blanco
Fombona nos han enseñado más de América y nos han hecho,
por consiguiente, estimarla mejor, que todos los discursos y
todos los proyectos de unión espiritual. Precisamente porque
no traían proyectos ni los envolvían en discursos, sino porque
son unas vidas fecundas y unas almas serias.
Henríquez Ureña, en su libro de temas españoles, se sabe
poner en su punto de vista para discutir los nuestros. Da sus
razones sentimentales y sus razones intelectuales, y aun halla
para el pesimismo ambiente —que en las esferas oficiales toma
el disfraz del más inexplicable optimismo— el claro abolengo
de la tendencia crítica, hija del Mediterráneo; espíritu crítico
que quisiera ver aplicado “no al simple juicio de la obra ajena y
conclusa, sino a la depuración de la obra propia que se está
haciendo, a enfrenar el instinto de improvisación”.
La improvisación y el pesimismo exagerado. He aquí los dos
graves defectos que señala Pedro Henríquez en nuestra
presente configuración espiritual: aquella arranca de la historia;
éste tiene orígenes más próximos. “Al principiar el siglo XX —
dice—España e Inglaterra se entregaban a discutirse a sí
mismas; una y otra tropezaban, en el fondo de su psicología,
con incongruencias peculiares. Pero en Inglaterra la pregunta
era: “¿Por qué triunfamos? Lógicamente, tal vez deberíamos
222 ENRIQUE DÍEZ CANEDO

haber fracasado.” Mientras tanto en España la pregunta era:


“¿Por qué hemos fracasado?” La mejor respuesta al caso inglés
—apelo a Wells y a Galsworthy— es que Inglaterra no ha
triunfado tanto como creía. Tal vez la respuesta mejor sea, en
el caso español, que España no ha fracasado tanto como se cree.
No, ni con mucho.”
¿Se ve por aquí hasta qué punto se han disipado los prejuicios
que trajo a España Pedro Henríquez Ureña? No llega, sin
embargo, a adquirir el prejuicio contrario: el de extasiarse más
de lo razonable ante lo tradicional y lo pintoresco. “Ningún
pueblo debe fundar su orgullo en la simple perfección
mecánica”, dice, recordando una lección de Matthew Arnold a
los Estados Unidos; pero no con el espíritu con que nosotros
la vemos repetida y aun practicada en nuestro país de místicos
y ascetas, sino corrigiéndola en esta forma: “El espíritu debe
interesarnos más que el progreso en el orden material o
mecánico; pero el progreso en tales órdenes debe ser garantía
de la integridad del espíritu.”
Veamos qué facetas del espíritu español examina Pedro
Henríquez Ureña en su libro, pero antes, aun a riesgo de pasar
por pesimistas exagerados, o tal vez para acogernos a la
tradición que él invoca, hagamos una reserva. Nos dice de
España: “Hay veces en que nos da la ilusión de haber entrado
en el camino de su vida nueva y poderosa; otras veces, cuando
la vemos “en el comienzo del camino, clavada siempre allí la
inmóvil planta, le deseamos un cataclismo regenerador como
el de Rusia. O como el de México.”
Quizá debamos todos acompañarle en el deseo, a costa del
bienestar de una o dos generaciones. Pero nuestro espíritu de
improvisación no se decide por los caminos de la violencia. Si
queremos revolución, la mejor manera de improvisarla no es
hacerla a medida, sino copiar uno de los patrones de moda,
aunque hagamos con él figura risible.
LETRAS DE AMÉRICA 223

II
Inclinado desde la niñez a la meditación y al estudio nos
hacen ver a Pedro Henríquez unos versos de la mujer
extraordinaria que fue su madre: Salomé Ureña, la gran
educadora. La corona con que toda madre sueña para su hijo,
ha de salir para el de ella de los vergeles intelectuales.
Tienen sus juegos, algo de serio que a pensar inclina,
va anotando, en observación anhelosa, la madre:
entre el ruido del mundo irá sereno,
predice. Y así es. Amante, como el que más, de su patria;
alejado de ella desde que se inicia su madurez; viéndola
atravesar estoicamente los tiempos más ásperos, sabe ofrecerle,
de continuo, el puro homenaje de su labor diaria, sin que la
amargura del momento o la preocupación del derecho hollado
por la fuerza enturbien el límpido razonar de su mente.
Ante un libro de Pedro Henríquez nos encontramos como
libres del tiempo. Sólo temas esenciales, en que el espíritu
salta de pronto a la generalización desde el caso particular,
son los que hallamos en sus páginas.
Sería inútil buscar en su libro acerca de España un ensayo
interpretativo del alma ibérica; pero en cada página vemos
apoyado el razonamiento por una inteligencia profunda que
liga el hecho literario de que se habla con sus fuentes
filosóficas, con sus causas históricas.
Cuando evoca el pasado, se le siente vivir en él a sus anchas.
El viajero con prejuicios que llegó a vencerlos en nuestras
ciudades, estaba admirablemente preparado para interrogar a
lo que viera. Nada esencial le era desconocido de nuestro
pasado histórico. La España de Pedro Henríquez tiene, ante
todo, este prestigio. Del pasado, claro está, le interesan parti-
cularmente las manifestaciones artísticas. Son parte de su
caudal hereditario, y él ha sabido analizarlas y valorarlas con
minuciosa exactitud.
Sus aportaciones al estudio de nuestra versificación en un
libro que hemos de examinar aparte, revelarían por sí solas, a
224 ENRIQUE DÍEZ CANEDO

falta de otros datos, su dominio de la literatura antigua y


moderna de nuestra habla. Asimismo, sus Tablas cronológicas
de la Literatura Española.
Pero, sin salir de Mi España tenemos la prueba más evidente,
no sólo en los estudios acerca del Renacimiento que forman la
segunda mitad del tomo, sino en los mismos que se refieren a
escritores nuevos, a las críticas musicales de Adolfo Salazar, a
los escritos de Moreno Villa, Juan Ramón Jiménez y Azorín.
Mucho más vasto de lo que harían suponer estos nombres es
el panorama que despliegan a los ojos del lector los capítulos
correspondientes de Mi España.
La vida musical española, tan intensa de pocos años a esta parte,
se refleja en el estudio dedicado a Salazar y en los dos apuntes
sobre las Goyescas de Granados. Quizá le falta un poco de
perspectiva, y la figura de primer término, con su insaciable
curiosidad y su perfecta información, oculta en parte el senti-
miento general de la masa, todavía, en sus gustos, “muy siglo
XIX”. Mas no cabe dudar que, con respecto a las otras artes, el
público escogido de nuestras audiciones musicales se halla más
al corriente de las “últimas palabras” que el núcleo análogo de
aquéllas.
En pintura, por ejemplo, pesa mucho sobre el ánimo de los
aficionados inteligentes la soberbia tradición patria. Hay, tanto
en esos aficionados como en los más de los críticos, una reserva
orgullosa, una desconfianza ante la innovación realmente
excesivas. ¿Explica esto de modo suficiente el hecho de que en
pintura no se haya perdido la tradición y en música sí?
Nuestra música artística abandona su personalidad pasado el
siglo XVI y no intenta recuperarla hasta muy avanzado el
XIX. Vive, entretanto, enriqueciéndose a cada centuria
nuestra música popular (en cuyo acervo entra lo más logrado
del que suele llamarse género chico), y a esa fuente acuden
hoy los nuevos compositores, gracias a los cuales puede
afirmar Pedro Henríquez que “España está ahora en su
segundo Renacimiento musical”.
LETRAS DE AMÉRICA 225

Con el estudio sobre Moreno Villa, vemos, de una parte, algo


muy curioso referente a la literatura militante; de otra, a
propósito del bellísimo estudio sobre Velázquez, publicado
por el poeta, una serie de notas personales acerca de la
pintura, entre las que destacamos un tímido alegato en favor
de los pintores del XVI, Pacheco, Alejo Fernández, Pantoja,
Sánchez Coello, que nos da una clave para entender la España
de Pedro Enríquez Ureña.
Su verdadero interés se cifra en lo que nace o renace. Apenas
una alusión de pasada a pintores contemporáneos: la frase
“después de Francia, probablemente será España el país que
mayor importancia alcance en la historia de las artes plásticas
desde los comienzos del siglo XIX hasta los del XX —el
período que va desde Goya hasta Picasso— cuando se haga
plena luz en medio de las nieblas en que hoy se agitan la mayor
parte de las opiniones” no por su alcance general deja de tener
significación suficientemente heterodoxa, gracias a la mención
de Picasso, para no dar a entender lo contrario de lo que
pretende. Otra vez cita el nombre de Picasso, con los de
Zuloaga y Sorolla; es decir, su visión de nuestras artes
modernas va sobre los nombres que han sido, antes o después,
y son para muchos todavía motivo de disputa. Exacta es la
afirmación del escaso contacto de nuestro público con la
pintura extranjera.
Renovadores de nuestro arte, pues, los músicos y los pintores
que le interesan, aportadores de ideas y sentimientos nuevos
los literatos que le atraen, entre los antiguos, aquellos princi-
palmente que reflejan el esplendor renacentista, no es de
extrañar que, entre los modernos, estime en Juan Ramón
Jiménez el impulso libertador de la lírica, en Azorín la
revisión de valores del pasado.
Sólo se sorprenderá ante esto el que no alcance hasta dónde
la cumplida educación humanística de Pedro Henríquez
puede hacerle abarcar amplias regiones de pensamiento. Su
respeto por las formas consagradas a través del tiempo no
llega a mostrárselas como inmutables e intangibles: antes al
226 ENRIQUE DÍEZ CANEDO

contrario, su visión histórica le certifica de la eterna mudanza,


que no es sino cumplimiento de las leyes naturales en las
esferas artísticas.
De Azorín le interesan las experiencias del gusto personal a
través de las lecturas clásicas. Mas no tanto que les dé
preferencia sobre la perspectiva histórica de Menéndez
Pelayo. “Sin la historia literaria de Menéndez Pelayo no
habríamos llegado a la crítica individualista de Azorín. Y bien
podemos conservar las dos. Ambas nos hacen falta.”
No hay aquí razón para llamar ecléctico a Pedro Henríquez.
Aspira en su crítica a un concepto de totalidad, a tener en
cuenta la relación de la obra artística, de un lado, con las nor-
mas tradicionales, que no son para él terribles diosas ceñudas,
sino doctas c indulgentes maestras; de otro, el mudable gusto
individual que determina no la vida o la muerte de las obras
literarias o artísticas, sino, tan sólo, sus altibajos de fortuna.
Por otra parte su defensa de Menéndez Pelayo, hija de una
atenta lectura fructífera indispensable para todo el que quiera
ocuparse de letras españolas —no puede ser más feliz.
Tampoco es Menéndez Pelayo el hombre de una sola pieza
que se ve en la Historia de les Heterodoxos. Pero, en cambio,
tampoco es Azorín el hombre de gusto fluctuante que va de
un escritor en otro a medida de sus momentáneas
preferencias. Es, por el contrario, el crítico más amplio cada
vez, que va buscando, en los textos antiguos y en los
modernos, razones de amor. Este “intelletto d’amore” explica
la blandura del Azorín actual comparada con sus exigencias
de antaño. Pero no hay duda de que contradice en mucho los
principios del 98.

III
Aludíamos antes —al tocar el estudio de Pedro Henríquez
sobre el poeta Moreno Villa— a cierto pasaje muy curioso de
su labor: a un intento de clasificación estricta de nuestra litera-
tura militante, a una división en cinco grupos, que vienen a ser
LETRAS DE AMÉRICA 227

como las cinco partes del pequeño mundo literario madrileño.


España es, en literatura, una de las naciones más centraliza-
doras, en lo referente a la expresión en lengua castellana; claro
está que, dándose en nuestro país el cultivo de otras lenguas
literarias, hay siempre algo que cae fuera del núcleo más vasto,
con vida independiente y, más aún, con tendencias de todo
punto contrarias a las de éste.
Pero en Madrid, como metrópoli de las letras patrias, se
concentra el esfuerzo de todos los cultivadores de nuestra
lengua. En Madrid es donde cuenta Pedro Henríquez los
cinco grupos a que ciñe su clasificación. Estos grupos son:
1. El de “los escritores que están fuera y por encima de todo
grupo, ya por su mérito excepcional (tal fue el caso de Pérez
Galdós), ya por una combinación de mérito y fortuna (como
en el caso de Blasco Ibáñez)”.
2. “Todo el mundo”, la “democracia literaria del periódico y
del libro improvisado”.
3. El círculo de las reputaciones oficiales.
4. Los excéntricos (“tales son, por ahora —dice a manera de
explicación—, los poetas ultraístas).
5. La aristocracia intelectual.
Esta clasificación, como todas las clasificaciones, tiene su
comodín: el grupo segundo que, en realidad, es el que recoge
cuanto sobra de las demás.
Evidentemente podría entrar en él una categoría de gentes
que consagran de modo exclusivo su actividad al teatro;
Pedro Henríquez desdeña quizá en demasía, dado el gusto
por el teatro que hay en Madrid, a los de ese grupo, que rara
vez se manifiestan en otros círculos de la actividad literaria.
¿Será porque los considere fuera de la literatura? No faltarían
razones para dejar a casi todo el teatro de hoy en una zona de
interés puramente industrial; pero como esa industria tiene
sus comienzos en la literatura, ésta no se decide jamás a
emanciparla y separarla de sí, y aún atrae a manifestaciones,
como el cinematógrafo, que ya han dado de mano a toda
228 ENRIQUE DÍEZ CANEDO

literatura, pero, siguiendo el ejemplo de ésta, no se resuelven


tampoco a prescindir de ella, aunque solo sea porque en ella
tiene a toda hora un arsenal de asuntos y es más cómodo aun
aprovecharse de ellos que inventar otros, según las nuevas
posibilidades de la reciente industria artística.
Y, bien mirado, en cada grupo de los que Henríquez señala
puede hacerse la misma subdivisión que él hace en el conjunto.
Sin más que fijarnos en el grupo primero, en el más excepcional
de todos, advertimos en los dos nombres que cita una
aristocracia y un “todo el mundo”, un Galdós y un Blasco.
Los inconvenientes de las clasificaciones no han de impedir
que clasifiquemos, siempre que se considere a la clasificación
como armadura provisional, como auxiliar pedagógico. En las
letras importan los resultados, es decir, importan las categorías
que tienen una existencia real. Ateniéndonos a la clasificación
de Pedro Henríquez —y prescindiendo absoluta y sincera-
mente de nombres en cuanto a la quinta— importan en
realidad la primera y la última.
La segunda, la de “todo el mundo”, o cambia en moneda chica
el noble metal de aquellas, o se hace todavía ilusiones acerca
de unos valores que ya no están en curso. La tercera es total-
mente ilusoria; sus reputaciones son a menudo “artificiales o
inexistentes”. La cuarta, o se reduce, en los casos de geniali-
dad indómita, a la primera, o se limita al período de pruebas
que han de darle entrada en la de “todo el mundo” o en la
aristocrática.
Alguien llama a las legiones juveniles, llenas de entusiasmo y
acometividad, desconocedoras de toda reserva, el “tercio
extranjero”. Es la falange de ataque lanzada contra todas las
demás. A veces se alía con las más nobles; pero, a veces tam-
bién, éstas reciben su acometida. Es una tropa valiente,
pronto diezmada, por su ingreso en las categorías selectas o
por su caída en el vórtice de “todo el mundo”; nunca por el
paso a la región de las “reputaciones oficiales”, blanco eterno
de sus bríos.
LETRAS DE AMÉRICA 229

La clasificación intentada por Henríquez Ureña no puede ser


más sugestiva. Sus defectos provienen de lo vario y movible
de la materia por clasificar. Si señaláramos algunos nombres
y nos preguntáramos en qué categoría tienen su puesto, más
de un caso dudoso se nos presentaría. Pero en los nombres
más importantes coincidiríamos todos. Todos, incluso los
militantes de los grupos más vastos, menos los guerrilleros de
avanzada que incluirían en “todo el mundo” a muchos
hombres de las otras tres clases, a medida de las exigencias del
gusto o de la antipatía personal, y menos los batallones
sedentarios de “todo el mundo” capaces de confundir con la
aristocracia y aun con la más elevada categoría a ciertos
figurones de academia “artificiales o inexistentes”.

 España, Madrid, Año IX 1923: I, 24 de noviembre, núm.


397, p. 1112; II: 1 de diciembre, núm. 398, p. 45; III: 15 de
diciembre, núm. 400, pp. 67. En el último número se lee un
“seguirá”, lo cual resultó un error, porque en el tercero
concluyó la serie.
RESEÑAS
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

PEDRO HENRIQUE UREÑA. LA VERSIFICACIÓN


IRREGULAR DE LA POESÍA CASTELLANA.—Con Prólogo de
R. Menéndez Pidal Publicaciones de la «Revista de Filología
Española.» Madrid, 1920.

El presente estudio de Henríquez Ureña figura como cuarto


volumen de los publicados por la «Revista de Filología Espa-
ñola», bajo el auspicio de la Junta para ampliación de Estudios
e Investigaciones Científicas “Centro de Estudios Históricos”.
En el Prólogo dice el señor Menéndez Pidal: «Cuando en
1917 di a conocer el fragmento épico de Roncesvalles, pen-
saba, al examinar su interesantísima versificación: “¡Adiós las
ilusiones de los partidarios de la regularidad métrica del Mio
Cid!” Creía poder dar como indisputable ya que los juglares
de gesto y los juglares de metros más cortos, como como los
autores de Santa Marta Egipciaca o de Elena y María, usaban
habitualmente un metro de desigual número de sílabas, que
habrá que estudiar en adelante sin los prejuicios propios de
los que creen que en todo caso deben imperar los principios
de la métrica regular.
Pero tal ametría o irregularidad, que bien puede señalarse como
uno de los caracteres primordiales de la literatura española, ne-
cesitaba ser estudiada, no sólo en algunos textos antiguos, sino
sistemáticamente, en toda su extensión, a través de las más va-
rias épocas de la poesía. Porque aunque la métrica irregular cesa
al fin de ostentarse arrogante en grandes obras literarias y va
relegándose poco a poco a manifestaciones fugaces, casi furti-
vas, éstas pululan en todo el campo literario como flora silves-
tre imposible de desarraigar. Y entonces, en voz de las viejas
formas amétricas, se imponen otros tipos de versificación irre-
gular, tipos rítmicos, ligados al canto y al baile.
234 LA VERSIFICACIÓN IRREGULAR DE LA POESÍA CASTELLANA

Al estudio de todas las épocas de esa versificación irregular,


ha consagrado el señor Henríquez Ureña el presente libro,
donde ha organizado por primera vez una vasta materia que
comprende desde los orígenes medioevales hasta la lírica de
las zarzuelas y del género chico y hasta la revolución contem-
poránea iniciada por Rubén Darío.
Bajo el atractivo de una materia hasta hoy tan desatendida, el
autor no siempre se limita a su propio campo; pero no tene-
mos sino que agradecerle cuando alguna vez se deja llevar
irresistiblemente fuera de la versificación para agrupar algu-
nos asuntas de la poesía lírica, de modo que, en ocasiones,
deja de hacer un estudio de formas para esbozar el de algunos
temas poéticos, ¿Qué puede chocarnos algún otro desorden
con el examen de tan abundantes cuestiones como de conti-
nuo sugiere el verso irregular?
En este libro hallamos felizmente vencidas las principales di-
ficultades de la sistematización de una materia hasta hoy no
tratada en su conjunto. Para descubrir las breves muestras de
un verso relegado a condición inferior, Henríquez Ureña ha
realizado una vasta exploración bibliográfica; para comprobar
e interpretar formas poéticas hasta ahora descuidadas, ha lle-
vado su atención en direcciones nuevas y originales, ilus-
trando, por fortuna, los contactos y mezclas de los dos prin-
cipios de versificación que luchan y conviven.
En adelante, todo estudio sobre nuestra lírica ha de deber mu-
cho a este libro de Henríquez Ureña que recibimos con sin-
cera gratitud.
Pedro Henríquez Ureña había anunciado y pre parado el pre-
sente estudio, con su Antología de la Versificación Rítmica,
publicada hace poco tiempo en “Cultura”.

 Biblos, Boletín Semanal de Información Bibliográfica


Publicado por la Biblioteca Nacional, tomo II, octubre 23
de 1920, núm. 92, p. 167. Ciudad México. [Sin firma].
APÉNDICE
LOS MEJORES LIBROS

l jefe de una importante casa editorial de los Estados

E Unidos concibió la idea de formar una biblioteca de


cincuenta volúmenes que pudieran considerarse indis-
pensables como base de una cultura literaria, con el fin de
hacer una edición especial de ellos, y pidió al Rector de la
Universidad de Harvard, Doctor Eliot, le hiciera una lista de
cincuenta obras maestras que fuesen, a su juicio, las más im-
portantes para la educación intelectual. El Doctor Eliot hizo
su lista, y la casa editorial hizo la publicación: inútil es decir
que los cincuenta libros produjeron grandes entradas a los
editores y al mismo tiempo provocaron la crítica de la pren-
sa. Nadie, entre los intelectuales, estuvo conforme con la
lista del Doctor Eliot: todos encontraron que faltaba algo,
que sobraba mucho.
En realidad, el Dr. Eliot hizo una selección exclusivamente
para lectores norteamericanos, con preferencia marcada por
los clásicos ingleses. Declaró que no incluía la Biblia ni Sha-
kespeare porque pensaba que nadie los desconocía. Entre los
autores de su lista figuran Platón, Epícteto, Plutarco, Plinio,
Cicerón, Virgilio, San Agustín, Dante, Goethe; ingleses: el
poeta Chaucer, el filósofo Francis Bacon; los dramaturgos
Marlowe, Ben Jonson, Middleton, Beaumont, Fletcher, John
Webster, contemporáneos de Shakespeare, los prosistas
Thomas Browne e Isaac Walton; Milton, Dryden, Bunyan; y
ya de épocas más modernas, el economista Adam Smith,
Darwin, y los poetas Burns, Shelley, Browning y Tennyson.
Entre los autores norteamericanos figuran John Woolman,
cuákero del siglo XVIII, Franklin y Emerson. No faltan las
Mil y una noches ni la Imitación de Cristo.
238 PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA

Confieso que yo, como no soy inglés ni norteamericano, no


quedo satisfecho con la lista del ilustre Doctor. Y aunque no
creo que ninguna casa editora de España recoja el guante,
voy a ensayar por mi cuenta una lista de cincuenta autores
indispensables. No creo que deban escogerse obras aisladas,
sino autores, y de cada uno de estos encerrar en volumen
todas sus obras o por lo menos las más importantes. No es-
tamos acostumbrados a que en las ediciones castellanas un
autor quepa en un volumen, como no sea en los de la Biblio-
teca Rivadeneyra; pero los ingleses y los franceses editan a
sus respectivos clásicos, y a los clásicos griegos y latinos, a
tomo por autor. En castellano hay, por ejemplo, excelentes
traducciones completas de Esquilo y de Virgilio contenidas
en un solo volumen.
Hasta ahora, no todos los autores que me parecen indispen-
sables pueden leerse en buen castellano; pero quien quisiera
poseer los cincuenta podría fácilmente completarlos con
ediciones en francés y en inglés. Mi lista no comprende au-
tores de ciencia (Darwin va incluido por el interés que ofre-
ce desde el punto de vista filosófico), pues la ciencia no se
aprende por autores; pero sí filósofos, pues los filósofos son
siempre escritores muy personales.
Allá van los cincuenta volúmenes que creo podrían formar-
se:
1, la Biblia;
2, Homero, considerado, para fines editoriales, como verda-
dero y único autor de la Ilíada, de la Odisea, de la Batraco-
miomaquia y de los Himnos;
3, Esquilo; 4, Sófocles;
5, Eurípides;
6, Aristófanes (estos cuatro dramaturgos deben poseerse
completos;)
7, Platón (obras escogidas: la Apología de Sócrates, Protágo-
ras, Gorgias, Eutidemo, Teeteto, Fedro, Fedón, el Banquete,
Timeo, La República, y, aunque de autenticidad dudosa,
Parménides, por su mérito;)
LOS MEJORES LIBROS 239

8, Aristóteles (obras escogidas: Política, Ética a Nicómaco,


Poética; capítulos fundamentales de la Metafísica), de la Ló-
gica y de la Retórica;
9, Lucrecio, el poema De la naturaleza de las cosas;
10, Virgilio, completo;
11, Horacio, completo;
12, Cicerón, selección de discursos, de escritores filosóficos
y de cartas;
13, Tácito, completo;
14, San Agustín, Confesiones, Meditaciones, y extractos de
La Ciudad de Dios;
15, Santo Tomás de Aquino, extractos de la Suma teológica y
de la Suma contra los gentiles;
16, la Imitación de Cristo;
17, Dante, la Divina Comedia, la Vida nueva, poesías y El
elogio de la lengua vulgar;
18, Maquiavelo, El Príncipe, capítulos fundamentales de la
Historia de Florencia y los Discursos sobre Tito Livio;
19, el poeta inglés Chaucer;
20, Shakespeare, completo;
21, Bacon (obras escogidas: Nuevo órgano, los Ensayos,
fragmentos de otras)
22, Rabelais, completo;
23, Montaigne, completo;
24, Descartes (Discurso sobre el método, Meditaciones, y
fragmentos de los Principios de filosofía);
25, Molière completo,
26, La Celestina;
27 Cervantes, Don Quijote;
28, Quevedo, (selección de prosa y verso);
29, Santa Teresa de Jesús, obras escogidas;
30, Lope de Vega, selección de comedias, poesías y novelas
cortas;
240 PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA

31, Calderón, obras dramáticas escogidas;


32, Camoens, Los Lusiadas y poesías escogidas;
33, Spinoza, Ética y Tratado teológico-político:
34: Leibniz, la Monadología y selección de Ensayos;
35, Kant, la Crítica de la Razón pura y la Crítica de la Razón
práctica;
36, Goethe, Fausto, poesías selectas, fragmentos de dramas y
poemas de asunto griego, Werther, fragmentos del Wilhelm
Meister;
37, Hegel, capítulos fundamentales de la Lógica, de la Estéti-
ca, y de la Filosofía del Derecho;
38, Schopenhauer, capítulos fundamentales de El mundo
como voluntad y representación;
39, Coleridge, poesías selectas y prosa; Biografía literaria;
Conferencias sobre Shakespeare;
40, Shelley, poesías completas, y fragmentos de prosa;
41, Byron, poesías completas;
42, Ruskin, Las siete lámparas de la arquitectura, Piedras de
Venecia, Mañanas de Florencia, La Reina del aire, y capítulos
fundamentales de los Pintores Modernos;
43, Darwin, El origen de las especies y El origen del hombre;
44, Víctor Hugo, poesías selectas, fragmentos de dramas y
novelas;
45, Balzac, Papá Goriot, Eugenia Grandet, y fragmentos de
otras novelas;
46, Flaubert, Madame Bovary, Salambó, selección de La
educación sentimental, de La tentación de San Antonio y de
Bouvard y Pécuchet;
47, Nietzsche, Así hablaba Zaratustra, El origen de la tragedia
y pensamientos de todas sus demás obras;
48, Edgar Allan Poe, poesías completas y cuentos selectos;
49, Ibsen, dramas escogidos, Brand, Peer Gynt, Casa de Mu-
ñecas, Espectros, El Pato Salvaje, Rosmersholm, Hedda Ga-
bler, Solness, Cuando despertemos...;
LOS MEJORES LIBROS 241

50, Tolstoi, Ana Karenina, Resurrección, fragmentos de otras


novelas y de las obras morales.

¡Si hubiera una empresa española que emprendiera esta co-


lección! Por ahora hemos de contentarnos con formarla
como podamos. Indicaré, como traducciones castellanas de
alto valor, la Biblia de Cipriano de Valera y la de Scio; el Es-
quilo de Brieva Salvatierra; el Aristófanes de Baráibar; el
Virgilio de Ochoa: el Cicerón de Menéndez y Pelayo; otros
autores es preferible leerlos en francés: así, los poemas ho-
méricos, Sófocles, Eurípides, en la traducción de Leconte de
Lisle; y para leer una traducción absolutamente fiel de Pla-
tón, hay que abandonar las francesas y españolas por la in-
glesa de Jowett. Ediciones útiles y baratas, pueden señalarse
las de las casas Garnier, Charpentier y Lemerre de París, que
publican autores clásicos, cada uno completo en uno o dos
volúmenes; y las ediciones de poetas ingleses, hechas para la
Universidad de Oxford, en un volumen cada uno: muy có-
modas, por ejemplo, las de Chaucer y Shakespeare. Para los
que no queden conformes con mi selección, agregaré un su-
plemento de otros cincuenta autores, creyendo que el cen-
tenar que resulte dará menos motivo de queja: 1, El Rig-
Veda (único libro de la colección védica cuya importancia es
capital) ; 2, El Zend-Avesta (libro sagrado de los Persas); 3,
El Corán; 4, Las Mil y una noches; 5, los poemas que corren
bajo el nombre de Hesíodo; 6, Píndaro; 7, Demóstenes; 8,
Heródoto; 9, Tucídides; 10 Xenofonte; 11, Epicteto; 12,
Plutarco; 13, Luciano; 14, Plauto; 15, Catulo; 16, Ovidio;
17, Tito Livio; 18, Marco Aurelio; 19, Plotino; 20, San Jeró-
nimo; 21, cartas de Abelardo y Eloísa; 22, La Canción de
Rolando; 23, el poema de los Nibelungos; 24, Erasmo de
Rotterdam; 25, el Arcipreste de Hita; 26, Boccaccio; 27, Pe-
trarca; 28, Ariosto; 29, Tasso; 30, Corneille; 31, Racine; 33,
Pascal; 33, Milton; 34, Juan de Valdés; 35, Fray Luis de
León; 36, Fray Luis de Granada; 37, Tirso de Molina; 38,
Voltaire; 39, Diderot; 40, Rousseau; 41, David Hume; 42,
242 PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA

Dickens; 43, el poeta Keats; 44, Leopardi; 45, Dostoievski;


46, Eça de Queiroz: 47, Heine; 48, Emerson; 49, Carlyle;
50… que escoja cada uno un filósofo positivista, Comte,
Spencer, o John Stuart Mill..1

LILIUS GIRALDUS.

 Anti-reeleccionista, 20 de septiembre, 1909.

1
En el recorte de este artículo en el álbum de PHU, encontramos
subrayados los números 35 y 40, y a un margen, escribe los
nombres de Alarcón y Galdós. N.d.e.
LAS CIEN MEJORES POESÍAS

as visto el tomito de Las cien mejores poesías cas-

— ¿H tellanas, publicado por la misma casa editorial


de Londres que nos ha dado ya las cien mejores
poesías de la lengua inglesa y las cien mejores francesas?
—No; te debo albricias.
—Pues hizo la compilación no menor persona que Don Mar-
celino Menéndez y Pelayo.
—Miel sobre hojuelas. Es de suponer que estará mejor hecha
que la selección de las francesas y por lo menos al nivel de la
inglesa.
—Y así ocurre, pues Don Marcelino es hombre de más ati-
nado juicio que el poeta Dorchain, que no siempre son los
poetas hombres de buen gusto.
—¿Está limitada la colección a los autores muertos?
—Sí, como las anteriores.
—¿Y a poesía estrictamente lírica?
—Lo lírico predomina; pero hay no poco de géneros que en
otro tiempo se consideraban diversos de aquel (punto de con-
troversia que ya se ha desechado, por fortuna, gracias a la Es-
tética simplificadora): la poesía satírica, la bucólica, la des-
criptiva y la narrativa. Ni faltan, por supuesto, las odas de en-
tonación heroica, que la ignorancia común suele llamar épi-
cas; y hay también romances escogidos entre los que más se
apartan de su tradición verdaderamente épica.
—Deleitables han de ser los romances espigados por Don
Marcelino, que conoce el campo maravillosamente. ¿Figura el
de la Rosa fresca?
—¡Ah sí! Y el de Fonte-frida, y el de Blanca-Niña, y...
244 PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA

—A mi ver, uno de los más bellos romances y uno muy pro-


pio para tal colección, pero poco manoseado todavía, es el de
La hija del Rey de Francia. ¿Lo incluye por acaso Don Mar-
celino?
—Si tal, y también el del Conde Arnaldos, y el de Doña Alda,
y el de Abenámar, y el del Rey moro que perdió Alhama. En
total, ocho romances.
—¿Figuran poetas anteriores a los siglos de oro?
—Solo dos del siglo XV. Jorge Manrique con las Coplas... Y
el Marqués de Santillana con su más famosa Serranilla.
—Justo.
—¿Garcilaso debe de haber entrado con las églogas primera y
tercera?
—Solo con la primera; pero también se le dio entrada con la
canción A la flor de Guido.
—Dulce y sabrosa, aunque haya echado fuera a Flérida. Figu-
rarán allí, además, las seis grandes canciones de Fray Luis de
León, el diálogo espiritual de San Juan de la Cruz, el soneto
místico que anduvo de santo en santo a busca de autor, las
dos canciones magnas de Herrera, por Lepante y por el Rey
Don Sebastián, el madrigal de Cetina a los ojos claros, serenos,
la silva de Rioja A la rosa, la canción A las ruinas de Itálica, la
Epístola moral a Fabio, los sáficos de Villegas...
—Todas ellas, es claro. Hay algo más del maestro León: las
coplas a la tirana exención y el soneto en que la rienda suelta
largamente al lloro,
—Digno de preferencias es Fray Luis, y la admiración que le
designa como la más pura gloria de la lírica española debe de
haber sido la que guió a Menéndez y Pelayo. ¿Pero cómo es-
tán representados los otros grandes poetas clásicos? No estoy
muy seguro de mi conocimiento de los Argensolas, pero creo
que Lupercio habrá entrado con el soneto el Sueño cruel y con
el del color de Doña Elvira.
—No con éste, pero sí con el que comienza Llevó tras sí los
pámpanos Octubre y la canción A la Esperanza. Bartolomé
LOS CIEN POESÍAS 245

aparece con el soneto que termina: Ciego ¿es la tierra el centro


de las almas?
—De Quevedo estarán la letrilla de Don Dinero y la Epístola
a Olivares.
—Y así mismo El sueño, y tres de los mejores sonetos. Con
cuatro sonetos figura Arguijo.
—¿No es demasiado?
—Tal vez. De Góngora no está lo más gongorino, sino los
dos romances sobre el episodio de Orán, y el de Angélica y
Medoro, y los de Ande yo caliente y Dejadme llorar. De Lope
hay cinco sonetos, uno de ellos el místico que comienza:
¿Que tengo yo que mí amistad procuras?
—¡Espléndido! ¿Y el romance de las soledades?
—Sí, y el de la barquilla, y la canción a la libertad preciosa.
Calderón...
—Con el soneto a la muerte de las flores.
—Justo. Los clásicos de la gran época quedan completos con
La Cierva, de Francisco de la Torre, las quintillas de Gil Polo
a Galatea desdeñosa, y la Canción de Mira de Mescua que co-
mienza con el verso célebre: Ufano, alegre, altivo, enamo-
rado...
—¿Es todo?
—¡Ahí es nada! La mitad de la colección la ocupan poetas de
los siglos de oro.
—Pero Jáuregui, Hernando de Acuña, el Obispo Valbueua,
Cristóbal de Castillejo, Baltasar del Alcázar...
—Olvidé mencionar la regocijada Cena de Alcázar. De la
omisión de los otros se excusa Don Marcelino en el prólogo.
—Pues menos habrá que pensar en el Vivo sin vivir en mí de
Santa Teresa y en otras cosas de menor cuantía. Pero estas
omisiones ¿se hallan suplidas por algo de mayores quilates en
lo que sigue?
—No siempre. Sin embargo, el siglo XVIII no ocupa dema-
siado espacio.
246 PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA

—Ni lo vale. Pero estará la fiesta de toros de Nicolás Moratín,


la Elegía a las musas de su hijo Leandro, algún romance de
Meléndez...
—El de Rosana en los fuegos. La Epístola a Anfriso, de Jovella-
nos...
—¿Y Cienfuegos?
—No, aunque hubiera podido sustituir al gran prosista que
cité antes. En cambio figura Arjona con La Diosa del bosque,
artificiosa y lánguida, y el semi-francés Maury con algo del
mismo sabor. No se olvidó a Lista.
—¿Quintana figurará con la oda A la invención de la Im-
prenta?
—No; con la oda A España. Y tampoco está Gallego con el de
Mayo, sino con los versos a la muerte de la Duquesa de Frías.
Puede ser que así gane la calidad, aunque a la popularidad se
haya atendido menos. Aparece también un atildado soneto de
José Joaquín de Mora, reminiscencia de Virgilio.
—De Espronceda no ha de faltar el Canto a Teresa.
—No, ni la canción del Pirata y el Himno de la inmortalidad,
sacado de El Diablo Mando y vencedor en este caso del canto
de La Muerte. De Zorrilla están las profusas octavas que sir-
ven de introducción a los Cantos del trovador...
—¿Y los alejandrinos de La Tempestad?
—No, pero sí la leyenda del Cristo de la Vega. Del Duque de
Rivas, el romance del Castellano leal.
—¡Castellanísimo!
—Lo demás de esta época, y del siglo XIX en general, anda
revuelto: el mismo Duque con los versos Al faro de Malta, que
no entusiasman, Pastor Díaz con su himno A la luna...
—Pase por su fama de un día.
—García Tassara, Enrique Gil, Selgas...
—¡Selgas! Tolerancia es.
—El catalán Piferrer con la graciosa Canción de la primavera,
el padre Arolas...
LOS CIEN POESÍAS 247

—¿Con algún romance?


—No con una trivial poesía de álbum.
—Florentino Sanz, López de Ayala...
—No hacía mucha falta ese dramaturgo en una colección lí-
rica.
—Ruiz Aguilera...
—¿Con la Elegía en la muerte de su hija?
—No, con una epístola. Luego Balart, Manuel del Palacio, Vi-
cente Querol con dos poesías...
—¿Dos?
—Una de las cuales sobra. En este arenal, solo nos consuelan
Bécquer, Campoamor y Núñez de Arce, con dos poesías cada
uno ¡como Querol! ¡Y cuenta que a estos poetas es difícil
apreciarles por tan reducidas muestras! Habría sido preferible
que entraran el Raimundo Lulio de Núñez de Arce y algún
pequeño poema de Campoamor. ¿No figuran narraciones de
Zorrilla y Ángel Saavedra?
—¿Y Gabriel y Galán?
—No figura, con ser tan superior a cinco ó seis poetas del
siglo pasado que allí se pavonean. Bien dijo la Pardo Bazán: el
poeta de las Castellanas y las Extremeñas, a pesar del entu-
siasmo que despertó por un momento, será pronto un olvi-
dado.
—Injustamente olvidado. ¿Y Manuel Reina?
—Desterrado, quizás por pre-modernista.
—¿Han sido proscritos los americanos?
—No del todo: nos representan Bello, con; oda A la agricul-
tura de la zona tórrida, Heredia con la del Niágara (aunque
Don Marcelino en otra ocasión declaró preferir la del Teocalli
de Cholula), y la Avellaneda con su mejor, aunque seca, poe-
sía erótica.
—Olvida V. decirme con qué poesía figura Sor Juana Inés de
la Cruz.
248 PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA

—No está allí. Debió de parecer injusto a Menéndez y Pelayo


hacerla figurar entre los clásicos, faltando otros más insignes.
—Pero puesto que figura La Cena de Alcázar, bien pudieron
entrar las redondillas de nuestra monja, que no son de menor
calidad. Y puesto que figura la Avellaneda, debió figurar su
rival.
—Acaso Don Marcelino estime a la cubana como mayor poe-
tisa.
—Cuestión difícil, y al cabo inútil, es esa. Pero no debía de-
cidirse con una supresión. A juicio de los románticos, la Ave-
llaneda fue la mayor poetisa, no solo de la lengua castellana,
sino del mundo entero, con excepción de Safo y de la ignota
Corina. Pero estos entusiasmos murieron con la época, y hoy
sabemos que tanto la Avellaneda como Sor Juana están mar-
cadas por graves defectos de sus escuelas respectivas. Como
el gusto modernista de hoy tiene más afinidades con el culte-
ranismo del siglo XVII que con el romanticismo de hace cin-
cuenta años, muchos leemos ahora con más gusto a Sor Juana
que a la Avellaneda. Pero a fin de cuentas, ¿no hay ningún
otro hispano-americano?
—Ningún otro. Y no cabe decir que Menéndez y Pelayo des-
conozca a nuestros grandes poetas muertos, Olmedo, Batres
Montúfar, José Eusebio Caro, Andrade, Pérez Bonalde, José
Asunción Silva, Casal, Gutiérrez Nájera, Othón y otros dos
ó tres, más dignos de memoria que cualquier Selgas.1
—Pero hay que resignarse al olvido de los españoles. Es cosa
tradicional, y ni aun los que mejor nos conocen y estiman,
como el propio Don Marcelino, se sobreponen a ella. Mien-
tras tanto, reconozcamos que la colección publicada por la
casa londinense servirá para popularizar de nuevo las poesías
clásicas de nuestra lengua, ya que en los últimos años había
comenzado a perderse la costumbre de renovar las antologías
1
Salomé Ureña de Henríquez y José Joaquín Pérez, poetas domi-
nicanos elogiados por Menéndez Pelayo, por ejemplo. Nota de La
Cuna de América.
LOS CIEN POESÍAS 249

españolas. Y que esto valga por la menos cuidada selección de


las poesías románticas y contemporáneas; en realidad, si hu-
biera que hacer alteración en el volumen, no llegarían a quince
las poesías sustituibles.
—Muy cierto, y ya es mucho, pues en la colección francesa
deberían sustituirse treinta por lo menos.

La Cuna de América, núm. 112, 7 de marzo de 1909,


pp. 3-4.
250 PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA
OBRAS DE LECTURA

Buenos Aires, Enero de 1925.

Sr. D. Joaquín García Monge


San José de Costa Rica

Señor
Vemos, por el Boletín de la Biblioteca Nacional de Costa
Rica que acompaña a su excelente REPERTORIO AMERI-
CANO, cuánto le interesa propagar las listas de buenos li-
bros. Pero ¿por qué propaga una lista que contiene errores
magnos, como el de incluir entre los cien mejores libros de
la humanidad el absurdo ensayo de Demolins sobre La supe-
rioridad de los anglosajones (su título sólo basta para juzgar-
lo), la obra pueril de Smiles sobre El carácter, la mediocre
novela pompeyana de Bulwer, las meramente agradables de
Mereshkovski (es imperdonable escribir Merejkowsky, a la
alemana), la atrasada Astronomía popular del ridículo Flam-
marión, la bien documentada pero indigesta Historia de la
literatura española de Fitzmaurice-Kelly, la deplorable selec-
ción de autores españoles hecha por los jesuitas, y hasta una
disparatada Apología científica de la fe cristiana? Pero ¿a qué
seguir enumerando? Muchas obras hay en la lista que son
buenas, pero no supremas, y no tienen por qué figurar entre
los “cien mejores libros”.
Creyendo urgente combatir el error, no con la polémica,
sino con la propaganda de la verdad, y convencidos de que
nuestra lista, por ser obra de grupo y producto de amistosa
discusión, será de utilidad, la enviamos a usted para su Bole-
252 LA CORTE DEL SALÓN OSCURO

tín o su Repertorio. Aun desearíamos que provocara otras.


En la nuestra no van obras científicas, porque deseamos
proponer obras de lectura: la cultora científica se adquiere en
la escuela, y los libros científicos deben renovarse constan-
temente. Hay obras científicas de gran valor histórico, y su
lectura es muy interesante como revelación de un espíritu
superior, aunque los datos y aun las ideas hayan sido rectifi-
cados (por eso Eugenio d’Ors incluía muchas de ellas en una
original y deleitosa, pero excesivamente difícil, lista suya):
nos parecen que son para los lectores que llegan, cuando
menos, a una segunda etapa, más avanzada que la que deben
representar los primeros “cien mejores libros”. Tampoco
hemos incluido obras que representen religiones o literatu-
ras demasiado lejanas y difíciles de comprender, como ocu-
rre en los Vedas, el Avesta, el Ramayana: al lector que se ini-
cie debe bastarle con ideologías más vivas, como la búdica y
la de Confucio, y con literaturas fácilmente inteligibles, co-
mo las fábulas y los cuentos. No hemos incluido autores
vivos. Naturalmente, no creemos que haya obligación en
limitar estas selecciones a cien libros; pero, ya que se fija
este número, hay que confesar que obliga a una selección
muy rigurosa: por eso la consideramos buen ejercicio del
discernimiento.
Sus amigos

LA CORTE DEL SALÓN OSCURO

LOS CIEN LIBROS


1. El Antiguo Testamento, en traducción de Cipriano de
Valera (siglo XVI).
2. El Nuevo Testamento, en traducción de Cipriano de
Valera (siglo XVI).
3. Confucio
4. Diálogos de Buda
OBRAS DE LECTURA 253

5. Panchatantra: fábulas indias; traducción de J. Alemany


Bolufer.
6. El Corán
7. Las Mil y una noches
8. La Ilíada, traducción de Luis de Segalá y Estalella
9. La Odisea, traducción de Luis de Segalá y Estalella
10. Esquilo: La Orestíada, traducción de Brieva Salvatierra
11. Sófocles: Edipo Rey, traducción de J. Alemany Bolufer
12. Eurípides: Medea, traducción de Eduardo de Mier
13. Aristófanes: Las aves, traducción de Federico Baráibar
14. Platón: La República y la Apología de Sócrates y el Ban-
quete
15. Aristóteles: La Ética a Nicómaco
16. Herodoto: Historia
17. Tucídides: Guerrá del Peloponeso
18. Demóstenes: Oraciones (selección)
19. Plutarco: Vidas paralelas (selección)
20. Poetas líricos griegos: selección en que estén compren-
didos Píndaro, Safo, Tirteo, Alceo, Anacreonte.
21. Lucrecio: De la naturaleza de las cosas
22. Virgilio: La Eneida
23. Horado: Odas
24. Ovidio: Metamorfosis
25. Cicerón: Oraciones (selección)
26. Tito Livio: Décadas
27. Julio César: Guerra de las Galias
28. Tácito: Anales
29. San Agustín: Confesiones
30. Imitación de Cristo
31. Florecitas de San Francisco de Asís
32. Los Nibelungos
33. Los Mabinogion: cuentos del país de Gales; origen de
muchas leyendas célticas (siglo XII).
34. Trovadores provenzales (selección)
35. Canción de Rolando
36. Román de Renart
37. Dante: Divina Comedia
254 LA CORTE DEL SALÓN OSCURO

38. Petrarca: Sonetos


39. Boccaccio: Decamerón
40. Maquiavelo: El Principe
41. Ariosto: Orlando furioso
42. Tasso: Jerusalem libertada
43. Rabelais: Gargantúa
44. Montaigne: Ensayos
45. Corneille: El Cid
46. Racine: Fedra
47. Moliere: El Misántropo
48. Descartes: Discurso del método
49. Pascal: Pensamientos
50. Voltaire: Diccionario filosófico (selección)
51. Rousseau: Emilio
52. Shakespeare: Hamlet
53. Bacon: Nooum organum
54. Milton: Paraíso Perdido
55. Swift: Gaüioer
56. Defoe: Robinson Crusoe
57. Spinosa: Ética
58. Balzac: Papá Goriot
59. Poetas franceses del siglo XIX (selección), incluyendo
Víctor Hugo, Musset, Baudelaire, Verlaine, Rimbaud,
ante todo.
60. Stendhal: Rojo y negro
61. Flaubert: Madame Bovary
62. Dickens: David Copperfleld
63. Poetas ingleses del siglo XIX: (selección que incluya a
Wordsworth, Coleridge, Byron, Shelley, Keats, los nor-
teamericanos Poe y Whitman, Tennyson, los Browning,
los Rossetti.
64. Kant: Crítica de la razón pura
65. Schopenhauer: Parerga y paralipomena
66. Nietzsche: El origen de la tragedla
67. Goethe: Fausto
68. Heine: El Cancionero
69. Ibsen: Los espectros o Casa de muñeca
OBRAS DE LECTURA 255

70. Tolstoy. Ana Karenine o La Guerra y la paz


71. Dostoyevski: El crimen y el castigo
72. Camoens: Los Lusiadas
73. Poesía lírica portuguesa: (selección en que figure, espe-
cialmente, la de la Edad Media, una de las manifestacio-
nes líricas más admirables en el mundo).
74. Romances españoles de la Edad Media: selección.
75. Cantar de Mio Cid: (puede leerse con ayuda de la ver-
sión en prosa de Alfonso Reyes).
76. Poetas líricos españoles: selección en que no falten el Ar-
cipreste de Hita, Santillana, los Manriques, Encina, Gar-
cilaso, Boscán, Herrera, Fray Luis de León, Lope de Ve-
ga, los Argensolas, Rodrigo Caro, la Epístola moral, San
Juan de la Cruz, Góngora, Quevedo, Rioja, y después
Espronceda y Bécquer y Rosalía de Castro.
77. La Celestina
78. Lazarillo de Tormes
79. Cervantes: Don Quijote
80. Santa Teresa: Vida
81. Lope de Vega: La estrella de Sevilla o Peribañez
82. Tirso de Molina: El burlador de Sevilla
83. Calderón: La vida es sueño
84. Quevedo: El buscón
85. Pérez Galdós: Misericordia
86. Leopardi: Poesías
87. Ruiz de Alarcón: La verdad sospechosa
88. El Inca Garcilaso: Comentarios reales
89. Justo Sierra: La evolución política ae México
90. Eugenio M. Hostos: Moral social
91. José Martí: Paginas escogidas o La edad de oro
92. Sarmiento: Facundo
93. Rodó: Ariel
94. Poetas hispano-americanos: selección que comprenda a
Sor Juana Inés de la Cruz, Bello, Heredia, Olmedo, la
Avellaneda, Casal, Gutiérrez Nájera, Othon, Nervo,
Martí, Silva, Andrade, Herrera y Reissig, Delmira Agus-
256 LA CORTE DEL SALÓN OSCURO

tini, María Eugenia Vaz Ferrara, Barres Montúfar, Aqui-


leo Echeverría, José Joaquín Pérez, entre otros.
95. Juan Montalvo; Los Siete Tratados
96. Rubén Darío: Cantos de vida y esperanza
97. Ricardo Palma: Tradiciones peruanas
98. José Hernández: Martín Fierro
99. Emerson: Ensayos
100. Henry Adams: La educación de Henry Adams

Repertorio Americano, 2 de marzo de 1925.


OBRAS DE LECTURA 257

CARTA A PROPÓSITO DE UNA


LISTA DE CIEN LIBROS1

Juncal 2170, Dpto. 16.


Buenos Aires, Abril 10-1925.
La Plata

Señor don Pedro Henríquez Ureña.

Muy señor mío:

Deseo trasmita Ud. a La Corte del Salón Obscuro algunas


observaciones sobre los descomedidos y descorteses reparos
que se hacen a una lista de los “Cien mejores libros (nótese
bien la finalidad de la selección) para conocer la historia de
la humanidad”. La liste en cuestión no pretende que estos
libros sean, en estilo americano, los mejores del mundo, si
no los más adecuados para la educación del carácter y de la
voluntad a través de las vicisitudes porque ha atravesado el
género humano. Dicha lista fué ideada en 1901, y cuando su
autor frisaba recién los 22 años de edad, y ha sido mo-
dificada por éste de acuerdo con los conocimientos noveles
que le ha aportado el estudio y el conocimiento de la vida.
Desde luego, no fué ella hecha en grupos de amigos, ni en la
corte de ningún salón obscuro, ni por sugestiones de un fi-
lósofo-poeta completamente ajeno a nuestra idiosincrasia
racial, si no a la luz meridiana de un hermoso día de noble
inspiración.
Considero y siempre lo he hecho, que las letras son un ele-
vado sacerdocio y que deben ser cultivadas sin apresura-
miento y sin descanso tal como trataban su respectivo arte
los obreros del Renacimiento, cuyo genio manifiesta su
perspicacia, pero no su técnica incomparable.

1
Véanse los números 17 y 1 del Repertorio Americano, tomos 8 y
10 respecti-vamente.
258 LA CORTE DEL SALÓN OSCURO

Las letras han de interpretar siempre la humana naturaleza


en sus relaciones con sus manifestaciones internas y exter-
nas, y es mejor que el artista se aleje de todo aquello que
pueda restarle lo que hay de hermoso y vigoroso en él. Pue-
de repetirse de los individuos lo que se ha dicho de los pue-
blos sin imaginación: no avanzan en la senda del progreso.
Me he atenido al factor moral en mi lista porque he creído
desde mi primera mocedad de que un hombre puede ansiar,
influir, sobre sus conciudadanos y no acertar a hacerlo por
carecer de condiciones de carácter y voluntad. Ese Cristo,
maestro muy otro que sus remedadores modernos, y hacia
quien se muestran tan despectivos los concurrentes al obs-
curo salón del rey, me enseñó, enhorabuena, que, para lograr
poder volitivo sobre los demás y sobre sí mismo, es menes-
ter acrecer la intensidad de la conciencia y el señorío sobre
nosotros mismos; purificarnos y someternos a la ley espiri-
tual. Y si el hombre se ajustara a estos requerimientos,
conseguiría colmar su justo intento. Todo lo que nos purifi-
ca moralmente nos da valor ante el mundo, quiéranlo o no la
gente de carnales pasiones y tortuosas miras, y ello adelanta
toda causa con la cual nos hayamos identificado. El senti-
miento del deber, estrecho sendero si lo hay, la lealtad y el
espíritu de justicia nos capacitan como ningunos otros me-
dios para acrecentar nuestro poder con Dios, para guiar a los
hombres, y asimismo para ayudar a éstos últimos a merecer
los dones del Supremo Hacedor. El desarrollo de esta doc-
trina constituye el trasunto de todos mis libros y el afán in-
quieto de mi mente desde los diez y ocho años. He sido
siempre espiritualista, tanto en las épocas en que la gente se
avergonzaba de serlo, como actualmente, en que está de
moda el afectarlo. En esta creencia he vivido y seguiré vi-
viendo hasta que la muerte me lleve.
La petulancia es muy propia de los individuos muy geniales
o de los de muy menguados alcances, por no decir ignoran-
tes, siendo estos últimos los que más adolecen de ese defec-
to.
OBRAS DE LECTURA 259

La bondad de esa mi lista, y desde luego, por lo menos, su


sana intención, ha sido reconocida por cerebros tan vastos
como los del Profesor Eméritus, Dr. Elliot, canciller de la
Universidad de Harvard; Miguel de Unamuno, Segismundo
Münz; Dr. W. T. Harris, editor del Webster's Dictionary, Di-
rector de la Revista de Filosofía de los Estados Unidos; Dr.
Ramón y Cajal y otras eminencias.
Por otra parte, asombra verdaderamente la crítica hecha a
ciertos libros propuestos por mí. Por más que nos duela,
preciso es admitir, si se ha de juzgar el árbol por el fruto,
que las democracias de habla inglesa son las que en la actua-
lidad realizan mejor lo que se ha dado en llamar, civilización
occidental. Ello no implica suponer que esta hegemonía pase
de aquí a unos lustros a otra raza.
El libro de Demolins vierte a este respecto, muy preciosas y
necesarias enseñanzas. En cuanto a la “Colección clásica de
autores españoles” compuesta por los P. P. Jesuitas, diré
que, tratándose de una obra que abarca los autores del siglo
de oro y de una edad más próxima en que casi todos ellos
eran religiosos, nadie más capacitados que esos educadores
para llevarla a la práctica. No soy jesuita ni acaso católico, en
el sentido de la ortodoxia, pero he de aplaudir lo que es
digno de encomio, viniere de donde viniere. Mi lista reco-
mienda por igual al anarquista Reclus, que tengo por gene-
roso y altruistísimo espíritu, que a un docto sacerdote co-
mo Mons. Duilhe de St. Projet, promotor de los congresos
de los sabios católicos. Los hay religiosos en gran número,
entre ellos Pasteur, que oía misa. Temerario es llamar pueril
a la obra de Smiles, tejida con los pensamientos y ejemplos
extraídos de las obras y las vidas de los hombres que más
han significado como alteza moral y entendimiento. Es
digno de ser leído y divulgado ese inspiradísimo estudio so-
bre el carácter. Si a su lectura se hubieran dedicado los discí-
pulos del Salón obscuro, saldrían más que pronto del mismo.
Dentro de sus límites, la Historia de la literatura española no
tiene rival, por el vastísimo saber, la profundidad de los jui-
260 LA CORTE DEL SALÓN OSCURO

cios y la belleza de su estilo literario. No es tan sólo un co-


mentario sobre literatura, sino un modelo acabado de géne-
ro literario.
No tengo reparos que hacer en los cien libros de la Corte del
salón oscuro, hecha con otra finalidad que la que yo me había
propuesto en la mía. Sólo diré que conoce harto mal a Que-
vedo quien no tiene a la vida de Marco Bruto, por su obra la
más acabada y muy digna de leerse repetidas veces. Mués-
trase en ella el festivo filósofo uno de los más puros estilis-
tas de su tiempo, y acaso de todos ellos.
En defensa de la Apología científica de la fe cristiana, sólo
añadiré esta proposición: que él hecho fundamental de la
religión es la certidumbre de dos ámbitos, uno físico, sujeto
a leyes inviolables, otro espiritual, donde existe la libertad en
grado infinito.
Acaece a la lista propuesta por mí, lo que ocurre con aquel
hombre que nunca juzga despectivamente a los demás por-
que ha vuelto el amor hacia Dios, la ley fundamental de su
vida; pero ello no obsta que los demás le critiquen a él con
ardimiento.
Los principios que hemos procurado evocar ante el lector
exigirían muy largos comentarios, pues a ellos convergen los
anhelos del alma en momentos de su mayor plenitud.
Para finiquitar recordaré la máxima de uno de mis maestros
más queridos, Goethe: Sed moderados en lo que es arbitra-
rio y diligentes en lo que es necesario.
Agradeciéndole la transmisión de estos apuntes a sus amigos
de La Corte del Salón Obscuro, queda a sus órdenes para
proseguir la dilucidación de este tema muy grato a mí espíri-
tu, y lo saluda atentamente.

Alberto Nin Frías


COLABORADORES

BERNABÉ, MÓNICA: Es Doctora en Letras por la Universidad de


Buenos Aires y especialista en literatura y cultura latinoamericana.
Es Profesora Titular de la Cátedra Literatura Iberoamericana II en
la Universidad Nacional de Rosario donde, además, es Coordina-
dora Académica de la Maestría en Estudios Culturales. Ha publi-
cado Vidas de artista. Bohemia y dandismo en Mariátegui, Valdelo-
mar y Eguren (Beatriz Viterbo / IEP)
BRITO OLVERA, MARIANA: Estudió Lengua y Literaturas Hispáni-
cas en la UNAM. Se ha dedicado al estudio de la literatura latinoa-
mericana y de la obra de Pedro Henríquez Ureña. Ha sido becaria
en el área de Ensayo en la Fundación para las Letras Mexicanas. Es
profesora adjunta del Mtro. Gustavo Ogarrio, que imparte el curso
de Literatura en América Latina 2 y 3 en el CELA, UNAM.
CASTELLANOS, JESÚS DE: Destacado periodista, dibujante y carica-
turista cubano, contemporáneo de Pedro Henríquez Ureña. Nació
y vivió en la Habana (1879-1912). Junto a Max Henríquez Ureña
fundó en el 1910 la Sociedad de Conferencias, uno de los espacios
por excelencia de encuentro intelectual durante los inicios republi-
canos de Cuba.
DEGIOVANNI, FERNANDO: Profesor Asociado de Literaturas e
Idiomas Hispanos y Luso-Brasileños en el Centro de Graduados.
Su investigación se ha centrado en el surgimiento del latinoameri-
canismo como campo de debate crítico y de investigación acadé-
mica entre los años 1890 y 1960. Ha publicado Los textos de la pa-
tria: Nacionalismo, políticas culturales y canon en Argentina (Beatriz
Viterbo Editora, 2007), galardonado con el Premio Alfredo Rog-
giano de Crítica Literaria y Cultural de América Latina por el Ins-
tituto Internacional de la Calidad Iberoamericana. También ha edi-
tado el dossier Comunidades y relatos del libro en América Latina
(2015).
262 COLABORADORES

DÍEZ CANEDO, ENRIQUE: Ensayista, poeta, traductor y crítico es-


pañol, (Badajoz-México 1944). Durante la República española fue
embajador español en Uruguay y en Argentina. Durante la estancia
de Pedro Henríquez Ureña en Madrid, en 1920, fue uno de sus más
asiduos contertulios y soportes, destacándose además en aquél
círculo la figura de Alfonso Reyes.
LINK, DANIEL: Escritor y catedrático argentino. Dirige en la Uni-
versidad Nacional de Tres de Febrero la Maestría en Estudios Lite-
rarios Latinoamericanos y el Programa de Estudios Latinoamerica-
nos Contemporáneos y Comparados y es profesor titular de la cá-
tedra de Literatura del Siglo XX en la Universidad de Buenos Aires.
Editó la obra de Rodolfo Walsh.
MARTÍNEZ CARRIZALES, LEONARDO: Doctor en Letras por la Fa-
cultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Miembro del Sistema Na-
cional de Investigadores. Es autor, entre otros libros, de La sal de
los enfermos. Caída y convalecencia de Alfonso Reyes. París 1913-
1914 (2001); Alfonso Reyes-Enrique González Martínez, El tiempo
de los patriarcas. Epistolario 1913-1914 [estudio, edición y notas]
(2002); El recurso de la tradición. Jaime Torres Bodet ante Rubén
Darío y el modernismo (2006).
MORENO MORENO, DANIEL: Profesor del Departamento de Filo-
sofía del IES Miguel Servet, Zaragoza. Ha traducido varios libros y
doce ensayos de Santayana. Es autor de Santayana filósofo. La filo-
sofía como forma de vida (Trotta, 2007).
PACHECO, JOSÉ EMILIO: Poeta, ensayista, narrador y crítico mexi-
cano (Ciudad de México 1939 - 2014).
TOSCANO Y GARCÍA, GUILLERMO: Doctor de la Universidad de
Buenos Aires (orientación Lingüística). Ha sido Jefe de Trabajos
Prácticos de la Cátedra de Lingüística "B" (Facultad de Filosofía y
Letras, Universidad de Buenos Aires).
VILLALBA, DOMINGO: Destacado periodista cubano de principios
del siglo XX
YAKSIC AHUMADA, MARÍA J.: Magíster en Estudios Latinoameri-
canos (UCH), y Licenciada en Lengua y Literatura (UAH). Se de-
dica al pensamiento caribeño.

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