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Hormigón.
El agua de amasado juega un doble papel en el hormigón. Por un lado, participa en las
reacciones de hidratación del cemento; por otro, confiere al hormigón la trabajabilidad
necesaria para una correcta puesta en obra.
Puede retenerse la idea de que cada litro de agua de amasado añadido de más a un
hormigón equivale a una disminución de dos kilogramos de cemento.
Tanto el agua de amasado corno el agua de curado deben reunir ciertas condiciones
para desempeñar eficazmente su función. En general, se debe ser más estricto en la
aptitud de un agua para curado que en la de un agua para amasado. Mucho más
peligrosa es el agua que recibe el hormigón cuando está endureciendo, porque las
reacciones que puede originar ya no actúan sobre una masa en estado plástico.
Además, la aportación de sustancias perjudiciales en el agua de amasado es limitada
en cantidad y se produce de una sola vez, sin renovación; mientras que la aportación
del agua de curado es mucho más amplia y de actuación más duradera.
Aguas Perjudiciales y No Perjudiciales.
Las excepciones se reducen, casi exclusivamente, a las aguas de alta montaña, cuya
gran pureza les confiere carácter agresivo. No obstante, algunas aguas
manifiestamente insalubres pueden también ser utilizadas: aguas bombeadas de
minas (que no sean de carbón), algunas de residuos industriales, aguas pantanosas,
etc. Las aguas depuradas pueden emplearse perfectamente.
Agua de Mar.
No se pueden dar reglas generales acerca del agua de mar utilizada en el amasado de
hormigones. En muchos casos se ha empleado con éxito para estructuras de
hormigón armado, a pesar de su alto contenido en sulfatos.
El contenido medio en cloruro sódico del agua de mar es del orden de 25 gramos por
litro (es decir, unos 15 gramos por litro de ión cloro), lo que la coloca dentro del límite
admisible para hormigón en masa y abiertamente fuera para hormigón armado. Las
restantes sales están constituidas fundamentalmente por sulfatos magnésico, cálcico y
potásico, con contenidos del orden de 1,50; 1,25 y 1,00 gramos por litro
respectivamente, lo que da un total de ión SO4 próximo a los 3 g/l. Estos contenidos
bastarían para calificar al agua como perjudicial, pero por una serie de razones de
índole química (véase punto b del apartado 5.7-3.°) su agresividad real es mucho
menor de la que tendría un agua no marina con sulfatos o cloruros en análogas
proporciones.
La presencia de algas en el agua no debe admitirse, ya que impiden la adherencia
árido- pasta, provocando posteriormente multitud de poros en el hormigón.
El amasado con agua de mar suele ser especialmente perjudicial cuando el hormigón
va a estar en contacto con agua de mar. Por ello es norma de buena práctica amasar
siempre con agua dulce los hormigones destinados a obras marítimas. En particular,
los cementos aluminosos, que resisten bien el agua de mar, no deben ser amasados
jamás con agua de mar, la cual puede provocar, aparte de otros perjuicios, un
fraguado relámpago.
Los áridos pueden ser rodados o machacados. Los primeros proporcionan hormigones
más dóciles y trabajables, requiriendo menos cantidad de agua que los segundos. Los
machacados confieren al hormigón fresco una cierta acritud que dificulta su puesta en
obra. En ambos efectos influye más la arena que la grava. En cambio, los áridos de
machaqueo proporcionan una mayor trabazón que se refleja en una mayor resistencia
del hormigón, especialmente a tracción y, en general, en una mayor resistencia
química.
Al emplear árido rodado suelto se tiene la garantía de que se trata de piedras duras y
limpias, salvo contaminación de la gravera. Pero si se encuentra mezclado con arcilla
es imprescindible lavarlo, para eliminar la camisa que envuelve a los granos y que
haría disminuir grandemente su adherencia con la pasta.
Este lavado debe ser enérgico, realizado con máquinas de lavar, no sirviendo de nada
el simple rociado en obra.
Por último, los áridos deben cumplir las siguientes condiciones físico-mecánicas:
absorción de agua no superior al 5 % (Normas UNE 83.133:90 y 83.134:90); friabilidad
de la arena no superior a 40 (Norma UNE EN 1097-1:97, ensayo micro-Deval), y
resistencia al desgaste de la grava no superior a 40 (Norma UNE EN 1097-2:98,
ensayo de Los Ángeles).
Las arenas que provienen del machaqueo de granitos, basaltos y rocas análogas son
también excelentes, con tal de que se trate de rocas sanas que no acusen un principio
de descomposición. Deben rechazarse de forma absoluta las arenas de naturaleza
granítica alterada (caolinización de los feldespatos).
Las arenas de procedencia caliza son de calidad muy variable, Siempre resultan más
absorbentes y requieren más cantidad de agua de amasado que las silíceas. Su
resistencia al desgaste es baja, por lo que los hormigones sometidos a este efecto (por
ejemplo, en pavimentos) deben confeccionarse con arena silícea, al menos en un 30
por 100 de la totalidad de la arena.
Las buenas calizas no son rayadas por la navaja, la cual deja tan sólo un ligero trazo
sobre su superficie (densidad mayor de 2,6 y resistencia mayor de 100 N/mm3). Las
que son rayadas por el latón (densidad menor de 2,3 y resistencia menor de 50
N/mm3) caen fuera de lo admisible. Entre ambas se colocan las que no son rayadas
por el bronce. En todos los casos debe realizarse la prueba sobre una superficie plana
y con el material totalmente seco.
Una vez efectuado el cribado del árido, puede dibujarse su curva granulométrica
tomando en abscisas las aberturas de los tamices y, en ordenadas, los porcentajes
que pasan por cada tamiz, en volumen absoluto. Generalmente se emplea papel
semilogarítmico (figura 2.2).
Se denomina tamaño máximo de un árido (D) la mínima abertura de tamiz UNE 7050-
2:85 por el que pasa más del 90 % en peso, debiendo además pasar la totalidad del
árido por el tamiz de abertura doble. (FI tamaño mínimo se define, de forma análoga,
como la máxima abertura de tamiz por el que pasa menos del 10 % en peso) Cuanto
mayor sea el tamaño máximo del árido, menores serán las cantidades necesarias de
cemento y agua del hormigón. Pero el tamaño máximo del árido viene limitado por las
dimensiones de los elementos estructurales y la separación entre armaduras,
influyendo también los medios de amasado y puesta en obra del hormigón
Especial importancia tienen los finos menores de 0,25 milímetros, sobre todo para
hormigones que deban transportarse mediante canalizaciones, para elementos de
paredes delgadas muy armadas y para obtener hormigones muy impermeables. Como
la proporción necesaria de estos finos está ligada a la cantidad de cemento, es
frecuente considerarlos conjuntamente en la fracción granulométrica comprendida
entre cero y 0,25 milímetros.
en donde:
p = porcentaje en peso que pasa por cada tamiz;
d = abertura (diámetro) de cada tamiz;
D = tamaño máximo (diámetro) del árido.
b) Parábola de Bolomey .
En esta curva granulométrica (figura 2.3) se considera incluido el cemento y su campo
de aplicación es mucho más amplio que el de la parábola de Fuller. Su ecuación es:
con los mismos significados que en la anterior y con los valores de la constante a que figuran
en la tabla 2.5. Como en esta curva se considera también el cemento, de más densidad que los
áridos, es necesario tomar los porcentajes en volumen absoluto.