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Herencia moderna de la moral occidental.

«Todo lo que existe es justo e injusto, y en ambos


casos está igualmente justificado».
¡Ése es tu mundo! ¡Eso se llama un mundo!
-Nietzsche, El nacimiento de la tragedia

Desde una “Micro sala” en Matucana 100, la composición entre la ​Sonata en


La menor para arpeggione y piano D.821​ de Schubert, y un profundo sentir​, nos
adentramos en el sencillo -o eso nos quieren hacer ver- mundo de Arpeggione (Dir.
Jesús Urqueta. Julio 2018)
Vemos a Rosa y Lorenzo, dos personas con una relación estrecha con la
música, en un intento por lograr establecer o evadir algún tipo de conexión
emocional con el otro.
Ella, con parece poseer una indecisa aspiración a un movimiento en su vida,
que devela en su sorpresa y la alegría al ser llamada “profesional”, y en cómo su
actitud va cambiando a medida que se desarrolla la relación entre ambos; se puede
notar un gran esfuerzo por mejorar, que nos muestra su inseguridad cada vez que
se equivoca en alguna dinámica del piano, y también un intento por volverse parte
del mundo de él -o salir del propio-, intentando entrar a través de la excesiva e
incisiva palabra.
Dice Eduardo Carrasco en el capítulo dos de ​Nietzsche y los judíos​ sobre los
antiguos pensadores religiosos judíos: “Necesitan un asidero para sobrellevar la
angustia del sinsentido, de lo fortuito, de lo azaroso, y la inquietud ante la
imposibilidad de asegurar que el bien que a ellos les interesa tendrá su momento;
aunque en su tiempo resulten derrotados”. (44)
Rosa se toma de Lorenzo, y vemos aparecer la figura del “Artista”
posicionada en un lugar distante, como un símil del concepto “Dios”. Si bien no hay
acercamientos religiosos en la obra, se reproduce el esquema jerárquico de Dios,
ese que aparece en las divinidades desde Grecia: “El griego conoció y sintió los
horrores y espantos de la existencia: para poder vivir tuvo que colocar delante de
ellos la resplandeciente criatura onírica de los olímpicos.” (Nietzsche 47). Existe un
ser inalcanzable y sabio que con su existencia y superioridad, valida la de los
“simples mortales”, manteniendo las características que hacen posible la
continuidad de este sistema en el tiempo. Advertimos una necesidad de justificar su
existencia y la forma de ésta, y es ella misma quien lo hace:

ROSA.- (Súbitamente.) Lorenzo, los artistas son muy fuertes, ¿no es cierto?
LORENZO.- ¿Cómo?
ROSA.- Quiero decir, los artistas se salvan. ¿verdad?
LORENZO.- (Después de un segundo de silencio.) No sé.
ROSA.- Pero ellos, al irse, algo dejan, ¿no es cierto? Algo dejan para los que
se quedan, algo tienen que dejar.
LORENZO.- ¿Usted en verdad cree en los artistas, Rosina?
ROSA.- ¿Y en quién sino?
LORE ZO.- (Con firmeza en la voz, como dándole confianza.) Sí. Algo dejan.
ROSA.- ¡Lo sabía! Por eso a la larga. todo es soportable... Por eso hay
alguna razón, alguna justificación, creo yo, para todos nosotros.
LORENZO.- ¿Ustedes?
ROSA.- Los que no quedamos acá. (Ríe súbitamente.) Perdidos en el
bosque. (Hay un largo silencio.) Ojalá... ojalá que le vaya bien.

Esto es un versión contemporánea del mismo fenómeno basado antes en la


religión, donde “[los pueblos] requieren ser “engañados”, necesitan respuestas
tranquilizadoras y eficaces, que los ordenen y los orienten.” (Carrasco 42)
La aspiración de Rosa se estanca, y todo ha sido pasajero, casi un sueño, y
la aceptación que ella misma porta y se dice, la vemos en su hablar, “ROSA.-
Porque como decía mi papá, nada de lo que e híbrido dura.”(Alcamán 382). Para el
final de todo, no reclama, esconde sus intenciones afirmada de la figura del artista, y
sufre el retorno a la realidad en silencio. Sólo el sonar de la sonata que comienza
una vez más para sellar el ciclo. A diferencia de Lorenzo, quien se va con felicidad
de reencontrarse con su acompañante, dejando aquel encuentro atrás.
Se mantiene la lógica heredada en occidente que menciona Descartes, esa
que nos hace creer que la configuración del mundo debe ser del manera y hay que
aceptarla:
“hay más perfección en el universo al no estar algunas de sus partes libres
de errores y otras sí, que si todas fueran iguales. Y ningún derecho tengo a
quejarme de que Dios haya querido que yo desempeñara en el mundo un papel que
no es el principal ni el más perfecto de todos. (...) puedo sin embargo evitarlos de
otra manera, (...) [que] abstenerme de juzgar siempre que no esté seguro de
la verdad de la cosa”. (56)

La moral, indistintamente de cómo -de si viene con el nombre de alguna


divinidad adherida-, aparece en la obra replicando una estructura de la
predestinación, aquella que no permite cambios y avala que el lugar en el que te
encuentras es y será. No existe la esperanza más que como una idea que se
castigará si se cree en ella, como alguna vez en la tragedia sucedió en la tragedia
griega con quienes intentaron vencer al oráculo.
Lo curioso, es que en estas historias modernas, es el mismo ser humano el
que se impone las limitaciones, como si por su carga histórica o genética no pudiera
separarse de esa moral -antiguamente ligada a la religión y al honor-, aún cuando la
figura de Dios no aparece. Es el conflicto del ser consigo mismo.
De hecho, tenemos a estos dos personajes que no hacer dialogar sus
conflictos, existen cada uno por sí solo mientras su encuentro se desarrolla, y para
mejor o pero, por camino separados termina también la historia. Lo que no significa
que se posicione a algún personaje en lugar de “bueno” o “malo”, sólo que el drama
personal de cada uno es independiente del otro. Lo apreciamos en las didascalias
del texto y en la puesta en escena
Como puesta en escena, vemos un propuesta que reduce los elementos
escénicos, rescata lo mínimo para establecer la convención del lugar, una sala de
ensayo. Dos sillas, dos atriles, y el tamaño de la misma sala de Matucana 100 nos
transportan a la intimidad de los personajes. Haber restado elementos, en relación
al texto, a mi parecer otorga la posibilidad de centrarse en la fuerza y emocionalidad
de cada personaje. No se necesitan esas varias sillas ni varios atriles que
parecieran un bosque, pues las imágenes aparecen a través del relato. El resto se lo
dejamos a esa pantalla digital que sólo en ciertos momentos acompaña el bosque,
una pintura a la que se hace referencia, algunos trozos del texto de la obra y la
partitura de la pieza obra musical. De los instrumentos, se hace la convención a
través del gesto y el audio, nos centramos en el relato, y los varios atriles no son
necesarios para ver la caída final de Rosa, sólo su cuerpo.
De todas formas, creo ver un intento por separarse de la normalidad o de la
moral, bien no estoy segura del todo. Existen en la puesta en escena algunos
elementos que han generado en mí cierta extrañeza, la polera estampada con texto
de la obra, el hecho de poner partes del texto a través de la pantalla. Podría
reconocerlos quizá como algún tipo de distanciamiento, pero la verdad, más que
separar algo, sólo me han generado extrañeza. El viaje emocional y moral, aún así
aparece. Para mí, es una otra que reivindica la desesperanza, dentro del contexto
posmoderno en donde la lucha se ha desvinculado de la figura de Dios. Pero si
quisiéramos hablar de distancia, creo que no es el caso, pensando al menos en
otros referentes analizados (películas vistas en clase), donde hay otro tratamiento
actoral y en el montaje. Aunque quizá podríamos hablar de que sí comparten, como
muchas de las manifestaciones artísticas desde el comienzo del modernismo, una
corriente o duda del ser, expuesta de diferentes formas. Y quizá ya no es una
cuestión de forma, si no de la mezcla de estas, como se han tergiversado, mezclado
e invertido también, conceptos como la moral a través de la historia.
Alcamán, Norma. “​Teatro Completo Luis Alberto Heiremans”.​ Santiago de Chile. RIL
Editores: Corporación del patrimonio Cultural, 2002.

Carrasco, Eduardo. “​Nietzsche y Los Judíos, Cap 2: Los sacerdotes Judíos”.


Santiago de Chile. Catalonia, 2017.

Descartes, René. “Meditaciones metafísicas y otro textos”. Ed: Gredos.

Nietzsche, Friedrich. “El Nacimiento de la tragedia” Ediciones Proyecto Espartaco.

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