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Cuando estudiamos acerca de la infinitud de Dios nos damos cuenta que está relacionado a cómo

el ser humano enfrenta su propia insatisfacción por ser finito y limitado en su propio ser. Es la
infinitud de Dios lo que nos lleva de la mano a vivir la satisfacción en nuestro creador. Por eso, al
intentar entender este tema tan complejo, comenzamos por los libros de teología que nos dicen
que por su infinitud, Dios no tiene límite en su ser y sus atributos, no está condicionado por el
universo, por el tiempo, ni por el espacio. Dios es infinito en lo intensivo y no en lo extensivo, es
decir, no está limitado por la cantidad de su sustancia. Los aspectos de su infinitud son su
perfección, soberanía, eternidad e inmensidad. Nada de todo lo que Él ha creado le puede dar
identidad. Nada lo define porque es ajeno absolutamente a nosotros.

Sin embargo, es justamente con estos conceptos que comenzamos a pensar y el sólo ejercicio de
pensar en este Dios infinito, ya lo limita en nuestra mente. Si pudiéramos concebir su grandeza, Él
sería inferior a la mente que pretende formar ese concepto, todo lo que podamos pensar acerca de
Él es limitado. Incluso en nuestro lenguaje, toda afirmación teológica, aún las expresiones más
elevadas, serán trivialidades comparadas con Él, no podemos describirlo, ni pensarlo, ni expresarlo
porque Él es mucho más grande de lo que podemos pensar y decir, esa es la crisis del ser humano
cuando se encuentra con este Dios, se torna incapaz de Él.

La solución sería que nuestro espíritu se pueda conectar con Dios que es espíritu también y pueda
expresarse mejor por medio de las emociones. Sin embargo, nuestra adoración emocional se reduce
a nuestra percepción de lo que pensamos acerca de Él, de lo que sentimos por Él, y nada de lo que
podamos sentir acerca de Dios puede llegar a describirlo, incluso cuando estamos arrodillados
delante de la presencia de Dios y sentimos Su gloria, será poco comparado a lo que es Él.

En consecuencia, una vía de solución es no hacernos imagen de este Dios infinito, ya nos advertía
de esto el propio Dios en su segundo mandamiento (Éxodo 20:4). No debemos hacernos una imagen
de Dios, porque toda imagen que hagamos de Él impedirá que se revele cabalmente ante nosotros.
El problema es que nosotros todo el tiempo estamos creando imágenes de un Dios “absolutamente
amoroso”, “completamente justiciero”, “arbitrariamente soberano”, pero, cada descripción
tenderá a ser sesgada e inferior a la cabalidad del ser de Dios. Entonces, el problema no está en
hacer visible lo invisible, sino en pretender hacer comprensible lo incomprensible, ese es nuestro
dilema: nuestra fe en Dios no proviene de lo que nosotros decimos, pensamos y sentimos acerca de
Él, sino de lo que Dios dice de Sí mismo y es entonces cuando volvemos a la Palabra de Dios.

La Palabra de Dios nos muestra la mejor y más perfecta imagen de Dios, nada de lo que podamos
decir, pensar, sentir será suficiente, sino volvemos a la Palabra de Dios y eso nos presenta un desafío
serio: Leer y estudiar seriamente las Escrituras Sagradas, porque Dios no está jugando con lo que Él
es. Nuestro Dios ya reveló en Su Palabra, lo que Él quería decir acerca de Sí mismo. No juguemos
con eso, no nos hagamos una imagen de Dios sin antes volver a Su Palabra. Ese es nuestro desafío.

Hay muchos textos en la Palabra de Dios que hablan sobre la infinitud de Dios, Su soberanía, Su
inmensidad, o Su eternidad. En esta oportunidad nos acercaremos al capítulo 17 del libro de Hechos.
Lucas, autor de este libro y haciendo mención a lo que dijo el apóstol Pablo en el areópago de
Atenas: «En todo observo que sois muy religiosos porque pasando y mirando vuestros santuarios
hallé también uno, al dios no conocido a lo que vosotros adoráis pues sin conocerle es a quien yo os
anuncio» (Hechos 17:22-23). Este texto regularmente es usado para hablar sobre evangelización,
misiones, o la forma de llegar a una cultura ajena desde la cultura cristiana. Sin embargo, podríamos
también plantear una idea, desde el texto bíblico, rogando que el Espíritu Santo pueda transitar por
nuestras convicciones.

El apóstol Pablo dice que observa a los atenienses como religiosos, pero nosotros también lo somos.
No lo veamos en principio de manera negativa, el apóstol Pablo no los está insultando, al contrario,
está haciendo tan sólo una descripción. Somos religiosos en el hecho de que tengamos una idea
acerca de Dios, un ritual, un discurso, una práctica y doctrina teológica. El apóstol nos está
describiendo y nos dice que tenemos una forma de religiosidad en la que no perdemos oportunidad
de erigir “dioses” en nuestras vidas, es nuestra tendencia, nuestra inclinación hacia la idolatría y la
construcción de imágenes acerca de Dios.

Los historiadores dicen que los atenienses tenían como treinta mil dioses. Como evangélicos
gastamos mucho tiempo en señalar con el dedo a otras religiones idólatras, sin embargo, nosotros
tenemos nuestros mismos esquemas idolátricos. Una de ellas es incluso nuestra teología, o la forma
en la que asumimos, presentamos y compartimos nuestras doctrinas. La teología reformada con la
que nosotros estamos intentando alzar nuestras banderas, puede haberse convertido en nuestro
ídolo. Llegamos a juzgar a otros hermanos creyentes en Cristo, llamándolos con todo tipo de
apelativos, creando en nosotros orgullo y una forma de idolatría. Somos gente idólatra, tenemos
que reconocerlo y debemos constantemente eliminar nuestros ídolos y nuestros dioses delante de
la inmensidad del Dios verdadero.

Lo interesante es que también habían muchas filosofías en Atenas, los epicúreos y los estoicos, unos
decían “disfruta la vida”, otros decían “aguanta la vida”. Por un lado, algunos hablaban de una
cultura hedonista, una búsqueda por el placer, una desconexión con la trascendencia, un vivir la
vida manera sentimentalista y exitista. Por el otro lado, los otros eran autosuficientes, materialistas,
resignados, con falta de esperanza, una forma de vivir donde nada se puede cambiar porque el
destino está escrito. Esto también es una radiografía de nuestra sociedad, de nuestra cultura
hedonista, sentimentalista, exitista, autosuficiente, materialista, apática, resignada,
desesperanzada.

Entonces, ¿qué tipo de dios adoramos? El apóstol Pablo nos desafía «…al [Dios] que vosotros
adoráis, pues sin conocerle es a quien yo os anuncio» (Hechos 17:23). Nosotros somos parte de una
cultura cristiana que adora ignorando quién es su Dios y reduciéndolo a una forma, a una
percepción, a un conjunto de creencias. Debemos hacer el ejercicio del auto-examen, para
reencontrarnos con la fidelidad a las Escrituras, aunque probablemente también aún en nuestra
mayor fidelidad a la Palabra nos encontraremos limitados ante la infinitud de Dios.

¿Conocemos lo que adoramos? ¿a qué tipo de Dios adoramos? La palabra “infinitud” nos lleva a una
adoración indescriptible. Cuando Dios se aparecía en las teofanías de la Escritura, los hombres y
mujeres que lo experimentaron no podían permanecer en pie, porque si lo veían se morían. Esto es
tremendo, y aunque algunos dicen: “¡he visto la gloria!”, “he sentido la presencia de Dios” sabemos
que apenas es una “muy pequeña muestra” de lo que Dios es.

El conocimiento lleva a la adoración, por eso, el conocimiento verdadero lleva a la adoración


verdadera. Es mucho mejor tener conocimiento de Dios que adorarlo sin conocerlo, la sinceridad
aquí no cuenta. Nos han dicho que es importante que seamos sinceros, que nos salga del corazón,
que es importante sentirlo. Pero, la Palabra de Dios nos dice: «Engañoso es el corazón más que todas
las cosas, y perverso» (Jeremías 17:9). Nuestro corazón nos engaña nos dice el profeta. Solamente
la búsqueda de Dios en Su Palabra es lo que nos va a llevar a una verdadera adoración, es solamente
lo que descubrimos acerca de Dios en las Escrituras lo que nos va a llevar a una verdadera adoración.

Por lo tanto, ¿qué fue lo que descubrimos de Dios está semana en Su Palabra? Porque eso es lo
único que nos puede llevar a la adoración, ni siquiera sus bendiciones. Sólo lo que hemos
descubierto en Su Palabra, aún siendo poco, nos llevará a una adoración indescriptible.

El apóstol Pablo continúa diciendo: «Al que vosotros adoráis… sin conocerle, es a quien yo os
anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la
tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres,
como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas… para que
busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos
de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos» (Hechos 17:23-28).

El planteamiento del apóstol Pablo presenta una relación entre el creador y su creación. Una de las
formas en la que podemos comenzar a percibir la infinitud de Dios es con su creación. Por lo tanto,
comenzaremos a conocer lo infinito a partir de lo finito. De esta manera, está deconstruyendo una
filosofía estoica y epicúrea, en la que unos decían que “todo es Dios” y otros que “no hay Dios”. Por
eso, el apóstol dice, que al Dios que hizo todas las cosas, lo podemos comenzar a conocer viendo su
creación. La percepción de la creación hace incomprensiblemente comprensible a Dios en su ser
infinito. Cuando, por ejemplo, miramos al mar, la percepción de lo que está pasando ahí, las olas y
aquella inmensidad hacen incomprensiblemente comprensible a Dios en Su ser infinito. Es ahí donde
comenzamos a percibir el tipo de Dios que tenemos, un Dios tan grande que puede hacer algo que
incluso nuestra propia percepción logra ver pero no alcanza a comprender.

Entonces, el texto bíblico se va acercando al momento más importante al decir: “no habita en
templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de
algo”. Dios no necesita nuestra adoración, de nuestro estudio de la Palabra, no necesita que lo
defiendan, no necesita absolutamente nada, por eso, Él comienza su revelación diciendo: «en el
principio creo Dios los cielos y la tierra» (Génesis 1:1), no gasta palabras intentando explicar como
Él surgió, lo da por hecho, no necesita que nosotros lo defendamos o demostremos su existencia.
En este sentido, si no podemos servirlo con nuestras manos, o hacer un templo para abrigarlo, ¿para
qué es todo este amor a la sana doctrina? Es como si entrenáramos todos los días para ejercitar los
músculos de nuestras piernas y descubrir al final de la historia que en la eternidad no caminaremos,
sino flotaremos. Así de inútil e innecesario.
Dios no puede habitar en lo que nosotros hacemos, y por eso nos cambia la lógica. «No vino para
ser servido sino para servir» (Mateo 20:27-28). Es un Dios infinito, un Dios inmenso que no quiere
ser servido, ni pretende ser servido, porque vino a servir, y eso ya es suficiente para comenzar a
llevarnos a la adoración. Entonces, mientras seamos esclavos de nuestra teología y doctrina,
viviremos insatisfechos. Si nos enamoramos de lo que estamos construyendo para Dios, vamos a
vivir insatisfechos, porque nada de lo que construyamos podrá satisfacer a Dios.

No obstante, Pablo dice que Dios da aliento de vida «para que lo busquemos y lo hallemos», aunque
ya entendimos que no es con nuestra teología o nuestros templos, sino de alguna manera
«palpando porque no está lejos de cada uno de nosotros». Hay algo que Dios ha puesto en nuestro
corazón y es «eternidad» (Eclesiastés 3:11), por eso, hay una búsqueda intrínseca del ser humano
en buscar saciarse todo el tiempo con algo que no podrá encontrar en lo temporal y espacial.

Cuando vemos su creación nos damos cuenta que existe un Dios que necesitamos buscar y de esta
manera, se hace presente la necesidad imperiosa de saciar nuestra búsqueda por lo eterno. Es el
insaturable deseo de comprender lo incompresible. Y aunque parece ser inútil forma parte de
nuestra paradoja y contradicción como seres humanos. Entonces, el apóstol Pablo nos da una gran
noticia al decir que lo hallaremos «palpando». No es el hombre seguro de sí mismo en dirección a
Dios, no es la acción perfecta del ser humano en la búsqueda de experimentar lo finito. Encontrarnos
con la creación no basta, nuestra percepción teológica no basta, nuestra adoración emocional no
basta, nuestros templos no bastan, pero el deseo sigue ahí. Como, por ejemplo, cuando terminamos
insatisfechos una temporada de nuestra serie de televisión favorita esperando la siguiente. Así es
cuando nosotros nos quedamos con nuestra percepción de Dios, no nos basta la creación, queremos
más, un poco más de Dios, porque nuestra necesidad de Él es insaturable.

La noticia es aún mejor cuando leemos que «no está lejos». ¡Que maravillosa declaración! El Señor
no está lejos ¿Por qué? «Porque en Él vivimos, nos movemos, y somos». Dejemos de buscar, en otras
cosas que no sea en el Dios infinito, dejemos de buscar en otra cosa que no sea la Palabra de Dios
que nos muestra la mejor y más perfecta imagen acerca de Él: Jesucristo.

Lo interesante de Hechos 17 es que comienza diciendo: «era necesario que el Cristo padeciese, y
resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio… es el Cristo » (v.3), y más adelante en
el versículo 18 dice: «porque él les predicaba el evangelio de Jesús y de la resurrección». Si buscamos
en la Palabra de Dios, ella nos llevará a una sola persona y se llama Jesucristo. Solamente en Él
podemos tener satisfacción plena, porque en Hebreos dice: «Él es el resplandor de su gloria y la
imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:3), Jesucristo es el Dios infinito y cuando nos acercamos
a Él, nos damos cuenta que Dios no está lejos, que podemos descubrir la inmensidad de Dios. No es
sólo un hombre que anduvo por aquí, es el Dios encarnado, el Dios infinito que nos muestra que no
está lejos y que podemos acercarnos a Él, porque si vamos a Su Palabra, Su Palabra nos lleva a Cristo
y Cristo nos lleva de vuelta al Padre.

Por lo tanto, sólo podemos satisfacer nuestras búsquedas al experimentar lo infinito, y la única
forma de experimentar lo infinito es acercándonos a Jesucristo. No es un templo, no es una doctrina,
no es una forma de religión, solamente podemos encontrar plena satisfacción cuando nos
conectamos con este Dios maravilloso que se llama: Jesucristo.

No busquemos más en aquello que no nos va a dar satisfacción, en las bendiciones, en los milagros,
porque eso no nos dará plenitud, siempre serán solamente un medio. No convirtamos a Dios en un
ídolo para conseguir lo que queremos. Dios no puede ser reducido a milagros, Dios no puede ser
reducido a bendiciones temporales. Sólo en Jesucristo hay plena satisfacción y plenitud. Y aunque
en Su misma Palabra, Dios tuvo que auto limitarse para mostrarnos Su ser, humanamente hablando
Su Palabra nos muestra Su más perfecta imagen. Acerquémonos a Jesucristo y experimentemos a
este Dios infinito.

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