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¿De todos los premios que ha recibido, el Premi d’Honor de les Lletres
Catalanes tiene algún sentido especial?
Me presenté a premios cuando era jovencito y no había publicado nada. En Premià
me dieron uno por un cuento. Y después el Prudenci Bertrana porque era la única
vía de publicar en aquella época. No existía la autoedición... Y no me he presentado
a ningún otro. Los otros que me han dado son por obra publicada. Este de ahora es
un premio a la trayectoria, y me sorprendió porque no me lo esperaba. Para mí era
una cosa muy seria. Se lo dieron a Rodoreda, Joan Oliver, Espinàs..., gente seria.
Pero yo estoy encantado.
Empezó siendo un escritor con elementos de humor y cada vez se ha vuelto
más cínico, más agrio.
Como no sé inventarme muchas vidas, hablo de la mía. Y cuando tenía 25 o 30 años
era muy diferente de ahora, que voy hacia los 70. La vida se vuelve más agria. Mi
último libro de relatos iba de gente que moría, de residencias de ancianos, de
tanatorios, que era el mundo en que me movía en aquel momento.
Cuando decide escribir su primer cuento, ¿se plantea en qué lengua lo hará?
Sí. Debió de ser hacia los 14 años. El mundo que me rodeaba era catalán: la calle
hablaba catalán, también los compañeros de colegio. Se me hacía muy difícil
explicarlo en otra lengua que no fuera el catalán.
¿Y las primeras lecturas?
Leía mucho. Los primeros libros estaban en castellano, eran los que había en casa,
pocos. Cuando empecé a comprar, a los 13 o 14 años, quedé enamorado de dos de
A Tot Vent: uno era La nàusea, de Jean-Paul Sartre, y el otro era El procés, de Franz
Kafka, traducido por Ferrater. Aquella lengua fluía. Cuando empiezas, haces
procesos imitativos, aunque también leía mucha literatura sudamericana. Pero me
sentía cerca de aquellas traducciones de A Tot Vent porque usaban una lengua que
me servía para explicar el mundo que me rodeaba.
Y usted lo suscribe.
Sí. Cuando ves que alargarías, piensas que ya está. Podrías añadir ramas, dejar que
la planta crezca, pero no. Pero hay grandes novelas. El cubano Cabrera Infante
tiene una que es un tocho, Tres tristes tigres, y no sobra ni una línea.