Sunteți pe pagina 1din 12

HISTORIA DE LOS BARRIOS TRADICIONALES DEL CUSCO

INTRODUCCION

El Cusco incaico, centro administrativo y religioso del imperio, estaba ubicado entre los ríos
Tullumayu y Saphy y su población estuvo formada principalmente por la nobleza incaica y por el
aparato administrativo y religioso.

En la capital del Tawantinsuyo se encontraba el majestuoso templo del Qorikancha e


innumerables lugares de culto a sus divinidades, como Saqsaywaman, K´enko, Tambomachay,
así como huacas y adoratorios que se ubicaban circundantes a la ciudad.

Desde la llegada de los españoles, en 1534, la ciudad inca es trastocada. Los hispanos
levantan sobre las edificaciones y calles incaicas una nueva ciudad bajo la advocación de
“Nuestra Señora de la Concepción”. Los nobles incas y sus familias son expulsados de sus
palacios y los españoles inician el reparto de solares para edificar iglesias, edificios públicos y
viviendas.

Las órdenes religiosas no tardan en llegar a las nuevas tierras conquistadas. Así, a finales de
1550 se establecen en Cusco las tres primeras órdenes religiosas: San Francisco, Santo
Domingo y La Merced, que tenían la misión de predicar y administrar los sacramentos a los
indígenas de la ciudad.

En 1559, el Licenciado Polo de Ondegardo es el encargado de crear parroquias en los sectores


más densamente poblados por indios para que estos fuesen adoctrinados en la nueva fe. Así
funda las parroquias de Santa Ana, en el barrio de Carmenca, en la parte septentrional de la
ciudad; de San Cristóbal, en la ermita de Colcampata, levantada por don Cristóbal Paullo Inca;
de San Blas, en el barrio de Tococachi, en la parte oriental; la de Cachipampa con título de San
Sebastián o de los Mártires, a media legua de la ciudad, en la parte meridional y camino del
Collasuyo. La Parroquia Matriz, por su parte, correspondía a los vecinos feudatarios españoles
y se desplegaba en torno a la Catedral, que fue empezada a construir en 1560.

El objetivo principal del establecimiento de las parroquias fue controlar a la población y, a la


vez, impartir la religión cristiana. En cada parroquia, se levantó una iglesia donde el sacerdote
administraba los sacramentos a los feligreses. Se llevaban libros donde se empadronaba a los
nuevos cristianos con actas de bautizos, matrimonios y defunciones. Cada parroquia o cabildo
debía también organizar la elección de sus autoridades comunales el día de su fiesta patronal.
De este modo, las parroquias se convirtieron en el núcleo desde donde el poder, la organización
social y la cultura se desarrollaban y recreaban. Con el tiempo, cuatro de las parroquias de
indios, San Cristóbal, San Blas, Santa y San Pedro, se convirtieron en barrios del centro
histórico del Cusco.

SAN PEDRO

En tiempos anteriores a los incas, la zona del barrio de San Pedro probablemente fue ocupada
por los K´illke y los Chanapata.

Varios siglos después, los incas dominaron este sector y construyeron andenes y el puente de
Chaquillchaca sobre el río Sipaspuquio (hoy puente Almudena). Por esta zona pasaba,
asimismo, el Camino Real o Qapaq Ñan que conducía al Contisuyo y que dividía al Cusco
incaico en dos sectores: Hanan o parte alta y Hurin o parte baja. De este camino aún quedan
como muestra el muro de la calle Santa Clara sobre el que se encuentra el Colegio Nacional
de Ciencias y algunas paredes de la calle Hospital.

La historia de San Pedro empieza con la fundación del Hospital General de Naturales, cuya
primera piedra fue colocada el 13 de julio de 1556, siendo Corregidor de Cusco el Capitán
Garcilaso de la Vega. Este hospital para la población indígena era considerado el más
importante del Perú. Contaba con 300 camas y gozaba de muchos beneficios y de buena renta,
ya que atendía a muchos indígenas enfermos provenientes de todo el sur andino.

En la época en que fue edificado el Hospital de Naturales, la zona en la que estaba ubicado
pertenecía a dos parroquias distintas, la de Belén y la de Santa Ana. La parroquia del Hospital
de Naturales, conocida más tarde como parroquia de San Pedro, fue creada a raíz de los
problemas que surgieron entre los indios Cañaris y Chachapoyas de Santa Ana y las panacas
de Uscamayta y Hahauinin de Belén.

En esta parroquia también se construyó el templo de Santa Clara en terrenos cedidos en 1603
por el cabildo de la ciudad en el lugar conocido como la Alameda. Según el cronista Diego de
Esquivel y Navia, el 30 de abril de 1622 las monjas clarisas se trasladaron a su nuevo
monasterio dejando la casa que ocupaban en la plaza de las Nazarenas.

Al frente de este monasterio, con licencia otorgada en 1690, se construyó el colegio franciscano
de San Buenaventura, sobre el andén que da a la calle Santa Clara y a la plaza de San
Francisco.

El mapa más antiguo del Cusco muestra que a inicios del siglo XVII ya existían las principales
calles de la parroquia de San Pedro, entre ellas Santa Clara, Nueva Baja, Calle Nueva, Calle
Nueva Alta, calle de la Avenida o Llocllacalle. También existía el barrio de la calle Hospital
ubicado en el antiguo Camino Real, el barrio de Umanchata o Matadero, donde probablemente
funcionó un camal para el sacrificio del ganado, y el barrio de Chaquillchaca, que estaba
cruzando el puente que llevaba el mismo nombre. En este último barrio posteriormente se
construyó el templo de la Almudena.

El puente de Chaquillchaca fue usado tal cual lo dejaron los incas hasta el siglo XVII. En esa
época fue rebautizado como puente Almudena, aunque también era llamado puente de los
Barbones. Este puente es el único sobreviviente de los 43 que tenía la ciudad.

El terremoto de 1650 ocasionó muchos daños en las edificaciones de la parroquia. Si bien la


iglesia de Santa Clara fue una de las que mejor resistió el sismo, no ocurrió lo mismo con el
convento, que sufrió muchos daños en su primer claustro. Esto obligó a las religiosas a dormir
en galpones levantados en los corrales y huertos.

El Hospital de Naturales, por su parte, se vino casi todo al suelo, incluidas la capilla mayor y la
iglesia. Los enfermos, por lo mismo, tuvieron que ser trasladados a los ambientes destinados
a los religiosos que tenían a su cargo el hospital.

La actual iglesia de San Pedro, levantada en reemplazo de la iglesia del Hospital de Naturales,
se empezó a construir en 1688, utilizando piedras de andenes incaicos que existían en el cerro
Picchu. Las obras fueron costeadas por el cura de la parroquia, don Andrés de Mollinedo,
sobrino del obispo Manuel de Mollinedo y Angulo. Este templo recibió a sus primeros feligreses
en 1699. Un retrato de este obispo, el gran mecenas del Cusco colonial, se conserva en la
sacristía del templo.

En la parroquia del Hospital de Naturales había cuatro cofradías, las que además de organizar
y financiar las fiestas religiosas, aportaban con limosnas y donaciones para el bienestar de sus
integrantes y de la parroquia.

Las cofradías participaban activamente de las festividades religiosas más importantes de la


época colonial, como la Semana Santa, el Corpus Christi y la fiesta patronal de la Purificación
de Nuestra Señora. Para ello, el cabildo de la parroquia elegía a los responsables de los
arreglos del anda, del personal de seguridad, de los cargadores, de la construcción de altares,
de la música, danzas y demás arreglos.

Hacia fines del siglo XIX, la gente empezó a llamar al barrio San Pedro en lugar de parroquia
de los Naturales porque lo identificaban por el nombre de su iglesia más que por el nombre
original de la parroquia.

En el puente de la Almudena, también a fines del siglo XIX, se hicieron los primeros cambios
en sus estribos. En 1930 se reforzó su estructura con fierro y cemento para permitir el paso de
vehículos. En el año 2003, finalmente, se agregaron los dos arcos que flanquean al original
para darle fluidez al tránsito vehicular por la avenida Ejército.

“Soy una de las casonas del barrio de San Pedro. A lo largo de los siglos he acogido a tantas
familias que casi no recuerdo a ninguna de ellas. Son muy claros, mis recuerdos, en cambio,
sobre cómo era la calle Santa Clara, donde fui construida.

Recuerdo, por ejemplo, que hacia 1925 parte del convento de Santa Clara fue destruida para
dejar espacio para la construcción del mercado de la ciudad. Antes, he escuchado decir a las
personas que me usaban de vivienda, la mismísima Plaza de Armas, primero, y luego la Plaza
San Francisco eran utilizadas como mercadillos algunos días de la semana.

Dicen que el mercado fue construido cuando don Manuel Silvestre Frisancho era alcalde de la
ciudad. A mí, la verdad, esa construcción de gran tamaño, con ese techo de calamina sostenido
por delgadas columnas, al comienzo no me gustaba mucho, pero con el tiempo me fui
acostumbrando a verla. En cambio esa calle que apareció al costado del mercado, donde las
monjas de Santa Clara construyeron muchas tiendas, siempre me gustó.

Por la misma época en que edificaron el mercado, más exactamente en 1924, la paz del barrio
fue rota por la estación de ferrocarril de San Pedro. ¡Vaya ruido que desde entonces metían
esos trenes cuando partían a Machu Picchu y Santa Ana! Y lo mismo de noche, cuando
llegaban de esos lejanos lugares que dicen que están en la montaña.

¡Algo que nunca podré olvidar es el terremoto del 21 de mayo de 1950! ¡Qué tal susto! Nunca
me había remecido tanto. Cuando por fin la tierra dejó de temblar, me di cuenta que algunas
de mis paredes se habían rajado. ¡De milagro no me vine abajo!

En cambio, los templos de Santa Clara y San Pedro, así como la estación ferroviaria de San
Pedro y el Colegio de Ciencias sí que sufrieron severos daños. El que peor lo pasó fue el local
del colegio, que quedó tan dañado que al poco tiempo vi cómo era demolido y en su lugar
levantaban el edificio que ahora vemos. ¡Qué pena me dio! Todavía recuerdo cuando en 1825
el libertador Simón Bolivar creó este colegio con el nombre de Colegio Nacional de Ciencias,
Artes y Oficios sobre el antiguo colegio franciscano de San Buenaventura. De lunes a viernes,
por las mañanas, llegaban algunos estudiantes montados en sus dóciles burros. Por eso a los
ciencianos empezaron a llamarlos “burros”, ¡vaya gracia!

En los años posteriores al terremoto, el barrio siguió cambiando. Cada vez era mayor el
movimiento comercial, la cantidad de vehículos y de gente que circulaba delante de mi fachada.
Hasta que un día escuché la terrible noticia: los herederos de don José Gabriel Cosio, uno de
mis últimos propietarios conocido en toda la ciudad por su trabajo intelectual y sus libros,
decidieron venderme a una persona que me veía como si fuera una ruma de adobes y piedras.
Y esta persona decidió demolerme para construir esa edificación sin ninguna gracia que ahora
ven. Sí, hace varias décadas que he dejado de existir, pero todavía no puedo librarme de mis
recuerdos…”

Entre los años 70 y 90, el comercio ambulatorio en la zona de San Pedro creció de manera
incontrolable. Casi diez mil comerciantes llegaron a ocupar quince manzanas del barrio entre
el Arco de Santa Clara, la estación de San Pedro, la calle General Buendía, las avenidas
Ejército y Grau, así como las calles Lechugal, Tecte y Concebidayocc. Fue tal la explosión del
comercio informal que la avenida Ejército, habilitada para descongestionar el tránsito vehicular
a finales de los años 70, fue ocupada en poco tiempo por los comerciantes.

El renacimiento del barrio de San Pedro se empezó a gestar en los años 90. El matadero o
camal de Umanchata fue demolido por el alcalde Daniel Estrada Pérez debido a los malos
olores y a los desechos sólidos y líquidos que generaba. En su lugar, se construyó un complejo
deportivo y se realizó la mejora de las calles aledañas, como Umanchata, Qheswa y otras.

La erradicación del comercio ambulatorio y proyectos impulsados por la Municipalidad de


Cusco con apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, así
como por el Centro Guaman Poma de Ayala fueron el comienzo de una nueva etapa para San
Pedro. Los comerciantes asentados alrededor del mercado de Ccascaparo y en calles aledañas
fueron reubicados en diferentes centros comerciales. Se remodeló la calle Túpac Amaru,
convirtiéndola en un amplio paseo peatonal para los vecinos y visitantes. La construcción de la
plazoleta de San Pedro le ha permitido a la ciudad ganar un espacio para las ferias
gastronómicas, de artesanía, de salud y otras, y para destacar la calidad arquitectónica del
templo de San Pedro.

Hoy todo respira aires de rehabilitación y cultura viva y su gente ha vuelto a sonreír y a sentirse
orgullosa de vivir en este histórico barrio.
SAN CRISTOBAL

Al norte del Cusco incaico, a los pies de Sacsayhuamán, se encuentra el palacio de


Qolqanpata, cuya construcción se atribuye al legendario Manco Capac, fundador del imperio
inca y de la dinastía de los Urin Qosqo.

“En mi lengua, el runasimi o quechua, Qolqanpata o Qolpapata significa lugar donde hay
depósitos. Todo este barrio, desde el río Saphy hasta Sapantiana, está tratado con andenerías
porque son tierras del Sol.

Aquí, delante de estos muros, se realizan fiestas agrícolas, especialmente en tiempos de


siembra y de cosecha.
Este palacio (señala los muros con nichos) fue levantado por el gran inca Pachacutec y
entregado a Chima Panaca, la Panaca de Manco Capac, el fundador del Cusco sagrado.

Muy cerca de aquí se encuentra el canal de Viroypacha y a su lado está la huaca de


Sapantiana, una roca labrada que está en el cauce del río que nace en Sacsayhuamán y que
a partir de este lugar es conocido como el Tullumayo.”

Podemos decir que la transformación del Cusco incaico en el Cusco colonial se inició en el
actual barrio de San Cristóbal, ya que el reparto de solares entre los conquistadores españoles
empezó justamente por la parte alta de la ciudad, en las actuales calles de Huaynapata y
Tecsecocha.

El palacio de Qolqanpata pasó a ser propiedad de Cristóbal Paullo Inca, quien lo recibió por los
servicios que prestó a la corona española. Paullo Inca fue uno de los primeros nobles incas en
ser bautizado. Recibió el nombre de su padrino de bautizo, el Comisionado “Cristóbal” Vaca de
Castro. Por devoción al santo de su nombre, Paullo fundó una ermita en la plaza frontal del
palacio de Qolqanpata, que años después, en 1560, fue erigida como parroquia de indios bajo
la advocación de San Cristóbal. Se dice que los restos de Paullo Inca yacen debajo del
presbiterio de la iglesia.

La parroquia de San Cristóbal contaba con una iglesia, una plaza en su parte frontal, calles y
terrenos que guardaban la traza urbanística Inca. Colindaba por un lado con la parroquia de
San Blas y por el otro con la de Santa Ana. Su jurisdicción abarcaba, hacia su parte posterior,
hasta el pueblo de Chinchero, siendo su primer alcalde Don Alonso Tito Atauchi en 1559.

Algunos nombres de las calles del barrio tienen su origen en sucesos que se pierden en el
tiempo y han adquirido contornos de leyenda. Así, cuentan, por ejemplo, que en la casa que
estaba en la esquina de las calles Purgatorio y Huaynapata vivía una vieja “de malas pulgas,
cascarrabias, camorrista y difamadora”. Tras su muerte, empezó a correr el rumor que el alma
de la vieja penaba. De hecho, los vecinos oían golpear sus puertas a media noche y
escuchaban una voz extraña y dolorida que clamaba perdón y helaba la sangre en las venas.

Aprovechando estos sucesos, Colmenares, hijo de la difunta y alcabalero del barrio, se vestía
con una túnica negra y un antifaz que imitaba una calavera y, sujetando una olla con trapos
enmantecados que ardían, salía después de las nueve de la noche sobre zancos de madera y
con una caja en la que decía: “Una limosna para las almas del purgatorio”. Tal era el miedo que
sentían los escasos transeúntes que de inmediato echaban monedas en la alcancía. Contento
con el negocio, Colmenares se limitó en adelante a pintar una calavera sobre huesos cruzados
en la esquina de su casa, colgando debajo la alcancía para que los asustados vecinos
depositaran sus monedas. Fue así como la gente no tardó en llamar “Calle del Purgatorio” a
este angosto callejón..

La cuesta de la Amargura debería su nombre a que por allí se hacía rodar las piedras que se
sacaban de Sacsayhuamán para emplearlas en la construcción de la catedral. Los indios que
se encargaban de esta dura labor muchas veces sufrían accidentes y por eso le habrían puesto
a la calle el nombre de “Mucchuicata”, que traducido al español significa Cuesta de la Amargura.

La calle Palacio debería su nombre a que las “viejas trotatemplos” de la época colonial
acostumbraban llamar “Palacio” a la casa contigua al seminario de San Antonio Abad, en la
que residían los obispos rectores del seminario. Pero el nombre que los indios daban a la misma
calle fue el de “Ñucchu-calle” porque en los días de “solemnidad religiosa” los seminaristas
esperaban al rector con un bonete rojo con borla que se parecía la flor del Ñucchu.

En 1650, un fuerte terremoto destruyó buena parte de las iglesias y casas del Cusco. El templo
del barrio de San Cristóbal no fue la excepción. La iglesia que actualmente vemos fue edificada
en las décadas posteriores al terremoto. Es un templo de adobe, obra del arquitecto indio
Marcos Uscamayta, La única torre del templo, en cambio, es de piedra y fue mandada a
construir por el obispo Manuel de Mollinedo y Ángulo, el gran mecenas del Cusco colonial, El
frontal de plata del altar mayor también fue donado por el obispo Mollinedo y muestra su
escudo en la parte central.

La fiesta más importante del Cusco colonial era el Corpus Christi. La imagen de San Cristóbal,
el patrón de la parroquia, participaba en la fiesta junto con santos y vírgenes de otras parroquias
de la ciudad. En la famosa serie de lienzos que representan esta festividad, un noble
descendiente de incas, don Carlos Huayna Cápac Inca, encabeza la comitiva de los fieles de
la parroquia. Detrás de la imagen avanza otro descendiente de la nobleza incaica, don Baltazar
Tupa Puma, que en la época tenía el cargo de portaestandartes real de Su Majestad.

Por la misma época en que fue pintado este cuadro, el párroco de San Cristóbal no era otro
que Juan Espinoza Medrano, el Lunarejo, autor del celebrado “Apologético a favor de Luis de
Góngora y Argote”. Espinoza Medrano fue estudiante del seminario de San Antonio Abad y de
la Universidad de San Antonio y alcanzó fama en todo el virreinato por sus sermones en
quechua y castellano y por ser autor de autos sacramentales como “El rapto de Proserpina.”

Cuenta el cronista Diego de Esquivel y Navia que en 1703 un fraile dominico con fama de en
extremo piadoso, Juan Tadeo Gonzales, vio en la cumbre del cerro Sacsayhuamán a un grupo
de diablos de figura espantosa que bailaban y saltaban. Esta fue razón para que el arcediano
de la catedral celebrara una misa al pie de la cruz que corona ese cerro para así exorcizar a
esos demonios.

Hasta mediados del siglo XX, las parroquias se mantuvieron conforme habían sido organizadas
en el periodo colonial. En ese momento ocurrió un cambio importante: las parroquias de los
arrabales de la ciudad -San Blas, San Cristóbal, Santa Ana y San Pedro- quedaron convertidas
en barrios del Centro Histórico y pasaron a formar parte de la Municipalidad del Cusco.

Durante la república, el barrio mantuvo dos sectores socialmente diferenciados: la parte oriental
(de Pumacurcu), de marcado ambiente indígena; y la parte occidental, donde se ubicaban los
notables de la ciudad.

En la primera mitad del siglo XX, el Palacio de Qolqanpata fue propiedad de la familia Lomellini,
una de las más acaudaladas de la ciudad.

Con viejos balconcillos, barandales y azoteas que le dan un aspecto pintoresco y una vista que
domina toda la parte sur del Cusco, el barrio ya ha definido sus calles principales: la Cuesta de
la Amargura y las calles de San Cristóbal, Arco Iris y Pumacurcu.

Como otros barrios del centro histórico, San Cristóbal permanece fiel a sus tradiciones. Una de
las más antiguas y de mayor colorido es sin duda el Corpus Chisti del barrio, como se aprecia
en estas imágenes de los años cincuenta del pasado siglo XX.
SAN BLAS

Toqocachi, cuyo significado es “cueva de sal”, fue el nombre del barrio de San Blas en tiempo
de los incas. En este sector de la ciudad vivía gente de pueblo dedicada sobre todo a la
agricultura y artesanía.

Toqocachi fue el asiento de dos importantes ayllus, el Hatun Ayllu y el Cápac Ayllu. El barrio
tenía como características la abundancia de agua, que afloraba de manantiales; un excelente
microclima; y una ubicación estratégica. En efecto, gracias a la elevación del terreno, desde
Toqocachi se podía observar todo el valle de Cusco.

En Toccocachi fueron encontrados los cuerpos de tres emperadores, entre ellos el del inca
Pachachutec. Dicen varios cronistas que este gran inca hizo construir en un sitio llamado
Patallacta un lugar especial para sus restos. Este lugar no sería otro que Quenco, donde fue
colocado el cuerpo del inca cuando este murió.

Para otros cronistas, los restos de Pachacutec descansaron en el mismo Tococachi, en el


santuario donde sentado en una litera reposaba el ídolo de oro del dios del Trueno, el Intiillapa,

Orgulloso de su estirpe incaica, San Blas exhibe hasta el presente restos de andenes
trabajados con enormes bloques de piedra, visibles sobre todo en la calle Tandapata, la más
larga de todo el barrio.

Algunas calles, como la cuesta de San Blas y la misma Tandapata, formaban parte del camino
al Antisuyo. Otras, como Atoqsayk’uchi, Chiwanpata y Recoleta, al parecer formaban parte de
caminos secundarios.

Tras la llegada de los españoles, en el antiguo barrio incaico de Tococcachi, habitaban 1136
indios según un empadronamiento que hizo el visitador Sancho Verdugo. Aquí se erigió una
iglesia que tuvo como patrón al obispo mártir que hoy sigue dando su nombre al tradicional
barrio.

¿Quién fue este santo cuyo nombre, pero no su historia, hoy todos conocemos? Nacido a fines
del siglo III de nuestra era, en una familia acaudalada de la actual Capadocia, en Turquía, Blas
de Sebaste fue un médico que se consagró como obispo siendo muy joven. Se cuenta que
curaba de manera milagrosa a personas y animales. Cuando llegó a Sebaste la última
persecución de los romanos contra los cristianos, el Gobernador lo mandó decapitar en el año
316.

Un santo mártir, un santo de la lucha y la persecución, parecía un candidato apropiado para


nombrar una iglesia en una época de conflicto y violencia. Su nombre estaba asociado a la
resistencia y a la lucha por la fe cristiana, precisamente lo que era necesario en los primeros
años de la imposición del cristianismo en las tierras conquistadas.

La parroquia de San Blas estaba ubicada al inicio del Camino Real al Antisuyo. En términos de
extensión era la más importante de la ciudad. Limitaba con la Parroquia Matriz, la de la
Catedral, y con las parroquias de San Cristóbal y San Sebastián. La congregación encargada
de este templo fue la de Santo Domingo y el primer alcalde de San Blas fue Don Felipe Inga.

El templo primigenio fue destruido por el terremoto de 1650. El que existe en la actualidad fue
levantado gracias al esfuerzo de los sucesivos párrocos.
A fines del siglo XVII, el obispo Manuel Mollinedo y Angulo, mecenas del Cusco colonial, mandó
tallar el célebre púlpito que los especialistas en arte consideran la obra más excelsa que
produjeron los maestros tallistas del Perú virreinal. De autor desconocido, el púlpito ha sido
atribuido a diversos artistas, entre ellos a Juan Tomás Tuyru Tupac, Diego Martínez de Oviedo,
autor del altar mayor de la Compañía de Jesús, o a Diego Arias de la Cerda, responsable del
coro de la Catedral.

El púlpito, de gran abundancia ornamental, es la obra suprema de toda la carpintería artística


del Cusco colonial. Labrado en cedro, tiene tres partes: la base, el antepecho y el dosel. Ocho
bustos humanos, que simbolizan a los herejes, parecen sostener todo el púlpito. En el
antepecho, destacan nichos con las imágenes de los cuatro evangelistas y, entre ellos, la de la
Virgen Inmaculada sobre nubes y amorcillos. La imagen del patrón de la iglesia, San Blas,
aparece entre tallada entre el antepecho y el dosel. En este último, destacan las imágenes de
los doctores de la iglesia. Remata esta gran tribuna la imagen del Redentor con una cruz en
una mano. Dice la tradición finalmente que la calavera que está en el dosel pertenecería al
artista que talló esta obra maestra.

Otra tradición cuenta que un afamado ebanista de Huamanga fue llamado al Cusco por el
obispo para que trabajase algunos retablos en el convento de Santo Domingo. La víspera de
su partida, el maestro tallador soñó con la Santísima Virgen que llevaba un rosario en la mano
derecha y le decía: “Si quieres sanar de la lepra, búscame en el Cusco”. El artista, en efecto,
había contraído este terrible mal en uno de sus viajes, pero todavía podía esconder de los
demás su enfermedad. En el Cusco estuvo trabajando en el encargo del obispo hasta que su
mal avanzó tanto que tuvo que vendarse parte de la cara. Los frailes dominicos, temerosos del
contagio, le ordenaron al ebanista que buscase alojamiento fuera del convento. Una lluviosa
mañana estuvo tocando de puerta en puerta sin que nadie quisiera cederle un rincón hasta que
de pronto decidió entrar a rezar a una modesta capillita que quedaba en la parroquia de San
Blas, cerca del peñón conocido como Mesa Redonda. Allí, en el altar, el maestro tallador
descubrió con asombro la imagen de la virgen que se le había aparecido en sueños. “¡Cúrame,
madre misericordiosa!” –exclamó el ebanista y cayó de rodillas. Al instante, del rosario de la
imagen sagrada empezaron a caer pétalos de rosas que borraron todo rastro de la enfermedad.
Conocido el portento, la imagen milagrosa fue traslada al templo de San Blas y venerada como
la Virgen del Buen Suceso. Cuatro años dedicó luego el artista a tallar el púlpito que lleva la
imagen de esta virgen en su antepecho.

El templo de San Blas guarda entre sus muros una invalorable riqueza pictórica y escultórica.
Ostenta, además, valiosos retablos de artística composición y finos dorados.

El 2 de julio de 1670, en la iglesia de San Blas, se produce la milagrosa aparición de Nuestra


Señora del Rosario. Desde entonces, los sambleños celebran su fiesta parroquial en esta
fecha, venerando la imagen milagrosa, conocida ahora como Virgen del Buen Suceso.

“Mi nombre es Gaspar de la Cuba Maldonado. Doce años que soy cura de esta parroquia de
San Blas. Por encargo de su Ilustrísima, don Manuel de Mollinedo y Angulo, tengo que hacer
una relación de mi curato contando en primer lugar cuántos indios y españoles viven en él. Son
cuatro los ayllus que viven en mi parroquia: Collana, Urincozco, Hatun Ayllu Incacona y Capac.
En total, entre varones, mujeres y niños, son casi seiscientos indios. A estos se suman
doscientos cincuenta españoles, algunos de los cuales viven en casas propias y otros, en
arrendadas.
Las casas de la parroquia, las más, son modestas construcciones de adobe, pero realzadas
con portadas de piedra y balcones, ventanas y balaustradas con una singular decoración. Los
patios son pequeños y están rodeados de galerías, lo que les da cierto encanto. Por lo demás,
abundan las huertas con árboles frutales debido a un clima más benigno que en otras partes
de la ciudad.

Si algo he de mencionar al señor obispo en mi relación es la caprichosa topografía de la


parroquia. Esto obliga a que las viviendas se acomoden en estrechas callejas o trepando por
tortuosas cuestas, no existiendo ninguna calle que se parezca a otra.

Algunas calles de San Blas encuentran su nombre en el idioma quechua. Por ejemplo,
Chiwanpata significa “donde sopla el viento”; Tandapata, “donde se discute la repartición del
agua”. Choquechaka, que significa “Puente de Oro”, debe su nombre a que era el enlace con
la zona donde, según la mitología popular, los tesoros incas estaban ocultos en cavernas y
socavones. De manera semejante, P’asñapakana quiere decir “donde se lleva a esconder a las
jóvenes”.

Una callecita lleva el curioso nombre de Siete Angelitos. En ella, un observador meticuloso
descubrirá, en las tejas del alero de una casa, las imágenes de seres celestiales. En Siete
Diablitos, en cambio, una pareja de paseantes verá como la calle se va estrechando poco a
poco, como una sutil invitación a un abrazo o quizá, ¡Dios nos libre!, a algo más.

Hace unas semanas hemos celebrado la fiesta parroquial y para ello he mandado a dorar el
retablo de Nuestra Señora del Buen Suceso. Y para la procesión del Corpus Christi he adquirido
los ornamentos que toda la ciudad ha podido admirar en las andas de nuestro patrón San
Blas… Es todo cuanto voy a informar a su ilustrísima, don Manuel de Mollinedo…”

A inicios del siglo XX se realizaron algunas modificaciones en el barrio: se eliminó las graderías
en la Cuesta de San Blas y Chiwanpata, se construyeron veredas laterales sobre las pistas y
se eliminó también las acequias laterales de Tandapata.

Difícil precisar en qué momento San Blas se convirtió en el barrio por antonomasia de los
artesanos cuzqueños: imagineros, sastres, zapateros, hojalateros, herreros y demás
artesanos. Hay dinastías, como la de los Mendívil, que se remontan a más de un siglo atrás. El
representante más famoso de este clan fue don Nicolás Góngora, quien vivió el siglo pasado y
esculpió las imágenes de santos que hasta ahora se veneran en muchas de las iglesias de
distintas provincias del Cuzco. Eran famosos, sobre todo, sus patrones Santiago, por lo que el
artista recibía encargos incluso de los departamentos vecinos.

Numerosos imagineros sambleños, en especial de Chiwampata y Canchipata, se dedicaban a


modelar con sus manos imágenes sagradas y también, cosa curiosa, a fabricar pequeños
juguetes con las imágenes de los distintos santos que desfilan por la plaza principal de la ciudad
en la fiesta del Corpus Christi. Estos juguetitos se vendían sobre todo en el Santurantikuy o
compra de santos, la tradicional feria navideña que se realiza en Cusco el 24 de diciembre de
cada año.

En san Blas existían numerosas picanterías donde los artesanos a eso de las tres de la tarde
pedían su entrada por sólo cinco centavos: un plato de pellejo de chancho, habas y papas
acompañado de un vaso de chicha. La costumbre de los sambleños era comer tales entradas
en varias picanterías hasta quedar satisfechos y luego ir a alguna de las también numerosas
teterías del barrio para tomar el famoso té piteado o te con pisco, mientras se conversaba y
cantaba. El té con doble ración de pisco recibía el apelativo de “macho”; con tres copas, de
“remacho” y con cinco copas, de “duérmete macho”.

Una de las últimas picanterías en cerrar sus puertas fue la famosa K’ak’achayoc en la calle
Suytucato, que debía su nombre a un afloramiento rocoso que se observa en el lugar. Las
teterías, que eran numerosas en la cuesta de San Blas y en la plaza, han sido reemplazadas
por las tiendas de souvenirspara los numerosos turistas que llegan al barrio.

Otra antigua costumbre que tiene lugar en el barrio de San Blas es la representación de la
Adoración de los Reyes Magos, uno de los pocos autos sacramentales que sobrevive en el
Perú. Es, además, la representación más duradera, pues se escenifica sin interrupción desde
su estreno, en 1915.

Entre 1992 y 1993, durante la gestión de Daniel Estrada, la Municipalidad del Cusco remodeló
algunas calles y plazuelas del barrio y construyó la fuente que ahora se aprecia en la plaza
principal.

San Blas, uno de los cuatro barrios del Centro Histórico, se convirtió en el barrio más
característico de la ciudad y actualmente cada vez son más las personas que llegan a la ciudad
y disfrutan de su particular encanto.

SANTA ANA

Al noroeste de la ciudad, en su parte más elevada, se encuentra ubicado Santa Ana, uno de
los barrios más antiguos del Cusco. Su historia se inicia aproximadamente 700 años antes de
Cristo cuando este sector fue ocupado por los Chanapata. Los estudios arqueológicos han
hallado numerosos ceramios y muestras líticas de este período.

Durante la época incaica, Chanapata pasó a llamarse Carmenca. Aquí vivían ayllus dedicados
sobre todo a una intensa producción agrícola. Muestra de esta labor es el sistema de andenes
que se puede apreciar actualmente en la esquina de Arcorpata. La población de Carmenca
estuvo conformada por nativos incas y un gran número de Cañaris y Chachapoyas. Estas etnias
guerreras, procedentes de lo que actualmente es Ecuador y del norte de nuestro país, fueron
trasladadas a este sector por Túpac Inca Yupanqui y Huayna Cápac. Cañaris y Chachapoyas,
según el cronista Martín de Murúa, formaban parte de la guardia personal del inca.

El 14 de noviembre de 1533, los españoles hacen su ingreso a la capital incaica por el cerro
Carmenca. Desde allí inician su descenso hacia el valle del Cusco por el callejón que hoy se
conoce como calle de la Conquista. Una vez que tomaron posesión del Cusco, Carmenca fue
repartido en parte entre los peninsulares, siendo privilegiados con terrenos los más connotados
soldados que participaron en la conquista, entre ellos Juan de Betanzos y Diego de Silva.
Carmenca fue el primer sector donde se construyeron las nuevas viviendas y se comenzó a
implantar la nueva cultura, pero siguió siendo principalmente una parroquia de indios.

En 1560, los españoles mandan a erigir la iglesia y crean la parroquia bajo la advocación de la
“Gloriosa Santa Ana”. Desde entonces, esta parroquia fue considerada el punto de entrada al
Cusco, pasando a ser “cabeza” de la ciudad porque era el primer lugar al que llegaba el viajero
que venía de Lima.
En la plazuela de la parroquia existió una gran cruz de madera, que desapareció
misteriosamente. Esta llevaba grabada a cuchillo los nombres de los conquistadores que
tomaron el Cusco. Por la misma época se construyó en la empinada cuesta de acceso a la
plazoleta el arco llamado de la Alcabala, donde el Cabildo Secular cobraba los impuestos.

El terremoto de 1650 destruyó gran parte de la ciudad. El templo del barrio se vino abajo y
sepultó los distintos altares, la sacristía, las esculturas y otras obras de arte religioso que ahí
se conservaban. Posteriormente se levantó la iglesia con las mismas características andinas
que hasta hoy conserva.

“Mi nombre es Juan Zapaca Inga. Por encargo del cura de la parroquia de Santa Ana, don Juan
de Herrera, he pintado una serie de lienzos que muestran nuestra fiesta del Corpus Christi. Ha
sido un trabajo difícil, que me ha demandado varios años y para el que he tenido que contratar
a muchos ayudantes. Sin embargo, ahora estoy muy orgulloso de los cuadros que en adelante
adornarán las paredes de la iglesia. El mismo obispo, su Ilustrísima don Manuel de Mollinedo
y Ángulo, ha dicho que si bien las paredes del templo son de barro, con los lienzos del Corpus
Christi es como si estuvieran cubiertas de oro.”

Los cuadros que a mí más me gustan son los que muestran a los patronos de las parroquias
de indios: Santiago, San Blas, San Cristóbal y el Hospital de Naturales.

El lienzo en el que más he trabajado, sin embargo, es el del Final de la Procesión. Un cacique
Cañari, del ayllu Chasquero de la parroquia de Santa Ana, es el donante de este lienzo y
aparece retratado en él. Por lo mismo, siguiendo su encargo, he representado en un lugar
privilegiado del lienzo a la guardia de arcabuceros del corregidor, conformada como es
costumbre por indios cañaris y chachapoyas de la misma parroquia.

En Santa Ana, como todo el mundo sabe, están asentados ocho ayllus de indios y los más
numerosos e importantes son los de los Chachapoyas y Cañaris Chasqueros, quienes sirven
de correos del rey y no pagan tributo. Según su cacique, el lienzo que mis manos han pintado
servirá para recordar la alianza histórica de cañaris y chachapoyas con los españoles.

Personalmente, sin embargo, he puesto más empeño en pintar, en este mismo lienzo y en otro,
el retrato de su Ilustrísima el obispo Mollinedo. Es el señor obispo el que hace que a los
maestros pintores, talladores, orfebres, no nos falte trabajo últimamente y a él se debe que las
iglesias de nuestro Cusco reluzcan como joyas.”

La parroquia de Santa Ana fue cambiando poco a poco. Los nombres de sus calles tomaron
algunos vocablos quechuas como Uma Calle o fueron adquiriendo el nombre o apellido de
españoles importantes de la zona, como el conquistador Diego de Melo, que dio nombre a la
calle que ahora se conoce como Meloc. Dice una tradición que en esta calle se encuentra un
gran tesoro y que en el lugar se ven arder grandes llamaradas de fuego. También es reconocida
por la pileta de agua que está en esquina con la calle Nueva Baja.

Ya en la época republicana, Santa Ana seguía conservando ese aire que tenía en la colonia y
dando fe a las historias que contaban sus vecinos, como esta que le ocurrió a una costurera…

Margarita, una costurera joven y solitaria, tenía su taller en la cuesta de Santa Ana. Como
recibía gran cantidad de encargos, trabajaba sin descanso hasta la madrugada. Concentrada
en su labor, no daba importancia a las extrañas procesiones de medianoche que pasaban
delante de su casa. Una noche, sin embargo, golpearon su puerta y, al abrir, Margarita, se
encontró con un feligrés que le pidió guardar unas velas. “Las recogeré mañana” –explicó el
desconocido.

Al amanecer, la costurera comprobó asustada que no eran velas lo que le habían dejado, sino
huesos humanos. Tal fue su desconcierto que inmediatamente fue a buscar al párroco de la
iglesia, quien le recomendó que en su casa pasaran la noche varias criaturas.

A medianoche pasó de nuevo la procesión, Cuando Margarita escuchó golpes en su puerta,


pellizcó a los niños para que lloraran a gritos, como le había recomendado el párroco. Luego
temblando abrió la puerta y al ver a un esqueleto un sudor helado le recorrió la espalda. “Tu
trabajo durante la noche perturba el sueño de todos nosotros. Agradece que los niños lloran,
porque de otro modo tendrías que acompañarnos en esta procesión al más allá” –le dijo el
esqueleto y luego desapareció.

Desde entonces, Margarita dejó de trabajar por las noches y ninguna costurera de Santa Ana
coge la aguja desde el anochecer hasta la madrugada.

No menos curiosa que la de Margarita es la historia del Niño Compadrito. Según cuenta la
tradición oral, la pequeña calavera que hasta hoy se conserva en una casa de la calle Tambo
de Montero pertenece a un niño que vivió en este barrio y murió en un accidente. Sus restos,
conservados en una urna, demostraron ser milagrosos y son visitados por gran número de
devotos que le dan muestras de cariño. El Niño Compadrito, por su parte, se encarga de cuidar
a sus fieles de enfermedades, maleficios, espíritus malignos y ladrones.

Entre las fiestas tradicionales de la parroquia, las más importantes son el Cruz Velacuy, la
Semana Santa y el Corpus Christi. Aunque los preparativos para esta última fiesta empiezan
con mucha anticipación, los vecinos del barrio empiezan a vivirla cuando la imagen de Santa
Ana se dirige a la catedral para participar en la colorida procesión de Corpus Christi. Tras ocho
días de permanecer en el templo principal de la ciudad, Santa Ana, en hombros de sus fieles y
escoltada por sus mayordomos, regresa a su templo.

Con la misma devoción se celebra el tradicional Corpus de Santa Ana en la iglesia del barrio.
En este caso, la imagen de la madre de la virgen hace su recorrido tradicional acompañada de
danzantes y creyentes en un ambiente de alegría, fe y catolicismo.

Santa Ana es considerada la patrona de las chicheras y picanteras del Cusco. En su fiesta
patronal, entre el 25 y 27 de julio, se saborea el tradicional chiriuchu y la lawa de Santa Ana.

Después del terremoto de 1950, el Barrio de Santa Ana cambió su aspecto casi por completo.
Varias casonas coloniales desaparecieron y desde entonces empezó un acelerado proceso de
crecimiento. Con todo, Santa Ana sigue siendo un barrio tradicional cuyos vecinos se
enorgullecen de su pasado y conservan vivas sus tradiciones.

S-ar putea să vă placă și