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[...] revaluación del papel del Estado de bienestar, no sólo debido a las presiones
financieras sino, más fundamentalmente, a la necesidad de avanzar hacia la adopción
de unas políticas más activas dirigidas a garantizar la integración de las personas en
el trabajo y en la sociedad.
La cultura del bienestar es un logro de las sociedades modernas al que los ciudadanos de
nuestra sociedad no están dispuestos ya a renunciar. La protección social y los nuevos ámbitos
de la educación social son espacios de unánime apoyo y dos factores de fuerte impacto en la
actual lucha por la cohesión social europea. Sin embargo, a pesar de su importancia como
factor de solidaridad social, el bienestar y la educación social se enfrentan con problemas que
dificultan su pleno ejercicio. El aumento del desempleo, la inmigración, el envejecimiento de
la población, los cambios en las estructuras familiares, la creciente pobreza, el fenómeno de la
exclusión social, la masiva demanda de prestaciones sociales, etc., son algunos de los
principales obstáculos que la generalización de la protección y la educación social tienen en
nuestros días.
Admitiendo, como afirman algunos autores, que el Estado del bienestar prioriza las
finalidades económicas sobre los principios de ética social, a las anteriores consideraciones
será preciso añadir el necesario control del gasto público y la aplicación de la llamada
estrategia de la «selección del objetivo». Es decir, las autoridades públicas deben orientar los
recursos económicos a la solución de los problemas más acuciantes y de posible solución (con
las consiguientes repercusiones que ello comporta para el desarrollo de la educación social).
Si contemplamos el siempre interesante recurso de la historia, y echamos una mirada al
pasado de la educación social, observaremos que, desgraciadamente, sus fases de máximo
apogeo coinciden con las épocas o situaciones más conflictivas de la sociedad. El impacto del
cambio industrial sobre los trabajadores con niveles bajos de formación, las nuevas formas de
inmigración ilegal y los constantes movimientos de población hacia los países del bienestar
obligan a una seria reflexión acerca del papel que la educación social debe jugar frente al
riesgo de la aparición de nuevas formas de exclusión social.
Estamos convencidos de que sólo una creativa e innovadora estrategia de protección y
educación social podrá evitar el riesgo de tener que convivir con situaciones injustas y
conducentes a lógicas actitudes violentas por parte de la población más vulnerable. No
olvidemos que la violencia social es, frecuentemente, la expresión de la insatisfacción
experimentada por un sector de la población que se ve privado del derecho de formar parte de
esa sociedad y cultura del bienestar a la que tiene derecho.
Sin negar a la educación -escolar y social- la importancia que todos sabemos que tiene,
creemos que las actuales formas de cultura del bienestar obligan a introducir nuevas
perspectivas en el discurso pedagógico. Pensemos, por ejemplo, en los jóvenes que salen de
nuestras escuelas. Muchos de ellos no pueden ser considerados hoy como un «producto
acabado», sino más bien como un potencial de desarrollo que precisará de nuevas
intervenciones educativas, en parte porque la escuela no asume hoy el llamado «conflicto
social». En vez de afrontar la problemática derivada de la convivencia social, la escuela se
protege o resguarda en la cómoda instrucción científica como principal argumento de su
función. La educación social se concibe hoy como una segunda o tercera oportunidad para
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muchos de los ciudadanos.
Otra reflexión que aflora al analizar la función de la educación social en el ámbito de la
actual sociedad del bienestar es la necesidad de que las políticas sociales consideren los
problemas en su totalidad. En una sociedad del cambio, es competencia de la educación social
considerar y reflexionar acerca de la realidad que no es pero que debe ser. La educación
social del bienestar no puede tener ya el carácter local de antaño. Con ello no queremos decir
que se deje de aplicar el principio de adecuación a la realidad. Al contrario, si la realidad está
fraccionada y es cambiante, ello nos obliga a tenerla como primer referente de nuestra
actuación como educadores. Lo que pretendemos señalar es que la política social, y, en
consecuencia, la educación social, es cada vez más general y con un mayor ámbito de
aplicación. Su diseño es hoy europeo, con el riesgo que ello supone a la hora de solucionar los
problemas más concretos y puntuales de los ciudadanos.
De hecho, al ser Europa el referente de nuestra cultura del bienestar, se impone lo que se
ha dado en llamar «convergencia de las políticas sociales». Esta circunstancia tiene también
sus repercusiones en la educación social, que se ve obligada a actuar teniendo presente los
diferentes referentes que se dan en Europa. Con ello no pretendemos defender una
armonización europea de la educación social, sino reflexionar acerca de la necesidad de
rentabilizar los distintos esfuerzos en el contexto europeo. La libre circulación de personas y
el mercado único pueden ser dos valiosos argumentos para justificar la importancia del tema.
Como es habitual afirmar en los foros de la VE, y se recoge en El Libro Verde (1993, p. 44):
«Los sistemas nacionales convergerán y al mismo tiempo seguirán siendo autónomos.»
Sin entrar en el análisis de la llamada «crisis del Estado del bienestar», es innegable que
gracias a ese nuevo diseño social la mayoría de ciudadanos han comprendido cuáles son sus
derechos y libertades. En otras palabras, los ciudadanos han comprendido que la
generalización del bienestar es un derecho.
No es fácil seleccionar cuáles son las características de la actual sociedad del bienestar
que mayor incidencia tienen en la educación social. Y no es fácil porque, como hemos dicho,
los fenómenos sociales son cada vez más complejos y están más fuertemente
interconexionados. Asumiendo, pues, el riesgo que toda concreción conlleva, y al margen de
las anteriores consideraciones respecto al Estado del bienestar, pensamos que muchos de los
problemas de convivencia en nuestra sociedad son resultado de las siguientes circunstancias o
características:
1. La actual integración y globalización de la economía, convertida en fundamental factor
del Estado del bienestar. La casi obsesiva filosofía económica del nuevo bienestar europeo
influye de manera decisiva en el diseño de las políticas sociales, y, como consecuencia de
ello, en la configuración de la educación social.
2. Reducción o pérdida de importancia y autonomía de las políticas nacionales frente a las
grandes estrategias económicas de signo europeo. El Estado pierde, incluso, parte del control
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sobre las economías de su país.
3. Políticas sociales limitadas por imperativos o estrategias de claro signo economicista.
El argumento justificativo de esa relación entre política económica y política social es
aparentemente convincente: «No se puede repartir lo que no se posee.» De ahí que la
educación social sea, en ocasiones, un factor más de esa estrategia económica.
4. La sociedad del bienestar se fundamenta en la aplicación de la «lógica del intercambio»
por encima de la «lógica ética» e incluso de la «lógica legal». Las ideas, los principios, ciertos
derechos, las políticas sociales... , todo es intercambiable. Y la educación social también.
5. La rápida revolución tecnológica informacional y sus variadas repercusiones en
diferentes ámbitos de la convivencia social generan movimientos migratorios y la aparición
de nuevas formas de desigualdad social.
6. Se genera un fraccionamiento del llamado «Tercer Mundo», cuya realidad no es
explicada ni responde ya al tradicional maniqueísmo expresado con el binomio «Norte-Sur».
Con ello se rompe, afortunadamente, la dicotomía entre una educación social para el «Norte»
y otra para el «Sur».
7. El «Sur» va perdiendo su carácter global para convertirse en una realidad fraccionada,
desvinculada y multifactorial (Tercer y Cuarto Mundo, marginación mediterránea, norte y sur
africano, etc.). Esa variedad es un obstáculo para el diseño social unitario y global propio de
la cultura del bienestar.
8. Ese fraccionamiento y las evidentes distancias sociales existentes en nuestra sociedad
pueden explicar, en parte, que la violencia se haya convertido en una actividad cotidiana en
algunos ámbitos de la sociedad del bienestar.
9. Aparición de ciertos movimientos colectivos de rumbo político imprevisto y con
tendencia a mantener actitudes violentas o desesperadas. La educación social tiene en el
conflicto de la violencia uno de sus nuevos y principales retos.
10. Explosión demográfica -de aplicación desigual- y aparición de grandes
concentraciones urbanas (el 80 % de los europeos viven en ciudades de cierta importancia, y
dentro de unos pocos años serán muchas las conglomeraciones urbanas que sobrepasarán los 5
millones de habitantes).
11. Aparición y conexión de economías periféricas o «marginales» basadas en el
narcotráfico y fundamentadas en actividades ilegales o en la criminalidad. La educación social
tiene, frente al tema de la drogadicción, un importante reto.
12. Aumento de la «población dependiente», es decir, aparición de importantes colectivos
de personas que no trabajan y dependen de otras como consecuencia de un problema cultural
o laboral.
Estas características han tenido un especial protagonismo en la configuración de la
llamada «primera revolución global» y en la «globalización de la economía». Pero las
anteriores circunstancias han favorecido también el advenimiento de un nuevo poder dentro
de la nueva «lógica del intercambio»: el de los servicios. Y en función de ellos se han
diseñado las políticas sociales, dentro de las cuales se enmarca la actual educación social.
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Las políticas sociales se definen ahora por su eficiencia y por su rentabilidad económica,
siendo el crecimiento, la competitividad, el pleno empleo, la inversión en capital humano,
etc., los conceptos nucleares del discurso sociopolítico propio de la sociedad del bienestar y
de la misma educación social. Quizás por ello, en el segundo capítulo de El Libro Verde de la
Política Social Europea (1993) se afirma la necesidad de invertir en «educación y formación
como uno de los requisitos esenciales para la competitividad de la Unión, así como para la
cohesión de las sociedades».
Una vez comentado el contexto en el que nace y se desarrolla la que podríamos
denominar «nueva educación social», hagamos a continuación una rápida mención de los
principales enfoques que de ella percibimos en nuestra cultura del bienestar.
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El Estado del bienestar descansa en una irrenunciable premisa: debe evitarse todo tipo de
conflicto que pueda romper la armonía de la convivencia. Desde esta perspectiva, la
educación social es concebida como la acción conducente al aprendizaje de aquellas virtudes
o capacidades sociales que un grupo o sociedad considera correctas para alcanzar la
integración y el éxito social. La educación social es un eficaz camino para alcanzar esa
anhelada «paz social europea» que se fundamenta, a su vez, en la integración de todos los
miembros de la Europa comunitaria.
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3.7. EDUCACIÓN SOCIAL COMO FORMACIÓN POLÍTICA DEL CIUDADANO
Desde sus primeros inicios, la educación social ha sido entendida como influencia de los
poderes públicos con fines políticos. No debe extrañamos, pues, la larga tradición de
estudiosos y profesionales que han concebido la educación social desde una perspectiva muy
diferente de las que hasta ahora hemos mencionado. Me refiero a la educación social
entendida como formación social y política del individuo, como educación política del
ciudadano.
Aunque esta postura tuvo un amplio predicamento en otras épocas de la historia -
principalmente en la Grecia clásica y en los gobiernos nacionalistas-, no goza hoy de radicales
y prestigiosos defensores. No olvidemos, sin embargo, que en la sociedad del bienestar las
políticas sociales son las que dan forma y entidad a las parcelas más importantes de la
educación social, y, en consecuencia, ésta se ve fuertemente ligada a aquéllas. De ahí, quizás,
que las actuales políticas socioeducativas pueden interpretarse de tres maneras:
a) Como formación de las capacidades sociales de los ciudadanos para una correcta
convivencia social.
b) Como actuaciones escolares o extraescolares.
c) Como el sistema de ayudas sociales y culturales, principalmente en las áreas más
conflictivas. Es el trabajo social educativo no asistencial.
Aunque la definición de educación social como formación social y política del ciudadano
parece estar muy lejos de la filosofía en la que se ampara la sociedad del bienestar, lo cierto es
que esta postura ha tenido importante predicamento en otras épocas de la historia. No
ignoremos, por otro lado, que la educación política forma parte de la «educación» en su
sentido más amplio, y en consecuencia está fuertemente ligada a la educación social. Ortega y
Gasset, en su obra La pedagogía social como programa político, ya concebía la educación
social desde una doble perspectiva: por un lado, como estrategia para insertar al ciudadano en
su sociedad, y, por otro, como programa político capaz de transformar la sociedad.
Si consideramos la política como una disciplina o ciencia que nos dice lo que hay que
hacer aquí y ahora para poder disponer de un modelo de convivencia, si la «educación
política» da significado a muchas de las otras disciplinas sociales, no cabe duda de la relativa
proximidad entre los conceptos de «política» y «educación social», máxime en nuestra
sociedad de fuerte presencia estatal.
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No olvidemos que una de las funciones de la educación social es, además de dar respuesta
a las necesidades existentes, crear conciencia acerca de cuáles son los derechos sociales del
ciudadano, de todos los ciudadanos, y generar nuevas demandas de educación social. Sólo a
partir de una visión crítica de la educación social evitaremos que de la convivencia obtengan
mucho más provecho unos que otros, y que ese desequilibrio genere, precisamente, un sector
de población marginada.
Asumiendo lo más esencial del pensamiento educativo de Dewey, diremos que la
educación social es una acción que tiene la comunidad como referente, se realiza en la
comunidad y tiene en ella su principal elemento metodológico. Se trata, pues, de educar para
la comunidad, en la comunidad y con la comunidad. Al actuar así se reivindican nuevos
espacios educativos, se crean nuevas sensibilidades y aparecen nuevas demandas de mejora de
esa sociedad.
La educación social no puede, en suma, reducirse a una mera adaptación social, a una
socialización adaptativa sin más, a la solución de los problemas «aceptados». Debe asumir
también el objetivo de crear conciencia acerca de cuáles son las necesidades sociales no
debidamente satisfechas. Podemos afirmar que una correcta educación social debe generar
nuevas demandas de educación social.
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