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Ch a r a pa n en el siglo x i x • 1

Charapan en el siglo XIX

Carlos García Mora


Dirección de Etnohistoria
Instituto Nacional de Antropología e Historia

TS I M A R H U
Estudio de etnólogos
http://tsimarhu-tsimarhu.blogspot.mx/
2 • Ch a r a pa n en el siglo x i x

García Mora, Carlos:


Charapan en el siglo xix, ed. electrónica
para la Internet, México, Tsimarhu Estudio
de Etnólogos, 2011, 24 pp. il.
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México 2011
© Derechos reservados por el autor

Este artículo forma parte del libro El ba-


luarte purépecha donde está incluído como
capítulo 4 con el título “La desintegración
corporativa”
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A l consumarse la independencia política de la Nueva España y


la creación de la nación mexicana, dos procesos marcaron la
subsiguiente vida de Charapan: la desintegración de la república de los
naturales y la desamortización de sus tierras de comunidad. Nunca
más Charápani volvió a ser lo que había sido. A partir de eso, su histo-
ria fue —en lo que a este libro compete— la de cómo se fue debilitando
el San Antonio Charápani purépecha; o para decirlo de modo más
crudo, la de cómo el Charapan de los españoles arraigados —criollos y
amestizados— creció y sometió al primero para reducirlo a su mínima
expresión deseando que desapareciera.1 Al menos eso pretendieron, que
lo hayan logrado es otro asunto.
Estamos, claro está, como ya se advirtió desde un principio, di-
ferenciado aquí el Charápani purépecha organizado como república
de naturales y el Charapan decimonónico administrado como entidad
municipal. En efecto, con la independencia de la Nueva España llegó el
fin del gobierno purépecha. En Michoacán, las nuevas autoridades es-
tatales emprendieron de inmediato el desconocimiento de los cabildos
de las repúblicas de los naturales, y lo que fue más grave: pusieron en
estado de poder vender sus tierras de comunidad. Lo primero fue casi
inmediato; lo segundo se llevó décadas, si bien su efecto se dejó sentir
desde el principio.
Es de lamentase que el Charapan de la primera mitad del si-
glo xix sea casi desconocido. Como justo en ese período San Antonio
Charápani vio nacer en su seno al Charapan que lo engulló, se ca-
rece de las claves para comprender lo que sucedió. Con todo, uno
de los factores del cambio debió ser la presencia —desde antes— de
familias españolas residiendo en el poblado, las cuales fueron acaso
uno de los núcleos étnicos y sociales del desarrollo decimonónico de
Charapan.
Por lo pronto, la que fuera la orgullosa república charapanense
tuvo que sufrir la degradación de su poblado, ya que éste no fue consi-
derado entre los que tenían derecho a componer su ayuntamiento pues
carecía del número mínimo de habitantes exigido por las nuevas dispo-
siciones políticas, que favorecían a los poblados y a las ciudades donde
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residían los sectores étnicos y sociales emergentes.2 La bonanza del si-


glo xviii sólo había quedado como añoranza. Charápani quedó reducido
a dependiente político de alguna cabecera. Su gobierno purépecha se
había debilitado o desmoronado a tal punto que perdió su capacidad
de negociación, por lo cual debió soportar la ofensa de ser tratado igual
que un poblado menor —como nunca en la época novohispana— y de
ser despojado de su posición política. Duro golpe a la supervivencia
de su organización corporativa. En 1831, Charapan era una simple te-
nencia de Paracho en el distrito de Uruapan.3
Con todo, tardó un siglo en darse por terminada su representa-
ción purépecha. En verdad, la corporación purépecha perdió el gobierno,
pero lo que restó de éste siguió sirviendo con algún tipo de dignidad
comunitaria en el manejo de las tierras montuosas, algunas de las cua-
les lograron mantenerse en propiedad comunal. Además, sus funciones
religiosas lograron supervivir en parte manteniendo el calendario anual
de fiestas y ceremonias, que permitieron a los achéecha conservar
algo del prestigio social, el cual les era otorgado por su conocimiento
del ciclo pueblerino y de cómo reproducirlo y explicarlo.
No obstante, tuvieron que enfrentar otras calamidades pues en la
década de los años treinta, Michoacán sufrió el azote de una epidemia de
cólera morbo. Ya que es probable que los hospitales purépechas de los
poblados habían suspendido o disminuido los servicios que prestaban
con medidas de cierta eficacia, como el aislamiento de los enfermos, la
epidemia cundió en Uruapan y en otros lugares como Zamora y sus in-
mediaciones. Los poblados del distrito de Jiquilpan la sufrieron unos
cuatro meses, después de los cuales se contaron unas tres mil muertes.
Charapan, comprendido en dicho distrito, tuvo un índice de mortalidad
de casi el 26%.4 Un verdadero infortunio.
En 1841, los y las charapanenses satisfacían sus necesidades
primordiales sembrando maíz, lenteja, trigo y garbanzo; trabajando
como jornaleros; torneando cuentas de madera para elaborar rosarios y
tejiendo telas de algodón, las cuales producían las mujeres de Charapan,
Corupo y San Felipe de Los Herreros. Cuatro años después, cuando
el poblado dependió del partido de Los Reyes, sus habitantes habían
logrado mantener su identidad étnica y seguían hablando purépecha,
pero entendían el español que usaban con dificultad. Por falta de los
recursos necesarios, a los habitantes les faltaba escuela de primeras le-
tras.5
El cólera asoló de nuevo al estado de Michoacán entre 1848 y
1850.6 Los distritos de Jiquilpan y Uruapan fueron afectados por se-
gunda ocasión.7 Una premonición de ella la tuvieron unos huacaleros
charapanenses, quienes creyeron encontrarse poco antes a “la enferme-
dad” en forma de mujer sangrada y con el rostro marcado.8 En 1848
azoló Charapan en el transcurso de las siembras siendo párroco un
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sacerdote nacido en Pátzcuaro, apellidado Rincón, cuyo hermano se
contagió. La mortandad fue tal que se abrieron fosas en cada barrio
para enterrar los cadáveres, los cuales eran recogidos en una carreta
que recorría las calles precedida del toque de una corneta y un tambor.9
Imagine lector lo que era para las familias ver morir a sus miembros sin
poderles dar cristiana sepultura, como era su costumbre y creencia, sino
tratando sus cuerpos como se hacía con el de los animales muer-
tos. El tejido social se despedazó. La epidemia dejó un recuerdo
dramático en varias generaciones subsecuentes, las que siguieron
rememorando aquellos terribles días.
El cólera regresó pronto —como en toda la región— durante las
siembras de marzo de 1850. Ese año, un general apellidado Solórzano
—al parecer residenciado en Charapan— se contagió por comer una
chapáta contaminada, al estar sembrando sus terrenos en el paraje de
Tiríntu. Desesperado, mandó decir misas con el cabildo religioso para
implorar ayuda a san Roque, santo francés a quien se invocaba como
abogado contra el cólera, las epidemias y las enfermedades infecciosas.
Como el general logró supervivir, en agradecimiento mandó hacer y
traer de España una imagen de dicho santo e hizo remozar su capilla
conocida como El Rókiu.
Dicha capilla ya existía al menos desde 1806 cuando cada 16 de
agosto le celebraban en ella la fiesta a san Roque, patrón del barrio de
ese nombre incluido en el de San Andrés.10 Esta construcción religio-
sa —luego desaparecida— habla del temor a las epidemias con el que
vivía la población en el siglo xix, mismo que habrán tenido desde antes
pues éstas fueron un azote cíclico con el que se vivía siempre. De he-
cho, los purépechas convivían con la muerte pues la esperanza de vida
era corta, el fallecimiento de alguno o algunos hijos menores era co-
mún en cada familia y las pérdidas de las cosechas que a veces ocurrían
eran seguidas de hambrunas y enfermedades. No en balde, el profundo
arraigo de la conmemoración respetuosa de los muertos cada 2 de no-
viembre, atrás de la cual se encontraba el sentimiento colectivo de la
fragilidad de la vida en aquellos tiempos aciagos.
Mediando el siglo, la situación social se mantenía crítica. El
bandolerismo proliferó. Entre 1856 y 1859, gavillas de “bandoleros”
asolaron el Bajío y atacaron Guanajuato, donde asesinaron algunos ve-
cinos e incendiaron algunas casas, amén de saquear la residencia del
jefe liberal Manuel Doblado.11 Algunos charapanenses se enrolaron con
Francisco Pachi Sosa, asaltante purépecha de diligencias en aquella re-
gión. Buenos recursos debió de adquirir pues alrededor del año 1854,
él mandó hacer un retablo para la iglesia de San Diego en Morelia; y
tiempo después, al acercarse su muerte, ordenó una imagen de la virgen
de la concepción de María tomando como modelo a su hija, para la ca-
pilla del hospital en Charapan.12
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En la segunda mitad del siglo, los pueblos serranos experimentaron


una reintegración —que las nuevas clases dominantes reclamaban—
impulsados por los proyectos de la modernización decimonónica. Ello
condujo a la transformación de los poblados en asentamientos de cam-
pesinos parcioneros y jornaleros sin tierra, algunos regidos por una
minoría de españoles criollos, como poco a poco sucedió en Charapan.
Al crecer en México la ola del liberalismo modernizador co-
bijado bajo el llamado Plan de Ayutla y levantado en armas contra la
dictadura santannista, las luchas entre liberales y conservadores reper-
cutieron en la sierra de Michoacán. En Paracho, cabecera municipal
de la cual Charapan seguía siendo tenencia, el coronel Jesús Díaz reci-
bió órdenes de resguardar el camino de Uruapan a Los Reyes, cuando
el liberal Ignacio Comonfort pasó alrededor de 1855 por la primera
población —rumbo a Jalisco— perseguido por fuerzas del gobierno
conservador, integradas por aquellos a quienes los liberales llamaban
“los mochos”. Para cumplir la orden se dotó con 50 hombres de “a
caballo” al teniente de caballería Santos Álvarez de Corupo, enviados
bajo el mando de Ángel Medina y Francisco Chávez de Parángaricutiro.
Pese a ello, los liberales tendieron una emboscada a los conservadores
en los montes de ese último lugar consiguiendo derrotarlos.13
Al triunfar los liberales en Michoacán, el conflicto entre el clero
católico y el gobierno liberal, así como la asignación de tierras, que ha-
bían sido uno de los bienes comunales de las ex repúblicas purépechas,
entre los habitantes de sus poblados —campesinos purépechas y espa-
ñoles criollos arraigados—, repercutieron en la vida y en las relaciones
sociales locales. En 1857, el deber que tenía todo funcionario públi-
co de jurar la constitución liberal, para desempeñar su cargo, provocó
motines de opositores conservadores a tal ordenamiento en la zona de
Zamora.14
En aquel tiempo, las tierras de Charapan habían sido usufructua-
das en comunidad a través de su asignación a cada uno de los barrios,
pero ello cambió al aplicarse las reformas liberales. La posesión indivi-
dual de las tierras y la compraventa de las mismas se extendió pasando
éstas de unas manos a otras.15
Por esos años, los poblados campesinos de Michoacán ya
eran heterogéneos, dependientes en parte del abasto externo, abiertos
a otros sectores sociales y étnicos, e integrados a sus regiones y al
país. Tal lo revelaban diversos indicadores demográficos, sociales y
económicos.16 Entre otros, la estratificación social interna de los habi-
tantes en los poblados, basada en las propiedades privadas de ciertas
familias acrecentadas con el reparto agrario iniciado en algún mo-
mento del siglo xix, el cual desató aún más la propiedad comunal.
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El avecindamiento de españoles, negros y otras etnias, procedentes de
lugares diferentes, aumentó a partir de que dejaron de tener vigor las
disposiciones legales que cobijaban a los viejos poblados purépechas.
El conocimiento del español como segunda lengua se expandió y el
sector campesino monolingüe hablante del purépecha empezó a decre-
cer. También puede suponerse la disminución del bilingüismo de los
españoles criollos arraigados.
La integración a la sociedad mayor realizada desde la era novo-
hispana, cuando las repúblicas de los naturales se constituyeron como
unidades sociales, económicas, jurídicas y religiosas, integradas al
sistema colonial, persistió en algunos aspectos y en otros se redefinió.
Algunos de los factores reintegradores alrededor de 1860 fueron los
mismos de antes y otros aparecieron con los nuevos tiempos:

• La extracción de excedentes a través de la recolección que el


clero católico hacía de los diezmos y del pago de obvencio-
nes parroquiales y servicios religiosos, que en el obispado de
Michoacán ascendía a 60 mil pesos anuales sólo por diezmos
entregados.17
• El funcionamiento de escuelas, mesones, casas de correo y
receptorías de rentas en algunos poblados.
• El bracerismo eventual en minas, haciendas, obras públicas y
otras actividades.
• La integración al comercio nacional y regional con la arrie-
ría en tierra firme, con el tráfico en canoas sobre el lago de
Pátzcuaro y con la cría y la venta de ganados, que generaba
intercambios de más de un millón de pesos en Michoacán,
donde el comercio era de los más activos del país surtido por
Veracruz, centro de México, Tampico, San Luis Potosí, Ma-
zatlán, Guadalajara, Colima y Acapulco.18
• El sistema de tianguis semanales donde se expendían pro-
ductos regionales y fuereños, como el serrano de Cherán o el
lacustre de Pátzcuaro en el que se comerciaba e intercambia-
ba productos de la sierra, la tierra caliente y los propios de la
región.
• El ciclo de ferias anuales con motivo de fiestas religiosas,
como la célebre de Zacán.
• La adquisición por compra o intercambio con otros poblados
y regiones del abasto alimenticio complementario y las manu-
facturas como telas, herramientas, herrajes, aditamentos para
caballos, etc.
• La colocación en el mercado de parte de la producción artesanal
y agropecuaria locales, tanto en los poblados regionales como
en las ciudades de Morelia, Celaya y Querétaro, el mineral
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de Angangueo y otros lugares. De esa manera, los poblados


introducían: abejas ceríferas, pescados, ganados, ocotes, le-
ñas, carbón, madera, vigas y tablas, cal, goma, resina, copal,
sal, azufre, hortalizas, pulque, trigo, cañas de azúcar, pláta-
no, chirimoyas, aguacates, azucenas, pieles curtidas, leche
de vaca,19 mantequillas, quesos panela, petates, aguardiente,
cobertores, bateas y cajas pintadas, cajones para piloncillo,
rosarios, malacates, molinillos, palas, cucharas, loza,20 zapa-
tería, herrería, sillas, cajas, estantes, guitarras, medias de lana,
sombreros, metates de piedra y fustes para sillas de montar.21
• La instalación de máquinas para aserrar madera en la sierra y
la instalación de fábricas de vidrios.22
• Las peregrinaciones religiosas a santuarios regionales y a otros
afuera del estado.

Nada que ver con igualitarias aldeas de campesinos viviendo


en un mundo aparte, aislado, cerrado y autosuficiente que, si acaso,
sólo salían para vender leña. Eran poblados variados y comunicados en-
tre sí y con el exterior, bien integrados en la vida regional e interregional
exportando e importando, con oficinas públicas y escuelas, creciente
bilingüismo, etc. Con todo, la situación económica era lamentable en
algunos de ellos. Al iniciarse los años sesenta, Charapan era un
lugar miserable, con unos mil habitantes dedicados a la agricultura y
la elaboración de rosarios, malacates, molinillos y otros artefactos de
madera.23
El párroco del clero secular oficiaba en un templo con un cañón
de 36 varas de largo y techado con tejas. En el orden civil, por un tiempo
Charapan siguió dependiendo de la prefectura de Paracho, pero por fin
logró instalar su propio ayuntamiento el 23 de abril o el 20 de noviem-
bre de 1861, al cual quedaron sujetas las tenencias de San Felipe de
Los Herreros, Corupo y Cocucho.24 A partir del 29 de septiembre quedó
comprendido como municipio dentro del distrito de Paracho, junto con
Nahuatzen y Cherán Grande.25 De modo que, pese a la pobreza gene-
ral, quizás algunas cuantas familias lograron prosperar y recuperar la
posición política charapanense solicitando y obteniendo la erección de
su ayuntamiento; repitámoslo: su ayuntamiento, el de ellas, ya no el del
pueblo purépecha. Aunque el gusto les duró muy poco.

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En el año 1862, el proyecto liberal fue interrumpido con violen-


cia por una invasión militar francobelga en Michoacán emprendida
para implantar un régimen monárquico en México; no obstante, la uto-
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pía conservadora estuvo lejos de llevarse a cabo debido al liberalismo
soterrado de las fuerzas francesas y del príncipe austriaco traído para
gobernar al país.26 La administración imperial, impuesta en México por
esa intervención, dividió al estado en departamentos dentro de los cua-
les Charapan no fue considerado municipio, lo que hace suponer que
pasó de nuevo a la categoría de tenencia.27 Acaso hubo una razón polí-
tica para que eso sucediera: un castigo por el liberalismo de las familias
dirigentes charapanenses, a lo mejor las mismas que habían promovido
antes la erección municipal.
Durante la ocupación militar extranjera, una fuerza provenien-
te de Zamora, encabezada por el jefe invasor Margueritte, pasó en
febrero de 1864 rumbo a San Francisco Peribán desde donde tenía la
intención de salir a tomar Uruapan, bastión liberal y centro antimonar-
quista por antonomasia en el polo opuesto a la clerical Zamora. Luego
entró a San Juan Parangaricutiro —o de Las Colchas— a la salida del
cual entabló combate con fuerzas liberales a las que hicieron huir.28
Un año después, en febrero de 1865, una partida de caballería
—al mando del coronel republicano Ronda— llegó a Charapan persi-
guiendo sobrantes de la infantería francesa que se habían dispersado en
la sierra, luego de ser rechazada en Los Reyes la expedición a la que
pertenecía.29 En el mes de octubre, fuerzas imperiales, al mando del
michoacano colaboracionista Ramón Méndez, partieron desde San Juan
Parangaricutiro hacia Tancítaro.30 En la misma sierra, Paracho —encla-
ve liberal pues contaba entre sus familias predominantes con algunas de
larga tradición republicana y adictas al partido liberal— llegó a levantar
un contingente para incorporarlo a la lucha antiimperialista.31
Fuerzas militares imperiales, fortalecidas con el llamado
Batallón del Emperador en 1866, se enfrentaron y derrotaron a las enca-
bezadas por el general republicano Nicolás Régules en la ranchería La
Palma, cerca de Sicuicho y Charapan.32 Esto fue un duro golpe a la re-
sistencia michoacana y afectó una campaña que el liberal Vicente Riva
Palacio tenía planeada. Para colmo de males, una noche de marzo, las
fuerzas de Régules volvieron a ser derrotadas al ser sorprendidas —en
la sierra— por tropas monarquistas cerca del rancho de Tengüencho
en la serranía de Patamban.33
Qué tanto ello involucró a familias purépechas es algo que está
por averiguarse; es una laguna más del pasado serrano en general y
del charapanense en particular. Alguna consecuencia debió producir
pues aún en el siglo xx se atribuyó ascendencia belga a unas contadas
familias güeras de Charapan. En particular se le atribuyó ese origen
a la familia Hinojosa, cuyo fundador parece haber sido un soldado
de las fuerzas belgas invasoras, quien tal vez desertó y se refugió en
Charapan, donde puso hornos de pan y —valiéndose del cura— apren-
dió purépecha y se casó allí mismo con una mujer del lugar. Después,
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cuando los republicanos persiguieron a los invasores que quedaron en


territorio michoacano, luego de la restauración de la república mexi-
cana, él se fue pero quedaron sus descendientes. Del sacerdote cabe
sospechar que fue colaboracionista y su ayuda al belga pudo ser una
muestra de la oposición clerical al liberalismo.
Dada la ofensiva liberal para desintegrar a las comunidades
agrarias repartiendo sus tierras y acotando su organización religiosa,
los descendientes de los viejos comuneros de Charapan han de haber
evitado tomar partido en favor de la república invadida y oponer re-
sistencia a la invasión francobelga y a la administración imperial en
Michoacán. En cambio, otras familias —algunas liberales pues ciertos
charapanenses acomodados se afiliaron a la masonería— salieron bene-
ficiadas al hacerse de propiedades aprovechando la desamortización de
tierras comunales y de terrenos de uso religioso dentro del poblado.34
Es evidente que las profundas reformas agraria y civil aplicadas
en la sierra provocaron una fractura social. Luego, la guerra de resisten-
cia contra los invasores extranjeros produjo un reacomodo político. Esa
reforma y esa guerra transformaron la vida en la sierra al verse alteradas
las relaciones sociales prevalecientes y el de por sí inestable equilibrio
político.

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Las otrora repúblicas purépechas, integrantes de la sociedad novohis-


pana, fueron sometidas a proyectos nacionales en construcción a partir
de la independencia política de la Nueva España y la paulatina lucha
por formar la nación mexicana. Coincidiendo con la reanudación de
las reformas liberales reemprendidas después de la derrota de la utopía
monarquista, en Charapan un número indeterminado de familias ace-
leró la adopción de la lengua española, o al menos, de un bilingüismo
irreversible; al tiempo que otras fuereñas llegaron a radicarse. En esas
circunstancias se acrecentó la transformación social, económica y cul-
tural.
Restaurado el régimen republicano en México, el alcalde de Cha-
rapan, José María Rosas, firmó un documento de compra venta de un
terreno en 1867.35 De manera que el mercado de bienes raíces debió
incrementarse al expedirse la ley relativa al reparto de bienes comu-
nales promulgada por el gobernador del estado, Justo Mendoza, quien
decretó —en diciembre de 1868— que el gobierno estatal quedaba fa-
cultado para repartir en un año los terrenos de las comunidades agrarias,
sin sujetarse a formalidades legales, siempre y cuando se observaran
“principios de justicia”. Autorizó a los comuneros a que ellos mismos
emprendieran “libremente” su reparto. Por supuesto, los dejaba “en
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libertad” de enajenar sus terrenos cuando les pareciera, una vez adqui-
ridos en el reparto.36 Había prisa en ponerlos a la venta y de este modo
hacerse de ellos. El proyecto purépecha era arrinconado cada vez más
por el de los propietarios turhísiicha.
En 1872, el alcalde en Charapan era Sebastián García. Este pues-
to político y el del anterior alcalde, José María Rosas, haría suponer
que, para entonces, ya se había reinstaurado el ayuntamiento. En reali-
dad, parecen haber sido alcaldes dependientes de una cabecera pues la
reinstauración ocurrió tiempo después.
Más adelante, cuando el poder legislativo nacional aprobó en
1875 la incorporación de las Leyes de Reforma a la Constitución, se
produjo en Michoacán la rebelión de los llamados religioneros al gri-
to de “¡Viva la religión!”.37 A las siete de la mañana del 12 de marzo,
una “partida de religiosos” —con 28 hombres capitaneados por Mi-
guel Olivares (de Corupo)— asaltaron al liberal Paracho, apresaron
al presidente municipal y quemaron el archivo. Luego, en la noche del
día 17, dicha gavilla —unida a las encabezadas por Francisco Figue-
roa, Jesús Medina y Ramón Magaña— fue sorprendida y sus miembros
dispersados por una fuerza oficial en el cerro Marhíjuata (o de Patam-
ban), donde les ultimaron cuatro hombres, les hirieron a “muchos” y
les quitaron dieciocho caballos. Para aumentar su desgracia, en la tarde
del 16 de abril, la gavilla —con treinta hombres— fue derrotada en
Parangaricutiro por una guerrilla de paisanos y exploradores de la pre-
fectura de Uruapan.
A pesar de ello, regresó al día siguiente con la gente que le
quedó y con purépechas de Corupo, San Felipe [de Los Herreros],
Pamatácuaro y Charapan, quienes “los acompañaron a robar y ultra-
jaron algunos vecinos gravemente” según el reporte oficial. Váyase a
saber lo que pasó en realidad. Ése documento aseguraba que “los
pueblos de la sierra” estaban “desolados por el bandolerismo des-
enfrenado de unas turbas de forajidos”. Por ello, el gobierno estatal
autorizó el castigo de quienes participaron en los hechos y dictó enérgi-
cas providencias para que los purépechas se estuvieran en paz. Por ese
informe se infiere que las autoridades llamaban “pueblos de la sierra”
a los ocupados por los “vecinos” —como se solía llamar a los propie-
tarios— quizá liberales, que no a los poblados purépechas a los que
conminaron a estarse en calma.
A pesar de eso, en la noche del 20 de mayo una gavilla volvió
a caer sobre Paracho, pero ahora con más de doscientos hombres au-
xiliados de otros tantos purépechas de Corupo, Pamatácuaro, Sicuicho
y Charapan. A los ojos de las autoridades militares llegaron ebrios y
disparando tiros por las calles para saquear casi totalmente a la po-
blación; hicieron huir al contingente de exploradores enviado dos días
antes, que apresó a su sargento quien luego logró escapar. Después de
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tres o cuatro horas, atravesando tierra fría para bajar a la caliente, sa-
lieron de Paracho rumbo a Zacán, Peribán y Los Limones hasta llegar
frente a Los Reyes. Había otros alzados pues al día siguiente pasó por
Nahuatzen la banda de Pedro González rumbo a Pichátaro, donde había
otras gavillas que sumadas contaban con más de cien hombres. Como
reacción, la prefectura de Uruapan organizó una guerrilla a las órdenes
de Vicente Bravo, vecino de Paracho.38 Pero a pesar de eso, en junio de
ese año de 1875, las rancherías de la zona de Zamora fueron asoladas.39
En Charapan se sublevaron bajo las órdenes de Francisco Villa-
rreal sin saberse a ciencia cierta cuáles fueron sus motivos o afiliación.
Es difícil deducir qué tipo de oposición política se daba en el poblado.
Si se asoció con los religioneros fue antiliberal, pese a que en Charapan
hubo liberales. Pudo haber sido así ya que la división interna y el reparto
forzado de los bienes comunales pudo haber gestado alguna oposición
purépecha contra ellos, ya que estaban sirviéndose con la cuchara gran-
de al apropiarse de terrenos urbanos y agrícolas de la ex comunidad, los
pertenecientes al viejo hospital, los propios de las capillas de barrio y
los dedicados al culto de algún “santo”.
Como fuera, llegaron al poblado unos alzados contra el gobier-
no liberal encabezados por unos tales Ramírez, quienes se llevaron a
los músicos dirigidos por Marcelino Arizpe para tocar como banda de
guerra. Seis meses después, la banda desertó en Guadalajara y se regre-
só a Charapan. Para su fortuna, Marcelino salió ileso y pudo casarse
con Francisca Ruiz, con quien procreó a Marcelina, luego casada con
Santiago Zaragoza en 1894.40
Así fue que, por un lado hubo alzados charapanenses —tal vez
antiliberales— y por el otro, charapanenses secuestrados —tal vez libe-
rales—. Sin duda, los procesos políticos enfrentados siguieron el resto
del siglo dejando algunas secuelas. Aun los alzados de Charapan, si
los hubo, pudieron participar en las luchas entre grupos liberales que
se disputaron con intermitencia el poder —en la segunda mitad del si-
glo xix— en contra de los cacicazgos regionales. Asimismo es posible
que la población purépecha y los descendientes de los españoles —crio-
llos arraigados y los amestizados de reciente avecindamiento— hayan
tomado posiciones diferentes, o una combinación de todas estas proba-
bilidades.
En todo caso Charapan parece haberse convertido en refugio
de hombres armados, tanto formales como al margen de la ley, cuya
actividad se vio estimulada por el relajamiento del control político en
el medio rural. Eso sí, más que Charapan en su conjunto, un sector de
su población fue el que participó en levantamientos y otro, en bandas
armadas. Mal se haría, como se solía hacer en los partes militares del
siglo xix, en calificar a todo Charapan como liberal, bandolero o rebel-
de.
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Por lo visto, del Charapan corporativo poco quedaba, sus fami-
lias ya no actuaban de conformidad con un régimen comunitario. Fue
en el siglo xix cuando se produjo la quiebra social que predominaría
como rasgo propio de ése y del siguiente siglo.

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Por fin, una nueva bonanza comercial volvió a disfrutarse. Ello propi-
ció que en el año de 1877 el entonces denominado Charapa —siendo
tenencia de Uruapan— fuera otra vez elevado a cabecera de una nueva
municipalidad gracias a las gestiones de los vecinos Antonio Rosas del
barrio San Bartolomé —a quien se nombró presidente—, sus cuñados
Antonio y Avelino García —españoles criollos arraigados—, Gerardo
Martínez, Francisco Sosa y Crescencio Rodríguez.
Nótese dos indicios interesantes: uno de los “vecinos” gesto-
res y primer presidente del reanudado ayuntamiento, tal vez liberal,
llevaba el apellido Rosas, ¿sería pariente del que fuera alcalde José
María Rosas en 1867? Otro se llamaba Francisco Sosa, ¿se trataba del
arriba citado Pachi Sosa que encabezó una banda de “asaltantes” o su-
blevados? Si así fue, ¿a qué bando político apoyaba? Si gestionó la
reinstalación del municipio charapanense debe presumirse su liberalis-
mo, por lo que cabe la duda de si fue en realidad un bandolero o más
bien un dirigente armado. Tomemos en cuenta que, en aquellos años,
los liberales eran hombres de a caballo y con el arma al hombro
pues la lucha política se expresaba con frecuencia por medio de la
violencia.
Aunque un pleito entre familias propietarias encumbradas ace-
leró el trámite para reconstituir la municipalidad de Charapan, ésta era
una aspiración local. Como cabecera de la nueva municipalidad, que
formó parte del distrito de Uruapan, se le asignaron las tenencias de San
Felipe, Cocucho, Corupo, Pamatácuaro, Sicuicho y Zacán cuya muni-
cipalidad se suprimió. Por añadidura, parece que se incluyó a Sirio
y otros pequeños asentamientos quedando en manos del prefecto de
Uruapan hacer llegar al gobernador el nombre de quien podría ser nom-
brado la nueva autoridad local.41 Es de suponer que fue en ese tiempo
cuando se construyó el edificio de la presidencia municipal, que per-
maneció en uso hasta el siguiente siglo. En consecuencia, el Charapan
de los españoles criollos arraigados se consolidó y alcanzó su mayor
influencia y prestigio.
En 1880 el presidente municipal fue Raymundo Hinojosa, hijo
de aquel belga fundador de la familia de ese apellido. Una muestra
más de que el sector de españoles y europeos criollos obtuvo y conser-
vó para sí la administración del ayuntamiento.
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14 • Ch a r a pa n en el siglo x i x

La iglesia parroquial y su curato se incendiaron un 13 de febrero


entre 1879 y 1881. Otra probabilidad es que el incendio ocurriera por
1895, o bien, pudo haber sufrido dos incendios.42 Junto con el archivo
parroquial, guardado en el baptisterio, se perdieron las pinturas con La
pasión de Cristo plasmadas en el techo y los muros de la iglesia. Las es-
culturas religiosas lograron ser retiradas, excepto una que representaba
a la Trinidad, a la cual la gente imaginó tronando en medio del fuego y
dejando salir de su interior la paloma que representaba al Espíritu Santo
y que voló hasta el paraje de Tiríntu donde se enterró; en aquel lugar,
alguien la sacó y se la llevó para conservarla en San Felipe de Los He-
rreros. ¿Por qué volaría a Tiríntu la paloma del Espíritu Santo? Bueno,
ese fue uno de los antiguos sitios legendarios o reales donde vivió en
caserío una parte de la gente que fundó el Charápani purépecha y que
pudo ser la portadora de la imagen. Nada ocurrió nada más por que sí
en la sierra de Michoacán, todo tuvo un sentido en la memoria y en la
imaginación regional.
Para el cabildo religioso, el fuego que devoró el templo fue un
desastre pues éste quedó en estado ruinoso mermando el lucimien-
to de las fiestas religiosas anuales. En aquellos días, el carguero de san
Antonio era Rafael Zaragoza con Cleofas García. Ubaldo Chuela y
un Anastasio eran ak’ámpitiicha.
El cura —Felipe Irépan— fue sucedido de inmediato por el
presbítero Agustín J. Covarrubias, quien empezó a firmar el mes de
marzo de 1881. ¿Por qué la prisa? Tal vez para evitar afrontar responsa-
bilidades por el siniestro o por las circunstancias en las que se produjo.
Luego, a su vez, éste fue sustituido por el presbítero Gregorio Trujillo
en agosto del mismo año diluyendo aún más las culpabilidades.43
A ese desastre le siguieron otros que afectaron toda la vida
del poblado. En 1882, 1887, 1896 y 1903, cayeron nevadas que causa-
ron pérdidas agrícolas y por lo tanto, hambrunas y epidemias. Al igual
que el primer año mencionado, cuando prendió el tifo en la región,
el cual diezmó a la población charapanense al punto de hacerse ne-
cesario comprar un terreno al lado del panteón para ampliarlo. En el
segundo año citado, la nevada cayó sobre Charapan y sus tenencias,
hundiendo y destruyendo algunos techos.44
Quienes lograron cosechar trigo lo vendieron racionado por “ta-
zitas”. Éste se revolvía con bellotas recolectadas en los montes para
molerlo y hacer harina sustituta de la de maíz. El buen bosque sirvió de
auxilio inapreciable a los charapanenses, el mismo que en el siglo xx
perderían, al desmontarse sus centenarias arboledas pobladas de vena-
dos, dejando descobijados los montes protectores de antaño.
El cultivo de maíz empezó a decaer en las tierras serranas,
siempre necesitadas de su descanso anual. Algunas personas del
pueblo salieron para comprar y traer harina de trigo de “contraban-
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Ch a r a pa n en el siglo x i x • 15
do”, pero los inspectores oficiales que llegaban al poblado lo recogían
todo por alguna razón; “hasta el queso se llevaban”. En consecuen-
cia, algunos trajeron trigo de Tlazazalca para sembrarlo, con buenos
resultados.45 Esto ayudó a los propósitos comerciales locales y sirvió de
paliativo a la escasez de maíz.
Con todo, nada fácil era sustituir la importante planta y el grano
del tsíri o ‘maíz’: un ser vivo con espíritu que merecía respeto, al que
se evitaba ofender y cuyo “padre”, del cual derivaban todas sus varie-
dades, era el chóchu (“maíz colorado”).46 Liga por excelencia con la
tierra y fundamento vital de toda la sierra, el abandono del tsíri hubie-
ra significado el fin cultural del pueblo purépecha en Charapan. Gracias
a los campesinos, tal cosa no ocurrió a pesar que los terratenientes y
los comerciantes hubieran visto en el trigo una estrategia para afron-
tar la crisis agrícola.
Debido a las emergencias provocadas por las sucesivas pérdidas
de las cosechas de maíz en Michoacán, ocurridas en 1887, 1888 y 1891,
el presidente municipal llevó a cabo un censo de producción mai-
cera local en 1894 resultando tan solo 180 cargas de grano.47 Con
la experiencia de las crisis maiceras padecidas, las buenas cosechas de
invierno obtenidas y la aplicación de ciertas medidas, se logró superar
la inestabilidad en el estado; pero de todos modos se tomaron medidas
preventivas. En diciembre de 1901, el gobierno michoacano recabó da-
tos respecto de las cantidades potenciales que estaban por cosecharse y
las que serían necesarias para satisfacer el consumo del año siguiente.
De nuevo, en junio de 1902, solicitó informes acerca de las existencias
cerealeras y el estado de las sementeras en cada municipio, para tomar
medidas precautorias que evitaran nuevas carestías. A fines de 1910 se
constituyeron juntas encargadas de asegurar las semillas suficientes, sin
alzar precios y sin causar pérdidas a los agricultores comerciales; y se
organizaron depósitos comunes de grano en los que, a partir de julio,
se vendió a un precio moderado garantizando cierta ganancia a sus pro-
ductores.48
En 1892, Charapan había sido en un principio de los menos
afectados por la carestía de semillas. En comparación con Paracho y
Nahuatzen, donde la fanega de maíz llegó a costar 5 pesos, en el pobla-
do costó entre 2.50 y 3 pesos la primera mitad del año; en mayo subió a
3.50 y sólo hasta septiembre llegó a 5 pesos.49
Justo saliendo de esa época de carestía de cereales y las consi-
guientes hambrunas, un par de jóvenes analfabetos de escasos 18 años
se casaron en 1894: Juan González y Juana Hernández.50 Ellos engen-
drarían una familia que protagonizaría las luchas del nuevo siglo por
venir: los González.
Entre las crisis agrícolas no todo estuvo mal, ya que el ayun-
tamiento repuso el tejado de su local en 1890, a la vez que “vecinos y
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16 • Ch a r a pa n en el siglo x i x

peones” ensancharon y nivelaron la plaza para dejarla con 35 metros de


largo por 15 de ancho. Los “vecinos”, es decir, los propietarios, abrie-
ron por su cuenta un callejón a la orilla de Charapan dando salida a un
camino hacia Patamban; construyeron un puente de madera de 8 metros
de largo por 5 de ancho en Pozos de Coyote —un sitio en el camino a
Tangancícuaro— y otro igual en Tierras Blancas —un lugar en el cami-
no a Pamatácuaro— y formaron una calzada empedrada de 40 metros
de largo por 5 de ancho en el camino a Cotija.51 O sea que, a pesar de
las calamidades, algunos “vecinos” tuvieron recursos suficientes para
pagar obras de beneficio común y del suyo.
A la sazón, Uruapan y Zamora consolidaban sus respectivas in-
fluencias regionales. El primero emergía como el más cercano centro
industrial al introducirse allí la energía eléctrica y abrirse una fábrica
de hilados y tejidos en 1887, una línea de ferrocarril en 1889 y una
empacadora de carnes.52 Zamora seguía predominando como centro de
mayor productividad agrícola alentado por la introducción del ferroca-
rril a la comarca, con lo cual alcanzó en 1899 una producción de más de
trece mil toneladas de maíz.53
En octubre de 1893 Corupo fue separado del curato de Charapan
para ser erigido como parroquia aparte, gracias al obispo de Zamora
José María Cázares y Martínez.54 Por cierto, la crónica rivalidad entre
el clero católico y el gobierno de origen liberal seguía manifestándo-
se en Charapan, cuando sus autoridades civiles debían seguir jurando
la constitución de la república. Al morir el siglo, Mónico Galván —
quien había hecho el juramento— se retractó por escrito ante el párroco
teniendo por testigos a tres vecinos.55 Mediante esta argucia tomó un
cargo civil y al mismo tiempo quedaba bien con el párroco. Liberales
por conveniencia política, católicos por determinación familiar, tales
debieron ser algunos de quienes encabezaban las familias encumbradas.
A fines de siglo, la calma prevalecía pues las gavillas de
“bandoleros” serranos incursionaban fuera de la sierra. En general,
dentro de ella la tranquilidad imperaba: “la gente era muy segura, había
mucha seguridad”.56
En 1901, siendo gobernador Aristeo Mercado, el Congreso de
Michoacán expidió un decreto concerniente al territorio y la administra-
ción del estado en el cual se confirmó a Charapan como municipio. En
efecto, en diciembre de ese año, el gobernador decretó la creación de 15
distritos, entre ellos el de Uruapan conformado por los municipios de
Charapan, Cherán, Los Reyes, Nahuatzen, Paracho, San Juan Peribán,
Tancítaro, Taretán, Tingambato y Uruapan.57 Muy lejos había quedado
la época en la que dominó el Xiquilpan novohispano.
Iniciado el nuevo siglo algunos charapanenses trajeron de la
cuenca de México una peste de “fiebre”, que prendió en 1901 y per-
sistió hasta 1903 o 1908 causando varias muertes, entre ellas la del
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Ch a r a pa n en el siglo x i x • 17
cura Ireneo Pérez que fue párroco entre marzo de 1906 y diciembre
de 1908.58 Él promovió la reconstrucción del templo parroquial para
reponerle el techo y la puerta pues se encontraba en desuso desde que,
a consecuencia del incendio, se tuvo que oficiar la misa en la capilla del
viejo hospital.
Al año siguiente, el ferrocarril que partía de Irapuato llegó a
Zamora, Chavinda, Tingüindín y Los Reyes.59 Los charapanenses pu-
dieron abordarlo viajando a Zamora.
El obispo José María Cázares estableció asilos en Cherán,
Paracho y Charapan en el año de 1904, a cargo de religiosas del Sagra-
do Corazón de Jesús y Hermanitas de los Pobres. Ello formaba parte de
la actividad del obispado de Zamora en aquellos años y de sus planes
de asistencia social, con la cual acrecentó su influencia.
Después de que a Cázares, por su avanzada edad, se le adju-
dicó como obispo coadjutor a José de Jesús Fernández Barragán
(1890-1907),60 un extraño suceso escandalizó a los charapanenses.
Unas esculturas religiosas de Charapan, San Felipe de Los Herreros y
Cocucho, reunidas con el pretexto de retocarlas fueron quemadas una
noche, supuestamente por órdenes del citado coadjutor en un agujero
abierto en el atrio parroquial. Esto se llevó a cabo —dijo la voz popu-
lar— para extraerles el metal precioso de su interior, lo cual se logró
hacer con las imágenes del san Nicolás, “el [Jesús de las] Tres Caídas”,
el Santo Entierro y “el santo Santiago”, de cuyos pechos se retiraron
bolas de oro o plata. Con lo obtenido y con el dinero destinado a obras
pías, el coadjutor pudo fincar una propiedad en Zamora.
Gracias a unos charapanenses previsores, quienes se per-
cataron a tiempo de lo que sucedería, se lograron salvar algunas
imágenes ocultándolas en casas particulares. De esa manera se conser-
vó las de san Andrés y un cristo llamado Kataptiosu pertenecientes
a la capilla del barrio San Andrés. Por lo visto, aun cuando algo lo-
graron salvar del fuego, lo que quedaba de la organización religiosa
purépecha era ya incapaz de defender del todo sus imágenes a las
que rendía culto, o de movilizar a la gente para oponerse a tamaña
barbaridad.61
El primer aserradero, propiedad de unos extranjeros, españoles
o estadounidenses, se introdujo en el año de 1894 en Huancho dentro
de las inmediaciones de Charapan donde había “mucho monte virgen”.
Este campamento maderero creció hasta alcanzar el tamaño de un pe-
queño poblado, con algunos tendejones donde se vendía pan y otros
productos. Luego, el corte de madera acrecentó su importancia, pri-
mero usando hachas y después sierras introducidas por cortadores
provenientes de Mazamitla; eso implicó la intromisión de negociantes y
empresarios fuereños. En 1909, al industrial Francisco Méndez Bernal
de Jacona se le concedió, por quinientos pesos, la madera que pudiera
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18 • Ch a r a pa n en el siglo x i x

sacarle provecho a un el terreno montuoso de Eráxamani y San Miguel


Jatsíkurini de unas cincuenta o sesenta hectáreas.62
En esos años de modernización porfirista, los bosques de
unos veinte poblados purépechas fueron dados en concesión para ser
explotados por cinco empresas extranjeras. Entre tanto tuvo lugar la
depredación de los bosques de Pamatácuaro, algunos charapanenses
trabajaron para una de ellas.63
La arriería charapanense siguió jugando su papel en el comercio
regional llevando tablas a Zamora, Colima y Tierra Caliente y trayen-
do artículos de primera necesidad. Algunas pirecuas fueron compuestas
para recordar esos largos viajes, como los emprendidos por los arrie-
ros de Charapan en la ruta comercial de Koalkómani:

Yawáni anápu tsïtsîki tsïpámpiti


Koalkómani anápu,
¿antírisï no wéjki niráni
inté siera jimpó ísï?

Ékichka ji wekájka niráni niráni


nóteruni alientu jatsísïka
káni iwánisti yá.

O como diríamos en español:

Flor amarilla de tan lejano lugar


de Coalcomán,
¿por qué no te quieres venir
a la sierra?

Si no deseo ir
es porque ya no tengo aliento
[para] ir a tan lejanas tierras.64

Otra lloró las desgracias de los arrieros en el peligroso camino


que cruzaba el cerro El Zapote en Kolímpa:

Ji Kolímpa nitíchani
eróantparini ya,
pawáni ka pawáni,
nirásïnka ya ji.

Sánteruni sáni werásïnka,


éke eyánkunkampka ya
Kolímpa Sapóteri wanáteni
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Ch a r a pa n en el siglo x i x • 19
p’akárankasti ya.

Mále Reginita,
weráni ka weráni ya,
Kolímpani nitíchani eróantsparini ya.

Sánteruni sáni urásïanka,


éke eyánkunkampka ya,
Sapóteri wanáteni,
pakárankasti ya.

O traducida al español:

A los que fueron a Colima


esperándolos ya,
día tras día,
ya voy yo.

Lloraba más a veces,


cuando me informaron ya
que en el cerro de El Zapote de Colima
se quedaron ya.

Querida Reginita,
lloro y lloro ya,
esperando a los que se fueron a Colima ya.

Lloraba más a veces,


cuando me informaron ya
que en el cerro del Zapote,
se quedaron ya.65

A más de la arriería, sólo había “laborcitas” agrícolas, dos o


tres carpinteros y algunos obrajeros que hacían cierto tipo de gabanes
corrientes (que luego dejaron de usarse). En 1905 Charapan era —visto
desde afuera— un poblado de cultivadores de maíz y elaboradores de
rosarios y malacates.66
Por esa época, los jornaleros ganaban de 12 a 18 centavos dia-
rios y la comida o un poco de maíz; bajo jornal en comparación con
el de Chilchota donde en 1909 era de 37 centavos.67 ¿Y para cuánto
alcanzaba? Juzgue el lector. Una medida de grano de maíz costaba 8
centavos y una mazorca 6 cada una (lo usual era vender el maíz en
mazorca). Un plato de frijol crudo, 1 centavo. Un montón de chiles,
2 centavos. Una cuartilla de jabón, entre 3 y 6. La de cal y la de sal, 1
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20 • Ch a r a pa n en el siglo x i x

centavo. Una vara de trapo, 12. Un pan grande, 6. Cerillos, 2. Amarra-


ditos de cigarros de hoja elaborados en el lugar, 2 cada uno. Un huevo,
1 centavo. Una vela, 2. Carne, 3. Una canasta de verdura, 1 peso. Una
kwartía parhakúa —‘ollita de leche’— costaba 3 centavos. En fin, con
10 o 12 centavos se hacía “el mandado” del día.
De hecho, en el país en general se padecía una presión entre
precios y salario. El rural cayó de 31 centavos en 1877 a 26 en 1910,
mientras el costo de los productos subieron en espiral. El del maíz
aumentó de 1877 a 1910, de 1.63 pesos por 72 kilos a 5.04; el del frijol,
de 3.16 por 80 kilos a 12.89; y el del chile, de 17 centavos por kilo a
75.68
Esa situación produjo gente empobrecida y sin tierra que vivía
comiendo hongos y quelites. Un obispo vio a una familia almorzar sólo
chile. No era extraño que incluso hijos de familias acomodadas salieran
a buscar otros horizontes: unos hermanos García fueron por un tiem-
po a los Estados Unidos para trabajar. Ellos abrieron brecha a decenas
de charapanenses que irían a laborar en la construcción de líneas de
ferrocarril y en la pizca de algodón.69
En medio de esa pobreza, algunos comerciantes tangancicuaren-
ses medraron en Charapan. Desde la era novohispana, Tangancícuaro
había sido un centro de arriería importante, donde se controlaba el
comercio serrano.70 Estos comerciantes establecieron tiendas en el po-
blado aprovisionándolas con sus propios arrieros. La más grande fue la
de Cástulo Reyes, quien se enriqueció vendiendo maíz.
Aunque en Charapan funcionaron las escuelas al menos desde
1892, la población purépecha prosiguió diferenciándose de los fuereños
no purépechas que allí se avecindaban o llegaban de visita. Por ello, so-
lía llamarse “pastor” a quien llegaba de fuera con malas intenciones, o
bien, con la designación a veces despectiva de túurhia (turhíi o turhísï)
a quien hablaba español, era “güero” —es decir, blanco— y venía de
fuera. Entonces se enseñaba español con un silabario en la escuela
de primeras letras, había una para niños y otra para niñas, por lo cual
la adopción generalizada del español ocurrió después del Porfiriato.71
En general, los hombres vestían camisa y calzones de manta.
Ni siquiera Pedro Galván —un hombre acomodado— usaba camisa y
pantalón; sólo después Julio Gutiérrez empezó a usar camisa de color,
lo que le valió críticas en el poblado. Con posterioridad se usó camisa
de calicó con bordados y después, suéteres y zapatos. Las mujeres ves-
tían de largo por lo que, cuando alguna de ellas se recortaba la falda, le
preguntaban si acaso no tenía vergüenza. También usaban wanénkwa.
Las niñas, kwirísi, que era un saquito de lana hecho con sobras de la
ropa de sus madres. A los niños se los llevaba a bautizar vistiéndolos
con remiendos de ropa a modo de gabancitos y un pedazo de rebozo y
delantal.72
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Ch a r a pa n en el siglo x i x • 21
Los españoles criollos y mestizos tenían su propia forma de
vestir e incluso sus actividades recreativas, como las serenatas cada
ocho días en la plaza, adonde acudían a caminar dando vueltas a su
alrededor.
Hacia 1905, sólo había servicio de correo “de a caballo” que en-
viaba y recibía correspondencia a Parangaricutiro, donde se canalizaba
hacia su destino final. Había comunicación telefónica entre Charapan y
Uruapan. El ayuntamiento sólo tenía presupuesto para contar con un
solo gendarme y disponía de una cárcel donde encerrar aparte a hom-
bres y mujeres.73
Seguía funcionando el ciclo de fiestas religiosas anuales del po-
blado en general y de cada barrio en particular. Para ello se contaba con
un conjunto de “cargueros” religiosos, aunque muy afectado por las re-
percusiones de las reformas liberales y sus secuelas desacralizadoras.74
A la sazón, lo sobrenatural permanecía reinando en el poblado
que siempre había vivido la noche a oscuras, apenas iluminada por los
fogones de las cocinas. La gente se recogía a más tardar a las nueve de
la noche pues a esa hora aparecían “los achás” o achéecha: unas cala-
veras que salían brincando del barrio Santiago. Si un achá se percataba
de la luz del fuego escapando por puertas abiertas o entreabiertas, se
metía al lugar donde ésta salía y golpeaba a quienes estuvieran en aquel
sitio; razón por la cual los charapanenses se mantenían a oscuras o se
encerraban herméticamente.
Como todo en la dimensión de los espíritus, donde nada es
fortuito, estos achéecha nocturnos hacían presentes aún a los señores
principales de más antes, quienes reaparecían cada noche para mantener
el orden. Con todo, visto en perspectiva, Charapan había sido tocado a
fondo —desde hacia tiempo— por las transformaciones decimonónicas
de las sociedades mexicana y michoacana. La antigüedad sólo se men-
cionaba —y poco— en las tradiciones orales y la herencia novohispana
había sido herida de muerte. Así las cosas, en México se produjo la gue-
rra civil de 1910 detonando una rebelión cataclísmica generalizada.75
Charapan pasó luego por un período de “bandolerismo” y por un
remolino de movimientos y transformaciones sociales y económicas,
siendo el agrario el más importante. Un nuevo y más radical proceso
modernizador de la sociedad mexicana envolvió a los charapanenses
del siglo xx, momento en que se reinstauraría una parte de la vieja
comunidad agraria.76 Sin embargo, Charapan ya había quedado irre-
mediablemente dividido en dos: el purépecha campesino y el español
propietario.

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22 • Ch a r a pa n en el siglo x i x

Not as

1 En la tercera parte de esta obra se aborda este tema.


2 Lo poco que es posible saber acerca de esto se trata en el cap. 11.
3 González Méndez y Ortiz Ybarra 1980: 364.
Barbosa (1905: 16), Romero Flores (1960: 90-1), Sánchez (1896: 122), Sánchez Díaz
(1989 a: 8), Aguirre Beltrán (1952: 104), Ochoa Serrano (1978: 90) y Miranda Godínez (1979:
154).
4 ahmcm 1841: f. 2 plegada y 1845: f. 1 r. y v.
5 Sánchez Díaz (1988: 281).
6 Sánchez (1896: 124), Castillo Cervantes (1954), Chávez Cisneros (1954: 149) y
Ochoa Serrano (1978: 95).
7 En el cap. 28 se toca este relato.
8 Tradición oral charapanense.
9 Entrev. a Oralia Jerónimo y Consuelo Rincón, Charapan, 3 de junio de 1973 (en
acrl-cgm 1973-4, lbta. 2: f. 9 v.); y amsr (1806-19: f. 4 v.).
10 Powel 1974: 93-4.
11 Tradición oral.
12 Barbabosa 1905: 125-6.
13 Meyer 1973-4, 2: 31-2 y 38.
14 Por ejemplo, consúltese una venta efectuada en 1861 (Rosas Ríos [1867], en alma
[1867]).
15 Éste y los párrafos subsecuentes se basan sobre todo en la descripción estadística
de Romero (1862, ed. fács. 1972: passim).
16 Romero 1862, ed. fács. 1972: 29.
17 Romero 1862, ed. fács. 1972: 7.
16 Romero 1862, ed. fács. 1972: 112, 2ª col.
19 Ibid.: 100, 1ª col.
20 Consúltese Romero 1862, ed. facs. 1972: passim.
21 Romero 1862, ed. facs.1972: 7, 1ª col.
22 Romero 1962, ed. facs. 1972: 99, 2ª col.
23 Romero (1862, ed. facs. 1972: 99, 2ª col.). Cf. Varios autores (1988 b: 103, 1ª col.)
y Musacchio (1989, I: 466).
24 Romero (1862, ed. facs. 1972: 34 y 38).
25 Consúltese Ruiz Álvarez (1975) y García Mora (1989).
26 Varios autores 1988 b: 103, 1ª col.
27 Barbabosa 1905: 169-70.
28 Barbabosa 1905: 207.
29 Bravo Ugarte 1962-4, iii: 116-7.
30 Ruiz Álvarez 1975.
31 Barbabosa (1905: 169-70 y 207), Bravo Ugarte (1962-3, iii: 116-8) y Ruiz Álvarez
(1975: 597-600).
32 Ruiz Álvarez (1975, cap. xxxvii: 638-9) y González Méndez y Ortiz Ybarra (1980:
358-9).
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Ch a r a pa n en el siglo x i x • 23
33 Tradición oral local.
34 Rosas Ríos (1867), en alma (1867).
35 Cit. en Guzmán Ávila 1989: 121, recuadro.
36 Meyer 1973-4, 2: 34 y 37.
37 González Méndez y Ortiz Ibarra (1980: 367), Meyer (1973-4, 2: 34, 37 y 40), ahpeem
(1875) y tradición oral.
38 Meyer 1973-4, 2: 40.
39 Entrev. a Oralia Rincón Jerónimo, Charapan, 10 de marzo de 1974 (en acrl-cgm
1973-4, lbta. 3: f. 54 r.); González Méndez y Ortiz Ibarra (1980: 367); Meyer (1973, 2: 34, 37 y
40); ahpeem (1875) y npch (1881-1906).
40 Galván Melgarejo 1954 (en pmch 1954) y Guido (1877).
41 Cf. Palacios López (1950: 142). El desastre pudo producirse en 1881 pues los regis-
tros de bautismos y matrimonios más viejos que supervivieron fueron los de marzo de ese año,
los primeros, y de agosto los segundos; anterior a esas fechas, sólo quedó un deteriorado libro
de bautismo del siglo xviii. Según un testimonio, el incendió sucedió un miércoles de ceniza;
pero en ninguno de los años —de 1879 a 1881— el 13 de febrero cayó en miércoles, pero sí en
1878,1884, 1889 y en 1895. Los últimos tres año son poco probables pues los registros de bautis-
mos ya se habían reiniciado. Ahora bien, si el 13 de febrero es un dato equivocado, el siniestro
pudo haber ocurrido el miércoles de ceniza en 1881. Consúltese apéndice 9.
42 npch 1881-90.
43 Ochoa Serrano (1978: 127), West (1948: 6) y tradición oral.
44 Entrev. a Oralia Rincón, Charapan, 27 de agosto de 1973 (en acrl-cgm 1973-4,
lbta. 3: f. 11 v.).
45 Velásquez Gallardo 1978: 66.
46 Moheno 1985: 111.
47 Moreno García (1983: 84 y 87) y Sánchez Díaz (1989 b: 260).
48 Sánchez Díaz 1989 b: 255 y 258.
49 npch 1881-1906, lbro. 1.
50 Pérez Gil 1892: 44-5.
51 García Martínez 1975: 474.
52 Cortés Zavala (1983: 73, n. 27) y González y González (1984: 114-5).
53 npch 1890-1903: f. 160.
54 npch 1899.
55 Lumholtz (1904, II: 399) y testimonio oral charapanense.
56 González Méndez y Ortiz Ybarra (1980: 415-6). Un autor tomó este año como el
de la restitución del rango municipal a Charapan, el cual supuso perdido desde 1862 (Varios
autores 1988 b: 103, 1ª col.). Sin embargo, un ayuntamiento ya existía en Charapan en el año
1860: “En el orden civil depende de la prefectura de Paracho, y tiene ayuntamiento al que están
sujetas las tendencias [sic] de Felipe de los Herreros, Curupo y Cucucho.” (Romero 1862, reimp.
en 1972: 99).
57 Cf. fechas de partidas bautismales y matrimoniales en la npch.
58 González Méndez y Ortiz Ybarra 1980: 395.
59 Consúltese Romero Flores 1960: 153.
60 En el cap. 28 se interpreta este acontecimiento.
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24 • Ch a r a pa n en el siglo x i x

61 Guzmán Ávila 1982: 124.


62 Alonso Molina 1986: 170.
63 Letra de la pirékwa “La flor de Coalcomán” cantada por Carlos Félix (en Félix y
otros 1974), trans. y trad. Lucas Gómez Bravo de Angahuan, Mich., 1991. El traductor tradujo la
pregunta así: “¿Por qué no aceptas ir por esa sierra?”, pero aquí se sustituyó por la más expresiva
frase del español regional que usó el propio intérprete.
64 Letra de la pirecua “Sapóte Wanáteni” (Cerro del Zapote) o “Vamos a esperar a los
de Kolímpa”, cantada por el charapanense Carlos Félix (en Félix y otros 1974), trans. y trad. Lucas
Gómez Bravo de Angahuan, Mich., 1991.
65 Torres 1905, I: 213.
66 Ramírez C. 1986: 72-3.
67 Cortés Zavala 1983: 77.
68 Rodríguez Lazcano 1975 b: 113.
69 agn 1789-93: f. 3 r. y v.
70 Torres 1905, I: 350. Consúltese “turhísï” y “pastor” en el glosario.
71 Entrev. a Amalia Vallejo, Charapan, 25 de agosto de 1973 (en acrl-cgm 1973-4,
lbta. 3: f. 4 r. y v.).
72 Torres 1905, I: 101, 640 y passim.
74 Consúltese descripción en cap. 10 y cf. García Mora (1975, cap. iii), Lara Preciado
(2000, cap. 2) y Ortiz Díaz (2004, cap. vi).
75 Ruiz 1984: 11.
76 García Mora (1975: 123-65; y 1981: passim).

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