Sunteți pe pagina 1din 21

EL GRAN DESASTRE DE 1914 Y SUS ENTRESIJOS

Author(s): LUIS ARRANZ


Source: Cuadernos de Pensamiento Político, No. 43 (Julio/Septiembre 2014), pp. 69-88
Published by: FAES, Fundacion para el Analisis y los Estudios Sociales
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/24367984
Accessed: 25-09-2018 21:19 UTC

JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide
range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and
facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact support@jstor.org.

Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at
https://about.jstor.org/terms

FAES, Fundacion para el Analisis y los Estudios Sociales is collaborating with JSTOR to
digitize, preserve and extend access to Cuadernos de Pensamiento Político

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
LUIS ARRANZ

EL GRAN DESASTRE DE 1914


Y SUS ENTRESIJOS

UNA GUERRA... ¿POR SORPRESA?

L
U | as luces se han apagado en toda Europa; no las veremos encendi
das de nuevo en lo que nos queda de vida" (Stone, 1985). Quien
»pronunció esta frase, citada tan a menudo para expresar certera
mente lo que supuso el estallido de la Gran Guerra en agosto de 1914, fue
sir Edward Grey, secretario del Foreign Office británico en el gabinete li
beral de Asquith. Sir Edward moriría en 1933, el año en que Hitler inau
guró los preparativos de la segunda confrontación mundial. En realidad,
las luces siguieron apagadas para la mitad central y oriental de Europa
hasta la caída del Muro de Berlín, en 1989. En otras partes del mundo to
davía no se han encendido.

No hay la menor duda de que la Primera Guerra Mundial ha represen


tado la peor catástrofe europea desde las invasiones que se sucedieron en
nuestro continente -germánicas, primero; islámicas, después-, desde el
siglo V d. C. hasta la amenaza otomana de los siglos XV y XVI. La guerra
iniciada en 1914 hace recordar el horror de la peste negra en las décadas
centrales del siglo XIV. Aunque debamos asumir que su ferocidad y mor
tandad no alcanzó las desencadenadas por la acción criminal de los tota

Luis Arranz Notario es profesor titular (acreditado de catedrático) de Historia de! Pensamiento y
de los Movimientos Sociales y Políticos, Universidad Complutense de Madrid.

faes
fundación para el análisis y los estudios sociales
Julio / Septiembre 2014 69

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
CUADERNOS de pensamiento político

litarismos soviéticos y nacionalsocialista. Pero, ¿por qué esta tragedia de


1914, que movilizó hasta sesenta y cinco millones de hombres en los com
bates, segó la vida de ocho millones y medio de jóvenes europeos y hun
dió la hegemonía de Europa en el mundo?

En los abundantes y gruesos volúmenes que han aparecido o se han ree


ditado para conmemorar el centenario de 1914, predomina el acuerdo
acerca de lo que ya afirmara Stefan Zweig (2001 [1944]) en su extraordi
nario El mundo de ayer. "Si hoy, reflexionando con calma -escribía al final
trágico de su vida, en 1941-, nos preguntamos por qué Europa fue a la
guerra en 1914, no hallaremos ni un solo fundamento razonable, ni un solo
motivo" (p. 254). El enfoque predominante diagnostica, antes bien, que la
de julio y agosto de 1914 fue una crisis diplomática mal gestionada, en la
que faltó a los dirigentes europeos suficiente diligencia y energía para evi
tar que los acontecimientos se precipitaran. Niall Ferguson (2007), por
ejemplo, hace mucho hincapié en que fue una sorpresa profundamente
desagradable y negativa para los medios financieros, que temieron la pers
pectiva de una guerra imposible de pagar, unida a una situación econó
mica catastrófica que desembocara en graves conflictos sociales e incluso
en alguna revolución. La atención se desplaza así, como es lógico y nece
sario en la historia, hacia el quién hizo qué y el consiguiente reparto de
responsabilidades. La conducta y decisiones en esos días del emperador
Francisco José, del káiser Guillermo, del zar Nicolás y de sus respectivos
presidentes de Gobierno y ministros de Asuntos Exteriores, así como del
presidente francés Poincaré constituyen momentos decisivos de sus bio
grafías y factores explicativos revisados una y otra vez.

Ese sigue siendo, a fin de cuentas, el atractivo de una obra como la de


Emil Ludwig (1964 [1929]), Julio 1914, aparecida en 1929, que repasa con
ductas y atribuye responsabilidades; la peor, al ministro de Exteriores aus
tríaco, conde Berchtold, por su intrigante agresividad. Volvemos así al
estado de ánimo del viejo Francisco José quien, a sus 86 años, duramente
probado por las desgracias familiares y las pérdidas sucesivas de su patri
monio dinástico, se "sentía un príncipe alemán" y creía que, si había llegado
el momento de perecer, él y su Imperio debían hacerlo con honor. El caso
es que, de vacaciones él como muchos de sus ministros, al igual que otras

70 Julio / Septiembre 2014 faes


fundación para el análisis y los estudios sociales

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
El gran desastre de 1914 y sus entresijos / wis arranz

cabezas coronadas y gran parte de sus respectivos gobiernos, no midió las


consecuencias del ultimátum austríaco a Serbia.

Tampoco lo hizo el teatral y vacuo kaiser alemán Guillermo II, que no en


tendió la necesidad de atar corto a su aliado austro-húngaro en cuanto a las
represalias que pensaba adoptar. Nicolás II, por su parte, era un incapaz para
la política, la cual detestaba Había perdido o había prescindido de sus mejo
res ministros a la altura de 1914, al tiempo que se desprestigiaba con el es
pectáculo en la corte del monje Rasputín. La incompetencia y el caos
empezaban a adueñarse de su gobierno, en un proceso que culminaría en
1917, todo lo cual sumía en la más honda preocupación a su aliado francés.
El zar tampoco mostró la diligencia y energía suficientes para evitar la preci
pitada movilización parcial del ejército ruso en el verano de 1914, lo que im
pulsó a Alemania y a Francia a dar el mismo paso, consecutivamente. Incluso
del citado lord Grey se subraya que no dejó lo bastante clara la determinación
británica de intervenir en una posible guerra continental generalizada si se
cruzaban ciertas líneas; por ejemplo, la de violar la neutralidad de Bélgica.

Hay un factor que, sin duda, estimuló la irresponsabilidad, la temeridad


incluso, sin el que resulta difícil explicar el desbordante entusiasmo de las
multitudes en Europa, gritando en Berlín, "a París, a París", y aquí, "a Ber
lín, a Berlín". Se trata de la incauta suposición de que la guerra sería corta.
Para la Navidad de ese año todo el mundo estaría, supuestamente, en casa.
Puesto que el siglo XIX, tras las guerras de la Revolución y del Imperio,
había sido pacífico, el único precedente era el de la breve guerra franco
prusiana de 1870 hacía más de cuarenta años. Sin embargo, los estados
mayores sabían que, si el conflicto se estancaba, aquella guerra, que había
sido ya muy sangrienta, resultaría ahora mortífera en grado sumo. Por eso
los austríacos pensaban en un castigo rápido y demoledor de Serbia, a la
que se consideraba instigadora del asesinato del archiduque Francisco Fer
nando, heredero de la corona austro-húngara, y los alemanes creían cie
gamente en la eficacia del Plan Schließen, mediante el cual, violando la
Bélgica neutral, rodearían París por el sur y el norte, y caerían como el rayo
sobre las defensas francesas del noreste. Francia debía, pues, ser derrotada
en dos meses a fin de concentrar todo el esfuerzo bélico alemán en dete
ner el "rodillo ruso", al este.

faes
fundación para el análisis y los estudios sociales
Julio / Septiembre 2014 71

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
CUADERNOS de pensamiento político

Entramos aquí en los objetivos bélicos de las potencias en conflicto,


cuyo examen permite sopesar cuáles de ellos arrastraban inevitablemente
a un conflicto generalizado y deducir de ahí el peso de las responsabili
dades atribuibles a las distintas "ambiciones imperialistas". En este punto,
sin embargo, la corrección política ha tendido a diluir estas responsabi
lidades, relativizarlas y en particular ha llevado a dar de lado la obra del
historiador alemán, Fritz Fischer (1961), que llegó a la conclusion, a la
vista de los documentos, de la exclusiva responsabilidad del estado mayor
y de los gobernantes alemanes en el desencadenamiento del conflicto,
tal y como certificaría el Tratado de Versalles. Pero la cuestión de las res
ponsabilidades ha vuelto a estimular el debate. Recientemente, el perió
dico ABC se hacía eco de las opiniones críticas del ministro británico de
Educación, el conservador Michael Gove, y también de las del historia
dor Max Hastings, que consideran inaceptable la opinión de otros histo
riadores para los que la Primera Guerra Mundial había sido un gran baño
de sangre sin sentido, en el que las razones de cada bando a duras penas
disfrazaban ambiciones absurdas.

Objeto de las críticas han sido el perfectísimo y progresista Richard


Evans y, en menor media, otros como Christopher Clark (2014) o Marga
ret MacMillan (2005,2013). Para estos críticos, la lucha de los británicos y
franceses contra el imperialismo alemán estuvo plenamente justificada por
el modo de gobierno que ambos bandos defendían, sin peijuicio de que la
guerra y sus consecuencias fueran catastróficas y que la actual Alemania sea
muy distinta de la del káiser. En definitiva, resuenan aquí los ecos del con
flicto que enfrentó a los pacifistas y los antifascistas dentro de la izquierda,
y a los "belicistas" como Churchill contra los apaciguadores como Cham
berlain en el centro y la derecha europea de los años 30.

ESTRATEGIAS DE CONFRONTACION

Volvamos ahora un momento atrás y contrapongamos a la anterior frase


de Zweig sobre la falta total de motivos para la guerra, esta otra, no menos
rotunda, del joven Ludwig von Mises (2010 [1919]), quien al año siguiente

72 Julio / Septiembre 2014


fundación para el análisis
faes

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
El gran desastre de 1914 Y sus entresijos / LUIS arranz

de terminada la contienda afirmaba: "El hecho de que la guerra haya tenido


lugar demuestra que las fuerzas capaces de desencadenarla eran más fuer
tes que las que intentaban evitarla" (p. 29). Recordemos, para empezar, que
el "oh, sorpresa" que acompañó el desencadenamiento del conflicto venía
precedido, de un lado, de fúnebres, tenebrosas y, según qué casos, histéri
cas y delirantes alegorías que la hacían inevitable y aun deseable, como ha
estudiado Emilio Gentile (2008) en su Lapocalisse délia modernità. La gue
rra como culto de la violencia, como puro activismo destinado a decantar
en la lucha entre las naciones y las razas los superiores de los inferiores, los
dominadores de los destinados a la esclavitud, está en la base de la ideo
logía fascista y nacionalsocialista, decididas a purificar el mundo de los ba
cilos de la decadencia capitalista y liberal.

De otro lado, y desde una perspectiva "científica", el marxismo tenía


prevista la inevitabilidad de la guerra, de todas las guerras, mientras el ca
pitalismo, ya en su fase imperialista, subsistiese. Sin duda, a este determi
nismo económico, ese "calvinismo sin Dios" del que habló el revisionista
Eduard Bernstein, le acompañaba un activismo no menos convencido de
la capacidad de los partidos socialistas europeos, agrupados en la Segunda
Internacional, para detener la guerra imperialista mediante una huelga ge
neral política en los principales países beligerantes. Lo que hubo fue la vo
tación en los distintos parlamentos de los créditos de guerra por los
socialistas y la entrada de estos (solamente en Francia y Gran Bretaña y
Bélgica) en los Gobiernos de unión nacional. No obstante esa "traición",
como la denominaría Lenin, la guerra imperialista mundial, como pórtico
de la guerra civil revolucionaria que diera pie a la revolución obrera y a la
implantación de la dictadura del proletariado, la foijó el bolchevique ruso
al calor del conflicto en su exilio suizo. De este modo, los marxistas revo
lucionarios modificarían sustancialmente la concepción de la guerra como
fruto exclusivo del conflicto imperialista, y precederían a la derecha revo
lucionaria al erigirla en el supremo instrumento para cambiar el mundo de
forma radical.

En este clima intelectual, ¿cuáles eran esas fuerzas a las que se refería
Mises, que impusieron la confrontación en el verano de 1914? Más que de
fuerzas habría que hablar de situaciones y de sus lógicas específicas. Una

i-faes
fundación para el análisis y los estudios s<
Julio / Septiembre 2014 73

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
CUADERNOS de pensamiento político

de ellas era la ya señalada de las relaciones diplomáticas y su gestión siem


pre complicada. Anotemos que en 1912 y 1913 habían estallado dos gue
rras balcánicas sucesivas, en las que las alianzas se revirtieron de la primera
a la segunda. Estos dos grandes incendios en el polvorín europeo no lleva
ron, sin embargo, a una confrontación continental, pese a que el tejido de
alianzas de 1914 estaba ya vigente desde hacía casi veinte años, pues la
alianza franco-rusa databa de 1890. Pero, en un segundo plano respecto al
diplomático, el nivel de los objetivos estratégicos de las principales poten
cias europeas sí conducía necesariamente a la confrontación. La determi
nación de Alemania y Austria-Hungría de mantener bajo tutela a las
naciones eslavas dentro de sus dominios, así como a los países apenas eman
cipados de la dominación otomana, chocaba con el nacionalismo y el irre
dentismo de estos pueblos. Si ambos imperios germánicos consideraban ese
irredentismo la principal amenaza interna y externa, resultaba inevitable
que vieran en Rusia al gran padrino del eslavismo al que había que derro
tar sin paliativos, antes de que, con el intenso desarrollo económico que ex
perimentara el Imperio de los zares desde 1890, fuera demasiado tarde.

A su vez, el creciente irredentismo francés por las provincias perdidas


en 1870 de Alsacia y Lorena no podía satisfacerse pacíficamente. La evi
dente pujanza de Alemania y su creciente poderío militar sumían a la opi
nión francesa en una profunda inquietud por su seguridad y su futuro. ¿No
estaba ahí, antes o después, el foco de una nueva e implacable guerra entre
Francia y Alemania? Por su parte, la arrogancia y el sentimiento de forta
leza sitiada por enemigos mezquinos y malévolos perdieron a Alemania. El
fatuo Guillermo II decidió prescindir del realismo de Bismarck, para quien
era evidente que el conflicto latente con Francia exigía no perder de nin
gún modo la amistad con Rusia, para evitar un conflicto simultáneo al oeste
y al este. Esto exigía modular con prudencia la alianza que había sido de
los "tres emperadores" hasta 1890 en la relación de Alemania con Austria
Hungría. La creciente tensión de esta última con Serbia no debía llegar a
comprometer la alianza rusa. Pero con el nuevo káiser se acentuó la arro
gancia germánica y su ostentoso prurito militarista, y las antiguas cautelas
se arrumbaron. Ahora hubo un apoyo incondicional alemán al deseo de
Austria-Hungría de controlar el sudeste europeo en detrimento de Rusia
y de sus vínculos eslavos reales o supuestos.

74 Julio / Septiembre 2014 faes


fundación para el análisis y los estudios sociales

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
El gran desastre de 1914 y sus entresijos / luis arranz

Este apoyo implicaba en todo caso una tutela mayor de Berlín sobre
Viena y el respaldo a Hungría para bloquear toda equiparación de los pue
blos eslavos de la monarquía, tal como pretendía el archiduque heredero
Francisco Fernando. Frente a Francia e Inglaterra, pero también frente a
Rusia, la política alemana trató de tutelar el convulso y desvencijado Im
perio otomano como modo de penetrar en el Medio Oriente y amenazar
por ahí las comunicaciones británicas con la India. Una amenaza ligada a
la carrera por poseer una flota de guerra igual o superior a la británica, ca
rrera que el Reino Unido interpretó como una provocación gratuita que de
ningún modo iba a tolerar, hasta el punto de adquirir graves compromisos
continentales con Francia y con un Imperio mso al que no le ligaba otra
cosa que la amenaza alemana.

UN SUBSUELO POLITICO EXPLOSIVO

Pero, por si todo esto fuera poco, existía otro nivel más profundo de inesta
bilidad que afectaba a la médula misma de la cultura y a los sistemas políti
cos europeos, y que se resume en la relación conflictiva de tres conceptos en
la realidad europea: la democracia, la revolución y el nacionalismo.

Pensemos por un momento que ya en la Revolución francesa se puso


de manifiesto la tensión entre los principios del gobierno constitucional,
con su supremacía de la ley igual para todos, los derechos individuales y
la separación entre el Estado y la sociedad, y el concepto soberano de na
ción. Respecto a esta última, Rousseau convirtió la democracia en una re
ligión política capaz de emancipar al individuo siempre que este se fundiera
en el fuego cívico de la voluntad general y cada uno, para ser libre, aspirase
a una transparencia o identificación total entre él y la comunidad política.
Los jacobinos descubrieron que el anterior proceso no podía ser espontá
neo y no se abriría paso sin la imposición por el terror de una dictadura, a
cargo del que fuera un primer esbozo de "partido vanguardia revoluciona
ria". En la política y el pensamiento europeo, la contraposición entre la li
bertad y la democracia, entre el liberalismo constitucional y la democracia
revolucionaria, quedó establecida por mucho tiempo. ¿Cómo conjugar,
pues, una y otra?

faes
fundación para el análisis y los estudios sociales
Julio / Septiembre 2014 75

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
CUADERNOS de pensamiento político

Los ingleses dieron la pauta. Borraron de su vida pública al entusiasmo


revolucionario de la dictadura puritana del siglo XVII y pusieron las insti
tuciones del Reino al servicio de la libertad de los modernos; o sea, pensa
miento crítico y pragmático, iniciativa individual, propiedad privada y
mercado. De este modo, la cohesión nacional hizo posible trasladar, sobre
estas bases, el gobierno de manos de la élite parlamentaria y de la Corona
a las urnas y el criterio de millones de electores. El bipartidismo fue clave
para el éxito del modelo británico, pero también la conciliación entre la de
mocracia política y la libertad constitucional se abrió camino en el caso de
modelos pluripartidistas, como los de Bélgica y los Países Bajos, a lo largo
de los treinta años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Durante esta y
justo al final de ella, el mismo proceso tuvo lugar en los países nórdicos, gra
cias al papel inequívocamente reformista y antibolchevique de la socialde
mocracia aliada con los liberales, que aceptó la competencia leal dentro de
un sistema político compartido. Se suponía que era esto lo que la victoria
de la Entente en la Gran Guerra extendería al conjunto de Europa.

Pero esa cohesión nacional que hacía posible la democracia en los paí
ses citados era el fruto de un proceso histórico secular. Y aquí es muy im
portante tener clara la a menudo citada diferencia, profunda diferencia,
entre la Europa al oeste y al este del río Elba. En la periferia atlántica de
Europa, de norte a sur, una serie de monarquías trabaron lentamente la
unidad territorial, cultural e institucional de unos reinos que serían las fu
turas naciones. Este proceso se afianzó y culminó entre los siglos XV y
XVIII. Es cierto que en toda una serie de casos como Francia, España y
Portugal, y en las muy tardíamente unificadas Italia y Alemania, esa cohe
sión nacional no resistió inicialmente el desafío de la democracia. La uni
dad nacional se quebró y dio paso a una guerra civil más o menos abierta
y a la deriva política e intelectual hacia un nacionalismo más o menos to
talitario, es decir, radical y revolucionario, que trató de arrancar las raíces
de la civilización liberal previa.

Sin embargo, las cosas fueron todavía más difíciles y conflictivas al este
del río Elba. Aquí, el orden político foe tejido por grandes monarquías pa
trimoniales cuya fuente de legitimidad era la dinástica. No por casualidad

76 Julio / Septiembre 2014 faes


fundación para el análisis y los estudios sociales

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
El gran desastre de 1914 y sus entresijos / luis arranz

el emperador Francisco José y su sucesor Carlos I hablaron siempre a y de


"sus pueblos", no "al pueblo" ni a "la nación". Y es que en los patrimonios
de la Casa de Habsburgo, de los Hohernzollern y de los Romanov se mez
claban, en no pocos casos sobre el mismo territorio, pueblos, lenguas y
religiones. Todos ellos encontraron un principio de buen gobierno y civi
lización en la administración de la monarquía, sobre todo en el conjunto
más abigarrado y complejo que era el perteneciente a los Habsburgo.

Pero cuando, a lo largo del siglo XIX, la modernización -esto es, el cre
cimiento de las ciudades, de la industria y del comercio-, empezó a avan
zar y afectó a un número creciente de personas, la administración creció y
amplió su radio de acción y la educación cobró más y más importancia, la
viabilidad del conjunto multinacional empezó a resentirse. Los dos impe
rios alemanes respaldaron siempre la idea de que desarrollarse, civilizarse
y ascender socialmente pasaba por la germanización. Lo alemán, su lengua
y su cultura eran y debían seguir siendo el factor dominante frente a los po
lacos (en el caso alemán y austríaco), los bálticos, los rutenos y los checos.
Hungría, como "reino apostólico" que era, fríe admitido -y solo él- en 1867
a cogobernar junto a Austria otro conjunto de pueblos de la dinastía: los
eslovacos, los croatas, los rumanos de Transilvania, y siempre los últimos
de la fila, al ser el pueblo sin tierra por excelencia, pero el mejor a la hora
de producir una élite especialmente capaz en lo intelectual y en lo econó
mico, los judíos.

La germanización, para empezar, de los húngaros, pero asimismo del


resto de los pueblos de la Casa de Austria, se reveló ilusoria ya en tiempos
de José II, a finales del siglo XVIII. Y lo que vino en el siglo XIX en esta
parte de Europa fue la progresiva identificación de la libertad con el uso de
una "lengua propia", que expresara, la "identidad", el "genio" o la "perso
nalidad" de un pueblo determinado. Tener una lengua "propia" representó
el primer paso para reivindicar una administración propia y, finalmente,
un Estado propio. Así que la democracia, en el caso de significar "plura
lismo multinacional" dentro de una misma estructura política, no le inte
resaba a nadie, tal y como explica Mises. Los alemanes del Imperio
austro-húngaro sabían que serían anegados por los otros pueblos más nu
merosos. Si no era así, se debía a su dominio de la burocracia y el ejército,

fundación para el ar
faes Juno / Septiembre 2014 77

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
CUADERNOS de pensamiento político

a su preeminencia cultural y a su obligada capacidad para mantener divi


didos y atraerse con dádivas o frenar con la represión las pretensiones de
unos y otros pueblos de la monarquía.

Para los pueblos no alemanes, la democracia solo podía significar au


togobierno sobre una base de homogeneidad nacional cuyo principal ins
trumento era una lengua, a menudo actualizada, incluso fabricada a toda
prisa. De esta forma, el derecho de autodeterminación y la independen
cia pasaban muy por delante de las garantías constitucionales y el plura
lismo de base democrática propio del liberalismo. Los que denunciaban
la opresión germánica no vacilaban en arrinconar con dureza a otros pue
blos considerados a su vez inferiores, con particular agresividad hacia los
judíos. Mientras las ventajas de todo tipo del gran Estado de los Habs
burgo parecieron más sustanciales que el posible paraíso de la indepen
dencia de las nacionalidades, la marea nacionalista permaneció mejor o
peor contenida. Pero cuando, durante la guerra, las derrotas frente a los
rusos se acumularon, la injerencia y el control alemán de Austria-Hungría
se hizo más y más asfixiante y, a partir de 1917, la escasez y la amenaza
del hambre sustituyeron a las esperanzas de victoria, la lealtad dinástica
dio paso a la nacional. Los eslavos del norte y del sur se volvieron hacia
Francia y Rusia, y Austria no pareció tener otro futuro que el de inte
grarse en Alemania.

En esta última, a su vez, el nacionalismo se volvió también contra la


democracia. Como demostró la experiencia de república federal, una
Alemania gobernada por renanos, westfalianos y bávaros resultaba muy
distinta a la que había unificado Prusia. Bismarck impidió, cuando enar
boló la bandera de la unidad nacional, la evolución parlamentaria de la
monarquía prusiana, planteada desde las revoluciones de 1848. Una vez
conseguida la unión de la llamada "pequeña Alemania", esto es, sin el
Imperio de los Habsburgo, consideró incompatible y rechazó la im
plantación del régimen parlamentario. A sus ojos, un gobierno respon
sable ante un Reichstag elegido por sufragio universal de todos los
alemanes, era incompatible con el hecho de que el Reich alemán con
sistiera en una "unión de príncipes" en torno al rey de Prusia, que ejer
cía de emperador alemán.

78 Julio / Septiembre 2014 faes


fundación para el análisis y los estudios se

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
El gran desastre de 1914 y sus entresijos / luís arranz

Como subraya Mises, la élite aristocrática y militar prusiana se las arre


gló siempre para que las posiciones y ambiciones prusianas al este del Elba
se impusieran al proyecto alternativo de una democracia parlamentaria ale
mana, avenida con Francia y abierta sin rivalidad al mundo anglosajón. La
que se denominaría posteriormente "coalición de Weimar", por la ciudad de
Goethe donde se elaboró la Constitución que dio nombre a la república pro
clamada en noviembre de 1918, integrada por los liberales progresistas, los
católicos y los socialdemócratas, hizo su aparición en 1917. Aspiraban a un
régimen parlamentario, a la implantación del sufragio universal en Prusia y
a un acuerdo de paz con la Entente. En ese año, el comienzo de la revolu
ción en Rusia vino a consolidar las victorias alemanas en el este, que habían
empezado ya en el mismo 1914, aunque Austria acumulara un número de
bajas altísimo frente a las tropas rusas, y Alemania, pese a su injerencia, en
contrase cada vez más dificultades para mantener en pie a su aliado, que
trató torpemente de buscar una paz por separado en ese año crucial de 1917.

Es muy importante darse cuenta de que, como ya lo explicara en 1928 el


historiador alemán Arthur Rosenberg (1968), el avance de la oposición de
mocrática alemana hacia la implantación del régimen parlamentario, aun bajo
la monarquía, tanto como la proclamación de la república, fue un proceso
lento que se nutrió de la derrota de Alemania Pero, en ese sentido, resultó asi
mismo un proceso manipulado por el propio estado mayor del ejército, que
ejercía una dictadura de facto, política, pero también económica al menos
desde 1916. Debido a la creciente evidencia de que Alemania no podía ganar
la guerra y de que antes o después el frente alemán en el oeste se hundiría sin
peijuicio de la victoria total sobre la Rusia bolchevique que selló la paz de
Brest-Litovsk, en marzo de 1918, el mando alemán trató de ganar tiempo
mediante concesiones políticas y a la vista de los planteamientos democráti
cos del presidente norteamericano Wilson. Sin perjuicio de mantener la pre
sión en el frente de Francia a un precio cada vez más alto, trataban de obtener
una paz que respetara lo más posible las victorias alemanas en el este.

Fueron estas habilidades las que acabaron empujando a los marinos de la


base naval de Kiel y a sectores crecientes de la retaguardia, en el último año
de la guerra, a adoptar posiciones de rebelión abierta para poner fin al con
flicto sin más dilaciones ni maniobras. Pero la mediocridad, la timidez e in

faes
fundación para el análisis y los estudios sociales
Julio / Septiembre 2014 79

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
CUADERNOS de pensamiento político

cluso la mala conciencia por medrar a costa de la derrota de su país, impi


dieron a la oposición democrática encabezar con determinación estos mo
vimientos. La democracia alemana surgió así bajo un liderazgo débil,
asediada por la extrema izquierda, que pretendió imitar el golpismo bolche
vique desde la proclamación misma de la república, y el inmenso descrédito
que poco después le supuso tener que firmar sin negociación la Paz de Ver
salles. La calumnia de "la puñalada por la espalda", que aludía al modo trai
cionero en que las fuerzas democráticas habían alcanzado el poder, gozó
desde el principio de amplísimo crédito. Por tanto, la democracia y el pa
triotismo pudieron presentarse desde el nacionalismo como incompatibles,
y esa calumnia resultaría vital para el avance nacionalsocialista.

¿VICTORIA DE LA DEMOCRACIA?

En un libro de gran interés, Guerra e rivoluzione in Europa 1905-1956, su


autor, Andrea Graziosi (2001), historiador de la extinta URSS, considera
al ya citado Ludwig von Mises y a Elie Halévy (1990 [1938]) como dos de
los analistas más lúcidos de las tensiones políticas y económicas que reco
rrieron Europa entre 1900 y 1940. En el caso de Hálevy, en L'ère des tyran
nies, este gran historiador de la Inglaterra del siglo XIX subraya que el golpe
de Estado bolchevique de 1917 constituyó la divisoria de la Primera Gue
rra Mundial y plasmó la fusión tan temida entre la guerra y la revolución.
Y es que, además de la brutal y suicida ofensiva submarina contra las flo
tas mercantes de la Entente y los neutrales, que el estado mayor alemán
desencadenó a comienzos de ese año y que llevaría a la entrada de los Es
tados Unidos en el conflicto, también permitió el traslado en marzo a Rusia
desde Suiza, a través de Alemania, de Lenin y otros jefes del grupúsculo
bolchevique de la socialdemocracia rusa. Los objetivos desestabilizadores
de esa iniciativa resultaron de la máxima eficacia. Una efectividad que se
volvería contra el desarrollo de la democracia liberal en toda Europa y es
pecialmente en Alemania tras su derrota.

Cuando todavía era dudoso si la Entente ganaría la guerra y, por tanto,


si el militarismo alemán sería finalmente derrotado, Lenin montó la má

80 Juno / Septiembre 2014 faes


fundación para el análisis y los estudios sociales

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
El gran desastre de 1914 y sus entresijos / luis arranz

quina de guerra, conceptual y política, más persistente contra la demo


cracia liberal que se haya visto, al tiempo que sentaba los fundamentos
de la sociedad totalitaria frente a los de la sociedad abierta. En ese mismo

año de 1917, el jefe bolchevique escribía El Estado y la revolución, que


planteaba un poder político soviético semianarquista que sembró la con
fusión sobre el significado de la dictadura del proletariado y atraería por
el equívoco de los soviets a no pocos sindicalistas revolucionarios hacia
Moscú. Los hechos fueron, sin embargo, que Lenin dio su golpe de Es
tado la víspera misma de la reunión del Segundo Congreso panruso de
los soviets, pese a tener mayoría él, y le presentó a este el poder casi ex
clusivo del partido bolchevique como un hecho consumado. Afirmación
rotunda del propio monopolio del poder por el partido revolucionario,
que se confirmaría clamorosamente con la disolución en enero de 1918,
a las veinticuatro horas de inaugurada, de la Asamblea constituyente de
la endeble y caótica democracia rusa, que fue sepultada entonces sin con
templaciones, entre otras cosas, porque los bolcheviques habían perdido
nítidamente las elecciones.

Hacia el final de la guerra civil, en 1921, todo pluripartidismo, incluso


obrero, había desaparecido y los soviets constituían ya un ameno decorado
para el aplauso y el voto unánime a favor de las resoluciones impuestas por
la dirección bolchevique. Si algo fallaba, se resistía o era terriblemente duro
de imponer, allí estaba la ya todopoderosa policía política, la Checa en
tonces, creada por Lenin apenas un mes después de su golpe de Estado. Era
una dictadura política en la que la ley quedó suplantada por la ideología y
los delitos pasaron a ser "de clase" y castigados colectivamente. La bruta
lidad del terror rojo y el culto a la guerra revolucionaria se convirtieron en
el distintivo por excelencia de la marca bolchevique.

Especialmente hábil y desvergonzado resultó el manejo del ascendente


"derecho de los pueblos a la autodeterminación" por Lenin y los bolche
viques. Quien desee conocer una argumentación particularmente persua
siva contra la organización de las relaciones internacionales sobre la base
de ese derecho, hará bien en leer o releer Nacionalismo, de Elie Kedourie
(1985). Por ser consciente de su eficacia arbitraria y destructiva, que Ke
dourie analiza críticamente, Lenin utilizó el principio de la autodetermi

faes
fundación para el análisis y los estudios sociales
Julio / Septiembre 2014 81

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
CUADERNOS de pensamiento político

nación nacional como un elemento desintegrador particularmente efec


tivo de la organización territorial del Imperio zarista (o de cualquier otro
Estado), cuyas políticas rusificadoras sobrepasaban con mucho en agresi
vidad la germanización desplegada por el Imperio alemán y no digamos del
austríaco. Pero, una vez en el poder, quedó claro que la lógica de la auto
determinación estaba sometida al mucho más fundamental del "interna
cionalismo proletario".

En los comienzos del poder bolchevique, el internacionalismo signifi


caba que el poder soviético estaba al servicio de la revolución proletaria in
ternacional. Pero con el avance sobre Varsovia del Ejército Rojo en el
verano de 1920, inmediatamente después de la derrota de los ejércitos
"blancos" en la guerra civil rusa, "la revolución mundial" quedó subordi
nada definitivamente de hecho a los intereses y a la expansión de la Rusia
soviética. De este modo, el primer régimen político antiimperialista se dotó
de una deslumbrante justificación para la práctica de un imperialismo uni
versal que nada tenía que ver con el difunto imperialismo zarista, y cuyas
ambiciones y dimensiones sobrepasaba con mucho. La guerra como ins
trumento revolucionario quedó planteada de forma endémica y a escala
planetaria por un gran Estado, apenas finalizado el horror de las trinche
ras de la guerra europea.

Lenin se apuntó también con entusiasmo a la imposición de una econo


mía igualmente de guerra. Había demostrado ya su admiración por lo que
denominó "capitalismo de Estado", esto es, el sistema económico impuesto
por el alto mando alemán con el objetivo de alcanzar la victoria Antes de que
el "comunismo de guerra" desbordara todos los límites de irracionalidad y
caos económico de ese "capitalismo de Estado" del militarismo alemán,
Lenin lo defendió a título de modelo de "transición hacia el socialismo". Pero
lo que en realidad tuvo lugar en la Rusia soviética fue la destrucción de los
fundamentos de la transición al capitalismo, consecuencia del intenso desa
rrollo económico del pais desde la emancipación de los siervos por Alejan
dro II, en 1861, hasta el comienzo de la Gran Guerra.

Mises, crítico agudo del citado "capitalismo de guerra" y sus conse


cuencias, señaló con particular capacidad de anticipación los efectos más

82 Julio / Septiembre 2014 faes


fundación para el análisis y los estudios sociales

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
El gran desastre de 1914 y sus entresijos / ujb arranz

profundos de la variante bolchevique de la "construcción del socialismo".


Lo que tenía lugar con dicha empresa, admirada por muchos en el mundo,
era la liquidación del cálculo económico. La abolición de la propiedad pri
vada y del mercado impedían la fijación de precios reales, y con ellos de
todo el proceso racional para poner en marcha las decisiones económicas.
Sin esa base no podía haber empresas sólidas ni producción duradera de
auténtica riqueza; tan solo una economía de consignas y arbitrariedad po
lítica en la que los consumidores no contaban, y el fracaso creciente se dis
frazaba con estadísticas triunfalistas y falsas. Bajo el socialismo, la economía
de guerra se hacía permanente.

Ideología armada, pues, la bolchevique, de un poder dictatorial tanto


político como económico; o, en resumidas cuentas, la fundación de un
poder totalitario nunca visto hasta entonces, como supo ponerlo de mani
fiesto Hannah Arendt. No era una tiranía, ni una dictadura, ni despotismo;
sino un poder que engendraría un sistema político sin precedentes: el sis
tema político totalitario. No pocos se sobrecogieron, pero también se ins
piraron y, relativamente, confluyeron con el leninismo desde la más
rotunda hostilidad hacia él, hasta el punto de copiar la receta totalitaria en
clave nacionalista. Así, Mussolini fue el primer discípulo triunfante de Lenin
que llegó al poder de forma semilegal en octubre de 1922. Pero ya antes de
que el duce italiano propinara el primer golpe a la democracia liberal en el
occidente de Europa, una parte no desdeñable de la izquierda occidental
respaldaba y justificaba el modelo soviético.

Para Halévy, todo había empezado en 1905, con la victoria de Japón


sobre Rusia en la guerra naval entre ambas potencias por el control de Port
Arthur. La victoria japonesa sobre la escuadra rusa retumbó en todo
Oriente, pero también fue un motivo de esperanza para los denominados
"pueblos sin historia" de Europa, en particular en los Balcanes y en el pro
ceso de desintegración del Imperio otomano. A lo largo de la guerra euro
pea y ante sus resultados y el ejemplo bolchevique, esos pueblos emergentes
y sus Estados recién nacidos tenían ante sí, junto a la democracia liberal, en
gestación y problemática, el modelo alternativo que subordinaba la demo
cracia al nacionalismo y vinculaba el autoritarismo político con el estatismo
económico y un ánimo belicista. La gradación de este modelo hasta un ré

faes Julio / Septiembre 2014 83


fundación para el análisis y los estudios sociales

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
CUADERNOS de pensamiento político

gimen propiamente totalitario, así como si era la nación o la revolución pro


letaria el elemento ideológico que lo legitimaba, podía variar y varió según
los países a lo largo del periodo de entreguerras. Dependía de muchas va
riantes derivadas de los antecedentes históricos y, sobre todo, de las cir
cunstancias internacionales y el proceso político interno.

Los fascistas y los nacionalsocialistas siempre creyeron que su versión


económica del totalitarismo era más eficiente que la soviética y tuvieron
también elementos y constataciones para creer que el terror y la coacción
pesaban menos en la adhesión popular al régimen que en el caso sovié
tico. Pero al final de las dos grandes variantes del totalitarismo aguardaba
el apocalipsis.

TANTOS MILLONES DE MUERTOS...

Tratemos de extraer algunas conclusiones. La Primera Guerra Mundial, al


contrario que la Segunda, no resolvió ningún problema político y sus con
secuencias minaron en gran medida la prosperidad europea. Es importante
darse cuenta que aquellos países que habían emprendido la adaptación del
Estado liberal a la democracia, con la excepción del Reino Unido y de la
invadida y devastada Bélgica, eran todos neutrales, por lo que la guerra no
influyó para nada en su evolución política. Aunque en apariencia el con
flicto despejó el camino de la democracia en Rusia y Alemania, en el Im
perio de los zares alumbró rápidamente los elementos básicos del
totalitarismo, mientras que en Alemania el estado mayor la manipuló como
moneda de cambio para una paz negociada y terminó comprometida y
desprestigiada casi al nacer.

En Italia, la entrada en la guerra en 1915, impuesta por un intervencio


nismo que arrinconó la mayoría parlamentaria neutralista, dio paso a un
proceso de democratización fracasado. A raíz de las primeras elecciones
por sufragio universal masculino y sistema proporcional, en octubre de
1919, el partido socialista, tras obtener la mayoría relativa, se desentendió
por completo de la suerte del Estado constitucional y se decidió a imitar
de forma inane a los bolcheviques rusos. Los liberales permanecieron des
unidos e incapaces de llegar a acuerdos de futuro con un partido popular

84 Julio / Septiembre 2014 faes fundación para el análisis y los estudios sociales

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
El gran desastre de 1914 y sus entresijos / mis arranz

católico que las urnas convirtieron en la segunda fuerza democrática del


país. En un creciente desorden y vacío, el exsocialista maximalista Benito
Mussolini consiguió convertirse en el adalid de la defensa del Estado y del
orden público, así como de la Italia victoriosa y de sus intereses interna
cionales. La primera alternativa totalitaria (rasgo este discutido) por la de
recha a escala europea quedaría lista para 1925-1926.

Dentro de cuatro años, cuando se cumpla el centenario de la Paz de


Versalles, nadie hablará bien de ella; a lo sumo, se matizará una valoración
de fondo negativa. Señalemos una carencia fundamental que llama pode
rosamente la atención por la tremenda incongruencia que supone: la recién
nacida democracia alemana, la República de Weimar, fue tratada por la
Entente, en especial por parte de Francia, del mismo modo que lo hubiera
sido la Alemania del káiser Guillermo II y su estado mayor. Aunque años
más tarde Aristide Briand (también presidente del Consejo) y Gustav Stre
semann, ministros de Exteriores de Francia y Alemania respectivamente,
consiguieron una normalización sustancial entre los dos Estados, Europa
no podía normalizarse a su vez sin una intensa cooperación franco-ale
mana que no tuvo lugar.

Por otra parte, todos los argumentos económicos ofrecidos en 1919 por
Keynes (1987 [1919]) en su opúsculo sobre Las consecuencias económicas de
la paz, en particular las referidas a las reparaciones, se demostraron acerta
das. Con los nuevos Estados, monedas y barreras arancelarias, la economía
europea tuvo mayores dificultades para recuperarse del gran desastre de la
guerra, así como de las que se derivarían de la crisis económica de 1929.
Estos nuevos Estados, que fragmentaban y estancaban el espacio econó
mico europeo, surgieron del hundimiento del Imperio austro-húngaro, que
difícilmente hubiera podido preservarse, salvo como federación del Austria
y de la Hungría resultantes del desguace del Imperio de los Habsburgo.
Pero Francia ajustó con esta dinastía europea viejas cuentas históricas. Sin
embargo, su república de asamblea y ejecutivos inestables y efímeros, sin
la base industrial suficiente, sobre todo a la altura de los años 30, demos
tró ser incapaz de garantizar el orden internacional que había impuesto
con supina intransigencia. No movió un dedo por Austria-Hungría ni por
ningún otro tipo de federación que hiciera algún contrapeso frente a Ale
mania y contuviera a la nueva Rusia soviética. Pero tampoco demostró

faes
fundación para el análisis y los estudios s<
Julio / Septiembre 2014 85

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
CUADERNOS de pensamiento político

estar en condiciones de defender, llegada la hora, a los nuevos Estados de


Checoslovaquia, Polonia y Yugoslavia o a la engrandecida Rumania. De
entre estos, únicamente Finlandia (afianzada en su independencia frente a
la Rusia soviética tras una guerra civil en la primavera de 1918) y Checos
lovaquia se consolidaron como democracias entre los nuevos Estados, vol
cados todos hacia el nacionalismo autoritario a los pocos años de
terminado el conflicto.

En fin, el presidente norteamericano Woodrow Wilson proclamó al


principio de 1918 sus Catorce Puntos para una paz que luego los tratados tra
dujeron entre grandes controversias. Constituían una réplica democrática
a la inmediatamente anterior Declaración del pueblo trabajador y explotado
de Lenin. Pero Wilson decepcionó en el trato directo a los que le habían
convertido en icono de la democracia. No consiguió convencer al Senado
de que ratificara los Tratados de Paz, sobre todo el de Versalles, y los
EEUU volvieron al aislamiento salvo como acreedores de la Entente. La
Sociedad de las Naciones nunca contó con la presencia norteamericana.
Una paz demasiado mediocre para compensar los ocho millones de vícti
mas de la guerra.

Son estas y no otras las races, las trágicas y profundas raíces de la Unión
Europea. La respuesta que, finalmente, extrajo las debidas conclusiones de
los dos conflictos mundiales y demostró su efectividad para acoger la reu
nificación del continente tras la caída del Muro de Berlín en 1989. La Eu
ropa que llegó a la supremacía en el mundo, a comienzos del siglo XX, no
era un poder unificado como el romano, sino un sistema de Estados en un
equilibrio precario, un gran mercado ya entonces, cierto, pero amenazado
por la rivalidad militar, las pendencias nacionalistas y la ausencia de ho
mogeneidad en sus instituciones políticas. Para remediar todo esto, junto
con los estragos del totalitarismo, sirve la Unión Europea.

Solo algún pueblo mimado por la historia (a la que ha sobrevivido mejor


que los romanos), los británicos, pueden, hasta cierto punto, subestimar la
red de seguridad para la libertad política y la libertad económica que es la
Unión de los pueblos de Europa, nuestra única forma hoy de pesar en el
mundo. Sin ella, todavía podríamos escuchar el lamento desgarrador del

86 Julio / Septiembre 2014 faes fundación para el análisis y los estudios sociales

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
El gran desastre de 1914 y sus entresijos / luis arranz

gran europeo y del gran humanista que es Stefan Zweig (2001 [1944]),
quien nos decía y a quien todavía prestamos atención:

"Ya nadie de la generación de 1939 creía en la justicia de una guerra


querida por Dios, y peor aún: ya nadie creía siquiera en la justicia y en la
durabilidad de la paz conseguida por medio de la guerra, pues todavía es
taba demasiado vivo en el recuerdo de todos los desengaños que había
traído la última; miseria en vez de riqueza, amargura en vez de satisfacción,
hambre, inflación, revueltas, pérdida de las libertades civiles, esclavitud
bajo la férula del Estado, una inseguridad enervante, una desconfianza de
todos hacia todos" (p. 291).

Nunca más esa amargura entre los europeos.

PALABRAS CLAVE
Historia • Primera Guerra Mundial • Europa • Democracia • Nacionalismo • Totalitarismo

RESUMEN ABSTRACT
La Primera Guerra Mundial constituyó The First World War was the greatest
el mayor fracaso de la Europa contem failure of contemporary Europe. It is at
poránea. Está en la raíz de las terribles the root of the terrible totalitarian
experiencias totalitarias del bolche experiences of Bolshevism and National
vismo y del nacionalsocialismo que, a Socialism, which led us to the Second
su vez, nos llevaron a la Segunda Gue World War. The causes of the outbreak of
rra Mundial. Las causas del estallido 1914 were diplomatie and stratégie, but
de 1914 fueron diplomáticas y estra also intellectual, political and economic. It
tégicas, pero también intelectuales, has
po not been easy to learn this terrible
líticas y económicas. El aprendizaje de
lesson and it is summed up as necessity
esta terrible lección no ha sido sencillo and, at the same time, as the great
y se resume en la necesidad y, al complexity of the European intégration.
tiempo, la gran complejidad de la cons
trucción europea.

faes
fundaciön para ai análisis y los estudios sociales
Julio / Septiembre 2014 87

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
CUADERNOS de pensamiento político

BIBLIOGRAFIA

Clark, Cristopher (2014): Ludwig, Emil (1964 [1929]):


Sonámbulos, Barcelona, Galaxia Gu Julio 1914: el estallido de la Gran Gue
tenberg. rra, Editorial Juventud. Barcelona.

Ferguson, Niall (2007): Macmillan, Margaret (2005):


La guerra del mundo, Barcelona, Debate. París, 1919. Seis meses que cam
biaron el mundo, Barcelona, Tus
Fischer, Fritz (1961):
quets.
Griff nach der Weltmacht: Die Kriegs
zielpolitik des kaiserlichen Deutschland Macmillan, Margaret (2013):
1914-1918. 1914. De la paz a la guerra, Madrid,
Turner.
Gentile, Emilio (2008):
Mises, Ludwig von (2010 [1919], 29):
L'apocallsse délia modernité. La Grande
guerra perl'oumo nuovo, Milano, Mon Nación, Estado y economía, Madrid,
dadori. Unión Editorial.

Graziosi, Andrea (2001): Rosenberg, Arthur (1964 [1928]):


Guerra e rivoluzione in Europa. 1905 Imperial Germany The Birth of the Ger
1956, Bologna, II Mulino. man Republik 1871-1918, Boston,
Beacon Press, 2d.
Halévy, Élie (1990 [1938]):
L'ère des tyrannies, Gallimard. Stone, Norman (1985):
Europa 1878-1917, Madrid, Siglo
Kedourie, Elie (1985): XXI.
Nacionalismo, Madrid, Centro de Es
tudios Políticos y Constitucionales. Zweig, Stefan (2001 [1944], 254, 291):
El mundo de ayer. Memorias de un eu
Keynes, John Maynard (1987 [1919]):
ropeo, Barcelona, Acantilado.
Las consecuencias económicas de la
paz, Barcelona, Crítica.

88 Julio / Septiembre 2014 faes


fundación para el análisis y los estudios sociales

This content downloaded from 158.170.10.44 on Tue, 25 Sep 2018 21:19:26 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms

S-ar putea să vă placă și