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Castellanos Velasco Daniel

CONSTITUCIÓN SOBRE LA SAGRADA LITURGIA

Introducción
Para acrecentar entre los fieles la vida cristiana, adaptar a las necesidades de nuestro tiempo, contribuir a la
unión de los cristianos e invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia, el Concilio reforma y fomenta la
liturgia. Por medio de la liturgia se ejerce la obra de nuestra redención, sobre todo en la eucaristía. La liturgia
contribuye a que los fieles en su vida expresen y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza
de la Iglesia. Fortalece la predicación de Cristo y lo muestra como signo para que bajo él se congreguen
todos los hijos de Dios.
Capítulo I: Principios generales para la reforma y fomento de la sagrada liturgia
Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Envió a su hijo, el Verbo
hecho carne, como mediador entre Dios y los hombres. Cristo realizó la redención humana principalmente
por el misterio Pascual de su pasión y resurrección. Así como Cristo fue enviado por el Padre, él envío a los
apóstoles, para predicar el Evangelio y para realizar la obra de salvación que proclamaban mediante el
sacrificio y los sacramentos, en torno a los que gira la vida litúrgica. Para realizar una obra tan grande, cristo
está siempre presente en su Iglesia, principalmente en la acción litúrgica; en la persona del ministro, pero
sobre todo en las especies eucarísticas, en su palabra, y en las súplicas y cantos de la Iglesia.
Por eso se considera la liturgia como el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante
los signos sensibles, se significa y se realiza la santificación del hombre, y el Cuerpo místico de Jesucristo
ejerce el culto público íntegro. Toda celebración litúrgica es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia no
iguala ninguna otra acción de la Iglesia. La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y la
fuente de donde mana su fuerza. La renovación de la alianza del Señor con los hombres en la eucaristía
enciende y arrastra a todos los fieles al amor de Cristo.
Para que los fieles participen activa, plena y conscientemente de la liturgia, ha de cuidarse la debida
formación de los profesores de liturgia, del clero y de los mismos fieles.
Para la reforma de la sagrada liturgia, el Concilio establece que corresponde a la jerarquía la ordenación de la
liturgia, precedida de una cuidadosa investigación teológica, histórica y pastoral para conservar la tradición y
abrir, no obstante, al progreso legítimo. Hay que fomentar el afecto a la Sagrada Escritura, dar primacía a las
celebraciones comunitarias, y cuidar que cada ministro y fiel ejerza su función.
La liturgia contienen una instrucción para el pueblo fiel, pues en ella Dios habla a su pueblo y el pueblo
responde con cánticos y oraciones. Por eso, los ritos han de resplandecer con una noble sencillez, ser claros
por su brevedad y evitar las repeticiones inútiles; adaptarse a las necesidades de los fieles y no necesitar de
muchas explicaciones.
La Iglesia no impone una uniformidad rígida en aquello que no afecta a la fe o al bien de la comunidad,
respeta y promueve las cualidades de las distintas razas y pueblos y puede aceptar en la liturgia lo que de
ellos armonice con el verdadero y auténtico espíritu litúrgico.
Capítulo II: El sacrosanto misterio de la Eucaristía
Nuestro Salvador, en la Última Cena, instituyó el sacrificio eucarístico para perpetuar el sacrificio de la cruz
y confiar a la Iglesia el memorial de su muerte y resurrección. Por eso, la Iglesia procura que los fieles no
sean extraños o mudos espectadores de este misterio, sino que participen activamente con ritos y oraciones,
sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en el banquete del Cuerpo del Señor, den gracias a
Dios, se ofrezcan junto con la hostia inmaculada y se perfeccionen en la unidad con Dios y entre sí. Por eso
se debe cuidar el sentido y unidad de la misa, se ha de recorrer lo más significativo de la Sagrada Escritura en
un periodo determinado de tiempo, se recomienda la homilia y la oración de los fieles, el uso de la lengua
vulgar y la recepción de la comunión.
Capítulo III: Otros sacramentos y los sacramentales.
Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, la edificación de la Iglesia y el culto a
Dios. Tienen también un fin instructivo como signos. Alimentan y robustecen la fe. Confieren la gracia y su
celebración prepara a los fieles para recibirla fructuosamente. Por eso es importante que los fieles
comprendan los signos sacramentales y reciban los sacramentos con frecuencia. La Concilio determina el uso
de la lengua vernácula y la preparación de rituales adecuados a cada región, restaura el catecumenado de
adultos, reforma los ritos del bautismo, confirmación, penitencia, unción de enfermos, orden y matrimonio.
Además reforma los sacramentales, el rito de profesión religiosa y los ritos funerarios.
Capítulo IV: El Oficio divino
Cristo Jesús une a toda la comunidad y la asocia al himno divino de alabanza. Esta función sacerdotal se
prolonga por medio de la Iglesia que alaba al Señor e intercede por la salvación del mundo recitando el
Oficio divino. Este está organizado para que día y noche se consagren a la alabanza de Dios. Es la oración de
Cristo con su Cuerpo al Padre. Para que todos los miembros de la Iglesia, en las circunstancias actuales,
recen mejor el Oficio divino, el Concilio establece que las Horas se correspondan de nuevo al tiempo natural
y se tengan en cuenta las circunstancias de la vida moderna, se cuide el Oficio divino como fuente de piedad
y alimento de la oración, se distribuyan los Salmos en un periodo más largo a una semana, los textos de la
Sagrada Escritura sean más accesibles, se cuide la selección de textos de los Padres, se revisen los himnos y
se cuide el tiempo del rezo. También que se cuide el carácter comunitario del Oficio divino y la participación
de los fieles en él.
Capítulo V: El año litúrgico
La iglesia considera deber suyo celebrar la obra salvífica de Jesucristo a lo largo del año. El ciclo del año
desarrolla todo el misterio de Cristo, conmemorando los misterios de la redención y hace presentes las
virtudes y méritos de Cristo para que los fieles los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación. En este
ciclo anual la Iglesia venera con amor especial a la Virgen María, se hace memoria de los mártires y santos.
Además, la Iglesia completa la formación de los fieles, durante los diversos tiempos del año, por medio de
ejercicios de piedad espirituales y corporales. Por eso, el Concilio revaloriza el domingo como el día del
Señor, reforma el año litúrgico para adecuarse a las circunstancias actuales, da primacía a las fiestas del
Señor y enfatiza elementos de la Cuaresma.
Capítulo VI: La música sagrada
El canto sagrado, unido a las palabras, es parte necesaria o integral de la liturgia solemne. La música será
tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando la delicadeza de
la oración o fomentando la unanimidad, ya sea enriqueciendo la solemnidad de los ritos sagrados. Por eso, el
Concilio establece la primacía de la liturgia solemne con canto, la importancia de la enseñanza y práctica
musical de la música sacra, reconoce el canto gregoriano como propio de la liturgia romana, fomenta el canto
religioso popular, el uso del órgano y la admisión de otros instrumentos.
Capítulo VII: El arte y los objetos sagrados
El Concilio reconoce la dignidad del arte sagrado, valora el aprecio que históricamente ha tenido la Iglesia
por él y establece la libertad artística para que todo estilo pueda estar al servicio de los templos y ritos
litúrgicos, pide que se favorezca un arte sacro de noble belleza más que la mera suntuosidad, mantiene la
exposición de imágenes sagradas para la veneración, pide cuidar que no se vendan o pierdan las obras
sagradas, se formen artistas, se revise la legislación sobre el arte sacro y se de formación artística al clero.

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