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Francesc MORATA
INTRODUCCIÓN
1. El concepto de gobernanza
El concepto de gobernanza está íntimamente conectado con las transformaciones del Estado
nación a lo largo de los últimos treinta años y, más en general, con la pérdida de soberanía reflejada en
la crisis de los paradigmas tradicionales asociados a éste (Hooghe, Marks, Blank 1996). Por supuesto, el
uso cada vez más extendido del término no significa que el “Gobierno” no siga desempeñando un papel
relevante. Sin embargo, éste se mueve ahora en un escenario mucho más complejo e incierto que antes
y esto afecta de modo directo al funcionamiento del poder político, sus medios (la administración
pública), sus productos (las políticas públicas) y, en definitiva, sus relaciones con la sociedad.
Los mencionados cambios son el resultado de un conjunto de fenómenos que se solapan: la
globalización económica, la sociedad de la información, el avance del mercado, la reestructuración del
Estado de Bienestar y la fragmentación de la soberanía por debajo y por encima del Estado.
La globalización económica ha puesto de manifiesto los límites del Estado nación para controlar
los flujos de producción y los intercambios. El poder económico de las grandes empresas
transnacionales y de los operadores financieros globales supera ampliamente el poder individual de la
mayoría de los Estados, obligados, cada vez más, a concertarse a través de plataformas que se van
abriendo a los países emergentes (del G8 al G20 1) como nuevos actores influyentes en la economía
global. Al mismo tiempo, la interdependencia económica y el aumento de los flujos de información han
difuminado la tradicional división entre el nivel interno y el internacional. De hecho, hemos pasado de
una visión de la competencia que se identificaba con las economías estatales a una competencia
articulada a gran escala mediante regiones mundiales fuertemente integradas. El proceso de integración
en el que nos hallamos inmersos es el europeo, pero, por supuesto, no es el único. En otras regiones del
mundo van apareciendo procesos de integración menos desarrollados, pero que tienden hacia lo
mismo: la creación de unidades macrorregionales en las que existe una mayor interacción e
interdependencia entre un grupo de países que intentan aprovechar así las ventajas de su proximidad
para reforzarse mutuamente. La mayor parte de estos procesos, por ahora, no van más allá de la
creación de un mercado que facilite la libre circulación de productos y capitales. Sin embargo, en
algunos casos asistimos a la aparición de instituciones que tienden a desempeñar un papel cada vez más
importante como centros de decisión o, cuanto menos, de coordinación entre sus miembros.
La globalización también incentiva la competencia entre unidades territoriales más pequeñas y
homogéneas, situadas por debajo de los Estados, dotadas de capacidades, recursos y estrategias, como
algunas regiones fuertes o las grandes áreas metropolitanas. El progresivo desvanecimiento de las
fronteras estatales da lugar asimismo a la configuración de espacios regionales situados a caballo entre
dos o más Estados que comparten intereses estratégicos derivados de la proximidad.
No sólo los mercados cabalgan por encima de las fronteras estatales. Lo mismo ocurre con
otros fenómenos, como el terrorismo internacional o la delincuencia organizada a gran escala. Además,
por muy protegidas que estén, las barreras nacionales difícilmente logran frenar los flujos de
inmigrantes procedentes de países más pobres.
Por otro lado, asistimos a la aparición de nuevos riesgos multidimensionales derivados de los
desastres ambientales y el cambio climático, la manipulación genética, la inseguridad de los alimentos o
la difusión de enfermedades que parecían erradicadas en muchos países. Todo esto presiona a favor de
una cooperación internacional cada ve más intensa. Al mismo tiempo, las nuevas tecnologías de la
información favorecen la descentralización y la difusión horizontal de los conocimientos de una punta a
la otra del planeta, cuestionando las estructuras, las competencias y las jerarquías propias del Estado
nación. Los efectos negativos de la globalización han incentivado la aparición de actores civiles globales,
movilizados alrededor de valores como la paz, los derechos humanos, la solidaridad, el medio ambiente
o la responsabilidad social de las grandes empresas, que cuestionan la actuación de los gobiernos
nacionales.
Los impactos de la ciencia y la tecnología se reflejan en la evolución de nuestras sociedades, en
la vida diaria de los ciudadanos y en las administraciones públicas. Otros cambios se derivan del papel
cada vez más importante del mercado como consecuencia de los intensos procesos de liberalización
económica que la mayoría de los países han experimentado en los últimos decenios. Mediante la
desregulación, el mercado ha ido ocupando espacios tradicionalmente monopolizados por el sector
público, desde la energía a las telecomunicaciones, pasando por la sanidad o los transportes.
Todo esto no significa, por supuesto, que el Estado esté en trance de desaparecer, sino que su
poder se está erosionando notablemente como consecuencia de los procesos anteriormente descritos.
Las políticas de contención del gasto público adoptadas por la mayoría de los países europeos, las crisis
financieras de Grecia e Irlanda y las dificultades de otros países, como Portugal, España o Italia, son
reveladoras del alcance de las presiones ejercidas por los operadores financieros globales y de la
necesidad de buscar respuestas supranacionales. En un mundo globalizado, el margen de maniobra de
los Estados se ha reducido drásticamente. Estados Unidos y la UE tratan de presionar a China para que
revalúe su divisa. Sin embargo, debido a su incesante crecimiento económico y a la consiguiente
acumulación de ingentes reservas en dólares y euros, el gigante asiático se ha convertido en el principal
acreedor de Estados Unidos y en un socio comercial clave de la UE.
La mayor parte de las decisiones estratégicas que afectan a los Estados se toman fuera de
éstos. Sin embargo, no hay acuerdos efectivos sobre cuestiones tan urgentes como la regulación de las
transacciones financieras, los paraísos fiscales o el cambio climático. El mundo se ha globalizado sin que
1
El G8 es el grupo de los ochos países industrializados más ricos del mundo (Alemania, Canadá, Estados Unidos,
Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia), al cual se han agregado otros 11 países recientemente industrializados
más para formar el G20 (Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil China, India, Indonesia, México, Corea del Sur,
Sudáfrica, Turquía).
existan mecanismos – ni, a menudo, la voluntad política capaces de garantizar la gobernanza de los
grandes problemas a nivel mundial.
Otro cambio significativo se refiere a la elevada fragmentación social de las sociedades
occidentales y la europea, en particular. Ya no se habla de clases sociales, sino de innumerables sectores
y categorías profesionales con una enorme variedad de situaciones desde el punto de vista de las
condiciones de trabajo, las retribuciones y el nivel de inclusión social. Esto determina una ruptura de los
lazos de solidaridad y un aumento de las actitudes individualistas.
Este conjunto de transformaciones están teniendo consecuencias económicas, sociales y
culturales importantes. En lo que se refiere al Gobierno y a la gobernanza, también ponen de manifiesto
los límites del Estado nación y del modelo de regulación tradicional, jerárquico y centralizado, como
expresión de dominación sobre un territorio. En las condiciones actuales, resulta mucho más difícil
articular el consenso social. Los políticos están poco valorados. Los parlamentos pierden protagonismo a
favor de los ejecutivos. Los partidos y los sindicatos han perdido afiliados. Se habla de desafección
política. Aumentan los niveles de abstención y, aunque se piden respuestas políticas, se cuestiona la
política. Esto se debe en gran medida a las limitaciones de las instituciones como procesadoras de las
demandas sociales. Los problemas se han vuelto mucho más complejos, igual que las sociedades, y
superan la capacidad de actuación de las instituciones. Aunque dispongan de competencias legales,
éstas, por sí solas, no cuentan con las capacidades y los conocimientos necesarios para actuar
eficazmente y la toma de decisiones resulta cada ve más difícil. Todo esto cuestiona el papel de los
parlamentos y los gobiernos y acaba provocando una pérdida de legitimidad frente a la sociedad.
Por otra parte, frente a la interdependencia que caracteriza los nuevos problemas, las políticas
ya no pueden ser sectoriales, sino integradas. La sostenibilidad, el cambio climático, la inmigración, el
desarrollo territorial, la seguridad, la energía o los transportes requieren intervenciones desde muchas
perspectivas complementarias y distintos niveles porque son temas transversales. Y esto es lo que más
le cuesta al sector público: elaborar instrumentos de coordinación e integración para poder afrontar
problemas caracterizados por la multidimensionalidad o la transversalidad. Las lógicas organizativas
dominantes no se corresponden con la nueva realidad económica y social. El Estado necesita, por lo
tanto, capacidades y recursos de todo tipo de los que no dispone o, al menos, no de manera suficiente.
A los largo de los últimos años, hemos asistido a la ruptura del binomio tradicional territorio-
funciones o, si se prefiere, de la correspondencia entre Estado y soberanía. Ahora hay funciones que
escapan al control de los Estado en sus respectivos territorios. El ejemplo más evidente es la UE, sin
unas fronteras establecidas, donde se toman decisiones vinculantes para sus Estados miembros, se
gestionan políticas comunes, incluida la moneda común. También pertenecemos a otro tipo de
organizaciones globales, como la OMC (Organización Mundial del Comercio), que asumen funciones
anteriormente reservadas a los Estados. Éstos, a su vez, se han descentralizado, cediendo poder a
autoridades territoriales provistas de autonomía política, recursos humanos y financieros e incluso, en
algunos casos, identidades diferenciadas. El resultado es la atomización del poder político y la
fragmentación de las competencias y los recursos necesarios para actuar. La naturaleza de los
problemas choca con las jurisdicciones administrativas y con las fronteras estatales. Al mismo tiempo,
las rigideces organizativas, los conflictos partidistas y las resistencias al cambio generan problemas de
adaptación de las instituciones y una reducción de los márgenes para la actuación pública, lo cual, a su
vez, cuestiona los paradigmas tradicionales de la gobernabilidad democrática y el modelo de gobierno
representativo. Esto explica la aparición de formas auxiliares de democracia: deliberativa, participativa,
etc. El modelo weberiano burocrático, normativo, uniforme y jerárquico ha entrado en crisis y, con él, el
sistema tradicional de regulación social. De ahí la necesidad de buscar alternativas que permitan
gestionar la complejidad de nuestras sociedades.
CONCLUSIÓN
2
Ver también en este volumen el Capítulo 6.
algunos, refuerza la democracia europea mientras que, para otros, si bien puede incrementar la eficacia
de las políticas, también tiende a diluir las responsabilidades institucionales frente a los electores.
La cohesión territorial y en particular, la cooperación entre territorios, representa una palanca
importante para el desarrollo de la GMN europea más allá de las fronteras estatales.
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