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NOVENA EN HONOR AL SANTO CRISTO DEL CONSUELO

Acto de Contrición (Oración para todos los días)

¡Oh, misericordiosísimo Jesús Crucificado, Santo Cristo del Consuelo!, he venido a tu


presencia para contemplar tus sufrimientos, tu martirio y el sacrificio que has hecho por mí.
¿De qué manera corresponderé al amor que me has tenido? La gravedad y el número de mis
pecados me apartan de ti, más el atractivo de tu bondad y misericordia y la dulzura de tu voz
me han atraído y aquí estoy delante de ti.

Maestro lleno de bondad, sabiduría infinita, a quien el Padre celestial nos manda que
escuchemos; Jesús Crucificado, cuya luz esplendorosa ha iluminado a todo hombre que
viene a este mundo y cuya verdad a dominado a todos sus enemigos; Santo Cristo del
Consuelo, ilumina con la luz de tu mirada las negruras de mi alma; enséñame a conocer los
errores del mundo, a descubrir los engaños del demonio y a vencer con la fuerza de tu gracia
mi debilidad y malicia, y así, después de considerar durante este novenario tu pasión y tu
muerte siga una vida más cristiana, consiga lo que en él humildemente pido y después cantar
tus misericordias en el cielo. Amén.

A Nuestra Madre Dolorosa

Piadosísima Señora, Madre de Dios y Madre mía, no soy digno de llegar hasta tu altar y
mucho menos de llamarme hijo tuyo, pero dime, Señora, ¿a quién he de acudir sino a ti? Al
contemplar a tu Hijo en la Cruz, entristecido veo los estragos que en él hicieron mis pecados:
las espinas son mis ingratitudes, la purpura de sus llagas mis sensualidades, la Cruz mi
soberbia, los clavos mi falta de mortificación.

Lleno pues de confusión acudo a tu misericordia para que me mires compasiva, atreviéndome
a pedir me tomes bajo tu protección, ante la divina justicia, y así, en lugar del castigo que
merezco, obtenga el servirte y recordar tus dolores, de manera que viva unido a ti en esta
vida y en la eternidad. Amén.

Día Primero: (todos) por la gracia de Dios

Inmenso Amor de Jesús a los hombres.

“Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.”

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Con esta sencilla narración nos presenta el Evangelio el misterio de amor que iba a consumar
en favor de la humanidad. Momento único en la historia de los siglos y que no es posible
describirlo porque supera a la inteligencia y a la explicación del lenguaje humano.

Cristo Jesús, había deseado ardientemente celebrar nuestra cena legal con sus apóstoles,
porque al terminarla iba a cumplir la promesa que, con su corazón saturado de bondad y sus
ojos arrasados en lágrimas de amor, les había dicho: “Yo soy el pan de vida. Tus padres
comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que desciende del cielo, para que
el que comiere de él no muera. Yo soy el pan vivo que descendí del cielo. Si alguno comiere
de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. En
verdad, en verdad les digo, que si no comiéramos de la carne del Hijo del hombre y que si
no bebiéramos su sangre, no tendrían vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi
sangre, en mí mora y yo en él.” El que ama no solamente busca hacer beneficios al amado,
sino que sobre todo busca la manera de hacerlo semejante a sí, de manera que cuando es
mayor su amor, tanto es su empeño en hacerlo semejante a sí, de manera que cuando es mayor
su amor, tanto es su empeño en hacerlo su semejante, y aun su igual si es posible.

Dios amó al hombre y lo creó semejante a sí, pero el hombre desfiguró en él la imagen divina.
Dios siguió amando al hombre al grado de que su hijo tomó la naturaleza humana, haciéndose
hombre y sujetándose a trabajar y penalidades propias de la humanidad, y tan grande ha sido
su amor que quiso ser alimento del hombre para darle fuerza y virtud, confundiéndose con él
de manera que el hombre pudiera decir: No vivo yo, sino que vive Cristo en mí.

Cuando nosotros comulgamos recibimos la prueba más grande del amor de Jesús, pero somos
tan ingratos que olvidamos que Él vive en nosotros y nosotros en Él, y pecamos arrojándolo
de nuestro corazón, pagando con desprecio ese amor de Dios, a quien todo lo debemos.

Delante de la imagen de Cristo Crucificado debemos recordar nuestra ingratitud y la ofensa


que hacemos al memorial de la Pasión de Jesús y, para expiar esos pecados y los olvidos e
ingratitudes de los hombres, prometamos visitar con más frecuencia y mayor amor la Sagrada
Eucaristía.

¡Oh, buen Jesús!, por el Amor con que nos dejante en la Eucaristía el recuerdo de tu pasión
santísima, y por el amor de las comuniones de tu purísima Madre, concédeme que nunca te
reciba en pecado y el favor que en esta novena te pido, si es para tu gloria, y bien de mi alma.
Amén.

Adoración a las llagas de Cristo Crucificado y súplicas.

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1°. Divino Jesús Crucificado, adoro y beso la llaga de tu pie derecho y por ella te suplico
conserves la pureza de los niños. (Padrenuestro, Avemaría, Gloria).

Piadosísimo Jesús Crucificado, Santo Cristo del Consuelo, por tu pasión y muerte, ten
misericordia de nosotros y sálvanos.

2°. Divino Jesús Crucificado, adoro y beso la llaga de tu pie izquierdo, y por ella te ruego
concedas a los jóvenes fortaleza para conservar la pureza de sus almas. (Padrenuestro,
Avemaría, Gloria).

Piadosísimo Jesús Crucificado, Santo Cristo del Consuelo, por tu pasión y muerte, ten
misericordia de nosotros y sálvanos.

3°. Divino Jesús Crucificado, adoro y beso la llaga de tu mano derecha, y por ella te suplico
que los padres de familia eduquen cristianamente a sus hijos. (Padrenuestro, Avemaría,
Gloria).

Piadosísimo Jesús Crucificado, Santo Cristo del Consuelo, por tu pasión y muerte, ten
misericordia de nosotros y sálvanos.

4°. Divino Jesús Crucificado, Santo Cristo del Consuelo, adoro y beso la llaga de tu mano
izquierda, por ella te suplico conserves el fervor en las almas que a ti se han consagrado.
(Padrenuestro, Avemaría, Gloria).

Piadosísimo Jesús Crucificado, Santo Cristo del Consuelo, por tu pasión y muerte, ten
misericordia de nosotros y sálvanos.

5°. Divino Jesús Crucificado, adoro y beso la preciosa llaga de tu costado, y por ella te suplico
enciendas fuego de amor divino en los corazones de tus sacerdotes. (Padrenuestro, Avemaría,
Gloria).

Piadosísimo Jesús Crucificado, Santo Cristo del Consuelo, por tu pasión y muerte, ten
misericordia de nosotros y sálvanos.

6°. Divino Jesús Crucificado, Santo Cristo del Consuelo, adoro y beso las llagas de tu sagrado
cuerpo, y por ellas te suplico nos conserves en la fe, nos concedas el don inefable de la paz,
y acierto a nuestros gobernantes para que gobiernen conforme a la voluntad del Padre
Celestial. (Padrenuestro, Avemaría, Gloria).

Piadosísimo Jesús Crucificado, Santo Cristo del Consuelo, por tu pasión y muerte, ten
misericordia de nosotros y sálvanos.

Oración Final

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¡Oh, buen Jesús!, ante tu milagrosa imagen del Santo Cristo del consuelo he venido a recordar
tus bondades y a dejar tus plantas mis humildes súplicas.

Las innumerables necesidades que me rodean y las penas que me afligen son nada
comparadas con lo mucho que padeciste por mí, que he pagado con ingratitudes la grandeza
de tu amor.

Confieso no merecer las gracias que deseo, mas tu misericordia y bondad infinitas cubrirán
mis faltas, esperando confiadamente en que si es para bien de mi alma, conseguiré los favores
que ahora pido.

Al Retirarme, ¡oh, buen Jesús!, dejo como intercesora ante tu presencia a mi dolorida Madre,
medianera de todas las gracias. A su protección me acojo, espero me ayude a vivir
cristianamente y sobre todo que interceda por mí en el trance de la muerte, para que mi alma
por sus manos llegue a tu divina presencia. Amén.

Día Segundo: Por la gracia de Dios

Reo es de Muerte

Después de apresado, Cristo Jesús en el huerto de la oración fue conducido en medio de


humillaciones y desprecios ante Anás y luego ante Caifás, pontífice, y que entonces presidía
el sanedrín para abrir un juicio formal contra Jesús.

Sobre un palco estaba un trono ocupado por el príncipe de los sacerdotes, y a sus lados, en
semicírculo, sobre una grada cubierta de cojines estaban sentados los pontífices, sacerdotes
y ancianos del pueblo; en el frente, los satélites, los criados, la muchedumbre. Todos estaban
llenos de odio y rencor contra Jesús, a quien llevaron a los soldados con las manos atadas y
las vestiduras sucias por la caída en el torrente Cedrón, y lo colocaron en medio de todos.
Con ese aparato exterior se quiso juzgar al buen Maestro, acusándolo con falsos testimonios
y buscando razón suficiente para condenarlo a muerte.

Los testigos, malévolos y falsos, se contradecían, torciendo maliciosamente las enseñanzas


de Jesús, sin embargo éste callaba. Entonces se levantó Caifás y le preguntó, en nombre de
Dios, si él era Cristo, a lo cual respondió Jesús: “Yo soy, tú mismo lo has dicho; y aun te digo
que verás al Hijo del hombre sentado a la diestra de Dios venir sobre las nubes del cielo.”

Esta respuesta desencadenó sobre Él todo un torrente de furor y de rabia. Fingiendo los
presentes un gran horror por lo que llamaron blasfemia, rasgando sus vestiduras al punto que
decía el sumo sacerdote: “Ustedes mismos han oído la blasfemia. ¿Qué les parece?” La
respuesta era consabida: REO DE MUERTE.

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Cristiano, como aquellos usaron de aparato exterior para enjuiciar a Cristo, sus modernos
enemigos usan también el aparato exterior a la vida, adelanto científico, y otras cosas
perecidas, por las cuales el católico condena a Cristo en la moralidad tratándolo de exigente,
anticuado, poco considerado, y grita queriendo ahogar su conciencia: REO ES DE MUERTE.

El demonio con sus engaños, el mundo con sus atractivos, las pasiones con sus deleites,
buscan oportunidad para condenarlo en tu alma.

Católico, ¿has cedido alguna vez? ¿te has dejado llevar del arrebato y condenas a Cristo por
seguir tu pasión desordenada?

Cristo fue condenado por su pueblo y por los mismos que deberían reconocerlo. Nosotros,
los cristianos, somos gente santa, generación elegida, perteneciente a Cristo lo condenamos
satisfacer nuestros apetitos.

Ante la venerable imagen del Santo Cristo del Consuelo, arrepintámonos de nuestros pecados
y roguemos que sea su preciosísima sangre nuestro perdón; invoquemos a María, su Madre
y Madre nuestra, para obtenerlo por su intercesión.

Santísima Madre, y por la tristeza que sentiste al ser condenado por tu propio pueblo,
humildemente pido el perdón del desconocimiento que de ti he hecho y te ruego me concedas
la gracia de la perseverancia final.

(Se medita un poco y se hace la petición. Adoración a las llagas de Cristo y Súplicas.)

Día Tres: por la gracia de Dios

Jesús con la Cruz a cuestas

Jesús, Cargado con la cruz, se encamina hacia el lugar llamado Calvario, en hebreo Gólgota.

Qué estando tan lastimoso el del dulce Maestro, cubierto por las vestiduras pegadas a las
llagas abiertas por los azotes, la corona de espinas en la sagrada cabeza, atada la cuerda la
cuello y a la cintura, inclinado bajo el peso de la cruz, se mueve lentamente dando los
primeros pasos hacia el Calvario.

Un grito feroz de alegría infernal brota de aquellos pechos que poco antes habían pedido
suplicio de la cruz para aquel hombre; ya lo están viendo ahora con la cruz. Ciegos en el alma
no veían la claudicación que hacían de su deber, de reconocer en Jesús a su Salvador; en
cambio veían y se regocijaban con la sentencia que se estaba cumpliendo: “Irás a la cruz.”

Allí estaba ya el fúnebre cortejo: el centurión y la compañía de soldados que rodeaban al


condenado a muerte; el heraldo con los carteles alusivos y tocando la trompeta para abrirse

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paso en medio de la multitud de curiosos que pugnaban por ver; los sacerdotes, los escribas
y los fariseos, queriendo ocultar en la gravedad de sus rostros la satisfacción de su infame
triunfo; al fin los aduladores, que nunca faltan, imitando hipócritamente a su lisonjeado.
¡Buen Jesús, tus enemigos van triunfantes y satisfechos!, más si leemos su interior
advertiremos la inseguridad de su triunfo y lo deleznable de su alegría. No obstante el
sufrimiento intenso de Jesús, en la placidez de su rostro se adivina la tranquilidad de su alma,
la fuerza poderosa de su amor y la satisfacción en llevar el instrumento de suplicio, todo esto,
sin opacar la intensidad de sus dolores.

Señor, tú recibes la cruz con alegría y la llevas con amor; en cambio, qué trabajo me cuesta
cumplir con mis deberes y cuánta tristeza me embarga cuando tengo que llevar mi cruz con
algún pequeño sacrificio, la siento tan pesada que me veo tentado a abandonarla. Con mucha
facilidad olvidamos nuestras obligaciones de cristianos: los deberes para con Dios, la santa
Iglesia, la caridad para con el prójimo, nos parecen insoportables, bastando el más vano
pretexto para abandonarlas.

Los consejos y las advertencias de nuestra Madre, la santa Iglesia, el llamado que nos hacen
los sacerdotes, nos parecen imprudentes, los leves sacrificios nos parecen injustos y huimos
cobardemente de nuestro deber y del sacrificio.

Unamos nuestra cruz a la cruz de Jesús, nos ha dicho que su yugo es suave y su carga ligera.

Madre nuestra, ayúdanos a llevar con alegría el cumplimiento de nuestros deberes y unir
nuestra pobre cruz a la de Cristo, y cuando nos sintamos afligidos y llorosos, acuérdanos de
recurrir a quien dijo: Vengan a mí todos los que se sientan fatigados y cansados, que yo los
aliviaré.

(Se medita un poco y se hace la petición. Adoración a las llagas de Cristo y Súplicas.)

Día cuarto: por la gracia de Dios

Lágrimas de Jesús

Nuestra tierra es un valle de lágrimas. Así nos lo dice la santa Iglesia, la experiencia nos lo
repite día a día, y el mismo Hijo de Dios nos lo enseña con su vida tan llena de lágrimas.

Lloró al nacer, en su tierna infancia, y después en su vida pública derramó lágrimas en


distintas ocasiones: lloró sobre la tumba de Lázaro, al ver a Jerusalén, en el huerto de los
Olivos, y al morir. Como pontífice supremo, pasó su vida entre gemidos y lágrimas para
ofrecer a Dios sus oraciones, también lloró de alegría.

¿Y por qué lloró Jesús? Lloró al nacer, sin duda, como lloran los demás niños; lloraría
también al contemplar el amor, la ternura y la pureza de su Madre, la abnegación, el cariño

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y la sencillez de su Padre adoptivo; pero también desde entonces lloró por nuestro amor;
porque nos amaba, y como un preludio de las lágrimas que después de los años derramaría
en el Monte de la Cruz.

Lloró de la angustia por nosotros, los hombres, y para nuestra salud.

Lloró Jesús porque su alma infinitamente pura debió sentirse en el destierro en medio de los
pecadores; lloró de dolor porque su alma amorosísima con su Padre celestial o vio ofendido
por nosotros, sus hermanos; lloró de pena al sentir sobre sus hombros los pecados de la
humanidad y al verse reducido a despojo humano.

Lloró Jesús siendo inocente y santo, infinitamente puro, y sobre todo siendo hijo de Dios,
para darnos la vida divina, el derecho a la gloria eterna y enseñarnos el valor de las lágrimas.

Nosotros también lloramos, nuestra señal de llegada a este mundo es una queja y muchas
lágrimas; pero si Jesús lloró por nuestro amor y por amor a su Padre celestial, nuestras
lágrimas son causadas por nuestro egoísmo.

Lloramos cuando Dios nos envía el sufrimiento para purificar nuestras almas, porque nos
duele el padecer; lloramos cuando nos alejamos del pecado, porque ya no tendremos su
satisfacción; lloramos cuando abandonamos la ocasión de pecar, porque nos da miedo sujetar
nuestras malas inclinaciones. Debemos llorar porque Dios no es amado como se merece;
porque nosotros no lo hemos amado no obstante los beneficios que continuamente nos hace.

Debemos llorar, sobre todo, porque lo hemos ofendido y hemos pagado con ingratitud sus
beneficios.

¡Oh, Cristo Crucificado, Santo Cristo del Consuelo!, humildemente postrado a tus plantas te
suplico me des la gracia de llorar mis pecados y mis ingratitudes, me concedas llevar una
verdadera vida cristiana, huyendo del pecado y practicando la virtud. Madre inunda en
lágrimas, las derrame yo en abundancia a fin de purificar mi alma, de manera que si no he
sido puro por mi amor, al Señor, lo sea por mis lágrimas de arrepentimiento por haberlo
ofendido.

(Se medita un poco y se hace la petición. Adoración a las llagas de Cristo y Súplicas.)

Día quinto: por la gracia de Dios

Por el abandono de los Hombres

Ya para dar principio a su Pasión sagrada, Jesús nos muestra el inmenso abismo de su dolor
cuando dice: “Mi alma está triste, con tristeza de muerte.”

El Santo Evangelio también nos lo indica: “Comenzó a entristecerse y angustiarse.”

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Si Jesús había deseado ser bautizado con un bautismo de sangre y sufría por su tardanza, ¿por
qué ahora que está a las puertas se entristece? El Maestro estaba amando a los suyos, a
nosotros, que somos suyos, con la ternura de un padre, con la intensidad de un amigo, con
la fidelidad de Dios, mas estaba a las puertas de una grande decepción: el desconocimiento
y abandono de los suyos. Si los enemigos lo abandonaban era de esperarse, pero sus amigos
los que comieron del mismo pan, bebieron de la misma copa y se abrigaron bajo el mismo
techo esto era incomprensible.

Les había pasado tanta ignorancia, tantas ambiciones, tantos desatinos, tantos errores.
Ciertamente lo había reconocido como Hijo de Dios que tenía palabras de vida eterna, mas
con muchas deficiencias. Por otra parte, habían sido tan generosos, tan valientes y le
mostraban tanto cariño, prometiéndose hasta morir con Él.

Y al llegar la hora del poder de las tinieblas, Él, sabiendo lo que iba a suceder, se llena de
tristeza de muerte y, como todo ser humano, siente un temor que se va agrandando hasta
convertirse en pavor.

Judas lo vende. Pedro lo niega aun con juramento, todos lo abandonan en manos de sus
enemigos, y es un desconocido y malhechor a quien atan. Recibe crueles mofas, lo insultan,
lo desprecian, lo azotan, como rey e burlas es coronado de espinas cubierto con una hilacha
de purpura vieja, lleva en sus manos una caña hueca, y es maldecido y desconocido por los
sacerdotes, y acusado de que se hace llamar Hijo de Dios.

¡Cómo no había de sentir tristeza y miedo pavoroso el buen Jesús con el desconocimiento y
abandono de los suyos en aquella tormenta de dolor!

Veía también que a través de los siglos existirían hijos suyos, y quizá apóstoles, que lo
desconocerían por temor a la crítica, a las incomodidades, a perder el puesto y por un falso
honor del mundo. Veía a quienes, siendo cristianos, llevando en su alma gravada la señal de
su amor, sentiría vergüenza de Él ante la sociedad sin Dios, como se sentiría vergüenza tener
por amigo a un ladrón, a un asesino, a un malhechor.

Cristiano, tú estás bautizado y vives en una época en la que mucho se burlan de Cristo y de
su moral: tú debes confesarla, sostenerte firme y reconocer que eres y perteneces a Cristo.
Tal vez ha sido por vergüenza o por miedo que muchas veces lo han desconocido o
abandonado, recuerda sus palabras que te darán fuerza en los momentos de confesarte
cristiano ante los hombres: Aquel que me confesare delante de los hombres, yo lo reconoceré
delante del Padre Celestial.

Divino Jesús Crucificado, confieso que no merezco la gracia de ser fuerte y valeroso en el
peligro, pero tu misericordia supera toda debilidad. Dame la gracia de confesarte siempre
delante de los hombres y no sentiré nunca vergüenza de ser cristiano.

(Se medita un poco y se hace la petición. Adoración a las llagas de Cristo y Súplicas.)
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Día Sexto: por la gracia de Dios.

Sufrimientos de Jesús en su Corazón.

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