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OLIVIER RAZAC

CON FOUCAULT, DESPUÉS DE FOUCAULT

DISECAR LA SOCIEDAD DE CONTROL

París: L’Harmattan, 2008

Traducido por Luis Alfonso Paláu C. Medellín, julio – agosto de 2014


octubre – noviembre de 2017; enero de 2018
2

PROLOGO

Como buen “foucaultiano” que es, Olivier Razac está fascinado por los
dispositivos de poder, en su dimensión más práctica, la más técnica. Mucho antes de
interrogarse sobre las buenas o malas finalidades políticas o morales de tal o cual
aparato de poder moderno, él tiene la pasión de comprender dos cosas: cómo “ello
marcha” por una parte, y en qué esto discontinúa con las otras máquinas o
dispositivos destinados a gobernar al viviente. Los “por qué” en este proceder le
ceden el paso a los “cómo”. Lo que le interesa al autor de los estudios sobre el
alambre de púas, sobre el zoológico que han atraído la atención sobre él, es la
economía de los dispositivos de poder, la disposición singular de cada uno de ellos,
sus principios propios de eficiencia, los regímenes de enunciados que los sostienen,
las herramientas técnicas y los actores específicos que movilizan, las necesidades
estratégicas de las que emanan, en suma: todo lo que define el emplazamiento y las
propiedades de cada uno de ellos en este vasto archipiélago que es “el” poder
moderno.
A partir de estas premisas, Razac se interroga sobre las condiciones de la
gubernamentalidad. Cavando en la distancia producida por Foucault (pero también
por Deleuze) con un enfoque institucional de las cuestiones políticas reconducidas a
las lógicas estatales, a las cuestiones de legitimidad, a las condiciones de ciudadanía, a
las normas democráticas, él plantea este principio: “Gobernar una población es actuar
sobre todas las variables que guían su comportamiento general”. En la práctica
¿cómo se elabora, se organiza, funciona esta “acción sobre las variables”? Lo propio
del proceder de nuestro investigador, su exigente originalidad, es la de no contentarse
con ponerse a cubierto de los conceptos que promovieron Foucault y Deleuze
(“dispositivos de seguridad”, “sociedad de control”…). Considera que hay que
intentar captar en una misma mirada los rasgos constantes y el redespliegue inventivo
de las máquinas de poder contemporáneas. En esta investigación se detecta una
especie de pasión por lo concreto, por lo eficiente, por lo actual, una pasión que nos
recuerda otra: la que Foucault manifestaba como incansable ratón de archivo por el
material más trivial de la averiguación histórica, reglamentos de prisión, informes de
policía, evaluaciones de experticias psiquiátricas, etc. En Razac, esta pasión lo va a
llevar hacia delante, tomando la forma de una investigación sin fin en torno a
dispositivos emergentes, objetos técnicos, modos de actualización de los mecanismos
de seguridad, de las disposiciones post-disciplinarias, de los soportes prácticos de la
sociedad de control. Los conceptos cardinales deben ser “nutridos” incansablemente,
sostenidos, prolongados por la pesquisa. Estos textos de una meticulosa precisión
sobre el G.P.S (Global Positioning System), el brazalete electrónico, las pruebas de
ADN, las penas llamadas sustitutivas, las emisiones de telerrealidad… Más allá de la
visible fascinación que los aspectos tecnológicos de estos nuevos “objetos” del poder
ejercen sobre nuestro autor, insiste una interrogación lancinante sobre el envite
fundamental de las sociedades de control: ¿qué es lo que la llegada de ésta cambia,
bascula, transforma, convierte en irreversible, en términos de relaciones entre
gobernantes y gobernados?
Recusando todo enfoque catastrofista (de tipo “orweliano” o de cualquier otra
índole) de esta cuestión, Razac ve operar en este topos el encuentro de dos regímenes
3

pasionales en conflicto: pasiones de sujetamiento contra pasiones de la libertad.


Muestra cómo entran en composición con las nuevas economías del poder, en una
configuración post-disciplinaria donde todas las formas disciplinarias están lejos de
haber desaparecido. Pone el acento en el carácter ampliamente indeterminable de una
economía de poder en la que el deseo de localizar encuentra al de ser localizado, el
deseo de seguridad al de chuzar con alfiler los deseos litigiosos, la necesidad de
control y de vigilancia se despliega, en la interacción entre gobernantes y gobernados,
bajo el signo de todos los equívocos. En resumen, navegando aquí lo más cerca de las
costas deleuzianas, describe el mundo de las disciplinas  como un meta-sistema de
poder sin afuera. Lo que por retroacción moviliza un cuestionamiento propiamente
foucaultiano; ¿cómo mantener una actualidad de la resistencia en una tal
configuración de poder no solamente móvil, a veces líquido, sino en constante
reorganización?
A estas preguntas, el autor de la Historia del alambre de púas aporta
respuestas matizadas. Él considera que debe tomar sus distancias con ciertas lecturas
que se han hecho de la analítica del poder foucaultiana que terminan por predicar “una
celebración cínica del neoliberalismo”, fundada en una lectura unilateral de textos
como Nacimiento de la biopolítica. Pero por otro lado, él insiste en que los
dispositivos de control, contrariamente a las disciplinas (por una parte al menos), no
ejercen recuperaciones externas sobre los sujetos; su expansión está indiscutiblemente
ligada a la de las nuevas subjetividades colectivas (subjetividad seguritaria,
inmunitaria, subjetividad “responsabilizada”, “tutelarizada”, etc.).
Observador meticuloso del sistema penitenciario y de las evoluciones
presentes del régimen de las penalidades, Razac se interesa bien particularmente en
las penas llamados “sustitutivas”: condicional, brazalete electrónico… Muestra muy
bien el carácter antinómico de estas evoluciones; por una parte, bien lejos de que las
“penas sustitutivas” constituyan alternativas a la prisión, ellas son el vector de “la
inflación cacelaria extendida al afuera”. Salta a la vista que, en un país como Francia,
la experimentación del “medio abierto”, en materia de ejecución de penas, no ha
contribuido para nada a la descongestión de prisiones (la población carcelaria
aumenta constantemente). Pero por otro lado, aun cuando incluso estas penas
llamadas de sustitución permanezcan por entero dispuestas en torno al dispositivo
carcelario central, y no constituyan el esplendente “progreso” que se dice de ellas,
parece bien difícil oponerseles pues en efecto ¿qué hay de peor en nuestras sociedades
que la degradación sufrida por el detenido? Razac ve cómo se anuda en torno a este
envite particular algo como un paradigma; la crítica de los dispositivos de control
experimenta dificultades constantes para dotarse de un punto de apoyo sólido (el
ciudadano ordinario no se ofusca para nada por la puesta en funcionamiento del
pasaporte biométrico, y las pruebas de ADN impuestas recientemente a ciertas
categorías de extranjeros no le chocan a las mayorías silenciosas), aun cuando incluso
estas nuevas tecnologías de poder serían propias para suscitar muy legítimas
inquietudes. Frecuentemente, el carácter “furtivo” de las formas de poder que operan
van incluso a parecerles (a los gobernados jubilados como “usuarios”) menos brutales,
menos directas –y por tanto más soportables– que las tecnologías menos sofisticadas
que prevalecían en los tiempos de los métodos “arcaicos” de vigilancia y de
condicionamiento disciplinar. Antes que recurrir a la retórica convenida de “nuestras


<yo diría que se le coló un gazapo… aquí debería decir “controles”, Paláu>

<Olivier Razac (2009). Historia política del alambre de púas. tr. Paláu. Medellín, julio de 2014 –
enero de 2016 >
4

libertades en peligro”, Razac analiza finamente los pretextos falaces de ese discurso
gubernamental que pone por delante la exigencia moral de responsabilización de los
sujetos, los invita a entrar en el juego de una contractualización infinita, dejando
suponer pues una plena y entera condición de mayoría de edad, por su lado; mientras
que se trata aquí del desarrollo de una “lógica taimada de dominación”
constantemente reinventada y ajena a toda dinámica de acrecentamiento de la
autonomía de los sujetos gobernados. Los análisis propuestos en este ensayo
convergen aquí por algunas travesías con los propuestos hace algunos años por Peter
Sloterdijk, y que tanto ruido produjeron; allí donde especialmente Razac insiste en
esta particularidad de la biopolítica contemporánea; su objeto es globalmente “el
viviente”; el efecto de todo esto es que la frontera entre el viviente animal y el
viviente humano tiende a volverse borrosa en tanto qeu el uno y el otro están
destinados a ser tomados a cargo, a ser controlados, seleccionados y gobernados.
Lo que en el fondo le da valor a una investigación en forma de caleidoscopio
como esta que nos propone Razac en este volumen, es la originalidad, su inventividad;
su arte de sacar todo el partido de una inspiración foucaultiana, deleuzo-guattariana,
pero sin comulgar con ningún tipo de ortodoxia; su arte de trabajar con esos autores e
inspiradores, pero también después de ellos; y sobre todo ese talento raro de darse los
objetos de estudio más inesperados y que, en su uso, se revelan los más apropiados
para sus análisis: una emisión de tele gran público, un nuevo equipamiento policial,
una señal sonora…
Es en esta capacidad de hacer de los objetos y dispositivos más prosaicos y
brutalmente utilitarios, verdaderos objetos de pensamiento y apuestas de reflexión
filosófica donde se identifica la distinción y, si se lo quiere, la gracia del verdadero
investigador.

Alain Brossat
5

Foucault
6

¿Qué es un dispositivo?

El pensamiento de Foucault produce una ruptura decisiva con las teorías o las
manera habituales de definir el poder. Esta ruptura se manifiesta esencialmente en
cinco puntos. Primero, el poder no es una propiedad de la que algunos estarían
provistos y otros no. El poder es lo que circula en las relaciones de fuerzas
microscópicas y diferenciales que agitan el campo social. Pasa igualmente por los
dominados como por los dominantes, aunque de manera distinta. Segundo, no hay
nada por debajo de esas micro-relaciones de poder. La estructura de producción
económica sólo es una de sus manifestaciones. La producción del saber es otra de
ellas, igualmente esencial o pertinente. Tercero, las manifestaciones del poder no se
explican por las voluntades de grupos que lo utilizarían, y mucho menos por la de un
sujeto individual. Hay una inteligibilidad del funcionamiento del poder que le es
esencialmente inmanente por todas partes donde localmente se ejerce. Cuarto, el
poder no es esencialmente represivo o engañador. Es ante todo productor de
máquinas y de discursos que buscan definir lo que es posible hacer o decir. Como lo
dice Deleuze: “E l p o d e r m á s q u e
r e p r i m i r « p r o d u c e r e a l i d a d » ”1. Y
la ideología es un efecto de los mecanismos de poder, y no a la inversa. Quinto, el
poder no se resume en la ley que se impondría a las relaciones de fuerzas sociales para
pacificarlas. La ley no es sino uno de los elementos que permite administrar,
redistribuir las relaciones de fuerza a favor de un campo provisionalmente dominante.
De este modo, Deleuze ha podido afirmar que la filosofía de Foucault es una
“pragmática de lo múltiple”, o también, que ella es una “analítica funcional”, un
“funcionalismo”. Además, para describirla él hablará de una “filosofía de los
dispositivos concretos”. Esto porque los cinco puntos de ruptura con respecto a las
teorías del poder significan ante todo que toda reflexión sobre el poder consiste en
comprender cómo funciona él, qué procedimientos ejecuta, qué técnicas utiliza, y no
saber quién lo posee, cuál es su fuente, o definirlo a partir de su legalidad o de lo que
él reprime. El poder es el diferencial entre las fuerzas. Es la manera cómo una fuerza
o un conjunto de fuerzas afectan otras fuerzas, y cómo estas son afectadas. Ahora
bien, esta lucha perpetua pasa por sistemas, máquinas sociales cuya función es
producir un diferencial particular, un esquema de afectación de ciertas fuerzas por
otras fuerzas. Un dispositivo de poder aparece para fijar y formalizar el estado
histórico de las relaciones de fuerza, para reconducirlo y en lo posible reforzarlo y
afinarlo. El análisis funcional de los dispositivos debe pues permitir captar lo que da
su forma a una sociedad en una época dada.

I
1. Ante todo, un dispositivo de poder está constituido de elementos, de
componentes, de partes. Estos elementos son de naturalezas diferentes: de materia
en bruto, objetos diversos, máquinas, cuerpos, sensaciones, palabras o pensamientos.
Se puede tratar de teorías científicas, de artículos de leyes, de técnicos y de
colaboradores, de instrumentos tecnológicos, de edificios y de muros. Generalmente,
un dispositivo de poder combina y articula todos estos tipos de elementos. Es pues un
conjunto de elementos heterogéneos que se reagrupan en dos categorías: discursos u
objetos, cosas dichas o cosas vistas. Un dispositivo es una red entre esos elementos
heterogéneos, una red entre lo discursivo y lo no-discursivo.

1
Gilles Deleuze (1986). Foucault. Barcelona: Paidós, 1987. p. 55.
7

¿Por qué discursos? Porque para Foucault, el poder no reside únicamente en


el ordenamiento de las cosas; pasa igualmente por las palabras, los signos dichos,
escritos, entendidos y descifrados. “El discurso no es simplemente aquello que
traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio
de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse.”2 Los discursos
inducen efectos de poder. Pueden legitimar una acción conectándola a polos de
legitimidad (ciencia, ley, religión). Pueden lanzarla de nuevo asociándola a otras
acciones pasadas o futuras. Se trata por ejemplo de producir una relación de causa a
efecto, de decir que tal acción supone otra. Finalmente, ellos pueden suscitar
acciones. Un discurso de miedo suscita la protección, un discurso de placer suscita la
participación. Por ejemplo, como táctica de discurso legitimar el encierro a partir de
hechos diversos; relanzar la represión asociando para ello pequeño delito y gran
crimen, y que suscita por miedo o por terror, la desconfianza y la delación en el seno
mismo de la parte más oprimida de la sociedad. Bien a menudo, la relación entre los
discursos es conflictiva. Diseña un mapa de oposiciones entre conjuntos discursivos
que forman tácticas: tácticas de legitimación contra tácticas de deslegitimación, y de
relance y de bloqueo, de incitación a acciones opuestas. Existen también diversas
falsificaciones populares, toda una poesía del ilegalismo, de la valorización de los
actos de desobediencia (la figura del atracador de bancos, desaparecida actualmente).
Segundo, un dispositivo está constituido de materia en bruto, de herramientas
y de individuos (colaboradores) que, así como los discursos, están dispuestos de
forma que produzcan efectos de poder, es decir de actuar sobre acciones. Por
ejemplo, la materia se presenta como muros y puertas, edificios y calles, cruces de
vías de circulación, ciudades y campos, etc. Principalmente, con el fin de regular los
desplazamientos y los estacionamientos de poblaciones, de individuos, pero también
de objetos, de aire, de agua y de luz. En el hospital comprendido como “máquina de
curar”,
es preciso organizar el espacio interior (…) suprimir todos los factores que lo hacen
peligroso para los que están en él (problema de la circulación del aire que debe ser
permanentemente renovado sin que sus miasmas y cualidades mefíticas pasen de un
enfermo a otro; problema de la renovación de las sábanas, de su lavado y de su
transporte)3
Las herramientas técnicas sirven principalmente para medir, vigilar e influir.
Toda suerte de sensores permiten atrapar informaciones cuantitativas sobre el objeto
administrado por el dispositivo, así como sobre el funcionamiento del dispositivo
mismo. En el hospital por ejemplo, se tendrá por una parte los instrumentos médicos
de medida (termómetro, estetoscopio) y, por la otra, los sistemas de información sobre
el funcionamiento del hospital, principalmente gracias a un sistema de ficheros hoy
informatizados que mide las entradas, las salidas, las duraciones de ocupación de las
camas, etc. Otros aparatos permiten vigilar “cualitativamente” el comportamiento de
los individuos o de las masas administradas. Este rol, con frecuencia atribuido a los
colaboradores, puede en la actualidad ser ejecutado por circuitos cerrados de
vigilancia en los corredores de una prisión, en la calle, o en las carreteras para vigilar
el tráfico. Finalmente, artefactos particulares son utilizados para influir más o menos
directamente sobre el comportamiento de los elementos administrados –muy

2
Michel Foucault (1971). el Orden del discurso. Buenos Aires: Tusquets, 1992. p. 6 del .pdf

<las negrillas en el texto son del propio Razac… Paláu>
3
Michel Foucault (1976). “La Política de la salud en el siglo XVIII”, in la Machine à guerir. In Saber
y verdad. Madrid: la Piqueta, 1991. p. 104.
8

directamente cuando se trata de una camisola de fuerza o una cerca de alambre de


púas–; más finamente, en el caso de un neuroléptico o de una zona tapón que no cierre
un lugar sino que disuada de acceder a él.
Los colaboradores –médicos, guardias, contramaestres, profesores, agentes de
acogida, diversos vigilantes– se retransmiten los discursos y recogen las
informaciones. Aplicando programas de actividad, administrando los castigos y las
gratificaciones, distribuyendo los individuos en el tiempo y en el espacio, aseguran la
orientación efectiva de los sujetos. Vigilando los comportamientos, midiendo sus
variables biológicas, psicológicas y sociales, alimentan un saber disciplinario propio
del dispositivo con el que colaboran.
Finalmente, hacen parte igualmente del dispositivo, los objetos sobre los que
él actúa. Los prisioneros son una parte integrante de la prisión, los enfermos del
hospital, los obreros de la fábrica, los animales del zoológico. Necesitamos no olvidar
que la “materia” sobre la que actúa el dispositivo hace parte plenamente de sus
elementos, y que ella participa siempre de una manera, o de otra, en su
funcionamiento. Todo dispositivo jerarquiza los elementos a los que se aplica. Hay
una jerarquía en la escuela, en la fábrica, en la prisión incluso. Esta jerarquía asegura
el buen funcionamiento de las recompensas y de los castigos que pueden ser aplicados
a todos los niveles sobre el nivel inferior. Un individuo agarrado en un dispositivo es
siempre un colaborador. Es a la vez jefe de un inferior y subalterno de un superior,
verdugo y víctima.
2. En segundo lugar, si un dispositivo es un conjunto de elementos conectados,
él es igualmente el conjunto de las relaciones entre esos elementos.
Los discursos de orígenes diferentes influyen los unos sobre los otros. Por
ejemplo, un enunciado “científico” puede insinuarse en lo jurídico. Puede trabajar
desde el interior de los textos de ley, y las manera cómo ellos se aplican. La
influencia progresiva de la experticia psiquiátrica sobre los juicios de los tribunales ha
contribuido así a un desplazamiento del objeto juzgado, que ya no es tanto la
infracción como la personalidad del “delincuente”. Se parte de la siguiente
constatación:
en toda sociedad la producción de discurso está a la vez controlada, seleccionada y
redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar
los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y
temible materialidad 4.
Podemos establecer tres tipos de influencias o de efectos recíprocos entre
discursos internos de un dispositivo: una serie de discursos puede justificar o
descalificar a otra serie. Puede provocar su inclusión o su exclusión de lo decible, por
el sesgo de los sistemas de prohibición (el tabú), de rechazo (la locura), o de
oposición de lo verdadero y de lo falso (la ciencia). Estos procedimientos buscan
sobre todo fijar lo que se puede decir cuando se establece lo que no se puede decir.
La intensidad y la precisión de estos procedimientos de exclusión en un dispositivo
dado traicionan el envite de poder que pasa por los discursos y la peligrosidad de los
discursos excluidos por ese dispositivo.
Igualmente hay discursos que pueden ordenar lo que se dice, ponerlo en fila,
clasificarlo. Le asignan a un discurso un comentario que le dé su sentido, un autor
que defina su fuente, una disciplina que sitúe sus límites. O dicho de otra forma: se
explica indefinidamente lo que tal obra significa, qué sentido oculta. Se apoya esta
explicación sobre la persona del autor, su historia, su psicología, su medio social. Se

4
Michel Foucault. el Orden del discurso. p. 5 del .pdf
9

incluye la obra en un estilo, una escuela que define después de todo su razón de ser y
las oposiciones.
Finalmente, los discursos pueden prescribir reglamentos de acceso a un
discurso para escucharlo o para decirlo. Estos procedimientos fijan las marcas
simbólicas que le confieren al sujeto el derecho de hablar y, más finamente, que
determina el valor de lo que se ha dicho. De rebote, estos procedimientos asignan un
papel, una forma de subjetividad, al que habla en función de lo que dice; es también
esta la función de la figura del autor.
Al final se desprenden conjuntos técnicos de regulación de la aparición y de la
circulación de los discursos. Foucault llama a esos conjuntos regímenes de
enunciados. Por formación discursiva o regímenes de enunciados no se entiende
simplemente pues palabras y frases, sino el conjunto de las condiciones de posibilidad
discursivas de una situación o de una época. El enunciado es la regla de un discurso.
Los regímenes de enunciados determinan lo que puede ser dicho, lo que debe ser
callado, o incluso no puede ser escuchado, en un momento y circunstancias dados.
Regulan las condiciones de aparición del discurso. Por ello mismo, a la vez que son
principios de producción y de multiplicación de los discursos, son también
procedimientos de su limitación, de sus escogencias y de su selección, una verdadera
“policía discursiva”, una disciplina del sentido.
En un nivel completamente distinto, los elementos materiales no-discursivos
poseen su propia lógica de combinación y de interacción. La regla central es la
búsqueda de eficacia. Los elementos materiales combinados en un dispositivo forman
una máquina. “Máquina: en un sentido general, significa lo que sirve para aumentar y
para regular las fuerzas móviles, o algún instrumento destinado a producir
movimiento de forma que ahorre o tiempo en la ejecución de dicho efecto, o fuerza en
la causa”5. La disposición maquínica concreta de un dispositivo está destinada ante
todo a producir una economía de poder en la realización de una función dada. El
ejemplo foucaultiano más conocido es el panóptico. El panóptico debe permitir
actuar eficazmente sobre los comportamientos de un conjunto de individuos con el
gasto material y simbólico más bajo. Esta eficiencia está basada en una cierta manera
de hacer ver y de ocultar. Es producida por la articulación de una luz y de una
sombra. El panóptico, iluminando violentamente al vigilado y enmascarando al
vigilantes dibuja lo que Foucault llama un régimen de visibilidad. Éste determina las
condiciones de posibilidad de lo que puede ser visto, como un régimen de enunciados
es un conjunto de condiciones de posibilidad de lo que puede ser dicho. El hospital
dibuja uno en el que el orden de los cuerpos debe relanzar la clasificación de las
enfermedades, y puede sostener la mirada clínica del médico. Hay en Foucault un
primado de la luz, pero él considera por supuesto todos los tipos de distribución. El
hospital es una máquina de distribuir aire como el panóptico es una máquina de
distribuir luz. Hay también máquinas para distribuir los objetos, el dinero o las ondas
que poseen cada una un principio de eficacia, y un modo de distribución propia.
La verdadera dificultad comienza con las relaciones entre los discursos y los
objetos, entre los regímenes de enunciados y los regímenes de visibilidad. Pues
Foucault insiste sobre la profunda heterogeneidad entre lo visible y lo decible. Lo
hace muy claramente en la Arqueología del saber, y más concretamente en Vigilar y
castigar cuando evoca la diferencia de génesis y de objetivo, en el siglo XIX, entre
los proyectos del derecho penal y el funcionamiento real de la prisión. El discurso del
derecho penal posee su objeto propio: “el delincuente”; y la prisión los suyos: los

5
Definición dada en la Enciclopedia de Diderot & d’Alembert.
10

prisioneros. La prisión es ante todo una máquina represiva que posee su propia lógica
que consiste en disponer a una multiplicidad de individuos de tal forma que se puedan
dominar sus acciones. Los discursos penales y criminológicos buscan producir un
objeto discursivo, “el delincuente”, que define una lógica de la infracción como acto
de un sujeto particular, y por este hecho encierra todas las potencialidades de los
ilegalismos informales en los límites de acto cognoscible, previsible y controlable. Y
sin embargo, a pesar de la heterogeneidad, él encuentra allí influencia recíproca.
Deleuze muestra que se opera como una sustitución. La prisión administra
prisioneros, pero lo hace como si se tratase de “delincuentes” por corregir. El derecho
penal o la criminología hablan de los “delincuentes” como si se parecieran a los
prisioneros “reales”. Esta sustitución permite de hecho acoplar los dos regímenes, de
visibilidad y de enunciados; y les permite así al saber investir la prisión, y al poder
investir el derecho. El sistema carcelario, constituido por la prisión y el discurso
penal, se vuelve una pareja poder-saber donde el poder y el saber se arrastran el uno al
otro. Es por este acoplamiento que se dibuja una figura mixta, entre el prisionero
vigilado y controlado, y el “delincuente” conocido y “corregido”. Aparece un
prisionero-delincuente conocido porque está controlado; y controlado en tanto que
“corregido”. Por este juego de sustitución, la prisión produce delincuencia a partir de
la materia en bruto de los ilegalismos. Produce al “delincuente” como tipo menos
peligroso, marcado, especificado y patologizado. Por su lado, el derecho penal
produce prisioneros rebajando el umbral de infracción según la lógica criminológica
de que: el que hace lo menos puede hacer lo más.
Se lo ve, un dispositivo no funciona verdaderamente mas que cuando el poder
sobre los cuerpos produce saber que a su vez permite mejorar el ejercicio de ese
poder. El funcionamiento completo de un dispositivo aparece en el cruce entre los
procedimientos de los regímenes de enunciados y las máquinas de los regímenes de
visibilidad. Más aún: los dos regímenes sólo existen el uno por el otro. Las
visibilidades sólo aparecen formalizadas por discursos y los enunciados sólo se
actualizan llenados por objetos.
3. En fin, un dispositivo está inmerso en un contexto histórico con el que
mantiene relaciones dinámicas y complejas. Estas relaciones influyen a la vez en su
aparición y en su evolución. Un dispositivo, “formación que, en un momento
histórico dado, tuvo como función mayor la de responder a una urgencia. El
dispositivo tiene pues una posición estratégica dominante (…) existe ahí un
imperativo estratégico jugando como matriz de un dispositivo”6. Un dispositivo
aparece pues para resolver un problema que le preexiste, ya sea porque antiguos
dispositivos se han inadaptado a nuevas condiciones históricas, ya sea porque nuevas
condiciones históricas necesitan la creación de dispositivos totalmente nuevos,
mejores en relación con el estado de las relaciones de fuerzas. Por ejemplo, la
modificación profunda del hospital a comienzos del siglo XIX, tiene que ver con
imperativos nuevos ligados a la población, a su importancia nueva. El hospital, pero
también como lo eran el asilo y la prisión, antes no eran sino vertederos donde toda
una población era excluida, perdida en tanto separada de la sociedad y de sus sistemas
de producción. Ahora bien, esos lugares se vuelven focos de peligrosidad y de
improductividad, se vuelven inaceptables dadas las nuevas condiciones políticas,
económicas, sociales. Hay que transformarlos pues en máquinas más eficaces,
propias para especificar, triar y recalificar sus poblaciones –para reintroducir a los que
lo pueden hacer en los circuitos productivos–; instrumentalizar a los que sobran para

6
Michel Foucault. “el Juego de Michel Foucault”. in Saber y Verdad, p. 129.
11

producir un saber útil y figuras espantosas, aunque manipulables (el loco, el


delincuente).
A este nivel “de gatillado”, la modificación estratégica permanece informal.
Es a nivel de una microfísica social donde se rompen los equilibrios, cuando operan
las alianzas, o más bien las conjunciones. Por supuesto que no debemos olvidar que
las micro-relaciones de fuerzas siempre son móviles, siempre están en devenir.
Solamente que, en su funcionamiento rutinario, los dispositivos de una época tienden
a mantener en proporciones aceptables los equilibrios de poder necesarios a su
persistencia. La urgencia histórica, la necesidad estratégica, sólo aparece
verdaderamente cuando sobresaltos inesperados producen la necesidad de grandes
modificaciones o de invenciones revolucionarias. Es por esto que el devenir de las
relaciones de fuerzas informales a veces produce rupturas subterráneas,
acontecimientos imprevistos e imprevisibles, estallan revoluciones técnicas, políticas
o incluso artísticas.
Además, un dispositivo evoluciona a la vez según los lazos dinámicos entre
sus elementos propios, y siguiendo sus conexiones con necesidades estratégicas que
se mueven. Se produce perpetuamente lo que Foucault llama un “llenado
estratégico”, una adaptación continua del dispositivo a los nuevos datos estratégicos
que forman su medio. Esta evolución está sometida a “un proceso de
sobredeterminación funcional, puesto que cada efecto, positivo o negativo, querido o
no, llega a entrar en resonancia, o en contradicción, con los otros, y requiere una
revisión, un reajuste de los elementos heterogéneos que surgen aquí y allá” 7. Este
proceso corresponde a lo que en cibernética se llama “bucle de retroalimentación” o
feed-back que controla en tiempo real el estado de un sistema automatizado
cualquiera él sea. Un dispositivo evoluciona pues de una manera interna modificando
en tiempo real sus elementos y su disposición, en función a la vez: de las condiciones
del medio (condiciones estratégicas) y de sus propias producciones, gracias a una
retroalimentación que conecta el tratamiento de lo que entra sobre el estado de lo que
sale. Estas modificaciones son diferentes de las grandes rupturas estratégicas. Se
trata simplemente de adaptar los efectos de un dispositivo, y no de crear un nuevo
dispositivo, y mucho menos modificar la modalidad general del funcionamiento de los
dispositivos, de modificar el modo de aplicación del poder que caracteriza a una
época. Pero precisamente, ocurre que esta recodificación perpetua de las relaciones
de fuerzas por parte de los dispositivos suscita, produce modificaciones importante,
aunque imprevisibles en las relaciones de fuerzas subterráneas, y puede así participar
en una ruptura mayor de su equilibrio. Es la regla del “doble condicionamiento”. Los
niveles tácticos y estratégico no son homogéneos; están separados por diferencias de
niveles, de grados; pero esto no quiere decir por tanto que haya una real
discontinuidad entre los dos. “Mas bien hay que pensar en el doble condicionamiento
de una estrategia por la especificidad de las tácticas posibles y de las tácticas por la
envoltura estratégica que las hace funcionar”8.
En fin, un dispositivo es la efectuación particular de una gran función social:
Seguridad, salud, producción de riquezas, delimitación del espacio, esparcimiento…
Así
la máquina de curar debería entonces ser enfrentada como uno de los grandes relés
imaginados para convertir una exigencia generalizada de salud en mecanismos
terapéuticos uniformes, multiplicables, optimizadores, las oportunidades de curación

7
Ibidem.
8
Michel Foucault (1976). Historia de la sexualidad I: la voluntad de saber. México: Siglo XXI,
1977. pp. 121-122.
12

del mayor número posible9.


Pero estas funciones no preexisten abstractamente y no son independientes de
las estrategias, de los dispositivos, y de sus elementos que las efectúan. De hecho,
una función social produce exigencias estratégicas y tácticas dadas en relación con el
estado de las relaciones de fuerzas y del tipo de funcionamiento de los dispositivos de
una época dada. De la misma manera que la forma de los dispositivos depende de las
urgencias estratégicas que son suscitadas por la realización de una función dada. Se
trata claramente de una causalidad circular. Se puede ir en los dos sentidos. Se puede
determinar la forma de un dispositivo según las urgencias estratégicas de realización
de una función global. Se puede también determinar la influencia de la forma de un
dispositivo sobre el estatuto particular de una gran función social. Hay influencia
recíproca de las necesidades estratégicas sobre los dispositivos y de los dispositivos
sobre las necesidades estratégicas.
Precisamos pues considerar cinco niveles:
1/ Las fuerzas no formalizadas en relación, en un campo caótico.
2/ Los elementos (materias, herramientas, individuos, discursos).
3/ Los dispositivos (instituciones, sistemas, máquinas concretas,
disposiciones).
4/ Las tácticas (diagramas, esquemas). Por ejemplo, el panoptismo es un
diagrama de poder transponible en muchos dispositivos.
5/ Las estrategias (épocas, máquinas abstractas).
Ahora bien, el quinto nivel se repliega sobre el primero. Las relaciones de
fuerzas informales pueden “provocar” los grandes cambios estratégicos. Las grandes
estrategias se dibujan o se trazan sobre esas relaciones de fuerzas microsociales;
incluso es por esto que pueden “hacer época”.
Podemos así darnos la siguiente definición: Un dispositivo es una red eficiente
de herramientas y de discursos que ejecuta una función social global según problemas
estratégicos geográfica e históricamente determinados. Si se privilegia el efecto, un
dispositivo es una disposición maquínica concreta que busca orientar fuerzas que
actúan sobre otras fuerzas, y discursos que actúan sobre otros discursos, en función de
las condiciones estratégicas de una época. Si se privilegia la causa, un dispositivo es
un sistema automatizado de regulación de las relaciones de fuerzas que busca
mantener o desarrollar un cierto diferencial de poder frente a las modificaciones del
medio en el que se baña.

9
François Béguin. “la Máquina de curar” in Les machines à guerir. París: Pierre Mardaga, 1979, p.
41.
13

II
1. Una época está constituida por “enunciados que la expresan” y “visibilidades que
la ocupan”10. Se caracteriza por lo que se puede decir sobre lo que puede verse; por
tanto, en definitiva: por la manera singular como el conjunto de los dispositivos
componen los enunciados y la visibilidad. Los dispositivos fabrican un a priori
histórico de lo que es posible, y la ruptura en la estructura (estrategia) de ese a priori
señala un cambio de época. Los dispositivos actualizan, efectúan, regímenes de
enunciados y regímenes de visibilidad en función de las condiciones históricas
siempre móviles. Sin esta formalización de las fuerzas cambiantes, no habría épocas
sino un devenir puro, un flujo indeterminado, un enfrentamiento caótico. Una época
es a la vez el estado de las relaciones de fuerzas informales, y la formalización de ese
estado por una serie de dispositivos concretos; y los dos niveles no cesan de influirse
recíprocamente.
Un cambio de época no corresponde pues tanto a una modificación de lo que
se dice, de lo que aparece, de lo que se hace, sino de lo que es posible decir, ver,
hacer. “Lo que Foucault espera de la Historia es esa determinación de los visibles y
de los enunciables de cada época, que están más acá de los comportamientos y las
mentalidades, las ideas, puesto que los hacen posibles”11. Un cambio de época
corresponde a un salto cualitativo cuando el esquema general de la aplicación del
poder se ha torcido a tal punto, o se ha destorcido, que se vuelve irreconocible por sí
mismo. Hay salto cuando los regímenes de visibilidad y de enunciados cambian de
una manera coherente en muchos grandes dispositivos a la vez. Ilustremos estas
rupturas con el ejemplo no foucaultiano del zoológico. En la época de las jaulas de
fieras del siglo XIX, teníamos un régimen de visibilidad que rebotaba entre la plancha
anatómica y la exhibición de monstruo, con el régimen de enunciados biológico de la
zoología y su contrapunto teratológico. En la época “moderna”, cuyo modelo es el
zoológico de Vincenne en los años 1930, tenemos un régimen de visibilidad basado
en el exotismo colonial y la pedagogía popular, y un régimen de enunciados que
reposa sobre el estudio del animal viviente, la etología. En la época contemporánea,
tenemos un régimen de visibilidad que se afinca en la salvaguardia y la edificación de
la naturaleza, y el régimen de enunciados ecológico del tipo “desarrollo sostenible”.
Estos regímenes no se reemplazan pura y simplemente; ellos se superponen pero una
época se caracteriza por sus regímenes de actualidad.
2. Toda modificación de un dispositivo produce una modificación de la
materia administrada por el dispositivo. Puesto que un dispositivo es una máquina de
afectar de una manera particular a fuerzas por medio de otras fuerzas, si la forma de
un dispositivo cambia, las fuerzas que manipula no afectarán más ni serán ya
afectadas de la misma manera. Ahora bien, los individuos y las masas son investidos
en cuerpo y alma por las tecnologías de poder. En la medida en que sus cuerpos y sus
discursos son producidos, redistribuidos, según regímenes de enunciados y de
visibilidad precisos, su alma –esa que Foucault define como “el correlato actual de
cierta tecnología del poder sobre el cuerpo (…) existe, tiene una realidad que está
producida permanentemente en torno, en la superficie y en el interior del cuerpo por
el funcionamiento de un poder”12– es producida, o al menos remodelada, siguiendo
normas funcionales propias de un dispositivo y de una época.

10
Gilles Deleuze. Foucault. p. 76.
11
Ibid., pp. 76-77.
12
Michel Foucault. Vigilar y castigar. Buenos Aires: Siglo XXI, 1976. p. 20 del .pdf
14

Estas normas funcionales son claramente, primero, formas de cuerpos y


formas de discursos; pero, en la articulación entre las dos, esas normas producen
almas, formas de sujetos, normas de comportamientos en tanto que son interiorizadas.
Hay formas de sujetos que corresponden a cada dispositivo y a cada época de ese
dispositivo. Por ejemplo, el sujeto delincuente es una forma de sujeto propio de la
prisión moderna. Pero la prisión, y más ampliamente el dispositivo carcelario, han
cambiado profundamente desde hace dos siglos. Según la finura de la rejilla de
lectura histórica utilizada, se puede pues determinar saltos cualitativos, cambios de
umbrales que corresponderían cada uno a un cambio de época. Dicho de otra manera,
si nos fijamos en el sujeto “delincuente” habría diferentes épocas de delincuencias, o
más bien formas de delincuencia que hacen época, así como hay formas de
dispositivos que hacen época. Por ejemplo, el dispositivo carcelario conoció una
importante mutación a partir de los años setenta que es correlativa de una mutación de
la forma delincuencia, es decir a la vez: de los discursos sobre la delincuencia, de la
administración de los cuerpos de los prisioneros-delincuentes, y por tanto de los
modos de sujetamiento de la delincuencia; en otras palabras: de las maneras de vivirse
como sujeto delincuente. Los años setenta veían desarrollarse el medio abierto que
corresponde a una extensión de la prisión hacia el tejido social. Esta extensión del
continuo carcelario corresponde a un diferencial de poblaciones y de tratamientos más
finos. Es necesario entonces desarrollar técnicas finas de distinción entre los
“recuperables” y los “irrecuperables”. Por esto un doble proceso de patologización:
a) psiquiátrico extremo de los “irrecuperables” (del tipo delincuentes sexuales); y b)
social, difuso, de los “recuperables”. Los pequeños delincuentes se vuelven
“culpables-víctimas”, individuos deficientes que es necesario no tanto castigar como
tratar o volver a curar. El toxicómano es el paradigma de esta delincuencia como
forma situada, clasificada, patologizada e inofensiva.
De este modo, una época se define por formas de visibilidad y de los
enunciados; pero ella aparece igualmente en la bisagra entre enunciado y visibilidad
en tanto que valoriza, anima y hace posibles ciertos comportamientos, algunos ethos;
al mismo tiempo que desvaloriza, desanima o hace imposible otros. Hay una historia
de los sujetos estrechamente ligada a la historia de los dispositivos; y esta se
desenvolverá en tanto que ellos son dominados o en tanto que se resisten. E
inversamente, la participación de los sujetos como colaboradores, o como resistentes,
puede tener una influencia importante sobre las tácticas de adaptación de los
dispositivos y, por qué no, sobre las estrategias de la época.
3. Periodizar la evolución de los dispositivos debe permitir dar una
inteligibilidad a la historia, sin pasar por trascendencias que no explican nada. Se
dibujan así esquemas de evolución. Se aclara la actualidad y se trazan líneas
hipotéticas hacia nuestro futuro próximo. Existen diferentes escalas de periodización
en épocas: –a nivel de los dispositivos y de sus modos de sujetar; –a nivel de las
tácticas, diagramas o esquemas de poder; y –a nivel de las estrategias o de las
máquinas abstractas. Cada una conlleva apuestas filosóficas y políticas diferentes.
Hay diferentes épocas de la prisión, del hospital, de la escuela. Existe toda esa
historia de los dispositivos que producen una época particular de la aparición y del
tratamiento de una objetividad. Por ejemplo, existe una época del asilo, una época del
hospital psiquiátrico y una época de la psiquiatría de sector y de la psicoterapia
trivializada, que se superpone a las anteriores, a partir de los años setenta. Estas
épocas del dispositivo psiquiátrico corresponden para el asilo a una época del loco
encerrado y relativamente abandonado; para el hospital psiquiátrico a una época del
enfermo mental encerrado y tratado; y finalmente, para la última a una época del
15

paciente-cliente “sano”, pero al que se le trata la inadaptación. (Las tres instancias


cohabitan, pero la aparición de una nueva capa define una nueva época).
Y a un nivel más alejado, existe una historia de la coherencia de un conjunto
de dispositivos que expresa una modalidad general de la aplicación del poder. Época
de antiguo régimen, donde el poder se aplica esencialmente con ostentación y con
violencia, de arriba hacia abajo, según procedimientos de toma previa. Época
disciplinaria, donde el poder se aplica con más discreción, con más regularidad, con
miras a la eficacia máxima de la producción. Época actual de la sociedad de control,
donde el poder cada vez más integrado, tiende a ser aplicado y reivindicado por el
conjunto de los sujetos-colaboradores. (De la misma manera estas épocas se
superponen, se combinan, pero cada vez hay modificación de la componente
principal).
En fin, a otro nivel aún más amplio, pero más allá de los otros dos, hay una
periodización de las grandes máquinas abstractas, de las grandes unidades de la
microfísica del poder, de las épocas que reagrupan estados de relaciones de fuerzas
equivalente, maneras particulares de afectar y de ser afectado. Como lo dice Deleuze,
hay un diagrama griego que se expresa en una luz griega, y un discurso griego, una
sociedad griega. Así mismo hay un diagrama romano, un diagrama feudal, etc.
Pero de hecho, distinguir diagramas informales es siempre ya formalizarlos.
Pues “en este sentido el diagrama se distingue de los estratos [como antes las
formalizaciones en regímenes de enunciados y de visibilidades]; sólo la formación
estratificada le proporciona una estabilidad que de por sí no posee; en sí mismo el
diagrama es inestable, agitado, cambiante”13. Repitámoslo; rigurosamente no hay
historia de las relaciones de fuerzas informales, sólo hay un devenir mutante, una
emisión de singularidades, de puntos singulares. Más acá de las periodizaciones que
dicen lo que ha sido y que dibujan las probabilidades de que debe advenir, el devenir
no cesa de lanzar los dados, no deja de rebasar la historia, de romper las
formalizaciones, de fisurar los dispositivos. No para de introducir acá lo
indeterminado, el azar, lo singular, lo imprevisible, el acontecimiento, en suma: la
libertad.

13
Gilles Deleuze. Foucault. p. 114.
16

La “gubernamentalidad”
Lectura de Michel Foucault, Seguridad, Territorio, Población. Curso en el Colegio de
Francia, 1977-1978.14
Cada nueva aparición de un curso de Foucault en el Colegio de Francia actúa
como un estimulante para los que trabajan sobre su pensamiento. Un estimulante más
o menos violento según su densidad, según que el curso tenga que ver con un dominio
que se estudia, o también según los nuevos elementos que aporta. “Seguridad,
territorio, población” es un curso extremadamente rico que trata de cuestiones muy
en boga: las técnicas “post-disciplinarias”. Pero sobre todo, el curso de 1978 es la
última formulación de la concepción del poder en Foucault, antes del paso al gobierno
de sí en los años 1980. Se encuentra en él un cierto número de conceptos nuevos
como el de “dispositivo de seguridad”, de normación/normalización, y sobre todo el
de gubernamentalidad. Estos conceptos son nuevos en la época pero, de una cierta
manera lo siguen siendo todavía, es decir que han sido muy poco utilizados
explícitamente por la tribu abigarrada de los foucaultianos desde hace veinticinco
años. Todo ocurre como si su estatuto de simples palabras (a pesar de todo, grabadas
en cintas y anotadas) no les permitiese existir como conceptos oficiales, lo que sólo su
actual publicación les permitiría. Sin embargo se puede apostar que funcionan más o
menos implícitamente en muchos pensamientos como los de Robert Castel (la
Gestión del riesgo, 1981) o de Gilles Deleuze (“Post-scriptum sobre las sociedades de
control”, 1990). No estamos seguro que este trabajo subterráneo sea menos eficaz
que la oficialización en un ambiente de beata conmemoración.
Foucault forja el término de gubernamentalidad por derivación de “gobierno”,
añadiendo un sufijo que expresa el carácter general. Gramaticalmente, la
gubernamentalidad es la esencia del gobierno. Más precisamente, Foucault afirma
que él quiere hacer como una “génesis”15 de la gubernamentalidad moderna. Para ello
se remonta hasta la pastoral hebraica donde encuentra prácticas de dominación de los
comportamientos que son específicas y heterogéneas de la soberanía, por no decir de
la disciplina, las que precisamente le van a permitir definir la gubernamentalidad
moderna en su especificidad. Constata que en la pastoral hebraica, “el poder del
pastor se ejerce esencialmente sobre una multiplicidad en movimiento” (p. 154). No
es un poder que se ejerza sobre un territorio sino sobre una masa de individuos que el
pastor debe conducir a alguna parte, la tierra prometida por ejemplo. Además, ese
poder es bienhechor. El pastor tiene esencialmente por objetivo la salvación del
rebaño, lo que no es el caso del Soberano. Es un poder de vigilancia, de guardia
discreta claramente opuesta al fasto soberano. Finalmente, el poder pastoral es
individualizador, por la enumeración y el cuidado de cada una de las ovejas; pero es
masificador al mismo tiempo. El pastor se ocupa de todos en interés de cada uno, y
de cada uno en el interés de todos. Por eso la paradoja del pastor –“Omnes et
singulatim”– que conduce a la intrincación de nociones contradictorias: Sacrificio del
pastor, sacrificio de un individuo en provecho del rebaño, abandono del rebaño en
caso de tener que buscar a una oveja extraviada.
El pastorado conoce profundas mutaciones en el siglo XVI, pero –según
Foucault– no hay desaparición del pastorado de las almas, ni transferencia masiva de
la Iglesia hacia el Estado: “Ha habido de hecho intensificación, multiplicación,

14
Publicada en Cahiers Critiques de Philosophie, nº 1, Universidad París VIII, junio de 2005.
15
Michel Foucault (2004). Seguridad, territorio, población. Curso en el Colegio de Francia 1977-
1978. Buenos Aires: Fondo de cultura económica, 2006. p. 393. De acá en adelante se indicará entre
paréntesis la página del curso luego de cada cita.
17

proliferación general del tema y de las técnicas de la conducta” (p. 268). Foucault
señala pues en el tema de la pastoral, técnicas de ejercicio del poder heterogéneas a la
soberanía clásica que formarán como la matriz de los componentes esenciales de lo
que él llama la gubernamentalidad moderna. Este tipo de poder es esencialmente
analítico, dinámico, continuo, intrínseco, vigilante y benévolo.
“Luego” del tema del pastoreo, Foucault aborda el desarrollo en los siglos XVI
y XVII de las artes de gobernar a través de lo que él llama la literatura anti-
Maquiavelo. Indica tres oposiciones esenciales que distinguen los consejos al
Príncipe aún clásicos, y la aparición de una concepción nueva de lo que es gobernar.
Primero, en Maquiavelo, el Príncipe es exterior a su principado <p. 115>. Él no hace
parte de él; lo adquiere por herencia o conquista. Lo dirige desde arriba y desde
afuera. Por el contrario, gobernar puede decirse de la familia, de la escuela, del
dominio, de las almas, etc. Y todos esos gobiernos se relacionan los unos con los
otros. Por esto la idea de un gobierno múltiple e interior, inmanente a la sociedad.
Multiplicidad e inmanencia del gobierno que se opone a la unicidad y trascendencia
del Príncipe, del Soberano. Segundo: en Maquiavelo el principado es pensado como
amenazado desde el interior y del exterior <p. 116>. ¿Por quién? Por los rivales del
Príncipe, y por la insumisión de sus súbditos. El ejercicio del poder es pues
esencialmente negativo. Se trata de impedir por medio de la astucia los peligros que
amenazan al Príncipe. Por el contrario, el gobierno consiste en administrar bien lo
que se posee sobre el modelo central de la dirección del dominio, es decir de la
economía (oikos) <p. 120>. Por esto todo el tema de la economía política, en
particular con Quesnay y la fisiocracia. El arte de gobernar se opone al arte del
Príncipe porque él es esencialmente positivo. No está ante todo girado hacia trampas
que hay que evitar sino hacia recursos que hay que desarrollar. Tercero: el poder
maquiavélico –todo el tiempo desde esta literatura anti-Maquiavelo– consiste en
conservar una relación de soberanía con un principado; esta es toda la habilidad del
Príncipe <p. 121>. El poder se ejerce ante todo sobre un territorio, del que la
población es solamente uno de los factores; el objetivo del Príncipe es conservar sus
prerrogativas, su derecho sobre ese territorio. Por el contrario, el gobierno no se
ejerce esencialmente sobre un territorio. Tampoco se ejerce esencialmente sobre
súbditos definidos por su relación jurídica de sujeción al Príncipe. Se ejerce sobre
“una suerte de complejo constituido por los hombres y las cosas” (p. 122).
La nueva reflexión sobre el arte de gobernar en los siglos XVII y XVIII se
opone al poder clásico de soberanía siguiendo tres puntos importantes: Inmanencia y
multiplicidad, es decir que el gobierno se ocupa de las cosas mismas dónde y cuándo
ellas se producen (por todas partes y todo el tiempo). Positividad: el gobierno debe
desarrollar las cosas que lo favorecen más, que impedir lo que lo desfavorece.
Naturalidad: el gobierno se aplica a las cosas en lo que tienen de naturales, es decir: a
nivel de sus procesos espontáneos, más allá de todo vínculo jurídico de soberanía y de
sujeción.
Foucault prosigue su análisis de las transformaciones de la razón
gubernamental con la ayuda de la razón de Estado que hace aparecer a comienzos del
siglo XVII y cuyo desarrollo será relativamente homogéneo hasta mediados del siglo
XVIII. Foucault llama razón de Estado a una nueva matriz de gubernamentalidad,
una nueva racionalidad en la que el príncipe y el objeto del gobierno son el Estado y
su potencia. El Estado es de alguna manera el origen y la finalidad del gobierno, es el
príncipe que gobierna y el objetivo nunca alcanzado de ese gobierno. No podemos
olvidar tres cosas que completan lo que acaba de ser dicho sobre las artes de gobernar.
Primero, la razón de Estado debe comandar, “no siguiendo las leyes” sino, si es
18

necesario, son “las propias leyes las que se deben acomodar al estado presente de la
república” (pp. 302 & 303). Con la mayor frecuencia la razón de Estado respeta las
leyes porque es lo que mejor marcha, pero si lo más ventajoso necesita una
suspensión del derecho, la razón gubernamental lo exige y eso sería entonces
“legítimo” desde el punto de vista de esa razón. Pero en este caso, la idea de
legitimidad llega a un punto de ruptura. Segundo, la razón de estado hace entrar la
gubernamentalidad, la función de gobierno, en un tiempo indefinido liberado de todo
origen y de toda finalidad definitiva, de toda escatología. Las cosas deben ser bien
administradas a medida que se van presentando, y esto interminablemente. Tercero,
el desarrollo teórico y práctico de la razón de Estado se acompaña de la elaboración
de una herramienta decisiva: la estadística <p. 320>. El “Soberano” debe ahora
conocer también los elementos reales que forman el Estado y constituyen su potencia.
Sin embargo, este modelo esencialmente urbano del Estado de policía es
criticado rápidamente. En particular desde fines del siglo XVIII, por los fisiócratas y
el advenimiento del pensamiento liberal. El problema sería que con esta racionalidad
de Estado, “estamos en el mundo del reglamento indefinido, permanente,
perpetuamente renovado y cada vez más detallado, pero nunca dejamos de movernos
en el reglamento” (p. 390). Ahora bien, la nueva gubernamentalidad que comienza a
ponerse en su sitio a fines del siglo XVIII tiene necesidad de otras herramientas
distintas a la ley y al reglamento, que sigue según Foucault “la ley en su
funcionamiento móvil” (ibidem). Siguiendo la crítica fisiocrática, luego más
ampliamente liberal, “la reglamentación de policía es inútil porque (…) hay una
regulación espontánea del curso de las cosas” (p. 394).
Esta crítica liberal del Estado de policía reactiva el tema de la naturalidad del
objeto de gobierno, o al menos da de ella una nueva comprensión y le saca nuevas
consecuencias. El enfoque estadístico, luego científico, de los fenómenos propios del
Estado permite señalar comportamientos espontáneos, mecanismos automáticos de
regulación, en suma: una naturalidad que se debe dejar actuar en cierta medida. “Será
preciso manipular, suscitar, facilitar, dejar hacer; en otras palabras, será preciso
manejar y ya no reglamentar” (p. 403). Se tratará finalmente de localizar lo que
Foucault llama mecanismos de seguridad. Precisamente, para asegurar la seguridad
de esos fenómenos “naturales” que caracterizan la actividad de los hombres contra los
abusos de soberanía o los excesos de reglamentación. Estos dispositivos establecen
nuevas relaciones con el espacio, con el acontecimiento, con la norma y con la
población. En primer lugar, Foucault define el tipo espacial en el que se aplican los
dispositivos de seguridad, en oposición con la soberanía y la disciplina. La soberanía
habría tenido ante todo que ver con un territorio que se puede visualizar como un
círculo cuyo centro es el Príncipe. La cuestión es entonces la disposición del
territorio en función del Soberano. La disciplina está en relación con una
multiplicidad de elementos que ocupan un espacio preciso. Se trata de implementar
este espacio de forma que se pueda situar precisamente cada elemento en función de
algunos criterios. Los dispositivos de seguridad están también en relación con una
multiplicidad, pero la diferencia esencial reside en la naturaleza moviente, dinámica,
casi fluida de esta multiplicidad. Un dispositivo de seguridad debe administrar flujos
que atraviesen un espacio preexistente dotado de cualidades naturales con las que se
va a necesitar jugar. Lo que Foucault llama la “serie indefinida de los elementos que
se desplazan” (p. 23). Los dispositivos de seguridad son pues sistemas de medida en
tiempo real de esos flujos “naturales” acompañados de sistemas de corte/apertura en
función de lo que ocurre.
Segunda característica de los sistemas de seguridad: la gestión del
19

acontecimiento en lo que él tenga de aleatorio. Foucault utiliza el ejemplo de la


administración de la escasez. ¿Qué ocurre en un sistema reglamentario? En lo
esencial se trata de prohibir hacer ciertas cosas por medio de leyes y de obligaciones,
y empujar a hacer algunas otras por medio de reglamentos con el fin de que el grano
no falte. Este sistema parte de un acontecimiento solamente probable de impedir (la
escasez), y fuerza a la realidad presente a no producir ese evento. Regula el presente
real sobre un futuro posible. El mecanismo de seguridad parte del análisis presente de
los fenómenos “naturales” (producción, circulación, consumo del grano), señala cómo
funcionan y busca favorecer su conducta “normal”, que también es la más ventajosa.
Este mecanismo parte pues de lo real, en un enfoque físico y dinámico de los
fenómenos sociales. De allí se deduce la regla de funcionamiento y se despliega el
máximo de libertad de acción. “Es a la vez un análisis de lo que ocurre y una
programación de lo que debe acontecer” (p. 46).
Tercera característica de los dispositivos de seguridad: una nueva concepción
de la norma y de la normalización. Para Foucault, en un sistema disciplinario, uno no
puede hablar realmente de normalización, sino más bien de normación. La disciplina
parte de una norma funcional pre-existente y aplica esta norma a una multiplicidad
artificialmente producida o reunida. La norma de seguridad funciona de manera
completamente diferente. No precede la normalización. Se trata ante todo de
establecer una distribución de caso en una población. De esas estadísticas, se puede
deducir la norma (comprendida como media) que tiene curso en esa población. No se
tiene de un lado enfermos y del otro no-enfermos, o de un lado alumnos buenos y del
otro malos, sino que cada caso puede ser evaluado con respecto a un coeficiente de
normalidad según cada plaza en una multiplicidad. Por ejemplo, un coeficiente de
morbidez según la edad, la profesión, la situación geográfica, etc. El objetivo es
entonces acercar las situaciones desfavorables de las situaciones más favorables.
Finalmente anotemos como última característica esencial de los dispositivos
de seguridad: definen un nuevo “personaje”, un nuevo objeto político que es la
población. La población comprendida ya no como una colección de sujetos cuyas
voluntades hay que manipular sino como un conjunto de procesos físicos “naturales”
sobre los que se puede actuar de todas las maneras posibles (leyes y reglamentos por
supuesto, pero también hábitos, modos de vidas, acciones sobre el medio, salubridad,
fluidez de las circulaciones, etc.). En resumen, gobernar una población es actuar
sobre todas las variables que guían su comportamiento general16.
Foucault distingue pues tres “economías de poder”, tres tipos de ejercicios del
poder, o también tres racionalidades del poder. 1/ un tipo jurídico que le marcha a la
ley, comprendida como la repartición binaria que indica los actos prohibidos y los
castigos que les corresponden. El dispositivo central de aplicación de la ley es el
juicio. Su personaje es el Soberano. Este tipo caracteriza, según Foucault, los
Estados de Justicia que tienen como componentes principales una territorialidad
feudal y la ley que allí se aplica. 2/ un tipo disciplinario que marcha según la regla y

16
Es necesario anotar el gran desplazamiento conceptual que se opera en la noción de disciplina. En
Vigilar y castigar, la disciplina representa claramente ese tipo de poder “monástico” y militar que
estaba presente y que claramente se perfeccionó antes de la prisión moderna; pero ella representa sobre
todo una renovación profunda de las apuestas de esa disciplinariedad arcaica en el siglo XIX. Es toda
la actualidad de Vigilar y castigar con respecto a los mecanismos de poder que se desarrollan en los
años 1970. Esta oposición es clara (Siglo XXI, pág. 274) en el pasaje del siglo XVIII al XIX, de una
disciplina-bloque de excepción, negativa, cerrada, estática, a una disciplina-mecanismo de vigilancia,
positiva, difusa y dinámica. Se puede decir de una manera un tanto rápida que Foucault llama ahora
“dispositivo de seguridad” a la especificidad de lo que se inventa en el siglo XIX, que entonces llamaba
disciplina.
20

que pasa por toda una serie de prácticas que funcionan en torno al tipo jurídico:
“antes” del juicio, técnicas de vigilancia, de diagnóstico, de experticia…; “después”
del juicio, técnicas diferenciadas de corrección. El dispositivo central de
funcionamiento de la regla es el espacio cerrado y cuadriculado (cuartel, prisión,
hospital, asilo, e incluso ciudad, en cierta medida). Su personaje es el guardia. Este
tipo caracteriza los Estados administrativos con una territorialidad de fronteras y con
reglamentos que la organizan. 3) un tipo seguritario que funciona según la
regulación, entendiendo por tal: el pilotaje en tiempo real de un flujo, en función de su
estado. El dispositivo central es el aparato de corte/abertura de los débitos. Su
personaje es el ingeniero. Este tipo caracteriza los Estados de gobierno con una
población-masa, y las modulaciones que la regulan.
Se tendría en este último pensamiento de Foucault sobre el poder (excluyendo
las últimas elaboraciones del poder de sí sobre sí mismo) una matriz de base de tres
términos: la ley, la regla, la modulación. La ley como punto fijo del soberano; la
regla como movilidad de la ley que caracteriza el funcionamiento disciplinario; y la
modulación como fluidez de la norma en la regulación seguritaria. La ley está fija en
su principio. La regla cambia pero guarda una cierta fijeza. Ella es en sí misma
estática pero puede y debe ser modificada regularmente. Por el contrario, con la
modulación continua, el tratamiento del objeto del poder se adapta en tiempo real a lo
que ocurre verdaderamente. Se reencuentra una concepción de la modulación muy
cercana a lo que Deleuze llama “sociedad de control”, pero llama mucho lo atención
ver que Foucault coloca el acta de nacimiento de esas tecnologías de control en el
siglo XIX, por no decir incluso: a fines del siglo XVIII.
Foucault precisa que no es pertinente hacer un recorte histórico estricto que
aislara estas tres economías. La disciplina no reemplaza la soberanía, y no es
reemplazada por la seguridad o la biopolítica liberal. “Pero lo que va a cambiar es
sobre todo la dominante, o más exactamente, el sistema de correlación entre los
mecanismos jurídico-legales, los mecanismos disciplinarios y los mecanismos de
seguridad” (p. 23). Las tecnologías de seguridad aparecerán como una reactivación y
una transformación de las técnicas jurídicas y disciplinarias, pero siguiendo sus
tácticas propias. Se podría también hablar de reconfiguración de los componentes
tecnológicos que representan la soberanía y la disciplina dentro de esquemas
esencialmente seguritarios, o de biopolítica liberal.
También se puede expresar esta tripartición según diferentes tipos de
codificacion: la ley codifica sobre todo lo que es preciso no hacer, la interdicción. La
disciplina codifica a su vez lo que es necesario hacer, y toma entonces la forma de la
obligación. Y la seguridad regula todo lo que ocurre tal como ocurre. No codifica las
cosas sino más bien la acción correcta sobre lo que acontece para favorecer sus
aspectos favorables. Es más: ella no codifica verdaderamente la acción puesto que
esta debe adaptarse en tiempo real a lo que ocurre en virtud del principio de
autorregulación. Se podría quizás decir que codifica las relaciones dinámicas entre
acciones de gobierno y objetos gobernados. La modulación como correlaciones
retroactivas e interactivas de la máquina social teniendo como horizonte la gran
cibernética de la “sociedad de control”. Castel, Lyotard, Deleuze y muchos otros nos
han ya dicho muchas cosas sobre esta cibernética; otros además han utilizado a
Foucault para cantar sus elogios. Entonces, si los conceptos de “gubernamentalidad”
y de “dispositivo de seguridad” deben hoy ser oficializados, que sea para empujarlos
más allá de lo que ya han producido, hacia un anti-funcionalismo incandescente, más
bien que hacia una crítica social-demócrata blanda, o una celebración cínica del
neoliberalismo. Desconfiemos siempre de los foucaultianos.
21

Foucault y las pasiones

¿De dónde vienen las pasiones?


La pasión y las pasiones no están conceptualizadas en tanto que tales en la
obra de Foucault. Necesitamos pues reconocer su presencia bajo formas desviadas.
Por lo demás se tratará tanto de las pasiones en el sentido antiguo como pathos
(acción del cuerpo y pasividad del alma en Descartes) como de la pasión en el sentido
moderno (una energía que domina la vida del espíritu por su permanencia, su
obstinación, su intensidad). La primera fuente de pasión en Foucault reside en la
transgresión como ethos, como manera de ser del siglo XX ligada al tema de la
muerte de Dios, de la borradura de lo sagrado, y por tanto del sacrilegio. Habría esta
suerte de pasión del siglo que nace en la experiencia nueva y difractada de la finitud y
del límite. “La transgresión es un gesto que concierne al límite (…) El juego de los
límites y la transgresión parece estar regido por una obstinación simple: la
transgresión franquea y no cesa de traspasar una línea que detrás de ella pronto se
cierra”17. Este gesto, este juego con el límite, está ligado a un afecto de éxtasis, a la
vez violento e indeterminado, porque roza sin cesar lo ilimitado y lo indecible; “el
momento en que el lenguaje llegado a sus confines hace irrupción fuera de sí mismo,
explota y se cuestiona radicalmente en la risa, las lágrimas, los ojos agitados del
éxtasis”18. La transgresión es finalmente el encuentro siempre abortado, y siempre
repetido con la muerte. Esa relación que es también una no-relación de la vida con
una muerte que le es co-extensiva y que es también su último límite. Los temas del
límite, del exceso y de la muerte, trabajan toda la obra de Foucault, incluso si
posteriormente se alejarán del tema de la transgresión.
Otro lugar de nacimiento de lo que se podría llamar pasiones se sitúa en la
relación con el poder. En “la Vida de los hombres infames”, texto sobre actas de
denuncias en registros de internamiento del siglo XVIII, Foucault queda conmovido
por esos relatos excesivamente breves de existencias de repente iluminadas. “Del
choque producido entre esos relatos y esas vidas, surge para nosotros todavía hoy un
extraño efecto mezcla de belleza y de espanto”19. Esas vidas comunican aún esa
extraña energía porque ellas mismas eran vidas ardientes (por maldad, villanía,
bajeza, empecinamiento), vidas excesivas para su entorno, aunque lo más a menudo
sólo se han hecho notorias por esos minúsculos desarreglos. Pero, para que esas vidas
a la vez intensas y minúsculas lleguen hasta nosotros, se ha requerido que fueran
iluminadas por otra cosa. “Lo que las arrancó de la noche en la que habrían podido, y
quizá debido, permanecer, fue su encuentro con el poder”20. Se puede pensar que
para Foucault, no hay finalmente ni intensidad ni energía en estado libre, salvaje. “El
punto más intenso de estas vidas, aquel en que se concentra su energía, radica
precisamente allí donde colisionan con el poder, luchan con él, intentan reutilizar sus
fuerzas o escapar a sus trampas”21. No hay que olvidar que los dispositivos de poder
no son esencialmente represivos; son ante todo productores. Son “mecanismos
positivos, productores de saber, multiplicadores de discurso, inductores de placer y
generadores de poder”. En particular, el ejercicio del poder disciplinario en los
procedimientos de examen (médico, psiquiátrico, judicial) producen una erotización

17
Michel Foucault. “Prefacio a la Transgresión”, tr. de Victor Florian, profesor titular de la
Universidad Nacional de Colombia, Departamento de filosofía, sede Bogotá. pp. 3-4 del .pdf
18
Ibid., p. 11 del .pdf
19
Michel Foucault. “Vida de los hombres infames”. in ibid. La Plata (Arg.): Caronte, p. 122 del .pdf
20
Ibid., p. 123 del .pdf
21
Ibid., p. 124 del .pdf
22

de los cuerpos. Ser observado hasta en los menores detalles, ser tocado, palpado,
penetrado, pero también tener que hablar de sí mismo, de su más profunda intimidad,
ser escuchado con atención, que todo esto sea escrupulosamente anotado, conservado,
clasificado, comparado… Todo esto hace entrar en “las espirales perpetuas del poder
y del placer” “Placer de ejercer un poder que cuestiona, vigila, acecha, espía, esculca,
palpa, saca a la luz; y por el otro lado, placer que se enciende por tener que escapar a
ese poder, huirle, engañarlo o travestirlo”. Finalmente, de una forma más amplia, el
ejercicio del poder es una manera de disponer un campo de fuerzas. Se trata de
programar en el espacio y en el tiempo qué fuerza actuará sobre cuál otra. El poder es
siempre afectivo. Organiza la producción de afectos, es decir las relaciones de
afecciones entre las fuerzas; qué fuerza es afectada, por cuál otra fuerza, según qué
modalidad, qué intensidad… Un dispositivo de poder es un diagrama de organización
de la espontaneidad y de la receptividad, de la formación y de la adaptación, de la
actividad y de la pasividad, en suma: de las acciones y de las pasiones.
Finalmente, otra dimensión del poder es concebible, más acá de la exterioridad
de las relaciones de fuerzas; la del ejercicio del poder sobre sí mismo. Esta dimensión
ocupa los últimos trabajos de Foucault en torno a la noción ética de cuidado de si.
Emancipa al ascetismo de la simple represión de los deseos y lo conduce a su
dimensión griega de ejercicio sobre sí mismo. Ahora bien, ese ejercicio, esa
elaboración de sí mismo en un modo de vida singular pasa por una creación, una
intensificación de los afectos. La relación consigo mismo desprende intensidades,
una energía específica que ya no es extensiva –es decir dependiente del exterior y por
tanto de los dispositivos–; es el sujetamiento, pero inmanente, intensivo. En la
relación de fuerza consigo misma, en el trabajo de sí consigo mismo, hay una auto-
producción de afectos singulares que Foucault llama subjetivación.

¿Qué significa conocer una pasión?


Una primera forma de conocimiento de las pasiones aparece en el tratamiento
de las intensidades desprendidas por los dispositivos disciplinarios. Los
procedimientos de examen no se contentan con hacer aflorar afectos. En el mismo
movimiento, los solidifican, los nombran, los clasifican y los incorporan al sujeto,
haciendo que confiesen como la verdad fundamental de sus deseos, de sus tendencias.
La mirada médica clínica –de la que se puede decir que es el prototipo de los
procederes de análisis de las ciencias del hombre y de las prácticas de examen que las
acompañan– esa mirada es siempre, a la vez, una potencia que hace visible y que hace
decible su objeto. Penetra la profundidad del cuerpo, y lo da a ver diciendo lo que ve.
Produce una “correlación perpetua y objetivamente fundamentada entre cada sector de
lo visible y un elemento enunciable”22. De una manera más general, el examen
formaliza las sensaciones y los placeres móviles que suscita, gracias a formaciones
discursivas que los clasifican, los incorporan y hacen de ellos pasiones previstas,
conocidas, inofensivas que los sujetos tienen que asumir como alejamientos de la
norma. De una cierta manera, la palabra pasión bien podría quedar limitada a las
especies afectivas que el poder suscita y que el saber integra. Una pasión sería la
formalización por parte del saber de las intensidades informales que emanan de las
relaciones de poder microfísicas. Finalmente, el poder sólo conoce las pasiones que
él produce.
Frente a este saber de los deseos, de los placeres, de las pasiones que producen
los dispositivos de poder, uno puede esperar que haya una forma de conocimiento

22
Michel Foucault (1963). Nacimiento de la clínica. México: Siglo XXI, 1966. p. 164.
23

ético constituido por el sujeto sobre sí mismo, un saber propio sobre sus intensidades
propias. Es el tema, caro a los años setenta, de la experimentación. Evidentemente,
experimentar, esto no significa en absoluto el retorno a la experiencia originaria, a un
zócalo natural recubierto por la sociedad. Experimentar es pensar, es decir:
enfrentarse con los límites del lenguaje y de la mirada normativos que definen lo que
nos es posible conocer y vivir. En la dimensión del saber “pensar es hacer que ver
alcance su límite propio, y hablar el suyo (y) pensar se hace entre-los-dos, en el
intersticio o la disyunción del ver y del hablar”23. Y se puede pensar en las
intensidades que se requieren para aplaudir el enlace normativo de lo visto y de lo
dicho, o inversamente en las intensidades que brotan cuando se liberan palabras sin
referentes y cosas sin nombres.

¿Es la pasión una forma de conocimiento?


En primer lugar, la pasión es un conocimiento en tanto que verdad del poder.
Las pasiones, los deseos, los afectos formalizados, constituyen un saber del que los
individuos son a la vez los sujetos y los objetos. Ahora bien, ese saber entraña efectos
de poder, en particular en tanto que determina el valor de un discurso en un campo
disciplinario. Los afectos formalizados son los nombres regulares por los que es
necesario pasar para tomar la palabra en un campo discursivo. Por ejemplo, en el
siglo XIX, la psiquiatría naciente busca constituirse como disciplina autónoma. Para
hacerlo, se apodera de crímenes excesivos y sin móviles, incomprensibles y por tanto
difíciles de juzgar, para investir el dominio judicial y conquistar así su legitimidad.
Integra los discursos y los actos de esos criminales en la noción de monomanía
homicida que se vuelve un ábrete sésamo obligatorio para todo discurso sobre esos
fenómenos que se reclaman de la psiquiatría. Ya se busque apoyar o refutar esa
noción, es necesario pasar por ella hasta 1870. Se vuelve una categoría psiquiátrica
que delimita, por un tiempo, la legitimidad de los discursos “científicos” sobre la
locura criminal. De este modo, la pasión es una forma de conocimiento en la medida
en que hay, en Foucault, un primado del poder sobre el saber, es decir que el
conocimiento es siempre una integración de las relaciones de fuerzas, que el saber es
una formalización de los afectos que se desprenden de las relaciones de poder.
Pero no existe solamente la verdad del poder; también existe “el poder de la
verdad”. Por una parte, conocer los mecanismos sociales de sujetamiento, es decir los
que nos amarran a un carácter, una personalidad, un modo de vida; pero también
problematizar el funcionamiento de esos mecanismos, es ya comenzar a liberarse de
ellos, a liberar intensidades que permitan verdaderas experimentaciones. “En realidad
lo que quiero hacer (…) consiste en efectuar una interpretación, una lectura de cierto
real, de tal manera que, por un lado, la interpretación pueda producir efectos de
verdad y, por otro, esos efectos de verdad puedan convertirse en instrumentos dentro
de luchas posibles”24. E inversamente, la experimentación de los límites de su cuerpo
y de su pensamiento, la intensificación de su deseo o de sus placeres (no zanjemos
acá), produce necesariamente conflictos, puntos de ruptura, resistencias con los
dispositivos en los que estamos agarrados.
La experimentación y la problematización permiten golpearse con las fronteras
de los dispositivos, de recorrer sus límites, de experimentar sus rodamientos, y por
tanto de construir un saber, técnicas de resistencia a los sujetamientos, y un

23
Gilles Deleuze. Foucault. p. 102.
24
Michel Foucault. “Precisiones sobre el poder; respuestas a algunas críticas” in el Poder, una bestia
magnífica. Buenos Aires: Siglo XXI, 2012. p. 122.
24

conocimiento de sabotaje de los mecanismos disciplinarios o de control. Para decirlo


de otra manera: la problematización de nuestra actualidad permite desprender
intensidades y la experimentación de esas intensidades produce un saber crítico y un
modo de existencia singular.

¿Existen buenas y malas pasiones?


Habría ante todo pasiones de sujetamiento. Las “malas” pasiones serían las
que nos amarran a una identidad, a una subjetividad, así como las que nos ligan a un
cuerpo, a una salud, a una sobrevivencia, que son producciones del biopoder. Son los
conocimientos y las prácticas, los deseos y los hábitos, que fabrican nuestro modo de
vida siguiendo las necesidades funcionales de los diferentes dispositivos en los que se
participa. Foucault no es sistemático y no se podría pues hacer una lista de los deseos
o de los miedos que serían necesariamente pasiones de sujetamiento, por la buena
razón de que las normas son múltiples, locales y cambiantes. Dependen de las
situaciones y de las configuraciones históricas. Sin embargo, se puede tratar con
ligereza de describir algunas de ellas. Existirían primero las pasiones extensivas.
Serían por ejemplo los deseos de consumo de cosas que no dependen de nosotros o
también los hábitos heredados de modelos exteriores: de la escuela, del ejército, de la
fábrica (o de la oficina), pero también del espectáculo generalizado. Estos deseos y
estos hábitos culminan en una lógica del interés que nos subyuga a las racionalidades
funcionales de los dispositivos. Estamos siempre entrampados por una pasión
orientada sobre nuestro propio interés25. Estarían igualmente los miedos ligados al
funcionamiento biopolítico: miedo de la incomodidad, miedo por la anormalidad,
miedo de la enfermedad y de la muerte. Los miedos suscitados por los dispositivos de
gestión de la vida convierten a estos dispositivos casi en indispensables. Suscitan
reivindicaciones como el “derecho al placer”, el “derecho a la salud”, el “derecho a la
vida”… Por estas pasiones de la sobrevivencia confortable, los individuos son
llevados a reclamar su propia sujeción.
Inversamente, existirán pasiones de la libertad. Una “buena” pasión sería una
tendencia que abre horizontes teóricos y prácticos, que libera posibilidades de
existencia. Sería una forma particular de curiosidad, “esa única especie de curiosidad,
por lo demás, que vale la pena practicar con cierta obstinación: no la que busca
asimilar lo que conviene conocer, sino la que permite alejarse de uno mismo”26. Las
prácticas de liberación pasan por un encarnizamiento contra las evidencias, una
perpetua evaluación crítica de lo que se presenta como valores naturales, siempre ya
dados. “Hacer la crítica es convertir en difíciles los gestos demasiado fáciles”27. La
pasión de la curiosidad y de la crítica no busca en absoluto racionalizar o mejorar su
propio comportamiento en función de las exigencias de los dispositivos sociales; ella
es esta disposición propiamente ética y filosófica de duda, de ruptura, de detención, de
desprendimiento para volverse a recuperar en la experimentación continua de sí
mismo. Desde este punto de vista, es propiamente inútil. Aunque muy rápidamente,
versiones sosas de estos afectos experimentales nutren los procesos de innovación
necesarios para la adaptabilidad de los dispositivos sociales.

25
El problema no es esencialmente este interés, sino más bien el hecho de que él se vuelva una pasión.
26
Michel Foucault. Historia de la sexualidad 2: el uso de los placeres. Madrid: Biblioteca Nueva,
2012, p. 14.
27
Michel Foucault. ¿Es pues importante pensar? in P. Veyne, Michel Foucault, su pensamiento su
persona. tr. Paláu, Anexo 37, Medellín, julio – diciembre de 2008. p. 269.
25

¿Una pasión puede ser objeto de qué género de cuidados?


Habría un primer tipo de cuidado en relación con la transgresión. Primero, un
cuidado “estético”; no darle a la transgresión un lenguaje tal como la dialéctica lo ha
sido para la contradicción (el trabajo de lo negativo) sino “tratar de hablar de esa
experiencia y hacerla hablar en el hueco mismo de la extinción de su lenguaje”28.
Segundo, un cuidado “político”: proteger, restituir la dimensión absoluta de la
“pasión” de o en la resistencia. “El movimiento por el cual un hombre solo, un grupo,
una minoría o un pueblo entero dice: “No obedezco más” y echa en la cara de un
poder que estima injusto el riesgo de su vida –ese momento me parece irreductible.
(…) porque el hombre que se levanta finalmente no tiene explicaciones 29”. Se trata
de no subyugar la irrupción de la pura transgresión, de la resistencia total, a las
categorías psicológicas, políticas, o incluso históricas. De una manera relativamente
próxima, habría un cuidado propio de las intensidades que se perciben, y que consiste
en conservar su incandescencia, su acidez, la de las organizaciones de saber, de poder
o de subjetividad30.
En fin, el último movimiento del pensamiento de Foucault analiza el tipo de
preocupación propiamente ética que uno puede aportar a sus deseos, a sus
intensidades propias. En primer análisis, Foucault moviliza una ascesis de tipo
antiguo: “un ejercicio de sí sobre sí mismo por el cual uno intenta elaborarse,
transformarse y acceder a un determinado modo de ser.”31. Sin embargo, no hay
porque subsumir la ética de Foucault en la ética greco-romana. La utilización de esa
ética sirve para hacer aparecer el cuidado de sí como práctica de la libertad, en
oposición con la ascesis cristiana; pero, por ejemplo, los temas de la rarefacción de los
deseos, o del dominio de sí y de sus pasiones, no es la única manera de elaborarse; no
es mas que una ascesis particular. ¿A qué se parecería un cuidado de sí, una ascesis
actual? Es precisamente la cuestión que Foucault plantea y deja en suspenso. Lo
único que hace es sugerir que se parecería ciertamente a una moral de la incomodidad,
a un abundamiento de singularidades. No se trata ciertamente de un regreso a
singularidades puras y salvajes (seguimos estando enganchados en relaciones de
poder y formalizaciones de saber), sino más bien una emisión perpetua de
singularidades. Por esto la idea de una estética de la existencia. Hacer de su vida una
obra de arte, estar en la perpetua búsqueda de un estilo de existencia, es finalmente
para Foucault lo que permite poner en conjunción el cuidado de sí y una práctica
intensa de la libertad. Trabajar sobre sí mismo –no simplemente para alcanzar un
dominio de las pasiones sino más bien para ser capaz de darles una cierta forma–;
sería esta la lectura foucaultiana de las morales antiguas. “Es necesario comprender
estos temas de la austeridad sexual, no como una traducción o un comentario a
prohibiciones profundas y esenciales, sino como elaboración y estilización de una
actividad en el ejercicio y la práctica de su libertad32”33.
28
Michel Foucault. “Prefacio a la transgresión”. p. 6 del .pdf
29
http://www.sociales.uba.ar/wp-content/uploads/14-Foucault-Inútil-Sublebarse.pdf
30
“Esa vibración que me conmueve todavía hoy cuando me vuelvo a encontrar con esas vidas íntimas
convertidas en brasas muertas en las pocas frases que las aniquilaron. Mi sueño habría sido restituirlas
en su intensidad analizándolas.” Michel Foucault, “la Vida de los hombres infames”, <
http://www.edipica.com.ar/archivos/jorge/filosofia/foucault2.pdf > p. 79.
31
M. Foucault. “La ética del cuidado de sí como práctica de la libertad”, <
http://www.revistas.unc.edu.ar/index.php/NOMBRES/article/viewFile/2276/1217 >
32
Michel Foucault. Historia de la sexualidad 2: el Uso de los placeres. <
http://www.bibliotecanueva.es/admin/links/Historia%20sex%202.pdf >, p. 29.
33
Respuestas a las preguntas planteadas por Pascal Nouvel en el marco de su seminario “Curar las
pasiones”, en el Colegio Internacional de Filosofía, París, 25 de enero de 2002.

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