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PROLOGO
Como buen “foucaultiano” que es, Olivier Razac está fascinado por los
dispositivos de poder, en su dimensión más práctica, la más técnica. Mucho antes de
interrogarse sobre las buenas o malas finalidades políticas o morales de tal o cual
aparato de poder moderno, él tiene la pasión de comprender dos cosas: cómo “ello
marcha” por una parte, y en qué esto discontinúa con las otras máquinas o
dispositivos destinados a gobernar al viviente. Los “por qué” en este proceder le
ceden el paso a los “cómo”. Lo que le interesa al autor de los estudios sobre el
alambre de púas, sobre el zoológico que han atraído la atención sobre él, es la
economía de los dispositivos de poder, la disposición singular de cada uno de ellos,
sus principios propios de eficiencia, los regímenes de enunciados que los sostienen,
las herramientas técnicas y los actores específicos que movilizan, las necesidades
estratégicas de las que emanan, en suma: todo lo que define el emplazamiento y las
propiedades de cada uno de ellos en este vasto archipiélago que es “el” poder
moderno.
A partir de estas premisas, Razac se interroga sobre las condiciones de la
gubernamentalidad. Cavando en la distancia producida por Foucault (pero también
por Deleuze) con un enfoque institucional de las cuestiones políticas reconducidas a
las lógicas estatales, a las cuestiones de legitimidad, a las condiciones de ciudadanía, a
las normas democráticas, él plantea este principio: “Gobernar una población es actuar
sobre todas las variables que guían su comportamiento general”. En la práctica
¿cómo se elabora, se organiza, funciona esta “acción sobre las variables”? Lo propio
del proceder de nuestro investigador, su exigente originalidad, es la de no contentarse
con ponerse a cubierto de los conceptos que promovieron Foucault y Deleuze
(“dispositivos de seguridad”, “sociedad de control”…). Considera que hay que
intentar captar en una misma mirada los rasgos constantes y el redespliegue inventivo
de las máquinas de poder contemporáneas. En esta investigación se detecta una
especie de pasión por lo concreto, por lo eficiente, por lo actual, una pasión que nos
recuerda otra: la que Foucault manifestaba como incansable ratón de archivo por el
material más trivial de la averiguación histórica, reglamentos de prisión, informes de
policía, evaluaciones de experticias psiquiátricas, etc. En Razac, esta pasión lo va a
llevar hacia delante, tomando la forma de una investigación sin fin en torno a
dispositivos emergentes, objetos técnicos, modos de actualización de los mecanismos
de seguridad, de las disposiciones post-disciplinarias, de los soportes prácticos de la
sociedad de control. Los conceptos cardinales deben ser “nutridos” incansablemente,
sostenidos, prolongados por la pesquisa. Estos textos de una meticulosa precisión
sobre el G.P.S (Global Positioning System), el brazalete electrónico, las pruebas de
ADN, las penas llamadas sustitutivas, las emisiones de telerrealidad… Más allá de la
visible fascinación que los aspectos tecnológicos de estos nuevos “objetos” del poder
ejercen sobre nuestro autor, insiste una interrogación lancinante sobre el envite
fundamental de las sociedades de control: ¿qué es lo que la llegada de ésta cambia,
bascula, transforma, convierte en irreversible, en términos de relaciones entre
gobernantes y gobernados?
Recusando todo enfoque catastrofista (de tipo “orweliano” o de cualquier otra
índole) de esta cuestión, Razac ve operar en este topos el encuentro de dos regímenes
3
<yo diría que se le coló un gazapo… aquí debería decir “controles”, Paláu>
<Olivier Razac (2009). Historia política del alambre de púas. tr. Paláu. Medellín, julio de 2014 –
enero de 2016 >
4
libertades en peligro”, Razac analiza finamente los pretextos falaces de ese discurso
gubernamental que pone por delante la exigencia moral de responsabilización de los
sujetos, los invita a entrar en el juego de una contractualización infinita, dejando
suponer pues una plena y entera condición de mayoría de edad, por su lado; mientras
que se trata aquí del desarrollo de una “lógica taimada de dominación”
constantemente reinventada y ajena a toda dinámica de acrecentamiento de la
autonomía de los sujetos gobernados. Los análisis propuestos en este ensayo
convergen aquí por algunas travesías con los propuestos hace algunos años por Peter
Sloterdijk, y que tanto ruido produjeron; allí donde especialmente Razac insiste en
esta particularidad de la biopolítica contemporánea; su objeto es globalmente “el
viviente”; el efecto de todo esto es que la frontera entre el viviente animal y el
viviente humano tiende a volverse borrosa en tanto qeu el uno y el otro están
destinados a ser tomados a cargo, a ser controlados, seleccionados y gobernados.
Lo que en el fondo le da valor a una investigación en forma de caleidoscopio
como esta que nos propone Razac en este volumen, es la originalidad, su inventividad;
su arte de sacar todo el partido de una inspiración foucaultiana, deleuzo-guattariana,
pero sin comulgar con ningún tipo de ortodoxia; su arte de trabajar con esos autores e
inspiradores, pero también después de ellos; y sobre todo ese talento raro de darse los
objetos de estudio más inesperados y que, en su uso, se revelan los más apropiados
para sus análisis: una emisión de tele gran público, un nuevo equipamiento policial,
una señal sonora…
Es en esta capacidad de hacer de los objetos y dispositivos más prosaicos y
brutalmente utilitarios, verdaderos objetos de pensamiento y apuestas de reflexión
filosófica donde se identifica la distinción y, si se lo quiere, la gracia del verdadero
investigador.
Alain Brossat
5
Foucault
6
¿Qué es un dispositivo?
El pensamiento de Foucault produce una ruptura decisiva con las teorías o las
manera habituales de definir el poder. Esta ruptura se manifiesta esencialmente en
cinco puntos. Primero, el poder no es una propiedad de la que algunos estarían
provistos y otros no. El poder es lo que circula en las relaciones de fuerzas
microscópicas y diferenciales que agitan el campo social. Pasa igualmente por los
dominados como por los dominantes, aunque de manera distinta. Segundo, no hay
nada por debajo de esas micro-relaciones de poder. La estructura de producción
económica sólo es una de sus manifestaciones. La producción del saber es otra de
ellas, igualmente esencial o pertinente. Tercero, las manifestaciones del poder no se
explican por las voluntades de grupos que lo utilizarían, y mucho menos por la de un
sujeto individual. Hay una inteligibilidad del funcionamiento del poder que le es
esencialmente inmanente por todas partes donde localmente se ejerce. Cuarto, el
poder no es esencialmente represivo o engañador. Es ante todo productor de
máquinas y de discursos que buscan definir lo que es posible hacer o decir. Como lo
dice Deleuze: “E l p o d e r m á s q u e
r e p r i m i r « p r o d u c e r e a l i d a d » ”1. Y
la ideología es un efecto de los mecanismos de poder, y no a la inversa. Quinto, el
poder no se resume en la ley que se impondría a las relaciones de fuerzas sociales para
pacificarlas. La ley no es sino uno de los elementos que permite administrar,
redistribuir las relaciones de fuerza a favor de un campo provisionalmente dominante.
De este modo, Deleuze ha podido afirmar que la filosofía de Foucault es una
“pragmática de lo múltiple”, o también, que ella es una “analítica funcional”, un
“funcionalismo”. Además, para describirla él hablará de una “filosofía de los
dispositivos concretos”. Esto porque los cinco puntos de ruptura con respecto a las
teorías del poder significan ante todo que toda reflexión sobre el poder consiste en
comprender cómo funciona él, qué procedimientos ejecuta, qué técnicas utiliza, y no
saber quién lo posee, cuál es su fuente, o definirlo a partir de su legalidad o de lo que
él reprime. El poder es el diferencial entre las fuerzas. Es la manera cómo una fuerza
o un conjunto de fuerzas afectan otras fuerzas, y cómo estas son afectadas. Ahora
bien, esta lucha perpetua pasa por sistemas, máquinas sociales cuya función es
producir un diferencial particular, un esquema de afectación de ciertas fuerzas por
otras fuerzas. Un dispositivo de poder aparece para fijar y formalizar el estado
histórico de las relaciones de fuerza, para reconducirlo y en lo posible reforzarlo y
afinarlo. El análisis funcional de los dispositivos debe pues permitir captar lo que da
su forma a una sociedad en una época dada.
I
1. Ante todo, un dispositivo de poder está constituido de elementos, de
componentes, de partes. Estos elementos son de naturalezas diferentes: de materia
en bruto, objetos diversos, máquinas, cuerpos, sensaciones, palabras o pensamientos.
Se puede tratar de teorías científicas, de artículos de leyes, de técnicos y de
colaboradores, de instrumentos tecnológicos, de edificios y de muros. Generalmente,
un dispositivo de poder combina y articula todos estos tipos de elementos. Es pues un
conjunto de elementos heterogéneos que se reagrupan en dos categorías: discursos u
objetos, cosas dichas o cosas vistas. Un dispositivo es una red entre esos elementos
heterogéneos, una red entre lo discursivo y lo no-discursivo.
1
Gilles Deleuze (1986). Foucault. Barcelona: Paidós, 1987. p. 55.
7
2
Michel Foucault (1971). el Orden del discurso. Buenos Aires: Tusquets, 1992. p. 6 del .pdf
<las negrillas en el texto son del propio Razac… Paláu>
3
Michel Foucault (1976). “La Política de la salud en el siglo XVIII”, in la Machine à guerir. In Saber
y verdad. Madrid: la Piqueta, 1991. p. 104.
8
4
Michel Foucault. el Orden del discurso. p. 5 del .pdf
9
incluye la obra en un estilo, una escuela que define después de todo su razón de ser y
las oposiciones.
Finalmente, los discursos pueden prescribir reglamentos de acceso a un
discurso para escucharlo o para decirlo. Estos procedimientos fijan las marcas
simbólicas que le confieren al sujeto el derecho de hablar y, más finamente, que
determina el valor de lo que se ha dicho. De rebote, estos procedimientos asignan un
papel, una forma de subjetividad, al que habla en función de lo que dice; es también
esta la función de la figura del autor.
Al final se desprenden conjuntos técnicos de regulación de la aparición y de la
circulación de los discursos. Foucault llama a esos conjuntos regímenes de
enunciados. Por formación discursiva o regímenes de enunciados no se entiende
simplemente pues palabras y frases, sino el conjunto de las condiciones de posibilidad
discursivas de una situación o de una época. El enunciado es la regla de un discurso.
Los regímenes de enunciados determinan lo que puede ser dicho, lo que debe ser
callado, o incluso no puede ser escuchado, en un momento y circunstancias dados.
Regulan las condiciones de aparición del discurso. Por ello mismo, a la vez que son
principios de producción y de multiplicación de los discursos, son también
procedimientos de su limitación, de sus escogencias y de su selección, una verdadera
“policía discursiva”, una disciplina del sentido.
En un nivel completamente distinto, los elementos materiales no-discursivos
poseen su propia lógica de combinación y de interacción. La regla central es la
búsqueda de eficacia. Los elementos materiales combinados en un dispositivo forman
una máquina. “Máquina: en un sentido general, significa lo que sirve para aumentar y
para regular las fuerzas móviles, o algún instrumento destinado a producir
movimiento de forma que ahorre o tiempo en la ejecución de dicho efecto, o fuerza en
la causa”5. La disposición maquínica concreta de un dispositivo está destinada ante
todo a producir una economía de poder en la realización de una función dada. El
ejemplo foucaultiano más conocido es el panóptico. El panóptico debe permitir
actuar eficazmente sobre los comportamientos de un conjunto de individuos con el
gasto material y simbólico más bajo. Esta eficiencia está basada en una cierta manera
de hacer ver y de ocultar. Es producida por la articulación de una luz y de una
sombra. El panóptico, iluminando violentamente al vigilado y enmascarando al
vigilantes dibuja lo que Foucault llama un régimen de visibilidad. Éste determina las
condiciones de posibilidad de lo que puede ser visto, como un régimen de enunciados
es un conjunto de condiciones de posibilidad de lo que puede ser dicho. El hospital
dibuja uno en el que el orden de los cuerpos debe relanzar la clasificación de las
enfermedades, y puede sostener la mirada clínica del médico. Hay en Foucault un
primado de la luz, pero él considera por supuesto todos los tipos de distribución. El
hospital es una máquina de distribuir aire como el panóptico es una máquina de
distribuir luz. Hay también máquinas para distribuir los objetos, el dinero o las ondas
que poseen cada una un principio de eficacia, y un modo de distribución propia.
La verdadera dificultad comienza con las relaciones entre los discursos y los
objetos, entre los regímenes de enunciados y los regímenes de visibilidad. Pues
Foucault insiste sobre la profunda heterogeneidad entre lo visible y lo decible. Lo
hace muy claramente en la Arqueología del saber, y más concretamente en Vigilar y
castigar cuando evoca la diferencia de génesis y de objetivo, en el siglo XIX, entre
los proyectos del derecho penal y el funcionamiento real de la prisión. El discurso del
derecho penal posee su objeto propio: “el delincuente”; y la prisión los suyos: los
5
Definición dada en la Enciclopedia de Diderot & d’Alembert.
10
prisioneros. La prisión es ante todo una máquina represiva que posee su propia lógica
que consiste en disponer a una multiplicidad de individuos de tal forma que se puedan
dominar sus acciones. Los discursos penales y criminológicos buscan producir un
objeto discursivo, “el delincuente”, que define una lógica de la infracción como acto
de un sujeto particular, y por este hecho encierra todas las potencialidades de los
ilegalismos informales en los límites de acto cognoscible, previsible y controlable. Y
sin embargo, a pesar de la heterogeneidad, él encuentra allí influencia recíproca.
Deleuze muestra que se opera como una sustitución. La prisión administra
prisioneros, pero lo hace como si se tratase de “delincuentes” por corregir. El derecho
penal o la criminología hablan de los “delincuentes” como si se parecieran a los
prisioneros “reales”. Esta sustitución permite de hecho acoplar los dos regímenes, de
visibilidad y de enunciados; y les permite así al saber investir la prisión, y al poder
investir el derecho. El sistema carcelario, constituido por la prisión y el discurso
penal, se vuelve una pareja poder-saber donde el poder y el saber se arrastran el uno al
otro. Es por este acoplamiento que se dibuja una figura mixta, entre el prisionero
vigilado y controlado, y el “delincuente” conocido y “corregido”. Aparece un
prisionero-delincuente conocido porque está controlado; y controlado en tanto que
“corregido”. Por este juego de sustitución, la prisión produce delincuencia a partir de
la materia en bruto de los ilegalismos. Produce al “delincuente” como tipo menos
peligroso, marcado, especificado y patologizado. Por su lado, el derecho penal
produce prisioneros rebajando el umbral de infracción según la lógica criminológica
de que: el que hace lo menos puede hacer lo más.
Se lo ve, un dispositivo no funciona verdaderamente mas que cuando el poder
sobre los cuerpos produce saber que a su vez permite mejorar el ejercicio de ese
poder. El funcionamiento completo de un dispositivo aparece en el cruce entre los
procedimientos de los regímenes de enunciados y las máquinas de los regímenes de
visibilidad. Más aún: los dos regímenes sólo existen el uno por el otro. Las
visibilidades sólo aparecen formalizadas por discursos y los enunciados sólo se
actualizan llenados por objetos.
3. En fin, un dispositivo está inmerso en un contexto histórico con el que
mantiene relaciones dinámicas y complejas. Estas relaciones influyen a la vez en su
aparición y en su evolución. Un dispositivo, “formación que, en un momento
histórico dado, tuvo como función mayor la de responder a una urgencia. El
dispositivo tiene pues una posición estratégica dominante (…) existe ahí un
imperativo estratégico jugando como matriz de un dispositivo”6. Un dispositivo
aparece pues para resolver un problema que le preexiste, ya sea porque antiguos
dispositivos se han inadaptado a nuevas condiciones históricas, ya sea porque nuevas
condiciones históricas necesitan la creación de dispositivos totalmente nuevos,
mejores en relación con el estado de las relaciones de fuerzas. Por ejemplo, la
modificación profunda del hospital a comienzos del siglo XIX, tiene que ver con
imperativos nuevos ligados a la población, a su importancia nueva. El hospital, pero
también como lo eran el asilo y la prisión, antes no eran sino vertederos donde toda
una población era excluida, perdida en tanto separada de la sociedad y de sus sistemas
de producción. Ahora bien, esos lugares se vuelven focos de peligrosidad y de
improductividad, se vuelven inaceptables dadas las nuevas condiciones políticas,
económicas, sociales. Hay que transformarlos pues en máquinas más eficaces,
propias para especificar, triar y recalificar sus poblaciones –para reintroducir a los que
lo pueden hacer en los circuitos productivos–; instrumentalizar a los que sobran para
6
Michel Foucault. “el Juego de Michel Foucault”. in Saber y Verdad, p. 129.
11
7
Ibidem.
8
Michel Foucault (1976). Historia de la sexualidad I: la voluntad de saber. México: Siglo XXI,
1977. pp. 121-122.
12
9
François Béguin. “la Máquina de curar” in Les machines à guerir. París: Pierre Mardaga, 1979, p.
41.
13
II
1. Una época está constituida por “enunciados que la expresan” y “visibilidades que
la ocupan”10. Se caracteriza por lo que se puede decir sobre lo que puede verse; por
tanto, en definitiva: por la manera singular como el conjunto de los dispositivos
componen los enunciados y la visibilidad. Los dispositivos fabrican un a priori
histórico de lo que es posible, y la ruptura en la estructura (estrategia) de ese a priori
señala un cambio de época. Los dispositivos actualizan, efectúan, regímenes de
enunciados y regímenes de visibilidad en función de las condiciones históricas
siempre móviles. Sin esta formalización de las fuerzas cambiantes, no habría épocas
sino un devenir puro, un flujo indeterminado, un enfrentamiento caótico. Una época
es a la vez el estado de las relaciones de fuerzas informales, y la formalización de ese
estado por una serie de dispositivos concretos; y los dos niveles no cesan de influirse
recíprocamente.
Un cambio de época no corresponde pues tanto a una modificación de lo que
se dice, de lo que aparece, de lo que se hace, sino de lo que es posible decir, ver,
hacer. “Lo que Foucault espera de la Historia es esa determinación de los visibles y
de los enunciables de cada época, que están más acá de los comportamientos y las
mentalidades, las ideas, puesto que los hacen posibles”11. Un cambio de época
corresponde a un salto cualitativo cuando el esquema general de la aplicación del
poder se ha torcido a tal punto, o se ha destorcido, que se vuelve irreconocible por sí
mismo. Hay salto cuando los regímenes de visibilidad y de enunciados cambian de
una manera coherente en muchos grandes dispositivos a la vez. Ilustremos estas
rupturas con el ejemplo no foucaultiano del zoológico. En la época de las jaulas de
fieras del siglo XIX, teníamos un régimen de visibilidad que rebotaba entre la plancha
anatómica y la exhibición de monstruo, con el régimen de enunciados biológico de la
zoología y su contrapunto teratológico. En la época “moderna”, cuyo modelo es el
zoológico de Vincenne en los años 1930, tenemos un régimen de visibilidad basado
en el exotismo colonial y la pedagogía popular, y un régimen de enunciados que
reposa sobre el estudio del animal viviente, la etología. En la época contemporánea,
tenemos un régimen de visibilidad que se afinca en la salvaguardia y la edificación de
la naturaleza, y el régimen de enunciados ecológico del tipo “desarrollo sostenible”.
Estos regímenes no se reemplazan pura y simplemente; ellos se superponen pero una
época se caracteriza por sus regímenes de actualidad.
2. Toda modificación de un dispositivo produce una modificación de la
materia administrada por el dispositivo. Puesto que un dispositivo es una máquina de
afectar de una manera particular a fuerzas por medio de otras fuerzas, si la forma de
un dispositivo cambia, las fuerzas que manipula no afectarán más ni serán ya
afectadas de la misma manera. Ahora bien, los individuos y las masas son investidos
en cuerpo y alma por las tecnologías de poder. En la medida en que sus cuerpos y sus
discursos son producidos, redistribuidos, según regímenes de enunciados y de
visibilidad precisos, su alma –esa que Foucault define como “el correlato actual de
cierta tecnología del poder sobre el cuerpo (…) existe, tiene una realidad que está
producida permanentemente en torno, en la superficie y en el interior del cuerpo por
el funcionamiento de un poder”12– es producida, o al menos remodelada, siguiendo
normas funcionales propias de un dispositivo y de una época.
10
Gilles Deleuze. Foucault. p. 76.
11
Ibid., pp. 76-77.
12
Michel Foucault. Vigilar y castigar. Buenos Aires: Siglo XXI, 1976. p. 20 del .pdf
14
13
Gilles Deleuze. Foucault. p. 114.
16
La “gubernamentalidad”
Lectura de Michel Foucault, Seguridad, Territorio, Población. Curso en el Colegio de
Francia, 1977-1978.14
Cada nueva aparición de un curso de Foucault en el Colegio de Francia actúa
como un estimulante para los que trabajan sobre su pensamiento. Un estimulante más
o menos violento según su densidad, según que el curso tenga que ver con un dominio
que se estudia, o también según los nuevos elementos que aporta. “Seguridad,
territorio, población” es un curso extremadamente rico que trata de cuestiones muy
en boga: las técnicas “post-disciplinarias”. Pero sobre todo, el curso de 1978 es la
última formulación de la concepción del poder en Foucault, antes del paso al gobierno
de sí en los años 1980. Se encuentra en él un cierto número de conceptos nuevos
como el de “dispositivo de seguridad”, de normación/normalización, y sobre todo el
de gubernamentalidad. Estos conceptos son nuevos en la época pero, de una cierta
manera lo siguen siendo todavía, es decir que han sido muy poco utilizados
explícitamente por la tribu abigarrada de los foucaultianos desde hace veinticinco
años. Todo ocurre como si su estatuto de simples palabras (a pesar de todo, grabadas
en cintas y anotadas) no les permitiese existir como conceptos oficiales, lo que sólo su
actual publicación les permitiría. Sin embargo se puede apostar que funcionan más o
menos implícitamente en muchos pensamientos como los de Robert Castel (la
Gestión del riesgo, 1981) o de Gilles Deleuze (“Post-scriptum sobre las sociedades de
control”, 1990). No estamos seguro que este trabajo subterráneo sea menos eficaz
que la oficialización en un ambiente de beata conmemoración.
Foucault forja el término de gubernamentalidad por derivación de “gobierno”,
añadiendo un sufijo que expresa el carácter general. Gramaticalmente, la
gubernamentalidad es la esencia del gobierno. Más precisamente, Foucault afirma
que él quiere hacer como una “génesis”15 de la gubernamentalidad moderna. Para ello
se remonta hasta la pastoral hebraica donde encuentra prácticas de dominación de los
comportamientos que son específicas y heterogéneas de la soberanía, por no decir de
la disciplina, las que precisamente le van a permitir definir la gubernamentalidad
moderna en su especificidad. Constata que en la pastoral hebraica, “el poder del
pastor se ejerce esencialmente sobre una multiplicidad en movimiento” (p. 154). No
es un poder que se ejerza sobre un territorio sino sobre una masa de individuos que el
pastor debe conducir a alguna parte, la tierra prometida por ejemplo. Además, ese
poder es bienhechor. El pastor tiene esencialmente por objetivo la salvación del
rebaño, lo que no es el caso del Soberano. Es un poder de vigilancia, de guardia
discreta claramente opuesta al fasto soberano. Finalmente, el poder pastoral es
individualizador, por la enumeración y el cuidado de cada una de las ovejas; pero es
masificador al mismo tiempo. El pastor se ocupa de todos en interés de cada uno, y
de cada uno en el interés de todos. Por eso la paradoja del pastor –“Omnes et
singulatim”– que conduce a la intrincación de nociones contradictorias: Sacrificio del
pastor, sacrificio de un individuo en provecho del rebaño, abandono del rebaño en
caso de tener que buscar a una oveja extraviada.
El pastorado conoce profundas mutaciones en el siglo XVI, pero –según
Foucault– no hay desaparición del pastorado de las almas, ni transferencia masiva de
la Iglesia hacia el Estado: “Ha habido de hecho intensificación, multiplicación,
14
Publicada en Cahiers Critiques de Philosophie, nº 1, Universidad París VIII, junio de 2005.
15
Michel Foucault (2004). Seguridad, territorio, población. Curso en el Colegio de Francia 1977-
1978. Buenos Aires: Fondo de cultura económica, 2006. p. 393. De acá en adelante se indicará entre
paréntesis la página del curso luego de cada cita.
17
proliferación general del tema y de las técnicas de la conducta” (p. 268). Foucault
señala pues en el tema de la pastoral, técnicas de ejercicio del poder heterogéneas a la
soberanía clásica que formarán como la matriz de los componentes esenciales de lo
que él llama la gubernamentalidad moderna. Este tipo de poder es esencialmente
analítico, dinámico, continuo, intrínseco, vigilante y benévolo.
“Luego” del tema del pastoreo, Foucault aborda el desarrollo en los siglos XVI
y XVII de las artes de gobernar a través de lo que él llama la literatura anti-
Maquiavelo. Indica tres oposiciones esenciales que distinguen los consejos al
Príncipe aún clásicos, y la aparición de una concepción nueva de lo que es gobernar.
Primero, en Maquiavelo, el Príncipe es exterior a su principado <p. 115>. Él no hace
parte de él; lo adquiere por herencia o conquista. Lo dirige desde arriba y desde
afuera. Por el contrario, gobernar puede decirse de la familia, de la escuela, del
dominio, de las almas, etc. Y todos esos gobiernos se relacionan los unos con los
otros. Por esto la idea de un gobierno múltiple e interior, inmanente a la sociedad.
Multiplicidad e inmanencia del gobierno que se opone a la unicidad y trascendencia
del Príncipe, del Soberano. Segundo: en Maquiavelo el principado es pensado como
amenazado desde el interior y del exterior <p. 116>. ¿Por quién? Por los rivales del
Príncipe, y por la insumisión de sus súbditos. El ejercicio del poder es pues
esencialmente negativo. Se trata de impedir por medio de la astucia los peligros que
amenazan al Príncipe. Por el contrario, el gobierno consiste en administrar bien lo
que se posee sobre el modelo central de la dirección del dominio, es decir de la
economía (oikos) <p. 120>. Por esto todo el tema de la economía política, en
particular con Quesnay y la fisiocracia. El arte de gobernar se opone al arte del
Príncipe porque él es esencialmente positivo. No está ante todo girado hacia trampas
que hay que evitar sino hacia recursos que hay que desarrollar. Tercero: el poder
maquiavélico –todo el tiempo desde esta literatura anti-Maquiavelo– consiste en
conservar una relación de soberanía con un principado; esta es toda la habilidad del
Príncipe <p. 121>. El poder se ejerce ante todo sobre un territorio, del que la
población es solamente uno de los factores; el objetivo del Príncipe es conservar sus
prerrogativas, su derecho sobre ese territorio. Por el contrario, el gobierno no se
ejerce esencialmente sobre un territorio. Tampoco se ejerce esencialmente sobre
súbditos definidos por su relación jurídica de sujeción al Príncipe. Se ejerce sobre
“una suerte de complejo constituido por los hombres y las cosas” (p. 122).
La nueva reflexión sobre el arte de gobernar en los siglos XVII y XVIII se
opone al poder clásico de soberanía siguiendo tres puntos importantes: Inmanencia y
multiplicidad, es decir que el gobierno se ocupa de las cosas mismas dónde y cuándo
ellas se producen (por todas partes y todo el tiempo). Positividad: el gobierno debe
desarrollar las cosas que lo favorecen más, que impedir lo que lo desfavorece.
Naturalidad: el gobierno se aplica a las cosas en lo que tienen de naturales, es decir: a
nivel de sus procesos espontáneos, más allá de todo vínculo jurídico de soberanía y de
sujeción.
Foucault prosigue su análisis de las transformaciones de la razón
gubernamental con la ayuda de la razón de Estado que hace aparecer a comienzos del
siglo XVII y cuyo desarrollo será relativamente homogéneo hasta mediados del siglo
XVIII. Foucault llama razón de Estado a una nueva matriz de gubernamentalidad,
una nueva racionalidad en la que el príncipe y el objeto del gobierno son el Estado y
su potencia. El Estado es de alguna manera el origen y la finalidad del gobierno, es el
príncipe que gobierna y el objetivo nunca alcanzado de ese gobierno. No podemos
olvidar tres cosas que completan lo que acaba de ser dicho sobre las artes de gobernar.
Primero, la razón de Estado debe comandar, “no siguiendo las leyes” sino, si es
18
necesario, son “las propias leyes las que se deben acomodar al estado presente de la
república” (pp. 302 & 303). Con la mayor frecuencia la razón de Estado respeta las
leyes porque es lo que mejor marcha, pero si lo más ventajoso necesita una
suspensión del derecho, la razón gubernamental lo exige y eso sería entonces
“legítimo” desde el punto de vista de esa razón. Pero en este caso, la idea de
legitimidad llega a un punto de ruptura. Segundo, la razón de estado hace entrar la
gubernamentalidad, la función de gobierno, en un tiempo indefinido liberado de todo
origen y de toda finalidad definitiva, de toda escatología. Las cosas deben ser bien
administradas a medida que se van presentando, y esto interminablemente. Tercero,
el desarrollo teórico y práctico de la razón de Estado se acompaña de la elaboración
de una herramienta decisiva: la estadística <p. 320>. El “Soberano” debe ahora
conocer también los elementos reales que forman el Estado y constituyen su potencia.
Sin embargo, este modelo esencialmente urbano del Estado de policía es
criticado rápidamente. En particular desde fines del siglo XVIII, por los fisiócratas y
el advenimiento del pensamiento liberal. El problema sería que con esta racionalidad
de Estado, “estamos en el mundo del reglamento indefinido, permanente,
perpetuamente renovado y cada vez más detallado, pero nunca dejamos de movernos
en el reglamento” (p. 390). Ahora bien, la nueva gubernamentalidad que comienza a
ponerse en su sitio a fines del siglo XVIII tiene necesidad de otras herramientas
distintas a la ley y al reglamento, que sigue según Foucault “la ley en su
funcionamiento móvil” (ibidem). Siguiendo la crítica fisiocrática, luego más
ampliamente liberal, “la reglamentación de policía es inútil porque (…) hay una
regulación espontánea del curso de las cosas” (p. 394).
Esta crítica liberal del Estado de policía reactiva el tema de la naturalidad del
objeto de gobierno, o al menos da de ella una nueva comprensión y le saca nuevas
consecuencias. El enfoque estadístico, luego científico, de los fenómenos propios del
Estado permite señalar comportamientos espontáneos, mecanismos automáticos de
regulación, en suma: una naturalidad que se debe dejar actuar en cierta medida. “Será
preciso manipular, suscitar, facilitar, dejar hacer; en otras palabras, será preciso
manejar y ya no reglamentar” (p. 403). Se tratará finalmente de localizar lo que
Foucault llama mecanismos de seguridad. Precisamente, para asegurar la seguridad
de esos fenómenos “naturales” que caracterizan la actividad de los hombres contra los
abusos de soberanía o los excesos de reglamentación. Estos dispositivos establecen
nuevas relaciones con el espacio, con el acontecimiento, con la norma y con la
población. En primer lugar, Foucault define el tipo espacial en el que se aplican los
dispositivos de seguridad, en oposición con la soberanía y la disciplina. La soberanía
habría tenido ante todo que ver con un territorio que se puede visualizar como un
círculo cuyo centro es el Príncipe. La cuestión es entonces la disposición del
territorio en función del Soberano. La disciplina está en relación con una
multiplicidad de elementos que ocupan un espacio preciso. Se trata de implementar
este espacio de forma que se pueda situar precisamente cada elemento en función de
algunos criterios. Los dispositivos de seguridad están también en relación con una
multiplicidad, pero la diferencia esencial reside en la naturaleza moviente, dinámica,
casi fluida de esta multiplicidad. Un dispositivo de seguridad debe administrar flujos
que atraviesen un espacio preexistente dotado de cualidades naturales con las que se
va a necesitar jugar. Lo que Foucault llama la “serie indefinida de los elementos que
se desplazan” (p. 23). Los dispositivos de seguridad son pues sistemas de medida en
tiempo real de esos flujos “naturales” acompañados de sistemas de corte/apertura en
función de lo que ocurre.
Segunda característica de los sistemas de seguridad: la gestión del
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Es necesario anotar el gran desplazamiento conceptual que se opera en la noción de disciplina. En
Vigilar y castigar, la disciplina representa claramente ese tipo de poder “monástico” y militar que
estaba presente y que claramente se perfeccionó antes de la prisión moderna; pero ella representa sobre
todo una renovación profunda de las apuestas de esa disciplinariedad arcaica en el siglo XIX. Es toda
la actualidad de Vigilar y castigar con respecto a los mecanismos de poder que se desarrollan en los
años 1970. Esta oposición es clara (Siglo XXI, pág. 274) en el pasaje del siglo XVIII al XIX, de una
disciplina-bloque de excepción, negativa, cerrada, estática, a una disciplina-mecanismo de vigilancia,
positiva, difusa y dinámica. Se puede decir de una manera un tanto rápida que Foucault llama ahora
“dispositivo de seguridad” a la especificidad de lo que se inventa en el siglo XIX, que entonces llamaba
disciplina.
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que pasa por toda una serie de prácticas que funcionan en torno al tipo jurídico:
“antes” del juicio, técnicas de vigilancia, de diagnóstico, de experticia…; “después”
del juicio, técnicas diferenciadas de corrección. El dispositivo central de
funcionamiento de la regla es el espacio cerrado y cuadriculado (cuartel, prisión,
hospital, asilo, e incluso ciudad, en cierta medida). Su personaje es el guardia. Este
tipo caracteriza los Estados administrativos con una territorialidad de fronteras y con
reglamentos que la organizan. 3) un tipo seguritario que funciona según la
regulación, entendiendo por tal: el pilotaje en tiempo real de un flujo, en función de su
estado. El dispositivo central es el aparato de corte/abertura de los débitos. Su
personaje es el ingeniero. Este tipo caracteriza los Estados de gobierno con una
población-masa, y las modulaciones que la regulan.
Se tendría en este último pensamiento de Foucault sobre el poder (excluyendo
las últimas elaboraciones del poder de sí sobre sí mismo) una matriz de base de tres
términos: la ley, la regla, la modulación. La ley como punto fijo del soberano; la
regla como movilidad de la ley que caracteriza el funcionamiento disciplinario; y la
modulación como fluidez de la norma en la regulación seguritaria. La ley está fija en
su principio. La regla cambia pero guarda una cierta fijeza. Ella es en sí misma
estática pero puede y debe ser modificada regularmente. Por el contrario, con la
modulación continua, el tratamiento del objeto del poder se adapta en tiempo real a lo
que ocurre verdaderamente. Se reencuentra una concepción de la modulación muy
cercana a lo que Deleuze llama “sociedad de control”, pero llama mucho lo atención
ver que Foucault coloca el acta de nacimiento de esas tecnologías de control en el
siglo XIX, por no decir incluso: a fines del siglo XVIII.
Foucault precisa que no es pertinente hacer un recorte histórico estricto que
aislara estas tres economías. La disciplina no reemplaza la soberanía, y no es
reemplazada por la seguridad o la biopolítica liberal. “Pero lo que va a cambiar es
sobre todo la dominante, o más exactamente, el sistema de correlación entre los
mecanismos jurídico-legales, los mecanismos disciplinarios y los mecanismos de
seguridad” (p. 23). Las tecnologías de seguridad aparecerán como una reactivación y
una transformación de las técnicas jurídicas y disciplinarias, pero siguiendo sus
tácticas propias. Se podría también hablar de reconfiguración de los componentes
tecnológicos que representan la soberanía y la disciplina dentro de esquemas
esencialmente seguritarios, o de biopolítica liberal.
También se puede expresar esta tripartición según diferentes tipos de
codificacion: la ley codifica sobre todo lo que es preciso no hacer, la interdicción. La
disciplina codifica a su vez lo que es necesario hacer, y toma entonces la forma de la
obligación. Y la seguridad regula todo lo que ocurre tal como ocurre. No codifica las
cosas sino más bien la acción correcta sobre lo que acontece para favorecer sus
aspectos favorables. Es más: ella no codifica verdaderamente la acción puesto que
esta debe adaptarse en tiempo real a lo que ocurre en virtud del principio de
autorregulación. Se podría quizás decir que codifica las relaciones dinámicas entre
acciones de gobierno y objetos gobernados. La modulación como correlaciones
retroactivas e interactivas de la máquina social teniendo como horizonte la gran
cibernética de la “sociedad de control”. Castel, Lyotard, Deleuze y muchos otros nos
han ya dicho muchas cosas sobre esta cibernética; otros además han utilizado a
Foucault para cantar sus elogios. Entonces, si los conceptos de “gubernamentalidad”
y de “dispositivo de seguridad” deben hoy ser oficializados, que sea para empujarlos
más allá de lo que ya han producido, hacia un anti-funcionalismo incandescente, más
bien que hacia una crítica social-demócrata blanda, o una celebración cínica del
neoliberalismo. Desconfiemos siempre de los foucaultianos.
21
17
Michel Foucault. “Prefacio a la Transgresión”, tr. de Victor Florian, profesor titular de la
Universidad Nacional de Colombia, Departamento de filosofía, sede Bogotá. pp. 3-4 del .pdf
18
Ibid., p. 11 del .pdf
19
Michel Foucault. “Vida de los hombres infames”. in ibid. La Plata (Arg.): Caronte, p. 122 del .pdf
20
Ibid., p. 123 del .pdf
21
Ibid., p. 124 del .pdf
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de los cuerpos. Ser observado hasta en los menores detalles, ser tocado, palpado,
penetrado, pero también tener que hablar de sí mismo, de su más profunda intimidad,
ser escuchado con atención, que todo esto sea escrupulosamente anotado, conservado,
clasificado, comparado… Todo esto hace entrar en “las espirales perpetuas del poder
y del placer” “Placer de ejercer un poder que cuestiona, vigila, acecha, espía, esculca,
palpa, saca a la luz; y por el otro lado, placer que se enciende por tener que escapar a
ese poder, huirle, engañarlo o travestirlo”. Finalmente, de una forma más amplia, el
ejercicio del poder es una manera de disponer un campo de fuerzas. Se trata de
programar en el espacio y en el tiempo qué fuerza actuará sobre cuál otra. El poder es
siempre afectivo. Organiza la producción de afectos, es decir las relaciones de
afecciones entre las fuerzas; qué fuerza es afectada, por cuál otra fuerza, según qué
modalidad, qué intensidad… Un dispositivo de poder es un diagrama de organización
de la espontaneidad y de la receptividad, de la formación y de la adaptación, de la
actividad y de la pasividad, en suma: de las acciones y de las pasiones.
Finalmente, otra dimensión del poder es concebible, más acá de la exterioridad
de las relaciones de fuerzas; la del ejercicio del poder sobre sí mismo. Esta dimensión
ocupa los últimos trabajos de Foucault en torno a la noción ética de cuidado de si.
Emancipa al ascetismo de la simple represión de los deseos y lo conduce a su
dimensión griega de ejercicio sobre sí mismo. Ahora bien, ese ejercicio, esa
elaboración de sí mismo en un modo de vida singular pasa por una creación, una
intensificación de los afectos. La relación consigo mismo desprende intensidades,
una energía específica que ya no es extensiva –es decir dependiente del exterior y por
tanto de los dispositivos–; es el sujetamiento, pero inmanente, intensivo. En la
relación de fuerza consigo misma, en el trabajo de sí consigo mismo, hay una auto-
producción de afectos singulares que Foucault llama subjetivación.
22
Michel Foucault (1963). Nacimiento de la clínica. México: Siglo XXI, 1966. p. 164.
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ético constituido por el sujeto sobre sí mismo, un saber propio sobre sus intensidades
propias. Es el tema, caro a los años setenta, de la experimentación. Evidentemente,
experimentar, esto no significa en absoluto el retorno a la experiencia originaria, a un
zócalo natural recubierto por la sociedad. Experimentar es pensar, es decir:
enfrentarse con los límites del lenguaje y de la mirada normativos que definen lo que
nos es posible conocer y vivir. En la dimensión del saber “pensar es hacer que ver
alcance su límite propio, y hablar el suyo (y) pensar se hace entre-los-dos, en el
intersticio o la disyunción del ver y del hablar”23. Y se puede pensar en las
intensidades que se requieren para aplaudir el enlace normativo de lo visto y de lo
dicho, o inversamente en las intensidades que brotan cuando se liberan palabras sin
referentes y cosas sin nombres.
23
Gilles Deleuze. Foucault. p. 102.
24
Michel Foucault. “Precisiones sobre el poder; respuestas a algunas críticas” in el Poder, una bestia
magnífica. Buenos Aires: Siglo XXI, 2012. p. 122.
24
25
El problema no es esencialmente este interés, sino más bien el hecho de que él se vuelva una pasión.
26
Michel Foucault. Historia de la sexualidad 2: el uso de los placeres. Madrid: Biblioteca Nueva,
2012, p. 14.
27
Michel Foucault. ¿Es pues importante pensar? in P. Veyne, Michel Foucault, su pensamiento su
persona. tr. Paláu, Anexo 37, Medellín, julio – diciembre de 2008. p. 269.
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