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En un bloque que dice defender el “mundo libre” y la “civilización occidental y cristiana”, no

condene regímenes dictatoriales a los que no les tiembla el pulso para desaparecer religiosos.

Y es que, el crimen contra Romero muestra el grado de vulnerabilidad al que el ciudadano


común está dispuesto, así como la temible falta de escrúpulos de la que ostentan las oscuras
fuerzas que gobiernan el país. Si estos fueron capaces de atentar contra la vida de, nada mas ni
nada menos que un Arzobispo, la cabeza de la Iglesia con jurisdicción en todo un país, ¿Qué le
queda al campesino o al obrero que busca un trozo de pan?

El ataque a religiosos (del que Rutilio Grande fue hasta ahora el más tristemente célebre)
muestra la voracidad de los asesinos. En innumerables ocasiones, Romero se manifestó
contrario al accionar de grupos guerrilleros como el FPL, delimitando su prédica política a la
denuncia de las violaciones a los DDHH desde su púlpito.

Y, sin embargo, una bala de un tirador desconocido atravezó su cuerpo.


Si bien el pistolero se cobija en el anonimato, no sucede lo mismo con el móvil. La motivación
de un acto tan atroz no puede ser otra que el terror. Es un acto terrorista, un mensaje mafioso
hacia toda la población salvadoreña. Se atacó un símbolo, un líder popular, alguien quien –
lejos de ser marxista- poseía la simpatía de los pobres y los excluídos. Ni el ateo mas
recalcitrante –como se vio en la entrevista- puede negar el altísimo grado de devoción popular
del pueblo salvadoreño.

CONTEXTO MUNDIAL: Crecen las derechas. El gobierno de la ultraconservadora Thatcher en


Inglaterra y las furiosas arengas anticomunistas del candidato con mayores posibilidades de
suceder a Carter, el ex actor Ronald Reagan, promulgan la “lucha a muerte” contra la
expansión del comunismo en el continente. El reciente triunfo de la Revolución Sandinista en
Nicaragua, avivó la llama de la preocupación en los círculos del Pentágono, quienes condenan
la “endeblez” de la administración saliente.

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