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Las crónicas españolas de los siglos XVI y XVII están llenas de extraños
sucesos que las gentes de entonces, profundamente supersticiosas, creían de
índole sobrenatural. En una sociedad fuertemente jerarquizada y de
religiosidad desbordante, el contraste entre el bien y el mal era muy
marcado, y el temor a las fuerzas de la oscuridad casi una obsesión; fue el
tiempo de novicias que decían sufrir arrobos y éxtasis, monjas posesas y
también el de condenas por brujería y hechicería. Dichos casos se recogían
en textos y manuscritos que hoy aún se pueden ojear en viejas bibliotecas.
Hechos sumamente curiosos que advierten que las crónicas del misterio son
tan antiguas, casi, como la misma escritura…
La superstición y la magia estaban muy arraigadas en la mente del español
de los siglos XVI y XVII. En la Península a las supersticiones de los
pueblos primitivos, romanas y godas, se unieron las de los judíos y los
moriscos, además de las milenarias del pueblo gitano. Toda una caterva de
prácticas heterodoxas lograron fundirse con el dogma católico, generando
una religión que podríamos considerar paralela entre el pueblo, que seguía
manteniéndola viva a pesar de la condena de la Iglesia.
En el siglo XVI se intensificaron las creencias de índole mágico-
supersticiosa, que parecían haber sucumbido a finales del Medievo. A tal
punto llegaba la pasión por lo heterodoxo que en marzo de 1582 el
Inquisidor de Valladolid descubrió en la Universidad de la ciudad
profesores que enseñaban magia, doctrina que ordenaban los Estatutos del
centro, donde se hallaban además libros autorizados sobre la materia. Un
año después se prohibieron aquellos estudios pero se permitió el trazado de
horóscopos, práctica tan en boga entonces que los grandes mandatarios y
reyes del Renacimiento, como Felipe II, Catalina de Médicis o Isabel I de
Inglaterra, se guiaron por los consejos de adivinos, magos y astrólogos.
Pero sería el siglo XVII, el del barroco por antonomasia, aquella España
que veía el comienzo de su declive hegemónico bajo el cetro del cuarto
Felipe, cuando la superstición alcanzaría un grado tal de inserción en la
sociedad que en todos los estratos sociales, desde el hombre más humilde
al noble más laureado –salvo excepciones, que las hubo–, creía en la
intervención de lo sobrenatural en sucesos de diversa índole e incluso en el
devenir de la vida cotidiana. Para el historiador español José Deleito y
Piñuela, autor del exhaustivo ensayo La vida religiosa española bajo el
cuarto Felipe. Santos y pecadores (Espasa-Calpe, 1963), este aumento
desaforado de la superstición se erigió como caricatura “del ardiente
misticismo y de la fiebre teológica que devoraron las almas en el siglo
XVI”. La España de los Austrias sufrió grandes crisis de ideales y una
relajación moral y en las costumbres propicias para desarrollar creencias
supersticiosas, prácticas que alcanzaron a todos los campos de la España de
entonces: el pensamiento, las artes y las mismas costumbres.
El hechizo de Felipe IV
Energúmenas fingidas