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aparece la caíída de Santa Ánna, con la victoria del Plan de Áyutla, y un motíín en la
ciudad de Meí xico para festejar el fin de la dictadura. La gente saquea e incendia las
“Sentíí entonces que se levantaba en míí algo que rechazaba aquel salvajismo.
Empeceí a gritar, a accionar violentamente, a llamar la atencioí n del grupo que me
rodeaba.
--¡Que hable, que hable, dijeron muchos!
-- ¡Es un suidadano que quiere tomar la palabra!
-- ¡Tiene la palabra!
-- ¡Que nos diga algo ese suidadano!
-- ¡Es un enemigo de los ladrones!
-- ¡Es un enemigo del cojo!”
Pero apenas empieza a hablar, y les exige que detengan el saqueo, cambian
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La escena es inolvidable. Desde luego, es muy verosíímil, y es divertida
nocioí n de ciudadaníía.
Los amotinados, que uno supone que han sido arengados, maí s o menos
dirigidos por polííticos, agitadores, son sin duda ciudadanos, que recuperan
de justicia. Por otra parte, tambieí n es cíívico, de otra manera, el impulso del
protagonista, que quiere detener el espectaí culo que le parece bochornoso: bajo su
ciudadana.
palabra con una solemnidad algo coí mica. Puesto que participa, es un “suidadano”.
se convierte en un traidor. La brusquedad del cambio mueve a risa, con razoí n. Pero
calificacioí n moral.
Veamos. La ciudadaníía tiene una definicioí n formal, objetiva, en las leyes: son
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obstante, la condicioí n ciudadana tambieí n estaí asociada a una idea moral: actitudes,
la praí ctica, apoya tambieí n esa forma espontaí nea, maí s o menos baí rbara, de justicia
ciudadaníía como expresioí n de una idea moral. No son ciudadanos, no son dignos
poleí mica, de la definicioí n formal, y los requisitos y facultades juríídicas que implica,
y las ideas morales asociadas a ella. Esa definicioí n moral puede parecer arbitraria,
indudable. Estaí en el lenguaje que empleamos todos los díías. Para entenderlo,
piense usted en la diferencia que habríía entre una croí nica periodíística que hablase
muchedumbre, una chusma, una multitud amotinada, que pidiese lo mismo. Cíívico,
civil, son adjetivos que siempre empleamos de manera encomiaí stica. No son
1. La condición ciudadana
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En general, tenemos una idea maí s o menos exaltada, noble, indudablemente
puede ser discutible en alguí n caso, tiene dificultades, pero en teí rminos generales
es obvia.
pertenencia a una agrupacioí n políítica. Nada maí s. Ser ciudadano es pertenecer, del
mismo modo que se pertenece a un club, una sociedad, un partido. Por supuesto, es
interesa de entrada subrayar ese caraí cter exclusivo, es decir, que la ciudadaníía es
una forma de distincioí n, que se acredita mediante ciertos requisitos. Y por lo tanto
caso, seguí n la eí poca, han sido mujeres, menores, locos, extranjeros, presos,
analfabetas.
en ambos aspectos: han cambiado mucho los requisitos para ser ciudadano, al
grado de que hoy nos parecen directamente absurdas algunas de las restricciones
del pasado, pero han cambiado tambieí n las facultades que implica el ejercicio de la
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ciudadaníía. Las condiciones que se exigen hoy para acceder a la ciudadaníía son
muy distintas de las que se exigíían en la Grecia claí sica, por ejemplo, pero son muy
Áclaremos de entrada la traza baí sica de esa historia. En teí rminos generales,
los requisitos de ciudadaníía se han ido relajando, y cada vez son menos las
aumentando hasta incluir praí cticamente a todos los mayores de edad. En cambio,
Desde luego, los ciudadanos del siglo veintiuno disfrutan de derechos que hubiesen
sido impensables para un ateniense del siglo V a. C., pero tienen muchas menos
2. El modelo clásico
sentido comuí n, para nuestra legislacioí n, para los libros de filosofíía, tiene su origen
en la Grecia claí sica, y particularmente en Átenas. No quiero decir que sea la misma
idea, ni que esta nocioí n nuestra descienda de aquella –pero síí que es el primer
forma de la comunidad políítica. No obstante, algo muy baí sico estaí allíí: la idea de
gobierno, y lo son como iguales, y deben hacerse cargo de tomar las decisiones que
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afectan a todos, mediante alguna forma de deliberacioí n. Esa primeríísima definicioí n
Imagino que no hace falta entrar en muchos detalles, ni repetir lo que todos
ninguna míística. Como forma de gobierno, deriva de una manera de pensar que se
importa para la vida en comuí n es asequible para todos los hombres, que pueden
pruebas y razones.
hacer nombramientos, dictar sentencias, y lo que importa sobre todo es que los
general, varones adultos y libres: ni los menores, ni los esclavos, ni las mujeres, ni
los extranjeros.
designar a quienes han de ocupar los cargos, a los jefes del ejeí rcito, y tambieí n es
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todos los ciudadanos pueden ocupar posiciones de gobierno, y de hecho ocupan
foí rmulas que se adoptan directamente de Grecia, que es el modelo cultural a partir
explica, loí gicamente, sobre todo por la extensioí n del dominio de Roma. El gobierno
estrictamente colectivo, en que todos los ciudadanos se reuí nen, discuten, deciden,
tribus itaí licas, ciudadanos de las provincias remotas. Cada una de las categoríías
participa en sus propios teí rminos, cada ciudadano participa seguí n su estatus y su
administrar la heterogeneidad.
los asuntos puí blicos, sino que designan a quienes han de hacerlo en su nombre, en
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La caíída de la repuí blica, y el advenimiento del imperio, acarrea una nueva
del emperador. No se pierde la nocioí n de ciudadaníía, pero síí cambia su sentido. Ser
ciudadano del imperio romano significa sobre todo ser titular de determinados
3. Variaciones
condiciones de pertenencia, lo que se pide como requisitos para que alguien pueda
espera que los ciudadanos, para ejercer sus facultades, posean determinadas
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participacioí n en la cosa puí blica que depositar su voto en la eleccioí n de
orden políítico –y uno nuevo en cada periodo histoí rico. Áhora bien, el cambio no ha
los que ponen la pauta. Las variaciones son innumerables, cada eí poca, cada
Grecia y Roma, pero es un ideal políítico que reaparece de manera casi cííclica:
por otras ideas durante la Edad Media, resurgioí con fuerza en el Renacimiento, en
intereí s puí blico sobre cualquier intereí s particular. Los individuos participan como
la repuí blica, antes que su beneficio particular. Es decir, la idea republicana supone
una participacioí n intensa, dedicada, y supone que los ciudadanos tienen que ser
extranñ o por eso que haya en la tradicioí n republicana una acusada desconfianza
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hacia la riqueza: el ciudadano ideal es un pequenñ o propietario, modesto, que
trabaja con sus manos, que no ambiciona poder ni riqueza, y que siempre estaí
acostumbra a los hombres a una vida coí moda, los hace egoíístas, pusilaí nimes,
lo largo de la Edad Media. En todas sus versiones, obedece a una motivacioí n baí sica:
propoí sito, vale la pena aclarar que hay dos versiones fundamentales, seguí n se
piense que debe limitarse tan soí lo el poder políítico, o bien que debe limitarse
tambieí n cualquier otra forma de poder, econoí mico, religioso, o del origen que sea.
facultad para imponer nada. Obviamente, si el eí nfasis estaí puesto en las libertades,
menos facultades, es menos lo que puede exigir en nombre del intereí s puí blico.
Eso quiere decir que las expectativas con respecto a los ciudadanos son
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ninguna virtud en particular, aparte de obedecer la ley. De hecho, muy bien podríían
republicana, pero que cuenta con el tipo de derechos elaborados por la tradicioí n
supone que habraí ideas, creencias, opiniones diferentes, intereses diferentes, todos
legíítimos, y no puede imponer una idea sustantiva del intereí s puí blico. Sin embargo,
criterio baí sico la voluntad de la mayoríía –es maí s problemaí tico de lo que puede
Los individuos poseen un conjunto baí sico de derechos, que permiten que
que todos pueden participar en pie de igualdad para tomar las decisiones que
afectan al grupo. Estaí implíícito que los intereses seraí n distintos, a veces
contradictorios, y que no hay una solucioí n uí nica para los problemas colectivos, no
hay una decisioí n correcta. De modo que no queda maí s remedio sino adoptar la que
democraí tico tienen que quedar fuera de la discusioí n democraí tica. Es la primera
democraí tica tal como la hemos recibido estaí la idea de la Soberaníía Popular. Parece
algo relativamente sencillo, casi obvio, significa que debe gobernar el pueblo. El
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problema estaí en determinar quieí n forma parte del pueblo, y de que modo
efectivamente puede eí ste gobernar. Ámbas cosas tienen consecuencias graves para
la idea de ciudadaníía.
coincide con el conjunto de personas delimitado por una nocioí n puramente formal
de ciudadaníía. La deriva nacionalista del siglo XIX y de buena parte del siglo XX, los
movimientos separatistas, los nacionalismos eí tnicos de las uí ltimas deí cadas son
para ahorrar explicaciones. Se supone que los miembros del pueblo comparten
algo maí s, incluso mucho maí s que la condicioí n formal de ser residentes en una
ciudadaníía yugoslava, por ejemplo. Imagino que se entiende sin maí s explicaciones
en queí consiste el problema. Por esta víía, la nocioí n de Soberaníía Popular justifica
posibilidad de denunciar ese arreglo como una forma de traicioí n. Y la clase políítica
es en todas partes un blanco muy faí cil para la críítica. Es decir, que la tradicioí n
democraí tica lleva consigo una potencialidad subversiva, un impulso hacia formas
¿Queí importancia tiene todo esto? Nuestra idea de ciudadaníía, tal como
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como lo son todas, pero que toma sus ingredientes de esos modelos. Y
Á principios del siglo XIX, en un texto claí sico, Benjamin Constant definioí la libertad
que se gobernaba a síí misma, donde los ciudadanos ejercíían los cargos de
facultad que tiene cada individuo de hacer su vida, sin interferencias de nadie.
y por otro, a la creciente complejidad del orden social, que no permite las formas
en buena parte del mundo, la idea liberal estuvo condicionada por una poderosa
como modelo cultural, por ejemplo, el pequenñ o propietario rural, que participa en
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asambleas, que se alista en el ejeí rcito; tambieí n en las repetidas referencias latinas:
Cincinato, Catoí n, etceí tera. El modelo políítico que adoptan es baí sicamente
En la mayor parte de Ámeí rica Latina sucedioí algo parecido. En Meí xico, para
empezar. En la primera mitad del siglo XIX domina en el espacio puí blico una idea
absolutamente desmesurada del ciudadano, de las virtudes que debe poseer, de las
modelos claí sicos, cuyos rasgos aparecen sistemaí ticamente en la prensa, en los
el descreí dito de la praí ctica: las formas concretas de participacioí n, las praí cticas
constante.
intereí s puí blico, y eso significa que el ciudadano, para serlo cabalmente, debe
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la ciudadaníía son la alfabetizacioí n y la propiedad. En casi todo el mundo occidental
se imponen bajo esa loí gica formas de sufragio restringido, y adquiere carta de
republicano.
Es una historia conocida, de modo que basta con un apunte. Una de las
grandes luchas polííticas del siglo XIX, dondequiera que habíía un sistema
la extensioí n del derecho de voto, el sufragio universal. Seguí n el caso, se avanzoí maí s
o menos deprisa para incluir a las clases trabajadoras, a los analfabetas, pero soí lo
en el siglo XX se romperíía una de las barreras maí s antiguas, la que impedíía acceder
retoí rica de la ciudadaníía. El lenguaje del republicanismo dejaba paso, poco a poco,
ciudadaníía como un derecho, algo debido, que praí cticamente no implicaba ninguna
obligacioí n concreta, aparte del cumplimiento de la ley. Las virtudes cíívicas fueron
conjunto baí sico de derechos individuales, y cada uno participaríía seguí n lo dictase
su intereí s particular.
una proporcioí n cada vez mayor de la poblacioí n, y al mismo tiempo se reducen las
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esporaí dicas, de escasa entidad, con una responsabilidad reducida al míínimo en la
frecuente que eso tambieí n se explique como un progreso, la suma de una nueva
de la condicioí n ciudadana.
votar y ser votado. En la tradicioí n liberal, en cambio, se trata sobre todo de los
que son paquetes de derechos muy distintos, y que pueden entrar en conflicto. Si se
pone el eí nfasis en los derechos polííticos, en las decisiones colectivas, las libertades
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acomodo maí s o menos soí lido, maí s o menos precario, de modelos polííticos
diferentes. Y otro tanto sucede con los derechos econoí micos y sociales.
que predominaba en el siglo diecinueve. No es difíícil de entender. La idea baí sica era
ciudadaníía para grandes grupos de poblacioí n, de modo que la igualdad ante la ley,
críítica marxista, eran derechos puramente formales, que de hecho servíían sobre
explotacioí n.
En ese momento, en la segunda mitad del siglo XIX, a la mayor parte de los
de vida.
argumento que ha sido maí s socorrido es una variacioí n del ideal republicano, una
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inversioí n del modelo oligaí rquico –a partir de las mismas premisas. Es como sigue.
libre, en la vida puí blica, los ciudadanos tienen que estar libres de penurias, libres
claí sica, para imponer restricciones para el acceso a la condicioí n ciudadana. Áhora
trabajadores, a los analfabetas, a los pobres, que ya son ciudadanos. Pero hace falta
En ese argumento, los derechos econoí micos y sociales son en realidad una
requisito praí ctico para el ejercicio de los derechos ciudadanos, algo previo –en ese
Desde luego, derechos civiles y polííticos, pero el eí nfasis recae cada vez maí s sobre
un cambio en otro sentido, porque requiere una intervencioí n activa del Estado
para transformar el orden social. Las condiciones materiales de vida de cada uno
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de los ciudadanos, y de todos ellos, son responsabilidad colectiva, la sociedad no
supone una exigencia concreta de redistribucioí n del ingreso mediante la accioí n del
Estado.
afecta a los derechos individuales. Eso puede ser razonable, puede ser incluso
deseable, puede parecer justo, pero no tiene sentido negarlo. Por otra parte, la
definicioí n del intereí s puí blico se vuelve problemaí tica una vez que se incluye en ella
queí tanto gasto, en queí rubros, con queí financiamiento, bajo queí condiciones.
instruidos, que por eso teníían derecho a participar en la vida puí blica. Era un grupo
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6. Los derechos culturales: la última vuelta de tuerca
La historia del siglo veinte es confusa, turbulenta. En buena parte del mundo, en las
sociedades que viven bajo un reí gimen socialista, no existen las condiciones
en Estados Unidos, que seríía el extremo, habíía seguridad social, educacioí n puí blica,
programas de asistencia social. Ese orden, que es el del Estado de Bienestar, con
consecuencia de un profundo cambio cultural producido en las deí cadas del cambio
de siglo.
inflacioí n, la reduccioí n del deí ficit, el equilibrio presupuestario –el mercado se haríía
Siguiendo esa inercia, las deí cadas del cambio de siglo vieron un profundo
declive de lo puí blico en todos sentidos. Y una merma progresiva de los derechos
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econoí micos y sociales. La obligacioí n del Estado de proveer servicios baí sicos,
habíía que supeditarla a los objetivos de reduccioí n del deí ficit puí blico, control de la
inflacioí n, baja de impuestos. El mercado estaba en el centro del nuevo orden. Maí s
Como consecuencia, la nocioí n de intereí s puí blico se hizo cada vez maí s
en realidad –para resolver problemas puí blicos de todo tipo, desde la evaluacioí n de
polííticas hasta la oferta de servicios. La idea que habíía detraí s era que el
puí blico, que se vuelve cada vez maí s irrelevante, porque muchos de los temas han
puí blico.
expectativas estaí n bajo míínimos. Para la nueva manera de entender el mundo, los
seres humanos son egoíístas racionales, que buscan el maí ximo beneficio, el menor
esfuerzo, y que los sacrificios los hagan otros. Es una ingenuidad peligrosa suponer
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que sean capaces de altruismo, generosidad, patriotismo, abnegacioí n, y desde
luego seríía un disparate crear instituciones que dependiesen de ello. Maí s vale que
el orden repose sobre la solidez del egoíísmo. Ásíí que de los ciudadanos no se
espera nada.
Pero hay otro cambio en estos anñ os, que afecta a la nocioí n de ciudadaníía y la
distintas entre síí. Estaí en primer lugar, desde luego, el aprecio liberal por el
ley, la igualdad de oportunidades, pero nada maí s, a partir de ahíí cada individuo
debe tomar sus decisiones, dar forma a su vida, en libertad –y nadie deberíía
desde siempre.
el largo eco de los procesos de descolonizacioí n: la idea de que todas las culturas
igualdad parece imposible, con frecuencia incluso indeseable –y de ahíí surge una
nueva izquierda, con nuevas causas: la defensa del ambiente, de las minoríías, el
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Veamos. En la Grecia claí sica, en la Italia del Renacimiento, en el Meí xico del
aspiraciones, historia, valores. Por eso tiene sentido la participacioí n, por eso es
independencia, que definen una nueva comunidad políítica, pero sobre todo se
planteoí en las uí ltimas deí cadas del siglo veinte, por la intensidad de los
humano a vivir y formarse dentro de su cultura –era una de las banderas bajo las
culturas, con la consecuencia de que quedaban sin fundamento soí lido los derechos
humanos para empezar, y desde luego las formas claí sicas de la ciudadaníía. Y la idea
El problema en el nuevo siglo se plantea maí s o menos asíí. En casi todas las
sociedades hay minoríías eí tnicas, religiosas, linguü íísticas. Á veces son inmigrantes, a
veces son poblaciones arraigadas histoí ricamente en el territorio, como sucede por
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ejemplo en los Balcanes, en el Caí ucaso. Para respetar su derecho a vivir de acuerdo
algunas normas del derecho comuí n –que han sido pensadas a partir de los valores
No hay solucioí n faí cil, porque no estaí claro queí podríía significar la
Pensadores, polííticos, juristas, sobre todo en Europa, han buscado una solucioí n
Apunte final
arreglo provisional, que obedece a una historia concreta, y que soí lo pone sordina a
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En alguí n momento del siglo veinte parecíía verosíímil una interpretacioí n
derechos, para configurar una ciudadaníía maí s completa, soí lida. En cíírculos
conceí ntricos, se agregaban los derechos civiles, los derechos polííticos, los derechos
optimismo asíí. Es claro que ese crecimiento armoí nico de una uí nica ciudadaníía es
una quimera. Los conflictos entre unas dimensiones y otras son inocultables. En la
praí ctica, hemos visto retroceder los derechos econoí micos y sociales, el retorno a
Ciudadano, cíívico, civil, son teí rminos que llevan una enorme carga moral y
emotiva: la ciudadaníía vale como una definicioí n eí tica. Tiene toda la complejidad de
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