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FREFF\CIO
LA AUTORA
APLASTADO, PERO VENCEDOR
PAR T E
EN CONSTANZA
CAPÍTULO I
(1) Jean San Peur (J uan Sin ?lfiedo), sucedió á su padre Felipe el
A~revidoen el ducado de Bore-oii.a en 1409.
14 APLASTADO, PERO VENCEDOR
Escudero y escolar
(1) •De parto del Rey. A los doctores de la Sorbona. Queda prohi-
bido... • Era el estilo aeostumbrado de las proelamas reallld.
ESCUDERO Y ESCOLAR 21
~
cSeñor mío, me habéis salvado. Desde ahora soy vues-
tro para siempre.• El entonces dijo que valía la pena
salvarme á mí, y añadió que no debía pensar en lo que
¡¡ él había hecho, que era poco. cPiensa-me dijo-en
li Aquel que, aunque era tu Juez, ha pagado por ti una
~· deuda infinita. El te compró con su muerto. Hijo mío,
'~
dale las gracias y sírvele toda tu vida.•
Estas últimas palabras las dijo Huberto con tono
li reverente y sentido. Armando lo miraba como si no
comprendiera aquel lenguaje.
-¿De modo que de ahí viene tu gratitud a l can-
ciller?
-Sí. Pero no podía demostrarla sino metiéndome
fl de cabeza en el latín y on la teología, porque entendí
que esto era lo que quería decir él cuando habló de
servir á nuestro Señor. Al principio hubiera preferido
arrojarme solo contra una pandilla de Cabochianos;
pero pronto llegó á gustarme.
Armando hizo un gesto de incredulidad.
-No sabemos lo que podemos hacer hasta que no
probamos- dijo IIuberto.-De veras, las hábiles para-
das y los certeros golpes de las disensiones escolásticas
tienen un encanto singular. Hay una especial satisfac-
ción en saber que tu espada es más afilada que las
r1
ESCUDERO Y ESCOLAR 23
demás y que has aprendido á manejarla con destreza.
1lás orgulloso estoy yo de mi tesis contra los realistas,
en la cual refuto la doctrina herética de Universalia a
parte rei, que de todas mis peleas con los Cabocbianos.
-¿Y qué doctrina es esa?-pregnntó Armando.
-Una necia invención de los realistas, queman-
tienen que los universales tienen existencia aparte de
la substancia de la cual son atributos.
-¿Qué es eso do los universales?-preguntó Ar-
mando, que se había quedado en ayunas de lo que su
hermano babia dicho.
-Las ideas universales, como el valor, la fe, la
virtud.
-¡Ojalá fueran )!niversales! -dijo Armando.-
¿Quién va á comprender semejante jerga? Pero, en fin,
reconozco que el canciller merecía tu devoción.
-Eso, y mucho más- dijo Huberto.-Afortnnada-
mente, pude demostrarle mi gratitud de otra manera.
El año pasado, los Cabocl!ianos se hicieron casi los
dueños de la ciudad, y ¡vaya unos alborotos que se
armaban! Eran peores que los lobos en invierno, que
solían venir á las calles al anochecer y arrebatar algún
burgués descuidado. Con ellos tuve alguna que otra
pelea para calentarme cuando había mucha nieve y es-
taba cara la leña. Los tunantes (me refiero á los Cabo-
chianos, no á los lobos) tuvieron la osadía de asaltar y
saquear la casa del canciller; pero algunos de nosotros
nos reunimos y rescatamos lo que pudimos, especial-
mente los libros. Por esto y por otras cosas, creo que el
canciller tiene confianza en mí. Y ahora me ha hecho
el grande honor de escogerme para servirle de secreta-
rio en el Concilio.
-Si escribes tan bien ~omo pegas, no tendrá quejn.
de ti-dijo Armando.
Después de esto, la conversación pasó á otros asun-
tos , y no acabó hasta que el hostelero apareció en la.
puerta anunciando que <los caballeros habían alquilado
aquel enarto para pasar la noche.
CAPITULO IV
El gran canciller
***
EL GRAN CANCILLER 29
CAPÍTULO V
1-.~-
LA HISTORIA DE ROBERTO 33
- - - --
LA HISTORIA DE ROBERTO 37
CAPÍTULO VII
El silencio de Armando.
)
46 APLASTADO, PERO VENCEDOR
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
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ROBERTO DA NUEVAS NOTICIAS 57
CAPlTULO IX
Ante el Concilio
-¡Oobarde!- grit6.
Pero su amigo el bachiller le obligó á sentarse de
nuevo.
-¡Calma! -le dijo en voz baja.-¿Queréis que nos
echen de aquí y que no haya testigos de esto~ Seguid
escribiendo.
-No hay nada que escribir-dijo Huberto;-y,
aunque lo hubiera, por vergüenza lo dejaría sin es-
cribir.
-Entonces, mirad donde mirabais antes: á la. única
persona que está tranquila en este tumulto.
-¿Sois amigo suyo?
-Discípulo suyo. Bohemio. Pero escuchad: han
vuelto en su juicio.
Así era, en efecto. Los miembros más templados y
razonables del Concilio, comprendiendo la inutilidad y
la. deshonra de semejante escena propusieron que se le-
vantara la sesión.
Huberto se vió pronto en la calle, bajo el alegre
cielo de Junio. Pero en su corazón no había. luz y ale-
gría., sino ira, amargura y vergüenza.
Caminaba lentamente, cuando alguien le alcanzó y
le tocó en el hombro. Era el escriba bohemio.
-¿Puedo hablar con vos, señor escolar?-preguntó.
- Ciertamente; pero ¿con quién tengo el honor de
hablar?
-Soy Pedro Mladenowitch, bachiller en artes de la
Universidad de Praga. ¿Y vos?
-Huberto Bohun, escolar de la Sorbona, secretario
del canciller de París.
-Me figuré que pertenecíais al canciller, á. quien
Dios perdone. Tanto mejor si queréis ayudarme. Vues-
tro testimonio acerca de lo ocurrido hoy en el Concilio
será un seí'!.ala.do servicio.
-¿A quién?
-Al hombre á quien habéis visto tan cruelmente
ultrajado. Maestro Bohun, os he observado, y juraría.
que tenéis un corazón leal. No rehuséis este favor .
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ANTE EL CONCILIO
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
El eclipse
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EL ECLIPSE 7S
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CAPÍTULO XII
1 J
ANTE EL CONCILIO OTRA VEZ 77
,,:
...-- - - - -~- ~--~--~----------------~--~~-==,....-,
CAPÍTULO XIII
(1) Las palabras que se ponen entre comillas son tomadas de las
obras de Gerson.
86 APLASTADO, PERO VENCEDOR
CA PÍTULO XIV
Un mes de paz
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UN MES DE PAZ 97
1~1
ruego, fieles á mi capilla de Bethlehem, y procurad
que allí se predique el Evangelio cuanto Dios lo per-
mita. Confío en Dios que El guardará aquella santa
Iglesia tanto tiempo como sea su voluntad, y que en
ella dará, mediante otros, una mayor medida de su
Palabra que lo ha hecho mediante mí, frc\gil vaso su-
yo. Amaos unos á otros. Xunca os apartéis de la ver-
¡:: dad do Dios, y procurad que los buenos no sean opri-
midos.:.
Pero no recibió al día siguiente la sentencia de
muerte, que él esperaba, sino una fórmula de retracta-
ción que se le invitaba á firmar para salvar su vida.
Estaba redactada en la forma más suave y favorable
UN MES DE PAZ 99
CAPITULO XV
Un mes de lu cha
CAPÍTULO XVI
«Menospreciando la vergüenza»
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MENOSPRECIANDO LA VERGÜENZA 113
1•·
1.:
IV
MENOSPRECIANDO LA VERGÜENZA lló
CAPÍTULO XVIII
Coronado
(1} Todos los detalles que se han dado del proceso, condena y mar
tirio de Juan Huss, son rigurosamente históricos; nada se ha ailadldo,
CAPÍTULO XIX
A la puerta
CAPITULO XX
Lazos rotos
..
1
DOS ARROYOS QUE SE SEPARAN ló9
EN BOHEMIA
CAPÍTULO I
En Leitmeritz
1··
1
EN LEITMERITZ 165
CAPÍTULO II
Esperando
11
ESPERANDO 181
Espuelas de plata
CAPÍTULO IV
La nueva vida
CAPÍTULO V
Bajo la superficie
CAPÍTULO VI
CAPITULO VII
Rabstein
-No, maestro.
- ¿Está alguno enfermo?
-Según lo que se considere como enfermedad.
-Dame mi ropa. ¿Quién es, por todos los santos?
-El Panetch no vino á casa en todo el día.
-¿Pues, dónde ha ido?
-A Leitmeritz, á la reunión.
-Pero eso era el miércoles, al medio día.
-Había otra reunión al amanecer, á esa fué,
-Y, ¿no ha vuelto aún?
-Ha vuelto, Maestro.
- ¿Qué ha pasado, pues? Habla de una vez, Pro-
kop.
-Al Panetch no le pasa :pada, maestro.
-Entonces, ¿á qué toda esta alarma?
- Maestro Huberto, es Rabstcin.
-¿Rabstein?
- Si, maestro, Dios sabe que daría mi vida por la
suya esta noche. ¡El caballo que el Maestro Juan
quería tanto!
-¿Se ha matado?
-No, no se ha matado; pero Kepka no podrá. mon-
tarlo más. Dios me perdone. Yo tengo la culpa, porque
animé al Panetch á que fuera á la participación del
Cáliz.
-¿Y cómo ha sido eso?
-Apenas lo entiendo. El Panetch. volvía á casa
por la carretera, en plena luz del día. Croo que iba
pensando más en lo que había visto y oído que en el
camino. Fué en aquella vuelta de la carretera, junto
al bosque donde viven los carboneros. El Panetch dice
que Rabstein metió la pata en un hoyo que no había
visto, y cayó de rodillas. El Panetch lo llevó á Martín
el herrador, que entiende mucho de caballos, y que
hizo todo lo que pudo.
-Y ¿está. allí todavía?
-No; el Panetch lo ha traído á. casa.
-Vamos á verlo. ¿Dónde está el Panetch?
RABSTEIN 211
CAPITULO VIII
El viaje á Praga
CAPITULO IX
El cáliz de Cristo
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
Nuevas de Pedro
CAPÍTULO XIII
El despertar de Huberto
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.
EL DESPERTAR DE HUBERTO 251
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
A puerto seguro
CAPÍTULO XVI
Confidencias
CAPITULO XVII
CAPÍTULO XVIII
El Monte Tabor
Soldados de Cl"isto,
ni combate volad,
la a vuda de Dios
siu cesar implorad;
quien ttene á su lado
al glorioso Señor,
eu dura pel en.
saldrá vencedor.
CAPITULO XIX
El fiel Vito
CAPÍTULO XX
«Sboim»
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII
El camino de la cruz
El eclipse de 1una
1'
EL ECLIPSE DE LUNA 343
1
debe vivir un cristiano.
CAPÍTULO XXIV
:
En Leitmeritz otra vez •
•
Era el día 1 de ~farzo del año 1420 cuando Huber-
to estaba en la pequeña posada, dando gracias á Dios
.
por su maravillosa liberación de manos de los mineros
de Kuttenberg.
Aquel mismo día se publicó la Bula de Martín V,
proclamando la cruzada contra Bohemia. El Papa lla- •i
maba á las armas á toda la cristiandad, para que
1
aplastara á la nación impía, por «rebelde contra la
Iglesia de Roma». El Papa, decía la Bula, cpot· la mi-
sericordia de Dios Todopoderoso y por la autoridad de
los santos apóstoles San Pedro y San Pablo, así como
por la potestad de atar y desatar que Dios le ha conce-
dido, otorga á todos los que entren en esta cruzada, y
aun á los que mueran en el camino, indulgencia plena- •
r ia de todos sus pect~.dos, si se arrepienten y confiesan;
y en la resurrección de los justos, la vida eterna. Aque-
llos que, no pudiendo ir en persona, contribuyeran á la
causa, enviando á otros y proveyéndoles de lo necesa-
rio, tendrán también indulgencia plenaria. Aun los que
1
3~ APLASTADO, PERO VENCEDOR
hubieren maltratado á los clérigos ó fueren culpables
de sacrilegio, pueden encontrar el camino al cielo pe-
leando contra los secuaces de Wicklif!e y Huss:o.
Tal llamamiento había sido esperado por mucho
tiempo, y !ué prontamente obedecido. Las huestes in-
vasoras penetraron en el país por el Norte, siendo la
ciudad de Leitmeritz y la región comarcana las prime-
ras en sufrir los horrores de la cruzada. A la cabeza.
del ejército cruzado iba el mismo emperador Segismun-
do. Los papistas estaban llenos de júbilo; los hussitas,
amedrentados y aterrados. ·
Entretanto, Huberto Bohun, que se había detenido
algún tiempo en la Bohemia oriental, consolando y ani-
mando á mucha gente atribulada, se encaminaba hacia
el Occidente. A su paso por Praga, encontró enferma
de muerte á la anciana amiga de Chlum y de su casa,
Panna Oneska.
-He dejado heredera de mi casa, y de todo lo que
contiene, á mi hija adoptiva, Zedenka-le dijo.-Pero
dudo mucho que mi testamento tenga valor alguno. He-
mos llegado á muy malos tiempos, .Maestro Huberto, y
no hay entre nosotros un profeta como Jeremías que
nos <liga que caún se comprarán casas y heredades"
en este país, que parece abandonado de Dios. En cuan -
to á mí, me voy en paz, para ser reunida con mis pa-
dres, como era mi deseo. A ellos pertenezco, y desde
que ellos partieron he sido una peregrina en la tien·a.
Ruego al Señor que preserve á sus escogidos en este
presente mundo malo; y pongo toda mi esperanza en
los méritos de su pasión y de su cruz, como me enseñó
mi padre, á quien veré pronto en la presencia de Dios.
Cuando murió y fué depositada en su última mora-
da terrestre, Huberto reanudó su viaje á Melnik. Pero,
al llegar allí, se encontró con que Chlum había renun-
ciado á su cargo, y había vuelto á Pihel. Prosiguió,
pues, su viaje, encaminándose á Leitmeritz.
Era el mes de Mayo, pero en el corazón de Huberto
no había entrado la alegría de la primavera. Le pare-
EN LEITMERITZ OTRA VEZ M9
-
EN LEITMERITZ OTRA VEZ 353
11
CAP ÍTULO XXV
rr
CAPITULO XXVI
Un zueco pequeño
.
364 APLASTADO, PERO VENCEDOR
CAPÍTULO XXVII
El día. de la batalla
i
EL DÍA DE LA BATALLA 369
:
piedras desde el muro. Los muchachos servían de escu-
1
chas y mensajeros, ó cogían caballos perdidos en el
campo y los traían á sus amigos. Los viejos y los niños
que no portian hacer otra cosa, llenaban las iglesias y
se pasaban los días enteros alzando sus apasionadas
súplicas al Dios de las batallas.
Lo primero que hicieron los hombres de Pihel cuan-
do llegaron á. Vitkov fué despojarse de sus armas y
armaduras, empuñar picos, palas y azadones, y cavar,
cavar, cavar, como si en ello les fuera la vida. Proba-
EL DíA DE LA BATALLA 371
.~1
ESPUELAS DE ORO 377
CAPÍTULO XX VIII
Espuelas de oro
CAPÍTULO XXIX
El día de la victoria
CAPITULO XXX
l!
«VUESTRO POBRE SIERVO GERSON• 887
(1) Las frases que se ponen entre comillas han sido toma-
das de las obras de Gerson.
300 APLASTADO, PERO VENCEDOR
podía. contarse entre los perfectos. cPorquo hay una
tercera. clase, menos numerosa, que no sirven á Dios á
la manera de los jornaleros. Olvidados de lo que sea
servicio y recompensa, y aun autoridad paternal, tra-
tan con Dios como amigo con amigo; no sólo esto, sino
que están unidos con El con intimidad más dulce to·
da vía, como la esposa con el esposo, y sua palabras son
éstas: e Yo soy de mi Amado, y mi Amado es mío.»
c¿A quién tengo yo en los cielos? Y fuera de Ti nada
deseo en la tierra.» cMi carne y mi corazón desfalle-
cen, pero la fortaleza de mi corazón y mi porción es
Dios para siempre.»
Al pronunciar estas palabras con voz que tembla-
ba por la fuerza del sentimiento, Huberto no pudo do-
minar su emoción.
Gerson lo notó y le miró con creciente interés.
-Vuestra voz y vuestro semblante me conmueven
de una manera extraña. Paréceme que os be conocido
hace muchos años. ¿Sois, por ventura, alguna persona
noble que me fuera conocida en el mundo, en mis días
de prosperidad, y que ahora busca satisfacción, como
yo la he buscado, en la vida contemplativa?
-Os fui conocido, padre mío, no como persona no-
ble, sino como un pobre y obscm:o muchacho á quien
salvasteis y protegisteis.
-¿A quien yo salvé?- repitió Gerson, sin com-
prender todavía, aunque comenzaba á vislumbrar al-
guna cosa.
-Cuya deuda pagasteis por él en la Sorbona.. ¡Pa-
dre mío, mi bienhechor! ¿No os acordáis de Huberto
Bohun?
-¡Huberto, á quien amé tanto! ¡Hubertol ¡mi hijo
Hubertoi-El anciano no pudo decir más, y se cubrió el
rostro con las manos.
Huberto temió haberse dado á conocer demasiado
pronto. Pero las grandes emociones son en la anciani-
dad más suaves que en la juventud.
cVUESTRO POBRE SIERVO GERSON• 1391
1
«VUESTRO POBRE SIERVO GERSON• 393
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¡:
894 APLASTADO, PERO VENCEDOR
Cuando las campanas de San Pablo tocaban á mai-
tines, llamó otra vez. Esperando la respuesta estaba
cuando se le acercó un monje.
-¿Qué pasa, señor caballero?-le preguntó.
-El Canciller no ha despertado todavía. No quiero
molestarle.
-¿Que no ha despertado? Es muy extraño. Tendré
que llamarlo para maitines. No quiere faltar nunca.
El monje abrió la puerta y entró, seguido de Huber-
to. Todo estaba en silencio. En un reclinatorio se veía
una figura vestida de negro, con las manos entrelaza-
das, como si estuviera en oración. Pero Huberto com-
prendió al instante que las oraciones de Gerson habían
ya acabado para siempre.
Mientras permanecía silencioso é inmóvil junto al
muerto, el monje, aturdido, fué á llamar al prior y á.
la comunidad.
Muy pronto se vió la celda llena de afligidos mon-
jes con el prior á la cabeza.
Huberto se retiró al claustro, á solas con su dolor,
que era, sin embargo, un dolor mezclado con esperanza
y gozo. Las últimas palabras de Gerson volTían una y
otra vez á su pensamiento: cHasta que apunte el día y
huyan las sombras.»
En esto vino a su encuentro el prior, y habló con
l. él del difunto. Así llegó Huberto á saber muchas cosas
acerca de la humildad, abnegación y caridad que em-
bellecieron los últimos días del Canciller. El resto del
día lo pasó en soledad y oración.
Por la tarde fué otra vez a la iglesia de San Pablo.
En un túmulo, ante el altar mayor, con todo honor y
reverencia, habían depositado el cadávor. La luz de los
cirios iluminaba ons pálidas facciones. Los sacerdotes
cantaban responsos. Le habían vestido con el traje que
más amaba: no la túnica de Canciller, sino el sayal de
peregrino, con que salió de Constanza; le habían pues-
to en la mano el bordón de peregrino. Así, en la muerte,
CONCLUSIÓN 395
CAPITULO XXXI
FIN
ÍNDICE
PARTE PRIMERA
En Oonstanza.
Capitulo&, Pá¡inu.
P A RTE S EG UNDA
En Bohemia.
Capitulos. Páginas.
I. En Leitmeritz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163
II. Esperando. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175
Il I. Espuelas de plata. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185
IV. La nueva vida..... .. ..... .. .. . .... ... 189
V. Bajo la strperficie. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197
VI. Una carrera arriesgada... . .. . . . . . . . . . . . . . 202
VIl. Rabstein. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 208
VIII. El viaje á Praga. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213
IX. El cáliz de Cristo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 820
X. Una deuda pagada................. .. . ... 229
XI. El buen uso de la prosperidad. . . . . . . . . . . . 286
XII. Nuevas de Pedro.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 242
XIII. El despertar de Huberto. .. . . .. . .. . ... . ... 24.7
XIV. Tres años después . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253
XV. A puerto seguro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
XVI. Confidencias. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 274
XVII. Espuelas de plata ott·a vez. . . . . . . . . . . . . . . . 285
XVIII. El Monte Tabor. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 295
XIX. El fiel Vito.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 309
XX. cSboim.". . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 313
XXI. Los mineros de Kuttenberg . . . . . . • . . . . . . . 321
XXII. El camino de la cruz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 332
XXIII. El eclipse de luua. . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . 34.0
XXIV. En Leitmeritz otra vez.... .. ..... ........ 317
XXV. e Para esto. ". . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3ó8
XXVI. Un zueco pequeño . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 362
XXVII. El dla de la batalla. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 368
XXVIll. Espuelas de oro. .. .. .... ... .. . . . . . . . . . . 377
XXIX. El dla de la victoria . . . . . . . . . .. . . . . . . .. 381
XXX. «Vuestro pobre siervo Gerson.». . ......... 385
XXXL Conclusión... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 395
NARRACIONES
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hugonote en los tristes días de la Revocación del Edicto de
Nantes. Por Débora Alcock. Con ilustraciones. Rústica, se·
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Cartoné.. . . . . . . . . . . . . . . . . . 2.50
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