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IX Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea

Facultad de Ciencia Política y RRII (UNR). Rosario, 23 y 24 de noviembre.

NARRAR LA RESISTENCIA. LA ESCRITURA EN LA CONSTRUCCIÓN DEL SÍ


MISMO

Diego García

Facultad de Psicología (UNR)

Eje 7: Discurso y narrativas de la democracia actual

Introducción

La escritura como práctica forma parte de las reflexiones del filósofo francés
Michel Foucault (1926-1984) a lo largo de toda su obra. Desde su interés en el tratamiento
del lenguaje hecho por Raymond Roussel (1963), pasando por Las palabras y las cosas
(1966), El orden del discurso (1970), Esto no es una pipa (1973), Vigilar y castigar
(1975), hasta la monumental Historia de la sexualidad (1984), entre otros textos, es
posible trazar un recorrido de indicaciones, en torno a la escritura, donde se va acentuando
su carácter de práctica en un dominio que ya no concierne sólo al gobierno de los otros,
sino que paulatinamente va abriendo un espacio al gobierno de sí. Como veremos, al
interior de aquellas prácticas que Foucault indaga en la cultura greco-romana bajo el
nombre de cuidado de sí, la escritura ocupa un lugar central (Foucault, 2002).

Del mismo modo, otros autores –como Georges Perec en el campo de la literatura,
o Judith Butler desde la corriente post-estructuralista– han contribuido a mostrar que la
cuestión de las narrativas atraviesa campos tan vastos como heterogéneos en el devenir
social de Occidente. No sólo se expresa a nivel macro y molar en políticas, sea en
beneficio del pensamiento plural y democrático, sea en desmedro de la democracia a
través de narrativas neoliberales, sino que es captable –a nivel microfísico y molecular–
en movimientos, marchas y luchas locales.

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El presente trabajo contornea el espacio artístico (música, literatura, cine, pintura)
haciendo foco en la escritura como un modo de construcción del sí mismo que, frente al
recrudecimiento del neoliberalismo, permite narrar alternativas que funcionen como
resistencia; es decir, la posibilidad de dar cuenta de sí mismo y de una época a partir de
la narrativa como ocasión de reflexionar sobre el vínculo entre escritura y subjetivación.
La apuesta es a una potencia de la escritura en la que se entrecruzan lo político, lo histórico
y lo singular.

Escritura disciplinaria y escritura de sí

Dado que los límites de este escrito nos eximen de un recorrido por la totalidad de
las referencias de Foucault a la escritura (lo que no carecería de interés para una
investigación ulterior), centraremos la cuestión en cierto contrapunto situable entre los
usos disciplinarios que se hace de ella, indicados por el autor en el marco de sus
reflexiones sobre las sociedades del siglo XVII y XVIII, y lo que –en otro momento
histórico y teórico– dio en llamar escritura de sí.

El estudio de la metamorfosis de los métodos punitivos, llevó a Foucault a reparar


en el pasaje, descripto minuciosamente, del castigo como espectáculo público, del
suplicio de los cuerpos a la vista del pueblo, a un ejercicio microfísico del poder en el que
la justicia se inserta dentro de un mecanismo administrativo. La administración de la
justicia reclama, a partir del siglo XVII, no sólo una red de profesionales paralelos a la
práctica penal (médicos, psiquiatras, psicólogos, educadores) sino también un registro
escrito y pormenorizado del delincuente1. El examen pericial psiquiátrico, por ejemplo,
permitirá “proporcionar a los mecanismos del castigo legal un asidero justificable no ya
simplemente sobre las infracciones, sino sobre los individuos; no ya sobre lo que han
hecho, sino sobre lo que son, serán y pueden ser” (Foucault, 2006, p. 26). Se ve así como
un “saber, unas técnicas, unos discursos ‘científicos’ se forman y se entrelazan con la
práctica del poder de castigar” (Foucault, 2006, p. 29).

De este modo, la anatomía política del detalle con la que Foucault definía al poder
disciplinario es, al mismo tiempo, una escritura detallada de los individuos (de sus

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Asimismo, se constatará que idéntica urgencia histórica se configura como un dispositivo en otras tantas
instituciones (escuelas, fábricas, cuarteles, hospitales, psiquiátricos) donde el papel de la escritura, en tanto
escritura de los otros, constituye la estela misma que el individuo con sus actos va dejando tras de sí.

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acciones, de su historia, de sus deseos), en la que se combinan la vigilancia jerárquica y
la sanción normalizadora. Foucault llamará examen a este ritual espacio-temporal en el
que los individuos, sometidos a una mirada constante, ingresan en un campo documental,
constituyendo verdaderos archivos de los cuerpos y de los días.

El examen que coloca a los individuos en un campo de vigilancia los sitúa igualmente en
una red de escritura; los introduce en todo un espesor de documentos que los captan y los
inmovilizan. Los procedimientos de examen han sido inmediatamente acompañados de
un sistema de registro intenso y de acumulación documental. Constitúyese un poder de
escritura como una pieza esencial en los engranajes de la disciplina (Foucault, 2006, pp.
193-194).

Problema del ejército, problema de los hospitales, problema de los


establecimientos de enseñanza, la escritura disciplinaria permite clasificar, formar
categorías, establecer medias, fijar normas. Pequeñas técnicas de notación y constitución
de expedientes. Pero aún más, ya no se tratará del registro de la vida de los grandes
hombres, de los notables, aquellos que era merecedores por sus hazañas y sus logros de
una biografía. Por el contrario, la escritura disciplinaria concierne a todos y cada uno, a
esas individualidades comunes que durante mucho tiempo estuvieron por debajo del
umbral de descripción. Ser objeto de una escritura ininterrumpida, dirá Foucault, ha
dejado de ser el privilegio de algunos, ha perdido su valor monumental para una memoria
futura, para volverse documento de utilización por parte del control y la vigilancia de los
individuos.

Esta consignación por escrito de las existencias reales no es ya un procedimiento de


heroicización; funciona como procedimiento de objetivación y de sometimiento. La vida
cuidadosamente cotejada de los enfermos mentales o de los delincuentes corresponde,
como la crónica de los reyes o la epopeya de los grandes bandidos populares, a cierta
función política de la escritura; pero en otra técnica completamente distinta del poder
(Foucault, 2006, p. 196).

Quisiéramos reservar el nombre de escritura de los otros a estos mecanismos de


registro y notación planteados por Foucault, en el sentido de una escritura del poder
disciplinario que tiene por objeto a los individuos. Es la escritura de otros sobre otros.

Sin embargo, paralelamente a este uso de la escritura, es posible situar otro,


fechado por Foucault en los primeros siglos del Imperio greco-romano pero cuya

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actualidad (siempre se trata de hacer la historia del presente) quizás nos permita pensar
algo de la escritura y la narrativa como estrategia de resistencia.

Se trata de la llamada escritura de sí, parte de las artes del sí mismo, la estética de
la existencia y el gobierno de sí que acompañan, como decíamos, las reflexiones del
último tramo de la obra de Foucault. Esta modalidad de la escritura, que está
originalmente ligada al objetivo de mitigar la soledad y a que el propio sujeto pueda mirar
lo que ha hecho y pensado volcándolo en un cuaderno de notas, la encontramos en Séneca,
Epicteto, en Plutarco. En éste último, se destaca su función ethopoiética, es decir, la
escritura de sí como un “operador de la transformación de la verdad en éthos” (Foucault,
2002, p. 11). Lejos de quedar reducida a ser un apoyo de la memoria, el tesoro de lo que
se ha leído, oído, o pensado, Foucault ve, por ejemplo en la hypomnémata, un valor de
ejercicio, de reflexiones puestas en escritura pero cuyo horizonte es que puedan ser
utilizadas en la acción. Del mismo modo, en la medida en que esos pensamientos, vía la
escritura, quedan profundamente implantados en la existencia se tornan inseparables de
ella (no sólo son suyos, sino que son la existencia misma) constituyendo “una importante
estación de enlace en esta subjetivación del discurso” (Foucault, 2002, p. 13), una
subjetivación que resulta del ejercicio de una escritura personal.

El otro registro en el que Foucault inscribe a la escritura de sí es el de la


correspondencia o las misivas. Resultaría obvio destacar aquí el papel bélico que han
cumplido las cartas en diferentes luchas a lo largo de la historia; menos obvio, en cambio,
resulta que la carta también es un ejercicio de subjetivación de un discurso verdadero a la
vez que una forma de objetivación del alma: “una apertura de sí que se da al otro”
(Foucault, 2002, p. 24).

En cualquier caso, lo que resulta de interés es indicar los puntos de semejanza,


pero también las diferencias, entre estos dos grandes modos de la escritura: una escritura
de los otros y una escritura de sí. Sin duda, ambas apuntan al alma a través del cuerpo,
e incluso, en ambos casos, se trata del papel de la escritura en la constitución de un cuerpo,
la función transformadora de la escritura. No obstante, mientras que en un caso se trata
del disciplinamiento del cuerpo en la producción seriada de individuos (función
individualizante de la escritura), en el otro se trata de un trabajo sobre la propia existencia
tendiente a la transformación de modos de pensar, ver y oír (función subjetivante de la
escritura).

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De la narrativa

Jorge Larrosa (1995) ha mostrado, en el ámbito de la educación y de las prácticas


pedagógicas, cómo ciertos ejercicios tienen menos que ver con el aprendizaje de algo
exterior (un cuerpo de conocimientos) que con la elaboración o reelaboración del
educando consigo mismo (subjetivación). Todo un vocabulario pedagógico tiende
referirse a formas de relación con el sí mismo, expresadas en términos de acción, con
verbos reflexivos tales como conocer-se, estimar-se, controlar-se, regular-se, etc.
Evidentemente, señala el autor, cuando estos términos se usan en el contexto pedagógico
(o incluso en el ámbito de lo terapéutico), se presentan de forma normativa o con una
función normativizante, pero no por ello la experiencia de sí que está implicada en esas
acciones deja de tener otros efectos imprevistos, de promover modos de plegado de la
subjetividad que puedan resultar inéditos.

El sujeto pedagógico o, si se quiere, la producción pedagógica del sujeto, ya no es


analizada solamente desde el punto de vista de la ‘objetivación’, sino también y
fundamentalmente desde el punto de vista de la ‘subjetivación’. Esto es, desde cómo las
prácticas pedagógicas constituyen y median determinadas relaciones de uno consigo
mismo. Aquí los sujetos no son posicionados como objetos silenciosos, sino como sujetos
parlantes; no como objetos examinados, sino como sujetos confesantes; no en relación
una verdad sobre sí mismos que les es impuesta desde fuera, sino en relación a una verdad
sobre sí mismos que ellos mismos deben contribuir activamente a producir (Larrosa,
1995, p. 287).

Nos interesa en particular, por su vinculación a la cuestión de la escritura, lo que


dice respecto de narrar-se. Así como las máquinas ópticas (ver, ser visto, ver-se) y las
máquinas discursivas (decir, ser dicho, decir-se) determinan una particular topología de
la subjetividad, la cuestión de la narrativa, el decir-se narrativo, no implica sólo una
descripción topológica, sino una ordenación temporal. “El que narra es el que lleva hacia
adelante, presentándolo de nuevo, lo que ha visto y de lo cual conserva una huella en su
memoria” (Larrosa, 1995, p. 307). El tiempo en el que se constituye la subjetividad es
siempre un tiempo narrado, lo cual no debe confundirse con un soliloquio en la medida
en que toda narrativa personal está inmersa en estructuras narrativas que la preexisten, es
el resultado de una fabricación narrativa no siempre armónica.

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Hay que preguntarse también, por tanto, por la gestión social y política de las narrativas
personales, por los poderes que gravitan sobre ellas, por los lugares en los que el sujeto
es inducido a interpretarse a sí mismo, a reconocerse a sí mismo como el personaje de
una narración actual o posible, a contarse a sí mismo de acuerdo a ciertos registros
narrativos (Larrosa, 1995, p. 311).

Por lo tanto, tan importante como echar mano de la escritura como posibilidad
transformadora, como acción y no simplemente como reflexión, es necesario poder
cuestionar los patrones mismos de auto-narración, los modelos de escritura que produce
cada época, si no se quiere, como se dice, reintroducir por la ventana lo que se ha
expulsado por la puerta.

En un momento histórico político en el que las narrativas neoliberales nos


producen como empresarios de sí, en el que los medios de comunicación traman
subjetividades adormecidas, trazar narrativas alternativas y disidentes es una tarea
personal y política a la vez.

Como señala Judith Butler:

Cuando el ‘yo’ procura dar cuenta de sí mismo, puede comenzar consigo, pero
comprobará que ese ‘sí mismo’ ya está implicado en una temporalidad social que excede
sus propias capacidades narrativas; a decir verdad, cuando el ‘yo’ procura dar cuenta de
sí sin dejar de incluir las condiciones de su emergencia, tiene que convertirse, por fuerza,
en teórico social (Butler, 2009, p. 19).

Dar cuenta de sí toma una matriz narrativa en la medida en que no sólo se


incorporan normas que nos in-forman y nos forman, sino que esas normas puedan
transformarse para disponer otras formas de subjetivación. La tarea poiética de
construcción de un sí mismo no puede realizarse al margen de los modos de subjetivación
y sujeción, no hay autorealización con prescindencia de las normas que determinan las
formas posibles que un sujeto puede adoptar en su existencia; pero al mismo tiempo una
práctica crítica de la escritura permite cuestionar el esquema histórico en el cual pueden
nacer ciertos sujetos y no otros. ¿Quién puedo ser dado el régimen de verdad que
determina mi ontología?

Poner en cuestión un régimen de verdad, cuando este gobierna la subjetivación, es poner


en cuestión mi propia verdad y, en sustancia, cuestionar mi aptitud de decir la verdad
sobre mí, de dar cuenta de mi persona.

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Así, si cuestiono el régimen de verdad, también cuestiono el régimen a través del cual se
asignan el ser y mi propio estatus ontológico. La crítica no se dirige meramente a una
práctica social dada o a un horizonte de inteligibilidad determinado dentro del cual
aparecen las prácticas y las instituciones: también implica que yo misma quede en
entredicho para mí (Butler, 2009, p. 38).

Se trata, en definitiva, sin negar las determinaciones histórico políticas, de


establecer coordenadas para pensar la propia responsabilidad, en el sentido de Levinas,
no como recriminación ni como pretensión de soberanía, sino como reconocimiento de
que la capacidad de permitir la acción de otros sobre mí me concierne.

El espacio de la escritura, una resistencia

Quisiéramos concluir con algunas reflexiones que no provienen del campo


académico o estrictamente teórico, sino de los aportes que cierta literatura ha hecho a la
escritura, al espacio y a los modos de habitarlo. Dos texto de Georges Perec sirven a tal
fin: Especies de espacios (1999) y Pensar/clasificar (2007). No es tanto la pertenencia a
una teoría de la resistencia lo que nos conduce a este autor, como el hecho de que su
literatura es fecunda en descripciones que cuestionan el modo en que los lugares, los
objetos y las personas somos dispuestos en ciertas modalidades de la existencia que, por
resultarnos obvias, impiden ver los mundos posibles de su variación. Más que teorizar la
resistencia, la escritura de Perec pone en acto, en sí misma, una práctica de resistencia.

En Especies de espacios, se parte de una evidencia: vivimos en el espacio;


espacios cotidianos, próximos, sobre los que habitualmente no reflexionamos, espacios
para todos los usos y funciones que, no obstante, sólo usamos de cierta manera y en
función de ciertas necesidades que nos han sido impuestas. Desde el espacio mismo de la
hoja de papel (el primero y más próximo de los espacios para quien escribe), donde Perec
constata –al igual que Foucault– que hay pocos acontecimientos que no dejen al menos
una huella escrita, hasta los espacios urbanos en los que nos movemos, es posible pensar
otras distribuciones, otras alternativas.

Una habitación es una pieza en la que hay una cama; un comedor es una pieza en la que
hay una mesa y sillas y, a menudo, un aparador; un salón es una pieza en la que hay unos
sillones y un diván; una cocina es una pieza en la que hay un fogón y una toma de agua;
un cuarto de baño es una pieza en la que hay una toma de agua encima de una bañera;

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cuando sólo hay una ducha se llama aseo; cuando sólo hay un lavabo se llama cuarto de
aseo; una entrada es una pieza en la que al menos una de las puertas da al exterior del
apartamento; accesoriamente se puede encontrar un perchero; una habitación de niños es
una pieza en la que está un niño; un escobero es una pieza en la que se meten las escobas
y la aspiradora; una habitación de servicio es una pieza que se alquila a un estudiante
(Perec, 1999, p. 53).

De modo irónico, Perec muestra como, por ejemplo, todo apartamento está
compuesto de una cantidad variable, pero limitada, de piezas, y que cada pieza tiene una
función particular. Metáfora de nuestra existencia, los lugares donde vivimos dicen cómo
ha sido pensado que vivamos. En el modelo de apartamentos en los que vivimos hoy, hay
una funcionalidad que sigue procedimientos unívocos, secuenciales y nictemerales: “las
actividades cotidianas corresponden a fases horarias y a cada fase horaria corresponde
una de las piezas del apartamento” (Perec, 1999, p. 54). Es así como los arquitectos y
urbanistas, dice Perec, nos ven vivir o quieren que vivamos. ¿Pero habría otros modos?
Imagina entonces un departamento cuya distribución estuviera fundada en los sentidos
del cuerpo, en las funciones sensoriales (un gustatorio, un auditorio, un palpatorio, etc.)
o bien ya no en los ritmos circadianos sino en los ritmos heptadianos (tendríamos así un
lunestorio, un martestorio, un miércolestorio, etc.). Con todo, concluye el autor, lo que
más difícil nos resulta es pensar un espacio sin función, no que carezca de una función
precisa sino sin función, no pluri-funcional sino a-funcional. Tan regidos estamos por el
dogma de la utilidad y el utilitarismo, que lo inútil ha perdido espacio (literalemente) en
nuestras vidas. De hecho, para algunos la escritura de Perec podría ser considera una
escritura inútil, una escritura que no aporta nada, si se pierde de vista que lo que muestra
es, justamente, la inutilidad de preguntarse siempre por lo útil.

Algo similar analiza en uno de los capítulos de Pensar / clasificar respecto del
fenómeno de la moda. Hay ciertas instituciones contemporáneas, escribe Perec, que han
transformado “en prueba, cuando no en sufrimiento, y aún en suplicio, actividades que en
su origen no eran ni querían ser nada más que placer o goce” (Perec, 2007, p. 55). La
forma de vestirse, por ejemplo, que debería ser un asunto de placer, de placer del cuerpo
por vestirse de una manera u otra, de disfrazarse, placer en el cambio y en la
transformación, se ha vuelto moda, es decir, violencia; “violencia de la conformidad, de
la adhesión a modelos, violencia del consenso social y de los desprecios que éste
disimula” (Perec, 2007, p. 56). Y al igual que con los espacios que habitamos, el cuerpo

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que también habitamos resulta así encorsetado en sus posibilidades. Con su pluma, Perec
no tarda en imaginar alternativas: modas que varíen en su periodicidad (mensual, semanal
e incluso diaria), moda en dominios pocos explorados (moda de los días pares), exacerbar
el laxismo (un mundo donde todo estuviera de moda) o bien la exasperación de las
preferencias (que en un determinado instante de tiempo sólo haya una cosa de moda),
modas no temporales sino espaciales (que existirían simultáneamente en todo el mundo
y que conocerlas dejaría de ser una cuestión de temporadas sino una cuestión de
distancia).

Lo que retenemos de estos juegos de escritura que hace el autor francés no es tanto
su contenido, sino su forma, el modo en que nos interroga acerca de usar la escritura para
deconstruir lugares, costumbres, prácticas. Si pensamos en la escritura de sí que ocupara
nuestras primeras páginas, ¿qué otros modos de subjetivación –a la manera de los
espacios perecianos– pueden ser pensados?, ¿qué modalidades de la escritura, ya no
reducida a lo disciplinar, son aptas para alojar esas subjetividades?

Quizás este ensayo también sea un intento de inscribirse y escribirse (puesto que
se trata de un escrito) en las orillas de esos interrogantes y esas inquietudes, aproximando,
por la alquimia de las palabras, a autores heterogéneos, como quien decide un buen día –
la metáfora es de Larrosa– reordenar su biblioteca y disponer de otro modo los libros,
inaugurando otras proximidades y otras distancias; viendo qué resulta de combinar
lecturas que no solemos reunir. O tal vez, si nosotros mismos somos libros, ver qué resulta
de reunirnos con otros para pensar alternativas de existencia a esta biblioteca en la que,
para bien o para mal, nos ha tocado vivir.

Referencias bibliográficas

Butler, J. (2009). Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad. Buenos


Aires: Amorrortu.

Foucault, M. (2002). La escritura de sí. En Dichos y escritos, Tomo III. Madrid: Editora
Nacional.

__________ (2006). Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo


XXI.

Larrosa, J. (ed.) (1995). Escuela, poder y subjetivación. Madrid: La Piqueta.


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Perec, G. (1999). Especies de espacios. España: Montesinos.

________ (2007). Pensar / clasificar. México: Gedisa.

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