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El discurso dominante sobre el fracking en Mendoza: una democracia de la fuerza

compulsiva de los hechos


Mariano J. Salomone
INCIHUSA, CONICET, CCT-Mendoza
Eje Temático: Discurso y narrativas de la democracia actual.
Introducción
En este trabajo propongo analizar discursos y narrativas de la democracia actual
presentes en torno a un conflicto social particular, el avance del fracking en Mendoza. La
hipótesis de fondo, sostiene que la iniciativa sobre el fracking impulsada por los sectores
dominantes, constituye un terreno propicio para reconocer algunos rasgos decisivos de
nuestras democracias. En torno a este conflicto está en juego una hegemonía discursiva
que, en tanto “apuesta social” (Angenot, 2012), constituye una narrativa orientada a
definir, en un momento determinado, todo lo posible de decir y de pensar alrededor de
los procesos de despojo ligados a la mercantilización de bienes comunes naturales.
En 2017 irrumpe en el espacio público la iniciativa del gobierno en relación a la
explotación de yacimientos no convencionales en Mendoza (fracking)1. La decisión
encontró fuertes resistencias en amplios sectores de la provincia y tendió a configurar un
conflicto con importantes movilizaciones sociales, principalmente hacia finales de abril
de 2018. En prácticamente la totalidad de los departamentos proliferaron las asambleas
de autoconvocados/as, las marchas y cortes de ruta, así como también una diversidad de
acciones de concientización (charlas informativas, recolección de firmas, actividades
culturales, etc.), medidas judiciales (amparos) y la presentación de proyectos de ley en la
legislatura provincial.
He tomado dos períodos en la configuración del conflicto en torno al fracking en
Mendoza. El primero, refiere al proceso de su habilitación por el ejecutivo provincial, que
comienza con la autorización de una prueba piloto en julio de 2017, una audiencia pública
en diciembre y su reglamentación por decreto en marzo de 2018. El segundo, tiene que
ver con la etapa de aumento de los cuestionamientos e intensificación de la protesta y la
movilización social (abril-mayo del corriente año). Desde el punto de vista metodológico,

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El fracking es una técnica experimental de explotación de hidrocarburos no convencionales sumamente
controversial que ha encontrado a nivel global fuertes resistencias. Inevitablemente tengo que pasar por alto
los debates acerca de muchos de sus problemas socioambientales. Para un análisis de los riesgos de
contaminación que supone (AAVV, 2014, CHPNY y PSR, 2015). Mientras que para un enfoque del
fracking como estrategia de acumulación del capital, véase (Svampa y Viale, 2014 y Roa Avendaño y
Scandizzo, 2017).
para el análisis recurro a la prensa gráfica (diarios Los Andes y Mdz) y documentos
públicos de actores involucrados (diferentes áreas del gobierno, cámaras empresarias,
etc.).
1. El fracking como resultado de la fuerza compulsiva de los hechos o la imposición
de la mano invisible del mercado
Para comprender qué quiere decir la iniciativa del fracking como resultado de las
fuerzas compulsivas de los hechos, el punto de partida es una manera particular de pensar
la racionalidad que subyace a la acumulación por desposesión del capital. En algún punto,
podríamos decir no se trata de nada que ya no sepamos: esa racionalidad es parte de una
“acción racional” que tiene como base la relación costo-beneficio. Ahora bien, lo crucial
será reconocer los efectos indirectos que genera, principalmente en momentos en que
dicha lógica tiende a hegemonizar gran parte de las actividades y relaciones que organizan
la producción y reproducción de nuestra vida social.
Para ello retomo aquí el análisis de Franz Hinkelammert sobre la racionalidad
formal (relación medio-fin), que es la lógica por la que se orientan los individuos cuando
intercambian en el mercado. Allí cada individuo concibe su acción vinculando de forma
lineal medios y fines, en busca de definir así la relación más racional con el objetivo de
juzgar acerca de los medios utilizados. El criterio de racionalidad formal juzga acerca de
los medios según un criterio de costos: lograr un determinado fin con el mínimo de
medios. En efecto, el fin decide sobre la eficiencia de los medios (Hinkelammert, 2006).
En torno a la iniciativa del fracking, los discursos hegemónicos siguen al pie de la
letra lo sustancial de esa racionalidad. En tal sentido, la fractura hidráulica forma parte de
una estrategia para atraer inversiones, es decir, aquello que considera el mejor medio para
lograr el crecimiento económico y el desarrollo, en tanto valores supremos. Esa mirada
es compartida por el sector empresario y el gobierno provincial: “el desarrollo de nuevos
reservorios de baja permeabilidad (…) constituye el gran de desafío y la plataforma de
lanzamiento de un proceso de mayor crecimiento económico para la provincia elevando
la calidad de vida para sus habitantes” (CAMPESPE, 2017); “El grado de actividad de la
industria en el no convencional de Mendoza va a depender de cuán eficiente sea el trabajo
en conjunto entre Gobierno, empresas y sindicatos para lograr hacer rentable esta
actividad y que la misma genere empleo e ingresos adicionales para la provincia. Hoy el
Gobierno está acompañando a los sectores involucrados para facilitar estas inversiones
(…)” (Gobierno de Mendoza, 15/07/2017); “El potencial del petróleo no convencional es
muy alto. En términos de inversión, con sólo un desarrollo no convencional de mediano
tamaño se puede traer inversiones en el orden de los 1.000 millones de dólares y
prácticamente duplicar el nivel de actividad en la Provincia” (Gobierno de Mendoza,
09/03/2018). En definitiva, todo ello supone considerar el fracking como una oportunidad
de inversión, un potencial a desarrollar, esto es, una realidad que todavía no es pero tiene
la posibilidad de ser en un futuro: “Mendoza tiene un gran potencial a desarrollar” (CEM,
1017); “Si bien las reservas de hidrocarburos convencionales están en un proceso de
declinación, en Mendoza existe un gran potencial aún por explorar en las reservas del no
convencional” (Gobierno de Mendoza, 15/07/2017).
Ahora bien, tal como advierte Hinkelammert, el problema con esta racionalidad
es que cualquier consecuencia de la acción que exceda el campo de la relación medio-fin
queda excluida de la consideración racional, es decir, se trata de una acción que no
problematiza sus efectos (1998; 2006). Este tipo de racionalidad permite juzgar acerca de
los medios más eficientes para lograr un determinado fin, pero no puede emitir juicios
acerca de cuáles fines debemos perseguir. Es decir, dentro de esa racionalidad económica,
formal e instrumental, el desarrollo no encuentra ningún tipo de límites. El criterio de la
eficiencia supone, como efecto de estructura, precisamente la abstracción de sus efectos
indirectos, incluidos los riesgos que implica sobre las condiciones de posibilidad de la
vida humana y de la naturaleza. A partir de allí, el resultado es que se procura llevar el
desarrollo (el crecimiento, la productividad y la ganancia) al extremo de lo posible2.
Así, aquel “potencial” que en un principio formaba parte de una promesa a futuro,
una realidad opcional en tanto posibilidad, es convertido rápidamente en una necesidad,
algo ineludible, puesto que lo que es eficaz por eso mismo es necesario y bueno. Aquí ya
no hay lugar para ningún tipo de dudas o cuestionamientos: “¿Se puede dudar, acaso, de
la necesidad de la creación de empleo formal bien remunerado? ¿De la necesidad de
agregar valor a nuestra producción? ¿De la explotación responsable de los recursos
naturales?” (CEM, 1017). De hecho, la explotación de hidrocarburos no convencionales
es “una actividad que todo el mundo sabía que es necesaria y que en algún momento se
tenía que desarrollar” (Mdz, 17/08/2017). Estamos ahora frente a un potencial que se ha
vuelto imperativo categórico: lo que se puede hacer, se debe hacer: si es técnicamente
posible, es obligatorio. “Si bien los recursos del shale se conocían desde hace más de 70
años, no era posible extraerlos porque no se contaba con la tecnología necesaria. Ahora
sí se cuenta y por eso el shale comienza a ser una realidad” (Los Andes, 07/07/2013).

2
No es casual que desde el pensamiento crítico se halla denominado a la explotación de yacimientos no
convencionales como “energías extremas” (Roa Avendaño y Scandizzo, 2017).
Además, para saber qué se puede hacer, hay que hacerlo. De allí que el camino hacia la
habilitación del fracking tuviera como punto de partida la autorización, por parte del
ejecutivo provincial, de la prueba piloto. En efecto, podríamos decir que para la narrativa
dominante, en tanto racionalidad medio-fin, apenas aparecen los límites en la estrategia
de acumulación del capital. Y si lo hacen, aparecen de una manera determinada: bajo la
ilusión de poder calcular el límite de lo aguantable, esto es, preguntarse hasta dónde es
posible seguir con la estrategia de la acumulación de capital sin que colapse el sistema o
la naturaleza3. Pero si cuestionar la lógica sistémica que subyace. En 2013, por ejemplo,
las asambleas socioambientales impulsaron, en algunos municipios de la provincia,
ordenanzas de prohibición del fracking. En ocasión de uno de esos debates, frente al
dilema ¿prohibir el fracking o controlarlo?, un concejal decía: “Yo pienso que hay que
regularlo y ver hasta dónde llegamos” (Los Andes, 16/08/2013). Toda acción debe ser
llevada hasta el límite de lo posible para que todo lo posible sea realizado.
Ahora bien, resulta crucial reconocer que el motivo de tal abstracción no obedece
a un simple “olvido”, sino que es el resultado de categorías de pensamiento de una
racionalidad que hace invisible sus efectos indirectos. Son efectos no-intencionales de la
acción intencional que retornan sobre el actor y ejercen sobre él un efecto compulsivo.
“En su sentido estricto, se trata de fuerzas compulsivas de los hechos (Sachzwänge) que
obligan al reconocimiento de un orden que surge a espaldas de los actores a través de
estas leyes” (Hinkelammert, 1996: 243). Estamos frente a una tendencia que exige aceptar
las consecuencias no intencionales del orden económico-social surgido a partir de las
relaciones mercantiles como leyes necesarias de la historia (fuerzas compulsivas).
Tendencias que así otorgan al desarrollo la apariencia de una realidad inevitable: “Las
enunciadas, y muchas más, son ‘políticas de desarrollo’. No necesitan pactos, necesitan
que se incorporen a la cultura social y a los objetivos comunes, es decir que se conviertan
en irrenunciables y no negociables” (CEM, 2017).
2. La resistencia al fracking como obstáculo al desarrollo: la supresión del conflicto
por fuerza compulsiva
En el apartado anterior analizamos la iniciativa sobre el fracking como estrategia
definida a partir de una racionalidad medio-fin que tiende a imponer, como único criterio

3
Hinkelammert nos advierte acerca del carácter ilusorio de ese cálculo. El problema es que dicho límite
resulta incalculable. Se cree que se puede seguir hasta que se llegue a ese límite, para moverse para siempre
a lo largo de la línea imaginada del límite de lo aguantable. Pero el límite no se puede conocer antes de
haberlo cruzado; pero entonces, ya no hay vuelta atrás. Es el punto de no retorno.
de la acción, la eficiencia. En efecto, su principal problema es que, con la mira puesta en
la maximización de beneficios (crecimiento y desarrollo), no se hace responsable de sus
efectos indirectos, como puede ser la posible contaminación de aguas subterráneas, el
aire, la eliminación progresiva de formas (re)productivas previas o la creación de “zonas
de sacrificio”. Ahora bien, resulta crucial reconocer que no se trata de un mero “olvido”,
sino que forma parte del resultado inherente a una lógica que hace invisible esos riesgos.
Pues estamos frente a una estrategia que debe hacer abstracción tanto del actor como de
la naturaleza para reducir todo calculo a una operatoria entre costos y beneficios. Es por
esa única razón que el desarrollo puede presentarse como un crecimiento económico al
extremo de lo posible, sin límites ni miramientos de ningún tipo: porque hace abstracción
de la globalidad real del mundo, de la corporalidad del actor y de la naturaleza, su finitud.
Sin embargo, es claro que no por ello desaparecen los límites. Podemos reconocer
los límites con los que tropieza la acumulación por desposesión tanto en la destrucción
de la naturaleza como en el socavamiento de las relaciones sociales. Lo que sucede es que
ahora esos límites no aparecen de la mano de la racionalidad económica y el orden social
que promueve, sino exclusivamente de los seres humanos y movimientos de resistencias
que se oponen al cálculo medio-fin. Por ese motivo los cuestionamientos al progreso
aparecen como irracionalidades y son considerados distorsiones para la acción racional,
reducida ésta a la eficiencia, el productivismo, la maximización de la ganancia.
En la narrativa dominante sobre el fracking ello se presenta fundamentalmente
imputando todo cuestionamiento a la fractura hidráulica como obstáculo al desarrollo.
Algo que podemos reconocer en las diferentes formaciones discursivas aquí analizadas:
el gobierno, las empresas del sector y la cobertura mediática en la prensa gráfica. Así, por
ejemplo, en 2017 frente a la autorización realizada por el ejecutivo de una prueba piloto
en el yacimiento Puesto Rojas (Malargue), diferentes organizaciones sociales presentaron
recursos de amparo solicitando que se llevaran a cabo previamente las correspondientes
evaluaciones de impacto ambiental y audiencias públicas. Desde los sectores dominantes,
se pudo escuchar las siguientes respuestas: “no creemos que con amparos contribuyamos
al desarrollo de Mendoza, al contrario, la paralizamos” (FEM, 2017); “no podemos
permitir que intereses ambientalistas afecten nuevamente nuestra actividad perjudicando
a todos los mendocinos, significando que de poner obstáculos al desarrollo de la
actividad, se va a ver seriamente perjudicada las Arcas de Mendoza en recibir menos
regalías” (SPJPC, 2017); “Estamos durmiendo sobre una cuna de oro, y tenemos gente
con hambre; y todo por algunos que ponen trabas” (Los Andes, 11/05/2018); “Existe un
sistema técnicamente probado y si se aplican los controles, como en toda industria, no
debe tener problemas. Entonces, por qué poner ‘palos en la rueda’ para que se desarrolle
el fracking” (Mdz, 17/08/2017).
Las fuerzas compulsivas de los hechos, como tales, exigen el sometimiento de los
sujetos a sus requerimientos y la colaboración con ellas, sin considerar ninguna de las
consecuencias que esto pudiera implicar. Pretende sujetos indefensos frente a los efectos
indirectos de la acción medio-fin. Por el contrario, enfrentar los efectos indirectos no solo
es considerado en tanto una distorsión de la acción racional y un obstáculo al progreso
sino como acto de rebeldía. Hinkelammert observa que la afirmación de la vida frente a
ese circuito medio-fin ha sido considerada siempre como hybris (orgullo) (Hinkelammert,
2006). El pecado de hybris, en la antigüedad, estuvo ligado a la arrogancia de quienes
disputaban y despreciaban el poder de los dioses, desde un acto de orgullo y presunción
desmedida. Eso mismo está en juego frente a la ética absoluta del mercado y la promesa
divina del crecimiento infinito. Cuestionar y osar oponerse a las inexorabilidades del
progreso, así sea mediante los canales institucionales estipulados (presentación judicial
de amparos, promoción legislativa de proyectos de ley), es identificado como parte de
una acción insolente, ligada a la falta de moderación y la desmesura. Podemos reconocer,
en la narrativa dominante sobre el fracking, la sutil construcción de una dicotomía que
opone “objetividad racional” –en general apoyada en argumentaciones pretendidamente
técnicas y científicas- frente a una “ideología irracional” –supuestamente sostenida en
informaciones falsas, opiniones desmesuradas y temores infundados-. Así la observamos,
por ejemplo, en la cobertura mediática: “Mientras los que tienen el conocimiento técnico
avalan el método y señalan que -tal como en todas las actividades industriales- con los
cuidados y control es posible realizarla sin dañar el ambiente, por otro lado surgen los
discursos que apelan al temor y los recursos judiciales para frenar cualquier desarrollo”
(Mdz, 17/08/2017). Lo encontramos también en el discurso del propio gobierno: “Frente
a este oscuro panorama de total desinformación, algunos protagonistas, acreditados
técnica y científicamente, pudieron derribar mitos sobre esta técnica que se usa hace
décadas en nuestro país (…) Pido por favor que nos informemos; hablar desde la
ignorancia es sólo para generar miedo” (Gobierno de Mendoza, 25/04/2018). Y por
supuesto está presente en el sector empresario: “los debates que se originen en nuestra
comunidad deben realizarse de manera pacífica, en un marco de convivencia cívica, y
sustentados por los más elevados estándares de rigurosidad técnica y científica que se
puedan alcanzar (…) las informaciones que circulan por las redes sociales contienen
inexactitudes evidentes, resultando claramente exageradas, y que no contribuyen al
esclarecimiento del tema y a obtener conclusiones que impliquen un progreso” (CEM,
2018).
En efecto, el conjunto de voces disidentes, cuestionamientos y protestas contra el
fracking, es tratado como una serie de acciones irreflexivas que pecan de cierto orgullo
temerario. Como reacción a la emergente movilización de comienzos de año, durante los
meses de abril y mayo, el gobierno puso en marcha una fuerte campaña de desacreditación
de la protesta social. Acusó de “terrorismo” a la campaña de contrainformación y de
“fundamentalistas” y “metemiedos” a quienes cuestionaron públicamente la explotación
de hidrocarburos no convencionales. “Por su parte, el ministro de Economía,
Infraestructura y Energía de Mendoza, Martín Kerchner, aseguró que se está realizando
‘una campaña terrorista que solo busca implantar el miedo’ en la sociedad”
(Unidiversidad, 26/04/2018); “Me parece que la falta de información hace que la gente
dude, nosotros hemos brindado toda la información (…) Me parece que debería haber un
poco más de tranquilidad y confianza porque claramente nosotros no vamos a permitir
que pase algo. Lo demás es terrorismo” (Gobierno de Mendoza, 29/04/2018).
Sin embargo, cabe destacar lo que resulta una vuelta de tuerca alrededor de la
iniciativa del fracking como resultado de las fuerzas compulsivas de los hechos. Ellas no
solo fuerzan a una desacreditación de los discursos contrahegemónicos, sino que obligan
-también por fuerza compulsiva- a la represión de todo acto de resistencia. Al igual que
en la antigüedad toda hybris debe ser castigada. La ideología del desarrollo, en tanto
estrategia que tiende a impulsar los procesos de mercantilización al extremo de lo posible,
hace igualmente inevitable el intento de suprimir el conflicto social. Pues de otra manera
su reconocimiento haría imposible continuar con la misma estrategia de acumulación de
capital. Frente a la intensificación de los cuestionamientos al fracking y el aumento de la
movilización social, el gobierno provincial acompañó la campaña de desacreditación y
persecución de las voces disidentes con una política de criminalización y judicialización
de la protesta social, que ha arrojado varias imputaciones a manifestantes en diferentes
oportunidades. A esto debemos añadir el proyecto impulsado desde el ejecutivo de un
nuevo Código Contravencional que promueve un control policíaco del espacio público,
bajo una perspectiva profundamente punititivista de corte clasista.
A modo de cierre: discursos suicidas en democracia
Nuestras democracias parecen estar atravesadas por el dilema entre una economía
para el mercado o una economía para la vida; disyuntiva que entre sus pliegues incluye
aquella otra formulada por Ana E. Ceceña, entre dominar la naturaleza o vivir bien. En la
introducción afirmaba que los discursos dominantes que podemos hallar alrededor del
conflicto por el fracking permiten reconocer aspectos clave de nuestras democracias. El
interrogante de fondo sería ¿qué democracia en tiempos de despojo? Bajo una reedición
de la ideología del progreso, la narrativa dominante tiende a presentar la iniciativa del
fracking en Mendoza como resultado de fuerzas compulsivas frente a las cuales no es
posible sustraerse. La fractura hidráulica sería así una oportunidad de crecimiento que se
torna obligatoria, inexorable. A partir de allí, toda resistencia es vista como un obstáculo
al desarrollo. El camino a la habilitación del fracking supone entonces el descrédito de
las voces disidentes, cuando no la criminalización y judicialización de la protesta.
Muchas veces se ha leído el proceso de relegitimación neoliberal que estamos
atravesando como un retorno a los años ’90. Resulta inquietante atender a la actualidad
que recobran los debates de aquella época acerca de las tensiones entre democracia y
mercado (capitalismo). He retomado el análisis que hace Hinkelammert de la racionalidad
medio-fin para señalar los peligros de la lógica que domina el mercado, los riesgos que
enfrentamos en momentos en que tiende a cerrarse, una vez más, en tanto “pensamiento
único”. Hinkelammert lo grafica a partir de la siguiente metáfora: “Cortar la rama del
árbol sobre la que se está sentado”. En términos de esa razón formal e instrumental,
puede haber racionalidad al cortar la rama del árbol, y con los aportes de la ciencia
podemos ser extremadamente eficientes al hacerlo. No obstante, al lograr el objetivo, el
resultado es la caída y la muerte del actor. Para Hinkelammert, la racionalidad medio-fin
deriva en lo que denomina la irracionalidad de lo racionalizado, el momento en el que el
progreso produce un salto al vacío: “El petróleo no calma la sed”, puede leerse entre las
pancartas de quienes rechazan el fracking. Celebramos la racionalidad y la eficiencia y,
sin embargo, destruimos las condiciones que hacen posibles nuestras vidas sin que nos
haga reflexionar sobre la racionalidad correspondiente.
Las demandas de las organizaciones y colectivos sociales que se han movilizado
en rechazo del fracking giran alrededor de dos grandes reivindicaciones: el derecho a la
participación en decisiones que los/las afectan (consulta popular, audiencia pública) y la
oposición a la mercantilización de bienes comunes naturales que resultan clave para la
vida como el agua. Una y otra expresadas en consignas como “Somos lo que protegemos”
y “El agua de Mendoza no se negocia”. La defensa del agua es un asunto sensible para
los/mendocinos/as, quienes han construido parte de sus tradiciones en torno a la cultura
del riego y las acequias. En la historia reciente, aquella ética del bien común sostuvo la
movilización de amplios sectores de la sociedad frente a iniciativas de despojo similares
al fracking, como la megaminería. Aquí he propuesto analizar los discursos dominantes
que podemos reconocer en referencia al fracking como estrategia de desarrollo. Esa
narrativa hegemónica da cuenta de una perspectiva en la cual la ofensiva del capital no
reconoce límites y tiende a ser llevada al extremo, más allá de lo posible. Por supuesto la
hegemonía no es nunca total ni definitiva. Como advertía Raymond Williams, debe ser
siempre renovada, recreada, defendida y modificada, debido a que es continuamente
resistida, limitada, alterada y desafiada por presiones que de ningún modo le son propias.
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