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Alejandro Moreira

UNR/UNER

amoreiraar@yahoo.com.ar

Escrito Jornadas de Teoría Política

Lecturas en torno a la protesta social: las asambleas barriales en Rosario (2001-2004)

I.

En 1995 , un ensayo de ajuste económico y de reforma de la seguridad social, promovido


por el primer ministro de Jacques Chirac, Alain Juppé, desató en Francia un movimiento
de huelgas y protestas que por su masividad, potencia y heterogeneidad fueron
comparados con los eventos de mayo de 1968. Nuestro escrito tenía como objetivo
detenerse no en la historia de aquellas jornadas –que sólo conocemos a través de la crónica
periodística- sino en las lecturas que desató tanto en el ámbito político como académico.
Entre ellas nos interesaba la de George Navet, quien expresa una posición que desde la
filosofía política observa estos acontecimientos como otras tantos expresiones de una
inesperada resistencia colectiva al orden neoliberal , signo de que antiguos ideales de
izquierda perduran bajo nuevas figuras a pesar de un contexto francamente adverso. En
segundo lugar, nos importaba una compilación dirigida por Alain Touraine cuyo título
traducido sería El gran rechazo, reflexiones sobre la huelga de diciembre 1995, que más
allá de las diversas contribuciones presenta como puntos comunes argumentos de derecha
clásicos de los medios de comunicación para la comprensión de la protesta social, a saber
su carácter “corporativo” y en consecuencia la impronta fuertemente “conservadora” que
marcaría su desenvolvimiento . Por último, dirijíamos nuestra mirada a los argumentos de
un autor como Marcel Gauchet quien en una lectura lúcidamente reaccionaria de la
sociedad francesa pone el acento en los paradójicos efectos a partir de los cuales un
movimiento de contestación política, impregnado en un lenguaje emancipatorio, no
contribuiría sino a un reforzamiento de procesos económicos, institucionales pero
también subjetivos que refuerzan el desenvolvimiento del neoliberalismo contemporáneo
entendido no sólo como paradigma político sino como el último e irrebatible momento
de un proceso civilizatorio de larga duración.

En un segundo momento nuestra intención era contrastar esos análisis forjados en otras
latitudes con diferentes lecturas de la vasta experiencia de protesta social que atravesó la
Argentina hacia los años 2001/2002. El objetivo era despejar distintos modos de pensar la
acción colectiva en contextos de resistencia al orden neoliberal que, creemos, aportan ideas
productivas no sólo para reflexionar sobre el pasado reciente sino también sobre la realidad
argentina en los tiempos que corren. Ese ejercicio de comparación se estucturaba en torno a
una serie de premisas, entre ellas la evidencia que cada una de las lecturas mencionadas
arriba (y otras tantas) adolece de un mismo vacío: las conclusiones a las que se arriba se
encuentran ya enunciados en los supuestos iniciales. En otras palabras, los acontecimientos
y su singularidad se trastocan en insumos que vienen a confirmar perspectivas ideológicas
bien precisas. Como ocurre a menudo en el mundo académico no hay en rigor desafío
alguno, todo se sabía de antemano.

Paralelamente nos interesaba subrayar la concordancia de esos abordajes con otros


realizados en contextos distintos, como es el caso de las protestas en nuestro país. De
donde emerge un dilema que nos atenaza. O bien esas concordancias y similitudes
obedecen a una mirada saturada de teoría donde la singularidad de los acontecimientos - su
enraizamiento temporal y geográfico- ha quedado completamente eclipsado. O bien, en
efecto, deberemos olvidar aquellas formas elementales de entendimiento que indicaban las
diferencias entre centro y periferia, países avanzados/atrasados, para rendirnos a la
evidencia de que la globalización ha sido consumada y vivimos en efecto en un mismo
mundo: los acontecimientos de protesta colectiva de Francia en 1995 y Argentina hacia
2001 se parecen porque en última instancia están atravesados por los mismos fenómenos.
De donde el problema ya no sería la alteridad del mundo sino su mismidad.

Ahora bien, esa propuesta que habíamos escrito en el abstract se ha visto restringida en sus
intenciones. Cuestiones de tiempo y espacio nos obligan eludir toda la primea parte para
dirigirnos sin mediaciones al análisis de la protesta colectiva en el caso argentino, tomando
como horizonte el movimiento social nacido a fines del 2001 que signó la caída del
gobierno de Fernando de la Rúa.

En este caso, no se tratará de insistir en análisis teóricos sino en examinar una de las tantas
experiencias surgidas con la crisis orgánica de diciembre de 2001 que nos permiten seguir
con una mirada histórica los avatares de uno de los actores del movimiento social de
contestación que tanta relevancia tuvo en aquellos días: Las asambleas barriales que
surgieron en las grandes ciudades argentinas en el momento de la crisis de diciembre del
2001 y en ciertos casos mantuvieron su existencia hasta entrado el año 2004 -al menos eso
ocurrió con una decena de asambleas de la ciudad de Rosario . Si bien el fenómeno de las
asambleas barriales corresponde sociológicamente a segmentos de la clases medias urbanas,
lejos de la relevancia de los movimientos de piqueteros y desocupados, (y lejos también de
sus dramáticas peripecias) nos permitirá evaluar el desenvolvimiento y el destino de un
discurso fuertemente antiestatal que mostraba ciertos puntos de contacto con el universo del
autonomismo.

II.
Como ocurrió en otras lugares de la Argentina, las asambleas barriales de Rosario
surgieron al calor de la crisis política desatada a fines de 2001 cuando agrupamientos de
vecinos se reunieron de manera autónoma y espontánea en clubes, escuelas, iglesias,
plazas y veredas de la ciudad. Si algo define a ese nuevo colectivo es su carácter
fuertemente destituyente del régimen político y de sus representantes: “que se vayan todos,
que no quede ni uno solo” fue la consigna de la hora. El movimiento adquirió mayor
intensidad y alcanzó su apogeo en ocasión del plebiscito contra la empresa privada Aguas
Provinciales de Santa Fe, en el mes de septiembre de 2002 –plebiscito convocado por
diversas asociaciones civiles específicas pero instrumentado y en gran medida garantizado
por las asambleas. A partir de ese momento, se observa un proceso inverso, de paulatino
debilitamiento: el movimiento barrial perduró con deserciones cada vez más significativas
a lo largo del 2003, lo que no le impidió llevar a cabo diversas actividades de solidaridad y
ayuda con los inundados de la ciudad de Santa Fe. Sin embargo, las elecciones
presidenciales del 2003 marcaron el apagamiento de la experiencia: la mayor parte de las
asambleas de la ciudad se extinguieron a principios de 2004, algunas incluso lograron
declarar su autodisolución.

He aquí en brevísima síntesis la secuencia que se abre en diciembre de 2001 y se cierra


aproximadamente en mayo de 2004. Si nos detenemos en las diferentes lecturas que se
han esbozado sobre esta experiencia es obvio que no encontraremos neutralidad alguna, las
distintas posiciones se encontrarán claramente anclados en universos ideológicos definidos.

.A modo de ejemplo podemos situar dos extremos:


- los que tendieron a ver en el movimiento de fines del 2001, el germen de una revolución
social; (es posible que tal sea la posición de muchos de los que participaron en las
Asambleas barriales) -posición compartida por sus enemigos, por ejemplo el diario La
Nación, que vió en esta experiencia el peligro de nuevos soviets prontos a atentar contra
las instituciones de la república.

Por otra parte, aquellas interpretaciones que ponen el acento en la en la crisis y


resurrección del régimen político tienden o bien a desconocer lo que este proceso contuvo
de novedoso, ( en última instancia no se trató de otra cosa que de ahorristas desahuciados),
o bien, en nombre de cierto realismo, evacuan el estudio de lo ocurrido subrayando el
carácter francamente utópico del movimiento en cuestión, así se dirá que, desde su misma
génesis, las asambleas estaban irremediablemente condenadas al fracaso . Tales posiciones
pueden encontrarse en actores ubicados en contextos ideológicos distintos: el ex presidente
Eduardo Duhalde, el grueso del progresismo intelectual argentino, historiadores como
Tulio Halperin Donghi e incluso intelectuales como Nicolás Casullo.1

1
Reproducimos un pasaje de Nicolás Casullo que nos permite entrever los debates de la época, un pasado
que hoy se nos aparece como lejano. “No creo que la Doña Rosa del mito haya dejado de ver teleteatros.
Incluso los actúa. Y cuando dice “que se vayan todos”, en realidad lo que está diciendo es exactamente lo
contrario. Es como cuando estás despechado y decís “andate” porque en realidad te necesito mucho. Porque
si vos vas a la Plaza de Mayo y a la del Congreso es porque les estás reclamando a los poderes más
concentrados. Entonces el grito “que se vayan todos” es casi exactamente su revés. “Que se vayan porque lo
que no puedo soportar es que yo que era la que más creía en esta Constitución”. La frase “Que se vayan
todos”, genera recelo, hace aparecer a gente que piensa que esto es una especie de neofascismo solapado o
que se está llamando a un nuevo golpe militar. Pero lo que Doña Rosa dice es “quiero que el poder sea
poder”. Por eso va a Plaza de Mayo, porque es histórica, porque es el lugar donde –esté o no esté alguien en
el balcón– están el Ministerio de Economía, la Catedral, el Cabildo y la Casa de Gobierno. O sea, el espacio
En el ámbito académico podemos encontrar interpretaciones que en la senda de Gramsci
postulan que en efecto diciembre de 2001 significó un colapso del sistema político –una
crisis de hegemonía. De allí diversas conclusiones sobre lo que siguió:
-aquellos que afirman que el gobierno de Duhalde, en principio, y luego el de Kirchner
cumplen el rol de reestablecer esa hegemonía rota –lo que se llama la “gobernabilidad del
sistema”. Se trata entonces de una crisis orgánica, pero sin alternativa contrahegemónica: la
dominación vuelve a instalarse. La secuencia abierta en el 2001 se ha cerrado

-aquellos que, desde una versión más optimista, observan que en efecto la hegemonía ha
sido restaurada, pero que sin embargo el gobierno de Kirchner y algunas de sus medidas
(modificaciones en la Corte Suprema, derechos humanos, etc) no hubieran sido posibles de
no haber mediado la crisis y el movimiento ciudadano anterior. La secuencia abierta en el
2001 permanece, de alguna manera, vigente: el kirchnerismo hereda y realiza alguna de las
promesas del movimiento asambleario.
La primera de esas posiciones ha sido sostenida por la corriente autonomista representada
en el blog lobo suelto/anarquía coronada, heredero del colectivo Situaciones, en donde se
destacan las lúcidas contribuciones de Diego Sztulwark y Verónica Gago. De allí la
caracterización del kirchnerismo entendido a modo de revolución pasiva, se trató de una
política de inclusión y extensión de derechos que asumían algunas de las demandas del
vasto movimiento destituyente de la época pero al mismo tiempo jugaba un rol de
cooptación sino de represión del movimiento social.

del poder en la Argentina. Cacerolas y asambleas plantean una potencial y profunda política que aparece en
términos de una condición que vos no sabés si es “salvémonos así porque se acabó la Argentina” o “Estamos
inaugurando algo”. Yo creo que son las dos cosas”. (Página 12, 4 de marzo de 2002). El pasaje deja
entreveer la desconfianza ante una supuesta impostura de los manifestantes cuyas radicalizadas posturas
destituyentes encubrírian en verdad un reclamo de orden:–buscaban un padre para mitigar la angustia
existencial propia de los momentos de crisis y lo encontraron por fin en la figura de Néstor Kirchner- señaló
años después Juan Bautista Ritvo en una conferencia en el Parque de España de Rosario –perspectiva que
juzgamos equivocada.
La segunda posición se enhebró en aquel colectivo de intelectuales más cercanos al
régimen K. Desde esta perspectiva se sostuvo que la política, en tanto apertura, cambio y
transformación surgía desde los poderes del Estado y se dirigía a la sociedad2.
Diversos autores han ensayado una confluencia entre ambas posiciones. Entre otros, se
destacan los escritos de Gisela Catanzaro y Diego Tatián en el segundo número de la Revista
El Ojo Mocho, la vuelta3. Este último autor proponía una salida teórica que en verdad
convocaba a inventar nuevas prácticas: que la política de los movimientos sociales fuera
pensada como causa inmanente del Estado al tiempo que éste era concebido como una
instancia que potenciaba a la multitud, en suma: “el Estado puede ser un contrapoder”, otra
manera de decir que de lo que se trata es de conjugar hegemonía y autonomía.

En nuestro caso, ensayaremos una mirada que reconoce lo que el proceso asambleario tuvo
de novedad radical al tiempo que admite evidencia del paulatino agotamiento de la
experiencia pero descarta cualquier determinismo. Hablar de agotamiento implica asumir
que no ha sido una presión externa la que provocó la extinción del proceso, sino sus
propios límites a la hora de salvar los obstáculos que encontró en su recorrido: la clausura
de la experiencia no estaba, pues, inscripta en la naturaleza de las cosas sino que se debe,
más bien, a razones estrictamente políticas. Tales son las cuestiones a las que este escrito
prestará atención –cuestiones que , vale advertirlo, hemos podido relevar tanto desde la
posición de espectadores como de participantes del movimiento.
En última instancia nos interesa abordar la experiencia ya lejana de las asambleas para
contrastarla con los tiempos que corren, en el que nuevas resistencias se abren frente al
ensayo neoliberal conservador del gobierno de Mauricio Macri. Es en función de ese
objetivo –pensar la construcción de una política que alcance a constituirse en alternativa
cierta de poder frente al neoliberalismo- cómo deben leerse las páginas siguientes.

2
Una expresión acabada de esta versión estatalista, en la que la vuelta de la política se identifica con la
vuelta del Estado, se encuentra en el artículo de Eduardo Rinesi “Notas para una caracterización del
kirchnerismo” aparecido en el primer número de la Revista Debates y combates

3
Diego Tatián, “Política y Estado. La conjunción como trabajo” en El Ojo Mocho otra vez. N° 2-3.
BuenosAires, pp. 36-39.
III.
La Asamblea es una forma de organización que no posee un fin determinado, es decir que
en principio no se vincula con una función, un objetivo o una tarea concreta. Se trata de un
espacio cuyos miembros se reconocen como vecinos como único principio de identidad
(primero se es vecino y luego médico, almacenero o desocupado). Principio que pone en
acto una práctica igualitaria que no reconoce distinciones sexuales, económicas, culturales,
ni tampoco generacionales.; cualquiera puede hablar y esa intervención se hace siempre en
nombre propio sin otro soporte que no sea el de habitar el mismo barrio: nadie aquí se
propone “representar” a nadie. Por lo demás, e n tanto espacio de sociabilidad, las
asambleas conformaron inicialmente un espacio de catarsis, En lugar de las previsibles
intervenciones de carácter “político” el espacio dio lugar a voces que en primera persona
hablan de incertidumbres, angustias y miedos.
Por cierto, en nuestra perspectiva, esta posibilidad de tramitar la angustia personal en un
marco colectivo no tiene nada de aleatorio y constituye más bien un fenómeno de primer
orden, sobre todo si se tiene en cuenta lo ocurrido en el país a lo largo de la década del
noventa, aquello que Dardo Scavino ha definido como “la era de la desolación”. En ese
mismo sentido es bueno recordar que aquellas jornadas destituyentes marcaron una suerte
de suspensión del tiempo, momento efímero donde el mundo se volvió transparente,
momento de intercambios donde se volvió hablar de dignidad y de libertad en un clima de
felicidad colectiva 4.
A modo de conclusión de este primer apartado, podemos afirmar que -de la nada y sin que
nadie lo hubiera previsto- las asambleas barriales logran ganar y forjar un espacio público.
En este caso, entendemos el término espacio público como la apertura de un ámbito
colectivo de discusión y debate entre los habitantes de un mismo barrio de la ciudad, que se

4
Por lo demás esa posición revelaba que quienes participaron en aquellas jornadas eran plenamente
conscientes del carácter verdaderamente histórico de las mismas. Al respecto, creo interesante observar que
en una asamblea llevada a cabo en la puerta de la Facultad de Humanidades y artes de Rosario, el 19 de
diciembre del 2001, a las 8 de la noche, tuve oportunidad de observar un fenómeno inédito: discutiendo sobre
la oportunidad de “tomar” la facultad en el momento de estado de sitio, y con las noticias recién llegadas de la
represión policial en los barrios rosarinos, por primera en casi veinte años escuché a estudiantes y profesores
hablar de sí mismos y en nombre sólo de sí mismo, de lo que les estaba ocurriendo en ese preciso momento,
por primera vez escuché a alguien decir “tengo miedo”. Pocos minutos más tarde, sin que nadie lo hubiera
previsto, estallaron los cacerolazos.
vuelven vecinos y asambleístas precisamente en ese recorrido. Una instancia que
geográficamente puede realizarse, como consignamos, en los lugares más diversos: en un
galpón, en una plaza, en una esquina o incluso en una iglesia. Es por esa razón el
reconocimiento de los nuevos lazos establecidos con aquel “al que vimos toda la vida y con
el que nunca hablamos” es quizás el dato más reiterado por los asambleístas a la hora de
hacer el balance de esta experiencia y de la manera cómo afectó sus vidas. La llamada
“gente” –término que por muchas razones sintetiza las desventuras del país en las últimas
décadas- se vuelve entonces “vecino”, y entre vecinos reaparecen palabras olvidadas que
designan ese nuevo colectivo en primer persona: nosotros los ciudadanos, o nosotros el
pueblo. He aquí un fenómeno que sin temor a exageraciones podemos postular como el
momento Hannah Arendt de la protesta social a comienzos el nuevo milenio.

Si bien es posible advertir un conjunto de reivindicaciones y demandas fuertemente


anticapitalistas –contra el FMI, contra el neoliberalismo, etc, lo cierto es que, con el correr
del tiempo se forja un discurso que permite hablar de un principio identidad cuyos rasgo
distintivo es el impugnación de plano al sistema político en su conjunto: a la representación,
a los políticos, a los partidos políticos y al Estado5. Sin duda en tal relato es posible observar
la huella de diversas tradiciones ideológicas, pero lo cierto es que su consistencia se alcanza
mucho más por un rechazo pasional al escenario política partidario de las últimas décadas
que por reflexiones teóricas. Tal posición se sostiene a partir de una demanda ética que
concibe a la política como un espacio irremediablemente corrupto.

En suma, lo que nos interesa pone de manifiesto es que la experiencia de las asambleas
comporta una situación enteramente novedosa, que de hecho, en términos subjetivos,

5
Por lo demás, la impugnación a la forma partido no refiere sólo al sistema de partidos sino también a los
posibles formas de organización que pueden asumir las mismas asambleas. En este caso es importante
recordar que en los primeros meses del 2002 se llevaron a cabo diversos intentos para constituir una instancia
“interasamblearia” de la ciudad de Rosario, pero la misma fracasó debido al celo que las asambleas mostraron
por su autonomía y el rechazo a cualquier forma de organización que supusiera la introducción tácita o
expresa de jerarquías al interior del movimiento. En este mismo sentido es también relevante observar la
tensión que se verificó en algunas asambleas entre militantes políticos (en general de partidos de izquierda) y
vecinos. Una tensión que, contra muchas predicciones, se resolvió, al menos en un primer momento, en
favor de los segundos, es decir de los vecinos: son los militantes quienes debieron plegarse a la lógica
asamblearia cuyos rasgos hemos bosquejado en primer término
supone un quiebre abrupto con la experiencia histórica precedente. Más arriba hemos
señalado a Hannah Arendt. Debemos agregar entonces las reflexiones de Paolo Virno6 en
torno a las nociones de república no estatal, multitud, éxodo que se revelan particularmente
adecuadas para caracterizar el lenguaje y los objetivos del movimiento en los primeros
meses del año 2002.

IV.
Ahora bien, lo cierto es las asambleas mostrarán serias dificultades para sostener y
reproducir las consignas iniciales, una vez declarada la desconexión con el sistema
político, los partidos y el Estado se trata, en efecto, de inventar otra política. Pero allí
aparecen los límites, más allá de las consignas no existe la capacidad de imaginar nuevas
prácticas que den sustento a las proclamas autogestionarias. La incapacidad de las
asambleas por llevar a cabo acciones concretas es llamativa, incluso el plebiscito contra la
empresa Aguas Provinciales de Santa Fe, que hemos mencionado más arriba, no fue en
rigor generado por las asambleas barriales sino por iniciativa de un conjunto de
organizaciones preexistentes que se nuclean en la Asamblea por el Agua .

Al respecto, autores como Andrés Pezzola7, han acertado al señalar la confusión que se
produce entre dos secuencias distintas: por un lado la crisis institucional, su
desenvolvimiento entre la caída de De la Rúa , la gestión de Duhalde y las elecciones que
coronaron a Kirchner, por otro, la aparición y el devenir del movimiento de asambleas.
Vale la pena citar el párrafo en cuestión: “Desde la posición exterior, la relación entre
política y Estado es invariante, preexiste a la emergencia del proceso asambleario y subsiste
a pesar de él. Por ello, en los balances hechos desde esa posición se confunden dos procesos
distintos y separados: el proceso de subjetivación política y el período de crisis
institucional. Desde la exterioridad, la finalización de la crisis institucional, la celebración
de las elecciones presidenciales, se confunde con el agotamiento del movimiento social,

6
Paolo Virno, Virtuosismo y revolución, Notas sobre el concepto de acción política.
https://sindominio.net/biblioweb/pensamiento/virno.html. Nota: Este texto apareció en el número 4/1993 de
la revista Luogo Comune. También se ha publicado en el número 19-20/1994 de Futur Antérieur, texto en
francés a partir del que traducimos. [N. de la T.]
7
Andrés Pezzola, en Revista Acontecimiento, Nº 27, 2004.
que es la caída en desuso de la forma técnica de la Asamblea por parte del pensamiento
asambleario”.

Creemos que este juicio es correcto, pero lo que nos interesa subrayar es que la confusión a
la que refiere Pezzola, reproducida tanto por los medios de comunicación como por el
mundo académico, no viene dada o impuesta desde afuera: son en buena medida los
mismos miembros de las asambleas quienes, contra las premisas que dieron vida al
movimiento, contribuyeron a promoverla al asentar sus prácticas, sus intereses, y sus
proyectos en directa vinculación con lo que ocurre en la instancia estatal, o en la mayor o
menor atención que los medios de comunicación pueden prestar al proceso en ciernes

Lo cierto es que las asambleas se agotan por su propia dinámica interna, y no por lo que
ocurre en otros ámbitos, en otras palabras, los problemas que encuentra la asamblea son
(paradójicamente) autónomos respecto a lo que ocurre fuera de las asambleas. Las
asambleas no son capaces de inventar una práctica y un discurso que responda a los
requerimientos de la situación y a su desenvolvimiento, deficiencia por lo demás
perfectamente comprensible: no hay teoría ni experiencias recientes que ayuden a enfrentar
el desafío.

En ese mismo contexto debemos notar la influencia minoritaria pero persistente del
pensamiento radical contemporáneo, de lo que a falta de otro nombre llamaremos
pensamiento postfundacional . No se tratará aquí de negar la importancia de tales
reflexiones ni su incidencia en la refundación del pensamiento de izquierda sino de anotar
que en la medida en que algunos sus postulados son asumidos como prescripciones –
pensamos en particular en la impronta fuertemente antiestatal que se desprende de ellas-
producen un efecto inhibitorio para cualquier acción que no se ajuste a la nueva ortodoxia:
toda política que no se atenga a ésta es sospechada de “reformista”. Lo que tales
posicionamientos parecen olvidar es que las ideas políticas –en este caso ideas ligadas a
proyectos de emancipación- deben ser creación del mismo proceso político, y no al revés.8

8
A modo de ejemplo podemos citar aquí el caso de Luis Zamora que si no se corresponde estrictamente con
el movimiento de asambleas barriales le es muy próximo en varios sentidos. Nos referimos a las
Estrechamente vinculado con el gesto que hemos bosquejado, el imperativo de orden ético
desplazaen la asamblea a cualquier consideración política. –posición en principio
comprensible si se tiene en cuenta que el vasto proceso neoliberal que implicó tanto al
menemismo como al gobierno de la Alianza se instrumenta a partir de una clase política
que se parece demasiado a una gran asociación ilícita.
La consigna “que se vayan todos” tiene diversas facetas: puede condensar muchos
reclamos distintos y al mismo tiempo puede ser enunciada por actores situados en
posiciones político-ideológicas radicalmente distintas: allí radica su universalidad, es decir
su fuerza. Al mismo tiempo, son esos mismos rasgos, los que como contrapartida le
impiden traducirse en acciones políticas concretas y tangibles.

Por ese conjunto de razones quedó de hecho descartada cualquier acción que suponga la
mediación de intereses contrapuestos, no sólo con cualquier instancia exterior a la asamblea,
sino incluso al interior de la propia asamblea. Ello es así porque, en las antípodas de la
política de los políticos, la asamblea se concibe a sí misma como un espacio marcado por la
transparencia que en última instancia haría innecesaria tal mediación. Retrospectivamente
sería interesante contrastar ese apoliticismo de izquierda con el moralismo crítico y el odio a
la política y a los políticos francamente reaccionario que estructura al amplio abanico de
redes y medios que conforman el universo del actual gobierno argentino liderado por
Mauricio Macri: una tarea imprescindible en los días que corren.

III

En ese contexto, se observará la reaparición de viejas figuras de la política que hubiéramos


por un momento creído desaparecidas. La ideas son, en efecto, cárceles de larga duración:

ambigüedades de la agrupación Autodeterminación y Libertad, que en un primer momento impugnó las


elecciones generales a escala nacional para presentarse más tarde en la elección de la ciudad de Buenos Aires.
En nuestra perspectiva, tal pasaje no remite a un supuesto “oportunismo” de L. Zamora sino, más bien, a las
incertidumbres, contradicciones y paradojas que embargan a un representante político puesto a impugnar la
representación política: un problema legítimo que reclama una solución, sólo que esa solución no está escrita
en ningún libro, debe ser inventada.
reiterando un gesto muy clásico en la tradición de la izquierda partidaria se observa una
tendencia a la radicalización discursiva que busca paliar la ausencia de propuestas
concretas; entonces de lo que se trata es de proclamarse siempre más a la izquierda en un
gesto que como sabemos puede llegar al infinito puesto que la radicalización discursiva es
proporcional a la ausencia de prácticas.
Al mismo tiempo, como indicáramos, se insiste, al menos imaginariamente, en evaluar el
accionar y el destino de las asambleas en términos de la menor o mayor capacidad de
incidencia en el Estado –gesto, reiteramos, que se ubica en las antípodas de aquellos que
dieron nacimiento a este proceso. Esa por esa razón que, contra lo que se sostenía
discursivamente , la suerte de las asambleas concluyó atándose al derrotero del sistema
político. Sin que nada lo obligase, las mayorías de las asambleas intervinieron en el
proceso electoral, bajo la consigna de que era imprescindible reiterar la impugnación
ciudadana que se había constatado en las elecciones precedentes. (Recordemos que el
rasgo sobresaliente de las elecciones legislativas de octubre de 2001 fue el llamado “voto
bronca”: los votos blancos e impugnados alcanzaron al 15 % para senadores y a un 26%
para diputados).
Como sabemos, el intento fracasó. Ganó Carlos Menem en la primer vuelta, y su
deserción habilitó la llegada a la presidencia de Néstor Kirchner. Pero sobre todas las cosas
se puso de manifiesto, más allá de sondeos y encuestas, que buena parte de la población
volvía a poner sus expectativas en el proceso electoral. Y esa evidencia se experimentó
como una derrota, como si implícitamente la asamblea fuera el “representante” del voto
bronca, y en esa tarea hubiera fracasado. Si la alegría había caracterizado a la asamblea en
su primera época, ahora nos encontramos en la más profunda desazón Cualquier otra
lectura de la coyuntura quedó clausurada9. He aquí en breves líneas el nuevo rumbo que
asumió el proceso asambleario, llamémoslo el momento trosko.

9
Es interesante observar, una vez más, la escasa incidencia que el pensamiento de Gramsci tiene sobre el
conjunto de nociones y valores más o menos formalizados que constituyen lo que a falta de otra definición
llamaremos el “sentido común” del pensamiento de buena parte de la izquierda argentina, situación que
contrasta con la influencia que dicha obra (o en todo caso su lenguaje) ha tenido sobre las ciencias sociales e
incluso, en ciertos aspectos, sobre el mismo campo político –se recordará que algunos años atrás destacados
intelectuales forjaron un Gramsci particularmente adecuado a las necesidades de la transición democrática,
un Gramsci “alfonsinista”. En suma, la experiencia de las asambleas barriales volvió a mostrar lo que ya se
sabia: que explícita o implícitamente el grueso de la tradición de izquierda de la Argentina sigue atada a un
modelo fuertemente insurreccional e inmediatista de la acción política, de allí la confusión y la impotencia
IV. Del éxodo a la gobernabilidad.
Si volvemos, finalmente, nuestra mirada a la ciudad de Rosario, observamos que, en los
hechos, el PSP liderado por Hermes Binner, partido en el gobierno, local logra capturar
algunas de las demandas de las asambleas, expurgándoles sus rasgos más radicales para
transformarlas en políticas de Estado - es significativamente el caso del Presupuesto
Participativo que luego de largas discusiones fue instaurado en cuestión de semanas. Por lo
demás, no caben dudas de que los políticos profesionales se muestran mucho más alertas
sobre sus procedimientos y obligados a asumir posiciones plurales y participativas. De
modo que el proceso desatado por las asambleas barriales produce efectos concretos, pero
que ciertamente no son aquellos que sus promotores imaginaron. Paradójicamente, quien
se muestre preocupado por cosas tales como la “gobernabilidad” o lo que ahora se
denomina “mejora de la calidad institucional” podría concluir que, desde esa particular
perspectiva, el movimiento de impugnación surgido a fines del 2001 tuvo un efecto
francamente positivo sobre el sistema político en su conjunto.

A la hora de un balance general, convendría prestar atención a ese fenómeno puesto que
quizás es allí donde se encuentre una de las lecciones que nos ha dejado el proceso jugado
por las asambleas, Nos referimos a la incapacidad de este movimiento por consolidarse
autónomamente a pesar de un inicio más que promisorio, es decir por realizar aquellas
premisas que lo fundaron. Hablamos, en suma, de los límites de un gesto puramente
negativo, sin alteridad ni proyecto, que pone en evidencia un problema general: el que
refiere a los obstáculos y dilemas que se enfrenta una política que se quiera independiente
del Estado.
En los hechos las asambleas han jugado el rol de señalar al sistema político y la sociedad
aquello que le falta, sus errores, sus desvíos, sus incoherencias –demasiado si se piensa en
la historia reciente del país, pero demasiado poco si se piensa en las expectativas que
suscitó este movimiento. Y eso es todo. Sin dudas, las razones que explican tal fracaso son

ante la evidencia de la paulatina reconstitución del sistema político. En ese sentido vale advertir que la lectura
más escolar del pensador italiano hubiera provisto de algún instrumento que permitiera pensar el proceso que
se desenvolvía y así desplazarse, siquiera parcialmente, de un posición netamente reactiva que no hizo otra
cosa que exacerbar el sentimiento de impotencia y apurar el agotamiento de la experiencia en cuestión
muchas. Pero en última instancia, una de las claves del entero proceso se encuentra en ese
modo de entender la política asentado en la mera impugnación ética.
Asimismo, trascendiendo un tanto la situación que relatamos, se advierte otro vacío, el que
refiere a los límites de una práctica discursivamente radicalizadas inspirada no ya por las
clásicas ideologías de la izquierda sino por avanzadas reflexiones de la filosofía política
contemporánea, que subtienden todo el universo que llamamos autonomismo.

En efecto, las encendidas consignas libertarias que marcaron aquel momento cacerolero han
dejado en el horizonte la posibilidad cierta de que una crítica de esta índole se convierta,
contra todas sus intenciones, en un engranaje más del sistema que supone contestar y pueda
aun cumplir una función complementaria en el ordenamiento del consenso. Sugestivamente,
esa situación verificaría una de las tesis del pensador francés Marcel Gauchet en torno al
pensamiento radical contemporáneo, tesis que puede leerse en un texto titulado“El giro de
1995, o las vías secretas de la sociedad liberal” publicado en la compilación La democracia
contra sí misma, hacia 2004.

En un crudo examen del caso francés, Marcel Gauchet, un tipo ciertamente conservador pero
de una enorme lucidez, otorga un rol específico a ese paradigma en la situación
contemporánea. “El desvanecimiento de la alternativa revolucionaria a la democracia
capitalista, lejos de aparejar la desaparición de la crítica social radical, le abre, por el
contrario, una brillante carrera”. Estructural y filosóficamente la nueva crítica no es otra
cosa que un engranaje más del mismo sistema capitalista, sistema cuya esencia sería
precisamente rehacerse en una constante introspección y autocrítica. En otras palabras, la
maleabilidad que ha demostrado el capital en adaptarse y sortear tantas crisis, que en su
momento parecieron terminales, se transpone también a su esencia política y a su modo de
funcionamiento en tanto máquina cultural. En suma, Gauchet afirma que el capitalismo
necesita ese tipo de críticas, que son tanto más extremas cuanto que no comportan
alternativa política alguna. Y esa, nos parece, es una buena caracterización de las asambleas
barriales de la ciudad de Rosario, y posiblemente de todo el país, entre el 2001 y el 2004:
pura radicalización verbal, sin alteridad ni proyecto.
V.

Si nos hemos detenido en este breve recorrido –auge y decadencia de las asambleas
barriales- es porque a nuestro juicio verifican una de las tesis básicas de, digamos, el
Laclau de bolsillo, a saber que librada a sí misma la dimensión horizontal de la autonomía
se muestra incapaz de un cambio histórico a largo plazo y conduce más temprano que tarde
al agotamiento y dispersión de los movimientos de protesta. Que significa afirmar no tanto
que coincidimos con las tesis que aquel autor desarrolla en “¿puede el inmanentismo
explicar las luchas sociales?10 sino, más bien, que en su singularidad la experiencia que
contamos confirma en pequeña escala dichas tesis. El contexto que se dibuja es el
siguiente: quebradas las bases de la política tradicional, la cuestión a responder es la
siguiente: ¿cómo gestar de manera autónoma nuevos sentidos para la acción colectiva ? Es
precisamente esa cuestión la que, por diversas razones, quedó sin respuesta. Hoy, diecisiete
años después de aquellos días destituyentes, la respuesta sigue sin encontrarse y ese es
precisamente uno de los vacíos con que se encuentra la visión autonomista.

Nuestro objetivo, de todos modos, no es atacar argumentos como los de Sztulwark et al11 y
el de tantos otros agrupamientos afines sino contribuir a pensar los movimientos sociales en
contexto, un modo más convincente, creemos, de estudiar los vínculos que dichos colectivos
establecen con el poder político. Contra las posiciones que suponen una potencia inagotable
del movimiento social, otras miradas del período abierto hacia el 2001 como la del
historiador de Javier Trimboli12 desmienten o en todo caso obligan a matizar: hacia el 2003
la situación de los colectivos piqueteros y desocupados en el Gran Buenos Aires distaba de
ser la mejor, más bien mostraban signos de fragilidad dice el autor, y ello nos obligaría a

10
Ernesto Laclau, “¿Puede la inmanencia exlicar las luchas sociales? Crítica a Imperio”, en Debates y
combates. Por un nuevo horizonte de la política. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2008.
11
SZTULWARK, Diego y GAGO, Verónica (2011). “Tres escenas de una década de discusión sobre el
Estado” en El Ojo Mocho otra vez. N°1. Buenos Aires, pp. 55-60.

SZTULWARK, Diego y SCOLNIK, Sebastián (2011). “Pensar lo político: la (doble) excepción


latinoamericana” en La Biblioteca. N°11. Buenos Aires, pp. 204-223.

12
Javier Trímboli, Sublunar, entre el kirchnerismo y la revolución, Ed. Cuarenta ríos, 2017.
pensar de otra manera, mucho más compleja - mucho más atenta a la historia que a los
esquematismos teóricos- la imbricación entre este sector y las políticas implementadas desde
el gobierno de Néstor Kirchner. El caso que hemos referido es todavía más claro: las
asambleas no se extinguieron por presión ni cooptación alguna del exterior: se apagaron en
su propia impotencia. Ello no significa descartar de plano la tesis que señala que durante los
gobiernos de Néstor y Cristina la dimensión estatal acabó por subsumir las dinámicas
autónomas -una suerte de revolución pasiva- sino pensar dicha tesis desde una mirada que
asuma la complejidad y los avatares de la historia. Tal mirada asume entonces que las etapas
que hemos marcado muestran distintos rostros del movimiento asambleario todos igualmente
verdaderos. Se trataría entonces de pensar los problemas que atraviesan colectivos de esta
índole asumiendo esa complejidad. La resistencia antiestatal sostenida en la mera
impugnación ética –que a nuestro juicio ha sido el atolladero que las asambleas no pudieron
sortear- debe aprehenderse admitiendo que tal posición se inspira en discurso distintos, en
ocasiones radicalmente diferentes. Por un lado reproduce antiguas consignas de una izquierda
partidaria que sin embargo se sabe anquilosada, esas consignas se ven tamizadas por el
lenguaje de los discursos autonomistas contemporáneos que le otorgan un perfil mucho màs
libertario, pero en última instancia ese posicionamiento adquiere consistencia articulándose
con dinámicas societales profundamente reaccionarias. En efecto, tal impugnación al
régimen político se asienta en un moralismo crítico que eclipsa por completo la densidad de
la política para imponer la imagen de un mundo dividido en probos y corruptos –imagen que
por lo demás conviene como ninguna otra a las clases medias, ubicadas siempre en el lugar
de la pureza.

Encontrar una confluencia entre esas parcelas de sentido puede contribuir a reflexionar de
modo más efectivo sobre los obstáculos que encuentran los movimientos de resistencia al
orden neoliberal en los días que corren.

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