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Introducción
El equipo asistencial de estas instituciones tiene la difícil tarea de atender a muchos niños, con
un tiempo de estadía variable y con una rotación del personal. Este sistema de trabajo afecta
dos aspectos cruciales para el acompañamiento afectivo de estos niños: la continuidad en el
tiempo de una figura cuidadora y el fomento de una real y genuina investidura afectiva hacia
cada uno de ellos. Son asistidos por múltiples adultos anónimos que no logran instalarse
adecuadamente como objetos familiares y predecibles para ellos. Los equipos asistenciales no
implementan medidas de cuidados especiales en relación a sus necesidades afectivas, de modo
que la ausencia de un vínculo de los padres con el niño da lugar a un estado de aislamiento
emocional durante su internación en el hospital y en la residencia de acogida de lactantes. Por
ello, su condición de desamparo afectivo se perpetúa y reedita día a día durante su período de
institucionalización con graves consecuencias en la constitución de su psiquismo.
Su implementación ha sido posible gracias al apoyo del equipo de Chile Crece Contigo del
Servicio de Neonatología del Hospital San José, y de la Fundación San José para la Adopción.
Este documento nace de nuestro abordaje clínico con estos bebés y no forma parte de un trabajo
de investigación.
El recién nacido reacciona con rapidez a su aislamiento afectivo, con una mayor fragilidad
psicosomática, un incremento de sus conductas de autocontención y el refugio en mecanismos
primitivos y deletéreos para su psiquismo. El principal responsable del daño en la estructuración
de su psiquismo es el vacío relacional. El infante se sumerge en un cuadro carencial temprano,
que suele evolucionar con un retraso en el desarrollo. Este solo podrá mitigarse cuando el niño
sea finalmente incorporado en una familia definitiva. Corresponde al cuadro de Hospitalismo
descrito por Spitz (*), modelo histórico de la Carencia Afectiva Crónica en el medio institucional.
Estos niños carentes de un adulto cercano y estable que los ampare, enfrentan mayores montos
de angustia primitiva. Las vivencias de no-integración, las ansiedades de fragmentación y de
muerte, exacerbadas por este contexto de vida, son las que tienden a manifestarse a través de
un aumento de la vulnerabilidad psicosomática. Es el cuerpo del infante el portavoz de sus
dolencias y sufrimientos más profundos. Estas enfermedades lo exponen a su vez a nuevas
hospitalizaciones, manipulaciones de su cuerpo, intervenciones quirúrgicas, experiencias de
dolor corporal, amenazas a su integridad física y a su sobrevida. La simultaneidad de estas
circunstancias genera una situación de vida extremadamente penosa que incrementa sus
temores de muerte y ansiedades paranoides.
Nuestra forma de trabajo está basada, fundamentalmente, en Klein, Bick, Bion y Winnicott,
autores que consideran la importancia de los estados emocionales y su elaboración. La mente
desarrolla primero la capacidad de experimentar estados corporales y emocionales y a partir de
esta base, se puede formar un aparato para pensar los pensamientos y generar sentido. Desde
el nacimiento los bebés se interesan por las relaciones objetales, e inician de inmediato una
interacción con la madre. Bion plantea que el encuentro de una preconcepción con una
realización es lo que permite el inicio y desarrollo de la vida mental. Si el bebé experimenta
suficientes realizaciones positivas, en que lo deseado ha encontrado satisfacción, frente a una
realización negativa, podrá recurrir a su mundo interno para experimentar la presencia materna.
Esta imagen a la que recurre es un símbolo. El estado de preocupación maternal primaria,
gracias a la capacidad de reverie, le permite a la madre dar las respuestas afectivas, que el bebé
requiere para el desarrollo de su mente, y así el niño va encontrando sentido en sus experiencias.
Esta interacción debe ser consistente, dándole al vínculo la continuidad en el tiempo.
Gradualmente el bebé podrá tolerar la ausencia materna en algunas ocasiones y recurrir a
imágenes internalizadas de ella.
Encuadre de trabajo:
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En esta etapa inicial, acotamos la población susceptible de ser abordada por nuestro modelo de
trabajo a bebés que han tenido un parto de término, con 36 semanas o más de gestación, libres
de patología orgánica severa, e institucionalizados a muy temprana edad al encontrarse carentes
de cuidados de su familia de origen. La edad al inicio del tratamiento de los casos asumidos
hasta la fecha, fluctúa entre los 7 a 32 días de vida.
Una vez detectada la condición de aislamiento afectivo del bebé, este queda asignado a un
profesional que realiza con él, al menos una sesión diaria, los siete días de la semana. El horario
de esta actividad psicoterapéutica se adecúa a los ritmos de vigilia y alimentación del infante. El
tiempo mínimo de permanencia cerca del niño es de una hora, pero en la práctica suele
prolongarse a una y media a dos horas al día.
En ese período de tiempo, el terapeuta asume tanto sus cuidados físicos, alimentación, baño,
muda y conciliación del sueño, como sus necesidades emocionales. Cumple esta labor en el
hospital y luego, en la residencia de acogida del lactante, hasta la entrega del niño a su familia
definitiva. La duración de este tratamiento es incierta, varía de acuerdo a las circunstancias
particulares de cada infante y en la práctica actual se prolonga aproximadamente entre los 3 y
10 meses.
Transcurrido el encuentro con el bebé se deben tomar cuidadosas y detalladas notas, en forma
semejante a la observación, método Bick. El profesional escribe sobre los hechos que
acaecieron, poniendo énfasis en su experiencia emocional, fantasías y elementos propios de su
contra-transferencia Este material es luego discutido en un grupo con otros profesionales
trabajando con el nuevo modelo. El grupo, como en la observación Bick, tiene como fin, tanto la
contención emocional del terapeuta, como la búsqueda de sentido y elaboración del material.
Presenta este material semana a semana a su grupo de trabajo donde se reflexiona y discute
sobre este. Hemos visto que este grupo es de gran importancia, pues ayuda al profesional a
compartir las intensas emociones a las que se ve expuesto en esta tarea. El grupo acompaña,
sostiene e incentiva la elaboración de la experiencia durante todo el tiempo en que ejerce este
tratamiento con el niño a su cargo. Se establece así una cadena de apoyos.
El grupo de reflexión tiene además la tarea de introducir y/o rescatar la realidad objetiva.
Desempeña de ese modo un rol paterno frente a esta díada. Favorece la atenuación de los
mecanismos de negación en el profesional que tienden a instalarse en estos contextos de intenso
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dolor psíquico y alta incertidumbre. Le brinda asimismo una contención que permite la
disminución de la sobre-investidura afectiva en su relación con el infante.
El abordaje terapéutico de estos infantes es una labor ardua y exigente, requiere de especiales
condiciones de vida del profesional, de una formación previa y de su integración a un grupo de
trabajo que lo sostenga en su labor profesional. Ser el principal depositario de las ansiedades
primitivas del bebé en un contexto de vida institucional, lograr un contacto empático de sus
necesidades y procesos afectivos, evitar el despliegue excesivo de las defensas de disociación,
negación, intelectualización y de una sobre-involucración afectiva representa un gran desafío
para el profesional a su cargo.
Consideramos que el profesional interesado debe acceder en primera lugar a una formación de
cuatro meses que contempla su participación en un grupo de estudio de infancia temprana con
reuniones semanales de 1 ½ hr. y una pasantía en el servicio de Neonatología del hospital San
José. Se estudian los aportes de diferentes autores en este ámbito y se da información sobre
este modelo de abordaje psicoterapéutico. Durante la experiencia hospitalaria, el profesional es
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instruido sobre las normas de puericultura del servicio y se familiariza en el trato directo con
recién nacidos y bebés de corta edad.
Viñeta clínica
Inicio el tratamiento desde el 15º día de vida de Javiera y tengo sesiones de una a una hora y
media, los siete días de la semana. Es una niña hermosa, de finas facciones, pelo negro, piel
mate con 2,1 kg de peso. Su madre de 21 años tiene un hijo anterior entregado en adopción. Es
adicta a drogas y alcohol, vive en condiciones de gran precariedad, ejerce la prostitución. La
madre la visitó en un par de oportunidades y luego de su alta no ha vuelto al hospital a reclamarla
ni tampoco se ha presentado para brindarle asistencia. La familia extendida está informada del
nacimiento de la niña pero no ha venido a verla. El equipo médico detecta su condición de
aislamiento afectivo y decide implementar este modelo de intervención.
21días de vida, 7º sesión: Cuando llego al mediodía, Javiera duerme. “Es una niña muy tranquila”
dicen todos los miembros del equipo médico, “no reclama para nada”. En el transcurso de la
hora, Javiera se despereza y se incorpora de a poco. La saludo, le hablo con entusiasmo, anticipo
con las palabras cada comportamiento. Javiera no fija la mirada, no reacciona a mi presencia, es
especialmente pasiva y poco demandante. No reclama cuando le retiro la ropa y queda desnuda
en su cuna. Dentro de su bañera, no se queja pero tampoco da señales de placer, de excitación
o de alegría. Se mantiene tranquila, con una mirada vacua. No mueve sus brazos y piernas. No
expresa una reacción emocional cuando la retiro de su bañera. En todo momento, la percibo
lejana, ensimismada, retraída en sus vivencias corporales. Javiera evoluciona con un retraso en
fijar la mirada, es una niña dormilona que permanece somnolienta incluso durante su período de
alerta tranquila. Es pasiva, con un llanto débil y tardío. Su postura corporal es de hipotonía, con
pocos desplazamientos de sus extremidades superiores e inferiores, aunque mantiene apretados
sus puños. Se alimenta bien, pero tolera sin quejas el retraso de su leche, no muestra mayor
avidez, no reacciona contrariada a la interrupción del suministro de su alimento. No detiene su
mirada en mi rostro, tampoco lo hace con algún objeto inanimado de la sala, no da señales de
que me reconoce. Sí llora, se calma rápidamente cuando establezco contacto físico con ella, dejo
mi mano sobre su pecho, le acaricio el cráneo o la levanto de su cuna. Cuando la tomo en
brazos, se amolda a mi cuerpo. En esos momentos, tiende a permanecer quieta y no percibo
señales sobre sus preferencias posturales. No ha tenido conductas de evitación del contacto
físico, no reacciona con malestar o angustia frente a mis caricias. La encuentro día tras día,
ensimismada y conectada con sus vivencias corporales.
Por mi lado, la tengo presente todo el día, me he vuelto monotemático, solo hablo de mi
experiencia con ella. Me alegra ir a verla, el tiempo de tratamiento se me hace corto, me es difícil
retirarme y separarme de ella. Junto a ello, su situación de vida, desamparo y aislamiento afectivo
dentro del servicio me generan dolor y pena. La marcada incertidumbre sobre su destino resulta
difícil de tolerar y me preocupa su evolución con defensas autistas.
Cumplido el mes de tratamiento, agregué a su rutina diaria una sesión de masaje corporal, a
continuación de su cambio de pañal, buscando facilitar nuestro contacto interpersonal.
54 días de vida, 40ª sesión: Hoy cuando llego a la sala, Javiera está llorando. Me apresuro en
lavarme las manos y en colocarme el delantal del servicio. Le hablo, la tomo en brazos y le
proporciono su chupete, Javiera reacciona rápidamente a mis atenciones y logra calmarse.
Aunque fue notorio que logró calmarse con mi intervención, Javiera mantiene la mirada vacua.
Después de un rato de regaloneo en mis brazos, inicio su rutina de cuidados corporales. Realizo
un control de su temperatura, aseo de su rostro y cuello con algodones, control de peso, cambio
de pañal y masaje corporal. Hoy, de un modo espontáneo, prolongo su masaje, lo reitero con
mucha calma. Javiera permanece tranquila, con el chupete en la boca, y me brinda una señal
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Su estadía en el hospital se prolonga solo por su condición de caso social, sigo acompañándola
de lunes a domingo. A sus dos meses de edad, reacciona a veces con una sonrisa breve cuando
un rostro se le acerca. Logra a ratos fijar la mirada, pero ha aparecido un interés por mirar
sostenidamente un objeto inanimado presente en su sala.
62 días de vida, 48ª sesión: No tengo aun señales que la niña me reconoce. Si bien logra sostener
su mirada en mi rostro por más tiempo, esos segundos de contacto no se acompañan de una
reacción emocional manifiesta. Es de manera estable una niña seria y pasiva. Le hablo
constantemente, le cuento de mi interés por ella, le explico sus circunstancias de vida, su estadía
en el hospital y le introduzco a su familia de origen. Me agrada la instancia de procurarle sus
cuidados corporales: el baño, la muda, el masaje corporal, la alimentación y finalmente la
conciliación del sueño. Mantengo una rutina, trato de ser predecible para ella. Hoy, es muy
notorio como en las instancias del masaje corporal y en su alimentación, que son momentos
privilegiados para establecer el contacto visual y afectivo, Javiera evita mi rostro y prefiere mirar
sostenidamente unas carpetas azules de la estantería que se encuentra a muy corta distancia
de su cuna. Cuando la cambio de posición, Javiera gira su rostro y permanece con la vista fija
en estas carpetas. Esta conducta se ha repetido todos los días de esta última semana y me ha
generado una fuerte angustia. Su interés por las carpetas azules cede con el paso del tiempo y
da lugar a un comportamiento que señala su vinculación y afecto hacia mi persona. A sus dos
meses y 20 días sonríe a mi llegada, gira su cabeza cuando me desplazo delante de ella, dejando
detenida su mirada en mi rostro. Estos cambios me emocionan de sobremanera, acerco mi rostro
al de ella y le hablo con dulzura, Javiera reacciona sonriendo y logrando algunos balbuceos.
Javiera tiene un llanto que tiene un carácter comunicativo. Se diferencia del llanto desorganizado
del bebé que sufre un cuadro carencial más avanzado porque este vehiculiza ansiedades muy
primitivas que no logran ser calmadas por los adultos del entorno inmediato, suele asociarse a
rigidez del tronco y en algunas oportunidades con una extensión de columna que llega hasta el
opistótono. Javiera en cambio, interrumpe su llanto inmediatamente cuando es tomada en
brazos, se amolda al cuerpo del profesional, y no expresa quejas o malestar por este contacto
físico. Recordando a Bick, podríamos pensar que este efecto deriva de su significado “como una
adhesión, como un restablecimiento de la sensación de estar pegado a la madre” (Bick, 1986)..
La formación de una piel psíquica, término de E. Bick (*), se inicia con la experiencia del pezón
dentro de la boca que da la contención ideal del recién nacido. La madre, en un contacto empático
y amoroso con su hijo, tiene la capacidad afectiva de recibir las ansiedades primitivas del infante
y transformarlas, capacidad que el bebé irá incorporando. La ausencia de este objeto contenedor
puede llevar al bebé a “centrarse en un estímulo sensorial continuo, como una luz o un sonido
como el de una lavadora. Al sujetarse con los ojos o con los oídos como con el tacto, los órganos
pueden servir como parches de succión, como una boca sujetándose del pezón” (Bick, 1986).
Las carpetas azules son el estímulo sensorial personal constante al cual acude Javiera, como
“parche de succión” para adherirse y alcanzar cierta sensación de integración frente a la carencia
de contención afectiva en la institucion, y del encuadre del profesional que solo acompaña y
cuida de la niña en un período de 1 a 2 hrs al día. Asimismo, se puede considerar esta defensa
como un progreso en la medida que sale de su encierro y se apega a un objeto fuera de ella. El
puño que se abre es un indicio de la recepción de la niña al masaje corporal. El retraimiento
inicial y más adelante el interés por un objeto inanimado nos señalan las defensas autistas
precoces que se hicieron presentes en Javiera, como estilo defensivo para lidiar con sus
ansiedades primitivas de no- integración y de caída al vacío. El vínculo afectivo infante-
profesional funcionó como una ligazón que favoreció el reconocimiento del mundo externo y el
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Resultados preliminares.
Nuestro equipo ha completado ocho tratamientos y tiene una novena experiencia en curso.
Nuestra experiencia ha sido, que el infante reacciona positivamente a la presencia del
psicoterapeuta, construye un vínculo con el que estimula su desarrollo y favorece el acceso a
nuevos mecanismos defensivos.
A pesar de que el tiempo de encuentro con el bebé es de sólo una sesión diaria, hemos percibido
una buena respuesta del bebé: entre los 2 a 3 meses de edad da señales de reconocimiento del
psicoterapeuta y construye con él una relación distinta al que establece con el resto del personal
de la residencia. En el trato con el profesional, instalado como su principal figura de afecto, se
muestra más regresivo y demandante. El bebé lo espera, reacciona con alegría a su llegada,
busca la cercanía física, reclama por sus atrasos o ausencias, demanda su atención y dedicación
completa. Resulta evidente que su presencia e intervenciones lo calman y mitigan diversas
manifestaciones sintomáticas. Hemos presenciado, en algunos de estos bebes, como la
intervención del especialista lograba calmar el llanto, el susto, la irritabilidad, la hipertonía
muscular, el insomnio, estreñimiento y falta de apetito. La conducta empática del especialista
lograba revertir la evitación en el contacto y otras respuestas defensivas del bebé. También es
importante destacar que este puede transformar en un objeto transicional un objeto facilitado por
el profesional y lo conserva cerca de él.
La diferencia en la evolución de estos bebés, en relación a aquellos que no cuentan con este
tratamiento es muy notoria. Estos últimos presentar diversas manifestaciones del cuadro
carencial, son más susceptibles a enfermarse durante su estadía institucional, no incorporan un
objeto transicional, presentan un evidente retraso en diversas áreas de su desarrollo. Junto a
ello, la integración a una familia definitiva presenta mayores dificultades.
Síntesis
En el caso particular de estos infantes separados de su familia biológica a muy temprana edad,
es perentoria su incorporación a una familia de acogida temporal. Cuando esta alternativa no es
posible y el niño se encuentra en un contexto institucional, se puede beneficiar de este modelo
de intervención. Este método reúne el interés del psicoterapeuta por asistir profesionalmente al
infante, con una necesidad de contacto afectivo por su condición de abandono, en un contexto
de vida institucional.
Este modelo de intervención podría tener un efecto preventivo en futuras patologías mentales y
psicosomáticas, que se desarrollan cuando hay núcleos patológicos tempranos no elaborados.
Queda como una hipótesis que se debería comprobar con un seguimiento de estos casos, en el
marco de una investigación formal.
Hemos observado que las enfermeras se interesan en emular las actitudes afectivas del
profesional con el bebé. Nos ha parecido que la intervención dentro del hospital y en las
residencias de acogida de lactantes aporta una guía beneficiosa para estas integrantes del
equipo asistencial.
Es necesario obtener una mayor experiencia en la aplicación de esta metodología para evaluar
sus aportes en el desarrollo del psiquismo de estos infantes. Esperamos compartir esta
evaluación en un próximo trabajo.